~ 𝑺𝒆𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒄𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 ~

Recomendación de canción: Listen before I go - Billie Eilish (En bucle todo el capítulo)


Más rápido, date prisa.

Draken no paraba de repetirse lo mismo una y otra vez mientras recorría las calles de su ciudad. 

¿Dónde estás? Joder... si a ti también llega a pasarte algo... ya no podré perdonármelo nunca, y tú tampoco lo harás, ¿verdad, Emma?

Estaba ansioso. Miraba hacia todos lados esquivando a los coches y motocicletas que se le cruzaban por el camino. Se fijaba en todos los callejones, apenas visibles por la escasa luz que alumbraba las calles.

Habían ido a su casa, encontrándose las puertas abiertas y su teléfono en la entrada, por lo que los tres dedujeron que no se encontraba ahí. Y ese presentimiento del tatuado no hizo más que empeorar.

 —¡Draken! ¡Mira ahí! —su amigo Mikey, quien le acompañaba unos metros por detrás en su inconfundible Honda, llamó su atención mientras que el que iba sentado detrás de él, Takemichi, señalaba hacia un callejón algo apartado de la carretera por la que circulaban.

No pudo evitar que su moto derrapase, cambiando la dirección instantáneamente en cuanto lo vio.

A esas horas de la noche, ya nadie caminaba por esa calle, y el único ruido que se escuchaba era el de los vehículos que circulaban, pasando por encima de algunos agujeros en el asfalto.

Draken no se lo pensó dos veces y dejó caer su moto, para ir corriendo hacia donde Takemichi y Mikey le habían indicado. Aquellos dos imitaron su acción y, una vez cerca de donde la moto del tatuado había caído, el rubio de menor estatura estacionó la suya para que ambos pudiesen bajar de ella. 

Takemichi colocó la moto de Draken en pie con la ayuda del otro y comenzaron a seguir los pasos de este pero, a diferencia de él, los pasos de esos dos eran cortos; ambos parecían temerosos ante lo que podrían encontrarse allí. Pues lo que habían podido vislumbrar desde la carretera no podía ser más que otra desgracia que reposaba en el cemento.

En la mente de Takemichi no podían escucharse más que plegarias. Pidiendo que, por favor, esa desgracia no fuera real. Ya no sabía qué más podía hacer para salvar a sus amigos, para salvarlos a todos y, en especial, a aquél que se había convertido en su debilidad; Mikey. Aquel rubio de corta estatura que permanecía a su lado, inmóvil, con los ojos mirando al vacío y sin poder articular apenas una palabra. Amigo, al cual había tenido que quedarse defendiendo en el hospital de la ira de Draken e intentando convencer de asistir al muelle. Sin éxito alguno.

 —Ken-chin... —murmuró Mikey—. ¿Es ella?

Takemichi fijó su vista nuevamente al frente. Ya no podía hacer nada. Lo había intentado todo, pero ya nada parecía funcionar. No, a menos que hubieran llegado con el tiempo suficiente como para que ella, al menos ella, siguiera con vida.

Takemichi no sabía que nada de esto pasaría. Todo esos eventos del pasado eran nuevos para él.

Draken estaba inmóvil, tirado en el suelo al lado de ella. No entendía nada, no sabía qué hacía ahí tirada, con la espalda casi al aire. Imaginaba que por eso la habían reconocido los otros dos, pero... ¿Cómo? Si tenía la espalda destrozada... ¿Cómo?

Sus ojos estallaron en rabia mientras su mano recorría la fría espalda de ella.

Ya no se diferenciaba nada en ella. Ya no se veían esas alas que ella decía que la protegían; los pocos pedazos del tatuaje que habían quedado sin dañar eran manchados por el rojo de la sangre que brotaba de los profundos cortes perpendiculares que dividieron aquel dibujo que un día le pareció increíble. 

Su amiga estaba temblando, con los ojos abiertos y la mirada al frente, hacia la pared de aquel callejón.

No parecía estar dentro de sí misma. Desesperada, hundida, sobre un charco de sangre que no solo brotaba de su espalda; sus manos, su cara, todo estaba teñido del mismo color. Toda su ropa estaba destrozada. 

Cuando Draken la tocó, reaccionó encogiéndose aún más, apretando sus manos y rodillas contra el torso y emitiendo un ligero gemido entre miedo y dolor, pero sin dejar de mirar al frente. No pudo contenerlo, al verla así, los ojos del tatuado empezaron a humedecerse de nuevo aquel día.

 —Soy yo... 

Al escuchar esa voz, ella no pudo contenerlo. Las lágrimas y los sollozos que llevaba reteniendo hacía no sabía cuánto tiempo, desde que la tiraron allí, como si de basura se tratase, salieron a flote. Le dolía todo; la espalda, las piernas, las magulladuras de su cuello y manos, el pecho... 

Pero, en la parte donde todo aquello se intensificaba muchísimo más, era en su alma. 

Sentía haberlo perdido todo. Creía que la muerte, en ese momento, sería quien la abrazaría en aquel frío y oscuro callejón. 

La había aceptado cuando pasó un rato allí e, incluso, si la parca se le hubiese aparecido en aquel instante, hubiera estado dispuesta a pactar con ella. Hubiera accedido a entregarle su vida, si con eso podía traer de vuelta a la que se había llevado esa misma mañana. 

Pero, lo que no imaginó jamás, fue que quién se encontraría abrazándola y sacándola de allí, sería una de las personas a la que, probablemente, más daño había hecho. 

Draken la levantó del suelo tras colocarle su chaqueta para taparla, cargándola en sus brazos mientras ella solo podía llorar y ahogar gritos en el pecho del que fue su amigo, su mejor amigo. Con el que había pasado toda la vida y al que sentía que por su culpa le habían arrebatado lo que quedaba de ella.

Quería pedirle perdón. Quería decirle que preferiría haber muerto ella en vez de Emma. Que su mejor amiga no merecía morir nunca. No tenía nada que ver con el mundo en el que ella misma había decidido vivir. Pero no podía decir nada, pues cada vez que intentaba articular palabra, los mil pedazos en los que ya estaba rota, se rompían en mil más.

 —Tenemos que ir a un hospital —Draken se dirigió con ella en brazos hacia donde los otros dos se habían quedado plantados. 

Mikey seguía en silencio, mirando la escena. Estaba aterrado, pero sus ojos parecían llenos de ira. Su labio superior tambaleaba sobre el inferior y su mandíbula se apretaba como nunca lo había hecho.

 —¿¡Quién ha hecho esto!? ¡Pienso matar a todos los que hayan sido! —Mikey por fin habló, pero al hacerlo de aquella manera, asustó al de ojos azules que aún miraba a Draken con la boca abierta.

 —¡Mikey! ¿¡No ves que no es momento de eso!? —el tatuado le reprendió, apretándola aún más contra su pecho y su cara miró hacia abajo, esperando que ese movimiento no la hubiera lastimado más de lo que ya parecía estar—. Vamos a llevarte al hospital ahora mismo, ¿vale?

 —No... —ella negaba con la cabeza en el pecho de Draken—. A mi casa... No quiero... El hospital no...

 —¿Estás loca? Esto tiene que vértelo un médico, no podemos ir a tu casa.

 —Por favor, Draken... Por favor... — las pocas palabras que había podido articular volvían a verse cortadas por hipidos y ahogos con su propia respiración.

El agua salada que brotaba de sus ojos volvía a inundarle las mejillas y su mirada de desesperación, clavada en su amigo, hicieron que este no tuviera más remedio que asentir con la cabeza. 

 —¿Crees que podrás aguantarte en la moto? No estamos muy lejos, pero necesito que te mantengas consciente hasta llegar a tu casa, ¿me entiendes? No voy a dejar que te desmayes a medio camino, pero necesito que te mantengas despierta 

Draken le apartaba un par de mechones de pelo de la cara mientras la colocaba en la parte trasera de la moto. Pudo comprobar, que además de las numerosas heridas que tenía por el cuerpo, tenía también un rastro de sangre seca que le brotaba de una ceja, otro más grande que iniciaba en las entradas de su cabello y algún que otro arañazo por las mejillas.

Takemichi avanzó un par de pasos, nervioso:

 —¿¡En serio vas a llevarla a casa?! ¡Necesita el hospi-

Mikey posó su mano en el hombro de Takemichi, quien había detenido al más alto antes de que este se montase en su moto.

 —Takimicchi, vamos 

Mikey tenía la mirada perdida. Acababa de perder a su hermana y, sin siquiera saber aún qué es lo que había ocurrido, notaba que el vacío de su interior iba haciéndose cada vez mayor.

Si la perdía a ella también, no habría vuelta atrás. Por ese motivo, no podían esperar ni pararse a decidir sobre a dónde era mejor llevar a su amiga. 

Todos pusieron rumbo a la casa de ella, quien se agarraba débilmente al cuerpo de Draken, con las pocas fuerzas que le quedaban en las manos e intentando no desfallecer. 

Miraba hacia las calles, las pocas personas que caminaban por ellas; algunas sonrientes, otras que iban apresuradas hablando por teléfonos, un niño que dormía en la espalda de su padre mientras este hablaba con su esposa y entraban al portal de una casa sonriendo. Iba imaginándose las historias que habría detrás de cada una de esas caras, manteniendo su mente despierta e intentando alejar los pensamientos y, sobre todo, tratando de enterrar en lo más profundo de los cajones de su memoria todo lo que acababa de suceder.

Como buenamente pudieron y, tras que Draken le ayudase a lavarse en la bañera mientras los otros esperaban afuera del baño, la colocaron en su cama. Su amigo comenzó a curarle las heridas con lo que Takemichi le iba trayendo del armario que había en el salón de su casa.

Ella apartaba su cuerpo cada que alguno la rozaba, solo las manos de Draken parecían ser las que no provocaban eso en ella.

El alcohol que su amigo le echaba en las heridas le ardía, le escocía y le quemaba como nunca. Notaba que las vendas iban tapando las laceraciones de su espalda y el tacto de la fría crema que le estaba aplicando sobre las magulladuras le provocaba escalofríos por el cuerpo. Pero no se movía. Permanecía con la mirada fija en las sábanas.

Le daba exactamente igual que la vieran de aquella forma: medio desnuda. Su mente no estaba en ella en ese momento. Estaba en las palabras de aquel tipo por el que ahora no sentía otra cosa que no fuera un temor inconmensurable. Ya no por lo que había hecho, sino por lo que podría llegar a hacer.

¿Y si a él también le han hecho algo? No... No pueden con él... No podrían...

Se sentía cansada, quería cerrar los ojos y dormir, pero Draken le había dicho que no podía, y eso era lo único que conseguía mantenerla despierta. Eso, y el roce de las manos de su amigo curándole. 

Pero ni siquiera se dio cuenta de que él ya había terminado y se encontraba afuera de la habitación hablando con los otros dos en voz baja. 

  —Si no llegamos a encontrarla, hubiera muerto allí del frío...Y si seguía perdiendo sangre... eso solo hubiera acelerado todo... Está helada, voy a traer toallas calientes para que entre en calor.

 —Ken-chin, ¿qué ha pasado? ¿Dónde estaba Hanma? ¿No se suponía que estaban juntos?

 —No sé, Mikey, no tengo ni idea. Pero ese cabrón va a tener que darme una buena explicación para todo esto.

No lo pudo evitar, al volver a escuchar ese nombre rompió en lágrimas de nuevo.

Lo necesitaba con ella a su lado, y no estaba. 

Necesitaba abrazarlo, y no estaba. 

Necesitaba que él le dijera que todo estaba bien, que no pasaba nada y que él estaría ahí para ella, como siempre había hecho. 

Y no iba a hacerlo, porque seguía sin estar ahí. 

Entre todas las lágrimas, su vista empezó a nublarse de nuevo, como había hecho antes en aquel callejón, cuando, entre sollozos y quejidos lo llamaba a duras penas en un susurro. Nombrándole. Creyendo que, si repetía su nombre en alto, aparecería por cualquier esquina, de casualidad, como siempre había hecho, para salvarla. 

Pero fue la única vez, que las casualidades y el destino del que ella era creyente acérrima parecían haberla abandonado. No le quedaba nada.

Draken la escuchó, girando su mirada al instante:

 —Mikey, tráeme tú las toallas. Voy a quedarme con ella.

 —Draken... —ella sollozaba con la sábana cubriendo su cara, la apretaba contra ella haciendo fuerza con las manos.

 —Acuéstate, no me voy a ir de aquí. 

Ella se recostó en la cama, aún temblando, mientras Draken permaneció sentado a la orilla de la cama, esperando que su amigo le trajese las toallas. 

Takemichi recogía todas las gasas y lo que habían utilizado para curarla, metía en una bolsa aquellos paños llenos de sangre y los botes que se habían vaciado.

 —Takemicchi, vamos abajo —Mikey ayudó al más alto a colocar las toallas calientes alrededor y debajo del cuerpo de ella—. Ken-chin, ¿qué vas a hacer tú? 

El mencionado miró hacia su amiga, quien con los ojos cerrados había agarrado con una mano la camiseta de este. Seguía llorando.

 —Yo me quedo aquí con ella. Vosotros id a dormir abajo, a los sillones. Mañana estará más calmada, ahora no es momento de hablar nada. Tiene que descansar.

Los otros asintieron y salieron de la habitación cerrando la puerta tras de sí. En cuanto Draken escuchó que aquellos dos bajaban las escaleras, se arrodilló en el suelo frente a la cama, mirando la cara de ella. 

No lo pudo contener, su cara se hundió en el colchón y se maldijo a sí mismo, una vez más, dejando salir las lágrimas que había vuelto a estar conteniendo desde que entraron en aquella casa. 

 —No llores tú también... —la mano de ella le levantó la mirada—. Ya estoy haciéndolo yo por los dos...

Intentó esbozar una sonrisa sin ningún éxito, mientras su mano acariciaba la mejilla de Draken a duras penas. 

 —¿Por qué sonríes? ¿Eres tonta? Hazte a un lado ahí —Draken se levantó y se tumbó al lado de ella, pasando sus brazos para rodearla y que volviese, una vez más aquella noche a enterrar su cabeza en el pecho de él—. Deja de intentar animar a los demás. Por una puta vez, llora lo que tengas que llorar, habla si quieres y ves que tienes fuerzas. Pero no te compadezcas de mí, no hagas eso o solo harás que los dos estemos peor.

Una de sus manos fue hacia sus ojos para quitarse las lágrimas del rostro y tras eso bajo a acariciarle la cabeza a ella. 

 —Lo siento... Ken, lo siento, de verdad... Yo no quería pegarte aquel día. Bueno, sí quería, pero... No quería que todo esto pasara... Emma... Emma está... Y yo...

 —Ya lo sé.

Su mano continuaba tratando de calmar a su amiga, intentando que, con ese gesto, su mente no volviera a estallar al escuchar el nombre de la persona a la que acababa de perder. Quien para él era su mitad. A quién debería haber protegido y no había podido. A la par que la calmaba a ella, pretendía conseguir el mismo efecto en él.

 —¿Quieres hablar o dormir? —preguntó hacia ella en un susurro.

Ella parecía haberse calmado un poco. Su respiración había mejorado y, el estar entre los brazos de su amigo, si bien no eran los que ella hubiera deseado que la estuvieran sosteniendo en ese momento, la reconfortaban. 

 —Draken... 

Aún le costaba hablar, pero necesitaba contarle, al menos a él. Necesitaba desahogarse con alguien y, sobre todo, que alguien le guardase el que había decidido que sería un secreto que se llevaría a la tumba. 

Pues la vergüenza de haber sido traicionada, engañada y humillada por alguien a quien consideraba como un amigo, era superior a cualquier venganza, a cualquier acto de maldad que pudiera pasársele por la cabeza. Sólo quería olvidarlo y, para ello, no podría dejar que los demás se enteraran de lo que verdaderamente había ocurrido. 

Y esta vez no quería lidiar con ese peso sola. Ya no podía más. Y la única persona que en ese momento tenía la certeza que podría ayudarla estaba justo delante de ella. Porque se lo debía.

Ella levantó su mirada y subió su cuerpo como pudo para que las caras de ambos quedaran frente a frente, apoyadas en la almohada.

 —Te estoy diciendo que no te fuerces, boba.

 —Draken.

 —Dime —él la miraba fijamente y, con su mano le borraba los rastros secos que habían dejado las lágrimas en su rostro.

 —¿Podemos hacernos una promesa? Solo tú y yo.

 —¿A qué viene eso?

 —¿Podemos sí o no?

 —Claro. Pero dime qué es, si no, va a ser complicado que te pueda prometer nada.

 —¿Podemos prometer que nunca más nos guardaremos las cosas? Absolutamente nada... Nunca más...

 —Si te lo prometo, ¿vas a contarme qué coño ha pasado?

 —Sí. Pero solo voy a contártelo a ti... es una promesa.

Draken levantó su mano en un puño sacando el meñique. Ella, ayudada por la otra mano de él, levantó el brazo de la misma manera y entrelazó su propio meñique con el de su amigo, sellando de esa forma una promesa que jamás volverían a romper.

Tras separar las manos, ella empezó a contarle todo lo que había pasado hacía unas horas: cómo la habían asaltado en mitad de la calle, mientras desesperada iba buscándolo por las calles; cómo la habían metido en aquel coche y todo lo que había pasado dentro de él.

Draken solo escuchaba y esperaba pacientemente en los momentos en que su amiga, a quién cada vez abrazaba más fuerte, se rompía en llanto e hipidos que la impedían continuar con su relato.

Pero, conforme ella avanzaba, la expresión de este iba tornándose cada vez más oscura y siniestra, sus ojos se iban llenando de rabia y sed de venganza.

 —¿Y Hanma? —no podía creer que todo aquello hubiera pasado si él estaba a su lado.

No le caía bien, eso estaba claro. Pero el hecho de que hubiera estado todo este tiempo al lado de ella había hecho que, al menos, tuviese un trato cordial con él. 

Pero ese pensamiento se esfumó en cuanto ella contestó a esa pregunta que acababa de formular.

 —Me ha... —ella hundió la cabeza aún más en el pecho de Draken—. Me ha dejado, Draken... Se ha ido... Y no he podido... No he tenido opción de...

No se lo podía creer. 

En su vida se hubiera imaginado que esos dos se separarían. Pues, por muy mala relación que él y el novio de su amiga tuvieran, sabía que ellos dos eran tal para cual. Porque, cada vez que los veía, era como mirar a un par de locos inconscientes vivir la vida como mejor podían hacer, pero juntos. 

Recordaba que, la sonrisa de ella cuando estaban los dos juntos, era una que nunca le había visto poner. Con nadie más que con ese tipo de las manos tatuadas.

Odio, ese fue el sentimiento que empezó a nacer en su interior. 

Odio de que aquel chico tuviera tanta importancia en su vida. Odio de que ese tipo pudiese haber jugado con los sentimientos de ella de esa manera. Pero, sobre todo, odio, de que ese "Dios de la Muerte" hubiese sido capaz de hacerla sonreír en la manera en la que, años atrás, Shinichiro le dijo a él que debía hacerlo, para, ahora, transformar esa sonrisa en el llanto más agónico que jamás había escuchado.

 —¿Por qué lo ha hecho?

Ella levantó su mirada hacia su cara, y esbozó una sonrisa triste entre las lágrimas, se sentía estúpida:

 —¿Sabes qué es lo mejor? —sorbió su nariz—. Que no tengo ni idea de por qué lo ha hecho... Pero ha sido así... Me ha dado razones, pero... Pero no me las creo.

Aquello último volvió a romperla y Draken decidió que ya no había motivos para seguir conversando con ella. Si seguía haciéndole preguntas, solo conseguiría que se destruyera a sí misma cada vez más.

Dejó que calmase su llanto poco a poco, hasta que parecía haberse quedado dormida. Fue en ese momento, en el que ella ya no podía verle ni escucharle, que Draken volvió a dejar que sus sentimientos le invadieran y, con todo lo que había ocurrido aquel día, las lágrimas sin llanto salían de sus ojos. Y así, con su amiga entre los brazos, él también concilió finalmente el sueño.

Ambos se sumieron en la profunda oscuridad de la que sin duda era la peor noche de sus vidas. 

Una noche que pondría fin al día en el que, los dos, crearían una fosa infinita entre cada uno de ellos y la felicidad. 

Nunca podrían llegar a tocarla, nunca en su totalidad. 

~ Al día siguiente ~ 

 —Ken-chin, ¿qué ha pasado? —Mikey se encontraba en el salón de la casa, parecía no haber dormido apenas nada, pues las ojeras lo delataban. 

El tatuado bajaba las escaleras mientras se frotaba los ojos e iba a la cocina a beber un poco de agua.

 —¿Draken? —insistió Mikey.

El aludido sacudió la cabeza y reposó sus manos sobre la encimera de la cocina.

Aún estaba asimilando todo lo que había pasado. 

El día anterior había peleado con su mejor amigo, había perdido a su novia para siempre, y estado a punto de perder a su mejor amiga. 

Era demasiado, demasiado para un solo día.

Demasiado para una sola vida.

 —Mikey, ven aquí —su amigo obedeció, y dejó a Takemichi en el salón, quien había conseguido quedarse dormido hacía ahora apenas un par de horas.

 —Cuéntame.

 —Hanma la ha dejado. Por eso no está aquí.

 —¿Cómo? ¿Por qué? ¿Y todas esas heridas? No se las habrá hecho él, ¿verdad?

 —No, no ha sido él. Fueron los de Agatsu... —Draken intentó evitar entrar en más detalles con respecto a lo que le había pasado.

Era algo tan personal y que ella había decidido contarle, bajo la promesa de no decírselo a nadie, que, por una vez, le hizo omitir información a su amigo de toda la vida.

Unos pasos empezaron a sonar en la parte más alta de la escalera, y comenzaban a bajar sus escalones.

 —Mikey... —era Reika, apareciendo desde el segundo piso.

 —¿Qué haces ahí? Vuelve a la cama —Draken subió corriendo las escaleras y la agarró por debajo de los brazos.

 —No, quiero ir abajo. Tengo que hablar con Mikey... 

Draken resopló y la cargó en brazos. Pudo comprobar que su rostro estaba hinchado a causa de los llantos de la noche anterior. Por suerte, sus heridas parecían estar bien, solo se había quejado cuando sin querer le rozó una de las que había en su espalda.

 —¿Te duele mucho?

 —Un poco, pero no es para tanto... solo me duele un poco la barriga.

La llevó hasta el salón y la colocó en uno de los sofás. Ella miraba alrededor, parecía estar algo desorientada, o así la vieron sus amigos.

Lo que ella en realidad hacía era buscar con la mirada, en todos los rincones de la casa. Todo le traía recuerdos, era el primer día que se levantaba y no escuchaba el tintineo de una cadenita a su lado, o unas risitas en la cocina mientras el olor del café recién hecho le inundaba el sentido del olfato.

Sacudió su cabeza, intentando alejar esos pensamientos tan solo unos minutos:

 —Mikey... ¿puedes venir?

 —Estoy aquí. 

No hacía falta que lo llamase, ella no se había dado cuenta, pero Mikey ya se había sentado al lado de ella y posaba una de sus manos en su hombro. Ella miró al lado y al verlo lo único que pudo hacer fue tirarse a sus brazos. 

Le costó, aún se sentía asqueada, pero necesitaba a su otro amigo más que cualquier cosa en ese momento.

 —Lo siento, Mikey. Siento todo —decía, en voz baja con la cabeza hundida en el hombro del otro—. Pero ya no puedo más... no quiero perder a nadie más... Mikey, por favor. Teníamos que haber planeado todo mejor... Mikey, por favor... Déjalo ya de una vez, dejémoslo todo, por favor.

 —¿Qué me estás pidiendo?

 —Os estoy pidiendo, a todos, por favor, que intentéis ser felices. No quiero veros sufrir más, no por mi culpa, ni por la de nadie. Mikey... casi todos los miembros de la ToMan la han abandonado... o se han unido a Izana y a K... —evitó el nombre—. Ya no podemos hacer nada más... Y no quiero perderos de nuevo, a ningún otro, por favor... Mikey, la ToMan se fundó para proteger a las personas... Pero nos estamos olvidando de nosotros mismos... Por Emma. Vamos a hacerlo por ella, por favor...

Las lágrimas volvían a salir de sus ojos y humedecían el hombro de Mikey que, aún, con la mirada fija al frente, acariciaba la cabeza de su amiga gentilmente. 

Ella se llevó una mano al abdomen en esa misma postura y comenzó a gemir un poco más, al parecer, las heridas sí le dolían más de lo que estaba disimulando. Pero no eran esas de su espalda las que le molestaban en ese momento.

 —Lo sé —el chico sonrió tristemente sin despegarse de ella—. Pude verlo con mis propios ojos... No habrá más pandillas. El que no quiere veros sufrir más soy yo. Se acabó. Acabo de darme cuenta... 

El rubio notó que su amiga había dejado de moverse y que tenía los ojos cerrados en su hombro.

 —¿Qué es eso? —Draken señaló a las piernas de la chica, que se teñían cada vez más de un rojo intenso en los muslos de ella, uno más intenso del que habían visto nunca. 

Ella solo pudo escuchar algunos gritos difusos de sus amigos que, alborotados, habían despertado al que estaba durmiendo para que les ayudara a llevarla al hospital de inmediato. 

Ya no les importaba que ella les recriminase nada por llevarla. Siempre supieron que no le gustaban los hospitales, pero esa vez no tuvieron más remedio. Porque no sabían qué era lo que estaba pasando, y ella no estaba despierta para poder ayudarles. 


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