~ 𝑺𝒆𝒕𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒄𝒊𝒏𝒄𝒐 ~

Recomendación de canción: Lovely - Billie Eilish (with Khalid)

~  1 de marzo de 2013 ~ 

¿Ves eso Shuji? Está nevando otra vez... y eso que apenas da comienzo la primavera...

Es curioso... sí, lo es. Es curioso lo extraño que se me hace el estar aquí mirando por la ventana y no escuchar tu risa detrás de mí, no escuchar el ruido del agua caliente saliendo de la ducha, o no oler el aroma al café y tabaco que siempre inundaba la casa por las mañanas.

Llevaba ya una semana sin salir de casa desde que volví del hospital. Decidí alejarme de todo. No quería saber nada de Tenjiku, ni de los que se suponía eran mi familia.

No quería tener nada que ver ya con nada.

No había ido a trabajar siquiera. Draken llevó los papeles del médico a la tienda y le contó a mi jefa la mentira de que había tenido un accidente de moto. 

En el hospital, sin embargo, no se lo habían terminado de creer. Todo debido a que me hicieron una exploración completa y, más aún, después de que se dieran cuenta de lo que me estaba pasando. Tuvieron que mirarme todo... y yo... yo no quise declarar...

No quería que esas imágenes volvieran a mi cabeza una vez más... me habían arruinado la vida no solo a mí... sino también a aquello que apenas había empezado a formarse en mi interior. Aunque no tuviera conocimiento hasta el mismo día en que lo perdí, me dolió de la misma manera en que si sí hubiera tenido constancia de ello. 

Me pasaba las horas imaginando cómo hubiera sido, en qué hubiéramos hecho, si hubiéramos seguido adelante con esto o si quizá eso nos hubiera traído otra pequeña discusión como la que tuvimos días antes de que todo se torciera.

Desde que salí del hospital el médico me había colocado un cabestrillo en el brazo. Al parecer me lo había lastimado más de la cuenta. La jefa se portó tan bien como siempre, hasta le dio a Draken un montón de bolsas con comida y demás para que pudiese pasar el tiempo que me restaba de recuperación sin tener que ocuparme de cocinar y cosas así.

Pero esa comida iba a echarse a perder tarde o temprano. Si comía algo, era obligada por Hina, quien empezó a venir a mi casa más de seguido a hacerme compañía.

En realidad, casi siempre había alguien aquí... se estaban turnando para cuidar de mí. 

Mitsuya casi había montado su estudio aquí y pasaba las mañanas conmigo en el salón; mientras él cosía cualquier prenda yo me limitaba a ver la pantalla del televisor sin prestar mucha atención a lo que fuera que estuvieran echando en ese momento.

Hina solía venir a las horas de las comidas. Takemichi la acompañó un par de veces y entre los dos me insistían e insistían hasta que terminaba de comer lo que tocase ese día. Aunque luego acabase vomitándolo sin que ellos se dieran cuenta. Aún me estaba recuperando de todo aquello.

Por las tardes era cuando venía más gente. Habían vuelto a establecer mi casa como punto de encuentro para pasar el rato.

Todos me habían visitado al menos una vez durante esa semana.

Todos.

No me molestaba. Ellos se dedicaban a hablar y yo a observar desde una esquina del sofá. 

Me perdía en las conversaciones que tenían y no me enteraba de la mitad de las cosas que decían. Mi mente estaba siempre en otro sitio y no eran pocas las veces que tenía que disculparme para ir al baño de la planta de arriba a llorar con una toalla contra mi cara. 

No quería que me vieran así. No me merecía nada de todo lo que estaban haciendo por mí, y aún así, seguían haciéndolo.

Por las noches era peor.

Draken se quedaba conmigo, pero no podía seguir así. Él necesitaba tanto como yo que lo cuidaran en ese momento. Y yo no era la indicada para ello ahora mismo. 

No podía quedarse cuidando de mí en esas largas noches en las que yo no pegaba ojo y, cuando me cercioraba de que él por fin se había quedado dormido, me levantaba y lo único que hacía era dar vueltas por la casa, mirando hacia todos lados y abrazándome a mí misma intentando contener las lágrimas un día más.

Salía al patio, a pesar del frío que hacía, y me sentaba en el peldaño de la entrada a fumar mirando al cielo, enrollada en una manta cual fantasma. 

Ya ni el tabaco conseguía calmarme.

Además, ya no lograba ni fumarme un cigarro entero.

Odiaba el maldito hecho de que mi cuerpo se hubiera acostumbrado tanto a fumar solamente hasta la mitad de ellos que, si fumaba más, me sentaban mal.

Lo odiaba, ya no solo porque era un desperdicio o me produjese malestar, sino, además, porque me recordaba que yo también estaba a medias. Me había quedado partida por la mitad... como esas colillas que podían verse en el cenicero que tenía al lado.

Le había llamado. Todas las noches. Pero siempre saltaba el contestador y también siempre, tras el pitido que daba aviso para dejar un mensaje de voz, las palabras salían solas de mi boca... eran mensajes cortos, pero recordaba todos y cada uno de los que le había dejado en esos días...

Shuji... ¿podemos vernos?

¿Cómo hemos llegado a esto?

Te echo de menos, Shuji...

Oye... ¿vas a venir a por tus cosas?

Shuji... ¿vas a volver?

¿Esto es una de tus bromas?

Te necesito...

Por favor, dime algo.

Shuji... necesito contarte una cosa...

Te amo... contéstame por favor.

¿Esto es de verdad?

Soy patética enviándote estos mensajes.

Pero hubo un día que me enfadé conmigo misma y empecé a plantearme todo aquello que dijo. No podía creerme sus palabras; él no habría sido capaz de hacerme eso, por más que me lo confirmara tan vagamente como lo había hecho. Era imposible, y, sin embargo, por unos instantes le creí.

Lo peor de todo, era que eso no generaba una sensación de odio hacia él, si no hacia mí misma. Porque a pesar de todo aquello, mi mente no dejaba de pensar en él, y mi corazón no dejaba de doler. 

Estos sentimientos no iban a desaparecer de la noche a la mañana, deberían de haberlo hecho con todo aquello, pero aún le quería, aún le amaba como a nadie, y eso... eso era lo que más me dolía, la imposibilidad de dejar de hacerlo a pesar de todo el daño, ya no solo a mí, si no a personas ajenas a nuestra relación.

Eres un cabrón mentiroso, Shuji.

Me gustaría poder hablar con Emma, ¿sabes? Pero no puedo... por vuestra culpa...

Dios... por favor Shuji... no lo soporto.

Shuji... mañana voy a sacar tus cosas de casa, las voy a dejar en la puerta, si no vienes, las tiraré a la basura ... Era mentira, vas a volver ¿verdad? Te quiero... siempre voy a hacerlo... a pesar de todo... soy una mierda de persona Shuji, una egoísta, soy incapaz de odiarte, porque, en el fondo de mi ser, sé que tú no tuviste nada que ver, aunque tus palabras se me clavasen como puñales, aunque intentases convencerme una y otra vez de lo mismo... todo esto no es más que una mentira... y quizá sea una egoísta y una hipócrita, pero ¿qué daño puede hacerme eso ya? Si ya estoy vacía... ya no me importa quedarme sola, porque así me siento, a pesar de que ellos estén aquí conmigo... mi cabeza siempre va a defenderte, y no voy a poder lidiar con eso... ¿qué me has hecho Shuji?

Hubiera seguido dejando mensajes, hasta recibir una respuesta, de no ser por aquella maldita voz de la que parecía haberme hecho amiga. 

Esa voz que ayer me dijo que el buzón del teléfono al que estaba llamando estaba lleno y no podía recibir más mensajes.

Pero hoy, que miraba como la nieve caía a través de la ventana del salón, esa voz de mujer tenía un comunicado nuevo para darme:

"El número al que llama no existe"

Estallé en gritos de llanto. Mi cabeza daba vueltas a todo de nuevo. Ya no sabía si habría escuchado todos aquellos mensajes, no había tenido ni una sola respuesta de parte de Shuji. 

Pero, ¿de verdad esperaba recibir alguna? Me había arrastrado entre el fango enviándole todo aquello, esperando que apareciese por la puerta, esperando escuchar su risa una vez más, deseando que volviera con un "Ya estoy en casa" todo este tiempo.

Me despojé de la manta que me cubría una noche más y arrasé con todo lo que veía a mi paso; todos los vasos que habían quedado en la mesa del salón cayeron al suelo por culpa de mi rabia, rompiéndose en mil añicos. Pero me daba igual.

La pared recibió dos o tres puñetazos, y mis nudillos no dolían tanto como lo hacía mi pecho.

Mis pisadas subiendo las escaleras eran inaudibles entre mis sollozos. Hasta las preguntas de un Draken asustado al haberse despertado de golpe a causa del ruido que estaba haciendo se perdían entre mis gritos de cólera.

 —¡Déjame! ¡Draken! ¡Déjame!

 —¿¡Qué pasa!? ¡Háblame!

 —¡Nada! ¡No quiero hablar ahora, Draken! 

Tampoco quería discutir con él, apenas podía gritarle entre los sorbidos y las lágrimas que inundaban mi rostro.

Fui directamente al armario de la habitación y empecé a sacar toda su ropa sin cuidado ninguno, con perchas y todo incluido, tirándolo encima de la cama. Draken solo se limitó a mirarme por unos segundos hasta que mi cuerpo no se sostuvo más en pie y caí al suelo de rodillas, delante de un mueble que ahora estaba vacío, pero que aún conservaba el olor a su perfume. 

Sólo quedó una prenda colgando, una chaqueta blanca con un ángel negro de la que me había adueñado el día que verdaderamente le conocí.

"Toma, déjate esto puesto, hace frío, igual no es de tu agrado, pero mejor así que enferma en la cama"

Sus palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez, como si acabase de decírmelas ahora mismo. Y también lo hacía la respuesta que aquella vez le di.

"Gracias, pero pienso quemarla después"

Pero nunca cumplí aquello. No había visto la necesidad de hacerlo, o quizá se me olvidó en su día.

Giré mi vista hacia Draken, ya no estaba donde antes. Se había puesto a meter todo lo que yo iba tirando a la cama en una enorme bolsa de basura, él también parecía enfadado con todo aquello, y eso solo me hacía sentir peor.

 —Draken... para... yo puedo hacer eso.

 —Déjame ayudarte... No estás sola... venga, dame esa chaqueta que queda ahí. Ya he tirado todo lo que había en el baño, no tienes porqué hacer esto tú.

Me ayudó a incorporarme del suelo y con las manos temblorosas descolgué la chaqueta. Me quedé un momento mirando el ángel negro sin cabeza que tenía bordado en la espalda... y me reí para mis adentros. 

Una vez más, todo me parecían referencias. 

Hundí mi cara en la chaqueta y la abracé con fuerza. Ya no lloraba, solo sentía rabia, quizá fruto de la ansiedad que estaba empezando a crecer en mi interior y que fue haciendo que mi pecho se contrajera cada vez más.

 —¿No quieres tirarla?

 —No.

 —Pero-

 —Vamos al patio.

Recomendación de canción: Solo - Dan Berk

¿Qué día es? ¿Y qué hora?

Me levanté del suelo donde me había vuelto a quedar dormido sin darme cuenta. 

Estaba hecho una mierda, llevaba así desde aquel día. 

Me había pasado todo este tiempo entre el humo del tabaco y el ardiente alcohol pasándome por la garganta. trago tras trago, botella tras botella. si me sentaba mal no me importaba, quizá sería mejor morirme aquí, en esta vieja casa, solo y sin nadie a mi lado... 

Siempre pensé que moriría de esta manera.

Mentira, no siempre pensé así.

Una vida mejor, una vida donde los dos hubiéramos llegado a viejos. O no tan viejos. Los dos teníamos los días contados por culpa de nuestros malos hábitos pero, aún así... Solo un poco más. Un poco más de tiempo, un poco más de vida juntos. Con eso hubiera sido feliz.

Pero ya no más. 

No habrá más risas. Ni más escapadas nocturnas. Ni más miradas cómplices delante de los demás. Ni conversaciones estúpidas. Ni momentos que solo ella y yo conocíamos y disfrutábamos como nadie... 

No habrá nada de eso, por mi culpa. Por imbécil. Por dejarme hacer como siempre.

Todo esto no era culpa de Kisaki. Ni de ella. Era mía, solo mía; por no haberme dado cuenta antes de todo lo que pasaba a mi alrededor.

Miré por la ventana del salón. Era de noche ya, y hoy debería haber ido al trabajo. No había dicho nada, llevaba sin aparecer por allí desde que todo esto había pasado. Y, seguramente, me despidieran en cuanto volviera a aparecer por allí.

Pero, ¿qué importaba? Últimamente solo iba a trabajar por conseguir dinero para poder estar tranquilo con ella. Que no tuviéramos ningún problema en casa, y, sobre todo, ahorrar para poder llevarla a todos los sitios con los que soñaba ir.

Incluso si hubiera querido, me hubiera deslomado en cualquier tipo de trabajo para llevarla al fin del mundo si eso fuera lo que ella hubiera deseado. ¿Pero ahora? Ahora solo lo necesitaba para comprar tabaco y alcohol en el que esperaba ahogarme un día.

Me dolía la cabeza, muchísimo. Pero más me ardían los ojos y más me mataba la presión en el pecho. Llevaba todos estos días en un bucle infinito de borrachera, llanto, rabia e ira, intentando autocompadecerme, pero no podía hacerlo.

Si alguien no tenía derecho de hacerlo era yo, y lo peor de todo, era que no tenía ningún tipo de escapatoria a eso.

La idea de tomarme un viejo bote de pastillas que encontré en la casa de mi madre se me pasó por la cabeza una de esas noches y, cuando estuve a punto de hacerlo, no pude.

Por primera vez sentí terror, un miedo inconmensurable ante la incertidumbre de lo que podría llegar a pasarle si yo no estaba. Si al final Kisaki cumplía con su palabra, y yo desaparecía... ella también lo haría. Y ni mi fantasma podría perdonarse eso. 

Nos había atrapado a los dos, de una manera que ni ella se imaginó.

Joder, enana... con lo lista que eres... tú seguro que hubieras ideado algo... algo para escapar de todo esto 

Y ya era tarde.

¿O quizá no tanto?

Esos mensajes que me había dejado antes de tener que cambiar de número de teléfono... solo habían hecho que creciera en mí el deseo de ir a su casa, llevármela de allí, irnos lejos solo los dos, a cualquier lugar donde no pudieran encontrarnos, aunque fuera difícil, quizá había alguna esperanza.

Quizá su destino podría ayudarnos una vez más, solo una más.

De repente la ansiedad se adueñó de mí.

Me levanté corriendo del suelo y eso lo único que hizo fue que mi cabeza diera vueltas debido al mareo. No cogí nada más que las llaves de la moto y no lo pensé dos veces, arranqué y me puse en camino a aquella casa donde habíamos compartido tanto en tan poco tiempo.

Me daba igual lo que me dijera, iba a llevármela de allí, a donde fuera, así tuviera que ser a la fuerza, no podía dejarla ahí. No sin mí.

La carretera estaba helada. La moto me patinó varias veces. De hecho, casi me caigo en una curva, pero no iba pensando en mi seguridad en ese momento. Solo quería llegar cuanto antes.

Iba como un loco, hasta una ligera sonrisa se me había dibujado en el rostro pensando en la idea de poder volver a verla, pedirle perdón y que, por obra de magia, ella lo aceptase. Que me creyera y se olvidara de todo lo que le había dicho.

Que, de verdad, no me hubiera dejado de querer de la noche a la mañana.

Por favor...

Un humo espeso salía del patio de la casa ¿un incendio? 

Por un momento me helé, pero, al acercarme un poco más, me di cuenta de que aquello no era producido por ningún fuego descontrolado... ahí estaban quemando algo.

Apagué el motor a unos metros de la casa y me acerqué caminando, sin saber, que al escuchar esa voz, daría todo finalmente por perdido.

 —¡Oye! ¿Qué estás haciendo ahí arriba? ¡Baja de una vez!

¿Draken estaba aquí? ¿Por qué? ¿Y por qué justamente él? No la escuchaba a ella, no escuchaba su voz... Imaginé que estaría dentro de la casa, y que él estuviera aquí solo lo complicaba todo, una vez más, mi plan se acababa de desmoronar en apenas dos segundos. 

Él no me iba a dejar llevármela de allí, lo tenía por seguro.

Le di un puñetazo al muro de cemento y empezó a brotar sangre de mis nudillos. Daba vueltas en círculos, solo, en la oscuridad de la noche, intentando que alguna otra idea se me viniera a la cabeza, alguna posible escapatoria.

Y escuché su risa... esa risa inocente que parecía venir de la habitación de la planta superior.

Me fijé en que la ventana estaba entreabierta y no pude evitar hablar casi en un murmullo rasgado:

 —Idiota... cierra las ventanas o te vas a congelar...

Sin quererlo, y al haberla escuchado reír, las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos y me quedé sonriéndole a la ventana.

 —Está bien, así está bien, ¿no? Yo no voy a poder darle la tranquilidad que ella quiere... no con el plan de mierda con el que he venido aquí... Está bien así...

Sequé en vano las lágrimas que seguían saliendo mientras volvía a la moto apresuradamente, así estaría todo bien, al menos para ella...

Eché un último vistazo a la casa... Y me fui sin mirar atrás.

Nos había costado, pero con un poco de gasolina de la moto de Draken todo era más fácil.

La chispa del mechero que encendió un palillo fue rápida.

El fuego inició más lentamente.

El humo no tardó en inundar nuestro alrededor, envolviéndonos a los dos.

La nieve que había en el patio alrededor de ese viejo cubo de metal empezó a derretirse incontrolablemente.

Mis manos, aún con dudas, agarraban esa chaqueta cerca del fuego.

Y, cuando no me di cuenta, una de las mangas se prendió.

Siendo así, tuve que arrojar la chaqueta al cubo casi al instante, para evitar quemarme.

Pero tuve que observar cómo ese primer objeto que recibí de él se consumía lentamente, como un recuerdo extinguiéndose poco a poco, y cómo, aquel ángel, fue invadido por unas llamas imparables que empezaban a destruirlo todo.

Otra lágrima recorrió mi mejilla y subí a la habitación, me agaché en el suelo y saqué aquella caja negra de debajo de la cama con la idea de hacer lo mismo que acababa de hacer con la chaqueta. La abrí y ahí estaba todo... la lista, el pendiente y aquel llaverito de peluche, lo único que quedaba de él en esa casa ahora mismo era eso... miré una vez más hacia el armario y vi el jersey que me había regalado la primera navidad... y no pude, me pudo más el dolor de perderlo todo de golpe, hoy no podría deshacerme de todo aquello. Doblé el jersey y lo metí en la caja, cerrándola y guardándola de nuevo bajo la cama.

 —¡Oye! ¿Qué estás haciendo ahí arriba? ¡Baja de una vez!

Draken apareció por la puerta de la habitación casi al segundo de haber gritado aquello y me miró de arriba abajo:

 —Se acabó ya el llorar. Ya no hay nada de por medio, ¿ves?

Miré a mi alrededor, tenía razón y asentí levemente.

 —Venga, sonríeme un poco anda —se estaba acercando hacia mí poco a poco—. Que me has despertado de un susto y he tenido que ponerme a encender un fuego a las tantas... ¿te has vuelto pirómana o qué? 

Empezó a hacerme cosquillas por los costados y consiguió que no pudiera aguantarme la risa.

 —¡Draken! ¡Para! ¡Para que me meo encima!

Tras unos segundos más en los que me había hecho reír, paró. Y aunque fuera lo último que me apeteciera en ese momento, lo agradecí.

Agradecí el hecho de que estuviera ahí conmigo. Y quizá no era el mejor momento, pero quería que él también supiera que podía desahogarse conmigo, así que mientras caminaba por la habitación para ir hacia afuera decidí sacarle el tema.

 —Draken, yo...

Pero al pasar por al lado de la ventana, desde la que se veía la calle, me detuve en seco. Estaba ahí.

 —¿Sí? Dime.

 —Shuji... —mis ojos se habían quedado clavados tras el cristal, con la mirada perdida en su figura.

 —¿Qué?

Empecé a correr escaleras abajo, me golpeé sin querer con la barandilla en el brazo que aún llevaba en el cabestrillo y eso me hizo dar un traspié en los últimos escalones. Me levanté del suelo tan rápido como pude y mi respiración volvía a estar a cien por hora.

 —Shuji...

Hablaba a la nada mientras corría hacia la entrada, con Draken siguiéndome unos pasos atrás.

 —¡Para! ¿¡A qué viene esto!? ¿¡Está ahí!? ¡Dime que no está ahí, porque como esté lo pienso matar! 

Me había agarrado del brazo deteniéndome y sin dejarme avanzar, pero conseguí zafarme de él de mala manera a los pocos segundos.

No le contesté. 

Con cada respiración que daba notaba una sacudida en el pecho, corriendo hacia la puerta de fuera como una desesperada. Nunca me había sentido así. Esta sensación era nueva para mí. La presión de mi pecho era más grande que nunca. 

Quería llegar a tiempo, quería saltar a sus brazos de nuevo, sentir su respiración contra la mía y sobre todas las cosas, quería poder besarle como nunca. 

Tenía la esperanza de que mis mensajes le hubieran hecho reaccionar y que hubiera vuelto, que hubiera regresado por mí.

Escuché al lejos el rugir de una motocicleta cuando al fin salí por la puerta de la entrada.

Y vi su silueta disiparse al final de la calle.

Desapareciendo ante mis ojos.

Creía que, esta vez, sí sería para siempre.

Me dejé caer sobre mis rodillas contra el duro asfalto. El brazo que no me sujetaba aquel cabestrillo perdió toda la fuerza y ahora colgaba de mi cuerpo como si no formase parte de él, al igual que mi propia esencia, que parecía haberme abandonado por completo en ese momento. 

Mi mirada se quedó fija al frente, ni siquiera sabía si estaba pestañeando o no. 

Lo único que noté en ese momento fueron los brazos de Draken, abrazándome mientras yo continuaba con la vista hacia el final de aquella carretera, y cómo ésta iba acristalándose poco a poco, inundándose una vez más de esas lágrimas, que, en ese momento, parecían ser la mismísima sangre de mi alma.

 —Reika... tranquila... —mi amigo susurraba en mi oído intentando calmarme.

 —Draken... ya no...

 —¿Ya no qué? 

Él pasaba su mano acariciándome de manera cuidadosa la espalda. Si bien no quería tener el tacto de ningún hombre sobre mi piel, el suyo no me afectaba. Era como si él siempre hubiese tenido ese poder en mí. El de, por muy mal que fueran las cosas, estar ahí para protegerme, ayudarme a levantarme de mis caídas. 

Sin embargo, seguía sin poder compararse a lo que sentía con Shuji.

 —Draken... ya no... Ya no quiero que me llaméis así... no quiero recordar todo esto.

No pude decir nada más

Más rápido, más fuerte, haz que el aire te despeje.

Apretaba con fuerza el puño de la moto, quería llegar cuanto antes a encerrarme una vez más en la casa de mi madre. 

Pensé por un momento que quizá no debería haber salido de allí esta noche, esto solo me había llevado a tocar fondo por completo, a cavar mi propia tumba y arrojarme a ella sin ningún tipo de contemplación.

No la molestaría nunca más. No la buscaría. No haría por verla. Nunca la llamaría y, por supuesto... mis manos nunca volverían a tocar su piel. Mis ojos volverían a recorrer esas preciosas alas que adornaban su espalda.

Alas que, por mi culpa, seguramente ahora mismo no sabrían cómo emprender el vuelo para alejarse de todo.

Me consolaba saber que, al menos, y después de todo, no estaba sola. Aunque la compañía que iba a tener seguía sin hacerme la menor gracia... aún estaba resentido con todos ellos por no decirle la verdad cuando la sabían... a pesar de que aquí y ahora... el mayor mentiroso de todos era yo... qué hipócrita, al final estoy haciendo lo mismo que ellos...

Seguía dándole vueltas a todo. 

Al tiempo que habíamos pasado juntos. Todos los momentos y, en especial, a cómo habían sido los últimos días. Quizá debí aprovechar mejor cada minuto que pasé con ella, dejar mis preocupaciones a un lado. Pero ya no podía volver el tiempo atrás, eso era imposible... 

Tan imposible como que lo nuestro de verdad hubiera funcionado de alguna manera... 

Estaba intentando autoconvencerme desde bien temprano de eso, quizá tratando de engañar a mi subconsciente.

Tan sumido en mis pensamientos, no me había dado cuenta de que hacía un rato me estaban siguiendo algunas motos, pero tampoco era nada raro. Aunque fuera de noche, estaba conduciendo por una de las zonas con más afluencia de vehículos, así que continué con mi camino.

Pero al cabo de un rato empezó a extrañarme.

Giré mi mirada un momento hacia atrás; eran tres motos y en cada una iban dos personas montadas. Comencé a dar rodeos sin ningún sentido y, en cierto instante, volví a girar mi cabeza para mirar a aquellos tipos, comprobando que una de esas tres motos ya no estaba ahí.

Volví a mirar al frente y no me dio tiempo de reaccionar. Aquella moto se había parado justo frente a mí, cortándome el paso y haciendo que, instintivamente, diera un giro brusco que me tiró de la moto contra el asfalto.

La moto estaba a unos cuantos metros de mí, tumbada en el suelo y aún con las ruedas girando. Había caído a la carretera sobre mi costado izquierdo y el brazo me dolía horrores, no parecía estar roto, pero a causa del derrape que había hecho mi cuerpo en el suelo, me notaba toda la piel ardiendo. Levanté la mano para quitarme el casco y poder ver qué era lo que estaba pasando y si lo de mi brazo era grave, pero alguien se me adelantó, tiró de ese casco de manera violenta y lo arrojó de una patada hacia el otro lado de la carretera.

 —¿Dónde ibas tan rápido? ¿Eh, Hanma?

Era aquel tipo... el de Agatsu. Junto con otros cinco más, que se habían posicionado a mi alrededor formando un corro. Me incorporé adolorido sobre uno de mis codos e hice por levantarme del suelo.

 —Oye, Yamanaka... ¿estás seguro de esto? —uno de los otros tipos se acercó al que me miraba con su cuerpo agachado.

 —Segurísimo —sonrió ampliamente y de manera diabólica—. Ya, quitando las ganas que tenía de devolverle lo de aquella vez... —no me dio tiempo a reaccionar, mi mente no estaba para aquello en ese momento, y un fuerte puñetazo impactó sobre mi rostro, tendiéndome de nuevo en el suelo—. Él nos ha dicho que a la mínima que se acercara por allí, le diéramos un aviso... Por si el suyo no le bastó.

Yamanaka parecía estar disfrutando de esto. 

¿De quién hablan? Ah...ya...comprendo... así que a esto se refería... un momento...

Pasé mi mano por el hilo de sangre que brotaba de mi labio inferior para limpiarlo.

 —Oye, desgraciado —volví a incorporarme sobre mi brazo—, ¿eso es todo lo fuerte que puedes pegarme?

Su expresión jocosa se tornó en una de odio, y los demás se miraron entre ellos antes de volver a sus motos, donde empezaron a agarrar algunos objetos que, debido a la oscuridad no pude distinguir.

 —¿Esto? —Yamanaka volvió a reír alto—. Esto es solo el principio...

No pude responderle, habían empezado a golpear mi cuerpo con todo tipo de armas, de las que pude distinguir: una vieja tubería, un bate y una gruesa rama. Intentaba levantarme a devolverles los golpes, pero no me dejaban, y tampoco tenía fuerzas... 

Quizá merecía todo esto.

No sé cuánto tiempo se la pasaron asestándome golpe tras golpe, haciendo que mi cuerpo cada vez doliese más, pero en mi mente no había cabida para el dolor. Solo podía pensar en ella. En si esto podría afectarle de alguna manera. El que yo hubiese cometido la imprudencia de ir a buscarla aún después de haber recibido aquella amenaza.

 —Ni...se os ocurra... —balbuceé una vez parecieron haber quedado satisfechos.

 —¿Qué dices, desgraciado? ¿Aún tienes ganas de charla?

Tosí y un poco de sangré salió disparada de mi boca.

 —Ella... ni se os ocurra tocarla...

 —¿Ah? —ese tipo, Yamanaka, sacudió la tubería en el aire—. No te preocupes por ella, Kisaki dijo que no le pasaría nada, siempre y cuando tú te comportes tal y como te dijo... Este aviso es únicamente para ti.

Los demás ya estaban montados en las motos, murmuraban, pero parecían dispuestos a salir de ahí antes de que alguien viera la escena. Yamanaka les dirigió una mirada sonriente y burlona.

  —Verdad, ¿chicos? ¿Verdad que este aviso es solo para él? De ella no tenemos ninguna orden, ¿a qué no?

 —S-sí, pero vámonos ya. Antes de que venga la policía, Yama —gritó otro mientras me miraba con una cara extraña.

 —Bueno, pues aquí ya está todo el trabajo hecho —Yamanaka tiró la tubería a un lado de donde yo había quedado tirado, haciendo que el ruido del metal resonase por toda la calle—. Vámonos.

Me quedé allí tirado, soltando quejidos con mi garganta cada vez que intentaba moverme. Seguramente todos esos golpes me dejarían el cuerpo hecho una mierda durante unos cuantos días. Mi cuerpo permaneció tumbado boca arriba por unos momentos más, mirando hacia la oscuridad del cielo nocturno y, de nuevo, varias lágrimas volvieron a salir por mis ojos.

Mi castigo... este será mi verdadero castigo. Y ni puedo ni quiero hacer otra cosa que aceptarlo.

Aceptar vivir así. Una vida de mierda, sometido una vez más a los hilos que salen de mi cuerpo y son controlados por alguien más, si con eso puedo asegurarme de que tú estés bien.

Por favor, enana... Haz solo una cosa más por mí.

Intenta ser feliz... intenta serlo por los dos.

...

...

...

(Recomendación de canción: Piano in the sky – Winona Oak)

Hace frío, qué raro...

Su puta madre, qué frío de repente, voy a coger una manta.

Bah, qué más da, fumo el cigarro y entro al piso.

—A ver... el tabaco...aquí...y el mechero ¿Dónde coño lo he puesto? Ah... aquí estás.

Abrí el paquete y saqué un cigarro que encendí al instante.

Abrí el paquete, no me quedaba tabaco, le diré a Draken que me compre antes de volver.

Me quedé fumando tranquilamente, observando cómo pasaban los coches por la carretera.

Abracé mis piernas bajo aquella manta, y me quedé mirando hacia el patio de la casa con la mirada perdida.

Últimamente ya no pensaba en nada, solo en cómo pasar el día de manera que en mi cabeza no revolotease su recuerdo con cada cosa que veía por la calle.

¿Qué haré hoy? ¡Ah! Sí... lo mismo de todos los días, revolcarme en la miseria y recordarle, para variar, total, ya se ha vuelto costumbre el fingir las sonrisas.

Joder...Reika...

Mierda...Shuji...

No... mi enana...

Vuelves a ser mi desconocido...

Ya han pasado tres meses...

Parece una eternidad...

Y aún te quiero... imbécil.

...

Fue entonces, en ese momento, cuando tras esa declaración hacia la nada, ambos se hicieron la misma pregunta.

¿Cuál sería la peor manera de morir?

Y también, fue ahí cuando ambos se percataron de que conocían perfectamente la respuesta.

Alrededor de ellos siempre hubo un factor que fungía de pilar en su relación; un destino, que se escapaba más de lo que ellos podían a llegar entender en ese momento y que había decidido separarlos, quizá para siempre, obligándoles a no poder recorrer las mismas calles, tomados de la mano y riendo con cualquier broma como solían hacer, instándoles a que sus vidas tomasen caminos separados a partir de ese momento.

Ellos, dos jóvenes que compartían algo más que su afición por los problemas y la diversión que esto les provocaba, más que el hecho de haber coincidido un par de veces al comienzo de su historia, más incluso de lo que ellos mismos sabían...

Y, es por eso por lo que, quizá, si les preguntaseis que para ellos cuál sería la peor manera de morir... la respuesta de ambos sería idéntica, pues los dos habían probado el dulce veneno del amor, y habían dejado que este invadiera todos sus sentidos, volviéndose una adicción, una necesidad. Los dos se habían vuelto dependientes de la droga más peligrosa que existe.

Para ellos, esa manera tortuosa de morir era la de tener que vivir enamorados el uno del otro.

Vivir así, amando a alguien que jamás podrían llegar a tener otra vez.

Pero ambos, igual de locos y estúpidos, también eran ignorantes de que ese destino aún les tenía preparado algo más... otra oportunidad de poder retomarlo todo donde lo dejaron.

Pero, para eso, primero deberían dejar pasar el tiempo, deberían darse cuentas de que, por más que lo intentaran, ninguno de los dos podría olvidarse del otro a pesar del paso de las estaciones, a pesar de todas las veces que esa nieve cubriera año tras año sus corazones, intentando enterrar un sentimiento tan ardiente que podría derretirla en segundos.

Y, lo que tampoco sabían, era que ese destino, volvería a dejarlo todo en sus manos. 

Este les daría la oportunidad de intentarlo una vez más... solo una vez más... pero, como bien dejó en claro uno de los dos... al final, todo dependería de la voluntad de ellos por cambiar ese futuro.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top