~ 27 de octubre de 2019, 17:30 p.m. ~

Hacía frío, pero no era de extrañar. Volvía a ser esa época del año en la que hace falta llevar algo más que una simple sudadera como la que vestía en ese momento.

No entendía qué hacía aquí. Más bien, no sabía ni cómo había reunido el valor necesario para encontrarme frente a estos dos pilares grisáceos que ejercían de entrada a uno de los lugares más silenciosos de la ciudad. 

Algo me frenaba a cruzar esa entrada, como si este fuera el verdadero final de mi viaje. De nuestro viaje. El cual, aunque nunca pudimos hacer juntos, a mí me había hecho darme cuenta, una vez más, de cómo su influencia podía repercutir en mí. 

Había conseguido mantener mi mente distraída de todo a mi alrededor durante el último año. Y parecía mentira cómo apenas un año, o incluso año y poco, podían dejar una mella tan grande en una persona que siempre ha estado marchita en su interior, y que lo único que la animó a revivir fue la luz que ella infundía.

Sujeté con fuerza la bolsa de plástico que llevaba en la mano. Pensaba estar un rato ahí, el que hiciera falta, para soltar todo el lastre que llevaba conmigo y, de una vez por todas y aunque no supiera si serviría de algo, ser totalmente sincero con ella por una vez.

Caminé entre la multitud de nombres grabados en gres; algunos rodeados con tablillas de madera con inscripciones y otros en los que flores de diferentes colores vestían las partes inferiores. 

Anduve, prestando atención a todas y cada uno de los grabados con el nombre familiar.

Buscando el suyo. 

Sinceramente, no sabía si la encontraría en este cementerio. Pero me mantuve caminando.

Hasta que la encontré.

Una lápida, pálida como la nieve, en la que cantaba una inscripción. Un lema que me volvió a recordar a los viejos tiempos.

No sabía cómo, pero supuse que por el barrio la habrían visto tantas veces con aquel uniforme, que fueran quienes fueran los que se encargaron de darle un descanso adecuado, lo habían tenido en cuenta.

Suspiré intentando aplacar el nudo que ya tenía formado en la garganta. Acababa de llegar y ya me encontraba así, pero lo necesitaba.

Me senté en el frío suelo de cemento que había enfrente de la lápida y acomodé la bolsa de plástico a mi lado, la abrí y saqué una varita de incienso que coloqué en el pequeño umbral. Lo encendí y dejé que tanto el humo como el olor a incienso inundaran todo lo que me rodeaba.

 —No te he traído flores. Ya sabes que esas cosas no van conmigo. Además, recuerdo que no te gustaban... —bromeé en voz baja—. Aunque, mira, para compensar sí he traído algo que te encantaba. Demasiado, quizá. 

Saqué un par de latas de cerveza y las abrí. Le di un sorbo a una y dejé la otra al lado de donde había colocado el incienso.

No sé cuánto tiempo permanecí en silencio, dándole sorbos de vez en cuando a la fría lata. No me apetecía beber en absoluto, pero era mi manera de recordar e imaginar una vez más que ella me acompañaba haciéndolo.

Saqué mi paquete de tabaco y me llevé un cigarro a los labios. Lo encendí y di una profunda calada.

 —Bueno, enana... ya no puedo postergarlo más. Por mucho que quiera, no puedo más.

Volví a introducir de nuevo mi mano en los anchos bolsillos de la sudadera y saqué varios papeles que había traído conmigo, en los que hice aquello que creí que jamás haría.

Miré al cielo y sonreí entrecerrando los ojos.

 —Como les prometí a los viejos Kimura... aquí estoy.

Respiré profundamente:

 —Así que, ahora, déjame contarte la historia de aquella pareja que sonaba tan bien junta... aunque tú dijeras que era rimbombante... déjame contarte la historia del "Dios de la Muerte" y el "Ángel de la ToMan". Nuestra historia.

Recomendación de canciones Memory Lane ~ Halley Joelle  | Broken - Anson Seabra (en bucle mientras es esto)

~ Interludio ~ Primera, única y última.

No sé en qué momento decidí copiar tu idea. Quizá me ayude, o quizá no lo haga, pero me gustaría saber qué se siente al hacer esto, ¿ves? Vuelves a hacerme hacer cosas que creía impensables.

Han pasado años, no tantos como pudiera parecer, pero para mí han pasado como una eternidad, todos los días han sido iguales al anterior, vacíos, grises y carentes de sentido.

He ido recopilando fragmentos a lo largo de todo este año, ¿sabes? Para hoy, que estoy aquí, delante de ti, poder contártelo todo sin omitir ningún detalle, y, sobre todo, esperando que desde donde quieras que estés, mis palabras te lleguen de alguna manera. 

Este trozo de papel que ahora te estoy leyendo es el resultado de todo lo que me has hecho pasar y, aunque no todo hayan sido buenos momentos y risas, todos me sirvieron para acercarme a ti... aunque empiezo a pensar que no era yo quién se acercaba a ti... volvías a ser tú... 

Tú volvías a ser aquella "acosadora" que decía venir hacia mí, pero no con malas intenciones, si no para guiarme, tomarme de la mano y ser mi luz, iluminarme en la oscura travesía en la que se había convertido mi vida y hacer visible alguno de esos colores que hace años pude descubrir junto a ti.

Por eso, hoy, déjame hacer honor a aquel día en el que te dije que, si sólo uno de los dos era el que iba hacia el otro no tenía ningún sentido.

Por eso, hoy, déjame a mí ser quien se acerque a ti, desde lo más profundo de mi corazón, o de lo que queda de él, si acaso es que resta algo de lo que un día fue.

...

Tuve que parar un momento. Mi voz temblaba al leer lo que yo mismo había escrito y notaba como mis ojos se humedecían. 

Era extraño, pues cuando escribí aquello, las palabras que iban rellenando aquellas hojas vacías parecían ser escritas tan rápidamente, que mi mano se movía sola y mis ojos solo se habían fijado en ese trozo de papel, desviándose únicamente de él en los momentos en los que echaba vistazos a las anotaciones de la libreta que había llevado conmigo durante el viaje.

Pero ahora era diferente.

Al leerlas en alto, cada frase, cada palabra que decía, provocaba una sacudida en mi interior comparable a la de un tifón.

Me sequé los ojos con la manga de la sudadera y dejé la mitad del cigarro que estaba fumando al lado de la lata de cerveza que había en la lápida. Tenía que continuar, intentaría contenerme hasta terminar.

...

¿Por dónde empiezo? Quizá contar toda nuestra historia, cuando estuvimos juntos esté de más... tanto tú como yo sabemos que aquellos días fueron los más felices para ambos. Bueno, quizá me he aventurado muy rápido a decir eso, pero al menos para mí sí lo fueron. Y por eso dolió tanto.

De verdad, enana, de verdad que me dolió. No sabes cómo ni cuánto. 

Nunca me viste flaquear, ni me viste llorar, pero parece que por tu culpa me volví un llorón, un estúpido llorón que solo lo hace cuando tu imagen se le viene a la mente. Y tú no estás para reírte de mí. 

La primera vez que solté una mísera lágrima por ti, tú estabas a mi lado, dormida tan tranquila en aquel onsen de Akita. Pero era diferente a hoy día. Aquella vez sentí vergüenza de mí mismo por llorar de felicidad... y ahora... 

Ahora desearía poder hacerlo con todas mis fuerzas y, sin embargo, lo único que sale de mis ojos son ácidas lágrimas que me queman más que la ceniza del tabaco.

Volví allí. Bueno, y estuve en todos los sitios que prometimos visitar juntos... pero creo que el primero fue el peor de todos. 

Me crucé con la realidad cuando, aquella señora que una vez casi nos mata por despertar a medio hotel, sonreía agradecida por todo lo que habías hecho allí... ¿Por qué mentiste? ¿Por qué negaste lo que de verdad había pasado? No me merecía eso, no merecía ningún tipo de bondad, al menos, no la tuya.

Aquella señora me pidió que te diera las gracias. Se imaginaría que cuando yo regresara a casa, a la que hubiera sido nuestra casa si las cosas no hubieran salido de aquella manera, tú estarías esperándome con los brazos abiertos. 

Ojalá. Ojalá poder darte su mensaje en persona, con una sonrisa y, sobre todo, una burla de mi parte... ¿A quién coño se le ocurre ponerse a hacer publicidad de un sitio que ni le va ni le viene? Sólo a ti, ¿verdad? Cuando se te metía algo en la cabeza eras casi tan cabezona como yo... pero bueno, espero que al menos el haber estado ocupada dibujando y repartiendo esos carteles te sirviera para que no me pensaras mientras estuviste allí.

Fui a Aomori... curiosamente, no me costó encontrar ese puente del que hablabas. Pero sí me desesperó la idea de no encontrarte allí, no encontrar tus palabras... aunque lo único que me conseguía levantar de la cama aquellos días era la esperanza de volver a ver tu letra. Aún siento que tú misma mandaste a ese niño a que dijera aquello que me hizo recordar y por fin dar con ellas. 

Es curioso, cómo había olvidado algunos de los pequeños detalles o palabras que salieron de tu boca cuando vivíamos juntos. Fueron tantas las conversaciones que tuvimos... y a la vez me parecen tan pocas...

Pero ese recuerdo me permitió volver a estar cerca de ti. Me llevó a querer recorrer los templos por los que estuviste y me condujo a imaginarte a ti, en todos ellos; rezando y mirando embobada hacia todos lados, analizando los paisajes y cómo esas estructuras se elevaban en medio de los parajes.

Aunque debo admitirte que el hecho de que decidiera visitarlos también fue más por mí. Me daba miedo continuar el viaje por aquel entonces. Pero no podía quedarme allí para siempre. Además, hacía un frío de cojones y eso también me indicó que tenía que dejar ese lugar...igual que aquel primer año nuevo... cuando la nieve enfrió el fuego que habíamos encendido.

Aunque el frío no me abandonó en Shirakawa, y más cuando fui, fue incluso peor. Pero encontré la calidez que siempre había echado en falta. Aunque ni siquiera yo sabía que el estar con los viejos Kimura iba a hacer que anhelara algo que nunca tuve de pequeño: la tranquilidad y el calor de una familia.

Quizá, si hubo algún momento en el que me sentí de esa manera, fue contigo.

Tú eras mi hogar, joder, y el lugar al que hubiera vuelto una y mil veces a sanar mis heridas. 

Ya fuera en mi apartamento, en la casa en la que convivimos o hasta debajo de un puente. Si tú estabas ahí, todo mi ser se llenaba de calor. No pienses mal de esto, no me refiero a cómo solíamos pasar el rato, que también me encantaba, ya lo sabes, me refiero a algo más... algo que me hubiera gustado poderte explicar mejor cuando tuve la oportunidad.

¿Sabes? Los Kimura fueron los que me insistieron en que viniese aquí a hablarte. Lo pensé muchas veces antes de empezar el viaje... pero no lo hice... supongo que ellos me dieron ese ligero empujón para que hoy esté aquí. 

Sin duda, si hubo un sitio del que me costó irme fue de allí, como tú dijiste, era el ecuador, a partir de ahí, sería la mitad final de todo.

Y esa última mitad no pudo empezar peor... tuve un accidente. Mi coche quedó para el arrastre por andar distraído... 

¿Sabes? Conocí a una chica, esta vez no se si volvías a intentar decirme algo. Se llamaba Shimizu, Shimizu Gen. 

Y me recordaba a ti, igual de atrevida y con los mismos gestos que tú hacías... pero no eras tú.

Y a mí nadie me vale que no seas tú...

No para nada más que no fuera pasar una noche y punto. 

Y, lo digo en pasado, porque desde que reapareciste hace un año ya no he podido borrarte de mi mente ni un segundo. Nunca lo había hecho, en realidad. Pero con el paso del tiempo había conseguido que tu recuerdo no me viniera cada dos por tres a la mente. 

Y lo lamento, lo lamento tanto. Porque ahora me arrepiento de todas las manos que me han tocado. Me doy asco a mí mismo, de volver a pensar en que todas esas manos no eran las tuyas, las únicas que quería que me tocaran el cabello, las únicas que quería que hicieran a mi piel erizarse, a la única que quería escuchar decir mi nombre en un susurro... 

Esa eras y siempre serás tú, solo tú. Lo siento, enana. De verdad.

Y la mala suerte no terminó ahí. Lo que ni me imaginaba era que, a partir de ahí, todo iba a ser cuesta abajo. 

No lo comprendí hasta el final del viaje. Pero, de verdad, en esos momentos sentí ahogarme. Era como si tu silueta se difuminase cada vez más, y por mucho que mi mano intentaba alcanzarte, nunca llegaba a rozarte ni con la yema de mis dedos.

Me recorrí Kioto entero, enana... 

Todos los templos, todos los sitios que imaginé que habrías visitado, pero no te encontré. Al menos compré un pastel y comí un poco. Ya sabes que no me gustaban, de hecho, el resto se lo eché a los peces. No me mates por eso, mejor que se lo comieran ellos que tirarlo, ¿no?

Pero, aún así, continué.

Fui a Nara, al maldito templo Todai-ji que luego me enteré de que no pudiste visitar... igual estarías celosa de mí, pues yo sí que lo vi pero, de haber sabido antes que tú no pudiste verlo, quizá me hubiera ahorrado la visita...o quizá no. Porque hubiera ido a preguntar si allí quedaba algún pedazo de ti. 

Porque volvía a perderte... no estabas en Nara... y yo creía enloquecer. 

Pero esa señora me dio esperanzas, la que curó mi herida al igual que hizo contigo, todo a causa de la misma cierva a la que parecían no gustarle los tatuajes. 

Fue curioso, de camino a Himeji lo estuve pensando. Esa señora me dijo que a ti te había mordido en la mano, pero tus tatuajes no eran en las manos, ¿verdad? Y, sin embargo... a mí me había mordido en la muñeca... a pesar de no tener nada ahí... No sé... Es una locura... Pero es una locura curiosa, ¿no crees?

Sinceramente, cuando llegué al último destino creí que me volvería loco. Ya había perdido todas las esperanzas de volver a leer tus palabras, de volver a ver mi inicial escrita de esa manera que siempre amé, aunque mi letra es mucho más bonita que la tuya, tú misma lo dijiste, pero a mí solo me gustaba... y me gusta tu letra... porque tu mano es la que la escribe, guiada por lo que sale de tu corazón... y eso era lo único que quería volver a ver una vez más.

Y tu querido destino volvió a jugármela con aquella rubia. Imagino el motivo por el que te hiciste su amiga... ¿te recordaba a ella verdad? Incluso se llamaban igual... Estoy seguro de que sí... 

Enana, nunca podré perdonarme aquello...

Intenté hacer todo lo posible por avisarte... y no llegué a tiempo.

Gracias, gracias por acompañarme en esto. Por estar conmigo todo el viaje y más que eso. Por regalarme ese tiempo de tu vida que voy a atesorar para siempre... nunca dejaste de estar a mi lado, y nunca dejarás de estarlo.

Como tú bien me dijiste aquel último día, todo fue una mentira. Un teatro. Todo para que tú, al menos tú, pudieras vivir tranquila. No me importaba lo que pasase conmigo, solo quería que tú pudieras cumplir tus sueños y vivir esa vida que siempre anhelaste... y... al final... míranos...

Me gustaría echarle toda la culpa a ese desgraciado, pero no puedo. Porque yo soy tan culpable como él de todo esto. Por no darme cuenta antes. Por no querer meterme en esos asuntos que ellos guardan con tanto recelo, y todo era por intentar no acordarme de ti más de lo que ya lo hacía... y vuelvo a arrepentirme, enana...

De verdad, espero que, donde quiera que estés, al menos, estés tranquila... y no quiero que te preocupes más por mí... No voy a hacer ninguna locura o, al menos, voy a intentar no hacerla... Aunque sabes que, si me lo pidieras, movería el cielo y tierra por ti.

Mi enana.... Mi pequeña mocosa...

Siempre te voy a llevar conmigo, porque no pude dejar de amarte nunca y, tras esto, tengo claro que esa realidad es un imposible para mí. 

Jamás llegaré a conocer a nadie que haga girar mi vida como tú, que me haga sentir el puto hombre más feliz del mundo solo con verte sonreír... y ya te he dicho, tampoco lo quiero, pues no lo merezco.

Supongo que esto es un adiós... o quizá un hasta luego... quién sabe lo que me depara tu destino... pero como tu me decías en aquellas cartas, que mientras todo siguiera igual tú seguirías diciéndomelo... déjame a mí hacer lo mismo.

Déjame mirar al cielo todos los días.

Y déjame decirte que te amo.

Que siempre lo voy a hacer.

Te amo, mi vida.

Miré de nuevo al cielo, manteniendo los ojos abiertos e intentando contener las lágrimas, pero fue imposible, brotaron solas de mis ojos. Escocían, pero mi boca esbozaba una ligera sonrisa.

Era irreal.

A pesar de todo; el viaje, haber escrito esta carta, haber venido aquí hoy a leérsela, a pesar de haber intentado día tras día olvidarme de ella, aún tenía la sensación de que ella no se había ido de mi lado. Que seguía aquí conmigo y que en cualquier momento aparecería asustándome, como venganza por todos aquellos sustos que yo le daba para picarla. Como si nada de todo esto hubiera pasado nunca y solamente fuera la peor de las pesadillas.

La pesadilla más larga e interminable de mi vida, en la que llevaba desde aquel puto febrero y la última maldita nevada.

—Ya no sé qué más hacer... pero, ¿sigues ahí? ¿Me estás viendo? Espero que te estés riendo de mí, con esa risa tuya que me volvía loco. Quiero recordarte así...

Sorbí la nariz e intenté calmarme un poco. Las mangas de mi sudadera estaban empapadas de haberme estado secando los ojos. 

Miraba fijamente a la colilla apagada que había quedado al lado de la lata de cerveza, se había consumido lentamente pues, a pesar del frío, no corría ningún tipo de viento que acelerase que ese cigarro se consumiera.

 —Joder... —murmuré—. Te amo, estúpida. Aún lo hago. Y creo que siempre será así.

Y lo sentí. Un escalofrío que recorrió mi espalda como la primera vez que la vi. Una pequeña y fugaz brisa fría había apartado un largo mechón de mi cara y hecho que aquella colilla se cayera del escalón de la lápida.

Sonreí.

Ya no pensaba en nada, solo permanecí ahí, mirando fijamente a la lata de cerveza. Ni siquiera me había dado cuenta de que unos minúsculos pasitos habían hecho ruido a mi lado, acercándose a mí lentamente.

 —¿Uh? Hola —giré mi vista y vi a una niña pequeña que me miraba con uno de sus diminutos dedos metido en la boca—. ¿Eres amigo de mi tita?

Miré alrededor, no parecía haber nadie allí a cargo de esa niña.

 —Hola, pequeña, ¿y tus padres?

 —Me he escapado —confesó con una sonrisa traviesa. No debía tener más de cuatro o cinco años—. Mamá y papá están por ahí. Pero no les llames, porfi.

Señaló con su pequeña mano hacia la izquierda.

 —Eso no está bien, van a preocuparse por ti.

Ella se sentó a mi lado, no parecía tenerme ningún miedo y eso me extrañaba.

 —No pacha nada —sonreía mientras miraba al frente, hacia la lápida—. Ellos me van a encontrar aquí con mi tita.

 —¿Tu tita? —miré una vez más hacia el gres blanco.

 —¡Emma! ¡Te tengo dicho que no te alejes de nosotros!

Una voz femenina resonó al lejos y mi vista se giró para ver como dos figuras adultas se acercaban cada vez más.

No puede ser. ¿Cómo acaba de llamar a esta niña?

Un pelinegro de ojos claros y una mujer con el pelo rosáceo, largo hasta un poco más de los hombros, quedaron plantados al lado de nosotros, mirándome fijamente las manos.

 —¿Qué... —el pelinegro comenzó a hablar

Los recordaba, recordaba esas caras.

 —¿Hanma?

 —Hola, Hanagaki...

 —¿Qué haces aquí?

 —Emma, ven aquí —la mujer tomó a la niña de la muñeca y la alejó de mi lado.

 —¡Pero mamá! Es un amigo de la tita...

Una leve sonrisa se dibujó en mi rostro al escuchar aquello, aunque se borró casi al instante cuando su madre, horrorizada, volvió a hablar.

 —No, Emma, no lo es... —comenzó a alejarse pasando al lado del pelinegro—Takemichi, te esperamos fuera, ¿vale? Pero no tardes... tenemos que irnos...

Le dio un ligero toquecito en el hombro y el chico asintió. Ambos nos quedamos mirando como las dos se alejaban de nosotros.

Saqué un cigarro y lo encendí, aun sin levantarme del suelo, y volví a mirar al frente.

 —Así que tuviste una hija... —hablé en voz baja, con pesadez.

 —Hanma, ¿qué haces aquí?

 —¿Tú qué crees? —contesté de mala gana.

Este chico siempre me pareció que tenía menos luces que yo. ¿No sabía atar cabos?

 —Acaso tú... Tú sigues...

 —Exacto.

 —Pero... No entiendo nada. Tú la abandonaste, Hanma... —se sentó a mi lado y cada vez mi expresión se tornaba más extraña, no tenía ni puta idea de lo que ese chico estaba haciendo, solo sabía que eso que acababa de decir me dolió como un puto puñal por la espalda—. ¿Qué pasó ese día, Hanma?

 —Pues que lo dejamos, ¿no? Tú mismo acabas de decirlo —imaginé que ella les habría contado todo, al fin y al cabo, había vuelto con ellos.

Quizá seguir siendo el malo de la historia era lo mejor. No quería ningún tipo de compasión, por parte de nadie. 

 —Tú... —Hanagaki abrió los ojos como platos—. ¿De verdad no sabes lo que pasó después?

Me tensé como nunca. 

Sí recordaba lo que me pasó unos días después, pero solo por mi parte. 

Si algo le había pasado a ella, lo desconocía. Solo recordé al chico que terminó hecho una mierda en mitad de la carretera por cometer la locura que se le prohibió. 

Pero no sabía nada más.

 —Hanagaki... no... Takemichi —ya no estaba como para andar con antiguos rencores ni cosas por el estilo—. ¿Qué fue lo qué pasó?

Él rebuscó en sus bolsillos y sacó algo que me descolocó por completo.

Era imposible.

Yo las tenía todas.

 —¿De dónde...? —le mostré la caja negra que había traído conmigo, así como su contenido y vi que a él se le humedecían los ojos.

 —De su casa... Estaba en la mesita de noche... Hina y yo fuimos a sacar sus cosas cuando la casa se vendió hace poco... Pensamos que quizá dejarla en su tumba servía de algo... una idiotez, en realidad... o quizá no... —miró su reloj—. Tengo poco tiempo Hanma... Mi familia y yo  tenemos que irnos de Tokio.

 —Espera —lo detuve—. ¿Podrías acompañarme un rato? Por los viejos tiempos...

Sonreí como buenamente pude. Ya me daba igual todo.

Si Kisaki andaba buscando a este chaval, me daba igual. No pensaba decirle nada de que lo había visto. No podía... tras haber visto a aquella pequeña niña... no podía volver a hacer lo mismo otra vez en mi vida.

Con respecto a lo último... ¿nadie se había dado cuenta de que en los interludios se pasaba de la quinta carta a la séptima?

Ea, besitos, perdón por haceros llorar doble hoy. 

Amo este réquiem como ningún otro, cada maldita palabra que hay aquí me ha sacado unas lágrimas, así que porfi, dadle algo de apoyo y decidme qué os parece.

Se os quiere mucho muchito, bebed agua. 

Sigo avisando de que el canon para mí ya no existe.