~ 28 de octubre de 2018, 01:06 a.m. ~

Menudo olor a cerrado hay aquí... menos mal que los de mantenimiento han seguido viniendo a limpiar el polvo... Quizá deba darles algo extra por todo el tiempo que he estado fuera...

Dejé las llaves en el platillo de la entrada y ni me preocupé de llevar la pequeña bolsa con ropa que traía a la habitación. La dejé en la misma entrada, donde mi cuerpo cayó rendido después de todo el día.

Hacía casi un año que no venía a mi apartamento, pues las últimas semanas había permanecido en la casa de mi madre para que nadie supiese que había llegado a Tokio.

Seguía asimilando todo. En la oscuridad de ese piso. Sentado contra la puerta principal de este y dando toquecitos con la parte trasera de mi cabeza sobre la madera. 

Mis ojos miraban al techo, se habían quedado fijos ahí, conforme mi mente se iba desvaneciendo una vez más en una maraña de recuerdos. La presión de mi pecho, sin embargo, hacía todo lo contrario. No se esfumaba. Solo aumentaba con cada instante del pasado que los cajones de mi memoria estaban decidiendo expulsar de ahí.

—Embarazada... 

Recordé el puñetazo que le di en el costado aquel día y, si en su día me sentí la peor persona del mundo por hacerle eso, hoy esa sensación se incrementó mil veces más. 

Según decía la carta, el médico le dijo que seguramente lo estaba perdiendo de manera natural y de ahí los dolores... Antes de que todo pasara. Pero ya no iba a poder perdonarme el pensamiento de que quizá yo también contribuí a aquello.

—Iba a tener un hijo mío...

Murmuraba sin pensar, aún no asimilaba nada y de nuevo me permití el lujo de que las lágrimas me rodaran por las mejillas, empañando mi vista una vez más.

¿Qué hubiéramos hecho? ¿Y si no lo hubiese perdido? ¿Y si no se le hubiera complicado el embarazo? ¿Lo habríamos tenido?

Me lo imaginé... me imaginé todo... y eso solo me dolió más... Unos pequeños pasos como los que había escuchado en el cementerio pero que, en lugar de allí, resonasen por nuestra casa. Unas risas inocentes y, seguramente, mis carcajadas y los gritos de ella regañándonos por cualquier cosa que estuviéramos haciendo...

Volvía a anhelar aquello que creía que jamás podría: la que hubiera sido mi familia, con ella. La familia que ella, la primera vez que hablamos del futuro, me contó que pensaba tener. No parecía convencida por aquel entonces, pero hoy tengo en claro, tras todo lo que pasamos, que eso sí era lo que de verdad deseaba. 

También recordaba el enfado de ella tras ese día, porque el chico que yo era por aquel entonces aún vivía el presente día a día. Sin pensar en lo que le depararía el futuro y, ni mucho menos, se paró jamás a pensar en qué era lo que de verdad quería.

Aunque lo averiguó poco después. 

La quería a ella. Le daba igual cómo o dónde. Solo la quería a ella. Y hasta llegó a desear formar una familia a su lado.

Y todo se vio truncado... absolutamente todo. Y... ¿por qué? ¿por una ambición que nos era ajena?

Ya no podía perder más el tiempo.

Saqué mi teléfono y me quedé mirándolo unos segundos. 

Le había dicho a Takemichi que me las apañaría yo solo, pero, si quería hacerlo bien y sin levantar sospechas de mis intenciones no iba a ser fácil si iba en solitario... y solo se me ocurrieron tres personas que podrían ayudarme en esto.

Las tres únicas personas que conocían la verdadera historia de lo que pasó, pues yo mismo las amenacé con no volver a acercarse a ella por nada del mundo.

Por aquel entonces, ni siquiera con la ayuda de ellos hubiera podido hacer nada. Porque tenía miedo de que a la mínima que diéramos un paso en falso ella pudiera sufrir las consecuencias, y por eso, con el paso del tiempo, todo el mundo pareció haberse olvidado de ella.

Todos, menos ellos, que de vez en cuando la mencionaban en una borrachera. Y, por supuesto, yo, que siempre la tuve presente.

Pero primero tenía que averiguar un par de cosas antes de poder contar con ellos, al menos con esos dos. 

Necesitaba saber si ellos la vieron aquella noche. 

 —¡"Mechitas"! ¿Cómo te va? ¿Ya has vuelto?

 —Hola, Koko —no tenía ganas de tonterías—. ¿Dónde estás?

 —En Roppongi, estoy con estos dos de fiesta.

Genial... me viene de perlas que estéis juntos.

 —Koko, venid los tres a la dirección que os voy a mandar. Que no os sigan.

 —¿Es alguna orden de Kisaki o Izana?

 —No, es mía. Ni se os ocurra decirle nada. A ninguno.

 —Hanma —nunca me llamaba así, siquiera cuando estábamos tratando asuntos importantes—. ¿Qué pasa?

 —Venid los tres, ahora os explico. No quiero excusas. Es importante.

 —¿Qué tan importante? —escuché las risas de unas mujeres de fondo y entre ellas distinguí la de aquella chica que aún hoy día, y a pesar de todo, seguía con ellos.

 —Es por ella, Koko... No hace falta que te dé estas explicaciones por teléfono. Haz lo que sea, pero ven con los Haitani. Y ni se te ocurra pedirme dinero o lo único que vas a conseguir es que te saqué los dientes —sonreí sarcásticamente, sabía que si le decía eso él me tomaría en serio—. No tardéis. 

Colgué el teléfono y les mandé la ubicación.

Tomé las llaves del coche y antes de salir me eché un vistazo en el espejo de la entrada.

 —Creo que debería arreglarme un poco todo esto en estos días... Estoy hecho un desastre, y debo aparentar normalidad. 

Los había citado bastante a las afueras de la ciudad, en un lugar donde no transitaba nadie. Un puente que quedó fuera de la circulación y que la poca agua que una vez pasó por debajo se había secado hacía aún más años.

 —Joder, qué frío.

Me calentaba las manos con mi aliento y saqué un cigarro mientras esperaba a que llegaran. 

Esa presión de mi pecho aún no había desaparecido y tenía por seguro que no lo haría fácilmente.

Las luces de un BMW me alumbraron para después apagarse. Escuché cómo ellos bajaban del coche y comenzaban a acercarse a mí. Yo aún me recostaba en el muro de ese viejo puente, no me moví ni un milímetro hasta que los tuve frente a mí.

 —¡Coño, Hanma! Estás hecho una mierda.

 —Hola, Ran, yo también me alegro de verte —el rió y me fijé en que Koko me miraba de arriba abajo, pero no me juzgaba, de hecho, hasta parecía preocupado—. Hola, Koko, al final no te traje nada de mis vacaciones.

 —¿Qué pasa, Hanma? —Rindou no dejó al pelinegro contestar—. ¿A qué viene todo esto?

Esbocé una sonrisa irónica y tiré el cigarro, ahogando también una seca carcajada en mi garganta:

 —Iré al grano... ¿Os acordáis de aquel encargo de hace un año?

Los tres asintieron.

 —¿También recordáis lo que os dije hace años? ¿El motivo por el que yo estaba con Kisaki? Lo recordáis, ¿verdad?

 —Como para no acordarme de eso, Hanma. Por poco no me partes un brazo —Ran sonreía y me daba palmaditas en el brazo, pero paró de reír de buenas a primeras y su expresión se tornó seria—. ¿Qué pasa con eso?

 —Vosotros dos... —señalé a los hermanos y se me ahogaron las palabras. 

Eran unos sádicos, pero no creía que hubieran sido capaces de hacer eso.

Una vez, antes de que mi viaje empezara, llegué a pensar que todo había sido culpa de ellos. Por contarle de su pasado. Por hacer que eso nos hubiera llevado al punto en el que estábamos, y que ellos se habían olvidado de ella. Que ya no recordaban los pocos momentos que compartieron juntos. 

Así que tenía que averiguarlo. Tenía que saber qué sentirían al enterarse de que ella había muerto.

 —¿Vosotros dos sabíais que ella también iba en esa moto? ¿En la de Ryuguji Ken? Aquella a la que le pusisteis una cadena en la carretera y se accidentó.

Los tres se pusieron blancos pero, con diferencia, la cara de Ran fue la que más estupefacción mostraba.

 —Hanma... ¿Ella quién?... —balbuceaba, temeroso, y vi que sus manos habían comenzado a temblar—. ¿Reika?

 —Ajá... —me incorporé y Koko se acercó un poco más a mí.

 —¿Cómo que ella también iba ahí?

 —Hanma... nosotros... —ahora el del corte mullet era el que hablaba nervioso.

 —Cállate, Rin —su hermano mayor le dio una palmada fuerte en el pecho—. Si dices algo y Kisaki se entera-

 —¿Se entera de qué? —interrumpí y me crují los nudillos—. Ran... 

Me acerqué a él y le agarré del cuello de la camisa, noté un ligero aroma a alcohol y tabaco que provenía de él:

 —¿¡Si Kisaki se entera de qué!? ¡Créeme que más te vale contármelo antes a mí! ¡Habla! ¡Habla o-

 —¡Qué nosotros no fuimos! ¡No hicimos nada! ¡Teníamos una fiesta a la que no queríamos faltar! ¡Y lo dejamos en manos de otras personas! ¡Les pagamos lo suficiente para que no dijeran nada! ¡Y nos encargamos bien de ellos para que no lo hicieran!

Solté mi agarre y me desplomé frente a ellos. Mis manos quedaron sobre el torso de Ran, pero mis rodillas habían chocado con tanta fuerza sobre el suelo que hasta me dolió. Sin embargo, respiré con algo de alivio.

Ellos no la habían matado. 

Al menos, no directamente. Y eso me consoló en cierta medida. Sin embargo, el hecho de que aquella noche fuera la última que ella vería volvió a deshacerme.

Daba igual quien hubiera sido, el caso es que había pasado.

 —Ella murió... Joder...

Se hizo de nuevo el silencio. 

Escuché a Rindou chascar la lengua y lo vi llevarse una mano a la frente. Comenzó a dar vueltas sobre sí mismo, como si una fuerte desesperación se hubiera apoderado de sus nervios por un momento.

 —Joder... Ran... Fuimos nosotros... Joder... Nosotros lo encargamos...

Ran no contestaba. Se había quedado con la mirada perdida, conmigo al frente, y sus palmas de vez en cuando me daban un toquecito en el hombro.

 —¿Hanma? —Koko se había agachado a mi altura—. ¿Qué pasa? Olvídate ya de la organización, me estás preocupando, ¿de verdad ella está...?

Me incorporé y les conté todo. 

Todo lo que pasó aquel día de hace ahora un año. Les conté sobre el viaje, al igual que había hecho con Takemichi esa misma tarde. Con la diferencia de que, a ellos, tuve que hablarles sobre aquél último detalle que no hizo falta relatarle a aquel viejo conocido, pues él estaba conmigo en el mismo momento en que yo me enteré de lo que le pasó a ella aquel febrero.

Aquel febrero que se estableció como punto de inicio para que todos los que nos encontrábamos en este momento a oscuras, en donde nadie podía vernos. 

Esa fecha marcó el principio de lo que éramos hoy en día.

Conforme mi relato avanzaba, las caras de ellos pasaban de sorpresa a seriedad en apenas segundos, también dejaron escapar alguna risita cuando les conté lo de la cierva que me mordió en Nara, pero sólo fue momentánea pues, cuando terminaron de escuchar todo, lo que menos queríamos escuchar ninguno eran risas.

 —Ahora entiendo por qué estas así... Hanma, ¿por qué no me dijiste antes? —Koko tomó la palabra.

 —Porque todo lo que os he contado... Lo que ese cabrón hizo, lo he descubierto hoy.

 —¿Qué hacemos? —Ran había recobrado la voz y ahora mostraba su rabia apretándose una mano contra la otra—. Ella ya no está, ¿no? Y eso ya no puede cambiar, Hanma, asúmelo... Pero ahora... Ahora entonces tenemos vía libre... y más de un motivo para matar a ese hijo de puta... Acuérdate lo que le hizo también a Sanzu, Joder... No sabíamos que ella iba a estar ahí... No lo sabíamos... Pero seguro que el cabrón de Ki-

 —Cálmate, Ran —fui seco, tenían que calmarse. No podíamos hacer nada a lo loco—. Creo que tengo un plan. Pero a ese cabronazo tengo que matarlo yo. Solo necesito que me dejéis el camino libre, que no haya nadie de por medio, que todos estén lejos ese día; Izana, Kakucho, Muto... Toda la escoria de la organización... Nadie se puede enterar de esto, ¿entendéis? No pueden estar ahí el día que vaya a actuar.

 —Eso nos va a llevar tiempo... —Koko adoptó una pose pensativa—. Pero podemos lograrlo. Algunos sobornos, falsos asuntos de los que haya que ocuparse... Creo que podría ser. Pero necesitamos tiempo, Hanma.

 —Koko... —suspiré y encendí un último cigarro—. Si hay algo que me sobra ahora mismo, es eso: tiempo. Y si con esperar un poco más me aseguro de que Kisaki tenga la muerte que se merece, esperaré —le di una profunda calada y exhalé el humo—. ¿Me ayudaréis o no?

No hizo falta que me contestaran, pude ver en las caras de los tres la misma expresión que yo llevaba poniendo desde que abandoné el cementerio.

 —De acuerdo. Pues manos a la obra —tiré el cigarro con la intención de irme—. Ah, Koko, una última cosa. Hasta que ese día llegue, actuad con normalidad.

 —¿Y tú? 

 —A ojos de los demás, yo sigo de viaje —Abrí la puerta del coche—. Pero no os preocupéis, estaremos en contacto. 

Mensaje recibido de Kokonoi

Todo listo. Mañana.

Recomendación de canción: Réquiem for a Dream – Scott Benson Band (en bucle hasta otra recomendación que hay más adelante)

~ 21 de febrero de 2020, 7:00 a.m. ~

Por fin es el día, enana... te lo prometí... y aquí estoy.

Miré una vez más al imponente edificio que se plantaba frente a mí. Me ajusté los guantes y agarré con más fuerza el maletín de piel negro. Si todo había salido bien, no debería de haber nadie en las oficinas a esta hora y, muchísimo menos, en la planta a la que yo me dirigía.

Sólo tendría que estar él, pues siempre llegaba antes que nadie y se encerraba en su despacho a ojear todo el papeleo pendiente.

Allá vamos...

Antes de cruzar la puerta del edificio, miré una última vez al cielo y sonreí.

Sentía un cúmulo de emociones en mi interior. Emociones, que me hicieron recordar a cuando de joven me preparaba para una pelea. Los momentos antes de empezar a soltar puñetazos a diestro y siniestro sobre las caras de todos los que se me ponían por delante. 

Pero esta vez iba a ser distinto

Esta vez, tenía un único contrincante; el que siempre fue mi enemigo por más que yo no quisiera verlo; el que siempre mantuvo tensos sus hilos en mis extremidades; el que los manejaba a su antojo y habían hecho de mí la marioneta más manipulable del mundo.

Y, hoy, esos hilos iban a desaparecer. Iba a cortarlos de cuajo. Sin que él se hubiera podido tan siquiera imaginar que lo único que había hecho durante todos estos años fue alimentar el desprecio de ese muñeco día tras día. Orden tras orden.

Ese muñeco, que ahora volvía a verse renovado. Vistiendo de nuevo ese traje negro, con el cabello como solía llevarlo cuando aún se preocupaba por su imagen y desprendiendo la misma aura de frialdad que por aquel entonces.

Salvo que, ahora, se sentía a la altura de desafiar a quien lo había utilizado por años para hacer que su espectáculo fuera un éxito.

Hoy el capitán no elegirá el rumbo Kisaki. Ni tampoco las mareas... hoy será el propio navío el que se revelará contra todo eso.

Toqué un par de veces con los nudillos en las enormes puertas amaderadas que daban paso a su despacho.

 —Adelante.

Respiré profundamente y bajé la manilla de la puerta para abrirla.

Bien... por segunda vez en mi vida... que comience el espectáculo.

 —¡Buenos días! —saludé, con fingida efusividad.

Le vi dar un respingo en el butacón donde tomaba asiento.

 —¡Joder! Mira quién aparece después de... ¿cuánto ha sido? ¿Año y medio?

 —Más o menos, sí. Ya te dije que tenía unos asuntos que arreglar.

 —Ya, ya. Y que no me interesan, lo sé.

No contesté.

Me acerqué a una mesa baja que había en aquella gran sala iluminada por los rayos del sol de la mañana; traspasaban el enorme ventanal que hacía de pared justo detrás de donde se ubicaba su escritorio.

Dejé mi maletín en uno de los sofás que había alrededor de esa mesita y me quité los guantes, depositándolos sobre el maletín.

Él no había levantado la cabeza de un montón de papeles que se esparcían por encima del escritorio. Ojeaba sin cesar un folio tras otro y los iba dejando en diversos montones que previamente habría ordenado.

 —¿No vas a saludarme como es debido o qué? —le sonreí—. Cualquiera diría que soy el único amigo que tienes aquí.

 —Tienes razón —suspiró y dejó todo lo que estaba haciendo, recostándose por unos instantes en el respaldo del sillón y restregándose con sus dedos los ojos bajo esos lentes rectangulares—. Perdona, últimamente hemos tenido muchos problemas.

Se levantó y se acercó a donde yo estaba. Le tendí mi mano derecha y compartí un apretón de manos con él. 

Cada vez la euforia se iba apoderando más de mí, pero no podía actuar a lo loco. Tenía que ser paciente, si había llegado hasta aquí, tenía que esperar el momento indicado para dar el paso final.

 —¿Y los demás? ¿Estas solo hoy o qué? —ambos nos sentamos en los sofás, uno frente al otro.

 —Están todos liados con diversos asuntos. Ya sabes, algunos ajustes de cuentas de última hora; recaudaciones, avisos, contratos nuevos... —paró de hablar y se comenzó a reír ligeramente—. Pero, bah... qué más da todo eso ya.

Ahí fue cuando noté lo que me había dicho Koko. Era cierto, se le veía diferente. No me transmitía esa ambición que siempre había sido notoria en él.

 —¿Qué te pasa, Kisaki? Te veo raro.

 —Nada. No me pasa nada.

Arqueé una ceja de manera incrédula. Me estaba mintiendo. Por primera vez en mi vida parecía como si pudiera ver a través de su fachada y averiguar lo que estaba pensando.

Reí ligeramente y me incorporé en el sofá para tomar una de las botellas de whisky que había en el centro de la mesa. De la misma manera, tomé un par de vasos del delicado juego y comencé a servir un par de copas.

 —Toma, anda.

 —Hanma, son poco más de las siete de la mañana, ¿ya vas a beber? Pensé que habías dejado atrás esa obsesión tuya por el alcohol hace tiempo.

 —¡Qué más da la hora que sea! — volví a sonreír, aunque lo único que quería hacer era estamparle ese mismo vaso contra las narices. Esa idea solo hizo que me riese más al recordar cierta anécdota—. Venga, cógela. Acompáñame, joder. Que llevamos sin beber juntos por mucho tiempo, como bien has dicho.

 —Qué remedio —suspiró.

Finalmente tomó la copa y le dio un sorbo. Yo me mantuve en esa postura, dándole vueltas al alcohol en el vaso que sostenía con mis dedos.

Al cabo de un rato en silencio, él se levantó del asiento y volvió a frotarse las sienes. Se dirigió hacia su escritorio, pero no se sentó. Simplemente se quedó mirando a través del gran ventanal.

 —¿Sabes, Hanma? Es gracioso.

¿Qué coño hablas?

 —¿A qué te refieres?

 —Todo —alzó las manos—. Todo esto que hemos construido juntos, es irónico ahora que lo pienso. Llevo casi un año pensándolo. Hasta ahora no lo había hablado con nadie.

 —¿Por qué dices eso? ¿Acaso no era todo esto lo que querías? 

No me vengas con mierdas hoy, Kisaki... Pero, adelante... dime qué es lo que te atormenta tanto que hasta los demás han podido notarlo.

 —Porque al final no sirvió de nada, Hanma.

Tomó otro sorbo y con esas palabras mis manos involuntariamente apretaron más el vaso entre ellas. ¿Qué no había servido de nada? ¿Me estaba diciendo que todo lo que tuve que hacer y todo lo que le hizo al final era para nada? 

 —Hanma, nunca hemos hablado de esto, tampoco parecía importarte mucho, pero, ¿sabes con qué motivo quería que llegáramos a ser lo que somos hoy en día?

No contesté, pero le dirigí una negativa de cabeza con mis labios arqueados hacia abajo.

 —Siempre estuve enamorado de ella... —volvió a girarse hacia la ventana y yo me levanté del sofá para escucharle mejor, pero eso que acababa de decirme habían hecho que el tenso hilo que me mantenía aún cuerdo tambalease—. De Hinata... ¿te acuerdas de ella? La chica que iba siempre con Hanagaki.

 —Ajá... —me acerqué un poco más a él y le di un sorbo a la bebida—. ¿Qué pasa?

Tiene que ser una puta broma.

 —Todo esto lo hice por ella. Porque pensaba que, llegando a ser el mayor criminal del país, ella querría estar conmigo. Que al tener al lado a un don nadie como Takemichi, se daría cuenta de que estaría mejor conmigo. Con alguien con más poder. Que podía darle todo lo que deseara —su voz sonaba cada vez más pesada—. Pero no fue así. Estoy solo, Hanma. Y ella sigue con él. Y ahora todo esto me parece una ridiculez. Cuando fui a visitarla hace unos meses y la vi con aquella niña pequeña... me rechazó. Rechazó de abandonarlos para venirse conmigo 

 Serás... 

 —Pensaba matarlos —continuó—. Pero en ese momento apareció la niña... No sé qué coño me pasó... me ablandé por un instante... Y salí corriendo de allí. Para cuando quise volver a terminar lo que no había podido... ya no estaban allí. Llevo meses intentando locali-

Froté mis sienes. No quería escucharlo más.

 —Kisaki... —interrumpí.

El fino hilo terminó por romperse. 

Le estallé el vaso en la cabeza y él cayó al suelo entre el escritorio y la ventana.

 —¿¡Me estás diciendo que toda esta mierda lo hiciste por Hinata!? ¿¡Que lo hiciste por un amor que siempre supiste que no era para ti!? 

Mi pie aprisionaba su pecho contra el suelo.

 —¿¡En serio me estás diciendo que ella tuvo que morir solo por un puto capricho tuyo!?

 —¿¡Qué coño haces!? —Kisaki intentaba zafarse de mi pie pero, cuanto más lo intentaba, más apretaba—. ¿¡De quién hablas, Hanma!?

 —¡De Reika, joder!

Le di una patada en la boca y, ahora, además del hilo de sangre que brotaba de su cabeza a causa de haberle partido el vaso en ella, también otro fino hilo de líquido carmesí bajaba por su barbilla.

 —¡La mataste, Kisaki! ¡Me separaste de ella por un puto antojo tuyo! 

Quité mi pie de encima de él y me llevé las manos a la cabeza. Encolerizado.

Comencé a dar vueltas como un loco alrededor de él. No podía creerme todo aquello. Que toda esta mierda fuera por un motivo tan estúpido como ese. Un anhelo; una obsesión que había pisoteado y arrebatado tantas vidas que ni podrían contarse con los dedos de las manos de todos los que allí trabajaban. 

De reojo pude ver que comenzaba a incorporarse y, esta vez, fueron mis puños los que decidieron tener un baile con su rostro.

Más fuerte. Uno tras otro, no te detengas.

Estaba descargando toda mi ira contra ese rostro que quedaría apenas reconocible tras todos los golpes. 

Mis brazos terminaron por cansarse y le agarré del cuello de la camisa para levantarle el rostro y que me mirara. Quería que viera en lo que me había hecho convertirme:

 —Mírame, maldito hijo de puta... —un cabezazo en la frente le hizo recobrar el sentido—. ¡Mírame!

No me había dado cuenta, pero fruto de la rabia, de mis ojos también habían empezado a salir dos pequeñas gotas.

 —Han... Hanma... —murmuraba, apenas estaba consciente.

 —Ah, no. Ni de coña. Tú no te vas a quedar inconsciente.

Lo levanté con todas mis fuerzas y lo senté en el butacón del escritorio.

Él no parecía reaccionar y, aunque lo hiciera, sabía de sobra que en cuestión de fuerza llevaba todas las de perder. 

Saqué un cigarro y lo sostuve con los labios para girar aquel sillón y que me mirara de frente. Seguramente, la mirada que le dirigí desde la sombra que me proporcionaba aquel ventanal fue la más temible que jamás le pude haber puesto a alguien.

 —¿Sabes de qué me enteré hace poco? —encendí el cigarro y le di una profunda calada, exhalando todo el humo sobre las heridas que tenía en su cara—. Me enteré de todo lo que le hicieron esos cabrones a la enana, Kisaki... 

Otra calada.

 —De cómo la metieron en ese coche —él giró su mirada y sus ojos estaban más abiertos que nunca, podía sentir su miedo a través de ellos—. De todo lo que pasó dentro. 

Le agarré la cara con la mano, haciéndole abrir la boca.

 —Y de cómo la dejaron allí tirada —me reí a causa del nerviosismo, había perdido la cabeza completamente—. Pero te diré algo que no sabías, Kisaki... algo que ni tu puta inteligencia pudo averiguar.

Me pudo la rabia y, antes de decírselo, le metí el cigarro en la boca y se la cerré con fuerza. Iba a tragárselo. A tragarse toda la mierda que él mismo había creado.

Me acerqué a su oído mientras él permanecía así. De esa manera agónica, mientras pataleaba e intentaba zafarse de mi antebrazo que ahora le aprisionaba también el cuello contra el respaldo del sofá, robándole el oxígeno.

Tome aire para decir lo siguiente sin que se quebrara mi voz:

 —Estaba embarazada, cabrón. Tenía un hijo mío ahí... 

Sabía de sobra que las probabilidades de que ella lo hubiese tenido eran pocas. pero aún así, todo lo que pasó aquel día... Todo se lo achacaba a lo mismo.

 —Maldito hijo de puta... Debí matarte aquel día... y debí matar a todos esos cabrones contigo.

Solté mi agarre un momento y lo levanté del sillón. Él no hacía más que toser y toser. Aparté de una patada la butaca y lo coloqué de rodillas en el suelo, de espaldas a mí.

En un movimiento rápido, agarré el cable de la lámpara que había en el escritorio y tiré de él.

Con eso serviría. Con eso le daría la muerte más agónica de todas. Le robaría todo el aire. Vería cómo yo le quitaba la misma vida que él me había quitado a mí. Sin poder hacer nada por defenderse.

Le pasé el cable por el cuello y comencé a apretar, pero él intentaba decir algo.

 —Yo... sabía... hice que...

 —¿Qué dices?

 —Yo sabía que hace un año ella iría allí... Por eso te mandé... me arrepentí... pensé que...

¿Qué? 

Noté un jarro de agua fría sobre mi cabeza.

 —Eso ya da igual, Kisaki... Está muerta... Y sigue siendo por tu puta culpa. Más aún si me dices que sabías dónde estaba ella en todo momento... Joder... 

Ya no pensaba. Nuevamente no estaba en mí.

Si él había organizado aquello, lo había hecho con la intención de redimirse. 

Había vuelto a tomarla por tonta. Había vuelto a pensar que ella seguiría el mismo patrón que todos. Que ella volvería conmigo aquel día y, como siempre, ella rompió todos esos esquemas.

Si aquel día no se hubiera encontrado conmigo... quizá no hubiera ido con Draken... y quizá hoy seguiría viva.

Mis manos habían tensado tanto ese cable con esos pensamientos, que Kisaki ya no parecía resistirse. Pero nuevamente me sorprendió. 

Sin que yo me hubiera dado cuenta, había alargado la mano hasta debajo de su escritorio y había sacado un arma que seguramente escondía bajo el tablero. 

La disparó a ciegas hacia atrás, haciendo impactar las balas contra el ventanal que había a mis espaldas y ocasionando que el vidrio estallara en mil añicos.

El cabrón intentaba sobrevivir a cualquier costo. Como una puta cucaracha.

 —Ya no puedes hacer nada, Kisaki... Esta vez... —jadeé—. Esta vez gano yo.

Enrollé el cable entre mis manos y apreté una última vez. Esta vez, más fuerte que nunca. Los gritos se escapaban de mi boca con profundo dolor, agotando del todo las pocas fuerzas que me quedaban.

Y ahora sí... tras pocos segundos... esta vez sí parecía haber dejado de moverse por completo. 

Recomendación de canción: Solas – Jamie Duffy (en bucle hasta final de capítulo)

Estaba mirando por aquella gran apertura que se había creado hacia la ciudad, hacia el cielo, mientras fumaba. 

Por fin lo había conseguido... Todo había salido según lo planeado, y mi venganza había podido llevarse a cabo.  

Sonreí al cielo, ahora orgulloso de haber podido cumplir con lo que prometí.

 —Ya está, enana... Ya está hecho. Ya puedes descansar en-

Y entonces, lo noté.

Un ardor en mi pecho que me hizo temblar.

No me había dado cuenta de que aquel al que creía haber matado había presionado el gatillo una vez más. Una última vez, dándome de lleno por la espalda... como siempre había hecho.

Bajé mi mirada hacia mi torso y vi cómo la camisa comenzaba a teñirse de un rojo intenso. Justo en mi pectoral izquierdo. Justo donde más dolía, donde sus palabras... mis propias palabras me ardían todos y cada uno de los putos días de mi vida.

 —Han...ma... Yo... —él hablaba a duras penas, pero mi vista estaba empezando a desvanecerse poco a poco y mi cuerpo parecía no reaccionar—. Yo siempre gano.

Tampoco lo vi venir, pues por ingenuo, otra vez más, por mi ingenuidad y el hecho de que mi ego había sobrepasado todos los límites, le había dado la espalda a quien menos debía hacerlo. Y esa misma persona había sacado fuerzas, Dios sabe de dónde, para, con una simple patada, empujarme a través del marco donde hacía unos minutos reposaba el enorme ventanal.

Y caí.

Estaba cayendo. Cada vez más rápido desde aquella décima planta. Pero no notaba angustia. 

Sólo veía cómo las lágrimas se escapaban hacia arriba de mis ojos.

Había perdido.

Sólo tenía esta oportunidad.

Y la había perdido.

No había podido cumplir mi promesa, no había podido llevar a cabo mi venganza.

Todo iba a terminar así.

Comencé a reír como un loco. A recordar por última vez todo lo que había vivido con ella. Todo se apareció en mi mente como si un tren de imágenes pasase a la velocidad de la luz por delante de mí; la época en la que fui feliz, el tiempo en el que podría haberme comido el mundo con ella de mi mano, siempre de mi mano... las que querían protegerla de todo...y al final... nunca lo hicieron.

Nunca te dicen que, cuando alguien cae de esta manera, no muere por el golpe que se da al chocar con el suelo, sino porque su corazón falla a mitad de camino conforme el cuerpo desciende.

Pero, mi corazón... Mi corazón ya llevaba años fallando.

Desde aquel febrero... Desde aquel puto febrero.

Y, justo ahora, acababa de dar su último esfuerzo para seguir latiendo por ella. Con la esperanza de que, tras ese vago y fugaz suspiro, su rostro me estuviese recibiendo en aquél cielo del que ella ahora formaba parte. 

Si es que acaso mi alma merecía ir allí. 

Enana...

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Shuji...

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Ayúdame...

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—Mhmm... 

¿Estoy... en una cama?

Ese olor... es... es café.

Que yo lo llevo diciendo desde el principio y es que el canon para mí no existe, si lo decía era por algo. 

Este era el último réquiem. Lo siguiente que viene es el arco final del fanfic.

Que conste que he sufrido muchísimo también con esta parte. Hasta le mandé una nota de voz a otra escritora (friyay19, tqm gracias por aguantarme las lloreras) de lo mal que lo estaba pasando jajajaj. 

Frase para tirarle el mayor odio del mundo a Kisaki. Perro maldito. 

Que digo yo... ya... ¿quedaos hasta el final, no? 

Os amo. Miles de gracias por aguantar todo esto conmigo.

Y otra más por si una no es suficiente:

Frase para tirarle el mayor odio del mundo a Kisaki. Perro maldito.