~ 𝑪𝒖𝒂𝒓𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒏𝒖𝒆𝒗𝒆 ~


~ 1 de noviembre de 2012 ~

No sabía ni qué hora era, pero tarde seguro. Nos habíamos quedado dormidos a las tantas y ahora el sol ya brillaba, podía verlo a través de los paneles de la puerta corredera que daba al exterior. 

Ella seguía durmiendo dándome la espalda, la abracé y me acerqué a su oído para despertarla. 

 —Oye pitufo, ¿quieres levantarte ya?

Se acurrucó un poco y negó con la cabeza.

 —No —murmuró, acomodando la cabeza en la almohada—. Se está bien aquí... Cinco minutos más.

Besé su mejilla y me levanté. Eran las once de la mañana, igual aún estaba a tiempo de ir a por algo de desayuno a la cafetería del hotel. Me puse cualquier cosa y salí de la habitación, no sin antes echar un último vistazo hacia dentro y ver que ella seguía ahí arropada hasta la cabeza y hecha una bola en el futón.

Fui hacia la cafetería y, por suerte, me dejaron llevarme un par de tazas de café a la habitación con algo de comer. Por el camino me crucé únicamente con un par de parejas que estarían también hospedándose allí y un grupo de señores mucho más mayores que parecían dirigirse a la terma común. Escuché que comentaban algo de unos ruidos que pudieron oír la noche anterior y se reían lascivamente.

 Mira que le dije que bajara el tono, pero nada, al final nos escucharon... bueno bah, qué más da, pensé mientras volvía a la habitación. 

Cuando entré, ella se había levantado y estaba en el porche de la habitación. La escuché que estaba hablando sola y me acerqué a ella sin que se diera cuenta.

 —Hola pajarito, ¿no tienes frío? Mira, toma un poquito de pan, es de ayer de nuestros bocadillos pero bueno, no creo que eso importe mucho, ¿no? —se reía.

Estaba hablando con un puto pájaro que se había posado al lado de ella. 

 —¿Qué? ¿Te contesta o no? 

El pájaro salió volando cuando salí al exterior y me senté a su lado.

 —Coño Shuji, siempre con los sustos. ¿Dónde estabas? —se llevó una mano al pecho después de dar un brinco al escucharme hablar de repente.

 —Pues he ido a por café —levanté las tazas en alto y le di el de ella—. Toma, anda —cogió la taza con ambas manos y le dio un sorbo.

 —Qué calentito... Oye, ¿me has escuchado? —se le puso la cara colorada.

 —Sí, de hecho, te he pedido cita ya para el loquero, iremos cuando nos vayamos de aquí.

Rio entrecerrando los ojos.

 —Entonces no me quiero ir nunca, ¿podemos quedarnos aquí para siempre? 

 —Ojalá —dejé la taza a un lado y encendí un cigarro. 

Pensé en la noche anterior, cuando ya ella se había dormido. Había sido la primera vez en mi vida que me sentía así. Puede que ella esté loca, que sea una malhablada, una bruta e incluso a veces se comporta como una niña pequeña... pero cada vez que pienso en ella me duele el pecho, y no puedo ni quiero remediarlo.

 —Bien —dejé de pensar y hablé—. ¿Cuál es el plan para hoy? ¿Quieres ir a algún sitio?

Ella negó con la cabeza.

 —Hace frío fuera. ¿Y si nos quedamos aquí? Seguro que aquí dentro hay algo más que hacer aparte de las termas.

 —Sí... de camino a la cafetería he visto que hay un par de mesas de ping-pong y un billar... y una sala común con una tele grande —hice memoria de mi camino—. Y bueno, está la terma común, pero ahí no vamos a ir.

 —Jo, ¿por?

 —¿Cómo que por? Pues porque no. 

 —Aguafiestas eres.

 —No te van a ver desnuda —suspiré—. Hay un grupo de señores mayores ahí, y por lo que les he oído hablar, te escucharon gimiendo anoche, bastante imagen mental tienen ya como para que encima les des una visual. 

 —Bueno, ¿podemos ir al ping-pong entonces? —preguntó con esa cara de puchero que ponía a veces. Se le hinchaban los mofletes de manera que se le ponía la cara regordeta y siempre me daba el mismo impulso: pellizcarle uno de ellos. Así que eso hice.

 —Claro, venga, vístete, he estado mirando en el armario, parece que nos han dejado un par de yukatas, ¿te lo quieres poner?

 —Si tú te lo pones sí —sonreía pícaramente.

Sacudí la cabeza y me levanté en dirección al armario, saqué las prendas y le di el que era de mujer a ella, que lo cogió y se fue al baño a ponérselo y a peinarse. 

Yo no tardé nada en arreglarme un poco y me quedé esperándola fumando, estaba tardando mucho. 

 —¿Qué coño estás haciendo? Llevo listo por lo menos quince minutos.

 —¡El puto pelo! No me hables ahora, me pongo de los nervios cuando me hablan y estoy intentando peinarme.

Abrí la puerta del baño y me quedé con la boca abierta. Estaba preciosa. No la había visto nunca en yukata, a excepción de aquel día cuando aún Moebius existía y peleamos con la ToMan... pero esa vez ella estaba para el arrastre, toda llena de barro y con el traje roto. Sonreí y ella giró su cabeza hacia mí, estaba intentando hacerse un recogido y tenía varias horquillas en la boca.

 —¿Qfe mifas? —me dijo como pudo para que no se le cayeran las horquillas de los labios.

 —Trae anda —le quité las horquillas de la boca—. No hace falta que te hagas eso. Dame una gomilla de pelo.

 —¿Me vas a peinar? 

 —Sólo porque me estoy poniendo de los nervios esperándote. Venga, estate quieta ya.

 —Odio peinarme, Emma es la que siempre lo hace, ¿sabes?

 —No te acostumbres a que yo lo haga, además, solo voy a hacerte una coleta.

Agarré varios mechones de su pelo, los llevé hacia la parte de atrás de su cabeza y los recogí en una coleta, dejándole la otra mitad de la melena suelta por debajo. 

 —Ala, listo, ¿has visto qué fácil? 

 —Se lo pienso decir a Emma, que quieres quitarle el puesto —se miró en el espejo y se giró hacia mí, esbozando media sonrisa—. Qué guapo estás, ¿no? ¿Te puedo hacer una foto?

 —¿Qué? No.

 —Porfa, venga solo una —Otra vez puso esa cara a la que no podía negarme.

 —Venga, va, pero me la haces y nos vamos —me agarró de la mano y me sentó en el suelo.

 —A ver, venga, pósame.

 —Hazla ya.

De seguro salí con una cara de perros increíble, pero qué más daba, solo era por complacerla. Tenía el móvil lleno de fotos mías que me hacía cuando estaba desprevenido o durmiendo, por que tuviera alguna en la que saliese medio decente tampoco iba a pasar nada, yo también tenía fotos de ella, pero todas eran de cuando le hacía alguna perrería y se las tomaba para chincharla después o amenazarla en broma de que se las enseñaría a sus amiguitos.

Por fin salimos de la habitación y fuimos a las zonas comunes a echar el día de cualquier manera que surgiera para divertirnos, no me importaba quedarme allí, mientras ella se lo pasara bien a mí me bastaba.

 —Te gané otra vez. ¿No piensas rendirte aún?

Estuvimos casi todo el día jugando al ping-pong, salvo en el momento que fuimos a comer y vimos un poco la tele en la sala común. 

Para ese entonces, aún íbamos empatados en victorias, y él había insistido en jugar por la tarde para desempatar. Para mi suerte, llevaba ya unas cuantas partidas seguidas ganando y no se daba por vencido.

 —La última —decía jadeando debido a haber estado corriendo de izquierda a derecha para darle a la pelotita con la pala—. La última, esta te gano.

Se había hecho ya de noche, aunque no era muy tarde, miré el reloj de la pared y vi que marcaban las ocho y media, aún teníamos que cenar y para ello habíamos comprado algo en la cafetería para comerlo en la habitación tranquilos.

 —Vale, la última y vamos a la habitación, que tengo hambre, pero... vamos a apostar algo, quien gane esta será el ganador absoluto —le reté sonriendo.

 —Venga, lo que sea, ¿qué quieres apostar si ganas? —se le veía nervioso, estaba súper motivado y yo me reía al verle.

 —Si gano yo —pensé en lo que había visto en la mochila el día anterior—, nos bebemos la botella que metiste en la mochila.

 —¿Por qué hurgaste? Era una sorpresa.

 —Shuji, ¿querías emborracharme y aprovecharte de mi? —llevé una mano a mi frente y eché la cabeza hacia atrás, fingiendo desvanecerme.

 —Eso nunca, no seas tonta —se puso serio—. Sabía que en algún momento del viaje te iba a apetecer beber. Soy precavido.

 —Bueno, ¿y qué hay de ti? ¿Qué quieres si ganas? 

 —Si yo gano... —se paró un momento a pensar—. ¿Viste lo otro que había en la mochila?

 —Sí.

 —Pues eso y bueno, otra cosa... —me echó una mirada de arriba abajo, recorriendo mi cuerpo con los ojos y mordiéndose levemente el labio inferior.

Sonreí y asentí.

 —Siempre estás pensando en eso, ¿no?

 —Nah, no siempre, pero ese yukata está pidiendo a gritos que te lo arranque. 

 —Qué cerdo eres, en serio —repliqué, sacudiendo mi cabeza un poco.

 —¿Sabes qué? Ya no quiero jugar más, vamos a la habitación —me agarró de la muñeca y empezó a arrastrarme con él en dirección a las habitaciones—. Lo dejamos en empate, los dos ganamos y nos montamos la fiesta solos, ¿te parece? —se estaba riendo.

Parecía contento de estar ahí. Normalmente solía tener la cara seria y parecía no entretenerle nada, pero cuando estábamos los dos solos no era así; sonreía y cada dos por tres se le escapaba esa risa payasa con la que yo tanto me metía. Yo le decía que parecía un dibujo animado que veía de pequeña y él se enfadaba, poniendo una de las caras que más gracia me hacían: se cruzaba de brazos y giraba la mirada murmurando maldiciones hacia mi persona.

Llegamos a la habitación y justo de la puerta de al lado salían unos señores mayores en yukata, que nos miraron y vi como se reían. Arqueé una ceja a modo de desaprobación ante eso y miré a Shuji, quien me hizo una seña de que estuviese callada y no la liara, pero le reté con la mirada.

Me dirigí hacia los señores.

 —Disculpen, ¿ocurre algo?

Se callaron de golpe y me miraron de arriba abajo.

 —Nada, bonita, no pasa nada.

Ya...

Estaba dispuesta a responderles, pero Shuji me detuvo.

 —Diculpen —Shuji me agarró del yukata y me arrastró hacia dentro de la habitación cerrando la puerta de golpe—. ¿Qué mierdas haces? —cuestionó casi gritando.

 —Lo primero, bájate dos tonitos, lo segundo, esto hago —me tiré encima de él y le pasé las piernas por la cintura para que me sostuviese en alto. Le besé y noté que sus labios se curvaban en una sonrisa y habló sin separar sus labios de los míos.

 —¿Tú sabes que esos son los señores que te escucharon anoche gemir como una loca?

Abrí los ojos como platos y separé mi cara de la suya. Noté que me dio un tirón de la media coleta que me había hecho en la mañana.

 —¡Ay, no me tires del pelo, joder! —le reñí, llevando mi mano a la parte de atrás de la cabeza.

 —Otras veces no me dices nada por que lo haga —se burló y me bajó de sus brazos—. Venga, que nos desviamos de "lo importante" —hizo comillas e imitó, aunque de pena, mi voz.

Fue hacia la mochila y me la lanzó.

 —Ábrela, yo voy a preparar lo de la cena mientras.

Abrí la mochila y saqué una botella de vodka y un paquetito de plástico con una especie de ramitas secas en su interior. Ya sabía lo que eran, lo que me preocupaba era su procedencia. 

 —Shuji, ¿a quién le has pillado esto?

 —¿A quién va a ser? Pues a tu amiguito.

Me quedé más tranquila. Si de algo estaba segura, era que al menos en el tema de las drogas, Sanzu nunca nos daría nada que pudiera hacernos mal o que fuera de mala calidad. Aún me preguntaba de dónde coño sacaría ese muchacho todas estas cosas.

 —¡MODO FIESTAAAAA! —Me puse a gritar y a dar saltitos por la habitación y acercándome a Shuji—. Oye tú, ¿y esto con qué se supone que nos lo vamos a beber? No hay hielos, ni refresco.

 —No, es vodka, a chupitos, no quiero que la mezcla con el gas del refresco y lo otro que vamos a tomar te siente mal —hizo una pausa y se llevó la mano a la nuca—.  Bueno, si quieres tomarlas, claro. Sanzu me dijo que ya las habías probado antes.

 —Sí, de hecho me he reído bastante cuando las hemos comido. Sin miedo al éxito, venga, chupito ya.

 —¿No quieres cenar? 

 —No, no, no —ya había empezado a bailar echándome un chupito en el tapón de la botella. 

 —Entonces... ¿puedo comerme también tu cena? Tengo hambre. 

 —Cómete lo que quieras, pero rápido, si no cuando termines de cenar yo ya voy a estar borracha y tú fresco como una rosa.

Pasaron unas horas, Shuji se comió todo lo que habíamos comprado en la cafetería para cenar y empezó a beber conmigo. Básicamente, él bebía sentado en el suelo y yo de mientras, como había puesto música en el móvil, estaba bailando por toda la habitación, dando vueltas alrededor de él con la botella en alto y moviendo mi cuerpo al ritmo de las canciones que iban sonando.

En algún momento él se levantó y me dio un beso, dejando una de esas ramitas secas en mi boca. Estaban malísimas, pero las setas son así, es como si te metieras un palito seco en la boca. Él se llevó también una a la boca y tras mordisquearla un poco se lo tragó junto con un chupito. Yo imité su acción.

Pasamos un rato más riendo y dando brincos en la habitación, hasta que empezamos a notar calor de tanto movimiento y salimos al porche a sentarnos a que nos diera el fresco.

 —Tabaco —pedí con una sonrisa en la cara que no se debía a otra cosa que el efecto de las setas. Me estaba empezando a doler la cara de tener los labios arqueados hacia arriba. 

 —No tengo el tabaco —respondió, haciendo aspavientos con las manos.

 —Lo tienes en la mano, imbécil —las palabras me bailaban al pronunciarlas, eso era consecuencia no de las setas, sino del alcohol, aunque no habíamos bebido mucho, pero si lo juntaba con el efecto de lo otro, era como si lleváramos una borrachera bastante curiosa.

Shuji se miró la mano.

 —Hostia, el tabaco, aquí estaba —sacó un cigarro y me lo dio.

Lo encendí y a las dos o tres caladas se lo pasé a él.

 —Shuji, me pica la cara.

 —Y yo tengo mucho calor, ¿nos bañamos? O quizá ya es muy tarde, o temprano, mira está saliendo el Sol ya —él tenía la misma cara de atontado que seguro tenía yo también.

 —Shuji... —me entró una risa floja que no pude parar—. Son las putas tres de la mañana, ¿cómo va a estar saliendo el Sol? —continué riéndome y me levanté, arrastrándole a la terma y tirándole dentro, con yukata y todo incluido, lo que no esperé fue que antes de caer me agarró del brazo y caí con él al agua.

Nos reímos y nos quitamos la ropa, tirándola fuera de la terma. Los yukatas habían quedado empapados, pero en ese momento ni les prestamos atención. Nos sentamos en las piedras de la terma, ambos mirando a la nada.

 —Enana.

 —Dime, aprieta bombillas.

 —¿Esa piedra se está moviendo o soy yo que voy muy ciego?

 —¿Qué piedra? Ah, oye, ¿tú ves que el humo de la terma hace figuras raras? Mira... una mariposa.

Noté que dejó caer uno de sus brazos sobre mis hombros y posó su cabeza sobre la mía.

 —Vale, vamos los dos cieguísimos enana, igual hemos comido muchas.

 —Shuji, tengo hambre.

 —Pues no hay comida.

 —Tengo hambre y me pica la cara —empecé a rascarme. Sería otra alucinación, pues no tenía ningún motivo para que me picase nada. 

 —Deja de rascarte —agarró mis manos para separarlas de la cara—. ¿Sabes dónde sí hay comida? En la cocina del hotel —Me miró y me sacó de la terma empujándome hacia arriba—. Corre, vístete, ponte cualquier cosa, pero tápate, que no quiero que te vean.

 —Celoso.

 —Sí, soy un puto celoso, no quiero que nadie vea lo que es mío —salió del agua y me dio una palmada en el culo.

Ambos nos vestimos, me puse una de sus camisetas que me quedaban enormes y unas bragas secas. Él sí se vistió algo más y se puso un pantalón largo de tela y una camiseta ancha. 

En ese momento solo teníamos un destino en mente: la cocina del hotel. ¿Con qué objetivo? Saciar el hambre que me había entrado por no haber cenado. 

Nos dispusimos a salir de la habitación como si fuéramos dos ladrones a punto de cometer el mayor asalto de la historia.

Todo me daba vueltas, no como cuando estás borracho, era algo más... ¿raro? Los dibujos de las paredes parecían moverse e incluso alguno de los animales que había ahí grabados parecían mover las patas a veces. No sé ni porqué me había estado fijando en esos grabados en nuestro camino hacia la cocina del hotel. 

Ella iba delante de mí, tenía las manos en alto, como si fingiese llevar una pistola y escondiéndose en todas las esquinas. Donde siempre se acercaba el cuello de la camiseta a la boca y murmuraba cosas en voz baja.

 —Aquí el escuadrón de asalto "demonio y angelito", estamos cerca del objetivo, esperamos orden para continuar.

Desde luego está loca, me gustaría pensar que eso que hace es culpa del alcohol y las setas, pero sé que, justo esas cosas no lo son. Ella es así, hace ese tipo de tonterías a menudo, así que sí, lo está, pero es mi loca favorita. Yo iba riendo en voz baja detrás de ella y me tuve que parar un par de veces para no soltar una carcajada.

Al dar dos o tres pasos hacia la puerta de la cocina, pasamos por delante de las puertas de la terma común y ella las abrió pensando que eran las de la cocina. Se quedó con la boca abierta y no era para menos. 

Las termas comunes eran enormes y tenían una cascada aún mucho más caudalosa que caía desde lo alto, o quizá yo lo vi demasiado alto en ese momento. 

 —Shuji, me quiero tirar desde ahí arriba.

 —¿Qué dices? 

 —Que me voy a tirar, adiós.

Fue corriendo hacia las piedras, quitándose la camiseta en el camino y tirándola al suelo. Empezó a trepar y fui corriendo detrás de ella. 

 —Baja de ahí, te vas a caer.

 —Eres un cagueta, tan chulo que eres, ven y sub...—se había resbalado, pero milagrosamente consiguió mantener el equilibrio—. Bueno, tras este traspié que tú no has visto —hizo énfasis en eso último—. Continuaré hablando. Si tienes cojones ven y tírate conmigo.

A la mierda. 

Una vez más, me dejé llevar con ella. Me quité la camiseta y empecé a trepar las rocas siguiendo sus pasos. Cuando estábamos arriba del todo la cogí en brazos y salté con ella a la terma. El ruido de ambos cayendo al agua resonó por todo el lugar y ambos nos tapamos la boca el uno al otro con las manos, aguantándonos la risa. Vimos que se encendían algunas luces, escuchamos los ruidos de algunas puertas abriéndose y salimos corriendo del agua.

 —¡Mi camiseta, corre, dámela! —me gritaba en voz baja.

La recogí del suelo y se la lancé. No se la puso, pero se tapó el pecho con ella. Yo recogí la mía y ambos salimos corriendo de la terma hacia la recepción.

 —Aquí equipo "demonio y angelito", abortamos misión, repito, abortamos misión.

Estaba chillando mientras llegábamos al pasillo de las habitaciones. Ella iba detrás de mí, escuchaba sus pies mojados dar pasitos a mi espalda, hasta que escuché un estruendo.

Miré hacia atrás y comprobé que se había tropezado y que, cayendo al suelo se había agarrado a una cortina y la había descolgado por completo de la pared, llevándose la barandilla con ella. Menos mal que reaccioné rápido y agarré aquel tubo de metal antes de que le cayese en la pierna. Por una vez agradecí el metro noventa y poco que gastaba.

 —¿Estás bien? 

 —¡Oigan! ¿¡Qué están haciendo!? Llevamos escuchando ruidos fuertes desde hace un buen rato —gritó una señora con una linterna desde el otro lado de la sala.

Todos los efectos que había en mi organismo se esfumaron de golpe, pero en la enana aún parecían persistir. 

 —Levante soldado, nos han pillado —le susurré entre risas.

La mujer se acercó a nosotros, apuntando hacia ella con la linterna, le vio la espalda al desnudo mientras yo le colocaba la camiseta y la levantaba del suelo cogiéndola en brazos.

 —Disculpe señora, ella no se encontraba bien y quería tomar algo de aire —mentí.

 —¿En las termas comunes?

 —Esto... nos confundimos de salida.

 —¿Y decidieron meterse al agua? —señaló con la luz de la linterna el rastro de agua—. Mirad, ya soy muy mayor para estas cosas, si mi marido llega a veros de seguro que os hubiera echado a patadas, así que, por favor, volved a vuestra habitación y no molestéis a los demás clientes, ¿de acuerdo?

Miré a la enana de reojo, tenía la cara colorada y se tapaba la boca, o nos íbamos de ahí o de seguro iba a empezar a reírse delante de la señora. 

 —Sí señora, nos vamos ya.

Me di la vuelta lo más rápido que pude y empecé a caminar hacia la habitación, ella se agarró con las manos a mi camiseta y hundió la cara en mi pecho riéndose en voz baja.

 —Shuji —decía entre risas—, lo siento —parecía que se iba a desinflar ahogando las carcajadas—. Es que no te pega nada ser tan amable, de verdad.

 —Ahora no voy a ser amable contigo, créeme — le avisé, agravando la voz en su oído antes de abrir la puerta de la habitación, la coloqué a horcajadas en el aire aguantándole las piernas y la besé. 

Ya no podía reprimirme cuando la veía con aquella cara, casi inundada de lágrimas de risa, toda colorada y mirándome con esos grandes y oscuros ojos que ahora brillaban. Esa cara me perdía.

Cerré la puerta tras de mí, sin parar de besarla ni un momento. Fui hasta el baño con ella y la bajé de mis brazos. Empecé a secarle el cuerpo tras desnudarla, ella seguía riendo, aún estábamos empapados de habernos tirado a la terma. Me detuve en todos los rincones de su cuerpo pasándole la toalla, me arrodillé en el suelo para secarle las piernas y ella se inclinó para quedar a la altura de mi oído.

 —Ya no llevo el yukata... pero... ¿aún quieres...?

La miré y mordí mi labio inferior antes de comenzar a devorarle la boca de nuevo. 

La llevé a la cama y de nuevo tuvimos otro de esos momentos en los que solo podía centrarme en ella, en su placer, en escucharle decir mi nombre entre jadeos y gemidos, en deleitarme con la vista de tener a la mujer más preciosa que había visto en mi vida entre mis brazos, a la única que había podido sacar lo mejor de mí en tan poco tiempo y con quien verdaderamente creía que podría pasar el resto de mi vida.

 —Te quiero Shuji —murmuró cuando ambos terminamos y dejándose caer sobre mi pecho—.  Te quiero mucho.

Cerró los ojos e instantáneamente escuché su respiración pausarse. Otra vez, se había quedado dormida de nuevo tan rápido, que no me dio tiempo ni de contestarle.

La coloqué a mi lado en el futón y nos arropé a ambos con la manta. Pasé mi mano acariciando su cara y dejé un beso en su frente.

 —Y yo a ti, loca —susurré, aún sin separar mis labios.


Besitos y bebed agüita <3

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