~ 𝑪𝒊𝒏𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒚 𝒔𝒊𝒆𝒕𝒆 ~


~ Unos días antes de Navidad, Roppongi ~

 —Ran, te está sonando el teléfono desde hace un rato, ¿no vas a contestar? —la chica se separaba del rostro del de pelo largo.

 —No me apetece, déjame estar así un poco más contigo, seguro que es por cualquier tontería —dejó escapar un suspiro mientras hundía su cabeza en el hombro de ella. 

Ran llevaba bastante tiempo cansado. Sus hombres y él habían estado buscando por todos lados a aquel antiguo comandante de los Black Dragons. A ese antiguo amigo. Y no daban con él, lo único que escuchaba eran rumores por aquí y otros tantos falsos avistamientos por allá.

 —Como quieras, pero-

Las palabras de ella fueron interrumpidas por un portazo que retumbó en la habitación.

 —Ran, ¿eres tonto? Llevan llamándote toda la tarde —Rindou, su hermano, miró hacia la chica por un instante y le dedicó una sonrisa que se esfumó al ver la cara del mayor—. Es ese chico, el de las gafas que vino a hablar con nosotros hace un par de meses, cógele el teléfono y déjala tranquila un ratito, anda.

 —Eso le estaba diciendo yo —ella se levantó de las piernas de Ran para dirigirse hacia la puerta—. Luego vuelvo, habla con ese chico por teléfono, anda —miró hacia Rindou, quien aún permanecía ahí y le dedicó una amplia sonrisa—. Oye Rin, ¿hacemos tortitas? 

Este le respondió con una sonrisa y le pasó el brazo por los hombros, dejando la puerta de aquella habitación abierta antes de encaminarse hacia otra parte de la casa.

Ran, quien estaba más que habituado a ese tipo de interrupciones, decidió hacer caso de su hermano antes de ir a comer con ellos. Quería apresurarse, pues frías, las tortitas que tanto le gustaban más que nada por las manos que las preparaban, no sabrían igual.

Marcó al número que lo había estado llamando desde hacía rato.

 —Dime, estaba ocupado y no he podido contestar —soltó en cuanto escuchó que alguien descolgaba del otro lado de la línea.

 —No te preocupes, ya me dijo tu hermano que no podías atenderme —hubo un momento de silencio—. ¿Buscabais a ese chico verdad? Lo he encontrado.

No podía creérselo, y eso que jamás había pensado siquiera la idea de unirse a una pandilla ni nada por el estilo, ya que él y su hermano se bastaban para hacer temblar al más fuerte de cualquier lugar. Sin embargo, parecía que las cosas en Roppongi volvían a estar algo ajetreadas, y quizá, obteniendo algo más de renombre pudieran solventar todos los problemas que podrían ocasionarse.

Además, también empezó a retractarse de cierta conversación que tuvo una vez con su hermano. Quizá aquella otra persona sí podría serles de utilidad, de una u otra manera, seguro que algo podrían conseguir.

Chasqueó la lengua, arrepintiéndose de no haber actuado cuando tuvieron, literalmente, la oportunidad en la palma de sus manos. Pero ya era tarde para eso, y el único que podría ayudarles, por lo que parecía, era aquel chico de lentes cuadradas y tez morena.

 —¿Dónde está? —terminó por preguntar Ran.

 —¿Seguís interesados en aquello otro que hablamos hace un par de meses?

 —Sí —contestó, colocándose el teléfono de manera que pudiera aguantarlo con un hombro para dejar sus manos libres y comenzar a trenzarse el pelo como solía hacer.

 —Está bien. Os mandaré una dirección, la fecha y la hora. Así podréis hablar tranquilos.

La llamada finalizó y lo último que Ran recibió, antes de abandonar la habitación, fue el mensaje de aquel chico que haría que, probablemente, el destino de todos cambiase una vez más. 

Lo que no sabía, era a cuál de las dos personas que estaba buscando se encontraría.

~ 25 de diciembre, Iglesia Udagawa ~ 

Finalmente salíamos de la iglesia dejando allí a esos dos. Mis andares iban más rápidos que los de Kisaki, quería cerciorarme de qué es lo que había hecho este para asegurarse de que ella estuviera bien, pues ese tal Taiju aún no había aparecido por ningún lado, y no quería que ella estuviera sola si él hacía acto de presencia. Sabía de sobra que no dudaría un momento en lanzarse a detenerlo por mucho que no hubiera nadie más con ella.

Antes de girar la esquina me detuve un momento, pues pasó por mi mente algo que quizá nos hubiera ahorrado tener que hacer todo esto.

 —Oye Kisaki, si tus planes eran desde el principio que mataran a Taiju, ¿para qué hemos fingido ayudarlos?

Kisaki tenía una expresión que no le había visto nunca.

 —Es divertido —confesó, a lo que le miré extrañado—. Es divertido ver como no pueden hacer nada, ¿sabes?

De nuevo tuve esa sensación recorriéndome el cuerpo; la emoción de vivir la vida minuto a minuto, de ver algo de entretenimiento en mi día a día. Pero se esfumó en un instante cuando escuché un grito de una voz que ya podría reconocer entre miles de ellas.

Volví a caminar, casi corriendo. Giramos la esquina exterior de aquel edificio y allí estaba ella, con dos tipos enfrente, que al lejos se me hacían conocidos, pero no conseguía recordar de dónde.

 —¿Quiénes son esos, Kisaki? ¿Qué hacen con ella?

 —Los Haitani. Esos... —le vi colocarse los lentes—. Más bien, "ese" es mi regalo de Navidad para vosotros. Ahí tienes lo que tanto buscabas Hanma. Ve con ella, y dile que yo me encargo de todo por aquí, no tiene que preocuparse más por lo que pase en la iglesia —pasó sus manos hacia la parte trasera de su cabeza y comenzó a caminar para irse del lugar—. Aunque no creo que esté pensando en eso ahora mismo. En fin, luego me cuentas.

Eché una última mirada hacia él, y escuché un sonido hueco contra el suelo que parecía proceder de la posición de ella. Giré mi vista hacia allí y me apresuré para estar a su lado cuanto antes, antes de que lo que me estaba suponiendo que le pasaba fuera a más.

~ 25 de diciembre, Afueras de la Iglesia Udagawa ~

 —Ese no es tu nombre.

Ran me miraba de una manera intensa, con media sonrisa esbozada en su rostro. Su hermano, Rindou, en cambio, estaba serio, como si la cosa no le importase en lo más mínimo. Aún así, podía ver como de vez en cuando me miraba por el rabillo del ojo.

 —¿Qué quieres decir? —estaba confusa y empecé a ponerme nerviosa, había olvidado completamente la razón de encontrarme a las afueras de aquel edificio, mi atención se había centrado en las palabras de aquel pelinegro con trenzas—. ¿Cómo que ese no es mi nombre?

 —Pues eso mismo es lo que decimos, ¿no es tan difícil de entender? ¿No? —Rindou fue quien contestó esta vez.

 —A ver —empecé a reír de manera sarcástica—, si me decís eso, imagino que tendréis un contexto que darme, ¿no? Porque solo con afirmaciones vagas no creo que-

 —¿Tus padres murieron en un accidente de coche cuando eras una niña? —mis palabras fueron interrumpidas nuevamente por Ran.

La sonrisa se borró de mi cara. Me empezaron a temblar las manos y un sudor frío empezó a recorrerlas. ¿Cómo sabían ellos todo eso?

 —¿Sólo tú sobreviviste? —añadió su hermano.

 —¿No tienes familia? —Ran, de nuevo.

 —¿O crees no tenerla? 

Se iban alternando el uno con el otro, haciendo cada vez más preguntas que se iban clavando en mi pecho como pequeños puñales, los cuales iban removiéndose dentro de mí, dejando espacio para que la misma ansiedad que me daba con aquellas pesadillas empezase a hacerse visible en mi rostro, mis gestos y en todo mi ser. Mi respiración se entrecortó por un momento y perdí las fuerzas en las manos, dejando caer mi teléfono al suelo; un sonido hueco retumbó por el lugar a causa del golpe que se dio con el asfalto.

Empezaba a notar la flaqueza en mis piernas y como mis ojos comenzaban a escocer. No quería ponerme a llorar allí, delante de dos personas que prácticamente eran unos desconocidos para mí. Agaché mi cuerpo para recoger el teléfono del suelo, pero una mano tatuada se me adelantó y lo recogió antes que yo.

Levanté mi mirada y ahí estaba él, a mi lado, metiéndose mi móvil en el bolsillo.

 —Yo te lo guardo, si no al final lo vas a romper.

 —¿Qué haces aquí? ¿Y Kisaki y los otros?

 —No te preocupes, Kisaki y el peluche se están encargando. Pero de momento no ha pasado nada. Te he escuchado gritar y he venido corriendo, te dije que me llamaras enseguida si algo pasaba, ¿no? ¿Qué quieren ellos de ti?

 —Hola, seguimos aquí, ¿por qué no nos preguntas a nosotros directamente? —dijo Ran, con burla.

Shuji rodó los ojos y se giró hacia ellos.

 —¿Hace falta que repita la pregunta? 

 —¿Y tu eres...? —preguntó Rindou.

 —Hanma Shuji —me atrajo a él por los hombros—. ¿Qué queréis de ella?

 —Nada realmente, solo queremos hablar y contarle acerca de ella —Ran miraba hacia nosotros, analizando la postura. Yo me mantenía callada, sin saber qué decir, aún estaba poniendo en orden mis ideas e intentando averiguar cómo es que ellos sabían todo aquello—. Por cómo actúas me parece que es tu novia, ¿no?

Shuji sacó un cigarro y me lo dio una vez lo hubo encendido.

 —Así es —le contestó bastante cortante a Ran.

Los hermanos se miraron entre ellos.

 —Qué remedio, venid los dos.

Nos dieron la espalda y comenzaron a caminar en dirección a la carretera, donde había varios coches aparcados en línea. Me quedé quieta un momento, fumando el cigarro e intentando calmarme. Agarré a Shuji por la chaqueta, intentando encontrar en él algo más de calma. Funcionaba.

 —¿Qué te han dicho? —se acercó para hablarme en voz baja.

 —Shuji... —giré mi rostro hacia él—. Ellos saben algo de mí, no sé qué es, pero saben del accidente de mis padres, y algo de mi nombre, no sé a qué se refieren... pero... dicen que yo no me llamo así. No entiendo nada, Shuji, yo... —no sabía qué hacer. No tenía la determinación en ese momento de enfrentarme a aquello. 

Pero, por  otro lado, sí quería saberlo. Era algo que llevaba queriendo toda mi vida, y ahora que tenía la oportunidad, me había quedado en blanco. Me daba miedo averiguar algo que no me gustara y que solo hiciera mi vida más complicada de lo que ya era.

 —¿Qué le pasa a tu nombre? —chasqueó la lengua—. Bueno, la cuestión no es esa, ¿tú quieres saber lo que tienen que decirte o no? —apoyó sus manos en mis hombros y me giró para que le mirase directamente a la cara, me miraba fijamente—. Escúchame, voy a estar contigo, no te pienso dejar sola. Si quieres ir con ellos, vamos los dos, si no quieres, y ellos se interponen en que nos vayamos, les pego una paliza, así de simple. Sólo tienes que decírmelo... no es algo que yo pueda decidir por ti —hizo una pausa, sus palabras eran firmes, él parecía tener esa determinación que a mí me faltaba a veces—. Pero, si mi opinión cuenta para algo... quizá si ellos saben algo... puedas dejar de una vez de darle vueltas a todo eso y dormir tranquila de una vez por todas.

Tenía razón. No podía seguir así, y si esta era la única manera de, aunque fuera rasgar la superficie de aquello de lo que no me acordaba, no iba a desaprovechar esa oportunidad.

 —¿Venís o no? —gritó el rubio desde el lateral de uno de los coches.

 —Dime enana, ¿quieres ir o no?

 —Sí, vamos.

Shuji me agarró de la mano y comenzó a caminar hacia donde aquellos dos nos esperaban. Nos montamos en la parte trasera del coche y los hermanos ocuparon los asientos delanteros.

Durante todo el camino, pude notar los ojos de Ran a través del espejo retrovisor, clavados en mí, analizándome, pero no me incomodaba del todo. 

Shuji no soltó mi mano en ningún momento del trayecto y cuando me quise dar cuenta habíamos llegado a una parte de la ciudad a la que no recordaba haber ido nunca, las luces de clubes y locales de fiesta inundaban las calles, gente de todo tipo paseaba por ellas, a cada cual con la pinta más extravagante que la anterior.

Esa parte de la ciudad era así. Roppongi era así, o eso tenía entendido.

Nos adentramos en un edificio sin articular palabra, siguiendo a aquellos dos hasta una habitación con varios sofás en el centro y una chimenea al fondo, en la que crepitaba un fuego que parecía haber sido encendido no hacía mucho. Los cuatro tomamos asiento en los sofás, quedando ellos dos enfrente de nosotros.

 —Bien... ¿Por dónde empezamos? —Rindou rompió el silencio preguntándole a su hermano.

 —Pues por el principio, como siempre.

 —Pues empieza tú.

Ran se aclaró la garganta y posó sus codos en las rodillas, inclinándose hacia delante en aquel sofá.

 —¿No te parece que tu apellido es bastante... inusual? —me dirigió una mirada penetrante.

 —Pues sí, pero tampoco le he dado importancia en mi vida, de hecho, lo he evitado siempre porque se metieron conmigo de pequeña por él —Shuji me miró extrañado—. Oye, una pregunta, ¿podemos fumar aquí?

 —Claro, sin problema —Ran esbozó una sonrisa—. ¿Por qué se metían contigo?

 —Porque suena a "banana" —musité retraídamente y los hermanos echaron a reír. Shuji, en cambio, parecía no comprender nada.

 —¿Cómo que a "banana"? —pareció caer en la cuenta de algo y tenía el presentimiento de que había recordado mi conversación con Koko—. ¿Pero tu apellido no es Kurosawa? ¿Qué tiene que ver eso con "banana"?

Reí en alto.

 —No, ese es el apellido de soltera de mi abuela. Como nunca preguntaste no te dije nada, así evitaba que tuvieras algo más para burlarte de mí.

 —He vivido una mentira todo este tiempo —Shuji sonreía—. Ese es el apellido que está inscrito en la puerta de tu casa, supuse que era el tuyo. En fin, ¿cuál es tu apellido? Prometo no reírme.

Hice una mueca, pero finalmente consiguió sacarme una sonrisa con esa expresión suya y supe que con él podía relajarme ahora.

 —Higanbana —lo dije sin pensar mucho más allá.

Shuji borró la sonrisa de su rostro y miró hacia el frente, clavando su mirada en aquellos dos, que sonreían en mi dirección. Sacó un cigarro y lo encendió.

 —Es raro, sí... ¿pero qué tiene que ver ese apellido aquí?

 —Bueno... el tema de tu abuela lo trataremos más adelante... la cosa es, ¿habéis oído hablar de la yakuza del "Lirio de la Muerte"? O la mafia, como prefiráis llamarlo.

Ambos negamos con la cabeza, no tenía ni idea de lo que me estaban hablando ni en mi vida había escuchado ese nombre.

 —¿Qué tiene que ver la yakuza con mi apellido?

 —Felicidades, acabas de conocer a tu familia —Rindou intervino dándole una palmada a su hermano en la espalda—. Ran va a dar ocho mil vueltas para contártelo, así que por lo menos vayamos al grano en esto.

¿Cómo? 

 —¿Mi familia? Pero si...

 —Sí, tus padres murieron en aquél "accidente", ¿quieres seguir escuchando o prefieres seguir pensando que fue eso lo que pasó?

Noté el tono irónico con el que había dicho esa palabra. Ya no podía echarme atrás, si había llegado hasta aquí, iba a sonsacar toda la información que me fuera posible; digerirla ya sería otro cantar. 

Le pasé el cigarro a Shuji quien lo tomó y se lo pasó a la mano contraria. Mis pies empezaron a traquetear el suelo con nerviosismo.

 —Continuad.

 —Bien, tus padres, mejor dicho, tu padre, era perteneciente a la familia principal de esa mafia. Era uno de los mandamases por así decirlo, aunque parece ser que algo pasó, cosa que nosotros desconocemos, pues fue hace tantos años que nosotros éramos tan críos que se nos negaron los detalles. Lo que sí sabemos es que, a causa de eso, tus padres tuvieron aquel "accidente".

Noté un escalofrío recorrerme el cuerpo. No tenía sentido.

 —Quieres decir... ¿Que los eliminaron?

 —Exacto, quisieron eliminaros a todos pero, al parecer, sólo la hija de ellos sobrevivió a aquello, aunque era un rumor y nadie lo sabía con certeza.

 —Pero... —¿y mi abuela?—. Sí tenía familia, mi abuela materna se encargó de mí, hubiera sido fácil dar conmigo, ¿no? Al menos, buscándola a ella.

 —Te equivocas... —ambos dudaron de lo que iban a decirme a continuación—. Alguien te sacó de allí y te llevó con esa mujer... —dejaron de hablar y se miraban.

 —¿Qué pasa con ella? Parad de hacer esos silencios, me estáis poniendo más nerviosa de lo que ya estoy —empecé a frotar una mano con la otra y Shuji, al ver aquello, extendió su mano para calmarme, tomándome de una de ellas.

 —Tu abuela materna murió mucho antes de todo aquello —mi respiración volvió a cortarse—. Esa mujer no era tu abuela.

No podía ser verdad. Todo lo que me estaban contando tenía que ser mentira. Una broma de mal gusto. No podía creer ni una de sus palabras, era imposible que mi abuelita no fuera ella. Siempre me había tratado como lo haría una abuela, con un cariño y un amor, propios de compartir la sangre.

 —¿En qué os basáis para poder decir eso? Yo he convivido con mi abuela durante años. No tiene ningún sentido, de hecho, nada de lo que me estáis diciendo lo tiene... —me estaba alterando por culpa de los nervios, Shuji apretó mi mano y se acercó a mi oído.

 —¿Quieres que nos vayamos?

 —No, no quiero irme. Quiero que estos dos me digan en qué coño se basan para ir desmintiendo y negando a la familia de una persona, no veo en qué momento les parece que esto puede ser gracioso —les señalé con el dedo, ambos estaban sonriendo y no entendía el por qué—. Míralos Shuji, encima tienen la cara de reírse. De verdad, dadme una razón para no partiros la cara ahora mismo.

 —No te preocupes —Shuji se incorporó, tratando de detenerme—. Si finalmente quieres darles una paliza no vas a estar sola.

 —Es igual que ella... —el mayor de ellos habló hacia su hermano y me detuve—. Rin tráelo, con eso al menos evitaremos que nos dé una paliza. Bueno, que lo intente.

El rubio se dirigió hacia una estantería de la sala, sacando un viejo libro que parecía ser un álbum de fotografías. Hojeó las páginas hasta dar con lo que estuviera buscando y sacó de ahí un pedazo de papel que me entregó en cuanto volvió hacia donde estábamos.

 —¿Los reconoces?

Eran ellos. Una fotografía de dos personas sosteniendo a un bebé de apenas unos meses de vida. Eran mis padres. Los reconocía por las únicas dos fotografías que tenía de ellos en el altar de mi salón, las cuales había visto una y otra vez, analizando cada facción de sus rostros, intentando imaginármelas en movimiento para, al menos, intentar recordar algún gesto, una mueca, cualquier expresión en sus caras.

 —¿Por qué tenéis esto?

 —Porque esa mujer... Kaede ... era nuestra tía. Haitani Kaede, evidentemente al casarse con tu padre adoptó su apellido —Rindou levantó ambas manos y suspiró.

Kaede... Kaede... 

Como si de una revelación se tratase, la imagen del accidente de mis padres se hizo nítida en mi mente.

Flashback

 —¡KAEDE! ¡CARIÑO! ¡AGUANTA A LA NIÑA! —mi padre gritaba, intentando frenar el coche—. ¡MALDITOS HIJOS DE PUTA!

 —Reika... papá y mamá están aquí... siempre... —mi madre susurraba mientras yo lloraba entre sus brazos.

Fin flashback

 —Reika... —murmuré. 

Solté la mano de Shuji y me incliné hacia delante en el sofá, con la cabeza baja hacia el suelo y la mirada perdida.

 —Parece que lo has recordado —el mayor de ellos se acercó a mi posición y se arrodilló frente a mí.

 —¿Reika? —Shuji se acercó y agachó su cabeza para mirarme, pasó su brazo por encima de mí—. ¿De qué habláis? Agh... me he perdido, por favor, explicadme.

Ran lo miró mientras posaba una de sus manos en mis rodillas.

 —Higanbana Reika, ese es su nombre. Nuestra tía insistió bastante en ese nombre, pues en nuestra familia es tradición tener nombres relacionados con flores. De ahí mi nombre: Ran, que significa orquídea; y Rindou, campanilla, el de mi hermano y... —ahora su mirada estaba fija en mí, que había levantado la cabeza y una lágrima furtiva recorría mi mejilla— Reika, nuestra querida prima desaparecida. A la que no quisieron nombrar como una flor, sino por los pétalos que les dan su color característico a todas ellas —con uno de sus dedos limpió esa lágrima de mi rostro—. Ya no estás sola, ni desaparecida, Reika.

Estaba asimilando todo aquello. La idea de que mi abuela no lo fuera, que mi padre fuera de la mafia, que mi nombre no era el que toda la vida había creído y que seguramente me lo pusieron para protegerme y que no me encontrasen aquellos que acabaron con la vida de mis padres... Todo aquello daba vueltas en mi cabeza y, aún así, todavía me quedaban preguntas.

 —¿Por qué me lo decís ahora? Estuvimos juntos el día de la pelea contra Valhalla.

 —No estábamos seguros aquel día aunque... tienes razón, deberíamos habértelo dicho antes, perdónanos por asaltarte así el día de Navidad —Ran desvió los ojos por un momento, en algo me había mentido de todo lo que me acababa de decir, pero no tenía la cabeza como para andar analizando los gestos de otro ahora mismo.

 —¿Puedo salir un momento? Necesito un poco de aire.

 —Claro, ahí hay un balcón, tómate el tiempo que necesites.

Tomé a Shuji de la mano y fui con él hacia aquel enorme ventanal para salir. El frío de la noche me acarició mis mejillas; seguía nevando, aunque no intensamente. Fui directa hacia la barandilla y Shuji se apoyó en ella a mi lado. Casi no le había escuchado hablar en todo el tiempo que llevábamos allí, pero parecía aún más confuso que yo.

Sacó un par de cigarros y me dio uno.

 —Creo que este no vamos a compartirlo, necesito uno entero... ¿estás bien? —me agarró por la cintura y dejó un beso en mi mejilla.

 —No sé qué decirte Shuji. No sé si estoy bien o mal. No sé qué es lo que siento ahora mismo. No me hago a la idea de que pudieron hacer ellos para que terminasen así, eso lo primero —Shuji encendió el cigarro y me pasó el mechero. Intenté accionarlo, pero justo se le rompió la piedra y no funcionaba—. ¡Joder! —lo tiré hacia la calle, con rabia.

 —Ya... tranquila, ven anda —acercó mi cara a la suya, con el cigarro en la boca y juntó los extremos de ambos para encender el mío con el suyo, que ya estaba prendido—. ¿Ves? Problema arreglado, además, si nos hace falta, estos dos seguro que tienen mecheros. O si no, los encendemos con el fuego de la chimenea.

Se me escapó una risa. Aún en esos momentos, donde todo en mi cabeza parecía no tener un orden y podía sentir como me ahogaba con mis pensamientos, él siempre me sacaba de ahí con sus bromas, aunque fuera solo un instante, hacía que me relajara un poco.

 —Gracias por estar aquí, Shuji... de verdad. Por lo visto soy hija de la mafia, ¿aún quieres estar conmigo?

 —Mira que eres tonta. Me da igual quién seas, cómo te llames o si esos son tus primos o tus hermanos. No te quiero por esas cosas... aunque me gusta saber que tu apellido es ese, no por nada, si no por que siguen sumándose las coincidencias.

 —¿A qué te refieres?

 —¿No has caído? Lo del "Lirio de la Muerte", es la traducción de tu apellido —le dio una calada al cigarro—. O bueno, más bien lo que esa flor significa: el lirio rojo. Me hace gracia si lo piensas junto con mi mote.

 —Ah... tienes razón. No sabía que entendías de flores, Shuji.

 —No te creas, no mucho. Pero tu nombre... —apagó el cigarro con el pie y me miró al rostro, antes de acercarse un poco más y tomarla entre sus dedos, acariciando mi barbilla con sus yemas—. El de verdad, también me parece que te haga justicia.

 —¿Por?

Acercó su rostro al mío. No sabía cómo, pero me encontraba más calmada de todo aquello.

 —Reika... quizá si que eres frágil en algún sentido... como el pétalo más bonito de cualquier flor—dejó un beso en mis labios y se separó de mí lentamente.

 —No sé si querré que me llamen así, Shuji...

 —No te preocupes —esbozó una sonrisa—. Enana está mejor, ¿no?

Le sonreí de vuelta y tiré el cigarro al suelo. 

  —Vamos dentro, aún tengo un par de preguntas para esos dos. 






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