~ 𝑪𝒂𝒏𝒐𝒏 ~ 𝑬𝒔𝒑𝒊𝒓𝒂𝒍

Me quedé mirándola dormir por un rato. Estaba tan tranquila que no quería despertarla. No era ningún sueño, estaba aquí con ella, y podía tocarle la cara, retirarle esos mechones que le caían sobre el rostro mientras ella soñaba vete a saber con qué. 

Estaba tan guapa como la recordaba.

Tenía, al menos, un poco de tiempo para estar así con ella mientras Takemichi le contaba a Draken aquella locura. Podía imaginarme la cara de él cuando le contase todo aquello, pero suponía que, solo por si acaso, él haría caso de las palabras de aquel con el que compartía esta loca experiencia.

Soy un viajero del tiempo... igual debería cambiarme el mote... ahora seré el Dios del Tiempo... nah, suena horrible, mejor me quedo con el que tengo. 

 —Shuji... —estaba hablando en sueños, como solía hacer—. Estate quieto... ya te he dicho que me des mis bragas...

Reí en un tono bajo. Ya no recordaba la de veces que me habían hecho reír sus comentarios mientras dormía.

Me metí en la cama con ella y la abracé, dejándola descansar un poco más mientras mi mano le acariciaba la espalda. Notaba su respiración contra mí y una sensación de plenitud volvió a invadirme.

Definitivamente, este era el sitio donde debí haberme quedado siempre: con ella entre mis brazos, sin soltarla ni un instante. Y tenía claro que, si se me había dado la oportunidad de proteger a la persona que se había convertido en mi hogar, iba a hacerlo, e iba a conseguirlo.

Así me costase cualquier precio.

 —¿Ya has vuelto? —ella alzó su mirada mientras se restregaba los ojos—. Me he quedado dormida... ¿Qué hora es?

 —No te preocupes... —bajé mi cuerpo para que nuestros rostros quedasen uno frente al otro—. Oye... te he comprado una cosa en la farmacia... 

 ¿Cómo coño le pides a una chica que se haga una prueba de embarazo sin que se enfade?

 —Tengo una ligera sospecha... ¿te sigue doliendo?

Se había incorporado en la cama y permaneció sentada en la cama.

 —Parece que se ha calmado un poco... pero aún noto algún que otro pinchazo... ¿qué has comprado?

 —Una prueba de embarazo —lo solté sin más, tarde o temprano iba a tener que decírselo—. Pero es solo por descartarlo, aún no te bajó la regla, ¿no?

Ella resopló y dejó salir un gran suspiro:

 —Ya nos dijeron que no estaba embarazada, Shuji... —se levantó lentamente de la cama—. Pero bueno, si tú te vas a quedar más tranquilo, venga —extendió la mano hacia mí mientras aún con la otra se daba palmaditas en el rostro para despertarse del todo—. Dámela y me la hago. Vas a ver como son solo cosas tuyas.

Tras dársela ella entró al baño y salió a los pocos minutos más pálida que la pared que tenía enfrente.

 —Shuji... mira esto —me mostró la prueba de embarazo con las dos rayas claramente marcadas—. Pero... ¿Cómo?

 —¿Cómo que cómo? ¿Quieres que te explique a estas alturas cómo se hacen los bebés? —bromeé, por los nervios.

Ella no reaccionó. Sólo se quedó mirando la prueba detenidamente.

 —Quizá fue un falso negativo, Reika... —intenté disimular lo mejor posible, yo ya lo sabía—. Pero esto no lo es. ¿Quieres ir al médico?

 —No... No me gustan los hospitales, ya lo sabes. Además... ¿Qué se supone que vamos a hacer? Shuji, tengo veinte años y no sé cuidar casi ni de mí misma, ¿qué coño voy a hacer con un bebé? ¿Qué vamos a hacer? 

Se estaba empezando a poner nerviosa. Yo no quería hacerme ilusiones todavía, pues según aquella carta y lo que decía el médico, lo más seguro es que lo perdiera. Pero sí me preocupaba por ella. No quería que ella lo pasara mal o que pudiera llegar a pasar algo por la cabezonería de no ir al hospital. 

Por otra parte, tampoco podía darle a entender que sabía lo que le estaba pasando.

 —Reika, cálmate, estoy aquí contigo —me agaché a su altura, le acaricié una mejilla y posé mi otra mano en su abdomen—. No te preocupes, lo que tenga que ser será. Pero voy a estar contigo siempre, ¿vale? De todas formas, pienso llevarte al médico. Quieras o no. Esto no es algo que podamos manejar nosotros.

 —Vale... —pareció calmarse un poco—. Pero... ¿podemos esperar un par de días? Al menos a que me encuentre mejor.

Resoplé nuevamente... de verdad que es la persona más tozuda con la que me he cruzado... 

 —Está bien. Pero, si te encuentras peor, vamos de inmediato —la miré fijamente—. Y, por si acaso, se acabó el fumar.

 —¿¡Cómo!? 

Su cara me hizo gracia y no pude evitar sonreír. Tenía esa cara de sorpresa que siempre ponía cuando algo no le gustaba e hizo un puchero:

 —No... mi cigarrito.... —sacudió la cabeza y me sonrió—. Entonces... para ti también se acabó el fumar ¿no?

 —¿Qué? No, ni de coña, ¿tú me quieres ver de los nervios? —me levanté y le di un par de palmaditas en la cabeza—. Pero intentaré no fumar cerca de ti.

 —Qué detallazo... Gracias, supongo —se había puesto de morros al decir eso de manera irónica, igual que una niña pequeña.

 —Venga, no te enfades —miré la hora, ya había pasado demasiado tiempo y necesitaba ponerme en marcha—. Que te tengo una sorpresa, ve a vestirte y... coge un pijama y ropa de cambio para mañana. Vamos a pasar la noche fuera.

 —¿Dónde vamos? 

Se le había iluminado la cara y pareció olvidarse de todo lo que acababa de descubrir.

 —Te dije que algún día iba a llevarte. Y hoy me apetece ir allí.

 —Vale, vale, no me digas más, es una sorpresa, ¿no? —asentí y ella me rodeó el cuello con sus brazos—. Pues voy a vestirme.

Dejó un corto beso en mis labios y se metió en la habitación.

Yo permanecí en el pasillo, con mis dedos sobre mi boca, rozándolos y aún sintiendo la suave presión que sus labios habían dejado ahí.

Me va a matar por planear esto... pero bueno... ya morí una vez, por una segunda, y si es a manos de ella, no pierdo nada por arriesgarme.

Me reí para mí mismo y saqué el teléfono. Tenía una llamada perdida de Takemichi, imaginé que ya habría hablado con Draken, así que no lo dudé mucho más y le envié un mensaje con la dirección de esa antigua casa.

 —¡Lista! ¿Nos vamos? 

La vi salir de la habitación como si fuera a ir a una excursión de colegio; con una gorra puesta y la mochila a las espaldas.

No pude evitar reírme.

Volvía a reírme con ella y, cada vez que lo hacía, mi mirada se empañaba. Volvía a estar feliz una vez más.

Pero no podía dejarme ir, no hasta que me asegurase de que todo lo que pasó aquel año no volvía a repetirse.

 —Bien, vamos a ir en mi moto —le quité la gorra y la guardé en su mochila—. Así que esto te sobra ahora. 

Íbamos en la moto con calma, quería aprovechar cada segundo que estaba volviendo a tener con ella. No por nada, esta vez sentía que todo podía salir bien, así que no tenía ningún tipo de mal presentimiento ni nada por el estilo, pero el simple hecho de volver a sentir sus brazos alrededor de mi cintura mientras circulábamos por la ciudad me reconfortaba y me daba paz.

Le acariciaba las manos cuando podía soltar el manillar de la moto. Las yemas de mis dedos rozaban sus muñecas, donde tenía esas palabras intactas en la piel. 

La última vez que las vi, una de ellas estaba adornada con unas flores que las tapaban y recordaba que me dolió. En aquel momento me dolió como nada en el mundo, por el hecho de plantearme que se había olvidado de mí.

Era curioso cómo, justo ahora, nos estábamos dirigiendo justo al mismo sitio donde ambos compartimos un último beso en el futuro. En aquella vieja casa en una zona residencial cercana al barrio donde me crie: Kabukichou.

No es que fuera la mejor zona para llevarla, pero sabía de sobra que por allí no pasaba nada a no ser que tú mismo te buscaras los problemas. Y, además, no teníamos casi ni que entrar al barrio, pues la casa se encontraba al otro lado de la autopista que lo delimitaba. 

Además, yo era conocido por allí, así que eso reducía notoriamente las posibilidades de que se acercaran a nosotros.

Apagué el motor y abrí la puerta de la calle de aquella casa para dejar la moto dentro. No quería que nadie la viese por allí, así que lo mejor era dejarla aparcada en el escaso espacio que había en aquel patio.

Ella seguía en silencio, pero miraba a todos lados, como comprobando algo mientras fruncía el ceño. No le di importancia y abrí la puerta de la entrada a la casa.

Se notaba el olor a cerrado, y se me hizo extraño, pero era lógico, en esta época llevaba meses sin aparecer por allí. Sin embargo, al ver toda la estancia de nuevo, se me vinieron todos los malos recuerdos, todos los malos momentos que sufrí entre esas cuatro paredes, ahogando mis penas entre alcohol y llantos.

 —Shuji, ¿de quién es esta casa? —Ella continuaba con el ceño fruncido y mirando las paredes con una de sus manos en la boca, sus dedos aprisionaban sus labios con fuerza.

 —Era de mi madre, ¿te acuerdas? Te la mencioné una vez.

 —Ah... —se quitó la mano de la boca—. Espera ¿tú te criaste aquí?

 —Bingo. Te dije que algún día te traería, y pensé que igual te venía bien despejarte un poco, así que aquí estamos —abrí mis brazos y caminé por la pequeña entrada—. Bienvenida a mi guarida secreta.

No decía nada.

 —¿Qué pasa? —me acerqué a ella y le levanté el rostro con una de mis manos.

 —No... nada, no es nada, serán cosas mías, no te preocupes —me sonrió—. Bueno, ¿y qué hacemos aquí?

Fruncí el ceño, extrañado. Pero no le di más importancia.

 —Ahora lo verás... Tú ve al salón mientras yo guardo todo esto en la nevera.

De camino a la casa nos habíamos parado en un supermercado a comprar comida suficiente para pasar el día y la noche, y no solo para dos personas. Había comprado en cantidad, a pesar de que ella me recriminaba que no hacía falta comprar tanto si solamente íbamos a ser nosotros, pero ella no tenía ni idea de que no íbamos a estar únicamente nosotros. 

Una vez terminé de guardarlo todo, me senté con ella en el pequeño sofá y volvía a sentirme extraño.

La recordé a ella, con esa enorme sudadera que le había dado para taparse aquel día, asustada, sin saber qué hacer con las manos ni con su mirada.

Deja de pensar en eso, Shuji... que al final te va a descubrir.

Ella seguía mirando alrededor, pero se quedó con la vista fija en una pequeña mesa de madera con algunas sillas del mismo material que había al fondo de la sala.

 —Qué raro es esto...

 —Estás rarísima, ¿puedes decirme qué te pasa?

 —No sé, tengo la sensación de haber estado aquí antes. Pero yo en mi vida he estado aquí, es rarísimo. Imagino que serán cosas mías...

Tú no has estado nunca aquí. No hasta ahora. No hasta dentro de unos años...

—Ven aquí anda, tú no has estado nunca aquí, es imposible —la senté en mis piernas y mi mano comenzó a acariciarle el abdomen—. Si hubieras estado aquí, créeme que lo recordaría. ¿Estás mejor?

 —Sí... Ya lleva un rato sin dolerme, imagino que el aire fresco me ha venido bien.

 —Me alegro.

 —Oye —comenzó a jugar con la cadenita entre sus dedos y me estremecí. 

¿Cómo podía haberme olvidado de lo bien que se sentía el roce de sus dedos en momentos como estos? ¿En momentos en los que no estábamos haciendo nada más que pasar el tiempo juntos? Quizá... quizá era por que cuando aún la tenía conmigo no apreciaba todos y cada uno de los segundos como debía haberlo hecho.

Y, por eso, cuando ya no los tenía dolía tanto. 

 —¿Qué se supone que vamos a hacer aquí todo el día? —preguntó.

 —Pues-

El timbre sonó.

 —¿Quién es? ¿Esperas a alguien?

La levanté de mis piernas y ella quedó de pie frente a mí.

 —Sí, pero... —tomé aire—. Enana, no te enfades conmigo, ¿vale? Sólo puedo decirte que tengo mis motivos para hacer esto.

 —Y dale con las intrigas, Shuji. No sabes cómo me pone de los nervios que hagas eso. ¿Quién coño es?

 —Espera aquí, ahora lo verás. De todas formas, creo que va a gustarte. 

Abrí la puerta y pude ver a esos cinco ahí plantados, al final habían venido todos los que le dije a Takemichi.

Traían dos motos consigo, imaginé que a alguno de ellos le habría tocado venir en el metro, pero tampoco es que eso me importara mucho.

El caso era que estaban ahí. Y también que esas motos estarían mejor dentro del patio. 

Salí por la puerta de casa, dejándola entreabierta y, antes de abrir la cancela de fuera, coloqué mejor mi moto en el patio de manera que, aunque estuviesen algo apretadas, esos otros dos vehículos cupieran.

Draken, por su altura, era casi el único que podía ver lo que estaba haciendo tras ese muro que separaba la calle de la casa. Miraba todos y cada uno de los movimientos que hacía y su cara... su cara no sabría como describirla, pero parecía nervioso y ansioso por que terminase de una vez.

Cuando por fin lo hice, abrí la cancela y me encontré de bruces con aquella rubia. Aquella rubia a la que la última vez que vi estaba tirada en el suelo con un gran hilo de sangre saliendo de su frente.

 —Hola, Emma —casi no me salieron las palabras.

 —Hola, Hanma. Oye, ¿qué pasa? ¿Por qué querías que viniera? ¿Le ocurre algo a Riri?

Miré a Draken, que había desviado su cabeza hacia un lado, como mostrando indiferencia. Los otros dos rubios permanecían detrás de ellos junto a Hinata, sin decir ni una sola palabra.

 —He pensado que es mejor habléis hoy —la vi extrañarse—. Reika y tú. Ella está adentro, no sabe que os he llamado.

 —Oye, Emma —Draken llamó la atención de la rubia y ella se giró para verle el rostro—. ¿Por qué no entras y hablas con ella? Nosotros nos quedamos aquí fuera a hablar mientras con Hanma. Además, aún no sé si ella quiere verme o qué.

 —Ya te digo yo que sí que quiere verte —contesté en tono burlón.

Al volver a verle me volví a poner celoso de la nada, o quizá no tanto de la nada... 

Pero no podía achacárselo. Él no tenía ni idea de nada de lo que sucedería si su actual novia lo dejaba, así que lo mejor era calmarme. Él no tenía culpa de nad.

Es más, tenía que mentalizarme de que, gracias a él, ella pudo seguir adelante en cierta manera. 

Pero bueno, poco a poco.

Emma volvió a mirarme, esperando que dijera algo.

 —Emma, entra tú y... —miré a Hinata—, Hina, ve con ella. Creo que la enana se alegrará de verte también.

Las dos hicieron caso y, de manera cautelosa y algo tímida, traspasaron la puerta, la cual cerré tras de mí, no sin antes escuchar un chillido de la enana gritando el nombre de sus amigas de manera eufórica. Sonreí para mí mismo y recosté la espalda sobre la puerta.

Bien... primer paso listo.

Saqué un cigarro y miré a los otros tres.

 —¿Os vais a quedar en la calle o vais a pasar al patio?

 —Ah... claro... con permiso —Takemichi fue el primero en pasar, seguido de Chifuyu.

Pero Draken permaneció en la puerta, parecía aún desconfiar de mí. Y no lo podía evitar, era superior a mí, las ganas de chincharle me podían.

 —Chucho, venga, para dentro. Hoy puedes entrar a la casa.

 —¿Ah? —puso esa cara de cabreo que me hacía tanta gracia y él miraba al rubio que lo había traído hacia aquí—. Takemicchi, si todo lo que me has contado es cierto... ¿me estás diciendo que este imbécil no ha madurado? ¿Aunque hayan pasado siete años?

El otro rió nervioso, pero su amigo interrumpió la diversión del momento.

 —Hanma... ¿es cierto que tú también? —ahora era Chifuyu quien me miraba fijamente de arriba abajo.

 —Eso parece. Imagino que este os habrá contado lo que le dije esta mañana.

Saqué un cigarro y lo encendí. Aún no había fumado en toda la mañana, por no hacerlo cerca de ella, y me sentó a gloria. Disfruté de esa calada como de ninguna otra en toda mi vida.

 —Las cosas en el futuro están mal para todos. De hecho, tú y tú —señalé al tatuado y a Chifuyu—. Los dos estáis muertos. Takemichi y Hina son los únicos que quedan con vida. Bueno, y la hija de ambos.

Para mi sorpresa, y al igual que aquella vez que hizo cuando estábamos en la playa, Draken se sentó a mi lado en el umbral del patio.

 —Ya, ya nos ha dicho que Kisaki tiene planeado matar a Emma —se estaba frotando las manos entre ellas—. Pienso matar a ese hijo de puta...

 —No —sentencié—. Kisaki es mío. Sólo yo voy a matarle. Sólo yo puedo hacerlo y, además... yo soy el que debe hacerlo.

Los tres me miraron extrañados. 

Había omitido el contarle a Takemichi todo lo que pasó con ella y conmigo. Solo le dije que había muerto por culpa de Kisaki porque en ese momento no quise recordar todo lo que ella había tenido que sufrir. Todo por culpa mía.

Así que, esta vez hablé, les conté a grandes rasgos el plan de Kisaki, la amenaza que les daría a los de Agatsu, cómo yo me negué a ayudarle con lo de Emma y las consecuencias que todo eso trajo.

Me puse nervioso y, conforme le daba caladas al cigarro, podía notar cómo esa misma mano temblaba cada que me la llevaba a la boca. No lo hacía por miedo, era rabia. Una emoción contenida que no había podido quedarse satisfecha en el futuro del que provenía.

 —Así que al final el Dios de la Muerte tiene sentimientos... —ahora Draken era el que se burlaba de mí—. De todas formas... aunque no sirviera para nada... supongo que hiciste lo correcto.

 —¿Supones? ¿Acaso tú no hubieras hecho lo mismo? Dime, Draken —solté una carcajada irónica—. Si Kisaki te hubiera amenazado, ya no solo con hacerte daño a ti, sino también a ella —señalé hacia la puerta de la casa—. A Emma, ¿tú qué coño hubieras hecho? Ese tipo es más listo de lo que todos os creéis. Lleva dando esquinazo a todos vuestros planes desde el principio. No podrías escapar de sus manos tan fácilmente. Créeme, lo sé de sobra.

 —Está bien, está bien. Ya no le demos más vueltas a eso.

Su expresión cambió, pero seguía serio y ahora ambos mirábamos al frente, manteniéndonos en esa postura durante unos minutos que parecieron horas, pues el silencio que se había instaurado en ese lugar parecía que no se rompería nunca. Pero entonces Draken chasqueó la lengua y se levantó del umbral:

 —Entonces es todo cierto, ¿no?

 —Ya te lo hemos dicho... —Chifuyu tomó la palabra conforme yo también imitaba la acción del tatuado y me ponía de pie—. La cosa es... ¿qué vamos a hacer ahora?

 —Simple. Os vais a quedar aquí —señalé por encima de mi hombro a la casa—. Y vais a vigilar que esas tres estén bien. Que se queden en esta casa hasta que el día de mañana haya pasado.

Saqué otro cigarro, uno más antes de ir adentro.

 —Nadie conoce esta casa, solo yo. Y, bueno, ahora vosotros también. Por lo que creo que es el mejor sitio para tenerlas escondidas... aunque sí que hay algo que me tiene intranquilo...

 —Habrá que darle una excusa a Mikey... —Draken murmuraba, y los otros dos parecían también estar pensando en múltiples pasos que seguir.

Respiré tranquilo por primera vez desde que habían cruzado la puerta, cuatro cabezas, aunque no fueran las mejores del mundo, siempre iban a pensar mejor que una.

 —Bueno —continuó Draken—. Cualquier tontería valdrá, ¿Qué es lo que dices que no te tiene tranquilo?

 —Que la enana... —empecé a abrir la puerta de casa para que pudiéramos entrar, ellas ya llevaban suficiente rato adentro como para que hubieran podido hablar todo lo que necesitaran—. Reika, esa niña es un culo inquieto. No sé si se va a aguantar aquí quieta sin saber dónde estoy.

Draken rió alto de manera burlona.

 —No te preocupes. Siempre ha sido así, ¿pero tú no vas a quedarte aquí o qué?

 —Sí, claro que voy a quedarme. Hoy. Pero mañana... —sonreí nuevamente mientras veía como ella se acercaba a mí casi corriendo por el pasillo. Giré mi vista hacia atrás, antes de abrir la puerta del todo para que ella pudiera vernos y en un tono más bajo me dirigí a Draken, que quedaba a mi espalda—. Mañana, sí o sí, voy a matar a Kisaki. Y no quiero que ella lo sepa, ¿comprendes?

Solo asintió y pasamos adentro. Pero cuando crucé la puerta lo primero que vi fue a ella dando un salto para alcanzar a propinarme un capón en la cabeza.

 —¡Tú! ¡Maldita cacatúa con mechas! ¿¡Cómo haces venir a Emma aquí!? ¿¡Y a Hina!? Te lo agradezco porque ya hemos hablado todo, pero... —estaba gritando como una loca por la entrada—. ¡Voy a matarte! ¡De verdad que voy a matarte! 

Se había puesto a lanzarme los brazos, como intentando darme puñetazos y yo no podía parar de reír mientras le detenía las muñecas con mis manos.

 —Para, enana, que al final te vas a hacer daño —los demás miraban la escenita y dejaron salir ligeras risitas, lo que captó la atención de ella, haciendo que los movimientos de sus brazos cesaran de inmediato.

 —Draken... ¿qué... —ella tragó saliva—. Emma no me había dicho que tú también habías venido...

Segundo paso...

 —Pues aquí estoy —él suspiró y se rascó la nuca—. ¿Podemos hablar?

 —Sí, claro... —ella parecía algo nerviosa, pero no era como otras veces.

Me agaché a su oído para hablarle en voz baja:

 —Enana, iros a la cocina a hablar. Yo te espero con los demás en el salón, ¿vale?

 —Shuji, ¿a qué viene todo esto?

 —No puedo explicártelo, no ahora... pero... —me froté los ojos con los dedos y chasqueé la lengua. 

No sabía en qué podría resultar todo esto, pero era lo único que se me había ocurrido hacer, lo único que a ella no le dio tiempo en este pasado de hacer, el poder hablar con ellos antes de que todo se fuese a la mierda.

 —Habla con él, e intenta arreglar las cosas, es lo mejor para ti.

 —Pero...

 —Ve.

El tatuado y la chica fueron a la cocina, tal como el más alto les había indicado. 

Este último, como él mismo había dicho, permaneció al margen de la conversación que esos dos iban a tener, pues era algo que solo les incumbía a ellos. Aunque sus ganas de estar presente le pudieran, sabía que era una conversación en la que su presencia no tenía cabida y lo único que haría sería tensar la situación aún más.

Los dos se miraban, ella apoyada en la encimera de esa pequeña estancia con el tatuado enfrente, que recostaba su espalda en los fríos azulejos de la pared.

 —Draken...

 —Oye...

Los dos hablaron al unísono y eso aumentó los nervios de ambos. 

Reika se giró y agarró un vaso para beber un poco de agua del grifo. Cuando terminó, dejó sus manos posadas sobre la encimera, con los brazos estirados y la cabeza baja, su mirada aún se fijaba en cómo algunas gotas de líquido resbalaban por las paredes de cristal del vaso. Y suspiró.

Necesitaba calmarse, porque ya no le importaba nada, solo quería estar tranquila consigo misma, con ellos y con la persona con la que quería compartir todos los momentos de su vida.

Quería lo mejor para todos, y le daba igual tener que renunciar a aquello que le daba diversión: esos problemas que siempre la mantuvieron alejada de los pensamientos negativos y de la soledad que había estado sintiendo desde que quedó a su propia merced en aquella solitaria casa.

Sonrió aún cabizbaja, pensando en ese chico alto de manos tatuadas que había conocido hacía tiempo y que, gracias al fruto de numerosas casualidades ahora se encontraba caminando de la mano con ella. Ese chico al que creía imposible que hiciera algo por los demás y que, sin embargo, había organizado todo esto para que ella pudiera tener la oportunidad de hablar con ellos en un sitio tranquilo, un terreno neutral. 

No sabía si quizá había sido la mejor manera, pero lo agradecía enormemente. 

Eran esas cosas, esos detalles, los que hacían que en su rostro se dibujara la mayor de las sonrisas. Que su pecho pareciera que le iba a estallar de felicidad, y que en su garganta no se formara más que un nudo de emoción que era el único impedimento para que ella no se pusiera a gritar a los cuatro vientos que cada día que pasaba su amor por él era mayor.

Se dio la vuelta. Y decidió dejarlo todo atrás para sonreírle al de la sien tatuada e intentar arreglarlo todo lo antes posible para volver a estar entre los brazos del artífice de todo este circo.

 —Draken, lo siento... Sobre todo por los puñetazos. Estaba enfadada, creo que es algo que no hace falta que te diga, pero me molestó. Muchísimo. De verdad... —tomó aire antes de continuar—. Me molestó enterarme por otras personas, ¿sabes? Pero quizá también... quizá también por eso he llegado a la misma conclusión una y otra vez. Estoy harta de esto, Draken. De pandillas, de peleas, de poner en peligro a los demás por nuestras idioteces... 

Ella pensaba en todos los que ya habían sufrido las consecuencias de llevar ese tipo de vida y sus manos comenzaron a rascarse la frente de manera nerviosa.

 —Pah está encerrado. Kazutora está en las mismas y... y Baji... —no sabía por qué, pero el recuerdo del pelinegro hizo que de sus ojos brotaran un par de lágrimas y su boca intentase contener el llanto, apretando sus labios—. Draken... no quiero que os pase como a Baji. Ya no quiero más... —miraba a su amigo, con los ojos llenos de lágrimas—. Ese Izana... tengo el presentimiento de que le quiere hacer algo a Mikey... y no quiero, Draken. No puedo soportar solo el pensarlo.

 —¿Puedo hacer una cosa? —el tatuado interrumpió su llanto.

Esas palabras le habían llegado a lo más profundo de su ser. Él nunca había visto a su amiga así. Parecía que de verdad estaba pasándolo mal. Pero no por ella, sino por toda la panda de imbéciles que tenía alrededor, que no pensaban que todas sus acciones no solo les afectaban a ellos, si no también a todos los que les rodeaban.

Si bien ella se incluía en esa panda, él siempre supo que, de todos ellos, era la que más cabeza tenía. La que siempre intentaba que todo saliera bien y comprendía que, desde hacía algún tiempo, cuando se le empezaron a ocultar las cosas para no ponerla en peligro, ella se había estado achacando la culpa de todo lo que había pasado por el simple hecho de que no se le permitió ayudarles.

No le dieron la oportunidad de participar en casi nada. Y eso hacía que ella se echara todas las culpas a las espaldas solo por pensar que ella no había ideado un plan lo suficientemente bueno como para poder salvar a quienes ahora eran insalvables.

 —No preguntes, solo hazla. Menos si es darme un puñetazo. No me apetece pelear —bromeó, aún entre lágrimas.

Su amigo tiró de la mano de Reika para abrazarla, sorprendiéndola por completo. 

Draken no era una persona de mostrar afecto. Siquiera con Emma parecía serle algo sencillo y, solo por eso, ella aprovechó para corresponderle abrazándose a su ancha cintura.

 —Deja de cargar con todo de una vez. Siempre te estás echando las culpas de todo. Y no es así, todos tenemos parte de culpa pero, en cambio tú... —se separó del abrazo y ella alzó su vista mientras el rubio le daba palmaditas en la cabeza—. Tú siempre, al igual que Emma, las dos nos protegéis cada una a vuestro modo... Mikey sabe eso. Siempre lo hemos sabido. Por eso queríamos hacer lo mismo por ti. Ya sabes que al principio nadie quería a una chica en la ToMan... y cuando nos enteramos de todo esto... no podíamos decírtelo. No así como así... No queríamos que te pudiera pasar algo, ¿comprendes? Estás loca. 

Reika le dio un pellizco y el rubio se retorció en un quejido:

 —¡Ay! Lo digo porque sabemos de sobra que eres una temeraria. Siempre lo has sido, y no sabíamos si al contarte lo de tu familia se te iría la cabeza y vete tú a saber lo que se te hubiera ocurrido. ¿O me vas a negar que podamos llegar a pensar cosas así?

Ella rió y, ya más calmada, ambos se separaron.

 —Ni yo misma podría decirte... Lo único que voy a quedarme de todo eso es el nombre que me dieron mis padres. Al menos así podré tener algo de ellos que no sea el recuerdo del accidente y un par de fotografías.

 —Eso está bien, si es lo que quieres.

 —Lo que quiero es que todos estemos tranquilos, Draken... Mikey, Emma, los chicos... Todos. Pero no puedo pediros disolver la pandilla. No puedo pedirle eso a Mikey. Además, yo soy ahora de Tenjiku pero... ¿quizá tomarlo con más calma? No tengo idea alguna.

 —Eso ya va a ser más complicado. Quizá tendremos que arreglar nuestros problemas con Tenjiku y luego tener una reunión. Pero ya te digo, además, sabes cómo es Mikey, no va a querer así de buenas a primeras.

 —Bueno, igual si le doy dos o tres buenas patadas de esas que me enseñó Waka se le quiten las tonterías.

Ella había empezado a comportarse tal y como su amigo la recordaba; haciendo una simple tontería con la que toda la tensión terminó por desaparecer del ambiente. Y él no pudo hacer nada más que sonreír.

 —En fin, sea lo que sea que pase, quiero que sepas una cosa. Toma. 

Draken tomó aire una última vez y sacó algo de su bolsillo. Algo que recogió del suelo el día que ella decidió abandonarlos e irse con otra pandilla. Extendió su mano hacia ella, mostrándole aquel diminuto objeto:

 —Y es que tú siempre serás nuestro angelito, idiota.

 —¿Esto es...

Ella lo tomó de las manos, comprobando con una sonrisa que ese pequeño objeto estaba intacto: el pequeño pin de las alitas de ángel que adornaba su uniforme de la ToMan en diciembre. Aquel que nunca utilizaba por miedo a perderlo y, que debido al jaleo de aquella tarde, terminó por extraviarse en el templo. 

Pero él lo había encontrado, y lo guardó con recelo. Porque sabía, siempre tuvo el presentimiento, de que ella volvería en algún momento. Y que él también tendría que tragarse el orgullo y hacer justo lo que estaban haciendo ahora.

Sin embargo, le costaba admitir y le daba rabia el hecho de que todo esto hubiese sido planeado por aquel con el que tenía una enemistad jurada, y que ese mismo tipo estuviese haciendo todo lo posible, no solo por proteger a su amiga, si no también a su novia. Se sentía en deuda con él en cierto modo, pero no quería hacérselo saber, pues él aún tenía la mísera duda de que todo esto no fuera otro de los juegos sucios de Kisaki, que todo esto no fuera más que otra de sus estrategias y que Hanma no fuese más que ese imbécil que siempre lo acompañaba y acataba sus órdenes, por mucho que dijese que iba a matarlo, hasta que no lo viera con sus propios ojos sabía que no podría confiar en él.

 —Oye, Draken... Muchas gracias por guardarlo. Y ya veré qué hacer con el tema de la ToMan, ¿vale? 

El tatuado vio a su amiga acariciarse el abdomen y se imaginó que igual tenía hambre, pues la hora de comer ya había pasado hacía rato y no habían tenido tiempo de almorzar siquiera.

 —¿Vamos con los demás? Tengo ganas de hablar con Emma un poco más... hace tiempo que no la veía.

 —Claro, vamos.

Ambos abandonaron la estancia y fueron donde los demás conversaban de cosas triviales, más que nada, de recuerdos de cuando aún la ToMan estaba unida.

 —Enana, todo lo que te cuente este perro es mentira, ni le creas.

La chica vio a su novio, que tenía a Chifuyu agarrado del cuello con uno de sus brazos y le frotaba los nudillos en la cabellera.

 —¿Qué coño hacéis? ¿Sois niños o qué? 

De todas las imágenes que podía encontrarse al volver a esa sala, esa era, sin duda, la que menos se esperaba. 

 —¡Me ató! ¡No sé cómo puedes fiarte de él! 

El rubio que, pese a sus palabras, no parecía del todo enfadado pues de vez en cuando soltaba las mismas risitas que cuando estaba con sus amigos, no hacía más que darle codazos al de las manos tatuadas en el costado mientras este se reía burlonamente y continuaba molestándole. 

Ella no entendía nada de lo que estaba pasando. Lo único que podía hacer era sonreír, pues parecía que todo volvía a ser como antes, como en aquellos tiempos en los que todavía podía respirar algo de paz en mitad de la tormenta. 

Se había acercado al alto e hizo que soltase al que tenía agarrado para llevárselo a la entrada de la casa. Rodeó su cuello con sus brazos, poniéndose de puntillas y él tomó su cintura entre sus manos.

 —Gracias, Shuji. No sé a qué viene nada de esto, pero gracias, de verdad —ella sonreía, su nariz rozaba con la del contrario y dejó un ligero beso en sus labios—. Te amo, cada día me sorprendes más.

Por bonitos que parecieran, esos momentos solo hacían que los nervios del chico aumentaran, así como su preocupación.

Por favor, enana... préstame algo de tu suerte. Haz que todo esto salga bien. Porque si te pierdo otra vez... 

Si eso pasa otra vez... 

Ya no podré soportarlo. 




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