01
VILLA BALLESTER, SAN MARTIN
El humo de la parrilla ya había invadido todo el patio, mezclándose con el ruido de las risas y el pelotudeo de los pibes en la pile. Julián, con su gorrita y una birra al costado, acomodaba las brasas mientras chequeaba que todo estuviera saliendo bien.
—Che, Giu, ¿para qué le seguimos diciendo a Enzo si tenemos a Juli para el asado? —largó Cuti desde la mesa, con un vaso de fernet en la mano y con el otro rodeando a Licha.
—Para la próxima ni lo invito al negro ese, total mi amor es multirubro —tiró Giuliano abrazando a Julian, mientras los demás largaban carcajadas.
Julián levantó la cabeza y se rio, negando con la cabeza. —Transferime lo de la mesa dulce, ratón.
—Daa, esperá a que venga papá y te transfiero, loco. ¿No era un regalo? —se hizo el ofendido Giuliano, pero la risa lo delató.
Desde la pile, Nahuel, Rodri y Lean seguían jodiendo, tirándose agua como si tuvieran diez años.
—¡Dale, Juli! ¡Me cago de hambre! —gritó Nahuel, revoleándole la pelota a Leandro.
—¡Calmate, muerto de hambre! —le respondió Julián, cortando un pedazo de tira para probarla y sonriendo.
En las reposeras, Lautaro y Tucu estaban tirados como reyes, tomando unas birras. Joaco, que nunca se perdía una, conocía bien el enamoramiento de su amigo. Cuando Cuti volvió a tirar otra de las suyas:
—Enzo seguro aparece cuando estemos por comer, si es más vivo ese.
Tucu lo miró a Julián y no pudo evitar mandarse una de las suyas. Con una sonrisa cómplice, le tiró un guiño que no pasó desapercibido. Julián, que tenía la pinza en la mano, casi se le cae de los nervios.
—Va a comer bien si llega a esa hora —tiró Tucu, dejando la frase flotando en el aire.
—Buee, si no le guardamos, ¿qué tanto? —respondió Julián, intentando hacerse el desentendido, pero su tono lo delataba. Joaco se aguantaba la risa mientras se acomodaba los lentes y le daba un beso a su novio.
—Yo no le guardo comida a nadie, que se haga unos fideos hervidos, no sé —se atajaba Licha desde temprano, moviendo la cabeza.
—¡Juuuu, daleee! —gritó Rodri desde la pileta, con Lean cagándose de risa al lado.
—¡Ya sale, no rompan! —les devolvió Julián, girándose hacia la parrilla para disimular la sonrisa que no podía contener.
Entre el humo y las risas, el nombre de Enzo seguía dando vueltas. Aunque todavía no había llegado, Julián no podía sacárselo de la cabeza. A su lado, Cuti agarró su celular que había dejado tirado sobre la mesa, mientras Lean, recién salido de la pileta y todavía chorreando, lo abrazaba todo mojado.
-¡Pará, pajero, estás empapado! -se quejó Cuti, empujándolo un poco. -Enzo mandó mensaje al grupo -dijo después, mirando la pantalla.
00:35 AM
Los chicos ya habían comido hacía rato largo cuando Enzo cruzó el portón de la casa de Giuliano. Todavía llevaba el perfume mezclado con el olor a desinfectante y el calor del día sobre la piel. Con una mochila al hombro y una sonrisa casual, saludó a algunos amigos que estaban en la entrada antes de meterse de lleno en el bullicio del patio.
Julián, que estaba cerca de la parrilla apagada y terminando de acomodar unas cosas, levantó la vista justo a tiempo para verlo entrar. A pesar del tumulto, sus ojos se enfocaron en Enzo como si no hubiera nadie más. El morocho tenía esa forma tan suya de moverse, relajado pero seguro, como si no tuviera que esforzarse para destacar. Traía una chomba sencilla que le quedaba demasiado bien, y Julián sintió el ya conocido cosquilleo en el pecho.
Desde que lo había conocido, Enzo siempre había sido un punto ciego para él. No podía evitar mirarlo más de la cuenta, admirarlo incluso en los detalles más boludos. Pero lo que más le atraía era la forma en que Enzo podía llenar cualquier lugar con su presencia. Era algo que lo desconcertaba tanto como lo atraía, porque sabía que nunca podría decirle todo lo que sentía sin arriesgarlo todo.
Enzo cruzó la entrada y llegó al salón. Allí, colgada con orgullo en la pared, estaba la famosa camiseta firmada por Enzo Pérez, perfectamente encuadrada.
—La vas a gastar, nene —se burló Giuliano, levantando un vaso de fernet y acercándose a él.
Enzo sonrió, sin despegar la mirada de la camiseta. Había algo en ella que siempre lo dejaba hipnotizado. Era su mayor ídolo. Sabía que Giuliano la tenía gracias a los contactos de su viejo, pero no por eso la valoraba menos.
—Un día va a ser mía —dijo Enzo, medio en serio, medio en broma, antes de girarse hacia Giuliano y darle un abrazo corto de felicitación-. Feliz cumpleaños, amigo.
Desde afuera, Julián siguió cada movimiento de Enzo, intentando disimular el rubor que subía a sus mejillas. Pero fue imposible cuando Giuliano, sin perder la oportunidad, señaló hacia él.
—Julián te dejó todo preparado, ¿o no, amor? —dijo con una sonrisa burlona, señalando un tupper que estaba sobre la mesa.
—Dejá de decirme amor, Giuliano. Esto es lo que te prometí —balbuceó Julián, llevando el tupper hacia Enzo mientras evitaba mirarlo directamente.
Enzo destapó el recipiente con hambre. Agarró un tenedor, probó un bocado y levantó las cejas.
—Naa, Juli, te salió especial, hermano —dijo, mirándolo con esa sonrisa amplia.
—Eh... gracias —respondió Julián, sintiendo cómo las orejas le ardían.
—Estrellita el loco -se metió Lautaro desde el fondo, riendo con Rodri—. Le tienen la comida preparada. Cuando llego tarde yo, no me dejan ni un hueso.
El coro de risas estalló, y aunque Julián intentó ignorarlos, el rubor que subió a su rostro lo dejó completamente expuesto. Enzo, por su parte, se limitó a mirar el tupper y luego a Julián, con una sonrisa tan cálida como casual.
—Eso porque soy el favorito de Juli, ¿o no?
Julián, intentando seguir la broma, asintió con una sonrisa tímida, pero el corazón le latía a mil por hora.
4:05 AM
El sonido de los gritos y risas llenaba el patio de la casa de Giuliano, donde la fiesta de su cumpleaños estaba en su punto más alto. En un rincón más apartado, cerca de la parrilla apagada, Enzo y el cumpleañero estaban sentados en sillas de plástico, con vasos de fernet en la mano. El alcohol ya había hecho efecto, y ambos estaban en ese estado de borrachera donde las palabras sobraban y las ideas absurdas comenzaban a parecer brillantes.
Desde su lugar, podían ver al resto del grupo. Julián estaba con Joaquín y Lautaro, intentando coordinar un partido de chinchón. Cuti y Licha discutían acaloradamente sobre algo que había dicho Cristian, mientras Rodrigo, Nahuel y Leandro se reían a carcajadas de las boludeces que decía Leandro.
—¿Vos decís que Julián nunca me aceptaría una salida?— soltó Giuliano, sin aviso, mientras tamborileaba los dedos contra el vaso.
Enzo se le quedó mirando con una ceja levantada, sabiendo lo pesado que se ponía el menor con Julián. Luego soltó una carcajada .—Ni en pedo. El pibe no te da ni la hora tengo más chances yo que vos.
Giuliano casi se atraganta con el trago. La risa le salió tan fuerte que algunas personas del grupo los miraron de reojo antes de seguir con lo suyo.
—¿Vos? ¿En serio? Pero si sos el más hetero de los heteros, boludo. Julián ni bola.
—¿Qué decís? —protestó Enzo, enderezándose en su silla. —Soy heterosexual, pero no hace falta ser gay para chamuyarse a alguien. Aparte, Julián está... bueno, es lindo. Con un poco de labia, cae.
Giuliano le señaló con un dedo tambaleante, la sonrisa dibujada en su cara.
—Boludo, ni vos te creés eso. Julián come barro antes de estar con vos.
Enzo resopló, ofendido, y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—¿Querés apostar? Lo digo en serio, apostamos algo al primero que se lo levanta.
Giuliano lo miró por un momento, calibrando si Enzo hablaba en serio o si el alcohol lo había desquiciado.
—¿Qué querés apostar?— preguntó al fin, con una ceja levantada y un dejo de burla en la voz.
Enzo sonrió, confiado.
—Tu remera firmada por Enzo Pérez. Si no me lo levanto, hago lo que quieras
—¿Vos sabés lo que vale esa remera? —dijo finalmente. —Pero dale, acepto y vos me das la Wii.
Se chocaron los vasos para sellar el pacto, ambos sin saber que, mientras ellos apostaban entre risas, Julián, del otro lado del patio, los miraba de reojo. No podía escuchar lo que decían, pero algo en la forma en que Enzo sonreía le revolvía el estómago.
Todavía se escuchaba la música al palo y las risas seguía llenando el patio cuando Julián se acercó al grupo donde estaban Enzo y Giuliano. Ajustándose la campera, lanzó un saludo breve.
—Che, me tengo que ir.
Enzo levantó la vista de su vaso inmediatamente, mientras Giuliano le dedicaba una sonrisa despreocupada.
—¿Te vas ya? Quédate un rato más, Juli. —insistió Giuliano.
—No puedo, en serio. Mañana tengo que hacer un par de tortas—dijo Julián, con tono firme.
—Te llevo yo, no hay drama —ofreció Giuliano, poniéndose de pie al instante, como si hubiera estado esperando la oportunidad.
—¿Qué decís? Te llevo yo —interrumpió Enzo, dejando su vaso sobre la mesa con un golpe suave.
Julián frunció el ceño, algo desconcertado por la repentina disputa.
—No hace falta, en serio. Me voy en Uber como siempre.
—No seas boludo, Juli. Dejá que te lleve yo, ya estoy sobrio—insistió Giuliano, con una sonrisa amplia.
Enzo soltó una risa corta, casi burlona, y cruzó los brazos.
—Na deja amigo, vivo cerca lo llevo yo. Mañana empiezo a cortar desde temprano, así que igual me iba ya.
—Chicos, no pasa nada, en serio. Me tomo un Uber y listo.
—No jodas, Juli. Dale, te llevo —dijo Enzo, ya caminando hacia la salida como si la discusión estuviera cerrada.
Giuliano bufó y trató de seguirlo, pero justo en ese momento, Enzo se giró hacia él con una sonrisa ladeada.
—Tranqui, Giuli —Y antes de salir, le guiñó el ojo, dejando a Giuliano parado en el lugar, perplejo y medio ofendido.
—Pelotudo—murmuró Giuliano entre dientes, mientras Enzo y Julián desaparecían por la puerta.
[...]
El motor del auto rugía suave mientras Enzo manejaba con una mano al volante y la otra apoyada en la ventanilla. Julián estaba sentado al lado, en silencio, pero no podía evitar mirarlo de reojo cada tanto.
—¿Y vos por qué te ofreciste a llevarme? —preguntó Julián, rompiendo el silencio y tratando de sonar casual.
Enzo soltó una risa baja, ladeando la cabeza hacia él con una media sonrisa.
—¿No puedo querer pasar un rato con vos, Juli? —dijo, dejando las palabras en el aire como si fueran obvias.
—Dale, no chamuyes. Dos veces hablamos como mucho y ahora te hacés el buenito —respondió Julián, arqueando una ceja.
Enzo se rió más fuerte, girando la cabeza un segundo para mirarlo antes de volver la vista al camino.
—¿Y qué? Capaz me arrepentí, qué sé yo. Además... mirá si me voy a perder la oportunidad de estar a solas con vos.
Julián parpadeó, sorprendido por lo directo de Enzo.
—¿A solas conmigo? Estás mal de la cabeza vos
—¿Mal de la cabeza? —replicó Enzo con una sonrisa pícara mientras apoyaba una mano en el respaldo del asiento de Julián, acercándose apenas—. Nah, si yo solo digo la verdad.
Julián soltó una carcajada nerviosa, intentando apartarse un poco, pero el espacio reducido del auto lo traicionaba.
—Sos un cara dura—dijo, cruzándose de brazos como si eso pudiera defenderlo del efecto que Enzo tenía en él.
—¿Cara dura? —Enzo levantó una ceja, dejando caer la mano del respaldo hacia el hombro de Julián, apretándolo apenas en un gesto juguetón—. Eso lo decís porque todavía no viste todo lo que soy capaz de hacer.
—Ah, bueno, pará un poco. Vos tomaste demasiado estás muy suelto hoy —protestó Julián, aunque no se movió del asiento.
—¿Suelto? Más bien estoy más cómodo —contestó Enzo, deslizando los dedos por la pierna de Julian, como si no hubiera nada más natural que tocarlo—. ¿O te pone nervioso?
Julián lo miró de reojo, tratando de mantenerse firme.
—Callate —dijo, intentando sonar indiferente, pero el leve temblor en su voz lo traicionó.
Enzo sonrió con satisfacción, inclinándose un poco más hacia él mientras seguía manejando con una mano.
—Tranqui, Juli, no te voy a hacer nada que no quieras —susurró, y luego agregó, en un tono más bajo pero lo suficientemente claro para que Julián lo escuchara—: Aunque me parece que no te molesta tanto, ¿o me equivoco?
Julián negó con la cabeza, apretando los labios para no dejar escapar una sonrisa. Se sentía completamente desconcertado, pero, de alguna manera, no quería que esa conversación —ni los toques de Enzo— terminaran.
Cuando llegaron frente a la casa de Julián, el auto se detuvo, pero el ambiente seguía cargado. Julián soltó el cinturón, girándose hacia Enzo con una mezcla de nervios y expectativa en los ojos.
—Bueno... gracias por traerme —murmuró, rompiendo el silencio.
Enzo sonrió con ese aire relajado y confiado que parecía ser su marca registrada.
—De nada, Juli. Igual... —se inclinó hacia él, deteniéndose a un par de centímetros de su rostro—. No me voy sin recompensa.
Julián apenas tuvo tiempo de procesar lo que decía antes de sentir los labios de Enzo rozar la comisura de los suyos, suaves y deliberados. Fue un contacto breve, pero suficiente para que su corazón se disparara.
Enzo se apartó con una sonrisa ladeada, como si no acabara de romper todas las barreras.
—Nos vemos, Juli —dijo, guiñándole un ojo antes de volver la vista al frente.
Julián bajó del auto con las piernas temblorosas, cerrando la puerta mientras todavía sentía el calor del beso fantasma. Enzo, mientras tanto, se quedó mirando el volante, con una sonrisa que no podía esconder y un torbellino de emociones que empezaban a hacerse imposible de ignorar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top