The Real Hunter
𝟑𝟎: 𝓣𝓱𝓮 𝓡𝓮𝓪𝓵 𝓗𝓾𝓷𝓽𝓮𝓻
Oc y pedido de Marshally_
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La tierra húmeda había dejado que se marcaran a la perfección las huellas de los animales del bosque. Todas se dirigían al norte y parecían bastante recientes, por lo que solo era cuestión de tiempo que encontrara algo que llevarnos a la boca.
Es bastante primitivo y peculiar el hecho de que una familia pobre se vea empujada a la caza para satisfacer sus necesidades primarias. De hecho, es todavía peor si añadimos el hecho de que la encargada de traer comida a casa sea una muchacha de dieciséis años. La gente pone una cara bastante extraña; una mezcla entre sorpresa, horror y asco.
De tres hermanos, la más joven había sido la elegida para cazar.
Corrí por los árboles, evitando pisar cualquier rama o palo que crugiera y me delatara. Ya me había acostumbrado al peso de la escopeta, así que era como si no la llevara encima.
Algo se movió entre las sombras, algo rápido y pequeño.
Ya tenía el arma cargada.
Bastó con que me diera la vuelta rápidamente y apuntara con el cañón en dirección al sonido, que sonaba detrás de mí. Mi dedo índice estaba preparado para apretar el gatillo en cuanto apareciera el animal. Y tenía poco tiempo para matarlo sin que sufriera. Una muerte instantánea.
Los arbustos se agitaron y un conejo saltó, quedando justo frente a mí.
Disparé.
Ese desgraciado salió corriendo antes de que yo apretara el gatillo. La bala se quedó incrustada en el suelo y la pequeña explosión de pólvora lo hirió en una pata, pero aquello no le impidió escapar.
Maldije entre dientes mientras bajaba la escopeta.
Me gustaba cazar porque alimentaba a mi familia, porque nos proporcionaba dinero cuando vendíamos las pieles o la carne a empresas, porque significaba nuestra supervivencia.
Nunca dije que me gustara hacer daño a los animales.
Decidí seguir caminando y siguiendo las pequeñas huellas del camino, dando por perdido al conejo. De todas formas, uno de ese tamaño no habría podido alimentarnos a todos.
Poco a poco me fui adentrando en el bosque, asegurándome de que la escopeta estaba cargada metiendo un cartucho y un par más en el bolsillo de mi chaqueta, por si necesitaba disparar más de una vez.
La temperatura del bosque comenzó a descender a medida que el sol se escondía entre los árboles, como si estuviéramos en invierno. Sentí que el frío me acariciaba el cuello y un escalofrío me recorrió la espina dorsal, como si alguien me estuviera observando.
Tras varios minutos, escuché otro ruido de algo que estaba justo frente a mí.
Algo grande.
Volví a apuntar con el cañón justo en su dirección y, esta vez, no esperé a que saliera de entre los árboles. Disparé.
Escuché que la bala alcanzaba algo, pero no hubo ningún sonido más.
Extrañada, avancé un poco, buscando el cuerpo del animal para llevármelo a casa, pero no encontré nada. No había nada tirado en el suelo, pero sí una mancha de sangre bastante reciente.
-¿Se me ha vuelto a escapar?- gruñí. Estaba claro que pasaba por una mala racha que no me podía permitir. No cazar nada significaba un día más sin nada que llevarnos a la boca, y mis hermanos y yo ya empezábamos a ver marcarse los huesos debajo de nuestra piel.
Busqué con la mirada por los alrededores hasta que volví a escuchar ese mismo ruido detrás de mí y, súbitamente, una ráfaga de aire repentina me movió el pelo. Algo se movió a escasos centímetros de mi pelo hasta clavarse en el tronco de un árbol que había frente a mí. Me acerqué un par de pasos y vi que se trataba de un hacha.
Cargué la escopeta y me di la vuelta, con el cañón alzado.
No había tirado a matar. Es posible que fuera una advertencia. Pero, ¿por qué?
La respiración se me volvió irregular, pesada y entrecortada. Los pulmones me exigían demasiado aire y estaba empezando a sentir que mis costillas los aplastaban. El corazón me golpeaba con fuerza el pecho, a una gran velocidad. Permanecí agachada, sin ponerme recta. De hacerlo, me convertiría en un blanco fácil.
Un movimiento a mi derecha me hizo reaccionar con rapidez y disparé, volviendo a darle. No obstante, seguía sin escuchar el sonido del cuerpo cayendo al suelo.
Otro sonido.
Saqué los otros dos cartuchos de mi bolsillo y abrí el compartimiento para meter las balas, pero mi escopeta cayó al suelo de un golpe seco.
Retrocedí de un salto al notar una presencia muy cerca de mí y, cuando ya estuve a una distancia prudencial, saqué el cuchillo de caza que llevaba enganchado en mi mochila por si era necesario.
Un hombre, un poco más alto que yo y vestido con ropas oscuras: unos pantalones holgados, una sudadera de colores sucios, encapuchado, con guantes de cuero que solo cubrían sus nudillos, una especie de bozal que le cubría hasta la nariz y unas gafas amarillas. Su flequillo caía por su frente y por los lentes. Advertí, finalmente, que llevaba un cinturón amarillento del que colgaba un hacha idéntica a la que estaba clavada en el tronco del árbol: había sido él.
Su cuello se movió durante un escaso segundo hacia la derecha al mismo tiempo que su hombro. Y otra vez. Y una vez más.
Tics.
Bajé la mirada hacia mi escopeta, cuyos cartuchos estaban dispersados por el suelo. No me daría tiempo a cogerla y cargarla, me atacaría sin dudarlo.
Saqué el cuchillo de caza y él alzó su otra hacha. Ahí fue cuando vi el agujero de bala que tenía en el brazo y que no dejaba de sangrar.
Me quedé helada al verlo y, cuando me di cuenta, él ya estaba a centímetros de mí, preparado para atacarme con el hacha. Me agaché rápidamente y le empujé para alejarlo de mí.
Estaba herido, sangrando, y aún así podía mover un objeto tan pesado sin soltar un solo quejido.
-V-v-vamos- me instó. Su cabeza y su hombro volvieron a moverse -, a-atac-atácame.
Parpadeé, desconcertada. Entonces, señaló mi cuchillo.
-U-úsalo- dijo.
Estaba claro que había leído mis intenciones: usaría el cuchillo en caso estrictamente necesario, no tenía pensado arrebatarle la vida. No obstante, él quería que le atacara.
Negué con la cabeza.
-Entonces m-mo-morirás i-inú-inútilmente.
Se me heló la sangre.
En ese momento, volvió a aparecer muy cerca de mí, listo para atacarme. Sin embargo, justo antes de que su hacha pudiera alcanzar mi cuello, su equilibrio falló y cayó justo encima de mí, medio inconsciente.
-J-joder...- gruñó, con la voz apagada, jadeando -¿Q-qué... qué me p-pa-pasa?
Mis manos tocaron otro agujero de bala en su costado, cerca del riñón, que tampoco había dejado de sangrar. Ahí estaban mis dos disparos, bastante acertados.
Como pude, me lo quité de encima. Fui a por mi escopeta, la cargué y guardé mi cuchillo. En ese momento, ya no me importaba cazar algo, lo que necesitaba era salir con vida de allí.
Antes de salir corriendo, me di la vuelta para ver al hombre, que seguía en el suelo y debajo de él se estaba formando un charco de sangre. Lo vi tener pequeños respingos que parecían ser los tics.
Me mordí el labio inferior y saque unas cuantas vendas de la mochila, que tenía en caso de emergencia. Me agaché y le hice un torniquete en el costado y en el brazo para que dejara de sangrar.
-Joder, Lilly, pareces masoquista- me reñí.
Después, salí corriendo para volver a casa, rezando por que no se levantara y me siguiera. Después de haber visto cómo me atacaba con el agujero en el brazo, lo veía capaz de hacerlo.
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