𝐃𝐄𝐔𝐗
Mientras tanto, en los interiores del reino Telmarino, se encontraba Miraz, el Rey Usurpador. Que, en la noche del nacimiento de su primogénito, ordeno asesinar al próximo heredero de la corona; Su sobrino, el Príncipe Caspian.
—Debes huir al bosque, le temen; creen que esta hechizado, nunca te seguirán hasta ahí... —Lo apresuraba su profesor, quien lo había salvado de la emboscada que lo esperaba para su muerte. Su profesor no era nada más ni nada menos que un narniano, hijo de un humano y una enana de las montañas. Conocía perfectamente la historia de Narnia y la magia que ahora los telmarinos se han negado en creer que existe, y sobre todo, extinguirla.
Caspian se apresuraba a la armería, se colocó su armadura y lleno sus bolsillos de armas.
—Toma esto, me llevo muchos años encontrarlo...—Se trataba del legendario cuerno de la Reina Susan; La Benévola. Otorgado por Papa Noel a su majestad durante su primer viaje, junto su arco. Se decía que, al hacerlo sonar, recibiría ayuda donde quiera que estuviera.
Caspian asintió con la cabeza para tomarlo entre sus manos, para recibir una advertencia. —No lo toques, al menos que sea extremadamente necesario —le pidió el profesor.
—¿Nos veremos de nuevo? —le pregunto. Caspian había compartido la mayoría de su vida con el Profesor Cornelius; le había enseñado la verdadera historia de Narnia, desde la magia hasta las criaturas fantásticas. Para el príncipe, era lo más cercano a una figura paterna después de la muerte de su padre, el Rey Caspian IX.
—Eso espero. Aún tengo mucho que contarte, la realidad que ahora conoces cambiara para siempre —le contaba mientras Caspian se montaba a su caballo.
El llamado de los guardias que iban a su captura los alarmo.
—Huye de aquí. —Hecho a andar el caballo del príncipe, para verlo partir hacia el bosque, donde contaban las viejas leyendas que, asechaban las criaturas salvajes, los seres mágicos y tenías el riesgo de caer en un gran sueño, del cual nunca despertarías.
De vuelta a la playa, Leah observaba todo el paisaje sin creerlo—, ¿cómo era posible? —se preguntaba. Lo que más le asustaba era como los cuatro hermanos no parecían sorprendidos; al contrario, estaban maravillados.
—Estoy soñando... Estoy soñando... —repetía innumerables veces.
—No es un sueño, Leah. —Se acercó Lucy.
—¡Estoy soñando! —dijo más alto, cerrando sus ojos.
—Hey. —Seguía sosteniendo su mano Edmund. Corinne se aferraba a las manos de ambos chicos ante el miedo.
—¿Por qué no están asustados? —le preguntó al azabache.
—Te lo explicaremos, lo prometo. —Hizo que Leah soltara la mano de Peter para el tomar ambas—. Por ahora, no debes tener miedo. Mira, es un lugar hermoso —le hablaba viéndola a los ojos.
Corinne con temor sujetaba sus manos. Sin embargo, no podía negar lo maravillada que estaba al ver tan gloriosa costa.
Susan y Lucy, sonrieron entre sí para dejarse correr a la playa, comenzaron a quitar los suéteres de sus uniformes y dejaron sus pies desnudos para pisar la arena; Peter les siguió.
Leah aún estaba en la entrada de la cueva; y Edmund la esperaba. Le sonrió a la ojiverde y la alentó para que lo siguiera.
No pudo resistirse, no sabría responder si por lo refrescante que sería meter sus pies al agua; o por la dulce mirada del pelinegro.
Corrieron juntos, haciendo que Edmund diera un tierno brinco para escapar de ella. Leah se deshizo de sus calcetas y su rígido suéter, para internarse en el agua.
Los hermanos se salpicaban el mar entre sí, jugueteando. Fuera de toda la diversión, Leah se preguntaba cómo estos desconocidos la hacían sentir tan en maison...
—¡Cuidado! —gritó con diversión Peter, para arrojarla al agua.
Leah termino empapada de cabeza a los pies; su cabello azabache lucia más claro de lo normal ante el sol; su piel pálida deslumbró por la humedad, y sus ojos bosque hipnotizaron al primero que fue a auxiliarla para salir del agua.
—Gracias —agradeció a Edmund.
El pelinegro solo asintió con la cabeza, dejando ver una sonrisa. El paisaje que sobrepasaba la gran montaña frente suyo, robo su atención.
—Ed —llamo su hermana Susan. Sin embargo, este seguía hipnotizado.
—Ed, ¿Qué tienes? —pregunto su hermano, prestándole toda su atención.
—¿Dónde supones que estamos? —le pregunto.
Corinne puso toda atención a la charla, le intrigaba el místico lugar.
—¿Tu dónde crees? —le pregunto con gracia.
—Es que, yo nunca vi ruinas en Narnia... —Peter observo donde veía su hermano, contemplando la gran montaña con lo que parecían ruinas.
—¿Narnia? —pregunto Corinne a Edmund; que solo dirigió una mirada a Peter.
—Ven... —le pidió Peter, para caminar juntos y comenzar el gran relato de su primer viaje a Narnia; ese mágico lugar que los había convertido en sus reyes, y les mostro la maldad en carne viva.
Al subir la montaña, Peter seguía contando a Leah la mayoría de sus aventuras, y no podía olvidar de mencionarle su gran título; El Gran Rey Peter, Sumo Monarca de Narnia. Para Corinne hubiera sido imposible de creer toda esa historia al inicio de la mañana, pero ahora veía esa tierra fantástica con sus propios ojos; comenzaba a cuestionarse su cordura.
Mientras charlaban, noto un comportamiento raro en Peter, sino fuera por el gran ego y adulación que notaba florecer en el rubio, podría decir que le estaba coqueteando.
Al llegar a la cima, se encontraron con las ruinas; el grupo las exploraba en silencio, mientras Corinne se acercó al pelinegro, que observaba hacia la costa.
—Entonces... El Justo —dijo, primeramente; para referirse ante su título. El Rey Edmund, El Justo. Durante su primer viaje; Edmund había conocido ambos lados de la moneda, el bien y el mal, había sido hechizado para traicionar a sus hermanos ante la eterna enemiga de Narnia; La Bruja Blanca, Jadis. El poder redimirse y entregar incluso su propia vida para poder vencerla, lo convirtió en el juez mas justo de toda Narnia.
—Esperaba que Peter solo te hablara de él. —Se lo tomo con gracia, mientras rascaba su nuca.
—Créeme, yo no —bromeo—. Admito que te queda bien ese titulo —Contemplo al igual la gran vista.
—No me gusta adular —sonrió—¿Manzana? —pregunto para extenderla hacia ella.
—Gracias —Le sonrió.
—Te la hubiera dado antes, pero ibas ocupada con Peter. —Se dio la vuelta para analizar las ruinas.
—¿Ok? —respondió extrañada, por el comentario del pelinegro.
—¿Quién creen que habito aquí? —Lucy pregunto, reuniendo a todos en una pila de piedra.
Susan estaba por hablar, cuando reconoció en el césped un objeto familiar.
—Creo que nosotros —dijo preocupada a Lucy. Contemplaba una pieza de oro de un juego de ajedrez, la pieza del caballo.
—Oye, eso es mío; de mi juego de ajedrez—dijo sorprendido Edmund, para acercarse con los demás.
—¿Qué juego de ajedrez? —respondió monótono Peter.
—No tengo un juego de ajedrez de oro solido en Finchley ¿o sí? — respondió.
—Vaya —dijo sorprendida Leah.
Corinne aun no lograba asimilar lo que ocurría a su alrededor, dentro de ella sabía que no podía confiar ciegamente en las palabras de los hermanos; a pesar de ver con sus propios ojos lo que pareció ser alguna vez su reino. Apenas los conoció minutos antes de transportarse al mágico mundo, aunque una parte de ella trataba de encontrar a que aferrarse para poder creerles y permanecer a su lado.
Mientras Leah navegaba por su mente; la menor de los Pevensie, Lucy; pulió los finos recuerdos de lo que alguna vez fue su palacio, donde vivió las más grandes aventuras y se convirtió en la guerrera mas valiente de Narnia. Se dio cuenta de donde estaban parados.
—No puede ser —dijo sin creerlo para salir corriendo.
Tanto sus hermanos como Corinne salieron tras ella, para encontrarse parados en una plataforma de cuatro pilares en ruinas.
—¿No lo ves? —Tomo a su hermano mayor de la mano, preguntándole mientras lo situaba en el lugar.
—¿Qué? —pregunto confundido.
—Imagina muros... —Tomo a su hermana; Susan, por los hombros, situándola seguidamente.
—Y columnas ahí —Se dirigió a Edmund para repetir la acción.
—Y un techo de cristal —Se situó a lado de su hermana mayor.
Corinne observaba la escena con confusión, y comenzaba a sentir el cómo vivía una aventura que no le correspondía.
—Cair Paravel... —Salió de los labios de Peter.
De vuelta, con el Príncipe Telmarino. El joven príncipe había sido perseguido hasta aquel bosque que todo humano le teme, llevándose la sorpresa de que todo mito era cierto. En un momento, había llegado a ser acorralado, entonces pensó en su ultimo recurso —El cuerno de la Reina Susan. —Lo hizo sonar haciendo retumbar los árboles, una gran brisa lo envolvió y pudo sentir un aura mágica acariciar la punta de sus dedos.
Después de eso, su suerte le tiro un mal juego, llego a pensar que el hacer sonar el mítico cuerno solo lo llevo a caer en manos de un tejón parlante, junto a un enano; o el terminar inconsciente a merced de los desconocidos narnianos.
Lo que no sabia era que aquel llamado había logrado atravesar las realidades y los mundos, trayendo de vuelta a quienes alguna vez dominaron la Era Dorada de Narnia, quienes habían vencido a la poderosa Bruja Blanca, a los legendarios Reyes de Antaño... y claro, los planes de Aslan son misteriosos, haciendo que con ellos llegara una diligente francesa; que, sin saberlo, también contaban con una misión para ella.
El Príncipe Caspian se reunía con el pueblo Narniano; el tema central, era recuperar Narnia del insólito despojamiento de sus tierras y su desalmada cacería. Caspian les ofreció su servicio para entregarles su pueblo, al mismo tiempo que el lucharía por el trono y legado de su padre, prometiendo gobernar con paz y armonía. —La ultima vez que estuvimos a salvo, fue cuando un hijo de Adán estaba al mando —menciono el líder de ellos, un centauro.
Aunque había un grupo que se negaba a ceder, el de las Hadas y Valcas. Un grupo que juraban portar una esperanza dada por el mismísimo Aslan; "Un día, el hijo de Adán resurgirá en el llamado, un nuevo elegido será dado. La doncella de las Valcas surgirá y revertirá lo que alguna vez mal se hizo llamar. Mi palabra escuchen bien pues es la ultima vez que os veréis, hasta el día en que mi promesa se haga ver". Recitaban sus palabras, pero hacia décadas que se aferraban a tal promesa.
El pueblo narniano simplemente ya no podía esperar, así que decidieron ponerse al servicio y trabajar a la par con el príncipe telmarino.
Mientras tanto, nuestros chicos de Finchley seguían en las ruinas de Cair Paravel. El de cabello azabache, que en durante su reinado se convirtió en la mano derecha del Sumo monarca, analizaba las grandes rocas que yacían en el lugar.
—Catapultas... —dijo, al tocar una de ellas.
—¿Qué? —pregunto Corinne, al ser la mas cercana a él para escucharlo.
—No, esto no se derrumbó. —Llamo la atención de todos sus hermanos—. Cair Paravel fue atacado.
—¿Cuánto tiempo dejaron este lugar? —pregunto Corinne.
—Fue solo un año. —Agacho la mirada Susan.
—Pero el tiempo actúa diferente aquí, que en nuestro mundo —le dijo Lucy.
Peter pudo recordar donde estaba parado, y desempolvando su Época Dorada, se dirigió a donde el recordaba, era la entrada a la cámara secreta de sus majestades.
Corinne seguía maravillada ante el lugar, aunque la incomodidad por sus delgados zapatos la hacia odiar dar otro paso, termino por quitárselos para dejar sus pies descalzos al igual que soltar su cabello para que se secara con el aire de la montaña.
Seguían avanzando hasta toparse con un derrumbe justo en la puerta, ambos varones comenzaron a mover las rocas para dejar ver un largo pasillo que se dirigía al subsuelo.
El mayor de los hermanos arranco parte de su camisa con una navaja de bolsillo, para envolverla en una gruesa rama, con el fin de hacer una antorcha. Su hermano Edmund solo lo observaba con intriga.
—Supongo que no traes fósforos, ¿o sí? —le pregunto a Edmund.
El azabache rápidamente busco en su bolsillo —No, pero ¿esto te sirve? —Saco una reluciente linterna.
—¿Y por que no lo mencionaste un poco antes? —rio su hermano.
Dejando sacar una sonrisa entre si a las féminas. El azabache dejo soltar una bella sonrisa, que, por alguna razón, a Leah le había generado un deja vu. ¿Cómo era posible? Era la primera vez que escuchaba al azabache, ¿o no?
Edmund avanzo primeramente por las estrechas escaleras que guiaban al subsuelo, noto la incomodidad de la ojiverde; así que tomo su mano y la encamino detrás de el, asegurando que su hermano Peter guiara a sus hermanas.
Al entrar, las aberturas del suelo dejaron deslumbrar el sol en esa antigua cámara de cinco pilares.
—Miren esto. —Abrió la reja que abría paso a lo que había en cada pilar—. Todo sigue aquí —dijo maravillado Peter.
Cada uno corrió a uno de los pilares, en ellos estaban estatuas de lo que alguna vez fueron, o serán en unos años. Abrieron sus cofres donde estaban sus armaduras, armas, vestimentas y objetos de lo más valiosos.
—¿Eran tan altos? —pregunto Corinne, al ver sacar un gran vestido dorado a Lucy.
—Bueno, en ese entonces éramos adultos. —Dejo ver una sonrisa melancólica Susan.
—A diferencia de cientos de años después, cuando eres niña —le dijo a Lucy, mientras Edmund usaba un gigantesco casco, causándoles risa.
—Ahora estas lista para la batalla —dijo riéndose Edmund, al colocarle el inmenso casco a Corinne.
—Achi —destornudo Leah, mientras se pegaba con el casco. Edmund soltó una gran carcajada.
—Mejor me quedo con esto, le harás daño. —Acaricio como a un bebe su preciado casco.
—Si, creo que cientos de años en polvo entraron por mi nariz. —La fruncia seguidamente para dejar pasar la comezón.
Peter reía ante los comentarios, cuando se acerco lentamente a su estatua y su cofre, quito las rocas sobre el y lo abrió. Busco con la mirada algo en particular, su espada. La mística espada de mango dorado y piel de fuego, una espada majestuosa con la que el Sumo Monarca gano cada guerra y defendió el honor de todo su reino.
Corinne no podía evitar ver esa espada con admiración, al igual como veía al rubio.
—¿Quieres sostenerla? —le pregunto Peter.
—No no, no debería. —Retrocedió unos cuantos pasos.
—Esta bien. —La tranquilizo para tomar su mano y atraerla hacia él.
Corinne puso ambas manos sobre el mango, Peter la dejo caer sobre sus manos haciendo que se doblaran un poco ante el peso.
—Cuando ataques, empuja con tu pie izquierdo, deslizando tu pie derecho en el suelo y levanta tu espada.... —Le explicaba Peter mientras tomaba sus hombros y la rodeaba con sus brazos.
Corinne tomo la empuñadura con fuerza, impulso el arma con su mano mas cercana al pomo, y la direcciono con la mano bajo el guarda. Hizo un par de movimientos, ambos de defensa. Para finalmente apuntar a la nada. Leah no podría explicar lo que sintió, pero desde el primer instante que piso esa tierra supo que un enigmático aire de valentía hacia explotar sus sentidos.
—Wow... —dejo salir en un suspiro Peter.
Edmund anonadado tiro por accidente su casco, sacando a ambos de su trance.
—No deberías jugar con eso —le dijo lo mas amable que pudo el azabache.
—Es verdad, lo siento —dijo viendo a Peter.
—No, esta bien. De hecho... —Saco una espada de su cofre, no era tan majestuosa como la del gran emblema de León, pero admitía que era más ligera.
—Muchas gracias, Peter... —dijo sorprendida.
—Espero tengamos oportunidad de practicar —respondió.
—Que mejor que la entrene el mejor espadachín de Narnia. —Se integro a la conversación Susan, alagando a su hermano Edmund.
—Eres una caja llena de sorpresas, Pevensie —le dijo Corinne.
Edmund sonrojado rasco su nuca, mientras sus hermanos reían ante el nerviosismo del chico.
Peter siguió contemplando a su vieja amiga de batalla; Rhindon. Mientras leía la profecía que en su acanaladura estaba grabada, aquella profecía que dictaba como el y sus hermanos eran los destinados reyes de Narnia, y quienes acabarían con el eterno hechizo de invierno que azotaba en ese tiempo.
—El gran invierno a caído, con su potente rugido —recito lo que en un dialecto narniano adornaba el filo de su espada.
—Al sacudir su melena, la primavera llega —completo su hermana Lucy—. Todos nuestros amigos... El Señor Tummus y los castores. Ya no están. —Dejo caer la realidad a sus hermanos, de que cientos de años pasaron lejos de la mística tierra, y todo lo que alguna vez conocieron fue destruido.
Sus hermanos afligidos agacharon la mirada, mientras que Corinne paso su brazo por el hombro de Lucy, mostrándole su apoyo.
—Ya es tiempo de averiguar qué sucede —dicto Peter.
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