CAPÍTULO 34

<< La gente que duda no puede poner en marcha sus propias capacidades y terminan destruyéndose ellos mismos. >>

YOSHIHIRO TOGASHI

El médico tamborileó su taza de chocolate con los dedos, sus ojos plomizos desviándose hacia los tatuajes que le encriptaban la piel. De todas las peticiones que podría haberle hecho la muchacha, no esperaba que tuviera que contarle lo que sabía sobre la vida de Ace. De hecho, ni siquiera estaba seguro de que ____ quisiera escucharlo.

Se llevó la taza a los labios y dio un pequeño sorbo, disfrutando de la agradable sensación del líquido discurriendo por su garganta. Definitivamente, no había nada mejor que un buen chocolate caliente en un día nublado para aplacar el estrés y el cansancio de una intensa semana de trabajo en el hospital. 

Se limpió las comisuras de los labios con una servilleta y volvió a cruzar miradas con ____, quien lo observaba con sincera expectación. 

— Estás estudiando medicina. Conoces bien la Ley Orgánica de Protección de Datos. ¿Por qué vienes a preguntarme a mí?— suspiró.

La chica frunció los labios, comprensiva: entendía que Law intentase ampararse en la legislación sanitaria para esquivar el tema. A fin de cuentas, era un asunto bastante delicado. Lo más probable es que el azabache estuviera escondiéndole alguna verdad desagradable, pero la muchacha no esperaba otra cosa teniendo en cuenta todos los rumores que había escuchado sobre Ace.

— No necesito que me hables sobre su expediente médico— explicó ella antes de darle un sorbo a su taza.

Law arqueó las cejas, inquisitivo.

— Para eso podrías haber llamado a Sabo. O a Marco— insistió, recostándose en el respaldo de la butaca—. Cualquiera conoce mejor a Ace que yo...

— Estoy segura— se apresuró a refutar la joven— que Ace también les escondió la verdad durante un tiempo. Sé que todos llegaron a dudar de él en algún momento, y también que tú fuiste el único que se quedó a su lado cuando más lo necesitaba. 

Law le sostuvo la mirada durante unos instantes, intentando descifrar las intenciones de la chica. No se había equivocado en nada de lo que había dicho, y aquello le daba a entender que estaba más preparada para deshilvanar el pasado del pecoso de lo que él había imaginado. Empezaba a comprender por qué había acudido a él.

— Necesito saber qué volvió a Ace tan inseguro. Necesito entender por qué decidió ocultarme algo tan importante— declaró ____, los puños apretados sobre su regazo—. De esa forma, creo que estaré preparada para volver a mirarlo a los ojos y tomar una decisión.

Law asintió levemente con la cabeza antes de inspirar profundamente y esquivar la mirada de la muchacha, pensativo. Sí, ____ no pretendía descubrir los detalles sobre el cáncer de Ace, ni había quedado en aquel café con él para pedirle consejo sobre el asunto. La joven solo quería conocer la verdad a través de los ojos del cirujano para saber cómo filtrar sus emociones la próxima vez que se encontrase con el pecoso.

Era evidente que la chica temía que Ace volviera a abusar de su confianza, y la imagen desgastada de su rostro, con aquellos ojos hinchados y castigados por las lágrimas, evidenciaban el dolor que le producía ser consciente de eso. Al fin y al cabo, cabía la posibilidad de que la próxima vez que ella y Ace se viesen, fuera la última. 

Law era consciente de ello. Quizás aquel fuera uno de los retos más complicados a los que había tenido que hacer frente fuera del hospital, y sin embargo, sabía que no podía rehusar la petición de su amiga. Si hubiera acudido a Sabo, lo más probable es que el rubio hubiese intentado aplacar la situación por el amor incondicional que sentía por su hermano. Puede que incluso hubiera ocultado la verdad tras la cicatriz que le había dejado ciego de un ojo. Y si hubiera preguntado a Marco, quizás se hubiese dejado influenciar por los sentimientos que profesaba por la chica.

Ella tenía razón: era el único que podía contarle una verdad medianamente objetiva.

— En ese caso, no hablaré como el médico de Portgas-ya, sino como un amigo— sentenció tras haberse recompuesto un tanto—. No obstante, te advierto que el Ace que conoces no tiene nada que ver con el de hace tres años. Compararlos sería como intentar buscarle el parecido a un lápiz y un ladrillo.

— He oído cosas— confesó ____ al tiempo que entristecía la mirada, contrariada—. Está visto que no era muy considerado...

Law escupió una risa sardónica.

— Era un capullo— declaró, aunque se arrepintió tan pronto como sus ojos se detuvieron en el rostro entristecido de la joven—. Lo siento.

Ella negó con la cabeza y se limitó a apurar la taza de chocolate mientras se convencía una vez más de que Law era la persona indicada para hablarle sobre Ace. Él, por otro lado, ya no estaba tan seguro de querer hacerlo. Sabía que había ciertos detalles que no le correspondían revelar. ¿Sería capaz de hablar con filtros?

— Preferiría que no te cortases— añadió ella, como si hubiese averiguado sus intenciones a través de sus ojos—. Si hay algo que tengo claro, es que el pasado no va a cambiar lo que siento en el presente.

El médico la observó detenidamente, escrutándola atentamente con su mirada plomiza. La determinación que emanaba de los ojos de ____ a pesar de su condición, lo llenaban de esperanza y, para su alivio, tranquilidad. Sonrió con incredulidad al tiempo que negaba suavemente con la cabeza: ¿cuándo había empezado a preocuparse por proteger la reputación de alguien?

¿Cuándo había comenzado a considerar a Portgas un amigo?

— De acuerdo— asintió finalmente, un tanto molesto por no ser capaz de discernir el estado de sus emociones—. Pero antes, si tuvieras que describirle de alguna forma, ¿cómo lo harías?

Ella no se lo pensó ni un instante. La sombra de una sonrisa colmada de ternura se talló en su rostro.

— Es un grosero puntual.

Érase una vez un grosero puntual que soñaba con ser alero de la NBA...

Se le daban bien el baloncesto y las chicas, se las arreglaba para amanecer cada día en una cama que no era la suya y no escuchaba a nadie. Pero a pesar de todo eso, era feliz a su manera.

Tenía tantos amigos que le faltaban dedos para contarlos, las chicas hacían cola para poder dedicarle unas palabras de enhorabuena cada vez que acababa un partido, y podía reconocer el olor y el sabor de cualquier bebida alcohólica hasta con los ojos vendados.

Estudiaba lo justo, pero era incapaz de concentrarse a no ser que tuviera una agradable música de fondo armonizando su cuarto. Coleccionaba figuritas de acción desde que su hermano pequeño le descubrió Marvel, y posters de cantantes que la mayoría de gente ha olvidado, pero cuyas canciones dictan el ritmo de nuestra rutina diaria.

Le gustaba follar y alardear de ello, pero el pobre diablo no recordaba su primer beso, ni su primera vez, ni sabía cómo se sentía al estar enamorado. De todas formas, esas cosas tampoco le importaban demasiado.

A primera vista, todos dirían que ese tío era todo un triunfador, pero nadie sabía que anhelaba el amor de unos padres a los que no conoció, que sufría narcolepsia y que tenía miedo a quedarse solo en casa.

También tenía sueños estúpidos, como freír carne en la Luna, columpiarse del Golden Gate y robar una estrella solo para saber si alguna chica la echaría de menos al mirar al cielo. Si alguien hubiera tenido el poder de colarse en su mente, quizás lo hubieran tachado de loco, y aunque en cierto modo así era, aquel tipo tenía una reputación que proteger.

Su estación favorita era verano porque significaba que podía ir por casa sin camiseta, pero adoraba el invierno en secreto porque le gustaba embelesarse con el fuego que danzaba en la chimenea. 

Erase una vez un tío al que le gustaba lanzar piedras al río.

Erase una vez alguien que soñaba con ser alero de la NBA.

Erase una vez Portgas D Ace...

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