- ̗̀ะ🔮໒❫ ⋮ ➮𝓟𝓪𝓻𝓽𝓮 𝓘: 𝕮𝖔𝖓𝖔𝖈𝖎𝖊𝖓𝖉𝖔 𝖆 𝖑𝖆 𝖇𝖊𝖘𝖙𝖎𝖆.
𝓟𝓪𝓻𝓽𝓮 𝓘 | 𝕮𝖔𝖓𝖔𝖈𝖎𝖊𝖓𝖉𝖔 𝖆 𝖑𝖆 𝖇𝖊𝖘𝖙𝖎𝖆.
— ¡El gran oráculo ha hablado! — gritó rebosante de alegría el sacerdote del pueblo de los pequeños roedores, los hamsters.
— ¡Dime la respuesta! — ordenó con poder el monarca señalandolo con su gran cetro de punta dorada sentando sobre su gran trono hecho de mármol pulido.
— ¡Los dioses! ¡Los dioses me hablaron! — agregó girando y observando a todos los pueblerinos que se encontraban en el palacio, esperando el veredicto de los grandes seres espirituales y el rey. — ¡Cuando la luna llegue a su punto más alto y se torne de color rojo!
Se escucharon varios sonidos de sorpresa después de aquella oración, pues el día donde la gran esfera plateada se tornaba carmín y el portal que separaba el mundo humano del espiritual se debilitaba, estaba más cerca de lo esperado, en realidad, era mañana.
— ¡El heredero al trono, hijo del rey! ¡Sacará la gran espada de la piedra! ¡Y logrará matar a la terrible bestia que ha estado acechando estos lares! — soltaba con perspicacia pues nadie se atrevería a dudar de las sabias palabras de un sacerdote.
El consejo escondía varios secretos, secretos que las personas obviaban, secretos que a nadie le interesaban, secretos que el pueblo debería de haber sabido, pero aún así, no lo sabían porque al pueblo le gustaba permanecer ignorante.
Y eso al rey no le molestaba en lo más mínimo, porque si el pueblo seguía ignorante, él se llenaría de más riquezas.
— Pero padre, ¿acaso aquella bestia no había muerto hace cientos de años? — interrumpió el pequeño albino en medio de la conversación, el cual estaba parado a un lado del trono de su padre.
— ¡Rubén! — llamó con atención su madre sentada en su respectivo trono con una penetrante mirada haciéndole saber que su imprudencia era incorrecta.
— Así se suponía que debía de haber sido. — se levantó picandose la barbilla observando el suelo hecho de piedra lisa caminando de un lado hacia el otro hasta quedar enfrente del sacerdote. — Los felinos dieron fe de que sus ancestros lo derrotaron, entonces ¿por qué ha vuelto a aparecer?
— No lo sé, mi señor, no lo sé. — replicó — La única verdad que existe es la que está escrita en el oráculo y debemos cumplir la predicción si no sufriremos las consecuencias, ¡todo nuestro reino sufrirá!
El susto de los aldeanos se hizo presente.
— ¡Pero no temáis, pueblo de Arkadia, vuestro rey sabrá hacer lo correcto! — afirmó certero dejando al mencionado sin escapatoria, obligándolo indirectamente a cumplir con la orden de aquel arcaico pergamino que traía en sus hojas las predicciones futuras.
El monarca no sabía qué cara poner ante las cientos de miradas acusadoras que caían sobre él. Aún así, debía de tener una respuesta y rápido, una respuesta en la que su primogénito no se viera involucrado porque el niño que había criado no lucía, por ninguna parte de su cuerpo, como un guerrero.
Rubén, un pequeño omega de melena tan blanca como la luna, de ojos tan verdes y brillantes como joyas preciosas, proveniente del cruce entre los hámsters shifter y los elfos mágicos; linaje que se formó hace miles de años, el próximo heredero al trono, príncipe de Arkadia y a quién el oráculo había elegido para ser el salvador de su reino, lastimosamente tenía más desarrollada su capacidad de elfo doméstico que de elfo de batalla.
— Pero hasta ahora aquella bestia no ha lastimado a nadie, ¿verdad? — sostuvo el padre de Rubén llamando la atención de todos. — No hay nada de qué preocuparse. — habló calmadamente volviendo a sentarse.
— Pero mi rey, ¿acaso está esperando que nos ataque? — interrumpió el sacerdote desplazándose hacia el centro del salón, arrastrando la basta de sus finas túnicas y cuando llegó estampó contra el suelo rocoso su bastón hecho de plata. — ¡¿Acaso mi rey está esperando que esa bestia nos devore a todos?! — gritó a los cielos.
Nuevamente los aldeanos se escandalizaron, pero esta vez cierta amargura y desconfianza se hacía presente en sus rostros, temerosos de la persona que los gobernaba, creyendo en las mentiras que decía aquel sujeto devoto de los dioses.
El rey apretó los puños, chasqueando los dientes levemente para que nadie pudiera notarlo, dándose cuenta que no tenía más opción. Giró la cabeza al ver a su esposa, la cual mantenía la cabeza gacha con una mueca de tristeza al darse cuenta del penoso destino que tendría su unigénito.
Suspiró.
— Yo... — una tercera voz se hizo presente. El rey alzó la mirada al sentir una mano sobre su hombro. — ¡Yo, el príncipe de Arkadia, Rubén Gundersen ire a matar al dragón y traeré su cabeza como prueba! — exclamó decidió atrayendo toda la atención, hasta la de sus padres. — ¡A cambio el pueblo me tendrá que reconocer como futuro rey!
— Rubén... — susurró su madre débilmente por todo el miedo que llenaba su cuerpo al saber que no podría cambiar la voluntad de su hijo, que no podría negarse a la voluntad de los dioses.
— ¡Maravilloso! — exclamó campante el cura acercándose al albino para sostenerlo de los hombros. — ¡Prepararemos todo para mañana! — una sonrisa de oreja a oreja acompañada de una ruidosa carcajada se hizo de notar contagiando a los pueblerinos de felicidad, quienes después del anuncio se marcharon dejando solamente a la familia real dentro.
— ¡¿Por qué hiciste eso?! — de golpe se levantó su padre apretando los dientes soltando pequeñas gotas de saliva sobre su rostro.
— ¡Rey! — intentó calmarlo la reina.
— ¡Es mi deber, padre, no me harás cambiar de opinión! — sentenció empinándose tratando de quedar a la misma altura que el mayor, aunque era casi imposible.
— ¡¿tu deber?! ¡Por favor, no me hagas reír! ¡Con esos debiluchos brazos que no pueden cargar leña!
— ¡Estoy pensando en el pueblo!
— ¡Estás pensando solo en ti! ¡¿Qué pasa si mueres dime?! ¡Dejarás a un pueblo desamparado! ¡Sabes bien que no podemos concebir a otro príncipe!
— ¡¿Y si no lo hago?! ¡Ellos no me aceptarán!
— ¡Si lo haces o no, a ellos no les importa! ¡No te aceptarán! — los ojos de Rubén se abrieron de par en par al escuchar tales palabras, lastimado. Su padre se dio cuenta de lo que había dicho, suspiro para calmar su mente. — Lo sabes bien, sabes como es nuestra raza.
— Yo cambiaré eso. — mencionó enojado antes de voltearse e irse dejándolos solos.
— Hijo... — soltó su madre sin poder llamar su atención.
El pueblo entero se encontraba reunido en la plaza principal donde, en medio de todo, estaba sellada la espada en la piedra.
Las farolas alumbrando las calles llenas de distintos puestos de comida, de elementos mágicos, hechizos y pociones, prendas, libros y bestias. El suelo de piedra adornado con varias pinturas de su propia especie, pinturas que contaban leyendas acerca de su ancestros y las batallas que alguna vez lidiaron. Muy de cerca, podías escuchar música proveniente de todos lados, música llena de folclore, el laúd, la flauta y el tambor creaban armonías maravillosas.
La luna estaba muy cerca de su punto más alto.
Y toda la familia real, el consejo, y el sacerdote del reino no podían estar más ansiosos por ver como el arma por fin era liberada.
— ¡Llegó la hora! — pronunció el pueblo alzando sus brazos.
La reina observaba al rey con desesperación, rogándole con los ojos que detuviera todo esto, mas este solo mantenía la mirada en el suelo, y su hijo mantenía la mirada en el acero.
— Su majestad — empezó el de túnicas finas — por aquí por favor — lo guió hasta quedar cerca de la piedra.
Rubén rodeo la empuñadura con sus dedos presionando con fuerza.
— ¡Querido pueblo de Arkadia! — gritó colocándose enfrente de ellos alzando sus brazos — ¡Empecemos a contar!
— ¡один! — exclamaron todos — ¡две! — la madre se aferró al rey — ¡три! — Rubén empezó a sudar — ¡четыре! — una sonrisa maléfica apareció en el rostro del cura — ¡пять! — la luna lloró llegando a su punto más alto y rojizo.
Y ¡Zaz! La espada salió sin dificultad alguna, acomodándose perfectamente al toque del príncipe, quien movía el brazo tal y como un experto espadachín. El tono carmesí que alumbraba la noche sacaba a relucir los hermosos diamantes que venían impregnados en este y lo afilada que era su punta.
¿Pero la experiencia dada por el gran puñal sería suficiente para derrotar a la gigantesca bestia que habitaba en las montañas más montañosas del mundo?
Nadie lo sabía, mucho menos Rubén sabía a lo que se enfrentaba.
— ¡Todo esto es tu culpa! — vociferaba la reina, ya en su habitación.
— ¡¿Mi culpa?! Yo no lo forcé a irse, él lo hizo por su cuenta.
— ¡Lo hubieras detenido al menos! Ahora está solo, sin comida, ni calor, o escudo.
— ¡Pues ve detrás de él! ¡Deja al pueblo sin reina también!
Los ojos de la mencionada se hundieron, no tuvo otra salida más que callarse y rezar porque su hijo se encuentre bien y regrese con vida. Esperando que sus lágrimas bastaran para que los dioses se apiadasen de ellos.
Sin embargo, Rubén se abría paso entre la alta maleza tratando de ver más allá de aquellos gruesos y altos árboles con la pequeña linterna mágica, hecha de cristales preciosos, que cargaba en la mano, la cual ya estaba apunto de agotarse, pero para su suerte, ya faltaban pocas horas para que el alba se hiciera presente.
— ¡Pero todavía no te apagues! — se quejó el albino golpeando el objeto cuando la luz empezó a parpadear.
De repente el aire comenzó a correr, creando corrientes en distintas direcciones, moviendo las hojas de los árboles y elevando las que ya estaban en el suelo. Una ventisca tan fuerte que el príncipe podría jurar que era un tornado, pero no, era algo peor.
Una enorme sombra ascendió, levemente podía notarse entre el color púrpura y celeste que cobraba cielo antes del amanecer.
Rubén no pudo evitar alzar la cabeza y ¡Santas semillas de girasol!
¡¿Qué diablos era eso?! ¿Un lobo? No, imposible. Los lobos, sea cual sea su linaje, nunca eran tan enormes, nunca, aun así no podía negar que esa sí era una cabeza de lobo, un lobo de pelaje oscuro, tan azabache como la noche misma, pero resplandeciente a la luz de la luna. Entonces las alas de aquella bestia se hicieron presentes, alas tan gigantescas que cubrían los árboles del bosque caracterizado por tener los árboles más grandes del mundo.
El animal giró, dando evidencia de sus relucientes escamas de dragón nocturno que adoraban todo su grueso cuerpo, desde la punta de sus cuernos hasta sus garras.
Y el príncipe de Arkadia lo entendió, entendió a que bestialidad se enfrentaba, aquella que una vez destruyó gran parte del reino de los felinos y marinos sin razón alguna, aquella que acabo con más de cientos de vidas, y varias de ellas muy valiosas, de magos poderosos, y él solo era un simple elfo hámster que manejaba la magia básica.
Empezando con la parte 1 por fin, ¿qué les pareció? Espero que les haya gustado y gracias por su apoyo.
También informar, que este pequeño especial si contendrá escenas subidas de tono, sé que por el ambiente mágico puedan pensar que no, pero sí lo tendrá.
Santas semillas de girasoles 🌻
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