CAPÍTULO 2

El aire en la sala estaba impregnado de una tensión palpable, una mezcla de devoción y deseo que emanaba de cada rincón. Albedo, aún en el suelo, jadeaba con una mezcla de excitación y asombro. Su pecho, marcado por la huella ardiente de la mano de su emperador, brillaba intensamente bajo la tenue luz que iluminaba la cámara. Esa marca, esa cicatriz ardiente, no era solo un signo de posesión, sino un símbolo de su devoción eterna. La diosa de la guerra se había convertido en un lienzo para el arte de su amado Tn, y ese arte llevaría su nombre para siempre.

Los guardianes de piso, con su imponente presencia, se mantenían firmes en sus posiciones. Sus miradas reverentes se centraban en Tn, el ser que desafiaba las leyes de la naturaleza y la lógica. La forma en que su mirada se posó en Narberal, haciendo que esta se estremeciera, era un recordatorio constante de su divinidad. Cada uno de ellos sabía que estaban ante un ser superior, un emperador escarlata que los había elegido para servirle. Era un honor que llevaban con orgullo, y la lealtad hacia él era inquebrantable.

Tn: Narberal -dijo Tn, su voz resonando en la sala con la autoridad de un rey-, lleva a Albedo a sus aposentos. Debes encargarte de tratar la quemadura en su pecho.

Al oír esto, Albedo sintió cómo la desesperación comenzaba a tomar control de su ser. Con la voz entrecortada, casi en un susurro frenético, exclamó:

Albedo: ¡No! ¡Llevaré esta cicatriz por toda mi vida! ¡He sido marcada por tus majestuosas llamas! ¡Viviré con ella!

El corazón de Tn se sintió lleno de satisfacción al escuchar las palabras de Albedo. Su sumisión y lealtad eran un bálsamo para su ego, reflejando la devoción que tanto deseaba. Pero, a pesar de esa emoción, rápidamente se recobró, adoptando una compostura más serena y controlada.

Tn: No hay necesidad de marcarte más -dijo Tn con una voz que resonaba con calma y autoridad-. Ya eres mía.

Las palabras flotaron en el aire, y Albedo sintió un escalofrío recorrer su espalda. La intensidad de esa declaración provocó un espasmo involuntario en su cuerpo, como si cada fibra de su ser hubiera sido electrificada. La posesión que sentía Tn sobre ella no era solo física; era un vínculo que trascendía lo mortal. En ese momento, su corazón latía con fuerza, y su alma se sentía en llamas.

Tn, con un gesto de su mano, ordenó a los guardianes de piso regresar a sus puestos. La sala se llenó de un murmullo de asentimientos y movimientos, cada uno de ellos consciente de la magnitud de su emperador. Mientras tanto, Shalltear, observando desde la sombra, no pudo evitar que la envidia brotara en su interior. La forma en que Tn había reclamado a Albedo, la forma en que la había hecho suya, hizo que su corazón ardiera con celos. Después de todo, en un mundo donde la devoción era moneda corriente, el amor y la lealtad eran las armas más poderosas, y Shalltear estaba decidida a no ser eclipsada.

Al salir de la gran tumba de Nazarick, Tn sintió cómo la luz del sol lo envolvía, una calidez que contrastaba con la fría magnificencia del lugar que acababa de dejar atrás. Ante él se extendía un paisaje desolado, un terreno árido y sin vida que parecía rendir homenaje a su presencia. La gran tumba de Nazarick se alzaba como un titán en medio de la nada, sus imponentes muros y torres elevándose hacia el cielo, reflejando la grandeza de su nuevo dominio. Era una visión que inspiraba tanto respeto como temor, y la sensación de poder que lo invadía era casi embriagadora.

Mientras contemplaba su nuevo reino, una idea comenzó a tomar forma en su mente.

Tn: ¿Acaso me he quedado atrapado en el juego?- pensó, su corazón latiendo con una mezcla de asombro y deleite. La posibilidad de ser parte de este mundo, de encarnar a El Príncipe Escarlata, era una emoción que lo llenaba de vida. Se imaginaba como un emperador, rodeado de bellas y leales sirvientas, cada una dispuesta a sacrificarlo todo por un instante de su amor. Ese pensamiento lo llenaba de una satisfacción que jamás había experimentado en su vida anterior.

La idea de dominar un reino que se extendiera más allá de las murallas de Nazarick era un fuego que ardía en su interior. Las posibilidades eran infinitas, y la ambición que lo guiaba era implacable. Tn sonrió, sintiendo el ego inflarse dentro de él como un globo a punto de estallar.

Tn: Soy el hombre más fuerte del mundo- se dijo, mientras una risa casi maníaca escapaba de sus labios. El poder, la dominación, y la capacidad de moldear el mundo a su imagen eran sueños que ahora parecían a su alcance.

En ese momento, la vida que había dejado atrás se desvanecía como un eco lejano. Las preocupaciones, las limitaciones y las ataduras de su existencia anterior se convirtieron en sombras que no lograban alcanzarlo. Aquí, en este nuevo mundo, sólo importaba su ascenso, su imperio, y su dominio. No había espacio para la nostalgia ni la duda; solo había un camino que lo llevaría a la grandeza.

Mientras se adentraba en este nuevo capítulo de su existencia, Tn se sintió más vivo que nunca. La gran tumba de Nazarick no era solo un refugio; era su trono, su bastión, y cada rincón de este reino prometía aventuras, retos, y conquistas. Con el viento acariciando su rostro y el sol brillando sobre él, Tn se sintió invencible, listo para abrazar su destino como El Príncipe Escarlata, un emperador que no se detendría ante nada para alcanzar la cumbre del poder.

En uno de los rincones más animados de la gran tumba de Nazarick, el aire vibraba con una mezcla de energía y misterio. Lupusregina Beta, con su naturaleza extrovertida y juguetona, se encontraba conversando con Yuri Alpha. Ambas eran guardianas leales, pero sus personalidades contrastaban de manera notable. Beta, con su risa contagiosa y su espíritu travieso, parecía no poder contenerse ante el tema que la intrigaba.

Beta: ¿No te parece que nuestro emperador estaba un poco extraño esta mañana?- preguntó Beta, con una chispa de curiosidad en sus ojos.

Yuri, con su habitual seriedad, la miró de reojo, advirtiéndole con un tono firme.

Yuri: Cuida tu boca, Beta. Recuerda quién es nuestro emperador.

Beta sonrió de forma traviesa, sin dejarse intimidar.

Beta: Por supuesto que no es un insulto. Solo que parecía más... vivo esta mañana- dijo, dejando caer un guiño. -Me pregunto cómo habrá tratado a Albedo.

Al escuchar el nombre de Albedo, Yuri se sonrojó, sintiendo cómo el calor subía por su cuello.

Yuri: ¡Deja de hablar de esas cosas!- exclamó, tratando de contenerse.

Pero Beta no podía resistirse a continuar su juego.

Beta: Oh, vamos, Yuri. Te hubiera encantado ser tú a quien el emperador marcara, ¿no?

Yuri, con una mirada de advertencia, respondió rápidamente.

Yuri: De Albedo a nosotras o cualquier otra pleidad, no hay punto de comparación. Deberías ser más cuidadosa. Si la señorita Albedo te escucha hablar de cuánto amas al emperador, podría tomarlo como una amenaza.

Beta se cruzó de brazos, riendo.

Beta: ¿Amenaza? Por favor, solo estoy expresando admiración. Pero tienes razón, ella es un poco... territorial. Aun así, no puedo evitarlo. Nuestro emperador es simplemente impresionante.

Yuri suspiró, sabiendo que la personalidad despreocupada de Beta a menudo la llevaba a situaciones peligrosas.

Yuri: Solo intenta ser más discreta y limitarte a tus tareas en la tumba de Nazarick. Nuestro deber es servirle, no ser un estorbo.

Beta se encogió de hombros, aún sonriendo.

Beta: Lo sé, lo sé. Pero a veces es difícil contenerse cuando tienes un emperador tan formidable. Es como si la emoción estuviera en el aire.

Yuri la miró con una mezcla de exasperación y cariño.

Yuri: De acuerdo, pero no olvides que hay límites. Nuestro lugar es en las sombras, apoyándolo en su imperio, no en el centro de su atención.

La conversación se desvió hacia las responsabilidades del día, pero el aire entre ellas aún vibraba con la energía de la admiración que ambas sentían por su emperador. Mientras continuaban hablando, Beta no podía evitar dejar escapar una risa traviesa, sintiendo que la vida en Nazarick estaba llena de sorpresas y emociones que solo estaban comenzando a desvelarse.

CONTINUARÁ.

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