𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒐𝒄𝒉𝒐 ~ 𝑩𝒖𝒓𝒃𝒖𝒋𝒂𝒔
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—Dios... hacía tiempo que no descansaba tan bien...
Algunos rayos de Sol fueron los que me hicieron abrir los ojos, imaginé que había amanecido hacía ya un buen rato, pero no parecía ser tarde.
Estiré mi cuerpo en aquella cama y, no sé por qué, busqué a Nami en ella. Pero no estaba ahí.
Hice una mueca de desagrado. Le había dicho que durmiese en la cama, pero, por algún motivo, no parecía haberlo hecho.
Me levanté con cuidado y, mientras pensaba en todo lo que la loca del mar me había dicho que haríamos hoy, me acerqué al otro lado del apartamento; ella estaba ahí, hecha una bola en el sofá y tapada con una manta gruesa que le cubría hasta por encima de la nariz.
Sonreí al verla así, sin ninguna preocupación y tranquila mientras seguía durmiendo.
Vi que mi paquete de tabaco estaba abierto encima de la mesa. No recordaba haberlo dejado abierto, pero supuse que ella quizá había cogido algún cigarro anoche cuando me quedé dormido.
Pero... aquí falta más tabaco...
Volví a mirarla. Sabía de sobra que ella no fumaba asiduamente, y el hecho de que faltaban más cigarrillos de la cuenta en el paquete me llevó a pensar que quizá anoche ella se puso nerviosa por algo y fumó más de lo normal.
¿Yo le ponía nerviosa? ¿Quizá le llamó alguien por teléfono anoche? ¿Volvió a acordarse de su hermano?
Suspiré. De nuevo volvía a tener esa sensación de que apenas sabía de ella, y ahora ya no me daba igual; quería saberlo todo, ser capaz de intuir solo con pocas pistas qué era lo que rondaba su mente.
¿Por qué? Pues porque de esa manera sabría cómo actuar con ella a cada momento y cómo hacer que en cualquier momento de tristeza que ella experimentase, yo fuera capaz de hacerle sonreír y dejarlo atrás.
Lo que le dije sobre Kaito no era mentira. Si él estuviera despierto, tenía por seguro que ya le habría preguntado por qué cosas son las que disfruta la pelinegra.
Sonreí para mí mismo viendo como ahora acababa de murmurar algo, aún entre sueños.
—Nami... —le di un toquecito en una de las mejillas, pero no reaccionaba. Solo tuve una pequeña mueca como respuesta—. Dormilona...
Era pronto, así que quizá podía dejarla dormir un poco más. Si se había dormido tarde por cualquier cosa, no quería ser yo quien la despertase e interrumpiese su descanso.
Además, tenía claro que, si hacía eso, Nami estaría con un humor de perros todo el día; no quería eso tampoco.
Pero sí hice otra cosa.
Intentando que no se despertase, la tomé en brazos y la coloqué en la cama con cuidado. Ahora parecía tener incluso una expresión más pacífica que antes, como si ahí estuviera más cómoda.
Te lo dije anoche, imbécil, que durmieras aquí...
Sabía que más tarde se extrañaría pero me apetecía estar con ella, tenerla cerca un rato y, durante lo que fueron apenas veinte minutos en los que permanecí a su lado en aquella cama, el deseo de quedarnos en ella todo el día pasaba por mi mente a cada momento.
No me hubiera importado perder el día y quedarnos ahí, sin hacer nada. Incluso si ella se hubiera mantenido dormida todo el día. Estaba cómodo así, acariciándole el pelo y comprobando por enésima vez los pequeños detalles de su rostro.
Pero no hace falta decir que no fue así.
—¿Uh?
Nami, quien hacía escasos minutos dormía con la cara contra la almohada, se elevó de golpe, apoyando las palmas de sus manos contra el colchón. Tenía todo el pelo alborotado y siquiera había terminado de abrir los ojos, que empezó a soltar veneno por la boca.
—¿Qué hago en la cama? Yo... estaba en el sofá... —se sentó en la cama, bostezando y colocándose bien el tirante de la camiseta del pijama—. Draken...
—Buenos días, dormilona.
—¿Cómo que buenos días? ¿Qué hago en la cama? —se tapó con la manta con la que yo había dormido—. No me habrás hecho nada mientras dormía, ¿no?
Rodé los ojos y le di un ligero capón.
—¿Por qué piensas que te haría algo? Ni que fuera un...
—¿Pervertido? Lo eres. Por eso mismo.
—¿Sigues creyendo que te espiaba?
Le vi esbozar una sonrisa pícara.
—Firmemente, la verdad. Voy a tapiar el balcón en cuanto volvamos al pueblo.
Sacó la lengua a modo de burla y ladeó la cabeza con los ojos cerrados. No pude evitarlo.
—No —pasé uno de mis brazos por su cintura y volví a tumbarla en la cama con la suficiente fuerza como para que no pudiera incorporarse—, no vas a hacer eso.
Mis dedos empezaron a cosquillear su cintura.
—¡Claro que pienso hacerlo! ¡Y más ahora! —empecé a dejar besos por su cuello, estaba pasando de sus palabras. Ella se reía a causa de que empecé a hacerle cosquillas, ahora en serio, y daba pataletas intentando apartarme, sin éxito ninguno— ¡Quita de encima! ¡No aproveches la situación para meterme mano! ¡Asqueroso! ¡Guarro! ¡Draken, para, que me meo encima!
Esas formas de decirme que me apartara no eran como las de las otras veces, así que solo me detuve cuando Nami de verdad parecía que iba a asfixiarse por las risas. Salió disparada hacia el cuarto de baño tras recuperar un poco el aire.
Me quedé esperándola, acostado en la cama con una sonrisa triunfante.
Tardó en salir. Cuando lo hizo parecía haberse peinado un poco y lavado la cara a conciencia.
—Veo que te has quitado el rastro de baba que tenías.
—Cállate, pelón pervertido.
Pasó caminando y rodeando la cama, en dirección a su mochila y empezó a sacar algo de ropa de ella. Estaba murmurando algo, y tenía claro que eran todo tipo de maldiciones a mi persona.
Me incorporé y tiré de ella hacia mí, rodeándola con los brazos y apoyando mi frente en su espalda.
—No vas a hacer eso en el balcón, ¿verdad? —pregunté fingiendo pena.
—No sé, me lo pensaré. ¿Vas a levantarte y vestirte o te piensas quedar aquí todo el día?
—No sería mal plan... la verdad... ¿Qué tan indispensable es ir a ver esos monos?
En teoría hoy íbamos a ir a un parque donde esos bichos campaban a sus anchas. Como puede verse, mis ganas de ir a ver animales no eran muchas, que digamos.
—Es totalmente necesario, quiero que veas cosas, así que venga, antes de que aquello se llene de gente y no podamos siquiera acercarnos a ellos.
Se había girado, y tiraba de una de mis manos para levantarme. Resoplé. No me quedaba más remedio que ir con ella a donde quisiera, había accedido a hacerlo con la condición de que yo también pudiera escoger alguna que otra actividad.
Así que sí, ella iba a hacerme ir allí esa mañana, pero, para por la tarde, yo ya tenía planeado algo muchísimo más divertido y que, por supuesto, Nami no disfrutaría en absoluto.
Lo habíamos pasado genial en el Yaima Village, una zona de la isla de Ishigaki donde, además de tener réplicas de cómo eran las antiguas casas del lugar, también había un parque bastante característico; estaba lleno de monos.
Al menos yo me había reído bastante al ver que todos los pequeños simios se le subían a Draken como si este fuera un árbol.
A mí ni me hacían caso, los animales parecían más entretenidos en buscarle al pelinegro lo que fuera que quisieran encontrar en aquel moño que se hizo en la mañana. Y lo mejor vino cuando uno de ellos le robó la gomilla y Draken se puso a perseguirlo para recuperarla; sin éxito.
Tras el incidente con el mono y la gomilla —que terminó con Draken dándose por vencido—, fuimos en dirección Sur, caminando hacia la playa de Fusaki. No estaba muy lejos, a una hora a pie aproximadamente, así que aprovechamos ese paseo para relajarnos entre la frondosa vegetación que parecía cubrir cada calle de Ishigaki.
Draken estuvo todo el camino agobiado con el pelo, había tenido que dejárselo suelto al haber perdido la gomilla que lo ataba. No fue hasta que paramos a comer que yo misma decidí ponerle solución y fin a sus continuos quejidos y maldiciones hacia los pobres monitos.
—Estate quieto —casi le rogaba mientras intentaba trenzarle el pelo aún con él sentado en la silla de aquel bar. Por suerte, encontré una gomilla en mi mochila, aunque tenía una pequeña flor de decoración que en un primer momento pensé en dejársela puesta, pero Draken la vio de reojo y casi me asesinó con la mirada cuando vio mis intenciones.
Ahora lucía una perfecta trenza negra con mi gomilla vieja al final. A la que le arranqué la florecita; tampoco era que me importase, siquiera recordaba la existencia de ese coletero.
De hecho, me bastó con ver cómo el humor de él había cambiado solo por una estúpida trenza, se miraba con la cámara frontal del teléfono y se arreglaba un mechón de la parte delantera, soltándolo y dejándolo sobre un lado de su rostro. Seguía con esa cara de bobo y yo no entendía nada.
—¿Por qué sonríes tanto? ¿Tan mal me ha quedado?
No me quedó más remedio que preguntarle una vez abandonamos el bar y continuábamos de camino a aquella playa.
—No... no es eso —tomó mi mano y acarició el dorso de esta con su pulgar. Como acompañamiento a ese gesto, me dirigió una sonrisa melancólica—. Son solo recuerdos, hacía tiempo que no me hacía una trenza.
Recuerdos...
Recuerdos que no conocía, que aún eran un misterio para mí. A veces me parecía increíble lo poco que en realidad sabía de él o su pasado. Todo eran pinceladas demasiado dispersas; su pandilla, sus amigos, el burdel donde se crió... y Emma.
Pero nunca había hablado de nada en profundidad, solo de pasada y como si no quisiera entrar en detalles en ninguno de esos temas.
Aunque, había algunos que siquiera tocaba, como el de esa chica.
En cierta manera, me preocupaban ciertas expresiones que parecía poner a veces, como si perdiera la mirada y el brillo de sus ojos desapareciera por instantes. No quería pensar aquello, pero me daba a entender que él aún pensaba en Emma, aquella hermosa chica a la que únicamente conocía por una fotografía y por las pocas cosas que él y Mikey me habían contado.
Suspiré. Sin darme cuenta, habíamos llegado a aquella playa y parado en frente de un establecimiento con un montón de papeles pegados en la puerta; aventuras y experiencias que podían realizarse y con grandes símbolos de ofertas.
—Oye Draken... —no sabía qué me pasaba, pero haber estado pensando en todo eso me había hecho decaer los ánimos considerablemente, necesitaba hablar con él, saber más de él. Mi mente, y sobre todo, mi tranquilidad, me lo estaban pidiendo a gritos—. ¿Podemos ir a algún lado a hablar? Necesito...
—Más tarde iremos —me miró extrañado por un instante, antes de volver a girar su vista al frente. Bajé la mirada un poco decepcionada—¿Pasa algo importante?
—No es nada, no te preocupes— mentí sacudiendo la cabeza para restarle importancia al asunto. Quizá todo eran tonterías mías.
Él no apartaba los ojos de uno de esos papeles. Estaba sonriendo pícaramente e incluso me pareció escuchar una risita ahogada en su garganta.
—Es mi turno ahora...
¿Qué dice?
Miré hacia el papel en el que sus ojos se posaban y todo lo que venía pensando, así como mi cambio de humor repentino, parecieron no haber existido jamás.
—Ni en broma.
—Tú me has hecho ir a ver los malditos monos, así que sí o sí vamos a hacer esto, no acepto un "no" por respuesta.
El pelinegro estaba mirando las ofertas para alquilar una moto de agua por una hora, parecía entusiasmado con la idea. Lo sabía, porque el brillo de sus ojos había vuelto a aparecer.
—Draken.
—Nami, es por el agua, ¿no eras experta en los deportes de agua?
—No deja de ser una maldita moto, ya sabes que aún no voy confiada, ni aunque sea por el agua... ¿Y si salgo disparada?
—Pues te agarras fuerte a mí y verás como no sales volando.
Se giró hacia mí y agachó un poco su cuerpo, pero ahora era yo la que no despegaba la vista del impreso con el anuncio.
—¿Y si me caigo al agua?
—Renacuaja —noté la calidez de su mano acariciando mi mejilla—, si te caes al agua, yo me tiro a por ti. No va a pasar nada, ese es tu medio natural, al fin y al cabo ¿no?
Me hizo sonreír y por fin mis ojos se encontraron con el brillo de los suyos.
—Tienes razón, igual hago por caerme y me doy un baño mientras tú juegas con la motito. — Bromeé y eso le hizo sonreír también.
—Decidido entonces, vamos.
Un breve acercamiento de sus labios a los míos dio por concluida nuestra charla y, sin más, pasamos dentro del establecimiento.
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—Casi me dejas sordo con los gritos.
—Cállate, no haber impulsado la moto hacia arriba, imbécil, no veas que miedo...
Habíamos estado bastante rato con aquel infernal vehículo sobre el agua. Y Draken había vuelto a jugármela, como siempre, acelerando sin avisarme y haciendo que de mi garganta no dejasen de salir gritos de angustia.
Pero a él le hacía gracia. No sabía si eso me enfadaba más, o misteriosamente ahora hacía que ese odio desapareciera al ver cómo sus dientes mostraban una enorme sonrisa.
—Encima estoy empapada... qué frío.
Y era normal, empezaba a atardecer, por lo que la temperatura comenzó a bajar a la par que el Sol lo hacía en el horizonte.
Habíamos llegado a un muelle. Una especie de plataforma de tablas blancas sobre las cuales estábamos sentados y que se adentraba en el mar. Al final tenía un precioso mirador cubierto y un arco del que colgaba una pequeña campana.
Nuestros pies se mecían en el espacio que separaba la plataforma del océano. Estábamos solos, y lo único que escuchábamos, además de nuestras palabras, eran el tintineo de aquella campanita y el ligero arrullo de las olas bajo nuestros cuerpos.
—Pues acércate, yo me he secado ya —Draken elevó uno de sus brazos, como si me estuviera invitando a cobijarme bajo su extremidad.
Arqueé una ceja y le miré de reojo.
—No me voy a acercar a ti otra vez, eres capaz de tirarme al agua desde aquí mismo. Te conozco ya demasiado bien, pelón.
Dejó que su brazo reposara de nuevo sobre la barandilla, juntándolo con el otro e inclinándose ahora hacia delante, de manera que su mentón descansase sobre ambas extremidades.
—Bueno, pues congélate ahí. Tú sabrás —refunfuñó como un niño pequeño—. Además, ¿de dónde te sacas que me conoces tanto?
Los pensamientos que había tenido hacía un rato volvieron a mi cabeza. Tenía razón, solo conocía ciertas facetas de él.
—Tienes razón. Casi nunca me hablas de ti, Draken... tengo la sensación de que tú sabes muchísimo más de mí que yo de ti.
—Te equivocas, creo que yo soy el que sabe poco de ti, Nami.
Se acababa de poner serio. Sus oscuros ojos estaban puestos al frente, así como su rostro. Por un momento noté cómo, involuntariamente, las comisuras de mis labios se curvaban al ver cómo el dorado del atardecer teñía su rostro, mientras que el ligero viento que corría le mecía algunos oscuros mechones.
Suspiré.
—¿Qué quieres saber, Draken?
—Muchas cosas. Todo, de hecho... pero no importa... ¿Qué quieres saber tú?
¿Qué era lo que verdaderamente quería saber de él? O, más bien, ¿Qué era lo que esperaba de él?
La respuesta apareció de la nada.
Confianza.
Me daba igual su pasado, me daba igual todo. Sólo necesitaba que me transmitiese la misma confianza que yo creía me había venido dando hasta ahora. Desde aquel día en la colina en el que, con un pequeño gesto como el de no arrancar el motor de la moto, me había hecho sentir.
—En realidad... —empecé a contestarle en un tono bajo, bajando mi mirada a las tablas de madera—, acabo de darme cuenta de que no me importa cómo eras o qué hacías antes de llegar aquí ¿Sabes?... Quizá, si tuviera que preguntarte algo...
¿No me importaba de verdad?
¿O me daba miedo descubrir algo que hiciera que todo esto que empezaba a sentir se fuera a pique?
¿Algo que hiciera que esa confianza dejase de existir?
Como siempre, volvían a invadirme los nervios de no saber cómo preguntarle sobre aquella chica, la única por la que yo le veía ponerse nervioso en cierta manera.
Otro tintineo de esa campanita funcionó como una señal para mí. Era ahora o nunca. Si no se lo preguntaba, él y yo no podríamos avanzar jamás. Si es que acaso lo nuestro debía seguir adelante.
Estaba temblando, más de nervios que del frío.
—¿Sí? Pregunta lo que quieras —Ahora sus orbes se posaban en mí, fijos en cómo mis manos se frotaban entre sí—, y ven aquí de una puta vez, te vas a poner mala y mañana no vas a poder bucear con los bichos.
Sin dejarme hacer otra cosa, pasó su brazo por mis hombros y me atrajo hacia él. Definitivamente, estaba mejor así, con la calidez de su cuerpo atemperando el mío.
—Ahora sí, pregunta, venga, no tengo todo el día —se burlaba, pero algo en mí me decía que él tenía curiosidad por saber lo que iba a cuestionar.
Tomé aire y no lo pensé dos veces.
—Sé que te lo pregunté una vez pero... —me abracé a mí misma bajo el arropo de Draken—, ¿Tú sigues sintiendo algo por ella? ¿Por Emma?
—¿A qué viene eso ahora?
Lo sabía. Sabía que no tenía que preguntarlo.
Noté su brazo tensarse aunque no lo apartó de mí. De reojo pude ver que de nuevo la seriedad había invadido su expresión al igual que a mí la sensación de incomodez.
Soy imbécil.
—Es solo que... no sé Draken, te noto diferente cuando hablan de ella o la mencionas... necesito...
—¿Crees que estoy jugando contigo por mera diversión o algo así? ¿No confías en mí?
—No Draken... no es eso. Sólo es algo que me pregunto a veces... y que me inquieta...
—Entonces sí es eso.
Ahora sí, apartó su brazo de mis hombros y con esa mano se talló los ojos. Dejó salir un suspiro con pesadumbre.
—Nami, yo no siento nada por Emma. —no podía mirarle a la cara, había estropeado el día con aquella pregunta. Al menos, esa era mi sensación—. Tú tienes la culpa de eso.
—¿Cómo?
—Imbécil...
—¿Imbécil?
Tomó mi rostro con una mano y lo alzó para que pudiera mirarle. Estaba conteniendo el deseo de salir corriendo de allí en ese instante. Pero no haría falta.
Volvía a mirarme con los ojos entrecerrados, acercándose cada vez más a mi cara.
—Tú eres la única que me da quebraderos de cabeza ahora mismo, Nami. Solo tú. —su pulgar acarició mi mejilla—. Desde mucho antes de que cualquier cosa pasara entre nosotros. ¿Te sirve esa respuesta?
Sentí como mi mente se volvía liviana. Como cuando terminaba de bucear y dejaba todo el equipo en el suelo. Respiré tranquila y le sonreí, esta vez sobre sus labios, que se habían acercado lo suficiente como para dejar un suave beso sobre los míos.
—No quiero que pienses cosas que no son ¿vale? No busques desconfiar de mí tan rápido... por favor Nami, no hagas eso.
Su ronca voz, diciendo eso en mi oído mientras compartimos un cálido abrazo, fueron suficiente para reconfortarme.
Aunque solo fue por un momento antes de que la sensación fría se instaurase en mi estómago.
—¿Puedo hacerte yo la misma pregunta? —no se había separado de mí hasta que formuló esa pregunta.
La campanita de aquel arco volvió a tintinear.
—¿Cuál?
—¿Sigues pensando en Kanaye?
Pasé saliva por mi garganta. Era obvio por lo que lo preguntaba y, si bien sabía que él nunca sacaría el tema tan directamente... al menos yo debía decirle algo, aunque fuera una mínima verdad dentro de toda la historia.
—No. ¿Lo dices por que aún no-
—Sí, quiero saber qué te pasa —le noté nervioso—. No quiero ser pesado ni que parezca que estoy loco por acostarme contigo, Nami... aunque, bueno —sonrió burlonamente—. Es evidente que tengo ganas... Pero si tú no quieres, al menos me gustaría saber qué es lo que te pasa. No quiero hacerme ideas equivocadas y pensar que quizá yo te dé asco o cosas así... Somos adultos, creo que es algo que podemos hablar calmadamente, ¿no?
—Está bien...
Sólo di lo más evidente. No hace falta crear pleitos ahora.
No quiero más peleas. No por algo que yo incentivaba y dejaba que ocurriera.
—¿Sí?
Toda su atención parecía estar puesta en mí ahora mismo. Aunque cuando hablábamos de temas delicados siempre era así, no sabía de qué me extrañaba
—Creo... creo que no me gusta follar.
Bueno, dentro de lo que cabía, no era mentira del todo. Al menos era un buen inicio para empezar a contarle ¿no?
—Espera, ¿qué?
Su cara de sorpresa, así como la sacudida que dió su cabeza, me hicieron incluso reír ligeramente.
—Pues eso, creo que no me gusta...
—Eso es imposible, ¿a qué persona en este mundo no le gusta?.
A mí. Creo.
—Es que ¿sabes cuándo en una película lo describen? Me refiero... —empecé a explicarme—. A cuándo la chica dice que fue "una pasada", que "se corrió cinco veces" y cosas así.
—Sí, claro.
—Pues yo creo que no conozco esa sensación. Bueno, creo no, lo sé.
—Es imposible que no hayas tenido un orgasmo en tu vida, Nami —estaba riéndose. Yo se lo decía totalmente en serio y quizá con algo de pesadez, porque de verdad este tema era algo que no me gustaba tocar y, además, uno que nunca le había contado a nadie—. Espera, ¿me lo estás diciendo en serio?
Parece que mi cara al fin le hizo darse cuenta de que no iba en broma.
—Totalmente en serio.
Se quedó pensativo un par de segundos, mirándome de arriba abajo. Me pellizcó la cara entre sus dedos.
—Bueno, quizá es porque no te lo han hecho bien, nunca. Pero, ¿Tú no te tocas tampoco o qué?
—¡Draken!
—¿¡Qué!? ¡Es lo más normal del mundo!
—¡Pero no se pregunta!
—Bueno, ya lo he preguntado, así que al menos contéstame.
—No, no lo hago.
Tuve que girar la cara para decirlo y que no me viera ponerme colorada. No sé en qué momento me había empezado a dar vergüenza hablar con él de esto.
De nuevo, la fresca brisa pasó por nosotros. El Sol prácticamente se había escondido en el horizonte hacía apenas cinco minutos, y el frío que empezaba a notarse ahora sí era suficiente como para tenerlo en cuenta.
Se hizo un breve silencio entre los dos. Quizá demasiado largo.
El frío empezó a calarme y volví a temblar. O también podían ser los nervios que de repente se habían instaurado en mi abdomen.
Sinceramente, no lo sabía.
—Bueno... —Draken suspiró y volvió a cobijarme bajo su brazo—. Al menos ya sé algo más... Gracias por contármelo.
Me mordí el labio inferior. Por rabia. Quería contarle más, algo en mí necesitaba hacerlo.
Pero ese mal presentimiento no me dejaba abrir la boca.
—Oye Draken —Sólo recibí un murmullo por respuesta, así que proseguí—, eso no significa que no quiera inten-
Un estrepitoso ruido me paró en seco.
El maldito teléfono siempre tenía que sonar justo en los momentos menos indicados. Algo a lo que, desgraciadamente, ya estaba acostumbrada.
Ambos pegamos un brinco y el pelinegro rió levemente. Noté como sus dedos apretaban mi cintura y dejaba caer su cabeza sobre la mía mientras yo comprobaba qué era lo que había sonado en el móvil.
Un mensaje. De Baji.
—Bueno... Lo leeré más tarde. No creo que sea nada importante.
Draken pareció agitarse en ese mismo instante. Teniendo en cuenta lo que me contó de Baji en la parada del autobús, estaba segura de que no le habría gustado nada que me llegase un mensaje justo de él.
—No, no, si es por mí no te preocupes, ábrelo. Seguro que es alguna tontería de las suyas.
Lo miré de reojo y un mal recuerdo cruzó por mi mente.
Volví a repetir en mi interior esas palabras que a veces necesitaba recordarme a mí misma.
"Draken no es como él"
No entendía que, si yo sabía de sobra aquello –que Draken no era como Kanaye–, por qué tenía que seguir repitiéndomelo, por qué aún se me cruzaba su maldita cara por la mente y sobre todo, por qué cada vez que notaba que avanzaba, su bronceada mano parecía tirar de nuevo de mí hacia atrás.
No quería mentirle más, pues hacerlo me estaba ocasionando más daño a mí que a él.
Suspiré y abrí el mensaje, esperando que no fuera nada raro. No quería que Draken reaccionara mal.
Mensaje de Baji
Hola vonita, ¿q tal x Ishigaki?
Te avurres mucho con la calba o que?
Lo releí un par de veces. Me estaban sangrando los ojos, sí, pero tampoco era un mensaje muy raro. Solo estaba de broma. Y probablemente, borracho también.
—¿Me dejas contestarle a mí?
Tragué saliva.
—No te preocupes, no me voy a pelear con él, sólo quiero mandarle una cosa.
–Vale, pe-
Le tendí el teléfono y no me dio tiempo a decirle nada más.
Prácticamente se había abalanzado sobre mí para besarme. Había dejado el teléfono a un lado y con sus manos me colocó sobre él, tomándome por los muslos y sentándome a horcajadas sobre los suyos.
Agradecí que en ese momento no hubiera nadie por allí.
Una de sus manos se enredaba en mi cabello, la otra dejaba suaves caricias en mi espalda y, poco a poco, el beso iba pasando a mayores.
Su lengua no parecía querer parar de rozar la mía en ningún momento, nuestros labios no deseaban separarse en ningún momento. Había sido tan repentino que mi mente quedó en blanco y solamente me dejé llevar.
Bajó sus manos a mi culo y comenzó a mover mi cuerpo suavemente. Muy suavemente.
Todo el frío que sentía hacía un rato desapareció en ese instante. Sentí calor. Más que nunca. Y escucharle la respiración entrecortada solo hizo que esa sensación fuera aún más notoria.
Lo deseaba.
Draken se dejó caer hacia atrás, arrastrándome con él pero manteniendo mi cuerpo sobre el suyo, no me dejaba separarme de sus labios más que cuando ambos necesitábamos recuperar algo de aire.
Me gustaba besarle, tener su rostro frente al mío me daba cierta paz. Escuchar los sonidos graves que su garganta emitía, a modo de pequeños gemidos, me empezaba a encender de una manera desconocida para mí. Pero ese no era el momento y, sobre todo, no era el lugar.
Dejamos de besarnos, pero me mantuve unos instantes con la cabeza apoyada sobre su pecho. Empezaba a notarme cansada después de todo el día y, ahora que lo pensaba, Draken siquiera le había contestado a Baji al final.
O quizá lo que quería era quitarme el teléfono de las manos para estar así ahora. No tenía ni idea, pero me daba igual. Estaba cómoda así.
—Nami —la grave voz retumbó dentro de su caja torácica.
—¿Mhm?
—Mira a tu derecha.
Giré mi cabeza y noté tres cosas suceder al unísono:
La primera, la voz de Draken llegando a mis oídos.
—Di "patata".
—¿Eh? ¿Qué di-
La segunda, un beso en mi frente. Y la tercera, una luz cegadora que parecía quemarme las retinas.
El pelinegro ahora se reía mientras me abrazaba impidiendo que me moviese. No veía nada, el maldito flash del móvil me había cegado por unos segundos. Sin embargo, vislumbré que Draken mantenía mi teléfono en alto sobre mi cuerpo.
—¿Qué haces? ¿Por qué echas una foto así de la nada? Me has dejado ciega ¿eres tonto?
—Shhh, es para Baji. Ya verás. Esto le pasa por dar tanto por culo.
—¡No le mandes nada!
—¿Por? ¿Acaso él tiene razón y te aburres conmigo o qué?— dijo con burla.
—No es eso, pero sabes que no me gusta como salgo en las fotos. Lo sabes de sobra. Salgo horrible siempre.
—Tonterías.
Escuché el sonido de haberle enviado el mensaje a Baji.
Lo mato.
Escribió algo y dejó el teléfono a un lado para incorporarse. Conmigo incluida, por supuesto. Volví a quedar sentada encima de él.
—Espero que no se la hayas mandado.
—Por supuesto que lo he hecho. —sus ojos no paraban de mirar hacia mis labios hasta que, en cierto punto, subieron a mis ojos. Me estaba poniendo nerviosa de nuevo.
—Deja de mirarme así joder, que siempre parece que te esté dando algo malo por el cuerpo.
—¿Te preocupas por mí?
—Me preocupo de que sigas con vida para poder matarte yo misma si es que le has enviado eso a Baji.
Rió en alto. Ya me esperaba la broma.
—Todo lo que tienes de bonita, lo tienes también de cascarrabias, ¿lo sabías?
Alcé una ceja.
—¿Ahora me dices que soy bonita? No creo que pienses así. Recuerdo aquello de "Con esas ropas, ojos de pez, blablabla".
Hice una mueca con los labios.
—Bueno, digamos que eres un pez bonito —soltó una risa juguetona y acarició mi mejilla.
Me quedé... ¿sorprendida? Jamás me había dicho un cumplido tan directamente. Hasta me pareció tierno.
—¿Te sienta mal Ishigaki?
—¿Por qué dices eso? ¿Eres tonta? Solo es un cumplido.
Sus brazos se relajaron por unos instantes, pero, a diferencia de hacía unos segundos, ya no tenía ninguna intención de separarme de él.
Rodeé su torso con mis extremidades, acortando de nuevo las distancias de mi rostro con su pecho.
—No soy tonta... sólo me ha gustado escucharte decir algo en claro... sólo es eso —su mano acariciaba ahora mi espalda y noté cómo su pecho se hinchaba al tomar demasiado aire—, ¿volvemos al apartamento?
—¿Estás cansada? — Asentí y noté que sus labios se posaron en mi cabeza —Está bien, vamos. Creo que por hoy ha estado bien.
—¡Nami! ¡Hoy yo dormiré en el sofá!
A pesar de que habíamos estado todo el día pasándolo bien, de vez en cuando podía comprobar cómo ella retorcía un poco el cuello. Estaba seguro de que le dolía por haber tenido aquella mala postura en el reposabrazos la noche anterior.
No quería que mañana se levantase peor y no pudiera ir a ver esos bichos por un dolor de cuello.
Acababa de salir de la ducha, tras que ella también se hubiese aseado y fuese a la terracita para hablar con Inui por teléfono. Quería preguntarle qué tal se estaba portando Ryu y, sobre todo, tenía un especial interés por saber si se estaba comiendo todo lo que al parecer le había dejado preparado en la nevera.
No me contestaba, quizá seguía fuera del apartamento.
Siquiera habíamos cenado. Lo primero que hicimos nada más llegar al apartamento fue ir directos a la ducha. A ambos nos picaba absolutamente todo de la sal y si seguíamos rascándonos íbamos a tener algo más que un cansancio increíble.
Quizá me dé tiempo de preparar algo para cenar mientras ella charla por teléfono.
Abrí la puerta del baño y sonreí al encontrarme con aquella escena.
Nami estaba tirada en la cama, boca abajo y con uno de sus brazos extendidos. Su móvil reposaba sobre la cama al final de la extremidad.
Me acerqué y le aparté un par de mechones aún húmedos del rostro. Se había quedado dormida.
Ni ha cenado, seguro que está cansada.
Al menos, no tendría que pelearme con ella por quién dormiría en el sofá. Aunque, si lo pensaba bien... nadie tenía por qué dormir en ese incómodo sofá.
Apagué las luces y me tumbé en la cama, a su lado.
Tomé su teléfono y me fijé en que tenía abierta la conversación con Baji. Se habría quedado dormida mientras hablaba con él.
No debería...
Pero me pudo la curiosidad. No diría nada, y no se enteraría... pero tenía una curiosidad inmensa por saber qué le había respondido ella cuando, de seguro, Baji había ladrado al recibir aquella fotografía que ni tiempo había tenido de ver antes.
Mensaje recibido de Baji.
Q cabrón es. Ese debería ser yo, en fin, tendré que tirar la toalla.
X cierto, sales guapísima en la foto.
Draken no, ese es más feo que pegarle a un padre con un calcetín sudado el día de su cumpleaños.
Nada, que no había manera con él.
Subí un poco en la conversación y vi la fotografía.
Estaba algo movida, pero se nos veía a los dos, tumbados y ella sobre mí mientras le daba un beso en la frente.
Qué tierna.
Me quedé sonriendo como un completo imbécil al teléfono. Baji tenía razón. Nami salía guapísima, a pesar de que se le notaba la cara cansada, estaba preciosa.
Pero lo era, así que no sabía de qué me extrañaba.
Me reenvié la imagen y en cuanto la hube guardado en la galería de mi teléfono, borré el mensaje desde el teléfono de Nami. No podía dejar evidencias de lo que estaba haciendo. Sólo quería tener esa fotografía.
Antes de dejar el teléfono en la mesita de noche, leí lo que ella le había respondido.
Mensaje enviado a Baji
No seas tonto.
Salgo fatal en las fotos, Draken no. Parece que las cámaras lo adoran.
Además, nos lo estamos pasando muy bien... él es muy divertido, cuando quiere.
Bueno, me lo paso bien con él, ¡¡pero no se lo digas!! Si no, seguro que se lo cree y se regodea...
Algo en mi pecho se removió. Y la sonrisa no abandonaba mi rostro.
Decidí no leer más. No necesitaba nada más en ese momento, nada que no fuera estar cerca de ella.
Con cuidado de no despertarla pasé mis brazos por debajo de su cuerpo. Ella se removió y murmuró algo en sueños, pero, para mi sorpresa, me abrazó.
—Nami... —susurré—, ¿me dejas dormir aquí? No quepo en ese sofá...
—Dormir... cállate...
Contuve la risa. Seguro que ni se había enterado pero, por cómo me abrazaba, no parecía querer que me fuera de ahí.
Sí... juntos es mejor.
—Se suponía que sólo tú ibas a bucear, yo no estaba incluido en ese plan.
—Me lo debes por meterte anoche en la cama sin avisar. No veas el susto que me has dado cuando-
—¿Me lo vas a repetir otra vez? Que sí, que te has asustado y no me esperabas ahí, pero luego bien que nos hemos tirado toda la mañana en la cama ¿no?
Nos estábamos poniendo los neoprenos, a punto de entrar al agua a ver las mantarrayas. Plan que, por supuesto, no estaba previsto para mí. Mi idea era la de quedarme en la playa mientras ella iba a hacer sus cosas de sirena bajo el agua.
Pero como pago por meterme en la cama con ella, Nami casi me había obligado a bucear con ella. Bueno, en realidad ella siempre pensó que lo haría... y a estas alturas tampoco quería quitarle la ilusión. Así que hoy tendría una nueva experiencia que contar de viejo, si es que salía vivo de ahí abajo, claro.
—Esto no me va a entrar. —me quejé, tratando de estirar una vez más esa tela elástica por mis piernas.
—Claro que te entra, no seas estúpido— Ella ya se había colocado el traje, supongo que, por costumbre, ella tendría una habilidad más que sobrada para enfundarse en él. Se acercó a mí y tomó el mío con fuerza— A ver, aparta tus manos, déjame a mí.
—Nami, tengo más fuerza que tú y te estoy diciendo que esto no sube.
—Cállate imbécil... ¿no ves que te lo estás poniendo al revés?
—¿Eh?
Empezó a reírse y a bajar la tela de nuevo para que sacase mis pies del neopreno. Tras darle la vuelta a la prenda, me ayudó a ponérmela con cierto esfuerzo.
Yo me apoyaba en sus hombros mientras ella permanecía agachada, tratando de subir el dichoso traje por mi cuerpo. Apretaba, pero no era del todo incómodo.
Mientras la miraba me quedé pensando en lo que habíamos hecho esa misma mañana. No había sido nada del otro mundo, pero nos quedamos tirados en la cama; a veces, más cerca el uno del otro y jugando con nuestras manos, mientras que, y también entre algunos besos, hablábamos y teorizamos sobre qué estaría haciendo Inui en el pueblo.
Más concretamente, en casa de la pelinegra.
Ella temía por volver y encontrarse aquello totalmente cambiado o con que Ryu se hubiera portado mal y destrozado toda la casa, pero conseguí convencerla de que a Inui parecía dársele bien con su perro, aprovechando la ocasión para burlarme y decirle que a todos parecía hacernos más caso que a ella.
¿Qué hizo ella en ese momento? Pegarme, por supuesto. Pero todo en juego. Se enfadó de broma, sin embargo conseguí calmarla —de nuevo— con algún que otro mimo de por medio.
Seguía sorprendiéndome de mi actitud actual con ella. Nunca había sido tan cariñoso con nadie y, lejos de que eso me generase repulsión, me gustaba.
Por fin terminé de ponerme el traje y me di cuenta de que ella se había quedado mirándome. Algo sonrojada. Tenía los ojos puestos en mi cuerpo.
—¿Qué miras, Nami?
—Nada —contestó, nerviosa.
Se giró de golpe y se colocó el equipo de buceo a la espalda.
La miré extrañado y bajé mi mirada para comprobar qué era lo que estaba mirando. Y era evidente.
Joder, se me marca todo. Hasta yo me habría quedado mirando.
Sin embargo, sonreí levemente. Después de todo, podría decir que, con lo de ahora mismo, Nami acababa de demostrar cierto interés en mí. Uno diferente al de hasta la fecha. Por mucho que hubiera intentado disimularlo, yo me había dado cuenta.
Bueno, aunque ella tampoco se caracterizaba por saber disimular muy bien, la verdad.
—¡Venga pelona! ¡Ponte ya el equipo que el monitor se va a ir sin nosotros! —la pelinegra arrastraba aquel chaleco lleno de cables hacia mí—. Ah, y otra cosa, cuando estemos ahí abajo tú sólo relájate y no pienses en nada, verás qué sensación más chula. Es lo mejor.
Estaba nerviosa. Pero eso ya no era culpa mía.
Se le notaban las ganas que tenía de bucear. Más que ninguna otra vez que la hubiera visto.
Sonreí de nuevo.
—Voy.
Recomendación: Love - Finding Hope
Increíble.
Sinceramente, no tenía palabras para describir nada de lo que estaba sintiendo en ese momento. Todo era nuevo para mí.
Parecía como si el mundo se hubiese silenciado y ahora sólo me escuchase a mí mismo, más nítidamente que nunca y acompañado únicamente de un sonido hueco invadido de vez en cuando por un burbujeo.
Nami sostenía mi mano y me guiaba de un lado para otro cada vez que veía algo que le llamase la atención; un pez más colorido, un alga extraña e incluso alguna que otra caracola.
Íbamos algo rezagados en cuanto al resto del grupo, pero por lo visto no importaba. Nami me comentó que había hablado con el monitor y le había explicado que ella se dedicaba a lo mismo, así que teníamos cierta libertad de movernos un poco por nuestra cuenta. Eso sí, sin separarnos demasiado de los demás.
Lo estaba pasando realmente bien, cosa que no me esperaba para nada. Esto era tal y cómo ella siempre me lo describió: una experiencia totalmente diferente a ir en moto.
Ir sobre Zephyr y recorrer las autopistas a alta velocidad era un chute de adrenalina. Esto, en cambio, era encontrar un remanso de paz en un mundo totalmente desconocido e imprevisible.
Justo como era ella.
No podía ver bien su rostro por el aparato que llevaba en la boca, pero podía adivinar que sonreía gracias a la pequeña elevación que tenían las comisuras de sus labios.
Llevábamos ya un rato dando vueltas y esperando ver a aquellos bichos, sin éxito. Parecían no querer dejarse ver por algún motivo y eso sí me empezaba a preocupar. No por mí, sino por Nami.
En ese momento, tiró un poco más de mi mano y me hizo un gesto para que la siguiese. Parecía que íbamos a alejarnos un poco más del grupo para adentrarnos entre las columnas rocosas que había en la profundidad.
No era un camino estrecho, por lo que no nos resultó difícil llegar a un pequeño claro en medio de aquellas montañas submarinas. Ahora sólo estábamos ella y yo allí. Sólo nos acompañaban los pequeños peces que parecían vivir entre aquellas rocas.
Nami alargó su mano y vació mi chaleco de aire, haciendo lo mismo con el suyo. De esta manera descendimos hasta tocar el lecho arenoso. No estábamos a mucha profundidad, unos 15 metros quizá, pero era lo suficiente como para que la columna de agua sobre nosotros pareciera separarnos inmensamente de la superficie.
Era como si todo lo que pasara allí arriba no importara bajo esta agua que nos sobrepasaba. Aquí nada de eso importaba.
Nos habíamos quedado de rodillas sobre la arena y, una vez bajé mi mirada de nuevo, me quedé mirándola.
Qué calma...
Nami se tocó la cabeza con el índice y luego extendió sus manos, como indicándome que despejara la mente.
Tomó mi mano y la llevó a su pecho, posando la que le quedaba libre en el mío.
Me soltó y pasó ahora su extremidad por encima de sus gafas. Le vi cerrar los ojos.
Yo no lo hacía, me había quedado mirándola.
Ella abrió uno de sus ojos y aún con ese cacharro puesto en la boca pude notar que sonreía. Elevó una de sus manos y posó su palma sobre mis gafas, tapando mi visión.
Esto era lo que quería que hiciera, lo que me dijo antes de entrar; que cerrase los ojos por un momento y no pensase en nada, que lo único que inundara mi mente fuera el burbujeante sonido de mi respiración bajo el agua. Que sintiera mi cuerpo ligero, suspendido en la alumbrada profundidad donde no tenía nada de lo que preocuparme. Que por unos momentos, relajase mi mente.
No tardé mucho en abrir los ojos. Ella seguía igual, frente a mí, con el cabello oscuro ondeando a favor de la suave corriente que nos rodeaba. Pero me observaba, con esa mirada que se fundía con el entorno, como si ella perteneciera a esta parte del mundo y sus pupilas fueran la fosa más profunda jamás descubierta.
Mi mano viajó a su rostro involuntariamente. Había dejado de pensar hacía rato, era como si todo mi ser se hundiera cada vez más en esos ojos, semejante a como un torbellino engullía todo lo que entraba en su torrente, estos ejercían la misma sensación en mi persona.
Y no podía pararlo, era imposible salir de esa corriente una vez hube entrado sin quererlo.
La palma de mi mano reposaba en su mandíbula, siendo únicamente mi pulgar el que osaba acariciar suavemente su mejilla. Por un momento deseé no estar bajo el agua, que su boca no portase ese objeto, y acercarme a ella, igual que aquella noche en la que lo hice por primera vez.
Vi que las burbujas salían con más frecuencia de su respirador. ¿Acaso se había puesto nerviosa? No, no era eso.
Unas sombras nos sobrepasaron, impidiendo que a veces la luz llegase hacia nosotros. Y ella miraba hacia arriba.
Incluso a través del plástico de las gafas, pude ver el brillo de sus ojos.
Escuché un ruido proveniente de su garganta, y su mano agitaba la mía con fuerza, mientras que la otra indicaba con el dedo hacia la superficie.
Decenas de esos animales que había pintados en la fachada de su local surcaban ahora las aguas por encima de nosotros, moviendo lo que parecían ser sus alas y dirigiéndose quién sabe a dónde.
Las miraba, sí, pero también a ella. Parecía haberse quedado embobada viendo a las mantarrayas.
Precioso...
Quería besarla. Necesitaba hacerlo en ese momento. Pero no podía.
Ella, tan imprevisible como siempre, hinchó de golpe mi chaleco y el suyo, haciéndonos ascender. Y ahí fue cuando sí me entraron los nervios.
De repente nos encontrábamos en medio del camino de los animales, que nos esquivaban y pasaban a nuestro lado, como si no les importase que estuviéramos ahí. Simplemente nos evitaban y seguían nadando hacia delante, siguiendo a los demás.
Podía escucharla reír, a pesar del agua y de todos esos aparatos, ella se estaba riendo. Y apretaba mis manos con fuerza, como si estuviera disfrutando ese momento más que ningún otro en su vida.
Debajo del agua ella era feliz. Eso pensé.
No fue hasta que el último de esos animales pasó de largo que salimos del agua. Ya volvía a atardecer sobre Ishigaki.
—¿¡Has visto eso!? ¡Nunca había visto tantas! ¿¡Te ha gustado!? —ella correteaba a mi alrededor mientras nos deshacíamos de todo el equipo que llevábamos a cuestas—. ¿¡Has visto como no era para tanto!?
Sus ojos seguían brillando, con ese tono azulado oscurecido ahora por la puesta de Sol. Yo ya me había quitado el equipo y desabrochado el neopreno, bajando la parte superior de éste y dejando mi torso al aire para poder moverme mejor.
Nami se paró frente a mí y cambió su expresión a una de pena.
—¡Pero dime algo! ¿No te ha gusta-
La tomé en brazos y la besé como me hubiera gustado hacer bajo el agua. Mi brazo la sostenía por su cintura con fuerza. Ella hacía lo mismo con sus piernas alrededor de la mía.
Y mi mano se enterraba ahora en su cabello humedecido, mientras que mis labios jugaban con los suyos lentamente.
—¿Te ha gustado entonces? —susurró.
No pensé en los animales. Fue la imagen de su expresión al verlos la que cruzó mi mente en ese momento.
—Ha sido increíble, Nami. Gracias.
—¿Gracias?
—Por dejarme verlo, sí.
Me miró confusa. No parecía entenderme, pero tampoco le importó. Pasó sus brazos por mis hombros y me abrazó por unos instantes.
—Draken... —musitó en mi oído.
—¿Mhm?
—Quiero contarte una cosa...
—Pues cuéntamela.
Noté que se tensaba por unos instantes, sus dedos habían estado acariciando mi cabello hasta ese momento.
Dejé que su cuerpo reposara de nuevo sobre la arena de la playa. Ella estaba completamente diferente ahora, se rascaba un brazo y miraba al suelo.
—Cuéntamelo esta noche, Nami —elevé su rostro con los dedos, no quería que lo que fuera que estuviera pensando le estropease la tarde—. He reservado en un sitio para cenar, cuéntamelo ahí ¿vale?
Asintió y volvió a sonreír como antes. Aunque puso esa expresión de burla hacia mí.
De nuevo el cambio de humor repentino...
—Seguro que te has cagado de miedo cuando hemos subido con las mantas, ¿a qué sí?
—¿Eh? —alcé una ceja—. No.
—Mentiroso, estabas temblando —se reía y, dejando el equipo ahí tirado, empezó a correr para alejarse de mí—. ¡Verás cuando le cuente a Inupi! ¡Se va a mear de risa!
—¡Nami ni se te ocurra!
—¡Mi venganza por la foto que le mandaste a Baji será esa! —reía, gritando cada vez más— ¡Ya lo verás!
—¡¡Nami!!
Podríamos habernos quedado ahí, en esa playa, riéndonos y burlándonos el uno del otro como solíamos hacer.
Podríamos no haber vuelto a Okinawa. Haber permanecido en esas pequeñas vacaciones, aunque hubiera sido solo un poco más.
Pero tenía la sensación de que esa misma noche, descubriría algo que me haría volver a la realidad.
Así que, solo por un poco más, mientras la burbuja en la que ahora mismo nos encontrábamos no explotaba, disfrutaría de su sonrisa.
Reviví ^^
De verdad que he estado liadísima este mes, así que una disculpa por tardar en actualizar.
Cómo bien suponéis, se viene salseo en el próximo capítulo que, por cierto, quizá sea un poco más cortito que los demás porque básicamente he cortado una parte que iba en este para añadirlo al siguiente y no quedase tan corto.
Comento por aquí también que estoy corrigiendo el fic de H.EAVEN.S, por si queréis pasaros por allí mientras también^^
El título: ambos, Draken y Nami, viven en su burbujita, no tiene mucho más. Bueno y a parte como han ido a bucear pues...
¡Muchas gracias por leer Deep Inside! :) osqm.
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