𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒏𝒖𝒆𝒗𝒆 ~ 𝑩𝒊𝒕𝒂́𝒄𝒐𝒓𝒂
Recomendación: Canada - Lauv, Alessia Cara.
—No te quedes mirando y dime algo...
Esos oscuros ojos estaban abiertos de par en par. Se había llevado una mano al pecho mientras se mantenía sentado a la orilla de la cama.
Pero no decía nada. Sólo me miraba.
Ahora sí que le ha dado algo. Seguro.
—¿Quieres ir a un médico? ¿Estás bien?
—¿Desde cuándo tienes ese vestido?
Agarré la tela que caía por mi cuerpo y la elevé, mirando hacia abajo y girándola levemente por mis piernas.
Me había puesto el vestido que Mitsuya me envió y que recibí justo antes de hacer el viaje y sí, era precioso, pero yo no estaba convencida de que me quedase del todo bien.
—Pues... ¿sabes que es un regalo de Mitsuya?
—Ya decía yo...
Se levantó y lentamente se acercó a mí.
—Deja de mirarte con esa cara rara. Te queda bien, Nami —sus dedos acariciaron uno de los tirantes del vestido, deslizándose lentamente hacia mi cuello. Agachó su rostro y rozó mis labios con los suyos antes de susurrar sobre ellos—: Te queda muy bien. Tanto, que me gustaría poder quitártelo ahora mismo.
—Draken... —hablé en el mismo tono susurrante que él empleaba.
Pero no me dejó decir nada. Comenzó a besarme, arrastrándome con él hacia la cama.
Se sentó donde hacía unos segundos había estado, en el borde del colchón, y al hacerlo hizo que yo me colocara sobre él.
Sus grandes manos subían por mis muslos, arrastrando la prenda también con ese movimiento. Y erizando a su vez cada centímetro de mi piel.
Sus besos eran nerviosos. De deseo. Su garganta ahogaba suaves gemidos que solo endulzaban aún más el sonido de nuestros labios al moverse sobre los del otro.
Sentí —incluso a través de las bermudas que él llevaba puestas— cómo su miembro había empezado a palpitar. Lo notaba con cada roce que su agarre me provocaba realizar sobre él.
Empezó a dejar besos por mi cuello, con delicadeza y mientras las yemas de sus dedos se apretaban ahora en mi cintura.
Se me escapó un suave suspiro y enredé aún más mis dedos en su cabello. Con todo el movimiento, esa moña con la que se había peinado para salir se había deshecho por completo.
Tenía la mente nublada en ese momento. Pero estaba contenta. Haber ido esa tarde con él a ver las mantarrayas me había hecho feliz. Ya no sólo por haber podido bucear con ellas, sino porque él estaba conmigo.
Todos los momentos que pasaba con él empezaron a volverse divertidos desde hacía tiempo. Pero hoy esa diversión había provocado que incluso mi pecho sufriera sacudidas.
Cada vez me gustaba más. Y, quizá por eso, también cada vez me costaba menos estar de esta manera con él.
Incluso a veces yo misma me había reprimido de iniciar estos momentos. Porque sabía cómo terminarían, pero hoy iba a darle la explicación de aquello. Se lo había prometido.
E iba a cumplirlo.
Elevé su rostro y le besé con más ganas. Él sonrió sobre mis labios, dejando reposar su espalda contra el colchón.
—Nami...
Sin embargo y por primera vez, no fui yo la que nos detuvo. Escuché su tripa rugir, parecía como si no hubiera comido en una semana. Él no pudo contener la risa.
—Venga —me dio una palmada en el culo que me hizo dar un respingo sobre él—, levanta el culo y vamos a cenar, anda.
Incorporé mi cuerpo y posé las manos en su pecho. Él continuaba acariciando mis muslos. Me quedé mirándole, aún con la respiración agitada.
—Nami, deja de mirarme así —entrecerró los ojos.
Ladeé la cabeza, confusa.
—¿Así cómo?
Me di cuenta en ese instante que un ligero rubor había aparecido bajo esos ojos negros que hacía un rato me miraban de arriba abajo. Pero sólo pude verlo un instante, pues se tapó el rostro con el antebrazo en cuanto formulé aquello.
—Justo así, idiota. No me hagas perderme... —sólo veía sus labios moverse, pues su brazo no me dejaba ver su expresión.
—¿Por qué te tapas? —agarré su brazo, intentando apartarlo y comprobar su cara. Pero, evidentemente, en cuestión de fuerza ganaba él.
—Por nada, venga —giró su cuerpo y me hizo caer a su lado sobre la cama.
Por suerte, tampoco me había esmerado en peinarme y simplemente ricé mi cabello un poco, así que ese movimiento no me despeinó mucho.
Draken se puso a rebuscar algo en su mochila, parecía seguir escondiendo su rostro de mí.
—Ayúdame a ponerme esto.
Alargó su brazo en mi dirección, tenía algo escondido dentro de su puño que dejó colgando al instante. Una cadenita de plata que ya le había visto en alguna que otra ocasión, como aquella noche de agosto que fuimos con sus amigos al festival.
Lejos de agarrar aquel abalorio, me crucé de brazos y giré mi mirada hacia otro lado.
—Nami.
—¿Cómo se piden las cosas?
Por fin pude verle, pero ahora tenía la misma expresión burlona de siempre. Así que respiré profundamente para calmarme de todo lo de antes y continué picándole.
—Venga, no es tan difícil —me estaba aguantando la risa—. Sólo repite conmigo: Nami, hermoso ser del universo, ¿podrías por favor ayudarme a ponerme mis joyas?
Las comisuras de sus labios se arquearon hacia arriba, pero también lo hizo su ceja. Seguro que no sabía ni qué decir, pero habló.
—¿De qué época te has montado la película, mocosa? Pareces el abuelo de Mikey hablando así.
—Mal, mal, así no conseguirás nada.
Resopló.
—Por favor, Nami, ponme esto y vamos a cenar, que me ha costado un riñón y medio conseguir reserva en ese sitio...
Agarré la cadenita y me acerqué a él, con una victoriosa sonrisa en el rostro. La pasé por su nuca y coloqué el enganche sobre su nuez, tratando de enganchar un extremo con otro.
—¿A dónde vamos a ir a cenar? ¿Y por qué te ha costado tanto reservar?
—Tienen pocas mesas, y para colmo no es un sitio que abra todos los días —trató de mirar hacia abajo—. ¿Puedes engancharlo?
—Sube la cara, sino no veo bien —joder, la maldita cadenita me estaba dando trabajo—. ¿Qué tan bueno es ese sitio? ¿Cómo lo has descubierto?
—Ah, eso... —posó sus manos en mi cintura—. Llamé al dueño del apartamento. Sólo le pregunté si conocía algún sitio para cenar y me dijo que no podíamos irnos sin ir a aquel restaurante. Es de comida típica de Ishigaki, al parecer. ¿Lo consigues o no?
—¡Por fin!
Justo en ese momento conseguí unir los extremos y los pasé hacia atrás, colocando bien aquel accesorio por el que acto seguido deslicé mis dedos hacia su torso, sintiendo el frío del metal en mis yemas. Dejé mis manos apoyadas en su pecho. Y mis ojos fijos en el mismo sitio.
—¿No quieres preguntarme nada más? —dio un toquecito a mi nariz. Negué sacudiendo la cabeza ligeramente—. Está bien, vamos, seguro que tienen algo parecido a tus tallarines. Hoy quiero que lo pases bien y no pienses en nada más ¿vale?
De repente me entró un hambre voraz.
Me levanté de inmediato y agarré mi bolso. Sobra decir que fui corriendo hacia la puerta y me quedé manteniéndola abierta esperando a que Draken decidiese mover el culo.
—Eres de lo que no hay, Nami. Escuchas la palabra tallarines y te comportas como tu perro —llegó a mi lado y apagó las luces del apartamento antes de salir. Seguido a eso, me tomó por la cintura cerrando la puerta tras nosotros—. Pero eso me gusta de ti, quizá más que tus rabietas.
—¡Oye! Encima que te he llevado de paseo y a bucear, ¿ahora me comparas con los de tu especie? No, gracias.
Pellizqué su costado con cuidado. Volvió a reír y apretó su agarre.
—Retiro lo dicho, tus rabietas también me gustan —desde luego que hoy estaba raro, ¿de la nada tantos cumplidos?
—¡Y me caí! ¿Tú crees que Kaito se quedó ahí riéndose mientras mis padres me reñían? Mira que yo quiero mucho a mi hermano pero a veces pensaba en darle una paliza yo misma, de verdad —tomó más de esos fideos y se los llevó a los labios para sorberlos—. Joder, qué rico.
—Nami.
—¿Mhm?
—No hables con la boca llena, otra vez.
—Ni hiblis cin li biqui llini —se burló a la vez que se limpiaba con la servilleta—. Perdón, es una mala costumbre que tengo desde pequeña.
Me sonrió, desarmándome una vez más.
No quería irme de Ishigaki. No quería tomar mañana ese avión que nos devolvería a la vida diaria en aquella otra isla. Si bien para mí seguía siendo una época de adaptación al pueblo —por lo distinto que era de Tokio—, cada vez lo notaba más como un lugar en el que podría quedarme para siempre.
Sin embargo, allí el día a día no nos dejaba disfrutar a ninguno de nosotros dos de esta manera.
Qué difícil es la vida de adulto... si fuera rico...
Sacudí la cabeza. Creo que nunca llegaría a dejar de lado el mundo de las motos, ni aunque tuviera todo el dinero del mundo. Aunque, quizá si lo tuviese podría tomármelo con más calma.
Miré a Nami, que sorbía más fideos con los ojos puestos en el plato.
Así, tendríamos más tiempo para vivir en nuestro propio Ishigaki...
—¿En qué piensas? —aquellos ojos azules se clavaron en mí, curiosos—. Oye, ¿te vas a comer eso?
Señaló un pequeño bollo al vapor que quedaba en el plato que compartimos.
Negué y posé mis codos sobre la mesa, tapando mi boca con las manos entrelazadas justo delante.
—Hay que jugar a la lotería... ¿En el pueblo hay algún establecimiento?
Nami se atragantó con el bollo y tomó agua casi al instante. Se estaba riendo, tenía las mejillas coloradas —cosa que también era culpa del sake que habíamos ordenado— e incluso dio dos golpecitos a la mesa.
—¿A qué viene eso ahora? ¿También eres ludópata? Qué partidazo Draken, lo tienes todo.
—Y lo que aún no has visto.
No me corté. Nada. Se la solté casi por inercia.
Decidido. Se acabó el beber hoy.
Nami tragó con fuerza, me di cuenta por cómo se había movido su garganta en ese momento. Le di un sorbo más al sake, terminaría esta copa y ya no más.
—Dime de qué presumes... —murmuró, pero pude oírla.
Una pareja llegó al local y se sentó justo en la mesa más cercana a nosotros —de las únicas tres mesas que había en esa terraza—, la espalda de la chica daba contra la de Nami.
Me acerqué a ella para que no nos escucharan.
—Bien que mirabas esta tarde. No conocía ese lado pervertido tuyo —hablé en el mismo tono que ella empleó.
—¿Qué dices? —tomó mi mano y empezó a juguetear en la palma con sus dedos—. Estaba ayudándote a ponerte el traje. Sólo eso.
¿En qué momento la conversación había adoptado este tono? Ni idea, pero me gustaba.
Aquellos clientes que acababan de llegar también hablaban en tono bajo. Sin embargo, la chica se levantó de repente de su silla, arrastrándola hacia atrás e impactando con la de Nami abruptamente.
—¡Ay, perdona! —la mujer se excusó.
—No te preocu-
A Nami no le dio tiempo de responder, pues la otra había salido casi corriendo al interior del local y entró al baño. Nami se había quedado mirándola.
Yo, en cambio, pude comprobar la cara del chico que le acompañaba y cómo este chasqueaba su lengua.
—¿Se encuentra bien? —Nami se giró para preguntarle al chico. Él le sonrió, amablemente.
—Sí, es sólo que está en esos días y no se encuentra bien. No os preocupéis por nosotros y disculpad por el susto.
—No es nada...
Nami volvió su cuerpo hacia mí. Su expresión había cambiado, pero seguía jugando con sus dedos en mi mano, aunque ahora casi parecía que lo hacía inconscientemente.
Me quedé mirándola por unos instantes en los que a aquella chica le dio tiempo de volver y sentarse de nuevo con el que supuse era su pareja.
En ese momento, uno de los camareros vino tras ella y les tomó nota a ellos, aprovechando para cobrar lo nuestro también.
Sin embargo, permanecimos sentados unos instantes más.
Nami suspiró.
—Draken, ¿ya te conté que Kaito y Kanaye se pelearon la noche del accidente, verdad?
Pasé saliva por mi garganta y el alcohol pareció abandonar mi cuerpo en ese momento.
—Claro, ¿vas a contarme eso que querías decirme ahora? Nami, si no quieres hacerlo...
—Quiero —tomó mi mano y le dio la vuelta, ahora pasaba sus yemas por el dorso de esta. No me miraba, sus ojos estaban puestos en la mesa, donde reposaban ahora sus dedos—. Aquella noche Kaito estaba defendiéndome. Yo peleé con Kanaye por una tontería y él... bueno, iba bebido y quizá elevó su voz más de la cuenta... Kaito lo vio y se abalanzó sobre él.
Vi que se mordía el labio, estaba nerviosa y seguía sin mirarme.
—¿Sólo por gritar un poco tu hermano se tiró a pegarle? —no me cuadraba.
De repente, un aura extraña se estaba creando en el restaurante.
Y no era sólo a causa de nuestra conversación.
Recomendación: Lucid dreams Instrumental - Lo-Fi Dreamers (esta versión está en la playlist)
—Ya sé que es nuestro aniversario, pero para venir a cenar donde siempre podríamos haber venido cualquier otro día, ¿no?
—Sólo quería pasar un rato contigo, Yoshihiro... casi no paras por casa últimamente.
—Ya sabes que trabajo hasta tarde y luego me gusta despejarme tomándome una cerveza con los compañeros, ¿otra vez vamos a tener esta conversación, Katsumi?
—No... no te preocupes...
—No pongas esa cara, nena. No arruinemos la noche. Que he dejado a mis amigos plantados por estar aquí hoy contigo, ¿no estás contenta?
—Sí... lo estoy.
Desde que aquella chica volvió del baño, parte de mi sentido del oído había estado centrado en la conversación que esos dos estaban teniendo. Y quizá ahora entendía por qué esa tal Katsumi había ido antes al baño con tantas prisas.
Apreté la mandíbula y sentí cómo mi garganta se ocluía por unos momentos.
Intentando desviar mi atención de aquella pareja, inicié la conversación que tanto le debía a Draken. Quizá no era el mejor momento. Quizá nos arruinaba la noche. Pero ya no podía guardarlo más, si no cualquier día iba a explotar.
—Nami —el pelinegro llamó mi atención.
—¿Sí? Perdona estaba pensando otra cosa, ¿qué me preguntabas?
Draken sonrió levemente, restándole importancia.
—Preguntaba si Kaito se lanzó a Kanaye únicamente por gritar.
—En gran parte, sí... quizá eso fue lo que detonó su ira, podríamos decirlo así.
No estaba centrada. La conversación de los dos de atrás me tenía distraída totalmente. Vi que Draken de vez en cuando también echaba un vistazo hacia la mesa de atrás.
—¿Y qué pasa con eso, Nami? ¿A dónde quieres llegar? Tu hermano no hizo nada malo, te estaba defendiendo —de pronto se puso serio—, aunque solo fueran unos gritos. Te defendía porque te quería.
—Ya pero, ¿qué necesidad tenéis siempre los tíos de recurrir a las manos y a los golpes cuando os enfadáis? —me tembló el pulso en ese momento—. No lo entiendo Draken, todo lo arregláis de esa manera, da igual a quien tengáis delante...
—Bueno, he de decir que algunas tías también son así ¿eh?
—¿Cómo? —¿acaso me está tomando en serio?
—¿Recuerdas a Takemichi y Hinata? Esos que te dije que eran pareja en la fotografía.
—Sí, me acuerdo.
Empezó a contarme una historia de cuando era más joven. Pero dejé de escucharle. Aquellos dos de atrás...
—¡No me hagas montar el numerito aquí, Katsumi!
—Cariño, sólo te he preguntado si podrías dejar el teléfono mientras cenamos...
Hablaban en voz baja, pero sus palabras llegaban a mí nítidamente ¿de verdad Draken no les escuchaba?
Cálmate.
Empecé a sentirme igual que aquella noche en el bar, cuando vi a aquella chica con Kanaye.
—Y aún más, ¿sabes que cuando Hina conoció a Mikey, lo primero que hizo fue hostiarle? Dios, que leche le pegó... resonó en todo el pasillo de aquél instituto...
Sacudí la cabeza.
—Draken.
—Dime.
—Kanaye me pegaba. Kaito vio las marcas, por eso se le echó encima.
Enmudeció.
Se había quedado mirándome sin saber qué decir o qué hacer. Todo el rubor de sus mejillas se había tornado pálido.
Tragué saliva y decidí romper ese silencio incómodo.
—Yo...
Un golpe fuerte contra la mesa de atrás nos hizo dar un salto a Draken y a mí en nuestros asientos.
—¡Deja ya tus tonterías, Katsumi! ¿¡Acaso tú vas a decirme quién era ese con el que te vi el otro día!? ¿¡No, verdad!?
No pude más con aquello.
Me levanté de inmediato, agarré mi bolso y me giré hacia esa pareja.
—Oye, deja de ser tan gilipollas con ella —se me quedaron mirando, los dos. Ni siquiera vi qué hacía Draken. Me dirigí ahora a la chica— Y tú... deberías tener cuidado con tipos como este. Creéme.
—¿Qué dices, niña? —el tal Yoshihiro habló, pero su novia le interrumpió al ver que Draken se había situado a mi lado.
—Tranquila, no pasa nada, estoy bien.
—Ya... eso dices ahora.
—Disculpad... —Draken me tomó más fuerte de la cintura y tiró un poco de mí para alejarnos lentamente. Esos dos se quedaron mirándonos. Yo no podía dejar de mirar hacia atrás. Quería volver ahí.
—¿Qué haces, Draken?
—Nami, eso son cosas de ellos, no nos incumbe.
Y ese balde de agua fría que temía algún día me empapara, lo hizo en ese instante.
—¿Tú también?
—¿Qué?
Nos habíamos alejado lo suficiente como para estar ahora los dos solos en una calle que llevaba al apartamento.
—Draken... —iba a explotar—. ¿Tú también vas a mirar para otro lado? ¡Yo era así cuando estaba con Kanaye! ¡Exactamente igual que esa chica! ¿No estabas escuchando su conversación?
—Nami, nosotros no teníamos nada que ver con ellos. No quería que...
—¿Qué no querías?
Me soltó y se apartó un poco, frotándose los ojos.
—¡No quiero que te metas en problemas, Nami! ¡Eso es lo que no quiero!
—¡Yo ya tengo problemas, Draken! ¡Mi hermano! ¡Mis padres! ¡El puto hecho de que no puedo meterme en la cama con un tío... contigo, por el puto miedo de que lo de Kanaye se repita!
—¿Qué tiene qué ver todo esto con que no nos acostemos? ¿¡Acaso crees que yo voy a ponerte un dedo encima!? ¿¡Me estás diciendo eso!?
—¡No, claro que no!
Aceleré el paso. Quería estar sola. Buscaba las llaves del apartamento en mi bolso con torpeza.
—¡Nami! ¿¡Entonces qué!? ¡Dímelo de una puta vez!
Me ardían los ojos. Con cada grito que daba me escocían más. Los dos —o quizá solo yo— nos estábamos excediendo y, lo peor de todo, es que era justo esto lo que quería evitar. No tenía que haber empezado esa conversación allí, no con esos dos detrás. No tenía que haberlo hecho así.
—¡Nami, dime algo, por favor!
—¡Porque cada vez que lo intentamos aparece la puta cara de Kanaye frente a mí! ¡Haciéndome hacer todo lo que no quería! ¡Yo no quería, Draken! ¿Lo entiendes? ¡Y aún así... aún así...
Mi garganta terminó por cerrarse al completo. No quería llorar frente a él de nuevo.
—¿¡Qué me estás queriendo decir!?
—¡¡Que yo no puedo hacer la vista gorda con estas cosas cuando las veo, Ken!! ¡¡No como tú acabas de hacer!! ¡¡Igual que hizo todo el puto mundo conmigo hace dos años!!
No sé en qué momento empecé prácticamente a correr hacia el apartamento. Le escuchaba gritar. Pero mis hipidos no me dejaban entender sus palabras.
Tras llegar al apartamento, cerré de un portazo y corrí a la terraza.
Draken no entró.
"Eres una puta dramática", "Cállate ya", "Perdonadla, está con la regla", "Date la vuelta ahora".
Tapaba mis oídos, en vano.
Llevaba un rato en aquella silla al aire libre, tratando de calmarme. Pero aquella voz empezó a resonar dentro de mi cabeza.
Otra vez.
Creí que, después de aquel día que nos encontramos en el hospital, había conseguido superar un poco todo gracias a las disculpas de Kanaye.
Pero me equivocaba. El problema sólo se había maquillado por un tiempo y ahora era como si esta situación... como si mis lágrimas estuvieran arruinando todo ese maquillaje.
"Qué dramática eres", ese era Kaito.
He vuelto a pasarme... no puedo hacer responsable a Draken de esto... joder.
Me levanté y entré al apartamento. Empecé a dar vueltas, desquiciada.
Vi el ukelele en una esquina, siquiera había tenido que utilizarlo aquí. Ese instrumento, que me había ayudado siempre a calmarme, ya parecía no servirme de mucho.
Me encantaba tocar, porque me hacía centrarme en otra cosa. Pero me acababa de dar cuenta de que, cuanto más tiempo pasaba con Draken, menos tocaba.
Agarré el instrumento y lo miré, mordiendo con fuerza mi labio inferior.
Era increíble cómo un simple objeto había pasado de ser un bonito recuerdo de mi hermano a algo que únicamente utilizaba para olvidar.
Levanté mi brazo, con toda la intención de estampar el ukelele contra la pared. Pero no pude.
Otro sollozo salió de mi garganta y abracé el ukelele contra mi pecho.
¿He utilizado a Draken como sustituto del ukelele?
Ese estúpido pensamiento se clavó en mí como un puñal. No quería utilizar a nadie. No quería que nadie se sintiera utilizado por mí.
¿Dónde estará? Joder... soy una imbécil...
Agarré una sudadera de Draken que había en el sofá y me la coloqué. Cogí de nuevo las llaves del apartamento y fui corriendo hacia la puerta. Siquiera pensé en ponerme de nuevo las sandalias, no lo pensé en ese momento.
Aún con nervios, abrí la puerta de la calle y salí con prisas mientras me limpiaba el rastro de haber llorado con las mangas de aquella sudadera.
Pero, nada más salir, choqué de bruces con lo que creí era un muro enorme.
Pero no lo era, lo supe cuando unos brazos me arroparon y apretaron.
—Draken... —enterré mi cara en su cuerpo—. Lo siento... lo siento mucho... no quería ponerme así contigo...
No hablaba. Caminó hacia dentro y cerró la puerta tras de él. Pero no me apartó en ningún momento.
Pasé mis brazos por su cuerpo. No tenía el valor de mirarle a la cara.
Dejó caer su cuerpo al suelo y apoyó la espalda contra la puerta, aún abrazándome y conmigo sobre él.
Apoyó su mentón en mi cabeza y, con una de sus manos, acariciaba mi cabello en la parte trasera de esta. Podía escuchar su corazón, estaba acelerado. Sorbió por la nariz y se aclaró la garganta.
—Nami...
—Lo siento...
Tomó mi rostro con sus dedos, elevándolo para que pudiera verle. Esos orbes, negros como la oscuridad que nos rodeaba, estaban ahora enrojecidos, como nunca antes los había visto. Verle así solo hizo que el nudo en mi garganta se apretase más, tratando de contener esas lágrimas que amenazaban por escaparse de mis ojos.
Al verme, arrugó su nariz y se mordió el labio inferior, con rabia.
—Dame un sólo motivo —gruñó.
—¿Cómo? —mascullé aún con la voz rota.
Giró su mirada un instante antes de posar su frente sobre la mía. Sus dedos acariciaban mis mejillas.
—Dame un sólo motivo para no matar a ese hijo de puta cuando volvamos al pueblo —le costaba hablar—. Y otro para no volver a ese bar y partirle la cara a ese tío. Si tú quieres que lo haga, lo haré, Nami.
Mis labios se fruncieron aún más. Temblaban y notaban ese sabor salado proveniente de las lágrimas que empezaron a descender por mi rostro sin quererlo.
—No quiero... no quiero que nadie se peleé por mí, Draken... no quiero que tú también termines como Kaito...
Estaba llorando. Como una niña pequeña que acaba de perder su juguete favorito. Volvía a comportarme de esa manera infantil que tan poco me gustaba mostrarle.
Él me miraba atentamente. No sabía descifrar su expresión en ese momento; veía lástima, enojo, rabia y compasión. Todo a la vez, en unos ojos que por momentos parecieron quedarse vacíos. Como si esa oscuridad que su mirada albergaba se lo hubiera tragado todo.
—Dime qué quieres, Nami.
Alcé mis manos para taparme la cara y agaché mi rostro. ¿Qué quería?
Sólo apareció una cosa en mi mente. Y podría haber sido cualquier escena; el rostro de mi hermano, esa felicidad que sentía al estar con Ryu, o incluso cuando buceaba. Pero no.
Fue él quien apareció ante mí. Sonriéndome como había hecho esa misma tarde.
Le abracé por el cuello con fuerza y escondiendo mi rostro en el hueco de este.
—No me dejes sola... No te vayas tú también... Perdóname... Por favor.
Notaba su corazón palpitar cada vez más rápido. Su respiración estaba agitada y, por el movimiento que noté en mi espalda, supe que había elevado la mano para tallarse los ojos. Pero me abrazó con más fuerza tras aquello y dejó caer su cabeza sobre mi hombro.
—No voy a ir a ningún lado, renacuaja... —acariciaba mi cintura, nervioso—. Tendría que haber llegado antes a Okinawa... eso es lo que me está jodiendo de todo esto...
—Tú no tienes la culpa de nada... yo...
Se separó al instante y me miró seriamente. Pero mantenía su rostro cerca.
—No quiero escucharte decir que el que ese cabrón abusara de ti es culpa tuya ¿me oyes? No hace falta que me cuentes ninguna historia. Ahora sé lo que te pasaba y no te voy a permitir que te trates así a ti misma —frunció los labios de nuevo—. Nami... ¿yo te he dado miedo en algún-
—Nunca —acompañé aquella palabra con un gesto exagerado de negación.
—¿Ni cuándo...?
—Es sólo... que no sé qué me pasa Draken... su cara, la de él, aparece y sustituye la tuya en cuanto hay oportunidad para hacerlo... estoy loca y lo siento... Lo siento tanto.
—Mhm... —ladeó la cabeza, parecía confuso—. Iba a preguntarte si era cuando discutíamos al principio, pero...
—¿Eh?
En aquel momento me reí. Ya no sabía si por los nervios o si era porque, tras haberle contado todo, me sentía más relajada.
—Aquello me divertía, en cierto modo —continué hablando, ya con la voz más clara—. Nunca he sentido miedo por tu culpa, Ken, nunca. No quiero que pienses eso... es sólo que me cuesta confiar en las personas... y ya ni digamos en los chicos...
Rozó su nariz con la mía y sonrió sobre mis labios.
—¿Vuelves a llamarme Ken? —susurró.
—Es tu nombre, ¿no?
Se mordió el labio.
—¿Puedo besarte?
—¿Me perdonas?
—Tonta... no tengo que perdonarte nada... bueno quizá algo sí.
Mi corazón podría haber movido un coche en ese momento. Bombeaba con tal fuerza que creí que en cualquier momento iba a darme un infarto.
—¿Por gritarte?
—Boba... —su mano subió a mi nuca y la acarició—. Esa sudadera no es tuya, ¿verdad? ¿Por qué coges mi ropa?
Se me escapó una risa nasal. Y no fue él quién me besó. Terminé de juntar mis labios con los suyos, con fuerza, tanta, que hizo a su cuerpo reclinarse hacia atrás y dar un ligero cabezazo contra la puerta.
Pero no dejó de besarme. Ni aunque volviera a pedirle perdón por el golpe, él no me dejaba separarme. Aunque tampoco quería hacerlo.
Quería compartir este beso un poco más, porque aunque fuera el más salado que jamás había experimentado, también estaba siendo el más dulce de mi vida. Las lágrimas que habían dado sabor a nuestros labios dejaron paso a las cálidas sonrisas que esbozábamos sin separarnos.
Poco a poco, ambos nos fuimos destensando y aumentando la intensidad de nuestros movimientos. Sus manos viajaban por mi espalda, dibujando un recorrido imaginario en ella con las yemas de sus dedos.
Las mías, erráticas, hacían lo mismo en su pecho. Delimitando con cautela todos y cada uno de los surcos que existían en su torso.
La respiración de ambos se volvió ansiosa mientras caminábamos hacia la cama, Draken se mantuvo agachado para no dejar de rozar mis labios en ningún momento. Sólo se separaron cuando me quejé al chocarme con una esquina, ocasionando que una pequeña risita saliera de su boca.
Recomendación: Swim - Chase Atlantics
Sentía mi cuerpo arder, y también el suyo.
Tumbados de lado en la cama, uno frente al otro, estábamos demasiado cerca cómo para notar el calor ajeno.
Me mantenía centrada únicamente en nuestras respiraciones, agitadas y temblorosas mientras las manos de ambos exploraban con delicadeza el cuerpo del otro.
Reuní la valentía de, con la broma de devolverle la sudadera que momentáneamente le había robado, quedarme únicamente en ropa interior a su lado. Él no se sorprendió en absoluto, sólo se mordió el labio al ver cómo me quitaba lentamente el vestido cuando él hubo desatado el nudo que lo mantenía en su sitio.
No era la primera vez que me veía así, pero sí la primera que era plenamente consciente de lo cerca que estábamos el uno del otro de esta manera.
Aprovechando el momento de valor y, antes de dejarnos caer de nuevo contra el colchón, interné mis manos bajo su camiseta y le despojé de ella. Dejando su trabajado torso al desnudo.
Mi mente se sentía ligera, sin embargo, mis dedos aún temblaban mientras acariciaban su pecho. Las suyas hacían lo mismo en mi abdomen.
Él exploraba mi cuello con sus labios y lengua, lo humedecía y hacía que de mi garganta se escapase algún que otro suspiro. Sonidos que, emitidos directamente en su oído, podía ver lo que ocasionaban en su piel. La erizaban, cada vez más, haciendo que mis dedos notaran esa rugosidad al pasar sobre ella.
Sus dedos serpentearon desde mi ombligo hasta mi cadera, donde dejó un suave apretón desvanecido en intenciones ocultas.
Empezó a jugar con la gomilla de mi ropa interior. Devolviendo trémulamente su extremidad a la zona baja de mi abdomen.
Se separó de mis labios, dejando que el vapor que emanaba de nuestro aliento inundase la corta distancia que se estableció entre nosotros. Pasó saliva por su garganta, haciendo que su nuez de Adán remarcara esa acción aún más.
—¿Puedo? —preguntó, cauteloso.
Estaba nerviosa, sí. Pero también cansada de todo. Hoy, tras todo lo que había pasado, no iba a dejar que nada pasara por mi mente. Sólo él. Aquél que estaba provocando que mi interior fuera la más agitada de las mareas registradas.
Asentí.
—Tranquila, si quieres que pare, sólo avísame ¿entendido?
Repetí el gesto anterior.
Tanteó mi pelvis con sus dedos, cauteloso, descendiendo lentamente.
Bajé mi mano, de su pecho a cada abdominal, marcados ahora por la tensión en su cuerpo. Por esa marca cuyo tacto se me hacía familiar. Él se encogió por el escalofrío ocasionado. Seguí bajando, hasta llegar a la cinturilla de su pantalón.
Pero no pude avanzar más. Esa mano que hacía un momento exploraba bajo la única tela que cubría mi cuerpo acababa de detener mis intenciones.
—No —dijo, besando mis labios nuevamente.
Le miré extrañada. Draken subió mi mano de nuevo a su pecho.
—Déjala aquí —sonrió—. No quiero que hagas nada. Hoy no. Sólo mírame. ¿Estás bien?
Volví a besarle, acariciando la cadenita que colgaba de su cuello y acercándome un poco más.
—Estoy bien.
Acarició mi mejilla.
—¿De verdad?
Asentí una última vez, rozando su nariz con la mía antes de volver a besarnos.
Su mano fue devuelta a donde antes intentó acceder. Esa parte prohibida para mí pero que, en ese momento, deseó sentir su tacto.
Y bendito el momento que le permití tocarme.
Sus dedos jugaban con la ahora humedecida zona, sin ningún pudor ni vergüenza más allá del que la situación podría haber llegado a provocarme. El tacto de sus yemas, acariciando justo donde tenían que hacerlo, estaba haciendo que mi cuerpo se sintiera más caliente que nunca.
Ahogaba ligeros gemidos contra sus labios. Este era el placer que nunca sentí con nadie. Justo este.
Temblores recorrían todo mi ser como si un maldito invierno asolase aquella habitación. Pero, lejos de ser frío, se sentía abrasador.
Introdujo uno de sus dedos en mi interior, sin dejar de atender aquel punto que tanto deleite me estaba ocasionando que tocase.
Aumentó la velocidad y me estremecí. No sabía qué estaba haciendo en mí, pero noté una sensación extraña en la zona baja de mi abdomen que me hacía gemir cada vez más frente a él, que me miraba atento. Yo tenía mis ojos puestos en sus labios, que se relamían y, de vez en cuando, quedaban escasamente separados para dejar salir algún que otro suspiro.
—Mírame, no bajes los ojos.
Elevé mi vista hacia la suya. Volvió a besarme brevemente y continuó tocándome de esa manera que hacía mis pensamientos alejarse cada vez más.
Ahora sólo le veía a él. A nadie más.
—Ah... —dejé salir un quejido aún más sonoro. Él mantuvo su frente pegada a la mía.
—Déjame escucharte. No lo contengas, Nami.
No sé si fue su ronca voz diciéndome aquello, o que acababa de introducir otro dedo más para embestir suavemente y explorar aquella zona, que sentí la imperiosa necesidad de apretar mis piernas y atrapar su mano entre mis muslos.
Hice chocar mis labios con los suyos de nuevo pero, esta vez, dejando salir sobre ellos un último y largo gemido que parecía haber querido abandonar mi cuerpo toda la vida. Él sonreía y me abrazó más fuerte mientras aquello ocurría.
Mi mente se quedó en blanco y noté mis piernas flaquear por unos instantes, a pesar de no haber hecho nada. Aquello que acababa de experimentar había sido la mejor sensación del mundo.
Sin duda.
Draken volvió a besarme.
—Eres increíble —susurró.
Acababa, sin darme cuenta, de depositar el cien por cien de mi confianza en él.
En ese chico con el que jamás creí ni esperé compartir nada, y que, con el paso de los días, terminó por convertirse en mi cuaderno de bitácora. El que me ayudaba a navegar el océano surcando las tormentas por las mejores rutas.
No creí que hubiera hecho una mala elección.
Porque, definitivamente, Draken no era como él.
Ahora lo tenía claro.
¿Bien?
¿Opiniones? JAJAJAJ
Esta vez no he tardado tanto en actualizar, así que 0 funas.
¿Echáis de menos a Inupi? ¿Vemos a ver qué tal le va a él por Okinawa?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top