𝑫𝒐𝒄𝒆 ~ 𝑨𝒏𝒄𝒍𝒂
~ Tiempo atrás ~
Las manos del chico recorrían los muslos de ella, abriéndolos y dejando espacio para que su cuerpo pudiera ubicarse entre ellos, ansiaba tenerla una vez más aquella noche, poseerla, dejarle en claro que ella era de él y de nadie más, que nadie podía hacerle sentir lo que él le proporcionaba, esa ola de sonidos lascivos que ella dejaba escapar por sus carnosos labios complacida al sentir sus pieles chocar la una con la otra.
No le interesaba más que escucharla de esa manera, muerta de placer gracias a sus burdas embestidas y rudos toques por su pequeño cuerpo. Las grandes manos del tatuado exploraban cada centímetro de su cuerpo, deteniéndose en donde la piel mostraba alguna que otra imperfección que con el tiempo desaparecería, sonriente, al recordar que todas esas marcas habían sido causadas en ese acto tan obsceno que a él le encantaba hacer con ella.
Su mente volaba en esos instantes, aumentando las sacudidas y haciendo que de los profundos ojos de la chica se escapasen un par de lágrimas a causa del placer que él creía estar otorgándole, excitándose aún más con eso, apretando sus dedos con notoria fuerza sobre la bronceada piel de la chica, y notando como su clímax cada vez estaba más cerca.
— Ábreme bien las piernas, no las cierres. — ordenaba con autoridad el mayor, separándole las extremidades sin ningún tacto y haciendo que ella se quejase a causa de esa tensión repentina que había sufrido su ingle — No te muevas... quédate así... — aumentaba el ritmo de su cadera, cerrando los ojos, exhalando profundos suspiros al aire al inclinar su cabeza hacia atrás y estallando en un clímax que para él no tenía parangón mientras soltaba alguna que otra maldición desde lo más profundo de su garganta.
— Joder... Esto es increíble... — se dejaba caer a un lado de la chica, prendiendo un cigarrillo y comprobando como ella aún rozaba sus muslos uno contra el otro, no con otro afán que el de comprobar que ella había quedado, al igual que él, complacida por la actividad — Te has corrido ¿Verdad?
— Sí... — ella se incorporaba de la cama para ir al baño, necesitaba limpiarse el rastro que él había dejado en su intimidad — Ahora vuelvo ¿vale? Voy al baño.
El pelinegro la miraba, no muy convencido de la respuesta que acababa de darle, pero simplemente se encogió de hombros dándole otra calada al cigarrillo — No tardes, hemos quedado para ir al bar. — Los grisáceos ojos del mayor ahora miraban hacia la silla donde reposaba el precioso conjunto que ella había elegido lucir esa noche — No irás a ponerte eso, ¿verdad?
Tapada con la sábana, ella le miraba confusa al rostro, para luego dirigir la vista hacia aquellas prendas — Sí, iba a hacerlo ¿por?
— Hace demasiado frío para que vayas así vestida. Y esa ropa no te sienta bien, te lo he dicho mil veces. — Sin embargo, era verano, y lo único que podría suscitar algo de esa helada sensación, no era precisamente la brisa de Okinawa.
Ella ladeó la cabeza, sosteniendo la prenda entre sus manos, un fino vestido largo, con algo de escote, pero para nada ostentoso ni llamativo, solo algo ajustado al cuerpo y que lo combinaría con unas sandalias planas de verano. No pensaba que su pareja tuviera razón en aquello, y, aún así, tomó sus palabras como un hecho real, como si de un dogma se tratase de que solo por ser más bajita y pequeña que el resto de las chicas de su edad, aquellas prendas de verdad no estaban hechas para ella.
Tras volver del baño, la chica, aun dudosa, tomó de nuevo ese vestido, sosteniéndolo y colocándolo encima de su cuerpo mirándose al espejo, autoconvenciéndose de que ese tipo de prendas bonitas no estaban hechas para ella, y, sumado a que a ella siempre le había gustado ir cómoda, no tenía inconveniente en tomar otro tipo de vestimenta de su armario.
— Ponte lo de siempre, no le des más vueltas — el más alto miraba la etiqueta que colgaba del vestido — y no te gastes más dinero en estos trapos, no los necesitas para nada, no tienes que estar bonita para gustar a nadie, ya me tienes a mí.
— Está bien... — Hablaba, con los ojos cabizbajos aún hacia el vestido que tenía en las manos.
El chico sacaba un par de camisetas del armario, lanzándoselas a los brazos de ella, junto con unos pantalones vaqueros largos y flojos, que no dejarían que ninguna sola curva de su chica realzase al llevarlos puestos. — Estos son tus favoritos ¿no? — Ella asintió levemente mientras comenzaba a vestirse.
— ¿Te pasa algo? Estás rara.
— No... es solo que aún me duele un poco el costado.
— Es normal mi niña, los tatuajes tardan en curar. — pasaba sus ásperas manos por el costado de la chica, delineando las trazas negras que aún mantenían algunos residuos de la abrasada piel que se desprendía de su cuerpo.
Ella le sonrió, sacudiendo la cabeza e intentando alejar cualquier otro pensamiento que aquella tarde había rondado por su cabeza, tenía todo lo que podía desear una chica de su edad, un trabajo que amaba, amistades que, si bien no eran más que los conocidos de su pareja, los trataba como si fueran suyas, un sitio donde vivir en la isla a la que siempre anhelo volver, y una relación con el chico más atento que pudo haber conocido al regresar al lugar.
Eso pensaba, y en eso creía, pero, sin embargo, a veces, solía cuestionarse algo que le hacía dudar de todo aquello.
Si todo esto está bien... ¿por qué no me siento bien?
— ¡Bienvenidos al maravilloso mundo submarino renacuajos!
Hoy me tocaba un grupo de niños que venían a recibir una charla sobre cuidado de las playas, pero también había decidido incluir algo más divertido en la explicación, como era el enseñarles unas cuantas fotografías de animales que vivían en el océano y el porqué había que tener cuidado de no ensuciar ni dejar basura cuando ellos iban con sus padres o amigos a pasar el día a este lugar.
Además, así también les sacaba partido a las fotografías que tomaba cuando buceaba y los niños quedaban fascinados, muchos de ellos decían que querían vivir debajo del mar como en la película de la sirenita, o me preguntaban si los peces hablaban entre ellos como en la de Nemo.
Esos días eran los más divertidos, ya que por normal general y a diferencia de los adultos, ellos sí prestaban algo más de atención, quizá también lo hacían porque con ellos me volvía más payasa y me permitía el lujo de hacer alguna que otra tontería mientras les daba las pequeñas charlas, pero, fuera como fuere, al menos, saber que me estaban haciendo caso con una sonrisa en el rostro me alegraba el día.
Ya habían pasado unos días desde que nos lo encontramos en el bar, y, aun así, sabiendo que lo más seguro es que solo fueran imaginaciones mías, mis ojos no paraban de mirar cada dos por tres hacia el enorme ventanal y la puerta del local, como si estuviera esperando que de un momento a otro apareciese por ahí gritando Dios sabe qué.
Intentaba omitir el hecho de que cada vez que pensaba aquello un escalofrío me erizaba todo el vello del cuerpo, que los dedos de mis manos comenzaban a temblar como cuando era invierno y vivía en Tokio, y, también, que volvía a invadirme aquello que hacía tiempo no sentía, un nerviosismo incontrolable que cada vez se iba haciendo más dueño de mí.
Pero, a raíz de que todas esas sensaciones no eran para nada novedosas, tenía algo de experiencia en conseguir calmarlas con solo pensar en otras cosas, y justamente, cuando estos grupos de niños eran los que me visitaban, era cuando más alejados notaba esos pensamientos. Quizá fuera porque aquellos días simplemente permanecía en el local, y allí, la probabilidad de que nos encontrásemos era ínfima en comparación a cuando realizaba las inmersiones.
Él trabajaba en los muelles, con los barcos de recreo que los turistas solían alquilar para pasar un día a bordo de esos navíos tranquilamente. O no tan tranquilamente, pues la mayoría de esas personas terminaban borrachas a bordo y él, aunque no debiera de beber en su trabajo, nunca podía negarles a esos clientes el aceptarles algo de bebida.
Imaginaba que seguiría igual, sobre todo si eran grupos de chicas los que decidían contratar ese tipo de experiencias en la isla, en esas ocasiones recordaba que, después, cuando nos las encontrábamos por las calles, él les sonreía de una manera diferente a cómo lo haría con cualquier conocido, para luego contarme que habían sido clientas suyas y hacer que me olvidase de los extraños sentimientos que provocaban en mí el hecho de que creyese que, el que por aquel entonces era mi pareja, se comportase de aquella manera con quienes en teoría no significaban nada para él.
Pero todo eso quedó atrás, hace mucho tiempo, y en cierto modo, ya casi ni se me venía a la mente su recuerdo, sin embargo, solo el habernos reencontrado de manera tan casual, había hecho que por unos días volviese a revivir todos los momentos de aquella época.
— ¡Nami! ¡Nami! — una pequeña niña rubia levantaba su mano ansiosa — ¿Entonces Nemo existe de verdad?
Le sonreí, alejando todo aquello de mi conciencia y volviendo a aquello que me hacía distraerme de mis pensamientos para poder contestarle.
— ¿Quién sabe? Igual, con lo grande que es el mar, en algún lado hay algún pececito que se llame Nemo ¿no crees?
— ¡Nami! ¿Y cuáles son tus favoritos? — otro niño pelinegro preguntaba desde el fondo de aquella mesa rectangular — ¡A mí me gustan las ballenas!
— Las ballenas son geniales, pero a mí me gustan las mantarrayas ¿sabes qué son?
El niño me miraba confuso, al igual que todos los demás. Sonreí y me levanté para ir al pizarrón y comenzar a dibujar uno de esos animales sobre él. Mientras dibujaba, escuché que la campanita que colgaba en la puerta del local tintineaba, haciéndome saber que alguien había entrado, miré hacia un lado y a través de la ventana que conectaba la sala donde nos encontrábamos con la recepción, y vi al pelinegro de reojo quedarse ahí plantado, mirando hacia aquí, Ryu estaba sentado a su lado y tenía la cabeza gacha.
¿Habrá pasado algo? Bueno, ahora mismo no puedo atenderlo.
Le hice un gesto a Draken, indicándole que me diera tan sólo diez minutos para terminar con aquellos niños y poder atenderle.
— Mirad, esto es una mantarraya ¿qué os parece?
Los niños tenían la boca abierta, parecían no saber qué era, y alguno que otro me hizo una pregunta curiosa a la que respondí con una sonrisa en el rostro.
— ¿Sabéis que es algo curioso? — estaba a punto de finalizar la clase y ya podía ver que en la calle estaban los padres de todos esperando que salieran de allí para continuar con sus vacaciones, solían dejarme a los niños para tener ellos algo de tiempo a solas o poder hacer alguna actividad en la que los pequeños no podían participar.
— ¿El qué es curioso Nami? — Draken había entrado a la sala y se había sentado al fondo en una silla, no me había dado cuenta de aquello al estar pendiente de observar a los padres de los niños a través de la ventana, y su pregunta me hizo dar un bote en el sitio a causa del susto, los niños empezaron a reírse y yo les hice un puchero mientras le decía que no tenían que reírse de las personas mayores a ellos, aunque en realidad, yo también me estaba riendo.
Dirigí mi mirada hacia el pelinegro que me miraba con una sonrisa, él estaba ahí sentado, con una pierna sobre la otra y los brazos cruzados sobre su pecho, con sus negros ojos fijos en mí figura, parecía estar intentando intimidarme de alguna manera, aunque no lo conseguía en absoluto. Los chicos hicieron lo mismo, aunque ellos sí parecían estar asustados de esa enorme figura masculina con el dragón tatuado en la sien, seguramente se estarían preguntando quién era ese chico y por qué estaba allí, pero cuando él les dedicó una sonrisa parecieron calmarse.
— Pues... — fijé mi vista directamente en sus ojos — que se asemejan más de lo que parece a los tiburones, ¿sabes? — volví a mirar a los niños — y eso que se parecen bien poco ¿verdad? Todos vosotros sabéis cómo es un tiburón ¿a que sí? — miré la hora en el reloj de pared y vi que ya había pasado el tiempo, tampoco quería hacer esperar más a las personas que estaban fuera esperando a sus hijos, así que decidí dar por finalizada mi explicación con esa duda resuelta — Venga chicos, que vuestros padres están fuera, id recogiendo vuestras cosas y no os olvidéis de nada.
Mientras ellos recogían todo y empezaban a hablar entre ellos saliendo del local, Draken se acercó a mi lado y comenzó a hablarme en voz baja.
— Ryu ha vuelto a hacer de las suyas. — inquirió con un tono serio agachándose un poco a mi oído — Por eso estoy aquí.
Rodé los ojos y resoplé, acompañando a aquellos chicos desde detrás hasta que todos estuvieron fuera, nosotros también salimos del local y veíamos como los padres saludaban a sus hijos, los cuales les contaban las cosas que habían aprendido en el transcurso de aquella mañana. Ryu se había quedado dentro del local, en una manta que tenía ahí para que él descansase mientras yo trabajaba, estaba mordiendo un juguete tan tranquilamente, como si nada tuviese que ver con él.
— ¿Qué ha hecho ahora? — le hablé en el mismo tono para que los demás no se enterasen de nuestra pequeña conversación — ¿Ha vuelto a levantar la pata sobre tu moto?
— No... solo que no creo que hoy haga falta que le des de comer. — le miré confusa de nuevo — Se ha llevado a la boca mi comida, bueno, literalmente, se la ha comido entera.
Miré hacia dentro del local, Ryu levantó la cabeza, tenía las orejas levantadas y su rostro pintado con esa expresión que a mí siempre se me había asemejado a que estaba poniendo una sonrisa.
Terminábamos de decir adiós con la mano a esos niños que cada vez estaban más lejos y no paraban de girarse para despedirse de mí, aun así, nosotros continuábamos conversando.
— Draken, ¿me explicas cómo ha ido a parar tu comida al hocico de mi perro?
— Dejé ahí un momento el bocadillo, — señaló una enorme pila de cajas de plástico que tenía en la calle, justo al lado de la puerta del garaje — y cuando volví ya no estaba.
— ¿Y solo por eso piensas que ha sido mi perro? — entrecerré mis ojos y ahora que ya las siluetas de aquella gente se habían difuminado por completo al final de la calle, me giré hacia él y crucé mis brazos sobre el pecho.
— Nami, le he visto llevárselo en la boca, se lo estaba comiendo en esta misma puerta...
Resoplé, decidí creerle y me giré para abrir la puerta de mi local e ir a regañar a Ryu, él me siguió apenas dos pasos por detrás, no parecía enfadado, más bien parecía estar cuestionándose algo.
— Oye Draken, ven, te invito a comer algo, perdona por eso...otra vez.
— Es lo mínimo que puedes ha-... — sabía que a estas alturas él ya estaba de broma cuando se ponía así, aun así, le di un golpe suave en su brazo y el fingió que le dolió, acariciándose esa zona con su mano contraria.
— ¿Te dejaste la puerta abierta? — preguntó al final, imaginé que eso era lo que estaba queriendo averiguar — Me refiero, porque cuando vine estaba cerrada, y no creo que el perro sepa cerrar puertas.
— No, no sabe cerrarlas, pero sí abrirlas, yo estaba con la clase y no me habré dado cuenta, habrá abierto la puerta lo justo para salir y que se cerrase sola tras de él.
— Supongo que olería mi comida desde aquí, normal, seguro que estaba buenísimo, hoy me había esmerado en hacer un bocadillo bien repleto de todo... — se puso a relatarme todo lo que llevaba el bocadillo y yo no pude evitar reírme, lo estaba haciendo a propósito para hacerme sentir aún peor.
— Venga anda, déjate de estupideces, acompáñame a mi casa, vamos a comer algo, además así te cuento mis avances con Inupi. — Estos días y tras aquello, había estado hablando más con él, aunque seguía creyendo que era más preocupación por su parte al haberme visto irme del bar de aquella manera, sin embargo, él no me quiso contar nada de lo que pasó en aquel lugar cuando me fui, quizá Draken sabía algo e invitándole a comer podría intentar que se le soltase la lengua en cuanto al tema. Miré hacia donde el culpable de que ahora tuviera que preparar comida para dos estaba tumbado y le hice un gesto con la mano — Y tú, Ryu, venga, levanta de ahí, tú también vienes a casa, pero ya hasta por la noche no te pienso dar nada de comer.
¿Me había enfadado? Sí, pero cuando entré a su negocio y la vi sonriendo con aquellos niños el enfado se me pasó de repente.
Llevaba rara desde la otra noche, a penas hablaba con Inupi cuando se acercaba a nuestro negocio a preguntar algo o cuando pasaba por delante con su perro para el paseo y coincidíamos.
No quería preguntarle, pues tenía la sensación de que si lo hacía solo me llevaría una negativa por respuesta, y quizá lo único que sacar ese tema nos haría sería retroceder lo que habíamos conseguido avanzar en nuestra manera de tratarnos. Y no quería estropearlo, pero sí quería saber qué era lo que le pasaba con aquel chico.
Inupi no me había dicho nada por más que le preguntase, pero, de hecho, a diferencia de otras veces, en esta ocasión sí que no parecía tener idea de nada de lo que pasaba con Nami y el tío del tiburón en el cuello.
Acabábamos de subir a su casa y ella se quitó las chanclas, me di cuenta la primera y única vez que subí a su piso, que le gustaba estar descalza por la casa, sin calcetines ni nada, sus pequeños pies totalmente en contacto con el suelo. Me hacía gracia, porque cuando llegué aquí yo me acostumbré a exactamente lo mismo, hacia tanto calor, que el suelo frío de la casa en contacto directo con la piel refrescaba mi cuerpo de algún modo, y, poco a poco, empecé a andar descalzo cada vez que estaba por casa. Imaginaba que ella lo hacía por el mismo motivo, nuestros apartamentos no tenían aire acondicionado, y al incidir todo el día el sol directamente sobre los techos, el calor que se sentía dentro de casa era el mismo que el de un horno.
Ese era también la razón por la que yo creía que ambos parábamos poco en casa, yo me quedaba hasta tarde en el taller, ella se iba con el perro, y cuando volvía no se encerraba, salía al balcón a tocar su pequeña guitarrita de juguete mientras cantaba alguna que otra canción.
Además, en esos días que habían transcurrido desde el suceso en el bar, había cogido también la costumbre de sentarme a fumar al lado del balcón, pero sin salir, salvo una tarde, en la que hacía demasiado calor y tuve que salir un poco del piso a ese escaso espacio que daba a la calle. Ella estaba tocando, pero no le importó que yo estuviera ahí, en el balcón de al lado asomado fumando. Después de todo el día trabajando, escucharle me relajaba de alguna manera, y era el método por el que sabía como le había ido el día a ella.
Hubo tardes que tocaba canciones más animadas, incluso en una de esas se puso a tocar la canción de "La Cucaracha" y reía ella sola cantando mal a propósito, recordaba haberme reído solo ese día en casa. Pero otros días volvía a tocar esa canción que le escuché cantar los primeros días de instalarme aquí, esa con tono triste que con su fina voz la hacía parecer aún más melancólica, y que, sin embargo, a mi terminó por gustarme.
— Bueno, supongo que con esto nos apañaremos — no me había dado cuenta de que me había quedado mirándola, apoyado con un hombro en la pared mientras ella sacaba algunas verduras de la nevera para preparar la comida — No es lo mismo que lo que tú tenías pensado comer, pero bueno, al menos te quitará el hambre, y si quieres algo más, solo dímelo y preparamos algo después, no hay problema con eso. — Se había puesto un delantal amarillo lleno de grandes flores y sujetaba un enorme cuchillo con las manos, dispuesta a empezar a cortar todos aquello para cocinarlo.
— Con eso está bien Nami, no te preocupes, déjame ayudarte anda. — Mi intención cuando fui a decirle que Ryu se había comido mi almuerzo no era la de que ella me invitase a comer ni nada por el estilo, sin embargo, me pareció buena idea que me lo propusiera, de hecho, me apetecía pasar tiempo con ella, pues desde el otro día ni siquiera habíamos continuado pintando la fachada por las noches y no habíamos vuelto a estar los dos solos.
— ¿Algún avance con Inupi? — le pregunté desde el fregadero mientras limpiaba los platos que habíamos utilizado para comer.
— De él quería preguntarte Draken. — ella estaba recogiendo algunas cosas que tenía por allí tiradas, una que otra manta y varios papeles que dejó en la encimera de la cocina. No pude evitar mirar de reojo esos papeles y sonreír al ver de lo que se trataban, pero ella interrumpió esos pensamientos — ¿Qué pasó la noche del bar? Cuando nos fuimos, me refiero, ¿Inupi te ha contado algo?
Sí, claro que me ha contado, pero no quiere que te lo diga.
— No Nami, no me ha contado nada.
— Ya... — se paró en seco a mi lado y se cruzó de brazos, mirándome de manera amenazante — y voy yo y me lo creo, venga, desembucha.
— ¿Vas a ponerte como la otra noche si te lo cuento? — no quería volver a verla así, y volviéndole a sacar el tema de aquel chico no solo sabía que ella cambiaría esa sonrisa que hoy parecía tener, si no que además tenía claro que yo volvería a llenarme de rabia por saber que ese tipo era capaz de hacerla verse así de... ¿frágil?
— Claro que no, solo quiero saber qué hizo Inupi, cuando nos fuimos de allí no tenía buena cara, si cualquiera le hubiera visto en ese momento juraría que estaba a punto de asesinar a alguien, hasta a mí me asustó un poco, la verdad.
— Nah, esa es la cara de Inupi de siempre.
Dejé el último plato limpio en el escurridor y agarré un trapo para secarme las manos, tras eso, saqué un cigarrillo y fui hacia el balcón para apoyarme en la barandilla con los codos y fumar. Ella se colocó a mi lado, mirándome, parecía estar esperando a que le contase, y no me quedó más remedio que hacerlo, si no, tenía claro que iba a estar dándome el coñazo hasta conseguir lo que quería.
— No hizo nada Nami, solo me ha contado que lo amenazó con no acercarse más a ti y que el tipo se envalentonó con él, pero que no fue a más, Si viste su cara de enfado... pues imagínate cómo es cuando de verdad se pone serio... — reí para mí mismo recordando todas las peleas en las que nos habíamos metido cuando éramos jóvenes, y como al rubio le cambiaba esa expresión de angelito que tenía cuando las cosas se ponían serias — hasta a mí me acojona un poco cuando se pone así, si te soy sincero.
— Mhm... — ella tenía los brazos cruzados sobre la barandilla, dejó caer su cabeza sobre ellos, apoyando el mentón ahí y mirando hacia el frente, traqueteaba sus dedos sobre sus brazos, como pensando profundamente en algo mientras emitía aquel suspiro — bueno... supongo que no se le ocurrirá hacer nada, creo.
¿Habla de ese tipo?
— Nami... puedo preguntarte...
— No — respondió al instante — no lo hagas, por favor. — giró su vista hacia mí, un par de mechones oscuros le revolotearon al aire y le pasaron al frente, cubriendo esa ligera sonrisa falsa que acababa de poner. — Os agradezco aquello, pero por favor, no preguntes.
— Está bien... — pero que me dijera aquello solo aumentaba mis ganas de que me lo contase, quería saber qué era eso que escondía con tanto recelo, y sobre todo, porque hablar de ese tema le hacía sentir así, pero no quería entrometerme demasiado, quizá ella no se sentía en confianza conmigo como para contármelo, y lo entendía perfectamente, a penas nos conocíamos, y hacía aún menos tiempo que habíamos dejado las riñas a un lado, por lo que no veía conveniente estropearlo todo por ser metiche. — Aun así... si algún día quieres hablar de ello, solo dímelo.
Me miró con una sonrisa perezosa y los ojos cerrados — Sí... algún día, gracias Draken.
— Oye — pensé sería mejor cambiar de tema en este momento, antes de que el silencio volviera a rodearnos — ¿qué eran esos papeles que dejaste en la encimera de la cocina? ¿Estás pensando en lo de ir a ver los bichos esos que te gustan o qué?
— Sí... este año me gustaría ir a verlos, pero me da pereza ir sola, siempre es mejor ir con alguien, si no, no tiene ninguna gracia que me emocione yo sola.
Alcé una ceja y le puse media sonrisa — ¿Por qué no le dices al niño bonito que vaya contigo?
— ¿Eh? ¿A quién?
— A Inupi, imbécil, a quién si no.
— Qué dices... no creo que quiera, además, qué vergüenza, se me va a ver el plumero si se lo digo así de pronto — estaba riéndose suavemente con un tono dulce, de verdad que a veces pensaba cómo era que al principio no la soportase, si era capaz de poner esa sonrisa — ¿esa es tu estrategia para conquistarle? No creo que a él le gusten esas cosas... solo tiene ojos para los motorcitos...
— Bueno, desde el otro día habéis hablado más ¿no? — saqué mi teléfono y empecé a marcar a mi amigo, ella me miraba las manos.
— ¿Qué estás haciendo?
— Si tú no vas a decírselo, lo haré yo, dije que iba a ayudarte con eso, soy un hombre de palabra.
— Ni se te ocurra — me metí corriendo dentro de la casa y ella empezó a perseguirme por el salón, Ryu se despertó de golpe y creyó que estábamos jugando, por lo que se puso a saltarle encima a Nami y de vez en cuando también se acercaba a mí, pero conmigo no era tan bruto y simplemente se me quedaba mirando, con medio cuerpo agachado, como si estuviera acechándome y moviendo el rabo de un lado a otro — ¡Draken! ¡Ni se te ocurra! ¡Te mato como le digas algo!
Seguía dando vueltas por el salón, hasta que ella se acercó demasiado y empezó a tirar de mi brazo para apartar el teléfono de mi mano, haciendo que este cayera al suelo y se deslizara un corto tramo a nuestra distancia, el tono de la llamada seguía en curso, y justo cuando el teléfono se detuvo, se escuchó la voz del rubio del otro lado del teléfono.
— ¿Hola?
Ambos nos miramos, y prácticamente saltamos hacia el teléfono, tirándonos al suelo por agarrarlo, y, obviamente, al yo ser más grande y tener los brazos más largos, llegué antes que Nami, la cual quedó entre uno de mis brazos, que la rodeaba por el cuello con su espalda contra el suelo para que dejara de moverse y me dejara hablar al teléfono con Inupi.
— Te mato, Draken, en serio, no le digas nada. — Tapé el teléfono con la mano del brazo que la rodeaba mientras Inupi seguía preguntando qué era lo que quería, la pelinegra tenía toda la cara colorada y me miraba aún intentando zafarse de mi brazo.
— Cállate tonta, si seguro que se te ha pasado veinte mil veces por la cabeza el decírselo a él, pero no sabes cómo.
— ¡Ya lo sé, pero por eso mismo!
— ¿Uh? — empecé a reírme y ella se quedó quieta — Ves, tenía razón, quieres ir con él. — quité la mano del teléfono y apreté su rostro contra mi pecho para que no se le ocurriese decir nada, pues por poco no empieza a gritar cuando le dije aquello.
— Inupi, oye, tengo una idea.
— ¿Qué pasa? Dime rápido, no tengo tiempo ahora. — sonaba acalorado.
— ¿Qué estas haciendo?
— He salido a correr, dime ¿pasa algo importante?
— No, estaba pensando, bueno, he visto que Nami quiere ir a ver los bichos esos que le gustan, ¿por qué no vamos los tres? Nos tomamos unas vacaciones dentro de... no sé, cuando ella diga que hay que ir a verlas.
— ¿Y eso? ¿Tan de repente?
— No es como si nos fuéramos a ir mañana gilipollas, es solo que creo que eso le animará, ¿por qué no le das una sorpresa y le dices que iremos con ella?
— mhm... — se quedó en silencio por unos momentos y me puse serio, agaché mi cabeza para mirarla, ella estaba toda colorada contra mi pecho, sin decir nada, y parecía estar intentando escuchar lo que decía el rubio, la mano que le presionaba la cabeza desde atrás contra esa parte de mi cuerpo se destensó un poco y eliminó esa presión, pero mantuve mis dedos en la parte trasera de su cabeza, se me habían enredado con su cabello y ahora hacían por desenredarse suavemente para no darle ningún tirón mientras esperaba la respuesta de Inui — pero... ¿y el taller?
— No creo que pase nada por que cerremos un par de días ¿no? Además, podemos ir en fin de semana, así no tendremos que cerrar tantos días. Venga ya Inui, dime que no te gustaría verle la cara.
— Sí... tienes razón, quizá esté bien tomarnos unas vacaciones... — pensaba que la idea le iba a hacer más ilusión, no entiendo por qué no se da cuenta de que a él también le gusta ella, eso que le había contado a ella no era ni la mitad de lo que había pasado aquella noche, si era cierto que no llegaron a pegarse, pero Inupi se puso a defenderla de una manera un tanto exagerada, según me había contado, y eso no podía significar otra cosa que estaba loquito por ella, pero no sabía como decírselo. — De acuerdo Draken, iremos.
— Está bien, pues se lo dices tú. Te cuelgo y te dejo tranquilo, niño bonito.
— Nos vemos mañana pelón.
Colgué el teléfono y miré hacia abajo, ella reposó su cabeza en el suelo, tapándose la cara con las manos, yo empecé a reírme y me senté en el suelo al lado de ella, dándole toquecitos en el costado con uno de mis dedos.
— ¿Ves? No era para tanto.
Asomó uno de sus ojos a través de sus dedos — ¿Qué no? Draken, si vamos los tres ¿Qué coño hago con el perro? No puedo llevármelo.
— Tonta, yo no voy a ir, me inventaré una excusa en el último momento para que vayáis los dos solos.
Volvió a taparse la cara, pero me di cuenta de que sonreía debajo de las palmas de sus manos, y, además, se había puesto aún más colorada — No pienso dejar a Ryu a tu cargo, seguro que lo malcrías o le enseñas a odiarme.
— ¿Y dónde pensabas dejarlo si ibas con Inupi o tú sola?
— Pues como iba a ir yo sola — hizo especial énfasis en esto — le iba a decir justo a Inui si podía cuidarlo, no creo que le importase quedarse aquí en mi casa un par de días a dormir, ¿no? Tampoco es como que Ryu necesite mucho, solo salir dos o tres veces a la calle y obviamente comer y beber agua. — Estaba nerviosa, lo notaba por cómo había aumentado el ritmo del habla y también en el tono de voz con el que lo hacía. — ¿Tú te quedarías de verdad con él? — volvió a mirarme con esa cara de inocencia e ilusión. Prefería verla así a que tuviera una expresión ennegrecida por cualquier otro motivo. Aunque fuera por el hecho de pensar que quizá podría llegar a tener algo con Inupi si este de una puta vez se daba cuenta de lo que sentía.
— Sí Nami, yo cuidaré de Ryu. Pero tú hazte la tonta... — la miré de arriba abajo y me tomé el derecho de bromearle — bueno, sigue siendo tú, básicamente, pero sin decirle nada a Inupi, si sale de él decírtelo, es un paso más que habrás avanzado ¿verdad? — no pude evitar sonreírle, me estaba provocando demasiada gracia verla de esa manera.
Ella se quedó mirándome con los ojos bien fijos en mi boca, suponía que le extrañaba verme tan sonriente y por eso lo hacía a veces, el quedárseme mirando de esa manera y con cara de pez pasmado que solo me hacía sonreír aún más.
— ¿Qué me miras tanto, renacuaja?
— Definitivamente, tienes que sonreír más. — se incorporó del suelo, aún algo enrojecida pero más calmada, cruzó sus piernas una encima de la otra sobre el suelo, como si fuera un buda y juntó sus manos para dejar que los dedos de sus manos jugasen entre ellos. Aún seguía con la vista gacha, mientras yo la observaba, no sabía qué coño pasaba por su mente, nunca tenía idea de qué era lo que pensaba o con qué iba a salirme la próxima vez que abriese sus labios para decir algo, ¿una reprimenda por todo aquello que acababa de hacer, quizá? Sí, era lo que veía más posible que sucediese en este momento.
Y, sin embargo, alzó la mirada, con los ojos entrecerrados, que, aún estando así, dejaban entrever el intenso color azul a través de sus enormes pestañas, con sus pómulos teñidos del mismo rojizo que el que veía de mi balcón todas las tardes en el horizonte cuando el sol ya estaba cayendo, sonriéndome con los labios unidos y que solo se separaron para decir dos palabras de la manera más suave que le había escuchado decir nunca.
— Gracias, Draken.
Le respondí elevando una de las comisuras de mis labios y revolviéndole un poco el pelo mientras me levantaba del suelo. La sonrisa se había disipado de mi rostro al verle esa cara, y mi cuerpo notó una sensación de pesadez, seguramente de cansancio, por lo que decidí dar por terminado nuestro breve tiempo compartido en su casa. Debía volver al trabajo en un rato y pensé que quizá estaría bien descansar, aunque fuera media hora antes de retomar aquello que esa misma mañana dejé a medias.
Aunque, al final, no pude ni cerrar los ojos sobre mi cama.
¿Y si Inupi no le dice nada? No había pensado en la cara que pondrá si pasa eso...
Mierda.
~ Un par de días después ~
Llevaba nerviosa desde el otro día, y no sólo por el hecho de que esperaba cada hora que pasaba a que Inupi me llamase para decirme aquello que el imbécil del dragón le había instado, si no también porque no entendía porqué ahora me empezaba a poner nerviosa con ese mismo chico, con ese pelón que se había acercado más de la cuenta en un par de ocasiones y que ahora cuando me miraba me hacía girar la vista al instante.
¿Algún tipo de tensión sexual? Probablemente fuera eso, aunque lo dudaba, mi apetencia por ese acto había quedado atrás hace mucho tiempo, por eso las pocas veces que había tenido la oportunidad de estar a solas con Inupi no sabía como comportarme, ni como llamar su atención, y, si bien sabía que sentía algo por él, no era capaz de imaginarme haciendo nada juntos, cada vez que algún tipo de imágenes de ese estilo venía a mi mente, se opacaban al instante y me hacían sentir rara. Era algo que aún no lograba comprender, por que sí, había veces que a mi cuerpo parecía apetecerle, pero también era como si mi mente pensara lo contrario, inhibiendo de alguna manera a mi propio organismo.
Esas, entre otras, eran las principales cosas que me hacían reprimirme con Inui, el que cada vez que estaba con él, pensara que, si me lanzaba, él quisiera ir a más y, si yo me negara en ese momento, quizá terminaríamos perdiendo la amistad que hasta el momento teníamos.
Sin embargo, no pasaba lo mismo con Draken. No pensaba en él de esa manera, pero las pocas veces que habíamos estado juntos, y cuando esas dos o tres ocasiones habíamos estado más cerca el uno del otro, mi mente parecía evadirse de mi cuerpo, dejándole vía libre a éste para experimentar todas las sensaciones que tendría una chica normal al tener una compañía que le agradase, o al menos, que le pareciera mínimamente atractiva.
No podía negarlo, sí me parecía atractivo, y conforme habíamos ido tomando confianza podía decir que hasta empezó a caerme bien, pero esas emociones que sentía... hacía tiempo que no las experimentaba, y no sabía si me gustaban o me generaban rechazo. No lo sabía, y eso solo aumentaba los nervios que venía sintiendo desde el otro día en el que él había caído encima de mí y hundió mi cara en su pecho acariciándome el cabello.
Él no parecía darse cuenta de lo que hacía con su mano en mi pelo, pues al estar hablando con Inupi al teléfono no hacía caso de que los movimientos de sus dedos en mi cabeza, si bien eran suaves, solo me estaban poniendo más colorada de lo que ya estaba, más aún que solo por el hecho de lo que él le estaba proponiendo hacer a su amigo.
Mis mejillas se tiñeron de rojo solo de pensar en ese momento, y dejé caer el bolígrafo que sostenía en ese momento entre mis dedos para darme un par de palmaditas en el rostro. Tenía que concentrarme en lo que estaba haciendo ahora mismo, o si no, toda la organización de la semana próxima terminaría siendo un tremendo caos.
Era otro día aburrido de fin de semana, sin mucho que hacer más que pasar el día con Ryu mirándome mientras hablaba sola como una loca, dando vueltas bien por el negocio mientras preparaba todo para otra semana de trabajo, o bien por casa ordenando un poco el desastre que siempre tenía por ahí, que tampoco era mucho, pero no me gustaba ver las cosas por en medio y los finales de semana aprovechaba para recoger todo lo que durante los días en los que tenía que trabajar no me había apetecido hacer.
Sin embargo, la campanita del local sonó para alegrarme el día y darle un poco de emoción. Inupi acababa de cruzar la puerta con esa radiante sonrisa que iluminaba más que el sol.
— Buenas tardes Nami. ¿Ya has comido? — se acercó al escritorio y se sentó en una de las sillas del otro lado.
— Sí, ¿y tú? — le miré de arriba abajo, iba vestido con ropa de calle — ¿qué haces aquí? Hoy estáis cerrados ¿no?
— Sí, he venido a buscar al pelón, vamos a ir a dar una vuelta, ¿quieres venir?
— Me gustaría... pero hoy no puedo Inupi, tengo que terminar de organizarme la semana...— señalé al montón de papeles que tenía en frente con el bolígrafo, el cual me coloqué sobre la oreja para poder colocar un poco todas aquellas hojas que habían quedado esparcidas antes de que él llegase.
— ¿Y esto? — él agarró uno de los folletos sobre las excursiones para ir a ver las mantarrayas que también tenía en el escritorio. — ¿Quieres ir a ver esto? Draken me dijo algo así.
— Sí... me gustaría ir, estuve hablando con él sobre el tema el otro día...
— Ya veo... — ¿Me lo dirá?
— Pues eso... tengo que planificarlo todo y buscarle una guardería a Ryu para dejarlo en buenas manos...
— ¿Por qué no vamos los tres? — soltó de repente y mi yo interior empezó a dar saltitos de emoción, pero intenté que eso no se mostrase en mi rostro, aunque seguro que fue en vano, por que él empezó a sonreír aún más abiertamente cuando me miró a la cara de ilusión que había puesto.
— ¡Sí! — Nami, contrólate, no seas estúpida — Esto...digo... ¿a ti te interesan estas cosas?
— No mucho, pero seguro que es mejor si vas con más gente ¿no? Le diré a Draken y podemos organizarlo, tú no te preocupes por él, ya le digo yo.
— Está bien... — aún me preguntaba si de verdad él no se había dado cuenta de que el otro día yo estaba escuchando toda aquella conversación, pero no parecía ser el caso, pues justo acababa de empezar a ponerse insistente con invitar a Draken, igual que este último había hecho días antes, haciendo hincapié en que yo invitase a Inupi.
— Oye Nami, te está sonando el teléfono — me había quedado tan absorta mirándole mientras hablaba, que ni me había dado cuenta de que el teléfono, el cual casi siempre tenía en el modo de vibración, había empezado a retumbar sobre la mesa. Lo miré para comprobar de quien era la llamada y aparté la vista al instante.
— No pasa nada, luego contestaré.
— Nami, contesta al teléfono, yo me voy ya. — dejó una caricia en mi mano y se levantó para dirigirse hacia la puerta, pero antes de salir se giró una última vez hacia mí — Ahora le diré a Draken que has dicho que sí. Y... — cambió el tono con el que me hablaba tras esa pausa — Contesta al teléfono, luego me cuentas si quieres.
Asentí con la cabeza y el salió del local. Sentía cierta emoción a raíz de que él al final sí había venido a decirme eso, a pesar de que, si no lo hubiese hecho, quizá hubiese terminado por invitarle yo misma. Y, en cierto modo, me hacía ilusión que hubiera salido de él y de que, por fin, uno de los planes de Draken empezase a funcionar medianamente bien.
Pero todo eso había desaparecido en el momento en el que me fijé en la procedencia de esa llamada.
— ¿Sí? — me había vuelto a poner nerviosa y mi voz habló de manera ahogada.
— ¿Señorita Uchima?
— Sí, soy yo, dígame.
— Le llamamos del hospital. — noté un sudor frío recorrerme el cuerpo, ellos no llamaban a no ser que fuera algo importante.
— S-sí... dígame.
No sabéis las ganas que tengo de escribir los próximos capítulos jajaj ya veréis por qué en el siguiente ^^
Perdonad por tardar en actualizar, son capítulos larguitos (que no es mi intención hacerlos largos, solo que quiero abarcar siempre todo lo que tengo esquematizado y por el camino se me van ocurriendo más cositas que poner en los capítulos y al final, sí, como siempre, me enrollo...)
Besitos <3
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