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Las veces que Camilo compró una pizza en su vida fueron tantas que para él era un trámite común, algo diario que solía hacer, sin embargo en ésta ocasión en particular él estaba muy nervioso haciendo la fila para ordenar un par de pizzas en su pizzería de confianza, Tito's, las cuales llevaría para almorzar junto a Mariano, el novio de su prima Isabela.
Camilo no sabía exactamente porqué estaba nervioso, o porqué sentía que le cosquilleaban la punta de los pies al pensar en Mariano, pero de lo que sí estaba seguro es de que quería almorzar con Mariano y que era su parte favorita del día.
En la escuela siempre era el desastre que nadie quería cerca, en su casa era el hijo del medio que todos ignoraban a menos que metiera la pata, mientras que con Mariano era él, nada más, y Mariano parecía disfrutar su compañía.
Eso era lo que Camilo esperaba cada mediodía.
Aunque si lo pensaba mucho, era un tanto triste que la única persona que lo hacía feliz fuera el novio de su prima, siendo que Mariano ni siquiera era algo suyo.
Pero no me importa, si Mariano también es feliz conmigo me da igual Isabela. Ella ni siquiera lo trata bien la desgraciada.
No obstante, ningún insulto a Isabela podría callar la culpa en su cabeza. Mejor era concentrarse en la compra de sus pizzas familiares que comerían entre dos y la caminata de diez cuadras hasta el hospital donde almorzaría con Mariano.
A medio camino sonó su teléfono.
─ ¿Aló?─ contestó sin leer el nombre por el sol.
─ ¿Dónde estás?
─ ¿Qué? ¿quién-?
Camilo apartó la bocina de su oreja y se fijó con dificultad en el nombre que decía la pantalla.
"Mamá". Lo que temía.
─ Hola má...
─ ¿Cuál "hola", pendejo?─ exclamó Pepa muy molesta del otro lado de la línea─ Estoy en TU escuela para discutir tus notas y resulta que no estás, ¿te estás escapando de las clases de verano otra vez?
─ ¿Qué? ¡No! ¡Salí a almorzar!─ se excusó Camilo rápidamente─ ¡Fui a comprar unas pizzas!
─ Ah... así que ahora el señorito sale a comprar comida─ sin embargo la mujer parecía dispuesta a pelear─ ¿Porqué no comes en la cafetería como todos los demás? ¿qué hiciste ahora?
Podía llegar a tener razón, él siempre se metía en algún lío, pero justamente ese día no y quería que lo dejara en paz.
─ ¡No hice nada, mujer!─ replicó─ ¡Estoy con unas pizzas en la mano yendona almorzar! ¡sólo quiero comer comida de verdad y no la bazofia de la cafetería!
─ No te creo.
Claro que no pensó un tanto cansado de la actitud de su madre.
Últimamente Pepa no hacía más que echarle gasolina al fuego de su mala relación, y castigarlo si Camilo reaccionaba de la forma obvia que uno esperaría.
Él no entendía qué estaba pasando, pero sólo empeoraba con el correr de los días.
─ Ven aquí, AHORA─ le exigió su madre sin apertura para un "no".
─ ¡Pero-!
─ ¡AHORA!─ tampoco para un "pero" o cualquier método de excusa.
Dios... justo ahora, justo hoy.
En la hora más santa del día para Camilo, a Pepa se le dió por ser una madre.
Al mundo le encanta joderme el culo.
Eran las doce del mediodía en punto y Mariano estaba muy derechito en su sitio con una sonrisa ilusionada en el rostro esperando a Camilo.
No supo exactamente cuánto tiempo estuvo así, pero al cabo de un tiempo comenzó a preocuparse.
Miró su reloj de pulsera, 13:09, Camilo nunca tardaba tanto.
Y por si acaso, le mandó un mensaje.
¿No le llegó? no, el mensaje quedó como enviado mas no recibido, lo que preocupó todavía más a Mariano.
¿Y si le había pasado algo camino allí?, Camilo podía ser muy fiero y atrevido pero aún era un jovencito, un doncel también, y vaya Dios a saber qué podría sucederle a alguien como él.
Tan sólo imaginar las atrocidades (y de las más leves) que le harían a un lindo doncel como Camilo hacía a Mariano estremecerse del miedo.
¡Tengo que ir por él!
De inmediato Mariano salió de su consultorio avisándole a Michelle que lo cubriera, fue a subirse a su Toyota y condujo hasta la preparatoria de Camilo como punto de referencia de su paradero.
─ Disculpe─ preguntó al primer profesor que encontró.
─ ¿Sí? ¿En qué le ayudo?─ contestó el hombre muy amablemente.
─ Busco a Camilo Madrigal.
─ ¿Camilo dice?─ Mariano asintió─ Sí, está en su salón. El A-33.
─ ¡Muchas gracias!─ y corrió a donde recordaba que estaba ese salón.
El A-33 era un salón más grande de lo usual en el ala oeste del edificio C, confuso para muchos y nostálgico para Mariano, siendo tan característico que nadie se olvidaría de él, menos Mariano, ya que cursó varias clases allí como álgebra avanzada e historia francesa.
Y lucía exactamente igual que cuando se graduó de la preparatoria, no había cambiado nada.
Mariano echó un vistazo al interior del salón por las ventanitas de las puertas, dentro habían como cinco docenas de alumnos de verano, y a simple vista no pudo encontrar a Camilo, no obstante él tenía una excelente visión y con dos segundos más que revisó el lugar encontró a Camilo en el fondo del mismo durmiendo sobre sus libros.
Es tan lindo... pensó Mariano por inercia Y me alegra que esté a salvo.
Ya todo estaba bien de nuevo.
─ Señor, ¿qué está haciendo?
Bueno, no todo.
Una voz femenina asaltó a Mariano por detrás preguntando en plan "¿qué carajo hace un sujeto de treinta y tantos viendo para un salón lleno de adolescentes?", y con razón, era de esperarse que alguien cacharía a Mariano y le llamara la atención, él se veía sospechosamente sospechoso.
─ ¡¿Ah?!─ brincó el hombre del susto.
Mariano volteó maldiciéndose por no haber inventado una excusa por si las moscas y se mordió el labio inferior con la esperanza de que aquella mujer le creyera la idiotez que diría a continuación─ Yo... eh... vine a... ¡a v-ver un... amigo, sí!
─ ¿"Amigo"? ¿un alumno?─ indagó ella con una ceja levantada.
Técnicamente Mariano no había mentido, pero le tocaría mentir para zafarse y él odiaba mentir.
─ ¿Qué? Pfff, n-no, claro que no─ dijo en un patético intento de fingir normalidad─ vine a ver al profesor eh...─ Vamos Mariano, piensa, ¡piensa!, un profesor de aquí... ¡cualquiera!─ ¿Ferbes?
Y el muy tarado nombró a su profesor de filosofía de cuando tenía quince años.
─ ¿Xipolito Ferbes?
─ ¡Sí, ese!─ Menos mal lo reconoció.
─ Ay señor... lo lamento─ dijo la mujer con una mano en el corazón─ él... falleció, se murió hace como dos meses. De un soplo en el corazón.
¿Qué?
Mariano se quedó con los ojos bien abiertos clavados en la mujer.
¿Hablaba enserio?
─ El señor Ferbes... ¿murió?─ y la mujer asintió despacio.
No puede ser... pensó soltando el aire que no sabía que estaba reteniendo Él no...
De golpe ya no se sentía tan animado.
─ Sí, de verdad lo lamento... ¿está bien?
Mariano había asistido hacía quince años atrás a la preparatoria que justo ese día decidió visitar, a veces extrañaba aquellos días tranquilos y a sus profesores siendo el profesor Ferbes su favorito aunque no se acordó de él hasta ese momento, y claramente le dolía admitirlo, no obstante lo que más le dolía a Mariano era que siempre postergó visitarlo a causa de su trabajo y ya nunca más podría hacerlo.
El tiempo había pasado antes de que se diera cuenta, e incluso había arrastrado a una persona que quería.
─ ¿Señor?
¿Cómo permitió que eso sucediera?
─ Era mi profesor de filosofía─ susurró─ era el mejor profesor de todos...─ y su voz se quebró.
─ Lo sé...─ dijo la mujer dedicándole una palmada de apoyo en la espalda─ yo también fui su alumna y lo extraño. Aún recuerdo esa película sobre Aristóteles que nos hizo ver en vhs y resultó ser una porno gay.
─ Sí─ sonrió Mariano tristemente─ un amigo mío se la pidió para divertirse en su casa y el profesor se la dio.
─ ¡Sí, Riley! ¡¿Verdad?!─ de un instante para el otro la mujer hablaba emocionada.
─ Eh... sí─ dijo Mariano bastante confundido─ Riley Thomas.
─ Espera─ sonrió ella─ ¡¿Mariano?!
Y el aludido asintió.
─ ¡¿Mariano Guzmán?! ¡Oh por Dios! ¡Hace años no te veo!
Mariano miró a sus costados e hizo un gesto de extrañeza puesto que él simplemente no entendía qué pasaba, la mujer había cambiado de humor muy rápido y él no la recordaba, sin embargo ella sí parecía recordarlo a él y a sus clases de filosofía.
─ ¡Soy yo, California! ¡California Hills!─ exclamó ella.
Así fue un poco más fácil, nadie olvidaría un nombre tan distintivo.
─ ¡California, tanto tiempo!─ la saludó Mariano más contento por recordarla que por ser ella─ No sabía que eras profesora.
─ No lo soy, soy secretaria del director─ y California meneó su largo cabello rubio─ es mucho más sencillo, Mariano.
─ ¡Eso creo!─ se rió él─ ¿y cómo has estado? ¡me enteré que te habías casado! ¿ya tienes hijos?
─ Las noticias vuelan rápido─ la rubia rodó los ojos con una sonrisa de "pobre diablo..." en su hermoso rostro y comenzó a caminar por el pasillo─ No, no, para nada. No me gustan los niños, la verdad nunca me he llevado bien con ellos y bueno, no quise tenerlos, por eso me divorcié, él sí quería hijos, y ahora está con una chica más joven que yo y tienen tres hijos. En realidad, me alegro por él. Él tiene lo que quiere y yo tengo mi figura perfecta.
Vaya, sí que no ha cambiado nada.
Hasta la voz de California era la misma de cuando eran adolescentes.
─ Y tú qué, Mariano─ dijo ella volteándose hacia el aludido siguiéndola─ ¿alguna esposa, novia o algo?, me enteré por ahí que volviste a intentar con Isabela Madrigal.
─ Eh... algo así.
"Intentar" no es la palabra que él hubiera usado a decir verdad, pero podría ser.
Si era honesto, Mariano no tenía ganas de hablar de Isabela, su relación con ella estaba hundiéndose como un bote roto, y tampoco iba a ningún lado, como si no tuviera remos. Encima decir "sí, salgo con Isabela" sería muy pretencioso para lo que realmente tenía con Isabela, pero la peor parte era que haberse enterado de la muerte de su profesor lo hizo darse cuenta que, le gustara estar con Isabela o no, ella era su mejor opción si no quería que la vida se le fuera otra vez.
Una lástima, él creía que estaba listo para terminar con Isabela de una vez por todas.
─ ¿Y qué tal? ¿van a casarse o algo?
Él rezaba al Cielo que no, sin embargo podía esperar cualquier cosa de su madre y de la señora Alma.
─ ¿Tal vez?─ inquirió con el tono de voz más indeciso que nadie hubiera oído jamás─ a ese paso creo que sí me casaré pero no sé. Que sea lo que Dios quiera.
Lamentablemente siempre es lo que Dios quiere.
─ Suena a que hay problemas en el paraíso─ y los había, o algo así─ ¿necesitas darte un descanso?
─ Pues-...─ antes de que Mariano contestara, su estómago respondió por él─ No, creo que necesito comer.
─ ¿Quieres almorzar en la sala de profesores?─ le sugirió California─ aún no tomé mi descanso para almorzar.
─ Está bien, creo que traigo dinero encima─ accedió el otro.
─ ¡Genial!, usemos mis cupones de la cafetería.
─ Okey.
Y sin más opciones puesto que Camilo seguía en clases, Mariano acompañó a su antigua compañera de clases a la sala de profesores y almorzaron juntos.
Después de varias horas interminables (según Camilo), el profesor se calló y les permitió salir a sus alumnos a descansar, y menos mal, ya que Camilo tenía el cerebro fundido y hambre suficiente para bajarse una vaca, pero como no había vacas cerca, Camilo se tuvo que comer las pizzas que había comprado.
Y extrañamente fue la primera vez que Camilo no disfrutó a tope una pizza familiar.
Sabría mejor si la comiera con Mariano se dijo cabizbajo Me pregunto si estará molesto por dejarlo plantado.
Tal vez lo estaba, y si así era Camilo culparía a Pepa por dárselas de madre por primera vez en 15 años justo a la hora más sagrada del día.
No sabía qué se traía su madre, sin embargo Camilo no permitiría que ella le cagara más almuerzos que era lo único bueno de su día, él encontraría la forma de escaparse aunque tuviera que volar la escuela en pedazos.
─ Madrigal─ escuchó el aludido detrás suyo y el profesor de matemáticas le extendía unos papeles─ lleva esto a la sala de profesores por favor y déjalo en el canasto de la supervisora.
─ Sí...─ contestó Camilo que estaba obligado a ayudar.
─ Gracias─ y el profesor continuó corrigiendo.
A paso desganado Camilo atravesó el pasillo tan sólo deteniéndose a husmear la máquina expendedora que nunca tenía el jugo que le gustaba, divisó la puerta abierta de la sala de profesores y entró sin tocar siquiera, total si estaba abierta él podía entrar. Reglas no tacitas de la escuela.
─ Permiso...─ se anunció al entrar─ Vengo a dejar estos papeles─ y soltó el montón de hojas engrapadas en la canasta de la supervisora.
Camilo volteó listo para retirarse y de reojo notó la cabellera rubia inconfundible de la secretaria del director hablando con alguien de espaldas que le resultaba familiar, pero como el día ya había sido muy largo y sólo deseaba encontrarse con Mariano, Camilo pasó de largo.
Ella le dedicó una mirada desinteresada por su presencia y él solamente la ignoró.
─ Como sea, no me interesa─ susurró California volviendo la atención a su charla─ ¿y qué te pareció?, no me mientas, Mariano.
¿"Mariano"?
Los ojos de Camilo se abrieron de par en par.
─ No sé, lindo supongo, aunque el rojo no es un color que me llame mucho la atención. Pero la forma es muy bonita.
¿Q-qué hace aquí?
No tenía sentido que de repente estuviera en su escuela.
─ Vamos, el rojo me quedaría lindo.
Charlando con California.
─ ¡Eso creo!
La mujer que le hacía la vida imposible por mera diversión.
Ella no era el tipo de persona que Mariano frecuentaba; ¿qué estaba pasando?, Camilo simplemente estaba muy confundido.
─ ¿Mariano?
Pero necesitaba una explicación, así que se acercó a la mesa y su voz salió como un hilo tratando de figurar qué hacían su persona favorita y su persona menos favorita charlando amenamente.
─ ¡Milo!─ en cambio Mariano no lucía para nada contrariado o molesto─ te estuve esperando, ¿estás bien?, nunca llegaste al consultorio─ quizás sí un poco preocupado y con razón, Camilo nunca contestó sus mensajes.
─ S-sí, yo... mi mamá me obligó a quedarme─ titubeó el menor en tono bajo─ ¿Qué demonios estás haciendo?─ y directamente saltó a lo que sus ojos no creían.
El si se encontraron o no realmente le chupaba tres bolas a ese punto, Camilo necesitaba preguntar sobre lo que estaba viendo y que le daba náuseas.
─ ¿De qué hablas?─ mientras que Mariano no comprendía a qué se refería el muchachito─ hablando con California, es mi vieja compañera de clases, íbamos juntos a la preparatoria, a ésta en realidad.
─ Vieja no, jamás vieja, Mariano, no llego a los 40, aún soy joven─ y ella meneó su cabellera sonriéndole al mayor.
─ ¡Cierto!─ rió Mariano─ ¿porqué lo dices, Milo?
¿"Porqué"? ¡¿de verdad pregunta "porqué"?!
Camilo ya no sabía qué pensar.
─ ¡¿Que acaso no la conoces ya?!─ exclamó señalando a California─ ¡Es una bruja!
Bueno, para Camilo "bruja" se quedaba corto.
─ Ay, y ya vas a empezar─ respondió ella─ Mejor vete a coquetearle a los alumnos de último año como siempre haces, Madrigal.
California Hills era la razón por la que odiaba la escuela.
─ ¡La única coqueteadora aquí eres tú, facilona!
─ ¡Mentira!
Desde que ingresó a la preparatoria Camilo había tenido feroces roces con la secretaria que siempre lo trataba de hacer quedar mal aunque no fuese su deber en absoluto de tratar con los alumnos, y por eso nadie escuchaba las quejas de Camilo con respecto a ella, total según todos él "necesitaba disciplina". Y en realidad lo que necesitaba era que la despidieran a ella.
─ ¡Bruja! ¡Sólo quieres un hombre al que chuparle el alma!
─ ¡Me tienes envidia, niño!
─ ¡Te tengo asco, eso te tengo!
─ ¡Ah! ¡¿escuchaste eso, Mariano?! ¡Qué falta de respeto!
Esos dos se odiaban fuerte, o al menos eso podía destacar Mariano sentado en medio de los gritos.
─ ¡Facilona!
─ ¡Envidioso!
─ ¡Zorra!
─ ¡Incogible!
Y si no se detenían, a los tres los iban a sacar a patadas de la escuela.
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Próxima actualización: jueves 16/3
Perdón la tardanza, el bloqueo que me cayó no tenía nombre.
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