12 - Precipicio

TW: sucesos y trastornos detonantes para el deterioro de la salud mental.

El resto del martes se sintió eterno para Jean, entre la falta de gente y la tremenda curiosidad que le provocaba saber si la Melissa que habían mencionado sería la misma que él conocía sentía demasiadas ansias porque llegaran las seis y pudiera volver a casa, en compañía de Connie, claro está. El muchacho siempre tenía la amabilidad de llevarlo en el auto viejo que le prestaba su padre. Ese día limpió y cerró todo con la mayor rapidez que hubiera tenido cualquier otro empleado, mientras seguía absorto en sus pensamientos. La verdad es que ni él mismo entendía completamente porqué le importaba tanto, pero el factor de que ella hubiera faltado un día y que de repente cayera sobre sí la noticia del posible detonante de lo que había vivido lo hacía sentir que todo era un especie de señal divina retorcida. A decir verdad, todos en esa sala le importaban, aun cuando no hablaban mucho, el simple hecho de compartir con las personas hechos tan fundamentales como los que todos ahí habían pasado les hacía tomar cierta cercanía.

— ¿Entonces?

— ¿Ah?

— Estás en otro planeta — Connie frenó justo a tiempo en el cambio a rojo del semáforo — te dije que, si quieres venir a una fiesta este fin de semana, si quieres traerte a Marco está cool.

— Ah ya... pues sí. — Jean aún estaba dubitativo por todo el alboroto en su mente — ¿Quiénes van a ir?

— Pues los de siempre, va a ser en casa de la novia de Ymir, te dije a ti y también invité a mi mejor amiga y a su ligue. Y pues tú, Marco y yo.

— ¿No va a haber nada malo verdad? — Connie arqueó una ceja

— ¿Desde cuándo te preocupa que lleven cosas malas?

— No quiero involucrarme con esa mierda. Si hay me da igual, solo no me tomen en cuenta para eso.

— Bueno, lo que tú digas.

...

Al llegar a casa subió corriendo a la habitación de Marco, quien parecía estarlo esperando en una posición bastante tensa con algo de música de fondo en un bocina y una cara de pocos amigos.

— Suelta.

— Jean...

— Ya dime. — Jean se sentó al borde de la cama de su hermano, quedando frente a él — tú sabes que cuando te conté lo del dibujo me dijiste que su nombre te sonaba, pero no me dijiste de dónde. Ahora ya sabes. Dime.

Marco suspiró — Me dijiste que no te gustaba

— ¡No me gusta! Estoy preocupado, de verdad, todos en ese grupo me preocupan. Si fuese el caso de Ymir, Mikasa o Sasha estaría igual de preocupado. — Marco lo miró a los ojos buscando alguna pizca de mentira que pudiera delatar a su hermano, pero no la encontró.

Con algo de pesadez tomó su teléfono del bolsillo de su pantalón, buscó entre algunos archivos dentro de este y deshabilitó la conexión del aparato con la bocina.

— No me preguntes porqué como tengo... muchos en la escuela lo tenían. Marlo me ayudó a conseguirlo con los amigos de Floch y Kenna y ahora le debo algo. No pienses mal de ninguno, son cosas que nosotros no aprobamos y tú lo sabes. Lo estoy haciendo para que puedas salir de dudas.

El pecoso tomó aire y, sin mirar a la pantalla, tocó el botón que iniciaba la reproducción. Pasó el teléfono a Jean, que miró con decepción y coraje el video.

En este se apreciaba la frágil figura de una chica, acompañada de sonidos que de ninguna manera podían considerarse placenteros. Era bastante corto, duraba apenas unos dos minutos, pero durante periodos prolongados la cámara enfocaba a la cara de tormento de la chica, con los ojos verdes que a pesar de la baja calidad del video se notaban hinchados y mojados de lágrimas, su cabello era un poco más corto, pero el color era el mismo, y era la primera vez que la veía despojada de sus gafas.

Sintió ganas de vomitar.

...

Ese miércoles no se tenía prevista su visita, sin embargo, había aceptado recibirla debido al carácter urgente que Diana y Joseph habían enfatizado en su mensaje. Eso, sumado a su ausencia en la reunión de la semana hicieron que Hange se preocupara por el bienestar de la que era su paciente.

Una vez que la vio entrar al consultorio notó fácilmente las grandes y oscuras bolsas bajo sus ojos, así como la postura cerrada que mantenía con los brazos cruzados. La muchacha se sentó en el sillón frente al suyo.

— Hola, Melissa, ¿cómo estás? ¿por qué no estuviste con nosotros el jueves?

— Tenía fiebre

— Vale... — Hange escribió una nota en su cuaderno — ¿Y cómo estás? Tus padres me dijeron que necesitabas verme.

— Sí... sobre eso, ya no quiero continuar en el grupo.

La cara de Hange era la misma, inmutable. Aunque para ser realista, ya esperaba que Melissa le dijera eso.

— Vaya, ¿por qué? ¿hay alguna razón por la que tomaste esa decisión?

— Solo... no sé, creo que no estoy lista para hacer todo lo que usted me pide. — Hange la miró de forma interrogante, esperando respuesta — ya sabe... no puedo confiar en las personas. No puedo. Lo intenté y definitivamente no puedo.

— ¿Por qué?

— Pues, no sé, supongo que solo no nace de mí.

— ¿Hay alguna razón? ¿siempre has sido así? — La pelirroja negó — bien, entonces, ¿has confiado en alguien antes?

— Pues... mi mamá, mi papá.

— ¿Solo ellos? ¿Algún amigo, amiga? ¿novio?

Los ojos de la muchacha comenzaron a cristalizarse, su postura cambió, descruzando los brazos y acomodando sus manos en sus rodillas — Siempre fui muy solitaria, desde niña, no por ninguna razón en especial, solo... disfrutaba más estando sola. Tenía algunas conocidas, y me invitaban a fiestas, reuniones y usted sabe, cosas de adolescentes, lo normal. Pero sí tuve un amigo. Se llamaba... bueno, se llama Kenna.

— ¿Siguen siendo amigos? — la muchacha negó con la cabeza — ¿por qué?

— Ah... — la voz comenzaba a salirle con algo de temblor — éramos muy unidos. Estuvimos juntos en la preparatoria, y yo, bueno... me enamoré de Kenna. Nunca nadie me había gustado antes de él.

El rostro de la chica, lejos de denotar nostalgia era una muestra clara de tristeza. Hange la miraba con atención, haciéndola sentir escuchada sinceramente.

— Entonces, ¿fueron novios?

— No. — soltó ella de tajo — éramos amigos... aunque fue mi primer beso. — su voz cambió tornándose temblorosa — Yo, ah... sí. Él... Él fue...

La tristeza en su garganta dejó de contenerse y explotó en un llanto doloroso, lleno de sollozos, de ira contenida y ciertos toques de miedo. Hange, silenciosamente, acercó a ella una cajita de pañuelos, que ella tomó para limpiar su nariz y sus ojos mientras aún lloraba.

Habló aun sin parar su llanto — Kenna es la persona que más daño me ha hecho — limpió su nariz nuevamente — lo odio. De verdad lo odio. Me dañó, me lastimó, y yo nunca le hice nada. No sé qué hice para merecer que él me hiciera eso.

La mujer la miró extrañada, y esperó a que Melissa se calmara un poco más para poder hacer la pregunta definitiva.

— ¿Qué te hizo Kenna, Melissa?

...

A veces cuando se necesitaban hacer algunas contenciones debido a los temas fuertes que brindaban los pacientes, se necesitaba mucho más que los escasos cincuenta minutos que por protocolo se tenían establecidos. Ese día, ese era el caso.

Hange no esperaba que el caso fuera tan pesado, sabía que tenía entre manos un algo fuerte desde el primer día que vio a la muchacha cruzar la puerta, con su mira evasiva y las palabras sacadas de si casi a la fuerza, pero ahora que estaba inundada en el contexto, muchas cosas dentro de la situación se habían esclarecido.

— Solo quiero que sea cual sea tu decisión, aprendas a asimilar que nada de lo que ocurrió con Kenna es culpa tuya. Y aun si decides no regresar, me gustaría que siguieras viniendo aquí, aunque sea conmigo, y que sanemos todas esas heridas. Que seas capaz de hablarlo y no te avergüences de lo que te pasó, porque nada es culpa tuya.

La muchacha se levantó del sillón, dispuesta a salir. Una vez en la puerta y en compañía de Hange respiró hondo.

— Nos vemos mañana, Hange.

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