Parte 3

Zack jamás imaginó que aceptar ser el tutor de Andrew fuera tan exasperante. Bale sabía que el humano no tenía la culpa de que él estuviera tan acostumbrado a estar solo. Tampoco que no le agradara pasar mucho tiempo con un humano/mortal. Pero no había podido decir no al pedido de su padre.

Su mejor amigo, como se hacía llamar Andrew, se percató de que ya estaban cerca. Hasta sus oídos llegaron los gritos de las chicas que estaban afuera. La limusina fue disminuyendo de velocidad. Escuchaban los golpes de las chicas que querían verlo. Su fama, fortuna y atractivo eran una mezcla que derretía a todas.

Bufó molesto por lo aburrido que sería todo, estaba acostumbrado a que lo acosaran desde que había salido en una revista sensacionalista después de tener una breve relación con una conocida actriz francesa. Su apellido había ayudado a que los periodistas pudieran indagar mejor su vida y, así saber casi con exactitud la cantidad de dinero que ganaba por año. Esto lo había hecho blanco de muchas oportunistas sin importar el país en el que se encontrara.

Más de una vez había tomado sangre de sus seguidoras y no se arrepentía. Si aquellas mujeres se pasaban averiguando el lugar donde aparecería para seguirlo con sus tontos carteles con frases de amor, entonces debía ser que no realizaban ninguna tarea productiva y por ende, no valían nada.

—Llegamos —le avisó su amigo.

Zack bufó de nuevo. Detestaba que lo obligaran a hacer cosas estúpidas.

—Levanta ese ánimo —trató de animarlo—y recuerda no saltar encima si ves que alguien tiene una bolsa de sangre.

—He vivido mucho tiempo sin que me estés molestando Andrew, puedo sobrevivir una noche. Solo encárgate de conseguir mi sangre.

—Está bien.

El restaurante era un pedazo de paraíso. En el ambiente fluía el suave sonido de un piano y un violín. Una pareja acostumbraba tocar en vivo todas las noches en ese lugar.

—La cena está excelente —comentó Tricia sonriendo a su novio.

Derek Blanco era un hombre de veintisiete años, de cabello negro corto, ojos de color verde oscuro. Tenía los rasgos característicos de los Blanco: tez blanca, mandíbula cuadrada y nariz fina. Él era el heredero de una familia muy adinerada que tenía negocios en el exterior. Estaba vestido con una camisa celeste y un traje negro, sin corbata. Era alto y atlético, al igual que su novia.

—Y el vino no está nada mal —dijo Siro mirando fijamente a Ivonne.

El hombre tenía los ojos azul cielo y el cabello rubio. Sus facciones eran casi tan finas como las de Ivonne.

A Raya le parecía divertida la escena. Ivonne y Siro no disimulaban su mutuo interés. Parecía que estaban en un mundo aparte. Charlaban y reían entre ellos como si estuvieran solos en el lugar. Tricia y Derek no se quedaban atrás. Ella tenía su mano izquierda entrelazada con la mano derecha de su novio. Ambos comían con sus manos libres como si fuera lo más normal del mundo.

Andraya era la encargada de que la conversación se mantuviera fluida e interesante. Era su don especial. Inclusive podía entablar conversación con un desconocido y mantenerlo entretenido por largo tiempo.

Después del postre, los demás decidieron ir a bailar. Andraya los acompañó con un plan en mente: iba a escaparse una vez que todos estuvieran concentrados en el baile. Permaneció sentada cerca de la barra de bebidas. Le disgustaba que se acercaran a invitarla a bailar. Esa noche en particular no tenía ganas para coquetear con nadie.

Se había dado cuenta de que un hombre pelirrojo no paraba de mirarla y ya sabía lo que seguía. Iba a acercarse y preguntarle si quería bailar con él con alguna frase trillada o algún chiste sin gracia.

Decidió irse lo más pronto posible. No pudo tomar un taxi porque no había ni una parada por los alrededores y su teléfono celular estaba sin batería. Si caminaba cinco cuadras al sur podría irse en autobus hasta la parada que estaba a unas cuadras de su edificio.

Los tacones siempre pasan factura, recordó su alter ego.

Respiró hondo antes de seguir caminando, ya que sus pies comenzaban a sentirse algo adoloridos.

Bajó de la limusina y se vio atacado por los flashes verdes de las cámaras de los periodistas. Dos canales nacionales de televisión transmitían en vivo todos sus pasos. Los gritos de las chicas lo molestaban, su súper oído estaba sobrecargado. Caminó tranquilamente hacia la entrada del hospital gracias a que sus guardias realizaron una cadena humana a su alrededor, evitando que sus fanáticas se acercaran lo suficiente para tocarlo. El chico rubio caminaba a su lado murmurando el plan a desarrollar esa noche. Tenían todo un esquema estructurado. Si todo salía bien muy pronto iba a estar libre y saldría a buscar un poco de sangre, de preferencia humana. No entendía la necesidad de tanta iluminación. La situación se le antojaba insoportable. Quizá acabaría con todos en el hospital en un milisegundo.

Los pasos de Andraya se aceleraron. Nunca había sido paranoica pero estaba segura de que sentía la presencia de alguien más siguiéndola. Si no se equivocaba, la seguían desde hacía diez minutos. Su sexto sentido estaba al máximo. No tenía nada para defenderse, solo su pequeño bolso.

No pudo evitar voltear, suspiró aliviada al ver que no había nadie. Las calles seguían desiertas como al principio, pero la sensación de ser una presa asechada por un depredador no se había terminado.

Al pasar al lado de un callejón, sintió como alguien la estiraba para adentro. Gritó del susto. Vio como un hombre desconocido se le acercaba. Lo pateó en la entrepierna y corrió.

Gran error... se adentró más al callejón sin salida y el hombre no tardó mucho en alcanzarla.

—Vamos nena, solo quiero tus servicios.

—No, por favor —le rogó con lágrimas en los ojos. Prefería morir antes de entregarle lo que quería a ese desconocido. Más bien, antes de que él le arrebatara algo importante para casi todas las mujeres.

—Solo será un momento —le dijo el asqueroso hombre.

—No voy a dejar que me toque —le advirtió.

—No lo hagas más difícil o será peor para ti.

Pudo divisar que tenía una navaja en su mano. Se asustó aún más. Sus labios temblaban.

Sintió una oleada de adrenalina que arrasó con el miedo que sentía.

Siguió su camino solo. Andrew tenía que estar pendiente desde otro punto. La enfermera le indicó que entrara en una de las habitaciones. En la puerta estaba escrito: "Donaciones de sangre".

Se sentó en una silla acolchonada con reposera larga.

—Sr. Bale, me alegra su iniciativa para esta campaña para promover las donaciones. En verdad que estamos muy agradecidos, mucha gente podrá salvarse —le dijo la enfermera.

Era una chica rubia de una coleta, ojos verde oscuro y tez blanca. Su gafete decía: Thalia.

Normalmente los instrumentos utilizados en un hospital no podían hacerle daño y muchos menos servían para extraerle sangre a un inmortal. Afortunadamente en ese hospital tenía la ayuda de la novia de su hermano, quien había colaborado para que nadie sospechara que Zack no era un hombre común y corriente. Ella se había encargado de cambiar las herramientas habituales por otras que podrían utilizarse para un inmortal. Thalia ni siquiera se daría cuenta de que estaba al lado de un hombre que no era humano. Miraba molesto como su sangre salía de su cuerpo para dirigirse por un conducto transparente a una bolsa especial que contenía la sangre.

No le dolía pero le molestaba, sentía un hormigueo que le recorría el cuerpo. Para su suerte, su sangre parecía normal, como la de los mortales.

Además de Thalia, en la habitación estaban un camarógrafo y un reportero que transmitía en vivo todo el proceso de su donación. Andrew había hecho un trato con una cadena de televisión que beneficiaría enormemente a la propaganda de HBale. De no ser por esto, Zack no habría soportado todo aquel circo.

No recordaba cómo había empezado el forcejeo por quién se quedaba con la navaja. No quería lastimarse. Pero fue inevitable. De sus dedos comenzaba a salir sangre debido a las  heridas que le escocían, ya que en su primer intento por salvarse había tomado el objeto contundente por la parte afilada.

Sus manos no pudieron evitar que el hombre ganara. Sintió el metal contra su tórax. Nunca pensó que su miedo podría nublar el dolor de la puñalada. Luego escuchó como el hombre huía de allí. Sonrió al ver que se quedaba sola. Bajó su vista hasta donde estaba la navaja. Su vestido blanco estaba manchado de sangre. Lo iba a tener que tirar, ya no le serviría. Sintió una horrible presión en el pecho y la sangre en su boca. El aire empezó a faltarle y todo empezó a dar vueltas.

Escuchó un grito de auxilio, pero no había nadie cerca ¿Había sido ella? La única cosa estable era el suelo, así que se tumbó. Sus ojos estaban abiertos, mirando al cielo. Sabía que sería la última vez que lo vería. Las estrellas parecieron brillar entre las nubes. Intentó hablar pero su súplica pareció un tenue murmullo que nadie podría escuchar.

No quería estar ahí. Quería que terminase. Quería tener a alguien importante en quien pensar. Algo porqué aferrarse a la dolorosa vida.

Un charco de sangre se había formado a su lado. La navaja había caído al suelo. Intentó apretar la herida pero no sirvió de nada. No tenía fuerzas y seguía despierta.

Escuchó unas voces cerca. No estaba segura de si era su imaginación o si de verdad había personas en los alrededores.

Sus ojos se cerraron involuntariamente. Lo último que escuchó fue el aturdidor y lejano sonido de una ambulancia.

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