𝐃 𝐈 𝐄 𝐂 𝐈 𝐒 𝐈 𝐄 𝐓 𝐄
Veintisiete de julio 2019
Lugar desconocido
Tu cuerpo no es tuyo. Tu vida no es tuya. Ni siquiera tienes un nombre. No eres una persona, eres una presa. Eres comida. Eres un juguete de usar y tirar. Comerás lo que te sirvan y harás lo que se te ordene. Lo que hagan sobre ti es un regalo y debes mantenerlo así. Si estás dañado, te matarán y después se comerán tus tejidos y usarán tus huesos para alimentar a los buitres.
Eran cosas que le había dicho Minho, entre otras. Por ello recibió un castigo al querer ayudar a Felix, de quien, por cierto, no sabe nada. En realidad no sabe nada de lo que está pasando fuera, ni siquiera nota si es de día o de noche. Ya ha perdido la cuenta de los días que lleva atado a esa cama.
No ha comido ni bebido nada, su cuerpo le duele tanto que prefiere estar muerto a soportar tal dolor. Ya no le queda tan solo una pizca de dignidad. La perdió cuando no retuvo la orina y acabó haciendo sus necesidades sobre el colchón, a pesar de haber suplicado a gritos que no aguantaba más.
Su estómago ruega por comida, le duele tanto que ese dolor se ha trasladado al pecho y casi no puede respirar. No siente los brazos y no tiene movilidad en las manos. De vez en cuando escucha las gotas de sangre de las heridas de sus muñecas caer a un lado de su cabeza. Tiene frío y es porque está completamente desnudo.
Los fluidos corporales que Minho dejó en su parte íntima y muslos le incomoda demasiado. Solo ruega por un poco de comida, agua y aseo.
Pero ya no es capaz de articular palabra de lo débil que se encuentra.
Le pareció un milagro cuando, al fin, la puerta se abrió y Minho entró por ella. Sería capaz de admitir que aprendió la lección con tal de que lo suelte de una vez.
El peli morado avanzó hacia él, parándose a un lado de la cama y viendo el menudo cuerpo. Soltó una risa nasal.
— Te has orinado encima —afirmó mientras sonreía. ¿Acaso le causaba diversión?
— Suéltame —susurró con la voz ronca, la garganta seca.
— ¿Cómo dices?
— Por favor.
— Zorrito... ¿qué te dije? Soy yo el que da órdenes aquí.
Jeongin siente una lágrima caer por su sien, llevándose restos de sudor y sangre con ella.
— Eres tan débil... mírate, eres una hermosura, ¿por qué no te encontré antes? —se relamió los labios— Eres una joyita, un lindo zorro. ¿Tienes hambre?
Jeongin asintió sin dudarlo dos veces. Más Minho no venía con intenciones de hacer las paces y proporcionarle sus necesidades básicas. Quizá el menor debería tener un poco la mente sucia.
Minho sonrió. Seguidamente, fue quitándose el cinturón, le siguió la camisa y, por último, los pantalones junto a la ropa interior.
Jeongin tenía la boca abierta, queriendo gritar, pero nada salía de sus labios. Tenía tanto dolor que no podía hacer una cosa mínima como gritar, llorar u oponerse. Se sentía desfallecer con cada latido.
Lee se masturbó un poco antes de posarse encima del menor y besar sus labios sin llegar a ser correspondido. Bajó por la mandíbula y la clavícula mientras simulaba embestidas contra las partes íntimas de Jeongin.
Se concentró en un punto en el techo intentando pensar en otra cosa, se concentró en el dolor de su cuerpo. Pero aquello también fue un error, ya que cuando Minho comenzó a arremeter en su interior, las heridas volviéndose a abrir y destrozándose por dentro, el dolor se intensificó a tal punto que perdió el conocimiento.
Minho lo notó y siguió follándose a Jeongin hasta que llegó al orgasmo. Su pequeño era tan diferente a los demás, tan testarudo y desobediente, tan bonito incluso con un rostro similar al de un cadáver, que por alguna razón sentía que su corazón se había obsesionado con el menor desde el primer día en el que lo vio. Minho juraba que no podría haber otro como él, que Jeongin sería su presa definitiva.
Se vistió disfrutando de la vista de Jeongin inconsciente y lleno de suciedad. Caminó hacia la puerta y, antes de salir, dijo:
— Veo que ya vas entendiendo como van las cosas aquí, zorrito.
Que la historia no tenga portada como tal me pone nerviosa :(
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