:: 𝐎𝐑𝐈𝐆𝐄𝐍, 𝐑𝐄𝐂𝐔𝐄𝐑𝐃𝐎𝐒 𝐘 𝐂𝐈𝐂𝐀𝐓𝐑𝐈𝐂𝐄𝐒.


La infancia de Lando Norris no fue como la de cualquier otro niño. Creció en Bristol, Inglaterra, en una familia que lo apoyaba incondicionalmente, pero también en un entorno que demandaba excelencia. Desde el principio, la velocidad fue una constante en su vida, ya fuera en los coches a control remoto que manejaba en el jardín de su casa o en las bicicletas que usaba para recorrer los senderos cercanos.

Era el segundo de cuatro hermanos, y aunque nunca le faltó cariño, había algo en Lando que lo hacía destacar. Su padre, Adam Norris, un exitoso empresario, veía en él una determinación que no era común para un niño de su edad. Su madre, Cisca, siempre le recordaba que los logros debían venir acompañados de humildad. Esa dualidad de apoyo y lecciones constantes moldeó el carácter de Lando desde muy joven.Lando tenía apenas siete años cuando su vida cambió para siempre. Fue durante una tarde cualquiera, mientras su padre lo llevó a un circuito de karting local. El ruido de los motores y el olor a gasolina parecían despertar algo en él. Cuando se sentó por primera vez en un kart, apenas alcanzaba los pedales, pero la sonrisa en su rostro decía todo lo que las palabras no podían.

—¿Te gusta? —le preguntó Adam, inclinándose hacia él.

—Papá, quiero ir rápido. Muy rápido —respondió con una determinación inusual para un niño tan pequeño.

Ese día, Lando comenzó un camino que eventualmente lo llevaría a ser uno de los pilotos más jóvenes y prometedores en la Fórmula 1. Pero entonces, todo era simple: la emoción de la velocidad, la competencia en su forma más pura, y el sueño de ir cada vez más rápido.

El mundo del karting no era fácil, ni barato. Su padre decidió apoyar a Lando completamente, pero dejó claro que cualquier esfuerzo tendría que venir acompañado de trabajo duro. "No importa lo bueno que seas, siempre hay alguien mejor que tú trabajando más duro", le decía constantemente.

Lando comenzó a competir en campeonatos locales, y rápidamente su talento se hizo evidente. Su técnica era natural, su control del volante instintivo. Pero eso no significaba que todo fuera fácil. Los fines de semana en los circuitos significaban largas horas de práctica, ajustes constantes a los karts, y ocasionales fracasos que le enseñaron tanto como las victorias.

—¿Por qué siempre me adelantan en las curvas, papá? —preguntó un día después de una carrera en la que había terminado cuarto.

—Porque estás pensando en la velocidad, no en la estrategia. Aprende a anticiparte. El que domina las curvas, domina la carrera —le respondió Adam con paciencia.

A partir de entonces, Lando comenzó a estudiar no solo cómo ir rápido, sino cómo ser inteligente en la pista. La combinación de su velocidad natural y una mente estratégica fue lo que comenzó a diferenciarlo de los demás.

Aunque las carreras ocupaban una gran parte de su vida, Lando todavía era un niño que iba a la escuela, hacía deberes y jugaba con sus amigos. Sin embargo, equilibrar ambas cosas no siempre fue fácil. Hubo días en los que llegaba tarde a clase después de un fin de semana de carreras, o noches en las que se quedaba dormido haciendo deberes después de pasar horas en el taller con su padre.

En el colegio, no era particularmente popular, pero tampoco se sentía aislado. Los niños sabían que corría karts y a menudo le pedían historias sobre las competiciones. Sin embargo, pocos entendían realmente lo que significaba dedicar su vida a algo desde tan joven.

Hubo momentos en los que Lando se sentía diferente, como si su mundo estuviera desconectado del de los demás niños. Mientras sus compañeros hablaban de videojuegos y deportes escolares, él pensaba en cómo ajustar las presiones de los neumáticos o en la trazada perfecta para la próxima curva.

A los diez años, Lando ganó su primer campeonato nacional de karting. Fue un momento decisivo, no solo por el trofeo, sino por lo que representaba: una validación de que todo el esfuerzo y los sacrificios valían la pena.

Después de la ceremonia, mientras sostenía el trofeo con manos temblorosas, su padre se inclinó hacia él.

—Esto es solo el comienzo, hijo. Ahora es cuando empieza lo difícil.

Y tenía razón. Con cada victoria venían más expectativas, más competencia, y más presión. Pero Lando nunca se dejó intimidar. Si algo lo definía, era su capacidad de convertir los retos en motivación.

Aunque su carrera en el karting era intensa, Lando siempre encontraba tiempo para su familia. Sus hermanos eran su mayor apoyo, y muchas veces lo acompañaban a las carreras, animándolo desde las gradas. Su madre, siempre práctica, se encargaba de que no olvidara que, al final del día, seguía siendo un niño.

—Recuerda, Lando, no importa cuánto ganes. Lo que importa es quién eres fuera de la pista —le decía cada vez que salía de casa para una competición.

Esa lección se quedó con él, incluso en los momentos más duros.

A los doce años, Lando tuvo la oportunidad de competir a nivel internacional. Fue un salto enorme, pero también una confirmación de que estaba destinado a cosas grandes. En uno de esos viajes, mientras observaba los monoplazas de Fórmula 1 en televisión, hizo una promesa en silencio: un día estaría ahí, con ellos.

Y aunque el camino sería largo y lleno de desafíos, Lando sabía que estaba listo para enfrentarlo. Su infancia no fue común, pero cada sacrificio, cada victoria y cada lección lo prepararon para convertirse en el piloto que sería en el futuro.




El cielo estaba gris y pesado en el circuito de karts de Clay Pigeon, uno de los primeros lugares donde Lando comenzó a sentir el verdadero peso de su pasión por las carreras. Tenía solo 10 años, pero ya sabía que quería ser el mejor. No era un niño cualquiera; mientras otros competían por diversión, él llevaba una presión autoimpuesta que pocos a su edad habrían entendido. Ese día, sin embargo, se enfrentaba a algo con lo que no sabía lidiar: el fracaso.

Desde la mañana, nada había salido como esperaba. En los entrenamientos libres, el kart no respondía como debería. Cada vez que intentaba frenar más tarde en las curvas o acelerar un poco antes, el pequeño vehículo parecía desafiarlo, deslizándose fuera de las líneas ideales o perdiendo velocidad en los giros. Había visto cómo otros chicos, a los que siempre superaba con facilidad, se acercaban a sus tiempos, y eso lo ponía aún más tenso.

La pista estaba húmeda por la lluvia ligera que había caído la noche anterior. Aunque el equipo había ajustado los neumáticos, Lando sentía que no podía confiar del todo en el agarre. "Tienes que adaptarte, Lando. No puedes controlarlo todo", le había dicho su padre antes de la sesión clasificatoria. Pero esas palabras parecían eco vacío mientras ajustaba su casco y miraba al horizonte, donde las nubes prometían más lluvia.

El rugido de los motores llenó el aire cuando la sesión clasificatoria comenzó. Lando salió del pit lane con un propósito: demostrar que era mejor que los demás, que podía superar cualquier obstáculo. Sin embargo, la realidad fue muy diferente.

En la tercera vuelta, tratando de forzar el límite en una curva cerrada, las ruedas traseras de su kart perdieron adherencia, y salió despedido hacia la grava. El sonido de las piedras golpeando el chasis se mezcló con los gritos ahogados de frustración que lanzó dentro de su casco. Su corazón latía con fuerza mientras levantaba una mano para señalar a los comisarios que necesitaba ayuda para volver a la pista. Sabía que cada segundo perdido lo alejaba de una buena posición.

Cuando finalmente regresó al paddock, con el tiempo suficiente solo para clasificar en mitad de la parrilla, se quitó el casco de un tirón y lanzó los guantes al suelo. Su cabello rubio estaba empapado de sudor, y los ojos azules que solían brillar con entusiasmo ahora estaban llenos de rabia y frustración.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Adam, su padre, acercándose con calma.

—¡Todo ha salido mal! —gritó Lando, casi al borde de las lágrimas—. El kart no va bien, la pista está horrible... ¡No puedo hacer nada como quiero!

Adam suspiró, agachándose para ponerse a la altura de su hijo. Le colocó una mano firme en el hombro, pero su expresión era tranquila, sin rastro de decepción.

—Lando, escúchame. Tienes que aprender que no siempre puedes controlar todo. A veces, el kart no estará perfecto. A veces, la pista será difícil. Pero lo que importa es cómo manejas eso, cómo sigues adelante.

—¡No lo entiendes! —replicó Lando, apartando la mirada—. Siempre estoy intentándolo, y cuando fallo, parece que nada importa.

Adam no respondió de inmediato. Dejó que su hijo respirara, que se calmara un poco. Luego, con una voz suave pero firme, dijo:

—Hijo, ser un buen piloto no significa ganar siempre. Significa aprender a perder, a levantarte cuando las cosas no salen como quieres. Hoy no es tu día, pero eso no significa que mañana no pueda serlo.

La carrera llegó más rápido de lo que esperaba. Aunque aún se sentía decepcionado por su clasificación, Lando sabía que no podía quedarse atrapado en su frustración. Mientras ajustaba sus guantes y se subía al kart, recordó las palabras de su padre. No estaba convencido de que fueran suficientes, pero algo en su interior lo empujó a intentarlo una vez más.

Desde la salida, la carrera fue una montaña rusa de emociones. Perdió posiciones en la primera curva, pero poco a poco empezó a recuperar terreno. La pista seguía resbaladiza, pero en lugar de luchar contra el kart, trató de trabajar con él. Ajustó su estilo, frenó más suave y aceleró con cuidado. En la última vuelta, logró adelantar a dos pilotos en una maniobra audaz en la curva final. Cruzó la meta en quinto lugar, lejos de su habitual podio, pero con una sensación diferente.

Cuando volvió al paddock, Adam estaba allí, esperándolo con una sonrisa.

—Eso fue impresionante, Lando. No porque hayas terminado quinto, sino porque no te rendiste.

Lando asintió, aunque no estaba completamente satisfecho. Mientras guardaba su casco, algo en las palabras de su padre resonó en él. Esa carrera no se trataba de ganar un trofeo, sino de aprender una lección que llevaría consigo toda su vida: en las carreras, como en la vida, los días difíciles eran los que definían a un verdadero campeón.



6 años después...

Era un día cualquiera en Milton Keynes, un día frío y gris. Lando, con tan solo 16 años, corría con la misma pasión con la que respiraba, el viento chocando contra su rostro mientras las ruedas del kart giraban con una precisión que solo él parecía entender. La pista, aunque pequeña, había sido su hogar desde que tenía memoria. Era su lugar de escape, donde todo lo demás desaparecía, donde las presiones del mundo no podían alcanzarlo.

En aquellos tiempos, Lando no era el nombre conocido que es ahora. No había ni una pizca de fama, solo un chico con sueños grandes y un talento natural para las carreras. Su vida estaba marcada por los entrenamientos interminables, las discusiones con su padre sobre la dirección de su carrera y los días en los que se sentía más cansado de lo que podía imaginar, pero no podía parar. No podía.

—¡Vamos, Lando! ¡Un poco más de fuerza en las curvas! —gritaba su entrenador, Dave, mientras Lando pasaba una vez más por la recta. Dave no era precisamente cariñoso, pero sabía cómo sacar lo mejor de él.

Aquel día no era diferente, o eso pensaba Lando. Pero al llegar a la zona de boxes, algo en el ambiente cambió. Su padre, Adam Norris, estaba ahí, mirando la pista desde la distancia. Lando había aprendido a leer a su padre con el tiempo, y en su rostro notó algo que no esperaba ver: decepción.

Lando intentó ignorarlo, concentrándose en la siguiente tanda de pruebas. Pero las palabras de su padre no dejaban de resonar en su mente, como un eco persistente. "Si quieres llegar lejos, tienes que ser el mejor. Si no, no importa lo que hagas, no llegarás a ningún lado." Lando no quería defraudarlo, pero a veces sentía que las expectativas eran más altas de lo que podía alcanzar.

Una vez terminó la jornada de entrenamientos, se acercó al coche de su padre, sin saber muy bien qué decir.

—Papá —empezó, con un tono bajo—, ¿estás bien?

Adam no respondió de inmediato. Miró a Lando con una mezcla de frustración y cansancio, como si estuviera evaluando si valía la pena hablar.

—No es suficiente —respondió finalmente—. No estás dando lo mejor de ti.

Lando frunció el ceño, sintiendo cómo el peso de esas palabras lo aplastaba. Intentó defenderse, aunque sabía que las excusas no cambiarían la opinión de su padre.

—He estado entrenando todo el día. Y si sigo así, llegaré allí, lo sabes.

Adam se cruzó de brazos, mirando a su hijo con una intensidad que solo un padre preocupado puede mostrar.

—El problema es que te conformas con llegar, Lando. No es suficiente con estar ahí. Tienes que ser el mejor. Y si no tienes eso en mente, entonces mejor que te olvides de esto.

Lando no pudo evitar sentir una punzada en el pecho, pero en lugar de responder con ira o frustración, optó por callarse. No quería pelear, no quería arruinar todo lo que había trabajado hasta ese momento. Sin embargo, por dentro, todo parecía desmoronarse. Sabía que su padre esperaba lo mejor, pero también sabía que su mejor a veces no era suficiente. Y eso lo asustaba.

A lo largo de los siguientes meses, Lando se volcó aún más en el karting, entrenando sin descanso. Comenzó a ganar más carreras, a destacar frente a otros jóvenes pilotos. Pero a medida que lo hacía, algo en él cambiaba. Se volvía más introvertido, más serio. El chico que una vez se sentó en su kart con una sonrisa y la emoción de un niño que lo disfrutaba todo, ahora se veía atrapado por la presión, por las expectativas de su padre y de él mismo. El karting ya no era solo diversión, era una carga.

Una tarde, mientras repasaba las estadísticas de una reciente carrera en su teléfono, sintió una leve vibración en el bolsillo. Era un mensaje de su madre, Cisca.

"Lando, ¿todo bien? Te he visto preocupado últimamente. Quiero que sepas que no importa lo que pase, para nosotros siempre serás nuestro campeón."

Lando sonrió levemente, pero algo dentro de él se rompió. Siempre había contado con el apoyo de su madre, pero no podía evitar sentirse atrapado en la constante lucha por la perfección. Sus ojos se desvíaron hacia la ventana de la cocina, donde vio a su padre de pie, mirando al horizonte como si todo dependiera de ese instante. Algo dentro de Lando se rebeló en ese momento, algo que nunca había expresado en voz alta.

¿Y si no quiero ser el mejor?

Lo pensó por un momento, sintiendo cómo las palabras retumbaban en su mente. Era un pensamiento aterrador. Si no cumplía con las expectativas, si no alcanzaba la cima, ¿quién sería él?

Al día siguiente, Lando se presentó en el circuito con una determinación diferente. No porque quisiera desobedecer a su padre, sino porque se dio cuenta de que lo que realmente quería era disfrutar de aquello. Quería ganar, claro, pero también quería recordar por qué comenzó todo esto: por la pasión, por el amor al karting, por la emoción que le daba acelerar y sentir el control total sobre el volante.

Esa tarde, después de una carrera difícil, Lando se encontró con sus amigos, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz. No había ganado, pero se dio cuenta de que no siempre se trataba de eso. A veces, lo más importante era recordar lo que te hacía sentir libre.

Pero algo en su interior, reclamaba ser el mejor de todos.

A medida que avanzaba, Lando se trasladó a competiciones más serias. En 2014, comenzó a competir en monoplazas, específicamente en la Eurocopa de la Fórmula Renault 2.0, donde continuó demostrando su habilidad para gestionar la presión y mantener una constancia impresionante en cada carrera. Durante esta etapa, fue muy notorio su dominio y capacidad para obtener podios. Esta temporada fue clave para demostrar que no solo era un piloto talentoso en karting, sino que también tenía lo necesario para sobresalir en el mundo de los monoplazas.

En 2015, Lando Norris se unió a la serie Eurocopa de la Fórmula Renault 2.0. Su temporada fue una de las más destacadas, ganando el campeonato con una impresionante cantidad de victorias y consistencia, lo que aumentó aún más su perfil en el mundo del automovilismo. Este éxito lo llevó a obtener el reconocimiento de las grandes escuderías y la atención de los medios de comunicación.

Lando continuó su ascenso en las categorías más altas, y en 2017 debutó en la Fórmula 3 Europea con el equipo Carlin, donde de nuevo demostró su capacidad al obtener victorias, podiums y luchando por el campeonato. Esta temporada consolidó aún más su lugar entre los pilotos más prometedores, a pesar de la feroz competencia.

A mediados de 2017, McLaren lo fichó como parte de su programa de jóvenes pilotos. Aunque aún no estaba en la Fórmula 1, Lando había comenzado a formar parte del equipo de pruebas y desarrollo de McLaren, participando en varios días de pruebas y demostrando su potencial. Durante este tiempo, el equipo comenzó a ver el verdadero talento de Lando y su capacidad para adaptarse rápidamente a los monoplazas de F1, algo que sería fundamental para su futuro.

En 2018, Lando continuó con su desarrollo y fue promovido a piloto de pruebas y reserva de McLaren en la Fórmula 1. En ese mismo año, realizó algunas sesiones de pruebas oficiales con el equipo, mostrando su gran habilidad para manejar los coches de F1. Aunque no competía a tiempo completo en la F1 en 2018, su trabajo como piloto de pruebas para McLaren le dio una valiosa experiencia en los monoplazas de Fórmula 1.

El 2019 fue el año en que finalmente debutó en la Fórmula 1, tras ser confirmado como piloto oficial de McLaren para esa temporada. El equipo decidió apostar por él, confiando en su talento y en su impresionante carrera de desarrollo. Lando comenzó a competir junto al veterano piloto Carlos Sainz, con quien formó una pareja muy competitiva para McLaren.

En su primera temporada de F1, Lando no decepcionó. Su debut fue sólido, logrando puntos en varias carreras y demostrando su capacidad para estar a la altura de los mejores pilotos del mundo. En su Gran Premio de debut, en Australia, mostró que no solo tenía la habilidad para competir, sino también una gran madurez, cualidades que lo hicieron destacar en su primer año.

A lo largo de la temporada, Lando se consolidó como un joven piloto con mucho potencial, y aunque McLaren todavía no estaba en la lucha por el campeonato, el equipo mostró un progreso significativo con él al volante. Su química con Carlos y su habilidad para sacar el máximo provecho del coche hicieron que McLaren se convirtiera en uno de los equipos más prometedores de la media parrilla, mejorando significativamente respecto a las temporadas anteriores.

Lando se destacó por su capacidad para realizar adelantamientos impresionantes, su manejo impecable bajo presión y su evolución constante como piloto. En varias ocasiones, terminó por delante de pilotos con más experiencia, lo que consolidó aún más su estatus como uno de los talentos más prometedores de la F1. Además, su actitud profesional, su trabajo en equipo con Sainz y su gran capacidad para adaptarse a las exigencias de la Fórmula 1 lo hicieron un piloto muy apreciado dentro y fuera de las pistas.

De cara al futuro, la llegada de Lando a la F1 fue vista como un ejemplo de cómo los programas de jóvenes pilotos pueden dar grandes frutos a largo plazo. Con solo 19 años, había logrado un impresionante debut y estaba listo para continuar su desarrollo como piloto en uno de los equipos más históricos de la F1. Aunque McLaren aún no estaba luchando por victorias, la perspectiva de Lando como futuro campeón del mundo parecía más realista con cada carrera que pasaba.

Con su estilo de conducción agresivo, su capacidad para adaptarse rápidamente y su personalidad carismática, Lando tenía todos los ingredientes necesarios para ser una estrella en la Fórmula 1. Y en el 2019, su carrera acababa de despegar de manera definitiva.





Era 2019, y el aire en los paddocks de la Fórmula 1 estaba impregnado de la energía frenética que siempre acompañaba cada carrera. Los coches rugían en los entrenamientos, los ingenieros corrían de un lado a otro, y los pilotos, con sus cascos y guantes, se desplazaban por los pasillos con el foco en lo que vendría. Lando se sentía como siempre: nervioso, pero emocionado por la oportunidad que le había dado McLaren de estar en su primera temporada completa en la Fórmula 1. La presión de ser un piloto joven en un equipo que aún no estaba en la cima le pesaba, pero él sabía que la mejor manera de manejarlo era con una sonrisa.

Había algo diferente esa mañana, sin embargo. Algo que lo hizo distraído en los minutos previos al briefing. Cuando Alma apareció en los paddocks, todo lo demás dejó de importar. La había conocido de manera casual en una carrera anterior. Se había cruzado con ella entre los coches, mientras los mecánicos ajustaban las piezas de su monoplaza, y había algo en ella que le llamó la atención. No era solo su apariencia; había algo en su actitud, en cómo se movía por el lugar, cómo se hacía espacio entre los demás con una mezcla de confianza y calma. Ella no era solo una más entre la multitud de gente que caminaba por allí.

Recuerdos fugaces de esa primera conversación le volvieron a la mente mientras esperaba el momento de salir a la pista. Alma le había hablado de su vida en la hípica, de sus victorias, de su pasión por el deporte ecuestre. A Lando le había sorprendido su serenidad, lo fácil que fue hablar con ella. Y había algo en su promesa de tomar algo juntos, de salir de la burbuja que era la vida de los pilotos y encontrar un respiro fuera de la competencia, que lo dejó intrigado.

No habían acordado ningún detalle exacto, pero el simple hecho de haber compartido esas palabras le había dejado una pequeña chispa de curiosidad. Algo que nunca había sentido por otra persona en el ambiente tan intenso en el que se movía.

Esa noche, después de una larga jornada de entrenamientos, Lando estaba en su hotel, tumbado en la cama mientras revisaba sus redes sociales. Con un suspiro, tomó su teléfono y decidió buscar el perfil de Alma en Instagram. No le costó mucho encontrarla. Había algo en su nombre que le parecía familiar, y al ponerlo en la barra de búsqueda, se desplegaron varias opciones. La encontró rápido: @almaaruiiz. Decidió seguirla sin pensarlo demasiado, sintiendo un leve nerviosismo mientras lo hacía.

El teléfono vibró en su mano, y al ver que Alma había aceptado la solicitud de seguimiento, Lando sintió una pequeña satisfacción. Pensó en la conversación que tuvieron, en la promesa que le había hecho de salir a tomar algo, y se sintió un poco tonto por pensar en ello tanto. Pero lo que le intrigaba de ella no era solo su carácter o la forma en que hablaba de su carrera ecuestre, sino que parecía ser una de las pocas personas con las que podía hablar fuera de la burbuja de la F1.

Pasaron unos días, y Lando volvió a encontrar su perfil mientras recorría sus redes. En sus historias, había compartido imágenes de una competición, de su caballo, de las vistas del campo. Pero lo que lo atrapó fue un video en el que estaba montando. Alma era tan diferente a todas las personas que conocía en el mundo de las carreras, y sus historias lo hicieron sentir como si hubiera otra vida que existía más allá de los pits y las estrategias.

Finalmente, después de varios días, Lando decidió escribirle un mensaje. No sabía muy bien qué decir, así que optó por lo más simple. "¿Cuándo tenemos ese café?". Apretó el botón de enviar, respirando profundamente, con esa sensación de incomodidad que siempre tenía cuando tomaba el paso de iniciar una conversación fuera de lo convencional.

Al poco tiempo, Alma respondió: "Mañana tengo un día libre. ¿Te va bien por la tarde?". Lando sonrió al ver la respuesta. Sabía que no era nada más que una invitación para pasar un rato juntos, pero en ese momento, con todo lo que llevaba encima, era lo que más le apetecía.

Al día siguiente, ambos se encontraron en un pequeño café de la ciudad, a las afueras del circuito. Ninguno de los dos había mencionado mucho más que los planes para el encuentro. Cuando Lando llegó, vio a Alma ya sentada, con una bebida en las manos, observando su teléfono. Al verla, recordó por qué había querido hablar con ella en primer lugar. Había algo relajante en su presencia, algo que lo sacaba de la rutina del campeonato.

—¿Así que al final he cumplido mi promesa? —dijo Lando, mientras se acercaba a la mesa.

Alma sonrió al verlo. —Sí, parece que sí.

El café estaba tranquilo, con el sonido suave de la música de fondo y el aroma del café recién hecho envolviendo el ambiente.

—Pensé que me ibas a dejar plantada. No parecías de los que cumplen promesas.

Lando se echó hacia atrás, soltando un suspiro fingido de alivio.

—No, para nada. No soy tan maleducado. —Hizo una pausa, mirando a su alrededor—. ¿Cómo estás?

Alma dejó el teléfono sobre la mesa y lo miró, realmente miró, por primera vez desde que él se sentó. Había algo en su tono que no era tan superficial como la típica pregunta de "¿Cómo estás?". Era genuino. Alma se relajó un poco más.

—Bien, un poco cansada. Las últimas semanas han sido... intensas. Las competiciones, los entrenamientos, todo eso. Pero hoy es uno de esos días en los que puedo respirar un poco —respondió mientras tomaba un sorbo de su café—. ¿Y tú? ¿Cómo va todo con McLaren?

Lando sonrió, moviendo la cabeza hacia un lado.

—Lo mismo, muy ajetreado. Las carreras, los entrenamientos, la gente... Siempre hay algo. Pero es lo que me gusta. Aunque he tenido un par de días libres. Estoy aprovechando para desconectar un poco.

Alma asintió, dejando escapar una pequeña risa.

—Lo entiendo. Creo que a veces el descanso es más necesario de lo que nos damos cuenta. ¿Te has tomado un descanso de las competiciones últimamente?

—Sí, estos días estoy descansando un poco —respondió Lando, mientras se recogía un mechón de cabello que se le había escapado de su gorra. Su mirada era cálida, de alguien que intentaba disfrutar del momento—. Mi entrenador me lo recomendó, así que he decidido hacerle caso.

Alma lo observó un momento antes de responder.

—Me alegra que te tomes el tiempo para descansar. A veces olvidamos que no todo en la vida tiene que ver con las competiciones o la presión de estar siempre en el podio. Es importante parar, hacer una pausa.

Lando la miró durante un segundo, como si evaluara sus palabras. Fue un silencio breve, pero significativo.

—Sí, a veces el ganar parece ser lo único importante, ¿verdad? Pero también hay que disfrutar del viaje. No siempre se trata de la meta, sino de lo que hacemos para llegar a ella.

Alma sonrió, un poco más suave, como si esas palabras también le hicieran sentido.

—Exacto. Hay más que solo el podio. La vida, la gente... esos pequeños momentos son los que realmente importan. —Hizo una pausa, mirando al fondo del café—. Y a veces parece que estamos tan atrapados en el ruido de la carrera, que olvidamos escuchar lo que realmente necesitamos.

Lando la miró fijamente, como si esas palabras lo hubieran tocado. Había algo en ella que no solo entendía la carga de la vida en el paddock, sino que también sabía cómo desacelerar. Algo en su manera de hablar, en su calma, le hacía querer estar más cerca de ese mundo en el que no todo era velocidad, competencia y ruido constante.

—Sí, definitivamente... hoy es un buen día para recordar eso —dijo, bajando la mirada, tomando un sorbo de su café.

Alma se recostó en su silla, cruzando los brazos sobre su pecho mientras lo observaba.

—Es curioso, ¿sabes? En un mundo tan acelerado como este, nunca tienes la oportunidad de detenerte y hablar de cosas que no sean carreras, o entrenamientos... o todo eso. Hoy siento que por fin podemos estar aquí sin pensar en lo que viene después.

—Exacto —respondió Lando, con una sonrisa—. Y la verdad, lo aprecio mucho. Hoy, sin la prisa del paddock, sin los medios, solo... un café tranquilo. Me hacía falta. A veces hay que tomar esos momentos para uno mismo.

Alma asintió.

—Me encantaría que tuviéramos más días como este. Sin prisa, sin presiones.

Lando sonrió más abiertamente ahora.

—¿Quién sabe? Tal vez podamos hacer esto de nuevo alguna vez. Un café tranquilo, sin todo el caos de alrededor.

Alma lo miró fijamente, con una sonrisa juguetona.

—Me gustaría.

La conversación continuó de una manera más relajada, mientras la temperatura en el café subía, pero de una forma tranquila. Alma, sin poder evitarlo, lanzó una sonrisa traviesa.

—Venga, Lando, cuéntame... ¿cuántas veces has tenido que ir a un podio sin saber ni cómo te llamas después de tanto champagne en la cara? —preguntó, levantando una ceja y tomando otro sorbo de su café.

Lando se echó hacia atrás en su silla, riendo con ganas.

—¿Qué quieres decir? ¿Que no tengo estilo al celebrar? —bromeó, dándole un toque a su camiseta, como si fuera algo demasiado importante.

—Yo no he dicho eso —respondió Alma entre risas—, pero de vez en cuando te veo ahí, bañado en el champagne y no sé si estás celebrando o si te caíste en una piscina por accidente.

Lando la miró con una expresión de falsa indignación.

—¡Oye! ¡No soy tan malo! —dijo, levantando las manos como si estuviera defendiendo su honor—. A veces me emociono, ¿vale? No es fácil tener que lidiar con todo ese estrés, y al final, cuando llega el podio... ¡es como una liberación!

Alma lo miró con una sonrisa burlona.

—Claro, claro, te entiendo. Es que entre las cámaras, los micrófonos y el estrés, seguro que el champagne es la única manera de relajarte.

Lando se inclinó hacia ella, con una sonrisa picaresca.

—Y a ti qué, ¿nunca te has dejado llevar? ¿Nunca has celebrado algo tan a lo grande que no sabías ni cómo terminar la fiesta?

Alma pensó por un momento, y luego se encogió de hombros.

—Bueno, yo suelo mantener la cabeza fría, sabes. No soy de descontrolarme en público... aunque alguna vez me han visto bailar como si no hubiera mañana —dijo entre risas.

—¡Eso quiero verlo! —exclamó Lando, encogiéndose de hombros—. Creo que podría superar cualquier celebración con un buen baile tuyo. ¿Seguro que nunca lo has hecho? ¿Ni un poquito de locura?

Alma se echó atrás en su silla, pensando en su respuesta.

—Digamos que cuando te veo, Lando, no necesito más locura que ver tus celebraciones después de una victoria. ¡Con eso ya tengo suficiente!

Lando soltó una carcajada, mirando a Alma con una sonrisa más amplia.

—¡Oye, yo no soy tan malo! Si quieres que te enseñe cómo celebrar de verdad, solo tienes que pedírmelo. Pero te advierto, no es para cualquiera.

Alma levantó una ceja, interesada.

—¿Ah, sí? ¿Y qué tan épico es ese "estilo Lando Norris"?

—¡Mucha energía y poca vergüenza! —respondió él, con un guiño—. Pero no te preocupes, no tienes que intentarlo. Creo que tu estilo de "tranquila y reservada" te queda muy bien. Aunque... si algún día te atreves, yo podría ser tu entrenador personal.

Alma rió, disfrutando del tono vacilante de la conversación.

—Te apuesto lo que quieras a que mi "estilo tranquilo" te ganaría en cualquier competencia de baile. Aunque bueno, no todo el mundo tiene la gracia de hacer un moonwalk como yo.

Lando soltó una risa incrédula.

—¿Moonwalk? ¿De verdad? Te juro que te creía más de estilo "con los pies en el suelo" que de esos movimientos, pero ahora tengo que ver eso. En serio, si eres tan buena, me retiro del campeonato y me apunto a clases contigo.

—Te apunto en mi lista de futuros alumnos —respondió Alma con una sonrisa desafiante.

Lando la miró fijamente durante un momento, como si pensara si realmente estaba bromeando.

—Te lo juro que lo voy a ver. Lo apunto en la agenda. El día que lo hagas, me aseguro de estar allí.

—Vale, entonces —dijo Alma, poniéndose más seria de lo que pretendía—. ¿Qué tal si dejamos las clases de baile para el futuro y mejor hablamos de algo que sí se nos da bien ahora mismo? Como... la próxima vez que vayamos a tomar algo, ¿me invitas tú?

Lando la miró con una sonrisa burlona.

—¿Qué, te crees que soy yo el que va a invitar? No sé, ¿eh? Después de esa amenaza de moonwalk, creo que tú deberías invitarme a algo más grande para compensar.

Alma soltó una risa escéptica.

—¿Tú, con la billetera llena de patrocinadores, me vas a decir que no tienes dinero para una copa?

Lando levantó las manos en señal de rendición.

—¡Vale, vale! Tienes razón. Te invito la próxima vez. Pero que quede claro, esto no se olvida. El moonwalk va a ser lo primero que vea cuando volvamos.

Alma sonrió con satisfacción, apoyando los codos en la mesa.

—¿Te arrepientes de haberte metido conmigo, Norris?

—No, no... al contrario. La próxima vez que te vea, prepárate para que te baile el paso más épico que hayas visto en tu vida —respondió él, riendo y levantándose.

Ambos rieron, disfrutando del momento que había escapado de las tensiones de la carrera y del trabajo. Era un rato para relajarse, para vacilar un poco y, por qué no, para reírse de sí mismos. Mientras Lando se levantaba, Alma lo miró con una sonrisa traviesa.

—No lo olvides, Lando. Si no me enseñas a bailar, nunca más te invito a tomar algo.

—No me olvido de nada —respondió él, guiñándole un ojo.

La conversación continuó, y aunque no hubo grandes revelaciones ni promesas, ambos compartieron ese rato. Lejos de las cámaras, lejos de las pistas de carreras, en una tarde tranquila, sin la necesidad de ser más que dos personas disfrutando de un café, del momento y de la compañía mutua. Algo que ambos necesitaban sin saberlo.

Durante ese café, Lando sintió como si, por un momento, todo se detuviera. Había algo diferente en la forma en que Alma lo hacía sentir. Sin grandes expectativas, sin la presión de estar bajo los reflectores, era solo una conversación entre dos personas que querían conocerse. Y por un breve instante, Lando Norris no era el piloto de McLaren, sino simplemente un joven que quería aprender más sobre la vida de Alma, sobre la mujer que se había cruzado en su camino de una manera inesperada.

Al terminar, se despidieron con la promesa de verse más veces. Lando no podía evitar sonreír mientras se alejaba. Algo le decía que ese café era solo el principio de algo mucho más interesante.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top