;𝐧𝐚𝐧𝐝𝐨𝐫 - «𝗟𝗼𝘃𝗲𝗚𝗮𝗺𝗲»
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Nandor no sabía cuánto tiempo más iba a estar así; sintiendo que tantas cosas estaban mal, muy mal, tanto en él como en su vida. Puede ser que ahora lo mostrara con más intensidad porque las emociones se habían hecho más poderosas y además se le habían aglutinado de golpe en un movimiento que no supo prevenir y al que falló a la hora de reaccionar, pero había estado así días, semanas, meses, años, siglos, bienios, lustros, décadas, decalustros, siglos, milenios, y si hubiera vivido más y existiera una medida en años que fuera más allá, también encajaría en ella.
Todo resultaba tan asfixiante, y parecía que nunca había pasado por una etapa de verdadera felicidad en sus ya casi mil años de existencia. Nandor creía que el amor era lo más importante del universo, había comprobado como vampiro –y, por lo tanto, persona que ya había fallecido– que era lo que le daba vida a las cosas, la motivación para seguir adelante en una vivencia donde, a arroyos del envejecimiento eterno, poco había por lo que preocuparse. Aunque nunca hablaba de eso porque solo le hacía pensar en lo que no tenía y demostraba sus más débiles y fuertes inseguridades.
Había observado a personas a su alrededor, como Laszlo y Nadja, el mejor ejemplo que siempre le venía a la cabeza, lo importante que era para ellos y cómo había cambiado sus vidas vampíricas hasta el punto de darles una razón por la que levantarse por las noches y salir del ataúd sabiendo que aquél día ibas a sonreír. Pero él no tuvo esa suerte: todas las esposas que había tenido habían huido de él debido a su adquirida naturaleza inmortal y las demás habían fallecido con el maldecido paso del tiempo. Se había enamorado de mujeres pero ninguna le había correspondido ni sentido el mismo amor que él podría llegar a haber desarrollado por ellas.
También había tenido un caballo que llegó a amar con toda su alma y que se vio obligado a sacrificar en un acto del que todavía se sigue arrepintiendo a día de hoy y del que no hay marcha atrás.
Y por si no fuera poco, había descubierto la verdad sobre el universo y su creación y ya ni siquiera el pensamiento de aquella tortuga que salvaguardaba el planeta servía para ofrecerle consuelo de que había algo ahí que siempre iba a preocuparse por él, dando completamente igual cómo se turnaran las circunstancias en cualquier momento.
Se sentía como si no hubiera opción para él, que la vida eterna no le traía ningún propósito para seguir anclándose a la segunda subsistencia.
Y luego estaba Guillermo.
Guillermo… Él probablemente había sido el único familiar en el que había pensado sobre cumplir su deseo de hacerle vampiro pero la había descartado al instante. Sí, bromeaba con eso y odiaba que el humano se lo recordara, pero cuando pensó en aquella posibilidad, miles de pensamientos oscuros invadieron su cabeza con perversidad. Y Nandor se había especializado en retirar de su mente lo que no le gustaba, aún si al final esos pensamientos seguían ahí y le angustiaban desde las sombras, esperando a que diera un paso en falso a la hora de proteger sus inseguridades para atacarle como nunca antes.
No podía convertir a Guillermo en un vampiro, las posibilidades le asustaban de una manera que nunca había sentido con tanta intensidad. No era solo porque él había vivido en su sangre las fútiles consecuencias de aquél estilo de vida que tanto habían romantizado los humanos de su alrededor por alguna razón con la que estaba seguro que no estaba de acuerdo, sino porque qué haría Guillermo si llegaba a convertirse en vampiro.
¿Le abandonaría, una vez ya había conseguido lo que tanto había ansiado? Siempre que aquello se posaba sobre la mente de Nandor entraba en un pánico silencioso y sentía que se ahogaba con sus sentimientos de cómo podría tornarse aquello. Parecía ser que para Nandor, que Guillermo se convirtiera en vampiro era casi como el sinónimo de perderle y que el otro se alejara de su vida, dejándole solo y desamparado con un corazón que no mostraba signos de curar ni querer hacerlo, y tenía suficiente corazón para ver que aquello era sumamente egoísta e infame por su parte, digno de un ser con nada de empatía sobre alguien que le preocupaba y que había demostrado miles de veces que también se preocupaba por él, pero lo ignoraba si con aquello conseguía formar su propia burbuja alejado de la eventualidad de un futuro en el que preferiría morir definitivamente antes que tener que vivirlo y experimentarlo con cada nervio de su piel; no podría soportarlo y haría que sus sentimientos salieran a flote e empantanaran con soez su corazón.
Y siempre reprimía todo lo que sentía por Guillermo.
Ya no recordaba ni la de veces que había pensado en que los humanos no vivían para siempre y que por lo tanto la idea de tener a Guillermo para que le acompañara sentimentalmente durante toda su existencia para así compartirla con él no era posible, y le asustaba en grandes cantidades pensar sobre cómo viviría su posterior momento cuando la muerte tiñiera de muerte su mirada, que siempre tenía una forma tan peculiar y encantadora de contemplarle que solo había sentido con él de todas las personas cuyas pupilas había examinado. Prefería pensar que el pequeño hombre no le importaba en absoluto, y que por lo tanto ese amor que contemplaba en su vida estaba emborronado por una serie inacabable de inconvenientes y sufrimiento con el que no debía arriesgarse.
Así, se había acabado formando él solo una visión extremadamente negativa de todo lo que le rodeaba y sentía.
No comprendía de qué era útil nada; de qué servía sufrir si después se iba a dar cuenta de que no poseía un consuelo permanente y fiel al que acudir cuando no supiera qué hacer con su corazón maltrecho. Para qué estar contento durante unas horas o días si sólo le iba a recordar que jamás iba a alcanzar la única y real meta a la felicidad, que era el amor y además también lo que sus dos vidas siempre le habían negado con excesiva frialdad.
Realmente, parecía que no había lugar en este mundo para él. Todo lo que pensaba y experimentaba era rápidamente transportado hacia un sufrimiento perpetuo que no hacía más que alargarse hasta unas escaleras sin fin. Era Nandor, el Implacable, pero lo cierto es que su mayor y única debilidad siempre le había asolado y torturado desde su infancia en Al Quolindar, y ahora le estaba destruyendo por dentro, aplacándole eternamente.
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