XI. Lady Hybern.
CORTE DE LA PRIMAVERA
En su cuerpo aun recorría el chorro de agua que intentaba mantener con calma su respiración, sin embargo, Aingeal estaba tan nerviosa que hasta Euanthe había ido a ayudarla para salir de la ducha en su estado de shock. La joven albina seguía su instinto, pero las manos ajenas en su cuerpo herido le provocaban repulsión, y al menos se alegró solamente de haber sufrido toques, porque no se imaginaba de otra forma si cruzaban aquella barrera.
──Angie, cariño ──le llamó la castaña quien aun se encontraba allí. ── ¿Necesitas algo más?
Aingeal negó, mientras iba a acostarse a la cama para cerrar los ojos.
──Ain...
──Déjame sola, por favor.
──Cualquier cosa, Tamlin está abajo, yo estaré en el Rosedal ──le sonrió por última vez en lo que salía de allí.
Sin embargo, la albina solo pudo aferrarse a la almohada para sollozar, mientras que Edda ocupaba un lugar en la cama junto a ella, seguido de Elysium, quienes afortunadamente la habían seguido. Los dragoncitos al verla intentaron animarla o eso intentaban.
«Lo siento, debí haber sido más sigiloso, rápido». Se disculpó Elysium, en cambio, el otro dragón lo miró mal. «Buscamos hacerla sentir bien, no como en su funeral, Ely». Edda lo regañó.
El otro gruñó. «Intento ser sincero, tal vez amable, dragón rompepelotas».
Edda lo encaró dispuesto a arrancarle las alas. «¡Pues deja de ser tan amable, y tan molesto por una vez en TU vida».
Elysium mostró sus dientes. «Y tu deja de ser tan ridículo, anciano».
Aingeal al ver que se estaban peleando, decidió sentarse para abrazar a Edda quien le miró con superioridad hasta recibir un golpecito en su cabeza.
«Auch, ya entiendo, intentaré ser amable con la serpiente con alas».
Elysium sacó sus alas de su posición, provocando que Aingeal negara al ver que uno se escondía del otro.
«Cobarde». Maldijo el más oscuro.
«Lo dice la nena». Se defendió el dragón morado.
«¡Ya me cansaste, pedazo de bola de grasa con escamas!». Gruñó el contrario.
«Yo seré una bola de grasa pachoncita, y muy cute, pero al menos no soy un sastre vestido de piel que se lo notan todos los huesos». Le vociferó el otro.
Elysium vio con odio a Edda, y Aingeal solo pudo llevar la mano a su frente pensando en como arreglar un problema entre dos dragones que se llamaban asimismo ancianos, sacos de huesos, y sepan los dracaena, que otras cosas se decían.
──Los dos son tal para cual, ¿no serán pareja?
«¡Antes muertos!». Le gritaron ellos dos mientras ella reía, oh, amaba a esos dragones.
──Solo bromeaba, par de tontos.
«Tonto será Edda». Le corrigió Elysium.
«Lo dice el viejo insoportable». Susurró Edda.
Aingeal simplemente los vio intrigada, a veces no los entendía para nada.
Las horas se llevaron a cabo de manera normal, Aingeal se la pasaba viendo el techo de su habitación mientras escuchaba a sus dragones dormir, sintiéndose un poco mareada solo decidió recordar cómo su casa de las montañas seguía intacta, que a lo mejor sus compañeros habían notado la trampa de Hybern hacia ellos, o que inclusive fue una alerta para que los Sefnies movieran sus fichas tan rápido para matarlos.
¿Una alianza? ¿Un...?
──Syrinx, Einarr ──susurro preocupada mientras se aferraba a sus propios brazos, cerrando los ojos cargando sus venas de rabia pura, la cuál nunca cesaría ──. Esto no quedará así, todos pagarán, hasta los que se han atrevido a tocarme...
──La venganza no es buena para un corazón como el tuyo, ángel ──dijo el rubio mientras se colocaba a su lado.
Aingeal observó a Tamlin, relajó sus brazos sintiéndose culpable, pero no lo suficiente para frenar sus sentimientos.
──Créeme, lo sé por experiencia.
──Bueno, la mía es por buena causa.
Tamlin negó, cruzado de brazos se sentó en el suelo evitando a los dragones.
──Lo sé, mis palabras no te cambiarán, tampoco te las digo para que cambies.
──Tamlin, ¿qué haces aquí?
El rubio suspiró, negó para mirar al techo.
── ¿Sabes por qué Euanthe está con...?
──Están casados, creo ──aseguró.
El rubio gruñó.
──Ya veo.
Aingeal observó con atención aquello, sonrió.
──Te gusta la loca emperatriz.
El Alto Lord negó.
──Si.
──Me seguirás diciendo que si me gusta, ¿verdad?
──Claro, no has demostrado lo contrario ──aseguró ella.
Tamlin se levantó con cuidado, se acercó a ella dando zancadas para tomar sus hombros.
──Se que no soy el más especial para darte consejos, Ángel ──la albina lo miró directamente a los ojos ──, así que solo te diré que tomes a tus dragones, a la pelirroja con cara de pocos amigos, y vayan a buscar a sus amigos, peleen por lo que crean correcto.
Aingeal al notar aquellas palabras pudo notar un deje de molestia, casi de ironía al fondo reconociendo que había una advertencia, por lo tanto, se acercó a él dándole un abrazo con fuerza, aunque era algo muy normal viniendo de ella.
── ¿La pelirroja? ──preguntó la albina, curiosa.
Tamlin asintió, y señaló la puerta en la cuál cierta dragona le sonrió, seguida de otra pelirroja con una cara de pocos amigos. Aingeal reservó el aire en su pecho, sonrió, pero no habló.
──Mi trabajo aquí terminó, me largo ──susurró la pelirroja de aura frívola.
──Evonne, tu trabajo aún no termina ──aseguro Euanthe a su detrás causándole dolor de cabeza.
Syrinx, en cambio, decidió ir hasta donde su amiga, abrazarla, y luego tomar a Elysium en sus brazos.
──Te extrañé.
Aingeal sonrió.
──Yo también, pero no es momento para esto ──aseguró viendo como Edda se levantaba de su sueño moviéndose hasta Tamlin para exigir su grado de cariño, logrando que el rubio se sentara a mimarlo lo suficiente.
──Lo sé, iremos por los demás. Hybern recibirá una daga en la yugular, tenemos que defender las fronteras de la Corte de Invierno, y Otoño.
── ¿Otoño? ──Aingeal le miró con los ojos entrecerrados.
──Historia larga, vámonos ──le dijo mientras se iba por la puerta.
Aingeal asintió, colocándose firme, observando cómo Edda movía sus alas indicando que estaba preparado para salir corriendo. Sin embargo, Euanthe Acherón las detuvo.
──Eh, antes de que se vayan... ──ambas se giraron, seguidos de los dragones que se miraban con un poco de terror ──. Me gustaría que se llevasen a alguien, necesita volar un poco.
«Estamos nosotros para eso». Aseguraron Edda y Elysium mientras la miraban.
──Si bueno... Él...
En ese momento, una cabeza bajo mostrando aquella cresta de tonalidad azulina, con bordes rojizos que daban la característica milenaria, dejando encantada a cierta dragona de ojos brillantes. Aingeal sintió sonrió dando un chillido que a todos sorprendió, solo que a Edda ya le habían revoloteado los celos.
Era Anzû, oh caldero, hasta Elysium hubiese deseado no estar en ese momento.
Solo había una cosa que les preocupaba.
¿Anzû aún sería capaz de mantener su forma, o las heridas en su cuerpo traería caos y tormenta? Ninguno de los dragones quería averiguarlo.
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