VIII. Oscuridad.

CORTE DE LA NOCHE

Velaris.

Aingeal estaba parada a un lado de su compañera, la última reina de los dragones, observaba atentamente su mirada obsidiana hacia el Lord Oscuro, porque el también estaba enfrascado en aquella demandante mirada.

──Alto Lord, Rhysand ──le llamó la albina mientras el contrario aún seguía mirando a su amiga ──. ¿Qué quiso decir con respecto a...?

──El alto lord perdió a alguien ──comentó Syrinx ──. Esa persona, tenía la misma tonalidad de ojos que yo.

──Mi hermana ──se aclaró el Lord mientras las veía, más a una que a la otra ──. Lamento si mí mirada te ha incomodado. 

──No me molesta.

Cortante. Así era Syrinx Solasia.

──Debemos irnos ──le susurró la albina, la joven contraria asintió para retirarse primero.

──Aingeal... ──la detuvo el hombre de hebras oscuras, mientras tomaba su brazo ──. ¿Ella también habla tú idioma?

La joven albina se soltó, una idea rozando la locura se estableció en su cabeza.

Tal vez en su mente la loca idea de hablar sobre ciertos temas disgustaría al lord, por lo tanto mantuvo su boca cerrada en lo que el tiempo se las llevaba a ambos donde sus dragones, aunque al parecer Rhysand les había seguido hasta allá, poco le importó cuando vio que Syrinx iba a ver como dos pequeños se lanzaban arañazos para probarse por pura diversión. Aingeal quedó cerca del lugar, espero por unos segundos hasta poder escuchar sus palabras.

──Lamento haberles causado molestias ──se disculpo el alto fae.

La joven albina le hizo una señal en forma de que no pasaba absolutamente nada.

──Aingeal ──le llamó con atención ──. ¿Crees que pueda haber una posibilidad de que Feyre te conozca a ti, y a tus recientes invitados?

La chica quiso creer que se refería a los dragones, o quizá a Syrinx, aunque por muy disparada que fueran las ideas en su pequeño cerebro, si de algo estaba segura, es que no levanto sus muros mentales, así que si el lord estaba leyendo su mente, el gesto era de muy mal gusto.

──Rhysand ──el contrario la miró sonriendo, lo golpeó ──. Imbécil.

El Alto Lord comenzó a reír cuando notaba el horrible gesto que la albina le proponía en su rostro, pensó dos veces en darle una dura lección que incluía pagar su trato, por mucho que no quisiera admitirlo, disfrutaba de pasar tiempos cortos con una dragona solitaria, sin contar el hecho de que su futura reina le acompañara luego de estar herida. Aunque su principal interés estaba en los dragones, más por el que parecía ser una piedra azabache tangible ante las riquezas humanas.

── ¿Cómo se llama él? ──preguntó el lord dirigiéndose al dragón mas oscuro, a su lado Edda lo observaba con una severa curiosidad.

──Su nombre es Elysium ──Syrinx respondió cortésmente ──. Es uno de los mejores en nuestra nación, sin embargo, a él no le gusta ceder su respeto hacia todos, son muy pocos dragones los que logran hablar por su cuenta.

El alado asintió, dio dos pasos hasta acercarse a Edda, el contrario solo ladeó su cabeza para luego aventarse al alto lord olfateándolo y con certeza usándolo de almohada sacándole risas a la joven de mirada obsidiana, aunque una queja por la albina fue suficiente para que un dragón que seguramente medía más que un edificio no quisiera hacerle caso, en absoluto. Hasta el propio Elysium negaba ante el comportamiento de uno de los suyos.

Como explicarlo, Edda era un caso especial.

──Edda, bájate ahora ──le ordenó Aingeal.

«Ni hablar, ¿sabes cuántas horas tengo que dormir a diario para tener que soportar toda la caminata por invierno, y luego volar hasta aquí?». Rhysand lo observó con una sonrisa, Aingeal notó aquello con una mueca para nada sorprendida.

── ¿Podrías repetirlo? ──preguntó un anonadado azabache.

«¿Usted está sordo, o yo estoy lo suficientemente mal como para entender su idioma?». Rhysand rio dejándolo en sus piernas, sin embargo el dragón se giro hacia su dueña algo confundido.

──A mi no me veas, yo no se nada ──se defendió la albina.

«Exijo saber como es que esta escuchándome, ¡yo nunca cedi mi consentimiento a esto!». Aingeal se encogió de hombros, no entendía tampoco.

──Así que esa es tu voz Edda, interesante ──comentó el lord con una sonrisa.

«Alguien que le borre esa sonrisa de la cara, o tendremos problemas». Expuso un dragón muy enojado. Aingeal comenzó a reír, por un momento la miro con remordimiento.

──Oh mi dulce dragoncito, si fueras más inteligente seguro hubieses ganado el juego que teníamos en nuestra nación ──ella se burló ──. Él puede oírte porque tu cediste parte de tu respeto cuando vinimos la última vez, o al menos eso creo.

«¿Te refieres a la vez en la que casi les arranco las alas a esos dos o cuando vinimos para ayudar a la ciudad de Velaris para evitar que esos soldados le hicieran daño a los niños de la colonia oscura de Ilyria? ¿Se decía así?». Preguntó sin ningún temor a ser juzgado.

──La segunda Edda ──le comentó el alto lord, aun sentado en el suelo ──. ¿Recuerdas cuando ayudaste con...?

«¡Pero yo no te cedí mi respeto!», respondió pensativo.

──Quizá lo hiciste Edda ──respondió Syrinx ──. Recuerda que tus poderes se desarrollan muy diferente al de los demás dragones.

Edda negó, estaba enfadado.

──Ya dragoncito, al menos tendrás a alguien más con quien hablar ──le animó Aingeal con una sonrisa que hubiera jurado ver al pobre dragón avergonzarse.

Era su dueña, podía sentir todo a través de ese lazo que los unía como familia.

Rhysand lo observó con una sonrisa, Edda parecía pensar demasiado, aunque por un momento sintió que a lo mejor su amada estaría igual de encantada de conocerlo.

«Está bien, pero donde aparezcan esos dos ridículos, juro que les arrancaré las alas, ¿se entendió?». El alto lord mostró una sonrisa de lo más pequeña, mientras que sus acompañantes se reían de dicho pedido, sin embargo, la presencia de esos dos llamaron su atención incondicionalmente. Edda gruñó en amenaza hacia ambos, aunque por mucho que quisiera llamar la atención de su única familia, solo logró encontrarse divertido ante el insólito pensamiento que rondaba por su cabeza en esos apacibles momentos.

«Oh mi dulce compañera, estás tan perdida».

LA CORTE DEL INVIERNO

Casa de las montañas.

Aingeal pretendía irse a entrenar, o una parte de ella estaba completamente segura de que lo haría. En su cuerpo se restregaba el frio invernal, escuchaba pisadas a su detrás. Syrinx junto a los dragones le seguían con atención, bueno, Edda solo venia jugando en el camino para ver que lado de la nieve lo hundía con fuerza, sin embargo, Elyisum parecía estar más enojado de lo normal, aunque fuera un dragón.

«Está amargado, déjalo». Le aconsejo Edda que parecía divertirse demasiado.

──Edda, no busques problemas ──le planteó segura la albina.

«Yo solo digo la verdad, así como los ojos de tu amado...». El dragón no había terminado la frase porque el otro reptil, logró crear un hueco logrando hacer que Edda cayera en el pozo de nieve.

«¡Ayuda». Gritó el dragoncito, Aingeal fue a su rescate sacándolo de allí.

«Por idiota». Se escuchó una tercera voz, más profunda casi impertinente, seductora.

Edda se quejaba por el frío, tanto que se apegó a su dueña haciéndole ojitos, ella sonrió mientras lo cubría para seguir con su camino, aunque por dentro estuviera más complacida de reencontrarse con su únicos iguales.

Lo había prometido, y ahora se encontraba en el bosque más oscuro de la Corte del Invierno. Edda se haría cargo junto a Elysium de cuidar a Syrinx, Einarr, y Cinfael mientras ella entrenaba o buscaba pistas sobre el paradero de una de sus mayores contendientes, Gerda Astracius.

Gerda Astracius era la primera comandante de todo un ejército de Sefnies, la más poderosa, entre su clase de dragones rojos espadachines, lidiaba con sus manos cicatrizadas, un ala rota mientras que su armamento colgaba de su espalda. Entre gritos de dolor, llamaradas de fuego alucinógeno, la mujer de las cadenas, pendía de un hilo al haberse revelado contra su propia raza. Los Sefnies eran los dragones ancianos, se los conocía como hombres abruptos que cazaban mujeres, las maltrataban, y  luego se las arrojaba al pozo; sus hijas debían servir a los reyes hasta quedar embarazadas o condenadas a algún destino mucho peor. Aingeal había perdido a sus padres por ello, en especial a su familia, porque por más que el cuerpo de su padre la protegiera de las garras de la desesperación, ella cayó en sus garras mientras la cabeza del dragón azul se retorcía en el suelo exigiendo la audiencia del hombre que deseaba castigar a su hija por pecados que ella no había cometido. Su madre la vendió, ella lo hizo, y no habría perdón por haberle quitado lo que más deseaba. 

Gerda Astracius era la única línea de sangre que quedaba relacionada su familia, debía encontrarla. No quería perderla por su venganza, no, Aingeal no quería perder a la chica que le enseño que la fortaleza más poderosa era el perdón del alma, y no la brutalidad de los golpes.

El viento golpeaba su rostro, tomando con fuerza la hoja de platino entre sus dedos, solo le bastó de un toque para guiarla por todo el crudo invierno para dar con su primera víctima. Alaridos prominentes, un golpe seco, armas afiladas apuntándola sin temo a morir, caras perversas. Aingeal se alzó delante de sus contrincantes, mostrando aquellos orbes centellantes, una sonrisa que iba con su nueva apariencia mientras su cabello suelto se enredaba con los trazos del invierno.

──Suéltala, ¿o es que te crees un rival para mi?

Los guardias tomaron el cuerpo de Gerda con fuerza, la otra estando de rodillas le vio con una sonrisa, prosiguió con orgullo.

──Si quieren contarle a Hybern sobre esto, ella les esta dando una buena oportunidad.

Los guardias le apuntaron con sus armas, pero fue tarde, sus cuerpos caían uno por uno hasta que el sonido de las cadenas de Gerda cayo al suelo junto con ella.

──Es un honor volver a verte, pequeña Ángel ──le sonrió su amiga.

──Gerda ──dijo mientras la resguardaba entre sus brazos, curándola con su silencio.

Giró su cabeza para observar con atención a la pequeña motita oscura que movía observándola, sin embargo, ella le sonrió agradecida.

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