I. Sefnies.

NACIÓN DE SEFNIES.

Campamento De Dracaenas.

3 días antes de llegar a la cueva.

Había roto las reglas, por tercera vez en el día era arrastrada por la montaña mientras sentía como la piel se despegaba de sus pies, gritaba pidiendo clemencia delante de que aquel hombre que arrastraba su cuerpo seguido de varios llantos de niños a su lado, todos reclamaban volver a pisar la dulce tierra o caer por un barranco lleno de lodo para sanar las heridas.

── ¡Por favor, parad! ──se quejó la menor de hebras albinas, sollozando.

── ¡Perra! ──un latigazo llegó a su espalda, contuvo el llanto. ── ¡Deja de llorar, camina!

Sin embargo, apoyando sus pies en el suelo rocoso, solo pudo resbalar llenando su estómago de moretones causados por el mismo impacto, sumado a los golpes que le daba el guardián de su hogar.

«Por favor», pidió entre susurros, intentó levantarse, pero el guardia la tomó de los cabellos para lanzarla con fuerza hacia otra punta.

«El sacrificio es lo que importa», le había dicho su guardián mientras le echaba sal a sus cortes abiertos, gritó, y terminó con la cabeza casi sin cabello.

─¡Muévete! ──le recriminó ── ¡O haré que te muevas, pequeña perra! ──se relamió los labios.

──¡Púdrete! ──le gruñó otro chico, usaba una cinta que recubría sus ojos ──. ¡Si la tocas, quién se pudra serás tú! ──maldijo.

La niña se giró, lo vio separarse del grupo, y sin embargo, no fue suficiente.

Nunca lo sería.

2 días antes de llegar a la cueva.

Se había levantado con la intención de llegar temprano, aunque sabía que no lo lograría debido a la dolorosa inspección sobre su forma de vestir, de las reglas que no debía responder o quizá hasta las miradas asquerosas que le dedicaban los guardias.

Acércate maldito», pensó en voz baja, intentando disimular mientras buscaba con parsimonia al chico de la venda, Einarr.

Ni siquiera se había dado cuenta de su presencia porque mientras todos susurraban, el infierno había comenzado. 

─Entra ──le dijo su guardián mientras señalaba la curva oscura ──. Ve y trae a la bestia que habita en el profundo abismo.

──Pero... ──la chica observó las cadenas en sus manos, las tendió para que la soltaran, y sin embargo, allí estaban las risas que le empujaron a conseguir a su nuevo amigo.

Las horas pasaron, como siempre, oculta en aquel rincón mientras resguardaba al pequeño cascarón roto en su refugio de sábanas, no le importaba quedarse sola en medio del frío, su preocupación estaba en el pequeño animalito mítico.

──Descuida pequeño ──ella lo cubrió con sus mantos. El pequeño dragón de tonalidades grisáceos se escondió mientras se apegaba a ella ──. Yo te protegeré.

Y el dragón asintió, aunque su preocupación era lo de menos.

NACIÓN DE SEFNIES.

Campamento De Dracaenas.

El gran día. 

La pequeña niña sollozaba, estaba atada en el rincón mientras su espalda estaba los finos retazos de su piel se desprendían de par en par, ocultando su vergüenza por haber desobedecido la regla. estaba sola, ¿qué más podía hacer?

── ¿Escuchaste, Nynshide? ──le preguntó el hombre mientras alzaba sus cabellos con fuerza ──. Nadie tendrá tu cuerpo, porque eres una niña buena y adoras que te den latigazos.

Nynshide, ese era su nombre como dracaena de alto nivel, sin embargo, ella no creía poder usarlo más adelante.

Ella sollozaba, tapando su boca de la cual brotaba sangre oscura, levantó su cuerpo al sentir que se retiraba junto a las posibles risas de sus compañeros. Hijo de perra, maldito...

Su mente tembló ante los posibles casos en donde ese abuso empeorara. Aingeal Terragon a pesar de tener pocos conocimientos del exterior, tomó lo que pudo para aferrarse a la manta que cubría su destrozado cuerpo, y huyó.

Sin mirar a atrás, nunca más.

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