Lo que éramos - Capítulo 4

Cuando terminó de escuchar toda la historia de inicio a fin, Giovanni casi sintió su boca tocar el suelo. Decir que estaba en shock era subestimar su propio pasmo. ¿Estaba soñando? ¿Estaba alucinando? ¿O Aurora de verdad se había hecho amiga de Alexandra?

¿Y de verdad irás a la competición?

—No tengo nada mejor que hacer —la chica le contestó desde el otro lado de la línea, con una voz que pretendía ser relajada y superficial, pero que él sabía, contenía cierta empatía oculta—. Pero sí quiero que vengas junto, si es que puedes.

Oh, obvio que voy a ir. Quiero ver este milagro en persona. ¿Tú y Alex? ¿Llevándose bien?...

—Me quedé con pena de ella, ¿ya?  Además, puede que esté rotundamente equivocada, pero... —Aurora suspiró—. Parece que ella ya no es la misma persona que conocía. Y quiero tenerle un poco de fe.

Otro milagro más, ¿tú teniéndole fe a algo?

—Lo sé, es un absurdo —Ella sonrió, mientras Giovanni se reía—. Pero en serio... ella necesita de apoyo. No estaba nada bien hoy por la tarde. Y aunque no soy una persona muy comprensiva, ni cariñosa... pude ver que ese era el caso. Hasta la dejé llevarse esa escultura del David que hice para la expo del colegio.

¿Le regalaste una obra tuya? Entonces sí que te terminó cayendo bien, ¿eh?

—No me cae... —Aurora giró los ojos y apartó el celular de la oreja, al ver que le había llegado un mensaje nuevo. Era de un número desconocido. Lo contestaría después—. Solo pensé que eso la podría motivar un poco.

Y creo que lo lograste, para que te invitara a un evento así de importante.

—Veremos... —La artista bostezó—. Tengo que irme ahora, Gio. Mi cena está casi lista —Eso era una mentira, ella ya había comido—. ¿Vas a dormir, o hablamos más tarde?

Depende de cuán tarde estemos hablando. Recuerda, tu eres un gato y yo un perro. Tú nocturna, yo diurno.

—¿Medianoche?

Ya voy a estar durmiendo.

—Okay, abuelo —Aurora se rio—. Mañana seguimos hablando entonces. Ve a dormir. No queremos que tu artritis empeore.

Ja ja. Que chistosa —Giovanni bromeó del otro lado de la llamada—. En fin... cuídate. Y después envíame los detalles de la salida esa.

—Lo haré. Bye...

Así que colgó, Aurora hizo click en su caja de entrada, a revisar quién le había escrito qué.

"Hola... Espero que tenga el número correcto y no lo haya anotado mal D:

Soy Alex...

Perdón por molestar, pero quería pasar a dejarte los datos de la competición del sábado

Y también a decirte gracias por todo el apoyo que me diste hoy

Apareciste en la hora exacta

Y no te puedo agradecer lo suficiente por eso"

La artista guardó el panfleto que la atleta había anexado abajo con la información sobre el evento, y luego respondió:

"No necesitas agradecerme, la tarde fue divertida ^^

Pero ¿cómo estás? ¿mejor?"



Unos segundos se pasaron.

"Trabajando en ello...

Pero gracias por preguntar 😊"

Alexandra no alargó su respuesta.

"Si necesitas de cualquier cosa

Aquí estoy

¿Dale?"

Aurora vio tres puntos aparecer en su pantalla. Luego, vino la última palabra de la noche:

"Gracias."

Y así, su conversación acabó.


---


El viernes llegó y ambas entregaron su trabajo terminado a su profesor. Él, impresionado por el largo texto que habían escrito juntas, soltó un suspiro de alivio y contempló darles una nota alta apenas por el esfuerzo que hicieron de llevarse bien.

Al verlas encararse con expresiones relajadas, bordeando orgullosas, ambos el docente y Giovanni se miraron con la misma expresión de asombro aterrado. Ninguna de las dos percibió el intercambio.

—Mi fe en la humanidad ha sido restaurada —el maestro no logró contener su sarcasmo—. Resulta que la civilidad sí existe.

La broma hizo a Aurora girar los ojos y a Alexandra reírse. La primera alumna de inmediato cruzó los brazos y miró a la segunda con incredulidad.

—Ah, ¡vamos!... ¡Fue chistoso!

La artista sacudió la cabeza.

—Como digas, Barbie.

—Tomaré eso como un cumplido, Emo.

—Pasada de moda.

—Amargada.

—Hey —El profesor las cortó.

Ellas entonces lo miraron y luego a sí mismas, antes de reírse por sus ofensas infantiles y absurdas.

Y en ese momento, solo un pensamiento pasó por la mente de aquél pobre hombre:

"Dios... ¿Qué monstruo he creado?"


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Unas horas más hicieron rodar a las manecillas del reloj y el recreo del almuerzo al fin llegó. Aurora y Giovanni, sabiendo que la energía entre Alexandra y su usual grupo de amigos había cambiado desde el anuncio de su separación de Álvaro, la invitaron a que pasara el rato con ellos.

Porque la atleta, pese a fingir estar de buen humor, claramente había sido afectada por la traición de usual grupito.

Pese a tener bastante claro que la mayoría de ellos solo la rodeaban por estatus, igual fue doloroso el darse cuenta de que al parecer todos lo hacían. Y en sus ojos, la tristeza de dicha decepción se hizo aparente. Era lamentable de ver.

El dúo intentó animarla siendo inusualmente extrovertidos y habladores. Y hacia el final del día, hasta la invitaron a dar un paseo por el bosque, al norte de la ciudad:

—¿Por qué quieren ir allá? —la atleta preguntó, confundida, mientras salían del colegio.

—Hay unos lugares geniales a los que ver y fotografiar —Giovanni se encogió de hombros—. Además, no hay nadie que nos moleste por allí. Y es tan pacifico...

—Deberíamos llevarla a conocer el gran río —Aurora sugirió—. Hace rato que no vamos.

—¡Buena idea!

—Esperen... —La joven alzó sus manos al aire, frenando su entusiasmo—. Tengo que preguntarles a mis padres si puedo ir primero. Generalmente me voy a la casa de la Connie con las chicas y paso el resto de la tarde ahí, pero... no creo que eso estará en mis planes hoy. Déjenme llamar a mamá, y les doy la respuesta en un minuto, ¿okay?

—Okay —Aurora se encogió de hombros y Giovanni asintió, viéndola alejarse de ellos y sacar su celular del bolsillo de su abrigo, queriendo tener privacidad para conversar.

—Aún me resulta tan raro estar hablando con ella así, tan cómodamente —el muchacho confesó, en voz baja—. Me siento como Cady de Chicas Pesadas, volviéndose amiga de Regina George.

—¡Lo mismo he estado pensando yo!... Además, las dos tienen una fascinación rara con el rosado —la artista bromeó—. Y solían ser el diablo con tacones.

—Pero ahora cambió.

—Eso creo —Aurora se encogió de hombros otra vez—. Y también creo... que quiero darle una oportunidad a Alex de redimirse.

—¿Alex, huh? —Giovanni hizo una mueca ligeramente maliciosa—. ¿Ya dejamos de lado el "Alexandra"?

La chica sacudió la cabeza, fingiendo irritación.

—Hablo en serio. Quiero ver si su cambio es genuino. Tal vez sí lo sea, yo qué sé.

—Entonces... la llevamos al gran río.

—Sip. Si es que sus padres la dejan.

—Parece que no la van a dejar... —él comentó, mientras los dos observaban con discreción como la muchacha discutía con su madre por el teléfono, hasta finalmente colgar y soltar un grito molesto.

Pareció querer lanzar su celular lejos, pero se detuvo a último segundo y lo presionó contra su pecho. Respiró hondo. Cerró los ojos. Los volvió a abrir y caminó de vuelta hacia el par, cubriendo su rabia con una sonrisa falsa.

—Me dejó ir.

—¿En serio? —Giovanni preguntó con un tono irónico, y Aurora le dio un codazo para callarlo.

—Sí... En serio —La atleta guardó su celular en su bolsillo de nuevo—. ¿Y ahora? ¿Adónde vamos?

—A buscar nuestras bicis —la artista respondió, enganchando su pulgar detrás del alza de su mochila.

—Pero yo no tengo una...

—No importa, compartirás la mía —Aurora habló antes de que su mejor amigo pudiera, y en un impulso que no pudo controlar, usó su mano libre para tomar a Alexandra de la muñeca y arrastrarla bien lejos del colegio.

El joven, sorprendido por el gesto, se rio de su espontaneidad, pero decidió no decir nada al respecto. Lo mismo sucedió con la rubia.

El trío entonces se fue caminando a la residencia Reyes. Hicieron una parada ahí, y luego se movieron al hogar de los Fuentes. Durante el recorrido, Alexandra vio a los padres de Aurora en fotos y conoció a los de Giovanni en persona. Fue interesante.

A la vez, los dos mejores amigos sacaron sus cuadernos y libros de sus mochilas, y las llenaron de linternas, snacks, y botellas de agua para los tres. El muchacho llevó su cámara. La joven, su libreta personal de dibujo, junto a unos lápices y goma. Y Alexandra, por su parte, se hizo de voluntaria para guardar un mantel en su propio bolso, por si en algún punto se querían sentar a hacer nada entre los árboles.

Con todo esto listo, ellos recogieron sus bicicletas y se pusieron a pedalear. La de Aurora era roja y negra y la de Giovanni, verde y blanca. Ambas ya parecían tener sus años de antigüedad —a juzgar por su pintura rasguñada—, pero estaban limpias y sus ruedas siempre permanecían bien infladas. Una señal de que ambos las usaban a menudo.

Alexandra viajó por las calles y caminos de su ciudad con el pecho pegado a la espalda de Aurora y sus brazos rodeando su torso. La artista dejó que ella se acomodara en el asiento en vez del portabultos, mientras sus piernas movían a los pedales al aire libre. A veces tomaba pequeños descansos sentándose sobre el tubo de metal abajo, pero en general, se mantenía alzada y en movimiento. No debió ser un viaje cómodo, pero Aurora tenía bastante fuerza en sus piernas y no se molestó ni un poco por liderar el camino así.

La rubia se asombró un poco al ver su resistencia física. No se la había esperado.

Los tres cruzaron el mismo puente en que Alexandra había terminado con Álvaro, giraron a la derecha, y siguieron moviéndose hacia el área limítrofe de la ciudad, hasta llegar al bosque. Ahí, entraron a un largo sendero de tierra cavado entre los alerces, que conducía a una línea de tren abandonada. Cruzaron los rieles, siguieron yendo hacia adelante, y eventualmente arribaron a su destino final, "el gran río".

Al descender de la bici, Alexandra entendió por qué al dúo la había llevado ahí.

El lugar era absolutamente precioso.

Nunca antes había visto hojas y musgos tan verdes. Nunca antes había estado al frente de árboles tan grandes. Y el brillo del sol en el agua que corría a su frente era mágico. Sin hablar del canto de los pájaros, y del ruido de los animales corriendo por la vegetación en la distancia...

Todo parecía haber sido sacado de algún cuento fantástico, escrito en tiempos inmemoriales. Era un jardín del Edén en la tierra.

—Bienvenida a nuestro rincón secreto... ¡El gran río! —Aurora señaló al caudal, con un tono irónico—. Lo llamamos así porque no es mucha cosa, pero es lo que hay.

—No sé de lo que hablas, ¡me encantó! —Alexandra sonrió y miró alrededor, asombrada—. ¿Cómo descubrieron este lugar?

—A Gio le gusta explorar lugares poco conocidos de la ciudad cuando está aburrido. El crédito es de él.

—Un día vine aquí solo, le saqué fotos a todo porque lo encontré, y después convencí a Rory de que me acompañara de vuelta. Es bonito, ¿no?

—¡Muy bonito!

—Se volvió tradición para nosotros venir aquí al menos una vez por mes, a charlar y relajarnos —Aurora comentó—. También exploramos esa vía de tren por la que pasamos de vez en cuando, y la última vez que lo hicimos encontramos una fábrica textil abandonada a unos kilómetros de aquí. El lugar es gigante y queremos ir allá de nuevo pronto, porque nos faltó algunas habitaciones a las que recorrer...

—¿Y no es peligroso andar por ahí?

—Lo es, pero también es divertido —Giovanni se encogió de hombros, con una expresión contenta—. Hoy no vamos a ir, pero si algún día quieres venir junto a nosotros... puedes.

—¿Quiénes son ustedes? —Alexandra se rio, pasmada—. Juraba que los dos eran nerds, pero ahora que me dicen todo eso...

—Seguimos siendo nerds, solo nos gusta la exploración urbana —él comentó y Aurora asintió.

—¿Y qué otros lugares han visitado? Ahora me nació la curiosidad.

—Pongamos el mantel en el suelo, comamos algo, y ahí te contamos todo lo que quieras saber —la artista dijo, abriendo su propia mochila.

Y esto ellos hicieron. Se sentaron sobre la tela, con sus papas fritas y sándwiches listos para el picnic, y comenzaron a charlar.

Giovanni lideró la conversación, con Aurora añadiendo detalles a sus cuentos de tiempo en tiempo. Alexandra, en la otra mano, solo escuchó.

Estaba asombrada por cada nuevo pedazo de información que recibía. Y también se estaba volviendo bastante fascinada. ¿Quién realmente era la chica sentada a su frente, encarando a su comida con una sonrisa tímida, mientras oía a su mejor amigo describir la vez que ambos tuvieron que correr de la policía mientras exploraban un sitio de construcción en medio de la noche? ¿Quién era ella, la fan de Abaddon? ¿La artista talentosa? ¿La persona empática? ¿Y cómo podía compartir el mismo cuerpo de la Aurora del colegio, que casi nunca hablaba, se veía triste todo el tiempo, y se comportaba de manera fría y desinteresada hasta con su alma gemela?

—Esta loca aquí... —Giovanni señaló a la joven—. Una vez escaló una grúa en plena madrugada.

—Me estás tirando del pelo... —La rubia alzó sus cejas.

—Lo peor es que no —Él se rio, gesticulando con entusiasmo—. Rory tiene fotos que lo comprueban. Y yo también.

—Fue en esa noche cuando casi nos arrestan, de hecho —Aurora comentó, con una mueca traviesa.

—¿Y cómo siquiera encontraron una grúa?...

—Los dos nos fuimos de paseo al departamento de su hermano en la capital —el muchacho explicó—. Lo hicimos para tu cumpleaños, ¿no?

—Sí. Y le dijimos a Carlos que íbamos a ir a ver una película sobre Ten Inch Claws... —la morena mencionó a otra banda de rock que a ambos les gustaba—. Cuando en realidad fuimos a dar vueltas por la cuadra, buscando algo que hacer. Y entonces vimos la grúa.

—La idea de escalarla fue mía, lo confieso, pero lo dije de broma —Giovanni confesó—. "Oye, ¿qué pasaría si nos subiéramos a eso?"... Me arrepiento de ese comentario hasta hoy, porque esta demente lo tomó como un desafío y alcanzó a la punta.

—Al menos tengo unas fotos geniales de allá arriba.

—¿Y no tuviste miedo de caer?

Alexandra no preguntó esto con maldad alguna y el muchacho a su lado tampoco pensó que este era el caso, pero la indagación hizo a una sombra oscura cubrir a los ojos de Aurora.

Porque no, no había temido a una caída accidental. De hecho, eso era precisamente lo que había querido que pasara, cuando puso su pie sobre la estructura de metal. Quería haberse resbalado y conocido a su muerte en un accidente estúpido, al que nadie podría culpar como un suicidio. Pero al tener a Giovanni ahí con ella, alentándola a escalar la torre, no pudo torcer la mano del destino. Ningún resbalo ocurrió, ningún paso fue mal dado, y ella regresó a tierra firme sana y salva.

—Qué es la vida sin un poco de miedo, ¿no? —La artista ocultó sus reales sentimientos con un tono cómico.

La conversación siguió con su rumbo. Pero desde ese momento en adelante, en el fondo de su mente, posibles escenarios de cómo ella podría terminarlo todo comenzaron a ser proyectados. Aurora aún podía oír a Giovanni y Alexandra charlando, pero de a poco, su atención fue robada por sus pensamientos más perversos. Las respuestas que les dio a ambos a preguntas que le hicieron fueron cortas y genéricas. Sus sonrisas fueron superficiales. Y ella solo despertó de su pesadilla consciente cuando su mejor amigo la sacudió del hombro, diciendo algo sobre "estar muy orgulloso de ella" por sus habilidades artísticas. El repentino movimiento la desconcentró.

—Oigan... Ehm... Creo que voy a ir al árbol chueco a dibujar un poco. ¿Les molesta?

—¿Al qué? —Alexandra indagó, confundida.

—Es un árbol con ramas torcidas que hay a unos metros de aquí —Giovanni señaló a la derecha—. ¿Quieres compañía?

—No, no... ya vuelvo... —la artista sacudió la cabeza—. Solo quiero dibujar unos pájaros y por ahí hay varios. No los quiero aburrir. Vuelvo en unos quince minutos.

—Voy a estar contando —el muchacho señaló—. Si necesitas ayuda, solo grita.

—Estaré bien —ella insistió.

Alexandra, confundida, la vio marcharse con las cejas chocando y el resto de su sándwich aún colgando de su mano.

—Perdón, pero ¿por acaso dije algo que no debería?

—No, no hiciste nada. Es que Rory a veces... —Giovanni suspiró—. Ella a veces necesita unos minutitos a sola. Para recomponerse.

—¿Recomponerse?

—Tiene pensamientos intrusivos. Es parte de su depresión. Está de lo más bien y de pronto empieza a sentirse fatal. Y ahí prefiere aislarse un poco. Después vuelve.

—Espera, tiene.... —Alexandra no logró terminar su frase.

Cerró los ojos, dejó su comida de lado e hizo una mueca arrepentida.

—¿Ella no te contó?

—No. Yo lo suponía, pero... no me dijo nada sobre su depresión.

—Pues ese es el caso. La tiene —Giovanni respondió, sin juzgar a la muchacha por nada—. Y aunque no me gustaría hablar sobre esto con nadie sin ella presente, creo que debo hacerlo contigo, o me volveré loco —él añadió, en un tono más bajo y desesperado—. Creo que Rory... ella...

—¿Qué?

El muchacho volvió a suspirar y se acomodó sobre la manta, para que estuviera sentado con todo el cuerpo volteado hacia Alexandra. La misma lo volvió a mirar, sin perder su expresión apenada.

—Creo que ella está pensando en hacer algo... estúpido.

La atleta se demoró un par de segundos en entender precisamente a qué él se refería. Pero cuando lo hizo, sintió a su estómago desplomarse, su garganta atarse en nudos, y a una presión fuertísima aplastar su pecho.

—¿Hablas en serio? —preguntó, conmovida—. Pero... ¿Qué te lleva a creer que Aurora quiere?...

—Encontré una carta de despedida arrugada suya, la última vez en que la fui a visitar a su casa —él confesó, luctuoso—. Le pedí que me prestara su guitarra y creo que a ella se le debe haber olvidado que la hoja estaba adentro de la funda, pero...

—No puedes estar hablando en serio.

—Lo hago —Giovanni asintió—. No mentiría sobre esto.

—¿Y sus padres?

—No saben de nada, porque nunca están en casa. Siempre de viaje.

—¡¿Y no hay nadie más a quién le podamos contar sobre esto?!

—No quiero romper su privacidad.

—Esto no es sobre privacidad, ¡su vida está en peligro! —Alexandra intentó mantener su volumen lo más bajo posible, pero no sacrificó su exasperación para ello—. Debe haber algo que podamos hacer.

—Solo estar ahí para ella. De nada servirá delatarla con los psicólogos del colegio; créeme, lo he intentado. Lo máximo que le dijeron fue que hablara con sus papás sobre la opción de ir a terapia, pero ella ya lo hace y ya está medicada, a años... en fin. Fue todo un lío. Y yo solo te digo todo esto por dos razones: una, ya no soporto más cargar con el peso de esta tragedia anunciada solo, y dos... no quiero que la vuelvas a herir. No quiero que des un mal paso y la termines empujando al precipicio que tiene al lado.

—Yo no...

—Escúchame —él demandó—. Yo no estoy enojado contigo. Para nada. Creo firmemente en que las personas pueden cambiar. Además, no soy nadie para juzgarte; no sé por lo que pasabas cuando le hiciste bullying a ella. Pero... —Se le acercó un poco—. No soportaría perder a mi mejor amiga. Y por eso no voy a tolerar que le rompas el corazón y le hagas trizas la autoestima de nuevo.

—No quiero hacerlo —Alexandra afirmó—. Mi mayor arrepentimiento en la vida es haber actuado de la manera en la que actué con ella, junto a los otros alumnos del Liceo San Martín... Fui una perra. Sé que lo fui. Así como sé que mi edad no justifica mi maldad. Era una niña, pero no era tonta. Sin embargo... —Miró a un lado, antes de inclinar su cabeza un poco y continuar:— Tienes razón al decir que no sabes por lo que estaba pasando. No fueron años fáciles para mí. Y no quiero aparentar tener algún complejo de víctima...

—No lo haces —él la cortó—. Me repito, no soy nadie para juzgarte. Cuando Rory me hablaba sobre tu comportamiento, yo siempre pensé que había algo más por detrás de él... Que algo te sucedía. No podías ser tan mala sin algún motivo para ello.

—Si te cuento... —Alex cerró los ojos de nuevo y recogió sus rodillas en contra de su pecho, abrazándolas—. ¿Me prometes no decirle nada a nadie?

—No lo haré —Giovanni juró, y por su mirada apenas, la muchacha supo que él estaba siendo sincero.

—En esa época yo... vi a mi madre adoptiva con otro hombre... en casa.

La atleta dejó la confesión por ahí, pero tampoco necesitó decir mucho más.

—¿Entonces es por eso que tus padres se pelean tanto? Y perdón por decirlo así, de cara, pero es que es cosa de oírte en el teléfono....

—Sí. Y no —Ella sonrió, pero la mueca fue agria—. Se pelean porque papá sabe que mamá lo engaña, pero no tiene cómo probarlo. Además, ambos son cristianos fervorosos y para ellos el divorcio es...

—¿Impensable?

Alexandra asintió.

—Sé que todo esto suena exagerado. O sea, ¿me entero que mi vieja tiene un amante y de pronto me vuelvo loca y trato a todos mal? Es ridículo...

—No es ridículo —Giovanni de nuevo la interrumpió—. ¿Cuántos años tenías cuando descubriste todo esto?

—¿Nueve? ¿Diez?

—Exacto. No deberías haber visto nada, nunca.

—Tal vez, pero... eso no excusa mi comportamiento. Fui una persona terrible, por años... O sea, la empujé en contra de casilleros, la tiré del cabello, le lancé sus cosas a la basura, le pegué... —La atleta paró de hablar y volvió a hacer la misma mueca agria de minutos atrás. Cuando miró a Giovanni de nuevo, sus ojos estaban brillando por lágrimas que se rehusaban a caer—. No quiero hacerle daño de nuevo. Y no quiero dejar que nadie más la lastime así de nuevo... ni ella misma.

El muchacho le sonrió con brevedad y miró alrededor. Ambos hicieron una pausa en la conversación para escuchar el ruido de los pájaros alrededor. Cuando él volvió a hablar, lo hizo con el mismo tono manso y volumen discreto:

—A Rory no le gusta que nadie sepa lo que ella está pasando, así que yo siempre me abstengo de decirle la verdad sobre sus experiencias a los demás, pero por alguna razón, algo me está diciendo que confíe en ti... y eso haré. Porque necesito a alguien más de mi lado, en caso de que algo más grave suceda con ella. Y porque necesito a alguien de confianza que la pueda observar en mi lugar, en caso de que yo no esté presente.

—Okay. Te juro que no le mencionaré nada de lo que me has dicho, o vayas a decir a nadie.

Él asintió:

—Ella tiene ataques de pánico y ansiedad con frecuencia. Al menos dos veces a la semana. Cuando lo hace, le gusta apartarse de todos, e irse a lugares vacíos y pequeños, como cubículos de baños o armarios de manutención. Suele tener migrañas por lo mismo... su estrés aumenta demasiado y su cuerpo se desregula. Si notas que está teniendo algún dolor de cabeza grave, ponle unos lentes de sol, llévala a algún lugar sin mucho ruido y déjala dormir por un rato. Eso la hará sentirse mejor.

—Anotado.

—Sus medicamentos son sagrados. Los toma siempre por la mañana. Sabrás que lo hizo porque sus manos tiemblan un poco. Si notas que están tranquilas...

—Es porque no lo hizo.

—Sí. Y otra cosa...

—¿Hm?

—Ella no confía en las personas. Ni un poco. Que te esté dando la oportunidad de redimirte es un verdadero milagro. Así que aprovéchalo. Puede ser el último que te otorgue.

Alexandra asintió.

—Lo haré.

Unos minutos más pasaron. Los dos adolescentes decidieron guardar los restos de su picnic e ir a buscar a su amiga. La hallaron donde dijo que estaría: Arriba de las ramas torcidas de un árbol, con un cuaderno, lápiz y goma en la mano, dibujando a su entorno con una expresión concentrada.

—Se te perdió el tiempo, parece —Giovanni comentó, dándole una palmada juguetona a la pierna, que colgaba del aire—. Ya pasaron tus quince minutos.

—Perdón... Estaba obsesionada con esos pícidos —Su mejor amiga apuntó a los pájaros sobre su cabeza—. Son preciosos.

—A ver —Él estiró su mano arriba, pidiéndole el cuaderno.

Aurora se lo pasó y luego bajó del árbol, mientras el joven y Alexandra observaban sus bocetos.

—Se ven tan reales... —la atleta comentó, asombrada—. Tienes talento de sobra...

—Solo son pájaros.

—Perdón, tú misma dijiste que son preciosos —Alex señaló—. Y te quedaron geniales los dibujos.

—Lo mismo digo, podrías vender esto por un bueeeen precio.

—Tal vez algún día —La artista recogió su cuaderno de vuelta y Giovanni la miró con preocupación, habiendo notado su tono triste y misterioso—. ¿Adónde vamos ahora? Seguimos explorando o...

—¿No querías ir a ese edificio abandonado? —la rubia indagó.

—Sí, pero tú no parecías tener ganas de hacerlo.

—Cambié de idea. Vamos a recoger las bicis y nos vamos allá.

—¿Segura?

—Segurísima —Alexandra asintió—. Cierto, ¿Gio?

—¡Cierto! —el muchacho le siguió la corriente—. Solo intentemos no ser arrestados de esta vez.

La atleta soltó una risa nerviosa al oír este último comentario, e intercambió una mirada angustiada con Aurora, a quien su pánico le resultó cómico al punto de sacarle una sonrisa.

—Ya... vámonos allá de una vez, antes de que anochezca.


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Decir que Alex estaba sorprendida por el lado más rebelde de la morena sería menospreciar su espanto y su asombro. De verdad no se había esperado un comportamiento tan alocado de su parte, nunca.

La reja que rodeaba la propiedad abandonada poseía placas resaltando que entrar al terreno era prohibido por doquier. Pero a Aurora esto no le importó. Saltó la valla primero, buscó un basurero grande al que apoyar en contra de la misma desde el otro lado, y ayudó a sus amigos a entrar al terreno.

Luego, mientras exploraban la anciana construcción, se le ocurrió la brillante idea de subir al techo de la fábrica, para sacar una foto aérea del lugar. Aurora no parecía importarse ni un poco por el moho, por el vidrio molido, por las palomas, por la madera húmeda y frágil bajo sus pies, por el metal oxidado y corroído del que se sujetaba... nada. Solo subía. Y subía. Y subía... Y Giovanni, aunque preocupado, permanecía callado, viéndola hacer lo que quería desde abajo.

Alexandra en cuestión la había intentado detener, pero la artista no le hizo caso. Dijo que se subiría al techo y que nadie la haría cambiar de idea. Y luego de sacar las fotos que tanto quería, miró al vacío abajo con una mirada... ¿Cómo podría la atleta describirla? ¿Cansada? ¿Desilusionada? O tal vez... atraída, por el sueño del vuelo libre y de la caída gloriosa.

En ese momento, ella comprendió que Giovanni realmente no mentía.

Aurora no temía a la muerte... la deseaba. La anhelaba.

Y eso le causó a la rubia una acidez en el estómago que jamás había sentido antes. Sus tripas se anudaron aún más, sus órganos se incendiaron por dentro, y en su boca, una amargura terrible recubrió su paladar.

—¿Lo ves ahora? —el muchacho murmuró—. ¿Ves por qué estoy preocupado?

—Sí —Alexandra asintió, sin despegar su mirada de la chica, cuyo oscuro cabello flameaba en el viento arriba—. Lo veo. Y no me gusta ni un poco esta situación.

—¿Me ayudarás entonces? ¿A mantener un ojo sobre ella?

La deportista volvió a asentir, sin palabras.

Después de todo lo que la había hecho pasar, sentía que ahora este era su deber.

Y por eso, decidió dedicarse aún más a reparar su relación, y tal vez traerle un poco de luz a la vida oscura y triste de Aurora. Sin importar el costo.

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