Lo que éramos - Capítulo 13

El viernes llegó y Aurora no se sentía nada bien. Apenas abrió los ojos y supo, por la manera en la que su entorno se veía gris, su cuerpo le pesaba, y su mente se volvía oscura por la sombra de sus pensamientos, que las garras de su depresión la volverían a agarrar del cuello durante la jornada.

Se tomó sus antidepresivos con una mueca insatisfecha. Sabía que en teoría deberían ayudarla, pero era difícil creer en sus buenos resultados en momentos tan vacíos e insípidos como el que vivía. Desayunó a medias, dejando los restos de su sándwich olvidados en la mesa, junto a su jugo a medio beber. Alimentó a su perro, lo acarició, se duchó, se vistió e hizo todo lo que tenía que hacer sin reclamar, siguiendo la rutina apenas por obligación y no por gusto. No dejó su casa con su bicicleta aquel día. Decidió ir a pie al liceo.

Por haber llegado a su sala más temprano de lo normal, colgó su mochila en su silla y se sentó en la misma, a tomar una siesta corta mientras sus otros compañeros no aparecían y la clase no empezaba. Cuando Giovanni entró ahí y la vio, supo que sería uno de esos días.

—Hola, Rory.

—Hola.

Ella no levantó la cabeza para mirarlo y él suspiró, poniendo una mano sobre su espalda. La masajeó con cariño y mantuvo el silencio, sabiendo que cuando su amiga estuviera lista para salir de su caparazón, lo haría. Por mientras, usó la mano libre para mensajear a Alexandra, y avisarle que hoy la jornada sería un tanto cuando... complicada.


"¿Hay algo que pueda hacer para hacerla sentirse un poco mejor?" 

La atleta preguntó por texto.


"Dale espacio si es que te lo pide, y cariño cuando sientas que lo necesite.

Ah, y si puedes, tráele algo dulce. Le gusta comer cosas dulces cuando está así."


"Anotado.

Y le estoy llevando uno de los muffins de chispas de chocolate de mi abuela.

¿Algo más?"


"¿Estarás ocupada hoy? ¿Después del colegio?

No me gusta dejarla a solas cuando se siente así de mal, 

pero yo tengo que acompañar a mi mamá al doctor

y no podré cuidarla más tarde."


"No tengo nada por hacer

y aunque lo tuviera lo dejaría para después.

Yo me encargo de ella, no te preocupes."


Giovanni soltó un suspiro aliviado y bloqueó su celular. Cinco minutos después, Alexandra cruzó por la puerta de la sala y caminó derecho al dúo.

—Hola... ¿Cómo están?

—Con sueño —el muchacho dijo y su cuerpo enseguida resaltó su punto con un bostezo.

—Por dos —Aurora respondió, pero siguió sin levantar la cabeza.

—Deberían pasar por el kiosko durante el recreo y comprarse unos cafés. Por mientras, les traje azúcar. Toma, una barra de cereal para ti —Le entregó el snack a Giovanni—. Y un muffin de chocolate para ti.

La artista se forzó a mirarla. Por su expresión taciturna, Alexandra entendió que su cansancio no se limitaba a lo físico. Aun así, no le dijo nada y esperó con paciencia a que ella recibiera su bocadillo.

—Gracias, Blondie —Aurora murmuró, genuinamente grata pese a su desánimo.

—De nada.


---


El resto del día transcurrió con una lentitud molesta, para todos los estudiantes del Liceo Alba. Tuvieron que entregar varios trabajos, hacer un par de exámenes, y para cuando el timbre final tocó, todos ya se sentían medio muertos. Por suerte, los viernes ellos salían temprano. Así que los estudiantes corrieron a la salida y solo volvieron a sonreír con energías renovadas así que pisaron en los exteriores del colegio.

Menos Aurora. Ella siguió sintiéndose igual de agotada y estresada. Al despedirse de Giovanni soltó un exhalo largo y comenzó a caminar a paso lento hacia su calle, pateando piedras y hojas secas mientras se desplazaban. No alcanzó a oír a Alexandra llamar su nombre, ni la vio acercarse por detrás.

—¡Hey! Te estaba llamando.

—Ah. Perdón. Voy distraída.

—Te preguntaba si tienes algo que hacer hoy.

—No, pero... en verdad solo quiero llegar a casa y dormir un rato.

—¿Quieres que te haga compañía?

Aurora la miró, frunciendo un poco el ceño.

—¿Mientras... duermo?

—Podría sentarme a tu lado y terminar de leer Black Roses in the Graveyard. O podríamos dormir las dos de cucharita. También tengo sueño y necesito estar bien descansada para mañana.

—Pues, eh...

—Vamos, sé que te gusta la idea.

—¿Y tú no estás ocupada? ¿Por el tema del campeonato?

—Nope, ayer fue nuestra última práctica —Alexandra comentó—. Estoy completamente libre hoy.

—Entonces... —La artista apartó unos mechones de cabello de su cara y volvió a mirar adelante—. Acepto.

—¿Sí?

—Sí...

—No suenas tan segura.

—Es que nunca me propusieron dormir de cucharita así, de la nada.

—Pues ahora ya lo he hecho. Y aceptaste. Así que tendrás que lidiar con las consecuencias —La rubia le dijo un empujoncito con el hombro y le logró sacar una media sonrisa a la artista.

—No estoy diciendo que no me gusta la idea, solo... me sorprendió. Eso es todo.

—Me aseguraré de que eso no vuelva a pasar.

La nueva respuesta de Alexandra logró lo que Aurora creía era imposible: aumentar el tamaño de su sonrisa y calentarle un poco el gélido corazón. Y al percibir el impacto de sus palabras, la atleta la tomó de la mano, contenta y aliviada. Juntas, ambas caminaron a la residencia Reyes, llegando allá en unos quince minutos.

Manchas, al oír la puerta abrirse, se levantó del sofá a saludar a su dueña y a la recién llegada. Luego de darle la debida atención al perro y jugar un poco con él, las dos se movieron a la habitación de la artista. Todavía no tenían hambre y las dos no mentían, realmente estaban cansadas. Así que se tiraron a la cama, aún vestidas con sus uniformes escolares, a tomar una siesta.

Se quedaron dormidas separadas, y se despertaron abrazadas. Alexandra en específico abrió los ojos primero, con los brazos de Aurora sujetándola por detrás, con un agarre suelto y reconfortante. Con cuidado se giró sobre el colchón, queriendo mirarla a la cara. Pese a estar durmiendo sus músculos seguían tensos, y sus rasgos se aún se encontraban endurecidos. Algo la estaba molestando y a la atleta le asustaba pensar qué.

Se pasó unos cuantos minutos observándola en silencio, hasta que la escuchó suspirar y abrir los ojos, visiblemente incomodada con la luz del ambiente. La cortina de la ventana estaba abierta y dejaba entrar la claridad de afuera.

—¿Quieres que la cierre? —Alex señaló a la tela.

—Hm —La artista asintió.

Dicho y hecho, la rubia corrió la cortina, oscureciendo las paredes a su alrededor.

—¿Mejor?

—Bastante. ¿Cuánto tiempo dormimos?

—No lo sé, pero no parece haber sido mucho tiempo... aún no anochece.

—¿Quieres ir a comer algo? ¿O nos quedamos aquí?

—Tengo hambre, pero no me quiero levantar aún —la atleta confesó, volviendo a los brazos de Aurora. De esta vez, sin embargo, se mantuvo volteada hacia ella, con su cabeza apoyada en su pecho—. Quiero conversar contigo.

—¿Sobre?

—Mañana —Alexandra respondió, con cierto temor a empeorar los ánimos de la artista—. Y el hecho de que tendremos que volver a pisar en el Liceo San Martín.

—Hm...

—¿Cómo te sientes respecto a eso?

—¿Yo?... No lo sé. Detesto ese lugar, pero volver ahí no es lo peor del mundo. Puedo hacerlo.

—¿Estás segura?

—¿Qué te hace creer que no lo estoy?

—No lo sé... hoy has estado bastante...

—No es por culpa de eso —Aurora la cortó.

—¿No? —Alexandra, confundida, giró su cabeza para mirarla desde abajo. Pero ella tenía los ojos pegados en el techo y se rehusaba a encararla de vuelta—. ¿Y entonces?

La artista respiró hondo y acarició la espalda de la rubia, quedándose en silencio por un par de minutos, mientras buscaba las mejores palabras para explicarse.

—Es culpa del ruido.

—¿Hm? —La rubia frunció un poco el ceño—. ¿Qué ruido?

—El de mi mente.

—Okay... elabora, porque no te estoy siguiendo.

—¿Sabes cuando estás en un restaurante lleno y todos los clientes están hablando al mismo tiempo? ¿Y sus voces medio que se mezclan unas con las otras, y se vuelven... ruido de fondo? ¿Hasta que le comienzas a prestar atención y de pronto logras rescatar unas cuantas oraciones de la bulla?

—¿Sí?...

—Pues, así se siente mi cabeza algunos días. Tengo mil pensamientos horrendos gritando uno por encima del otro y si me detengo a prestarles atención, algunos comienzan a hacer sentido... Y las cosas que me dicen son muy desagradables. Hoy es uno de ellos.

Alexandra se volvió a acomodar sobre la cama, para poder suspender su cabeza sobre la de Aurora y mirarla a los ojos.

—¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas un poco mejor?

—Ya lo estás haciendo... estás aquí.

—¿Nada más?

—Sí... Bésame de nuevo —La artista levantó su mano hacia la mejilla de la otra chica y la acarició con movimientos lentos y suaves—. Bésame como lo hiciste ayer en las escaleras. Siento que terminamos todo muy rápido... y aquí no tenemos ninguna urgencia. No hay nadie que nos pueda atrapar.

—Lo haré. Pero espero que sepas que yo, de mi parte, no frené las cosas ayer por estar avergonzada.

—¿No?

—No —la rubia insistió—. Lo hice para que ambas estemos seguras. Ya sabes cómo es mi familia, y te puedes imaginar lo que harían si supieran que estamos juntas.

—Sí... eso no terminaría nada bien.

—Pero algún día... —Alex acercó sus rostros aún más—. Me gustaría que todos supieran que me gustas, y mucho.

—A veces me cuesta creer que eso es verdad —Aurora comentó, antes de que su cerebro pudiera filtrar su sinceridad—. O sea, también me gustas, pero...

—Entiendo lo que quisiste decir. Y estoy muy dispuesta a probar que lo que yo digo es cierto —La atleta besó la punta de su nariz—. Me gustas, y mucho. Y detesto tener que mantener esto en secreto apenas para poder mantenerte a ti. No quiero hacerlo.

—Yo tampoco.

Las dos se besaron, pero la energía pasional y ardiente del día anterior no reapareció durante el acto. En cambio, una vulnerabilidad sentimental y delicada lo hizo.

De alguna manera, el gesto se sintió más íntimo así.

—Te prometo que algún día... algún día les diremos a todos que estamos juntas. Lo haremos.

—Y yo te creo —Aurora murmuró, robándole otro beso—. Solo espero que sea pronto.

—Sí... yo también.


---


Alexandra se fue a la casa de su abuela a las seis y media, luego de pasar toda la tarde acurrucada al lado de Aurora, haciéndole compañía.

Apenas llegó al hogar de la señora Martina le escribió a Giovanni, pidiéndole que acompañara a la artista al Liceo San Martín el día siguiente. No quería que la morena fuera allá sola. También aprovechó de escribirle un mensaje corto a la misma, recordándole que si al final desistía de asistir al evento no habría problema alguno. Pero Aurora le respondió con rapidez, insistiendo más una vez en que iría.

Y cumplió con su palabra.

En aquel lluvioso sábado, la rubia vio a la artista subirse a las gradas junto a su mejor amigo, vestida con una chaqueta cortavientos colorida. El diseño destacó no tan solo por sus tonos neón chillones, fáciles de ubicar entre la multitud, sino también por ser el mismo que Alexandra había visto en el día en que se había separado de Álvaro, durante aquella horrenda discusión que tuvieron bajo el puente.

Al reconocer la prenda, Alexandra supo de inmediato que su elección no había sido una coincidencia. Era un mensaje sutil de dueña: Si había logrado separarse de aquel inútil y confrontar su temor a él, también podía confrontar su temor al resultado final de la carrera, y a la historia del lugar en donde competía.

La sonrisa alentadora que Aurora le tiró cuando sus ojos se encontraron tan sólo confirmó esta noción.

"Puedo hacerlo." la rubia pensó, soltando un suspiro angustiado. "Puedo hacerlo."

La carrera de relevos masculina fue llevada a cabo primero. El equipo del Rogerio Vargas ganó.

Mierda. Los chicos de su colegio habían perdido la oportunidad de ganar el campeonato. Ahora venía su turno... Alexandra no podía fallar. Ni sus compañeras. El Liceo Alba dependía de ellas y su entrada a la Universidad Rodolfo Ibáñez también.

No. Podía. Perder. Esto.

La atleta caminó hacia su posición en la pista de carreras con apuro. De esta vez, su entrenador había decidido ponerla como la última corredora de la carrera, para compensar cualquier falla cometida por sus colegas y asegurar su victoria. Como era la integrante más rápida del grupo, su decisión era justificada.

Pero, aunque ella entendía su lógica muy bien, su ansiedad no la apreciaba ni un poco.

Esperó a que fuera su turno de correr con el corazón intentando escaparse por su boca y con su adrenalina saltando la cuerda con sus venas. Cuando el timbre de partida sonó, sus oídos se olvidaron de la cacofonía de las gradas y se sintonizaron exclusivamente con los ruidos en la pista. Zapatos chocando contra del suelo. Ropas arrugándose. Cuerpos luchando contra el viento. Gruñidos. Respiraciones jadeantes. Y finalmente, los pasos de su compañera, Scarlett, aproximándose por detrás.

Comenzó a moverse así que la sintió arribar a sus cercanías. Y al hacerlo sintió una euforia que no tenía cómo explicar con palabras. Su cuerpo completó vibró con unas ganas sobrehumanas de aplastar a sus rivales y probar su superioridad física. Su espíritu competitivo venció a su angustia y ella corrió más rápido que una leona cazando a su presa. Corrió tanto que llevó la delantera por una distancia considerable. Corrió tanto que casi le prendió fuego a las suelas de sus zapatos. Y por poco volando, ganó la carrera. Más una vez.

Nunca había visto a su entrenador tan feliz en su vida. Jadeante, se sentó en el pasto cercano y les echó una mirada a las gradas. Vio a sus amigos celebrando la victoria de su colegio y a Aurora silbando lo más alto que podía, celebrando la de ella. Riéndose, la atleta sacudió la cabeza, se levantó y le hizo una reverencia desde la distancia, a modo de broma. Luego, se juntó a sus colegas a celebrar su victoria, y después de unos minutos de felicitaciones y halagos mutuos, entraron al fin al vestuario.

—¡Muy bien hecho chicas! ¡Y Alex! ¡Tú en específico te pasaste! ¡Excelente desempeño! —El profesor Moisés le dio un abrazo de lado rápido, antes de pasarle su botella de G-Power roja—. Mejoraron en todos los puntos que tenían que mejorar desde nuestra carrera anterior y no tengo mucho a decirles a no ser: ¡buenísimo trabajo!

—No puedo creer aún que vamos a las finales —Raquel comentó, quitándose su zapatilla deportiva—. ¿Cómo llegamos tan lejos? —se rio junto a sus colegas.

—No lo sé, pero ahora tenemos que darlo todo. No podemos ir a las finales y perder —Scarlett sacudió la cabeza.

—¡Ese es el espíritu! —El entrenador exclamó—. En especial porque las finales serán en el estadio Centurión, allá en la capital.

—¡¿Qué?! —Lucía gritó a seguir—. ¡¿Vamos a competir en el estadio de la Universidad Rodolfo Ibáñez?!

—Sí... El rector de la universidad me lo informó hoy por la mañana, pero solo podía contárselo ahora que ganamos —El profesor sonrió, cruzando los brazos—. Eso sí, les tengo una mala noticia.

—¿Cuál? —Alexandra indagó.

—Ustedes ya no disputarán una prueba de relevos de 4 × 100 metros.

—¡¿Cómo?! —Las chicas reclamaron a seguir.

—Hey, no me odien... Odien a los organizadores del campeonato. Ellos nos avisaron eso a los entrenadores hoy también. La carrera final será de 4 x 400 metros. Así que chicas... tendrán que correr por sus vidas. Porque este será un evento y tanto.

Y el hombre no mentía, porque aquel lugar era uno extremadamente prestigioso en el mundo del deporte. Había sido usado para las olimpíadas el año anterior, y poseía una estructura profesional a la que el pequeño equipo del liceo Alba no estaba acostumbrado. Además, sin duda alguna los representantes de la URI habían habilitado dicho espacio para estudiar mejor —y de cerca— a las atletas que deseaban reclutar para su propio cuerpo de alumnos el año siguiente.

Alexandra sabía que esta sería su oportunidad de oro para entrar al centro educativo. Y de pronto, el camino hacia su destino había sido iluminado. Las tinieblas de su mente habían sido despejadas y una sola meta apareció adentro: ganar ese puto campeonato, sin importar el costo. Tenía que lograrlo.

—¿Y cuándo será la final? ¿En qué día? —ella preguntó, con un tono serio.

Su entrenador cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro.

—Es ahí donde la segunda mala noticia viene.

—Ay, ¿ahora qué? —Scarlett hizo una cara de molestia.

—Fue aplazada. Ya no será la próxima semana.

—¿Y entonces?

—Será en el sábado después de sus exámenes de final de semestre —Un coro de maldiciones se escuchó alrededor del hombre. Él se encogió de hombros y prosiguió:— Intenté hablar con los organizadores del evento porque sabía que eso las sobrecargaría a todas ustedes, pero no me escucharon. Lo siento. Es lo que es.

Alexandra fue la que menos se preocupó por el cambio de fechas. No le incomodaba demasiado dichas pruebas, porque estudiar no le resultaba un problema. Mantener su determinación y su fibra hasta entonces sí que sería lo duro. No podría aflojar sus hábitos, ni tomarse un descanso, como tendía a hacer al finalizar sus competiciones. Eso sería lo difícil.

Al salir del vestuario y despedirse de sus colegas y entrenador, ella fue a buscar a sus amigos y a su padre. Pero mientras caminaba, le llegó un mensaje de Giovanni, preguntándole si había visto a Aurora. Ella le dijo que no, recién había salido de la reunión con su equipo. El muchacho le mandó una nota de audio:

Rory me dijo que iba al baño hace rato y todavía no vuelve. ¿Puedes ir a buscarla o voy yo? Pregunto porque tú te ubicas mejor por aquí. Yo no tengo ni puta idea de dónde está nada...

—Yo me encargo, tranqui —la atleta le contestó, percibiendo su tono ligeramente preocupado.

La rubia sabía que en el primer piso del colegio existían dos baños, el del extremo norte y el del extremo sur. El más cercano al patio era el norte. Fue allí primero, pero un papel pegado con cinta adhesiva en la puerta avisaba que estaba fuera de servicio, así que se movió al segundo. Y al acercarse, supo que la aprensión de Giovanni era en el fondo justificada:

—...No te voy a preguntar de nuevo, zarigüeya. ¿Por qué carajos volviste aquí al San Martín?

—Ya les dije que no les debo satisfacciones sobre mi vida.

—Apuesto que fue por esa lela del equipo de atletismo, la de pelo corto, terrible marimacho. ¿Por acaso es tu novia, zarigüeya? Debe serlo, para que te vieras tan maricona y feliz en las gradas.

—No conozco bien a la Lucía, y aunque fuera mi novia, ¿a ustedes por qué eso les interesa?

—Este es un colegio católico, Aurora. No vamos a permitir ese tipo de perversidades asquerosas...

Cada vez más enojada por lo que oía, Alexandra plantó su mano en la puerta del baño, que estaba medio abierta, y la golpeó con fuerza en contra de la pared.

—¿Vámonos, Aurora? Aún tenemos que arreglarnos para la fiesta de más tarde —ella interrumpió la charla con una furia apenas contenida, ignorando a sus ex amigas y clavando sus ojos verdes derecho en los castaños de la artista.

—¿Alex?... ¿De verdad eres tú? —una pelirroja llamada Antonia le preguntó.

—¿Tú qué crees?

—Ouch... Desapareces de la noche a la mañana, nunca más nos escribes, y cuando nos volvemos a ver, ¿así nos hablas?

—Hola —la atleta le siguió respondiendo con un tono frío y desinteresado—. Rory, ven. Vámonos.

¿Rory?... Espera, ¿eres amiga de la zarigüeya ahora? —otra chica, más flacuchenta y de cabello negro, preguntó a seguir.

—Aurora tiene un nombre, Belén. Úsalo.

—¿Quién eres y qué le hiciste a la Alex que conocíamos? —ella bromeó, cruzando los brazos mientras la escultora al fin lograba moverse y caminar hacia la rubia.

—Esa Alex murió. La maté yo misma. Y gracias a Dios la perra está muerta, porque no la soportaba —la atleta contestó a la defensiva, tomando a Aurora de la mano tan solo para ver al mundo arder—. Además, solo para que sepan, ella no vino a apoyar a Lucía. Me vino a apoyar a mí...

—¿Qué?

—Ah, y antes de irme, quiero decirles a ambas algo: Váyanse a la mierda, las dos.

—Alex... —Aurora murmuró, entre asombrada y preocupada por su irritabilidad.

—No, ahora que estoy aquí es mejor que les diga todo lo que siempre les quise decir y no pude —la deportista insistió, metiéndose entre ella y aquellos espectros tristes de su pasado—. ¿Quieren saber por qué nunca más volví a hablarles? Simple. Porque todas las ofensas que ustedes le tiraron a Rory, y que me incentivaron a tirarle también, se aplicaban a mí. ¡Sorpresa!... Ella no era la única rarita de la sala. A mí también me gustaban las chicas. ¡Me siguen gustando, de hecho! —Dio un paso adelante y aumentó su tono de voz—. Rezar no me sirvió de nada, salir con un chico no me sirvió de nada y francamente, ya me cansé de intentar reparar algo que Dios me ha probado mil veces, no está roto. Así que... —Se encogió de hombros—. Que se joda. Soy bi. Y cada puta vez que ustedes patearon y le escupieron a Aurora, también hicieron lo mismo conmigo, sin saberlo. Así que quiero que las dos se vayan al carajo, por ofenderla a ella y a mí.

—Alex, no puedes estar hablando en serio.

—¿De verdad estás dispuesta a irte al infierno por?...

—¡No me vengas a decir que me voy a ir al infierno por ser lo que soy! ¡Literal te vi chupándole el pico al Juan Carlos en la fiesta de Halloween el año pasado! —la rubia confrontó a Belén con el lenguaje más vulgar que se le pudo ocurrir, antes de voltearse a Antonia—. ¡Y a ti yo sé que el Fabbo te vende yerba, así calladita te quedas!

—¡Ya, pero eso es distinto!

—¿Distinto, cómo? Pecado es pecado, no hay distinción. Si yo me quemo, tú te quemas. ¡Fin de la historia!

—Alex... —Aurora la sujetó en su lugar, para que no diera un paso adelante y la cosa se pusiera violenta—. Tenemos la fiesta, ¿recuerdas? Me viniste a buscar por eso.

La atleta, respirando hondo para no dejar que su lado más sombrío la dominara, concordó con ella. Tenía razón. Debían irse. Seguir discutiendo con esas dos solo les generaría más frustraciones y problemas.

Pero así que se voltearon y salieron del baño, una oración hizo lo que generalmente era imposible: despertó la furia de la artista, quien se había estado conteniendo desde un inicio.

—¡Ahora lo entiendo todo! ¡Esa zorra le está chupando la concha a Aurora!...

Al mirar a su amiga, Alexandra pudo ver el exacto momento en el que su razón se desvaneció, su miedo se esfumó y su rabia tomó total control sobre su cuerpo. Y hacerlo fue francamente asustador. Porque su mirada se afiló como la de un depredador, su postura se endureció como la de un soldado, y sus puños se cerraron como los de un boxeador. Ella parecía estar lista para volver al baño y no dejar sobrevivientes.

Y ahí yacía la razón del temor de la rubia. Su impulsividad.

Aunque ella se sentía irritada a menudo y no estaba opuesta a darle una palmada o dos a alguien —dependiendo de la situación—, su violencia era contenida. La de Aurora, por el contrario, era desenfrenada.

Y aunque podía tolerar humillaciones hacia sí misma sin problemas, en el preciso momento en que cualquiera de sus enemigos osaba siquiera mencionar a uno de sus pocos amigos y ofenderlos, dicha persona debía considerarse muerta.

Alexandra no había sido, ni sería un problema para aquellas dos.

Aurora era otra historia.

La artista se giró y trotó de vuelta al baño llevando consigo la furia de un huracán. La atleta la siguió y la intentó detener, pero reaccionó muy tarde. La chica alcanzó a pegarle otro de sus clásicos puñetazos a Belén, haciéndola tambalear y jalar a Antonia al suelo consigo. También le pegó una patada a la segunda joven, pero no logró hacerle tanto daño como quería, porque Alexandra se interpuso entre ellas.

—¡¿ESTÁS LOCA?! — la pelirroja gritó, mientras la otra matona lloraba, sosteniendo su nariz rota.

—¡LLAMA A ALEX DE PERRA UNA VEZ MÁS Y TE DEJO SIN DIENTES! ¡¿ME OÍSTE?! ¡ME PUEDES HACER Y DECIR LO QUE QUIERAS A MÍ! ¡PERO NO TE METAS CON ELLA, HIJA DE PUTA!

—¡Suficiente, Aurora! ¡Vámonos!

De alguna manera, pese a estar cargando con el peso de su bolso deportivo —y a desear más que nada dejarla hacerlas trizas a ambas—, Alexandra logró vencer a cansancio y a su sed de sangre. Arrastró a la escultora lejos del baño a la fuerza.

Sabía que su padre y Giovanni le estaban enviando mensajes como locos para saber en dónde estaba y por qué se estaba demorando tanto en volver, ya que su celular no paraba de vibrar en su bolsillo, pero antes de calmarlos ella tenía que asegurarse de que Aurora estaría bien. Después les contestaría.

La llevó a un pasillo desierto cerca de la salida al patio justamente para ello.

—No necesitabas ir allá a golpearla —ella le dijo, así que la soltó.

—Perdón, pero no me pude contener. Alguien tenía que callar a Belén, ya era hora. ¡Lleva años diciendo pendejadas y nadie hace nada!...

—Ya, pero ¿quién será la próxima? Primero le pegaste al Álvaro, lo que fue justificado... pero ahora fue a ella...

—Los dos se lo merecieron. ¡Y sabes que se lo merecieron!

—Mereciéndolo o no, te podrías meter en problemas. En especial porque no estamos en la casa de un amigo, estamos en un colegio.

—Pues que lo haga, me da lo mismo.

—Aurora...

—¡No, Alex!... ¡Ya me cansé de ser pisoteada por ese tipo de gente, y de dejar que mis amigos sufran por mi culpa, sin hacer nada al respecto! —La artista dio un paso adelante, haciendo con que ella y la rubia quedaran frente a frente—. ¿Sabes a cuántos años fantaseaba con darle un puñetazo a esa perra? ¡Desde que tenía siete! ¡Me hizo la vida imposible mientras estaba aquí!

—Yo también, ¿se te olvida?

—¡Ya, pero son situaciones completamente distintas! ¡Tú cambiaste! ¡Pero ella insiste en ser una persona horrible! ¡Y se enorgullece de ello, lo que es peor todavía! —exclamó y se apartó de la atleta, para sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en la pared—. Además, no oíste lo que ella me dijo allá en el baño. No le pegué solo por ti. Lo hice por mí también. Necesitaba hacerlo... Necesitaba defenderme al menos una vez en mi puta vida.

Alexandra frunció el ceño y soltó un exhalo tenso. Se quitó el bolso del hombro y se sentó al lado de Aurora, poniéndolo entre sus piernas.

—¿Qué pasó?...

La artista cruzó los brazos, bajó el mentón, y se puso a explicar.


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