Capítulo 1
Disclaimer: los personajes de esta historia pertenecen a Masashi Kishimoto. Obra inspirada a fin de entretener y sin fines lucrativos.
"....." pensamientos
-.....- diálogos
●●●● cambio de escena
Ciento dieciocho años después...
Mirar la luna le calmaba inmensamente, estar encerrada y recluida en su torre era algo inquietante. Aunque se había acostumbrado al desapego de quien se hacía llamar su madre, aún después de tantos años se preguntaba qué tan bastarda había sido para ser condenada de esa manera en esta vida, que irónicamente era eterna. No había experimentado algo cercano a lo llamado amor que leía en los antiguos escritos, solo conocía el respeto y la amabilidad por parte de las personas que le servían. Pero añoraba en su interior el amor que solía ver en los humanos cuando se escapaba por la noches hacia el mirador, si es que se le podría llamar noche al hecho de que la luna atenuara la intensidad del sol.
Su madre habitaba la estrella llamada Azulón, grande e inmensa como el poder que la gran diosa poseía. La veía de vez en cuando, solía ir a verla cada tanto, para hablarle de cómo debía comportarse y entregarle ciertos pergaminos con información importante. La última vez que la había visto fue para comentarle sobre un posible compromiso con el hijo del dios de la noche, quien velaba por la luna y las estrellas.
Para los demás dioses que conformaban el consejo principal, porque todo reino debe tener normas por la que regirse, era una unión sumamente conveniente. El equilibrio del día y la noche estaba representado por ella y su posible prometido. Kakashi, quien era un chico misterioso como la noche misma y que en sus ojos se podía divisar el resplandor de alguien magnífico,un chico un tanto reservado y tranquilo.
Por su parte, a ella le gustaba observar jugar a las demás deidades de su edad, era interesante verlos relacionarse cuando sus padres tendían a evitarse a toda costa. Era consciente que entre los dioses habían fuertes desacuerdos, principalmente a causa de su madre quien gobernaba de manera desenfocada.
Puesto que, y aunque la pequeña cría de diosa no lo sabía, luego de armada la disputa en la tierra su madre había intentado destruir a todos, pero el dios del sol, supremo gobernante, la había detenido. A consecuencia de sus actos los dioses abandonaron la tierra, no sin antes ésta ser maldecida, y se fueron a habitar en la inmensidad del universo. El padre de todo se encargó de proporcionar un paraíso para los dioses, una tierra próspera de ríos cristalinos y calles relucientes, rodeadas por inmensos jardines y praderas, plagadas de todas las hermosas criaturas habidas y por haber.
Se encargó de instruir a Kaguya para tomar el lugar que le correspondía, tratando así de sanar su corazón, y aunque lo había conseguido, cicatrices notables surcaban el corazón de la diosa. Esta no era capaz de ver a su hija sin pensar en el bastardo que la quebró años atrás, trayendo consigo la mancha a su inmaculada belleza, convirtiéndola en el fenómeno que era ahora. Porque sí, se sentía avergonzada de su aspecto, la belleza pura que un día fue parte de ella se hallaba profanada por enormes cuernos y un tercer ojo en el centro de su frente, vivo recuerdo del pecado que cometió aquel hombre ante ella.
A pesar de todo los dioses tendían a compadecerse de los humanos, les otorgaban lo mínimo para sobrevivir, así la tierra no estaría tan muerta. Porque aunque amaban su nuevo hogar, jamás olvidaron que la tierra fue su primer lugar en todo el universo. Esto no pasaba desapercibido por la diosa, quien procuraba no alertar a los demás sobre el conocimiento de la situación, pues muy en el fondo ella también añoraba lo feliz que había sido en aquellos tiempos.
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— Hoho — llamó Natsu antes de entrar a su alcoba. Ella era una de las pocas en quien depositaba ciegamente su confianza — La señora vendrá más tarde a visitarle, tiene algo importante que hablar con usted —
— Bien. Gracias Natsu — respondió la chica sin emocionarse ni un poco. Le habían llevado la cena, pero aún no se animaba a probar bocado, esa noche se sentía más desanimada que de costumbre.
— Debería comer algo, señorita Hoho — aconsejó la mujer de manera maternal.
— No debes usar los formalismos conmigo Natsu — le reprendió cariñosamente — Tienes la confianza suficiente para decir lo que desees —
— Sé lo que te tiene de esa manera — apuntó acercándose a la chica hasta quedar bastante cerca. Sólo entonces se aventuró a posar una mano sobre su cabeza con cariño — Sé que te preocupa todo el tema del matrimonio, es normal, sólo eres una niña. Ciento dieciocho años no es nada comparado a una eternidad. Pero el señor Kakashi y su padre son de los pocos dioses que tienen el sentido de la lealtad y el amor como ningún otro — le dedicó una sonrisa alentadora a la chica — Siempre la tratará con respeto, y junto a él estará segura —
— ¿Qué hay del amor Natsu? — preguntó con vehemencia — Ni siquiera sé que es, como voy a poder encontrarlo en alguien más si no lo conozco primero —
— No sé si junto a él lo encontrará — respondió sopesando la gravedad de los pensamientos que tenía la chiquilla — Pero amor es lo que siento yo al verle, señorita Hoho — y sin más le dio un abrazo lleno de lo que creía era amor.
Se sentía afortunada de poder contar con ella, era difícil mantener las buenas relaciones con los demás dioses por ser lo que era.
Hoho era una semidiosa, por su padre ser mitad humano. Pero no por eso era menos poderosa, al contrario, ella era más fuerte que los demás. Por tal razón era rechazada, los otros dioses temían a lo desconocido, su poder era peligroso para ellos, aunque la joven no era consciente de tal cosa.
Natsu se retiró para que pudiera arreglarse al fin, debía alistarse para recibir a la gran diosa.
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Kaguya repasaba la charla con su padre una y otra vez. Los dioses eran inmortales, pero sus cuerpos no soportaban tantos años en el mundo material, por tanto tendían a convertirse en energía pura, adornando el firmamento de la tierra de los vivos con su brillante luz. Sólo los dioses de los altos mandos, como ella, podían darse el lujo de contactar a los dioses en el plano astral, más allá de todo lo material, donde la conciencia y el conocimiento eran uno mismo.
— Deberías darle la oportunidad de conocer de dónde viene — comentó el dios del sol frente a su terca hija. Kaguya debía asegurarse de expiar sus pecados, el hecho de permitirse ser dominada por malos sentimientos, cambiando su apariencia natural eran un impedimento para ascender y encontrar la iluminación.
— El mundo ya no es lo que antes fue, no encontrará nada de valor allá — aunque no era tan cercana a su hija y verle le quemaba el corazón, no significaba que no la quería, como toda madre quiere a sus hijos.
— Tienes tres ojos pero ves menos que un topo, quien se resguarda bajo la tierra y cuya visión es restringida — era bastante irónico todo el asunto — Si bien el ser humano tiende a corromperse, aún quedan hombres de buen juicio y sano corazón. Será tu misión buscar la forma de sanar la tierra desde su núcleo, y ambos sabemos a quién debes enviar. Sólo Hoho, tu hija, puede coexistir sin alterar el equilibrio del nuevo mundo y a su vez es la única que puede lavar la tierra, limpiando los pecados de los que estuvieron allí antes que ella —
— Tengo miedo de enviarla. Si se va no podremos interferir en nada —
— Las crías deben crecer y encontrar su propio camino — mencionó sabiamente — No podemos controlar el destino, ni siquiera el de nosotros mismos. Pero sí podemos encaminarlo tomando sabias decisiones. Antes de tomar tu lugar, Hoho debe ponerse en sintonía con su otra mitad, debe aprender a vivir como los humanos. Sólo así su verdadero poder emergerá —
Sin embargo, la mujer no estaba del todo convencida. Como diosa suprema era su deber velar por el bien de todas las deidades, aún si eso suponía colocar a su primogénita y única hija en el punto de mira. Y es que nadie mejor que ella sabía lo crueles que podían ser los humanos. Pero, como su padre había dicho, debía arreglar sus errores, para poder suceder a donde pertenecía su alma compungida, o de lo contrario se vería atada a las puertas del lalotai y la tierra de los dioses perecería a consecuencia.
La decisión era clara, pero no por eso menos dolorosa. Debía desprenderse de su hija por un bien mayor, si Hoho alcanzaba cierta conexión, podría volver a casa y ser la siguiente en gobernarlo todo. Sin más tomó camino hasta la torre donde su hija era resguardada, antes de enviarla tenía ajustes que debía hacer.
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Aquí está :3 que emoción.
Aclarando, Hoho es Hinata. Ya explicaré luego como obtendrá el nombre. Aquí les dejo la parte ilustrativa de este cap. sobre el cambio de Kaguya y la tierra de los dioses.
Pd: Créditos a sus respectivos autores.
Nos leemos (✿◡‿◡)
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