Capítulo 32: Miedos

Al encontrarse en su auto, Jim recibió la llamada de regreso de Bruce, de inmediato contestó y colocó el teléfono en su oreja.

—¿Bruce?

—¿Qué le dijo?

—Oh, bueno... —suspiró—...no conseguí lo que esperaba. ¿Qué tal tú? —encendió el auto.

Nada. Traté de ser persuasivo, pero Pepper es de voluntad fuerte. No conseguiremos ningún tipo de información de su parte, al menos no directa.

¿Qué quieres decir? —preguntó Jim, frunciendo el ceño.

Me refiero a que, si la observamos bien por la grabación de seguridad de esta noche, podemos ver si oculta algo bajo su lenguaje corporal, así sólo tendríamos que...

Unir las piezas —interrumpió—. Bien hecho, Bruce. Ahora, ya hiciste tu parte, ve a casa.

Claro que no, usted permitió que yo...

Colgó.

—No pelees con alguien que está en la pubertad —dijo Jim para sí mismo, y arrancó su auto con rumbo a la comisaría.

(...)

Había gastado mi última hora de la cena en ese chico y su visita, por eso el guardia me llevó directamente a mi celda; pero antes de que la abriera, fingí tropezarme y el guardia frente a mí se sobresaltó, ayudándome a tomar las llaves de su cintura y las guardé en mi manga, dejándolas caer por mi brazo.

—¿Oye, qué te pasa?, ¿acaso eres retrasada? —espetó el guardia.

—Me tropecé y ya... —rodé los ojos.

Giramos por el pasillo.

—Espero que te transfieran pronto —dijo el guardia, mientras nos deteníamos frente a mi celda.

—¿Transferirme? —pregunté asustada, sentí algo de frío en mi pecho.

—Agh... ¿dónde dejé las llaves? —se cuestionó el guardia, algo fastidiado, buscando en los bolsillos de su pantalón y de su camisa—. ¡Valery, ven a vigilar a esta loca!

Valery Rove, esa mujer es extraña...
Yo pienso igual, no se comporta de acuerdo a su profesión...
Yo la llamaría "simpática", aunque recordando las otras veces en que la hemos visto se comporta algo lunática...
Yo creo que es divertida...
Es nueva, de todas formas...
Ustedes muy atentas en los guardias y yo en el tiempo que estamos perdiendo...

—¡Voy! —gritó la mujer, y caminó a zancadas hacia mí. 

Saludó al otro con su sombrero mientras él se iba a buscar una copia de las llaves que perdió, y luego me tomó de las muñecas y las subió por mi espalda.

—Oye, pero qué fuerte agarre, mujer —me quejé, moviéndome un poco, pero ni eso me dejaba hacer.

—Y no tengo mucha fuerza en los brazos —sonrió un poco.

—Más bien, no sabes controlarla... —musité.

Luego pensé en algo. Para mi cumpleaños, tenía planeado que mi culto fuera a buscar entre los ciudadanos a personas que poseyeran dones extraños, algo así como un circo, pero sólo para mí. Las personas que fueran elegidas, no sólo serían mis protegidos si me hacían reír, sino que también mi pequeño grupo de ayudantes, además del culto. A todo esto, estaba pensando incluir a esa mujer de fuerza bruta en mi grupo especial, sólo tenía que hallar un punto débil para convertirlo en su fortaleza.

—Y... ¿te gustan los payasos? —pregunté.

—No voy a contestar eso —hizo una mueca.

—Son como tu espejo, ¿verdad? —sonreí.

—¿De dónde sacas la suposición?

—La forma en la que actúas con los demás, es muy... excéntrica, es divertida, eres extraña para ser guardia. Te gusta payasear para crear un ambiente de confianza entre tus compañeros.

—Pero yo sólo...

—Volví —vociferó el otro guardia, mientras caminaba por el pasillo y daba vueltas a las llaves entre sus dedos—. Valery, ya te he dicho que si sigues hablando con los pacientes, van a tener que...

—Ya entendí, ya entendí —elevó ambas manos—. Nadie me quiere cerca, de todas formas.

La mujer dijo eso con tanta calma, que noté que de verdad le hería ser rechazada, pero lo ocultaba con unas cuantas risas y desinterés. Ya sé qué hacer con ella. Crearle la idea de que será una de mis favoritas, la haré sentir como mi amiga y no querrá fallarme, le daré una buena bienvenida en el culto y así me ganaré su confianza.

—Bueno, entra, Crewell —dijo el guardia, haciéndose a un lado y yo di tres pasos al frente, después me quitó las esposas y rápidamente cerró la puerta.

¡La azotó! ¡La azotó!
¿Y qué tiene de malo?
No. Soporto. ¡Eso!
Se te nota...
¡No digas que me calme!
Yo no dije eso...
No te dijo nada malo, ¿por qué de pronto eres grosera?
A todas nos molesta que azoten puertas, ¡no te sientas especial!
¡Pepper, mátate ya!

—Claro, ¿y con qué, idiota? —vociferé y rodé los ojos—, a veces estoy dudando que sean voces. No se parecen nada a mí.

Eso es porque las otras partes de tu personalidad las demuestras por fuera, nosotras somos el restante...
Ese es un ejemplo...
¡Hey, dejen de pensar, que tenemos que escapar!
Ay, no... ¡Jonathan!
No creo que nos esté esperando...

—Pero tampoco que haya escapado ya —contesté a la voz.

Entonces, me puse de puntillas y miré por la ventanilla de la puerta para revisar que ya hubieran apagado las luces de los pasillos; cuando sólo quedaron los focos de las celdas prendidas, presioné las llaves en mi puño para que no hicieran ruido al moverse y la llave de mi celda la detuve con un dedo para separarla de las otras. Luego, busqué la cerradura de emergencia que se suponía que tenía la puerta e introduje la llave en el cerrojo, giré lentamente mi muñeca para no hacer mucho ruido y finalmente la puerta estaba abierta.

Coloqué mis manos sobre el metal frío y asomé un poco mi cabeza: sólo había dos guardias esa noche, cada uno se separaba por un pasillo distinto, tenía la única opción de cruzar hacia el frente y buscar un lugar dónde esconderme. Moví la mirada sobre la oscuridad hasta que distinguí los ganchos donde las enfermeras colgaban sus uniformes, pero no iba a ponerme uno, ¿qué estaría haciendo una enfermera a esas horas? No, no, no, yo lo vi de otra forma. Había uniformes lo suficientemente grandes para cubrir mi cuerpo y una banca a un par de centímetros al frente donde colocaban sus zapatos de trabajo; si me colocaba de cuclillas sobre esa banca, el uniforme más ancho podría cubrir mi cuerpo con facilidad.

La luz se apagó un momento, así que aproveché y corrí hacia el frente, me escondí y busqué un hueco por dónde mirar entre toda esa ropa. Al quedarme más tiempo del que debía, pensé que lo guardias ya no regresarían y tendría oportunidad de irme por el pasillo de la izquierda y luego girar a la derecha hacia la celda de Jonathan, pero la luz de una de las lámparas se encendió y corrí de nuevo a mi escondite.

—Nope... —susurré—, no, no, no, no, no...

Volví a cubrirme con el uniforme y escuché los pasos del guardia venir, tuve un espasmo en el cuerpo y por accidente me moví lo suficiente para que esos 10cm entre la banca y los ganchos de ropa se volvieran casi 20. Cerré los ojos por temor a que el ruido llamara la atención del guardia; era algo que me mantenía calmada en los momentos en que sentía adrenalina o temor; yo cerraba los ojos por bastante tiempo cuando me escondía de los puños de mi padre y el zapato de plataforma de mi madre y mis tías, las agujas de mi abuela, los insultos de mis primos y demás. El guardia pasó frente a mí justo cuando abrí los ojos, pero ni siquiera se percató de que estaba allí y siguió caminando hacia el otro pasillo, dejando el lado que necesitaba cruzar despejado.

Al irse, hice algunas respiraciones para calmarme y salí rápidamente de mi escondite para luego correr de puntillas por el pasillo, giré a la derecha y empecé a gatear por el suelo, manteniéndome junto a la pared; esto era para que la cámara no lograra verme. Luego, me levanté y busqué en mi manga el manojo de llaves mientras me dirigía a zancadas hacia la celda de Jonathan. Revisé a ambos lados que no hubiera nadie y luego di tres pequeños golpes a la puerta para avisar.

—Espero que estés listo... —susurré, mientras colocaba la llave y la giraba—...porque no pienso esperarte —abrí la puerta.

La celda de Jonathan era mucho más pequeña y oscura que la mía, además el aire acondicionado se conservaba dentro, ¡hacía demasiado frío!

Estaba a punto de entrar, pero sentí que algo se movió al frente y me quedé paralizada, no por temor, pues ya sabía que era él, sino para estar atenta por si acaso intentaba salir por la puerta y me dejaba encerrada ahí. De repente, sentí que se movió rápidamente hacia un lado y yo estiré mi brazo en esa dirección para tomar su cuello y detenerlo, pero detuvo mi mano y la hizo a un lado; algo tenía puesto, sus manos se sentían diferentes, tal vez una clase de guante con agujas o algo así, en ese momento sólo sabía que tenía una cortada nueva en mi mano.

—Soy yo —dijo, con la voz de su máscara.

—Ya lo sé, saco de papas... —espeté, en voz baja—. Vámonos, tenemos que conseguir todo antes de que amanezca.

Ambos salimos y cerré la puerta a medias para que no se notara mucho que estaba abierta.

—¡Esto va a ser tan emocionante! —grité, en voz baja—. Y en cuatro días es mi cumpleaños... —canturreé, y Jonathan rodó los ojos.

Cuando íbamos pasando por el pasillo, me distraje al revisar que no hubieran cámaras y un guardia casi nos atrapa si no fuera por Crane, quien me tomó por los hombros y me atrajo hacia atrás; es más alto que yo, pero sigo siendo mayor en edad. Una sensación de adrenalina me hizo soltar una risotada leve por accidente y él tuvo que taparme la boca; el guardia se quedó unos segundos frente a nosotros, como si ya supiera que estábamos ahí pero no nos distinguía, luego dio media vuelta y fue hacia las celdas de los adultos mayores.

—Te agradecería si pudiera... —susurré y traté de dar un paso, pero las manos de Jonathan seguían en mis hombros—. Eh... ¿Crane? El guardia se fue, ya puedes soltarme... —intenté moverme de nuevo.

No dijo nada y sólo se apartó; sin preguntar nada, empecé a caminar hacia el laboratorio y me siguió. Antes de entrar, escuché a los doctores hablar sobre cuánto faltaba para que acabara su turno de noche; era obvio que teníamos que deshacernos de ellos, pero no podía matarlos porque todo se volvería más complicado. Mientras pensaba en un plan, Jonathan ya estaba ejecutando el suyo: se levantó como si nada y pateó la mesa de ruedas frente a nosotros, tirando al suelo las medicinas en ella y llamando de inmediato la atención de los doctores. Ambos retrocedimos por la esquina de la pared y nos escondimos detrás de una mesa de registros.

Los doctores fueron a buscar a un guardia para que revisara las cámaras y sólo uno de ellos se quedó a vigilar. Estaba sentado de espaldas y distraído con su celular, lo que nos dio la oportunidad de entrar y nos escondimos debajo de la mesa que estaba justo detrás de él. Busqué con la mirada algo que pudiera servirme para atacarlo y encontré un sedante, que no era lo que quería pero serviría; me incliné lentamente, estiré mi brazo para tomarlo y volví a esconderme.

—¿Tú o yo? —le susurré a Jonathan.

—Déjame presumirte algo.

Entonces, se levantó y yo hice lo mismo de inmediato para saber qué haría; una sonrisa se formó en mi rostro al ver la cara de horror del doctor al percatarse de las agujas que tenía Jonathan en sus guantes, las cuales fueron directo a su carótida y algo de su sangre me salpicó en la nariz. Luego, Crane sacó bruscamente las agujas de su cuello y me las mostró.

—Yo quiero una de esas —balbuceé, con la mirada centrada en las agujas y quise tocarla, pero Jonathan apartó rápidamente su mano y me tomó del brazo para que me levantara.

—No te distraigas —dijo, con la voz de su máscara.

—Tú eres el que quiso presumir, por lo menos déjame mirar —intenté quitarle el guante, pero se lo quitó primero y con su mano ahora descubierta cubrió mi rostro, haciéndome retroceder y bufé—. Bien.

(...)

En una celda fría, extensa y con un ambiente de desesperación, se encontraba durmiendo un pelirrojo con toda tranquilidad, a quien la Luna iluminaba su rostro pálido. Ya era de madrugada, y normalmente Jerome todavía estaría despierto, pero no había dormido en días y su mente estaba tranquila como para no dormir, es decir, seguía con sus problemas, pero la sensación de que pronto pasaría algo interesante, lo hacía sonreír. Era demente que pensara que ella iría a sacarlo, la idea no parecía suya.

En sus sueños, Jerome estaba subiendo unas escaleras camino a su departamento, saludando a sus vecinos y esquivando algunas telarañas en las esquinas de las paredes. Soñaba un día ordinario. Al abrir la puerta, miró hacia el lado izquierdo, justo donde estaba el pasillo hacia su habitación y se encontró con Pepper, pero se veía unos cuantos años mayor; Jerome sonrió y al pasar junto al espejo del pasillo, él también se veía más adulto, parecía que lo dos tenían alrededor de 30 años.

Jerome no mostró sorpresa al ver a Pepper, como si la hubiera tenido siempre con él, desde hacía años, como su esposa. Lo saludó con un beso en la mejilla y luego tomó su mano para guiarlo hacia una habitación que en realidad no existía en su departamento, se suponía que sólo estaba su dormitorio, pero en ese sueño era el dormitorio de ambos y había uno más. Ella empujó delicadamente la puerta y asomó su cabeza, después sonrió burlesca y encendió la luz, para luego entrar con Jerome, quien sólo veía una habitación vacía.

De pronto, un pequeño niño... o niña... apareció de repente y trató de asustarlos con su máscara de payaso, Pepper soltó una risotada y con su mano libre tomó la del pequeño ser, mientras que Jerome seguía confundido sobre si era un niño o una niña, y que ese niño no se quitara la máscara no ayudaba. La habitación empezó a cambiar de paredes blancas a paredes color lila y una cama y unos cuantos juguetes aparecieron lentamente; todo iba tomando forma. Jerome sonrió ante la idea de que tenía una familia, pero al volver a mirar a Pepper, gritó horrorizado al ver su rostro caerse y dejando al descubierto su músculo, mientras que el niño o niña en sus brazos comenzaba a deshacerse en gusanos con cabeza de payasos, Jerome no podía moverse; sangre empezó a deslizar de sus manos y Jerome no entendía por qué, sólo sabía que no era suya.

Todo se volvió de color gris y Jerome no podía controlar su respiración por más que trataba, tenía miedo, demasiado. Y aumentó cuando una voz le susurró que la sangre entre sus dedos era de los inocentes que había matado. Entonces, despertó. Tenía el pecho sudoroso y los ojos muy abiertos, dos guardias estaban frente a su celda y los prisioneros no paraban de gritarle insultos.

—¡Hasta que dejas de gritar! —reprochó uno de los guardias—. Esa tal Pepper si debió haberte dejado muy marcado —se burló.

No sabía lo mucho que había gritado, pues en su sueño sólo lo hizo una vez; por fuera, estuvo gritando y moviéndose desde el principio. La calma ya no estaba en su mente. Un guardia abrió la puerta y entró con un paralizador, Jerome retrocedió bruscamente sobre su cama y trató de apartar las manos del guardia de su cuello, pero pudo con él y volvió a su profundo sueño.

(...)

—Hoy vino a visitarme Bruce Wayne... —canturreé, presumiéndole a Jonathan.

Ahora, estábamos dentro del almacén de sustancias en el laboratorio, tomando lo necesario para la toxina; él buscaba en las repisas de arriba y yo en las de abajo, algo de lo que logré convencerlo porque me divertía girar como un tronco por el suelo cada vez que tenía que moverme y, bueno, él era alto y alcanzaba las repisas.

—¿Y por qué? —preguntó, sin mirarme, y luego se quitó la máscara porque empezaba a incomodarlo.

—Quería información, pero no sabe cómo conseguirla —tomé un frasco y leí la etiqueta, pero después lo puse de nuevo en su lugar al ver que no era lo que buscaba—. ¿Sabes? Bruce tiene algo —me levanté—. Se parece un poco a Jerome, actúan parecido, quieren verse fuertes a pesar de sus problemas —suspiré—. Qué cansado. En fin, ¿no quieres contarme algo?

—¿Sobre qué? —frunció el ceño.

—Vamos... —ladeé la cabeza—. No es normal que un chico quiera creerse un espantapájaros. ¡Cuéntame tu historia!

A pesar de que había leído su expediente, algo no encajaba, todavía faltaba una parte de la historia que ni siquiera los doctores pudieron saber. La razón de por qué es Scarecrow.

—Yo le tenía miedo al espantapájaros, encontré la manera de curarme y ahora somos uno. Fin de la historia.

—Wow, fue más rápido de lo que esperaba, ni siquiera pude sentarme en el suelo —reí—. ¿Te digo algo? Me pasó algo parecido, yo le tenía miedo a mis padres y pánico al fuego, ya sabes, porque yo... morí en una incendio y... eso —ladeé la cabeza—. Luego maté a mis padres y superé mi trauma con las llamas. Ahora sólo me queda temerle a todo lo relacionado con los murciélagos, y a mirar bajo el agua.

—¿Por qué le tienes miedo a cosas tan... extrañas? —preguntó Jonathan, arqueando una ceja, y se recargó en la repisa.

—Bueno, a los murciélagos les tengo miedo porque cuando tenía 10 diez años fui a una expedición escolar con mis padres, mi madre se alejó para ir a buscar a un guía que nos explicara por qué habían tantos murciélagos en la cueva que estaba cerca de nosotros y mi padre aprovechó esa situación para empujarme hacia la cueva sin razón. Como todo estaba oscuro, no sabía hacia qué dirección mirar hasta que encontré a mi padre mirándome desde la salida, con una mirada fría y los brazos cruzados. Le pregunté por qué me había empujado ahí sabiendo que los murciélagos podían matarme, y él me contestó que esa era otra prueba que tenía que pasar si quería demostrarle que no le tenía miedo a nada. Era como una regla de familia ser valiente... —tensé la mandíbula.

—¿Y qué hiciste?

—Me puse a llorar de desesperación porque mi padre no me dejaba salir de ahí, pateaba mis manos cada vez que alcanzaba la cima, los murciélagos escucharon mi llanto y estuvieron a punto de ir hacia a mí, si no fuera por que el guía apareció y me entregó a mi madre. Al regresar a casa, ambos discutieron y mi madre le dijo que si seguía haciéndome ese tipo de pruebas, en vez de convertirme en lo que ellos querían, sería todavía peor. Y mira cómo terminé —sonreí y me señalé.

—¿Y el asunto del agua? —preguntó.

—Tenía once en ese entonces, era la fiesta de cumpleaños número trece de mi primo, Sean. Mientras todos comían pastel adentro, él estaba tratando de ahogarme en la piscina del vecino porque no quise besarlo. Logré salir viva gracias a una roca en la orilla... —rodé los ojos—. ¿Recuerdas que maté a treinta? —asintió—. Pues verás, él formó parte de ese número —sonreí—. El número tres, para ser exactos. Fue así, iba camino a la escuela, me dirigí hacia su casa sabiendo que siempre se quedaba solo en las mañanas, entré a su habitación y lo lancé por la ventana, se rompió un brazo e intentó huir, pero salté sobre él y pude inmovilizarlo. Lo arrastré hacia la piscina del vecino y ahí mismo lo ahogué mientras golpeaba su cabeza con mi mochila llena de libros.

—Sólo voy a decir dos cosas —hizo el número con sus dedos—. Uno, tus familiares son unos enfermos. Y dos, eres una demente —me señaló.

—Gracias —dije con ternura.

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