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Cuando Akaashi abrió la puerta de su casa lo que menos se esperaba era encontrarse con un Kuroo arreglado de una forma tan...

─Hey, Akaashi─ saludó, la sonrisa gatuna estirando la comisura de sus brillantes labios─. No te asustes, estoy intentando ingresar al mundo del modelaje mientras vendo Avon.

Vaya mentira que el chico intentaba soltarle para cubrir los destrozoso que Bokuto había conseguido hacerle luego de atarlo de pies y manos para terminar enrollándolo como un burrito. Kuroo no podía sentirse más ridículo recorriendo las calles hasta casa de Akaashi con esas pintas tan extravagantes.

─Con todo respeto, Kuroo-san, creo que perderá el empleo, dedíquese a otra profesión─ aunque el muchacho de ojos lindos aparentaba muy bien, podía entreverse la diversión escondida en algún recoveco de su alma─. Ya le traigo las rodilleras de Bokuto-san.

─¿No me invitarás a pasar?─ la esperanza moría poco a poco en su voz, aunque sabía que no debía de tener ninguna.

¿Por qué demonios lo haría? El amarre debía de haber fallado, como cualquier otra de las cosas que Bokuto proponía. Era un sinsentido el creer que Akaashi, el tranquilo y educado Akaashi, fuese a enamorarse de un bufón como él.

─Prefiero evitar que los vecinos piensen mal─ se excusa, cerrándole la puerta en las narices.

Vaya que podía ser hiriente, pero tampoco lo culpaba, Bokuto podía tener un gusto terrible al momento de escoger un conjunto de ropa, algo que Oikawa no podía cubrir si se encontraba tan lejos y en compañía de su no-novio-siempre-rival. Así que no le quedó de otra más que recostarse contra la pared mientras esperaba, los pantalones con animal print ajustándose a sus piernas de forma incómoda, mientras la camisa de seda roja dejaba pasar el frío de la mañana y su pañuelo floreado azotaba su rostro cada que un resoplo de viento marchaba en su dirección.

Ni qué hablar de esas enormes botas con pequeños tacos decorando los costados, definitivamente Kuroo debía de verse como un demente. Más si alguien conseguía acercarse lo suficiente para verle el rostro. Aquello que en un inicio debía verse como un smokey eye ahora no era más que manchones marrones y negros, la base dejándole un tono amarillento. Solo el pintalabios parecía haber sido aplicado de forma correcta, pero eso era debido a que Kuroo había conseguido desatarse para hacérselo él mismo.

Y, si le preguntaban ¿Por qué salía con unas pintas tan terribles? Él respondería que lo hacía por un reto impuesto por su mejor amigo, solo si el amarre funcionaba Akaashi podría amarlo con una apariencia tan desastrosa.

─Aquí está, Kuroo-san─ el bonito chico regresó a la puerta solo para pasarle una bolsa blanca que desprendía un ligero aroma a lavanda─. Dígale a Bokuto-san que las lavé, apestaban demasiado.

Sin tener un solo gramo de vergüenza aún, Kuroo asiente con la cabeza, un último plan tomando forma en su mente antes de conseguir llevarlo a cabo.

─Gracias por todo, Akaashi─ empleando su tono más seductor, termina por guiñarle un ojo de forma juguetona, teniéndose poca fe en conseguir una sola reacción por parte del chico.

Lo que menos esperaba era ver como las mejillas de Akaashi lentamente se arrebolaban antes de que el mencionado cerrase la puerta de un solo golpe.

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