☆「 Cα℘Ꭵʈʊʆꪮ 13 」♡

[Narrador/a]

[FlashBack]

...

Yellow caminaba solo por la nieve, sintiendo el frío en su piel mientras se dirigía al pozo donde solía jugar. A pesar de ser huérfano, siempre había sido bien recibido por los aldeanos, pero en esos momentos, solo encontraba compañía en el silencio de la naturaleza y en su propio juego.

Mientras se sumergía en su diversión, un escalofrío recorrió su espalda. Tenía la sensación de que alguien lo observaba. Se giró rápidamente, mirando en todas direcciones. Fue entonces cuando lo vio: un niño, pequeño y tímido, parado a una distancia prudente, con los ojos grandes y llenos de temor.

Yellow se acercó un paso, sonriendo.

—¿Hola? —dijo, extendiendo su mano—. No tengas miedo, ¿quieres jugar conmigo?

El niño vaciló por un momento, mirando a su alrededor, antes de dar un paso tímido hacia él. Con la mano temblorosa, la tomó y respondió en un murmullo:

—Mi nombre es Red… —dijo, mirando al suelo.

Yellow notó la inseguridad en su voz, pero también vio una chispa de curiosidad.

—Yo soy Yellow —respondió con una sonrisa cálida—. Bienvenido a la aldea. ¿Es tu primera vez aquí?

Red asintió lentamente, con los ojos todavía fijos en el suelo, pero ahora sin tanto miedo.

—Sí… —murmuró—. Mi mamá y yo nos mudamos aquí.

Yellow, sintiendo la calidez que le transmitía el hecho de que Red estuviera dispuesto a acercarse, dio un paso atrás y levantó las manos, señalando el paisaje nevado que los rodeaba.

—Aquí puedes jugar todo lo que quieras —dijo con entusiasmo—. Yo siempre vengo a jugar, ¿quieres acompañarme?

Red, por fin dejando de lado su miedo, levantó la vista, su rostro iluminado por una sonrisa tímida.

—¿Podemos hacer una guerra de bolas de nieve?

Yellow rió, su rostro reflejando la alegría genuina de un niño.

—¡Eso suena genial! —exclamó, y sin pensarlo más, ambos comenzaron a correr por la nieve, riendo mientras se lanzaban bolas de nieve el uno al otro.

Así, entre risas y juegos, comenzaron a forjar una amistad que duraría toda su vida.

...

La tarde avanzaba y la nieve seguía cayendo suavemente sobre ellos. Yellow y Red se lanzaban bolas de nieve, corriendo de un lado a otro, riendo sin preocuparse por nada más. El aire frío no parecía importarles; la diversión los mantenía cálidos. Yellow, siempre el más extrovertido, no dejaba de bromear.

—¡Vas a ver, Red! ¡Soy el mejor en esto! —gritó, levantando una bola de nieve gigante con ambas manos, apuntando hacia Red con una sonrisa traviesa.

Red, aún algo nervioso pero sin dudarlo, esquivó y lanzó una bola pequeña hacia Yellow.

—¡Te va a tocar! —dijo con más confianza, eligiendo cuidadosamente su objetivo.

Yellow esquivó con agilidad, riendo.

—¡Esa fue buena! Pero prepárate, ¡ahora va la mía!

Saltaron entre la nieve, persiguiéndose por el campo vacío, cubierto de blanco. La energía de ambos no parecía tener límites. Después de un rato, se detuvieron, agotados pero felices. Se dejaron caer sobre la nieve, mirando el cielo gris que cubría todo.

—¿Siempre has vivido aquí? —preguntó Red, respirando con pesadez pero con una sonrisa en el rostro.

Yellow se quedó en silencio por un momento, mirando las nubes.

—No… —dijo en voz baja—. Mis padres murieron cuando era muy pequeño. Pero… la gente de la aldea siempre me cuida. Son amables conmigo. A veces me siento solo, pero… siempre encuentro algo divertido que hacer.

Red lo miró fijamente, su expresión llena de empatía.

—No tienes que estar solo, ¿sabes? Yo puedo ser tu amigo —dijo con firmeza, sus ojos brillando al mirarlo.

Yellow lo observó, sorprendido por la sinceridad en la voz de Red. Sonrió ampliamente, sintiendo una calidez que no había experimentado en mucho tiempo.

—Eso me gustaría mucho —respondió, levantándose de la nieve para ofrecerle su mano una vez más—. A partir de ahora, somos amigos.

Red, con una expresión de alivio, aceptó la mano de Yellow y se levantó también.

—¡Sí! ¡Somos amigos! —exclamó, su voz llena de emoción.

Y así, entre risas y promesas de más juegos, los dos niños continuaron su día en la nieve. Mientras el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rosados y morados, Yellow y Red se sentaron juntos al borde del pozo, mirando el horizonte.

—¿Te quedas mucho tiempo en la aldea? —preguntó Yellow, mirando a Red con curiosidad.

Red asintió, pero su rostro se volvió un poco pensativo.

—Sí, creo que sí. Mi mamá dice que este lugar es bueno para nosotros… aunque yo extraño un poco la ciudad.

Yellow lo miró con comprensión, recordando sus propias pérdidas.

—Yo nunca he vivido en una ciudad… pero a veces también pienso que todo es más tranquilo aquí. Aunque… a veces me gustaría que la nieve no me cubriera tanto, ¿sabes?

Red rió suavemente, entendiendo la broma de Yellow. La conexión entre ellos era tan natural como si siempre hubieran sido amigos. Desde ese momento, Yellow sabía que no estaría solo, porque Red siempre estaría allí, dispuesto a jugar, a compartir risas y a ser su compañero en las aventuras que la vida les ofreciera.

—Vamos, ¿qué tal si jugamos más antes de que se haga de noche? —propuso Red, levantándose de golpe, los ojos brillando de emoción.

Yellow lo siguió de inmediato, con una sonrisa amplia.

—¡Vamos! ¡Que la guerra de bolas de nieve no ha terminado!

Y así, entre juegos, risas y la promesa de una amistad duradera, los dos niños disfrutaron de aquel día nevado, sin saber que, aunque el tiempo pasara, seguirían jugando juntos por mucho más tiempo.

...

El tiempo pasó, y la nieve que había sido testigo de su primer encuentro, también lo fue de su crecimiento. A los 15 años, Yellow y Red ya no eran solo niños jugando en la nieve; eran una pareja profunda y verdadera, unida por un amor que parecía eterno. El pozo, aquel lugar donde se conocieron, se convirtió en su refugio. Cada vez que se reunían, era como si el mundo a su alrededor desapareciera, y solo quedaran ellos dos.

Se pasaban el tiempo abrazados, compartiendo risas, besos y dulces palabras. Todo lo que hacían juntos parecía perfecto, como si su amor fuera el centro del universo. Era una relación sana, sin rencores ni inseguridades. Se amaban con una pureza que pocas personas alcanzan en toda su vida.

—Te quiero mucho, Yellow —decía Red cada vez que lo miraba a los ojos, como si fuera la primera vez que lo decía.

—Y yo a ti, Red —respondía Yellow, siempre sonriendo, porque nunca dejaba de sentirse afortunado.

El tiempo pasó y, cuando cumplieron 20 años, el amor entre ellos era más fuerte que nunca. En uno de esos momentos llenos de ternura, Red tomó una flor roja y la colocó suavemente en la cabeza de Yellow.

—Para ti —dijo, con una sonrisa suave y amorosa.

Yellow, tocado por el gesto, le ofreció una flor amarilla a Red, colocándosela con la misma dulzura.

—Para ti, mi sol —respondió Yellow, con la voz llena de cariño.

Juntos, se convirtieron en la pareja más hermosa de la aldea. La gente solía mirarlos con admiración, pues su amor parecía brillar con fuerza en medio de la tranquila vida rural. Yellow era el hombre más feliz de la aldea, no solo porque tenía un amor que lo llenaba, sino porque sentía que, con Red a su lado, no le faltaba nada.

Pero, a pesar de toda esa felicidad, el tiempo no es siempre amable. La madre de Red, que había sido una parte importante de su vida, desapareció cuando él aún era un niño. Aunque la ausencia de ella dejó un vacío en el corazón de Red, él nunca estuvo solo. Yellow siempre estuvo allí para él, compartiendo cada momento, cada desafío, y cada alegría.

A lo largo de los años, las cosas cambiaron. Las estaciones pasaron, la aldea siguió su curso, pero Yellow y Red permanecieron inquebrantables, como la nieve que nunca desaparecía del paisaje. Sin embargo, ese amor que parecía eterno, esa pareja que brillaba con fuerza, comenzó a desvanecerse, como una flor que se marchita con el paso del tiempo.

Hoy, la aldea los recuerda. La historia de Yellow y Red es una leyenda que aún se susurra entre los aldeanos, pero lo que una vez fue una pareja feliz y llena de amor, ahora es solo un recuerdo perdido. Nadie sabe qué ocurrió exactamente, solo que, como tantas historias de amor, su final llegó sin aviso, y con ello, la promesa de un amor eterno quedó perdida, como la flor marchita en el olvido.

...

Ya que un dia...

El aire estaba cargado de desesperación y caos. El sonido de los pasos apresurados de Yellow y Red resonaba sobre la nieve, mezclado con los gruñidos de los monstruos que los perseguían. La guerra con Herobrine había devastado la aldea, y ahora, ellos dos, los últimos sobrevivientes, corrían por sus vidas. Los zombies, los esqueletos y los monstruos acechaban a cada paso.

—¡El puente! ¡Allí está! —gritó Yellow, señalando al frente.

Red asintió con la cabeza y ambos aceleraron el paso, sus corazones latiendo con fuerza mientras se acercaban al puente. La esperanza brillaba débilmente en sus ojos. Si lograban cruzarlo, estarían a salvo. Al llegar al borde del puente, Yellow miró a Red con preocupación.

—Cruza con cuidado, ¿está bien? —le dijo, con la voz temblorosa por la tensión.

Red asintió, su mirada fija en el otro lado del puente, donde se vislumbraba una salida, una posible salvación. Comenzó a avanzar con cautela, cada paso medido. Yellow lo seguía, pero el sonido de una explosión inesperada hizo que todo cambiara. Un Creeper apareció de repente, saltando en medio del puente, y antes de que pudieran reaccionar, explotó con fuerza.

—¡No! —gritó Yellow, pero fue demasiado tarde.

La explosión los separó violentamente. Red cayó al lado seguro del puente, mientras que Yellow fue lanzado hacia el otro lado, en la zona de muerte, donde los monstruos ya comenzaban a acercarse. Los dos se levantaron, heridos, pero vivos, aunque la angustia se reflejaba en sus rostros.

Yellow, con una espada en mano, miró a su alrededor. Los monstruos ya estaban demasiado cerca. Zombis, esqueletos y arañas avanzaban, rodeándolo. Sabía que no duraría mucho.

—¡Red! —gritó con desesperación. Su voz temblaba, llena de pánico.

Red, desde el otro lado del puente, miró horrorizado. Su corazón se detuvo al ver la situación de Yellow. No podía moverse, el miedo lo paralizaba.

Yellow, con una sonrisa débil, miró a Red a lo lejos y, con voz quebrada, le dijo:

—Te amo… siempre te amaré, Red. No importa lo que pase, siempre serás mi sol.

Red sintió un nudo en el estómago, su cuerpo temblaba, incapaz de reaccionar. El pánico lo invadió. Quería correr hacia él, abrazarlo, protegerlo, pero sus piernas no respondían. Sus ojos estaban fijos en Yellow, mientras la desesperación lo ahogaba.

Entonces, mientras los monstruos rodeaban a Yellow, uno de ellos, un zombi, logró acercarse lo suficiente y mordió su brazo. La mordedura fue fatal. Yellow gimió de dolor, y sus ojos, que antes brillaban con vida, comenzaron a apagarse. Poco a poco, se fue convirtiendo en uno de ellos, un zombi.

Yellow, ahora convertido, levantó la cabeza, mirando fijamente a Red con ojos vacíos y hambrientos. Red, sin poder moverse, cayó de rodillas, su llanto desgarrador resonando en el aire helado.

—No… no… ¡por favor, no! —lloró Red, sin poder dejar de mirarlo.

Pero no fue todo. Sin verlo, un esqueleto, desde la distancia, levantó su arco, y en un instante, disparó una flecha que se incrustó en la frente de Red. La flecha atravesó su cabeza con precisión mortal, terminando su sufrimiento de una vez por todas.

El grito de Red se ahogó en el aire, mientras su cuerpo caía al suelo. El amor que había perdido, la conexión rota por la cruel guerra y el destino, quedó grabado en ese último momento de su vida.

...

Las sombras de la noche se arrastraban por el paisaje devastado, envueltas en un manto de silencio tenso. De entre las oscuras brumas, Chosen llego, por alguna razon. Se acercó al cuerpo de Yellow, aún inconsciente y desangrado en la fría nieve. La guerra había dejado su huella, pero Chosen no se detendría ahora. Sabía lo que tenía que hacer.

Con destreza, tomó el cuerpo de Yellow en sus brazos. Estaba muerto, pero Chosen no lo aceptaba. No aún. Usaría los cristales, los cristales que le darían una segunda oportunidad, una oportunidad para revivir a Yellow, aunque eso significara traerlo de vuelta de un modo que nadie comprendería.

Mientras Chosen se desvanecía en las sombras, una figura apareció a lo lejos. Una figura oscura, con una presencia poderosa que cortaba el aire. Era Dark, quien había llegado a la escena a través de un portal del Nether. Sus ojos brillaban con intensidad, y su mirada se fijó en el cuerpo de Red, quien yacía a un lado, inerte.

Al acercarse, Dark notó algo en el aire, una extraña conexión que no entendía del todo. Reconoció algo en el rostro de Red, algo familiar, un eco de algo perdido, algo que lo había dejado marcado. Con manos firmes, tomó el cuerpo de Red en sus brazos, su expresión seria mientras examinaba al joven con una mezcla de desconcierto y algo más profundo.

—¿Quién eres tú? —murmuró Dark, como si hablara consigo mismo, sin realmente esperar respuesta.

Era extraño. Algo en ese rostro… lo llamaba. El destino parecía haberlo puesto allí, en ese preciso momento. Red, quien había caído en la batalla, cuya vida se había apagado tan repentinamente, llevaba consigo un misterio que Dark no podía ignorar.

Con una decisión repentina, Dark levantó el cuerpo de Red con fuerza, como si el chico fuera su única esperanza, como si el destino hubiera trazado este camino para él.

—Te llevaré conmigo, Red —dijo Dark en voz baja, mientras caminaba hacia el portal del Nether que había abierto para llegar allí.

No sabía qué lo conectaba a Red, pero algo en su interior le decía que no debía dejarlo. Así, sin pensarlo demasiado, cruzó el umbral del portal, el cuerpo de Red aún en sus brazos. El Nether lo esperaba, y aunque no entendiera del todo el vínculo que sentía, sabía que este encuentro era el inicio de algo más grande.

[Continuará...♡]

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