Capítulo 2

—Claro, me encantaría. —Sonreí.

Tal vez no sería tan mala idea ser parte de ese grupo, al fin y al cabo eso también significaría protección.

—¡Genial!, ya somos cinco —exclamó Gi-Hun, emocionado.

—Espera, ¿cinco?. —Empecé a mirar alrededor por si me había dejado a alguno.

—Oh, sí, tenemos que presentártelo. —Gi-Hun me agarró del brazo y me llevó hasta donde estaba un anciano sentado. Parecía ido en sus propios pensamientos y me sentí realmente mal porque aún siendo tan mayor estuviera jugando en aquellos juegos mortales.

—Señor, ¡ya somos cinco! Ella es Chicago. —El anciano levantó su mirada, para observarme, y dejó que una sonrisa se abriera paso en sus labios.

—Es un placer, señorita —me miro sonriente.

—Igualmente. —Hubo algo en la mirada de aquel hombre que me hizo sentir ligeramente extraña, como si me evaluara de alguna forma.

Inquieta ante sus ojos inquisitivos, desvié la mirada hacia los lados y vi a la chica que me había salvado en el juego, por lo que decidí acercarme. —Hola.

Sus ojos volaron en mi dirección y los entrecerró ligeramente con una expresión seria, casi desconfiada y alerta.

—¿Que quieres? —No había amabilidad en su voz, solo hostilidad, pero la entendía. Si había tenido una vida casi tan dura como la suya comprendía perfectamente el deseo de no querer a nadie cerca o el no querer confiar ni en tu propia sombra.

—Bueno, quería darte las gracias. No sé como agradecerte lo que has hecho por mí —traté de sonar lo más amable que pude.

—No es nada. —Apartó la mirada.

—Oye, me preguntaba si... —Unos gritos me interrumpieron, y ambas miramos en la dirección donde al parecer había una gran discusión entre los jugadores y los enmascarados de rojo.

—Por favor, ¡pagaré mis deudas, pero déjenme vivir! 

Las suplicas y los llantos de los jugadores presentes cada vez se hacían más numerosos, todos temiendo morir en los juegos, algunos incluso se encontraban arrodilladas frente a los enmascarados.

—Debe de haber un error, nosotros no queremos que nos paguen sus deudas, ni tampoco matarlos. Estamos aquí para daros una oportunidad. —La pasividad en el enmascarado con un cuadrado que parecía estar al mando era casi escalofriante teniendo en cuenta cuantas personas habían muerto ya en el primer juego.

Ante sus palabras,  un chico de no mas de 30 años se levantó. —¿Una oportunidad? Nos hacéis jugar a un juego de niños y nos matáis, ¿a eso lo llamáis oportunidad?

—¡Habéis matado a esas personas! —Gritó alguien en la multitud.

—Fueron eliminados por incumplir las reglas del juego, si respetáis y seguís las reglas no os pasará nada, y saldréis de aquí con el dinero que os prometimos —habló tranquilo el cuadrado.

—Yo no quiero ese estúpido premio, prefiero morir junto a mi familia que morir aquí. —Las personas seguían llorando y suplicando que los dejaran irse. Todo era un caos en aquella habitación y el terror de la multitud era palpable.

El cuadrado cogió la pistola y disparó al aire, provocando que todos se callaran. —Clausula número uno... — le interrumpieron.

—Clausula número tres, los jugadores podrán dejar de jugar si la mayoría así lo desea le interrumpió Sangwoo.

Hubo unos segundos de silencio hasta que el cuadrado habló. —Correcto. Ahora os dejaremos votar, pero antes dejarme enseñaros el dinero del premio, como os prometimos. —Pulsó un botón y una especie de cerdo dorado bajó. El dinero empezó a caer dentro, a montones. Parecía un sueño, y la cantidad era realmente increíble.

Me quedé por un momento embobada viendo el espectáculo.

—El premio final está compuesto por 45.600 millones de wones, que se irán añadiendo a medida que avancen los juegos. Si decidís marcharos ahora, el dinero actual se repartirá entre las familias de los fallecidos, mientras que vosotros os iréis sin nada. —El silencio siguió a las palabras del cuadrado, pues todos estábamos realmente divididos.

—Tócate los huevos... —Murmuré, sin apartar la mirada de la hucha gigante.

El cuadrado nos mostró dos botones, uno verde y otro rojo. Las votaciones iban a empezar.

—Si queréis que los juegos terminen deberéis pulsar el botón rojo con una cruz, mientras que si queréis seguir jugando deberéis pulsar el botón verde con un circulo en él. —Todos observábamos atentos los botones—. La votación se hará en el sentido contrario a los números de los jugadores, empezando por el 456 —finalizó.

Gi-Hun avanzó y, como era de esperar, presionó el botón rojo. Más jugadores iban votando. Rojo, verde, verde, rojo, etc. Sangwoo votó verde; quería quedarse. Ya solo quedábamos dos personas, yo y el anciano; era mi turno. Si pulsaba el botón verde crearía un empate en el que el anciano tendría que escoger la decisión final, pero si pulsaba el rojo sería definitivo, volveríamos a nuestras vidas.

Me acerqué a los botones y recuerdos empezaron a pasarse por mi cabeza.

Nunca, jamás, podrás tener ninguna clase de relación con ninguna persona. Si llego a enterarme de que me desobedeces mataré a esa persona y haré que tú sufras como nunca en tu vida. Yo solo podía observar y escuchar las amenazas de mi dueño.

Luego recordé los días que me escapaba para ir al orfanato y ver a aquellos niños.

—¿Porque estas solo, Bae? —Miré al niño frente a mí.

No encajo con los demás niños, señorita Chicago sollozó.

Ver al niño llorar me partió el corazón, por lo que me agaché para colocarme de cuclillas a su altura. Mis manos se dirigieron a sus suaves mejillas y limpié los rastros de lágrimas de estas con la ternura de una madre. Aunque no lo fuera.

Oh, Bae, no encajar no siempre es algo malo. La soledad nos fortalece y nos hace más fuertes. A mí solían decirme que tenía el arte de no encajar en el mundo y de no temblar en la soledad. Le abracé—. Recuerda, nunca olvides quien eres, porque el mundo buscará mil formas de tratar de cambiarte.

Tantos recuerdos pasaban por mi cabeza. A pesar de aquellos niños, allí fuera nadie me esperaba, y si volvía volvería a esa vida de mierda; no podía volver. Si ganaba el dinero compraría mi libertad, y si perdía moriría, pero así al menos no tendría que volver.

Pulsé el botón verde, haciendo que la mayoría de los jugadores me observaran sorprendidos.

En el turno del anciano, se lo pensó unos segundos y pulsó el botón rojo. Los juegos se habían acabado. Muchos suspiraban y daban las gracias mientras que otros se quejaban por no poder quedarse.

—No os preocupéis, si en otro momento hay más mayoría de jugadores que quieren quedarse, los juegos se reanudarán.

Abatida, me alejé del montón de personas para sentarme apoyada en la pared. No podía creer que tendría que volver; no podía volver a eso, no quería. No podría soportarlo de nuevo.

—Oye, ¿estas bien? —Me giré para ver como Sangwoo se sentaba a mi lado y asentí algo ida—. Cualquiera lo diría —sus ojos me abrasaron, expectantes por una respuesta verdadera.

—No puedo volver ahí fuera —le miré con los ojos ligeramente aguados—. Allí solo me espera dolor. No puedo volver a eso otra vez, no quiero... —Me giré cuando una lagrima se resbaló por mi cara.

—¿Tan dura era tu vida ahí fuera? —Miró al frente, y me sentí agradecida de que me diera ese espacio.

—Era peor. —Me armé de valor y le miré, atrayendo también su mirada. Nos miramos durante unos instantes hasta que empezó a salir otra vez ese gas y los jugadores comenzaron a desmayarse.

Miré nerviosa a Sangwoo al notar como ya estábamos respirando el gas y él me agarró la mano antes de que ambos cayéramos también en la oscuridad.




[...]





Me desperté con un ligero pero molesto mareo. Traté de abrir los ojos, pero seguía viéndolo todo negro. Empecé a retorcerme, tratando de quitarme lo que me impedía ver, y cuando lo conseguí observé que había otra personas a mi lado que también estaba tratando de quitarse la venda de los ojos. Me vestí rápidamente y me acerqué a ella para quitarle la venda.

—¿Quién eres? —Le pregunté a la chica frente a mí.

—Ji-yeong, un placer. —Me sonrió tranquilamente y traté de disimular mi sorpresa por lo tranquila que estaba en la situación en la que se encontraba.

—Chicago — me presenté, mientras desataba sus manos y pies.

—¿Vives en Chicago? —Miró a su alrededor y fruncí el ceño—. Creo que estamos en Seúl, vas a tardar bastante en llegar a Chicago.

La miré incrédula. —Me llamo Chicago. —Su mirada cambió completamente a una sorprendida.

—Entonces, ¿no vives en Chicago o si? —Preguntó confusa. Rodeé los ojos, agotada por todo lo que había pasado, y me di la vuelta para empezar a caminar, cansada de esa absurda conversación.

—Oye, ¿a dónde vas? —La chica se vistió tan rápido como pudo y corrió en mi direccón para situarse a mi lado.

—A ningún sitio. —Oculté una mueca al pensar en volver a aquel antro donde me esperaba de nuevo una vida de dolor.

—¿Tienes un lugar al que volver?

Me giré y la miré seria. Iba a hablar cuando unos sonidos de motores bastante conocidos para mí se oyeron. Agarré a Ji-yeong del brazo y la obligué a correr a mi lado para escondernos en un estrecho callejón.

Cuando los sonidos se alejaron me relajé y me senté en el suelo bajo la mirada expectante de   Ji-yeong. —Esos tios... —Hizo una pausa y la miré—. ¿Te buscan a ti? —Asentí y volví a suspirar, agotada de todo—. Vale, por lo que he visto no tienes hogar ni familia a la que volver y te están buscando una especie de mafiosos bastante importantes así que, ¿quieres venir conmigo? Yo tampoco tengo familia, pero sí un lugar donde dormir. —Me extendió una mano, sonriente, y vacilé antes de cogerla, aceptando su ayuda.



[...]



Casi no recordaba haberme quedado dormida o si quiera llegar a ese pequeño apartamento, pero me desperté oliendo a comida; una comida que se me hacía familiar. Me levanté y me acerqué a lo que se suponía que era una cocina.

—¿Ji-yeong? —La chica se encontraba cocinando, pero se giró para mirarme con una sonrisa al verme allí parada, despierta—. ¿Has hecho tortitas?

La mencionada amplió su sonrisa y devolvió su atención a la sartén frente a ella. —Cuando era pequeña, solía vivir en una pequeña ciudad de Los Ángeles, allí era bastante común desayunar tortitas, espero que no te importe —me explicó.

—Para nada. No recuerdo mucho de cuando era pequeña pero, en España, mi madre también solía hacerme tortitas para desayunar. —Me senté en el suelo y observé como ponía las tortitas en dos platos.

—¿Como acabaste aquí? —Imitó mi acción, sentándose a mi lado, y me ofreció un plato con dos tortitas.

—Bueno, llegué aquí con catorce años. Unos matones me secuestraron y me trajeron aquí. —Me miró, intrigada y sorprendida—. He vivido en Corea desde entonces.

—¿Te secuestraron? —Asentí, con una sonrisa divertida ante su curiosidad—. ¿Y qué edad tienes ahora?

Tragué el trozo de tortita que quedaba en mi boca para contestar. —Veintiuno. —Su cara de sorpresa apareció tal y como imaginaba y traté de no sentirme incómoda por eso.

—Wow, ¿no eres muy joven para meterte en unos juego de niños en los que puedes morir? —Mantuvo su expresión divertida y me relajé.

—Tuve que madurar antes de tiempo. Además, necesito ese dinero para ser libre. En mi caso, lo único que quiero es poder comprar mi libertad y tener por fin una vida que merezca la pena —partí otro trozo de tortita distraídamente y evité la mirada atenta de la chica junto a mí—. Si no puedo tener eso, entonces prefiero morir.

—Tienes todo muy claro. —Levanté la mirada en su dirección—. Te vi en el juego de Luz Roja, Luz Verde. Eres fuerte, ganarás. —Me sonrió, optimista, y le devolví la sonrisa, agradecida por sus palabras.

—Bueno, hasta que reanuden los juegos... —Se levantó—. Tendremos que seguir llevando esta vida. Quédate aquí, estoy segura de que podremos ser amigas. —Sus ojos delataban su emoción al pronunciar la palabra amigas, y me sentí ante eso muy agradecida de haber coincidido con ella. Nunca había tenido una amiga, pero Ji-yeong parecía ser una gran opción—. Te ayudaré a esconderte si me ayudas también a mí.

La miré dudosa, preguntándome por lo que querría.

—Necesito que me ayudes a hacer la compra, enserio se me destrozan los brazos con las bolsas. —Mi rostro se iluminó y por primera vez en mi vida me reí de forma genuina. Aceptando su petición, me levanté para salir con ella.

Una vez llegamos a los puestos, nos separamos para abarcar más terreno. Yo decidí que quizás sería buena idea ir a comprar comida más esencial como pescado, carne, etc. Aunque Ji-yeong realmente no tenía mucho dinero, sería suficiente para aguantar unos días. Ambas teníamos la esperanza de que renaudaran los juegos antes de que las cosas se nos complicaran demasiado.

Al llegar a unos puestos vi algo que me llamó la atención. Un hombre que me resultaba familiar estaba escondido tras un puesto, observando a alguien. Sonreí ampliamente al reconocer a la persona y me acerqué.

—¿A quién observamos? —Susurré, causando el efecto que quería en él. Sangwoo dio un salto del susto y se giró rápidamente, sorprendido. Al principio me miró asustado, pero luego su cara mostró confusión.

—¿Chicago? —Preguntó confundido.

—Hola, gafitas. —Le sonreí—. Me alegro de verte.

Él aun seguía sorprendido, pero al menos ya se había relajado. Supuse que se asustó al no reconocerme al principio, ya que que llevaba una gorra negra con tres aros enganchados en ella, una bufanda negra que me tapaba parte de la cara y una sudadera negra que me duplica el tamaño. Definitivamente era un logro que aún llevando todo eso me hubiera reconocido.

Nos sentamos en unos escalones cercanos y le oí suspirar con cansancio.

—¿Un mal día? — Pregunté, con delicadeza. Giró levemente la cabeza para mirarme y pude ver en sus ojos el cansancio y la tortura que muchas veces había podido ver en mis propios ojos ante el espejo.

—Un día normal. —Me sonrió levemente—. ¿Y tú? ¿Por qué vas vestida como si fueras a atracar un banco?

Entorné los ojos y me reí. —Solo me gusta pasar desapercibida —le observé divertida.

—Vaya, pues lo has logrado. —Su sonrisa se amplió y desvió la mirada para sacar algo de su bolsillo. Fruncí el ceño al ver que se trataba de un cigarrillo, y traté de ocultar una mueca de asco cuando lo encendió. Sangwoo pareció notarlo, pues antes de que se lo llevara a la boca me miró con una expresión algo preocupada.

—¿Qué ocurre? —Su mirada mostraba que estaba confundido y me sentí algo mal por no haber podido ocultar mi desagrado ante lo que llevaba en la mano.

—Nada, es solo que... — Agaché la mirada avergonzada—. Los cigarrillos no me traen muy buenos recuerdos. —Miré a mis manos, tratando de evitar su mirada.

—Oh, lo siento, no lo sabía. —Apagó su cigarro rápidamente y levanté la mirada sorprendida. Mi confusión siendo evidente.

—¿Por qué has hecho eso? —Me miró—. Parecía que te apetecía mucho tomártelo.

Él sonrió divertido y miró al frente. —Has dicho que fumar no te trae buenos recuerdos, y he visto la mueca que has querido ocultar así que asumo que por alguna razón te dan mucho asco y eso lo respeto. —Me miró tras decir lo último y la palabra respeto comenzó a repetirse en mi cabeza con insistencia.

Miré al frente, tratando sin mucho éxito de ocultar una sonrisa; la cual pareció gustarle.

—¡Chicago!

La voz de Ji-yeong llegó a mis oídos a los lejos y la busqué entre la multitud.

—Parece que te buscan. —Sangwoo me sonrió y mi mirada fue directamente a la suya, como un imán—. De todas formas yo ya me iba. —Se levantó, ofreciéndome una mano para que imitara su acción, y no pude evitar recordar un momento parecido que había tenido lugar en el primer juego. Su mano era tan cálida como la recordaba—. Espero que volvamos a vernos, Chicago. Te deseo suerte. —Me sonrió una última vez, soltando mi mano, y se giró para irse.

—¡Oye! — Se dio la vuelta al oír que le llamé y me puse algo nerviosa—. Gracias. —Él me miró confundido—. No tuve tiempo de agradecerte que me salvaras en Luz Roja, Luz Verde. —Di varios pasos en su dirección, hasta que estuve lo suficientemente cerca, y sonreí—. Si no me hubieras ayudado probablemente estaría muerta. Gracias... —Antes de pensarlo siquiera, le abracé, sorprendiéndole aún más, y me separé antes de que pudiera reaccionar—. Sangwoo. 

Le sonreí ampliamente y él me miró sorprendido, unos instantes más, para después devolverme la sonrisa con la misma intensidad que yo. Era la primera vez que le llamaba por su nombre, pues anteriormente le había dicho que no sabía pronunciarlo, a pesar de que era mentira.

Asintió y se fue. Le vi alejarse durante unos segundos para después darme la vuelta e ir hasta donde había visto a Ji-yeong por última vez.

Una vez llegamos a su casa me tiré en el pequeño sofá.

—¿Cansada? —Se sentó a mi lado, con una mirada curiosa.

—Mucho —sonreí, recordando mi paseo por el mercado.

El timbre sonó, alertándonos a ambas. Ji-yeong se acercó a la puerta para preguntar quién era, pero nadie respondió. Hubo un largo silencio, por lo que me asomé para ver que pasaba. Lo primero que vi fue a Ji-yeong agachada frente a la puerta cerrada.

—¿Ji-yeong? — Me acerqué, confundida.

Ella se giró un tanto en shock y me mostró dos tarjetas como las que recibimos la primera vez. Los juegos se habían reanudado.

Cogí una de las tarjetas y la leí.

Hora de recogida: Las 23 pm.

Punto de encuentro: el mismo de la última vez.

Miré a Ji-yeong y ella me miró inquisitiva dándome a entender que si yo iba a ir, ella también lo haría.

—Tengo que ir, Ji-yeong. No puedo pasarme la vida huyendo. —Ella me miró un tanto triste, sonriéndome con comprensión.

—Entonces yo también voy. —Empezó a coger nuestras cosas para irnos y un ruido llamó mi atención, por lo que miré por la ventana.

—Mierda.

—¿Qué pasa? —Preguntó, deteniéndose.

Se podía notar mucho movimiento en las calles, las personas corrían aterradas a sus casas y cerraban sus locales antes de lo previsto. Eso solo podía significar una cosa. —Hay una iniciación... —Susurré.

Las iniciaciones en las bandas eran muy populares por ser el momento más peligroso para salir a la calle, pero nosotras necesitábamos salir si queríamos llegar a tiempo al punto de encuentro. Sabía que a Ji-yeong no le pasaría nada, al menos, si no iba conmigo. Si íbamos juntas, las bandas me reconocerían y tendríamos problemas; no quería poner en riesgo a Ji-yeong, pero con ambas formas no podía garantizar su seguridad. ¿Qué debía hacer?

¿Ir al punto de encuentro con Ji-yeong, arriesgándome a ponerla en peligro si me reconocían?

O

Separarnos. Si iba sola, ella tendría mas posibilidades de vivir, y yo encontraría otra forma de llegar sana y salva.

¿Qué decisión debo tomar?

Aquí otro capítulo, espero que haya estado a la altura de vuestras expectativas. Estaré al tanto de vuestra decisión. Gracias, por favor escoger lo que prefiráis.

¡Os leo!

-Venus


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