Capítulo cinco.
—¡Bajad a cenar!
El olor fuerte a mezclas de diferentes ingredientes abundaba por la cocina, llegando hasta las habitaciones de cada país.
Se escucharon pasos frenéticos bajar las escaleras, mientras unas groserías eran dichas por las torpezas de los pequeños de España.
Todos llegaron y se sentaron en la gran mesa del comedor. Cada uno tiene asignado su lugar como solía ser antes.
Todos hablaban con algo de fuerza, casi no se entendían las conversaciones porque cada quién tenía un tema diferente por hablar.
—Se que ya no son colonias pero no me gusta que hablen con tanta fuerza. Todos podemos hablar de lo mismo.
Pensó su padre un buen rato para tener un tema apropiado de conversación. Más no se le venía algo bueno a su mente, no había nada para conversar.
La mesa después quedó en silencio, bueno, excepto por alguien que masticaba con algo de ruido; México.
Cuando pasaba eso era por dos razones: o estaba desesperado o estaba ansioso.
Llega a cierto punto a incomodar, pero los hermanos no pueden hacer nada frente a su padre.
Era de las peores cosas cuando no hay tema de conversación, según ellos.
Al final España se quedó solo con el mexicano, quien aún no terminaba de cenar.
Ah, como le daba pena que el chico esté solo por si mismo; lleno de burlas y comentarios toscos.
México no tiene problemas con los demás, es como un niño pequeño que apenas comprende las cosas. Sabe que sus vecinos se aprovechan de él, pero les deja pensando que es correcto.
O quizás no.
Quizás es miedo. Miedo a que le puedan hacer las potencias.
»Vuelves a empujarme y romperé tus costillas«
Encantadoras advertencias de Canadá, ese día le empujó porque el bicolor le estaba tocando las caderas.
A México le gustaría ser como su gente; fuerte y sin miedo. Chingona es pocas palabras.
La situación en su cabeza le estaba poniendo tenso. Tomo su plato y lo dejó en el fregadero para después salir un poco rápido de la casa.
A lo lejos escuchaba a su padre preguntando que a donde iba, más no se molestó en contestarle y siguió su paso.
El español mandó a Bolivia tras el tricolor, es más razonable con su hermano.
¿A dónde vas, México?
(...)
Ya pasando una hora de caminata sin sentido, con sus manos en sus orejas y cruzando las calles sin mirar a ambos lados. Su alteración le mataba, solo quiere estar solo y en todas partes hay ruido.
Llegó a toparse con un pequeño parque, en el cual se adentró rápidamente para descansar bajo un árbol y abrazar sus piernas. Estaba asustado.
Y sus nervios subieron más al sentir como alguien se sentaba a su lado, gritando al aire.
—¡Dejame!
—Shhh, ¡tranquilo!
Era su hermano, pero México estaba demasiado asustado como para darse cuenta de que era él.
Bolivia recordó lo que le calmaba, comenzó a cantar.
—No se que tienen las flores, llorona,
las flores del campo santo.
Dijo en un leve susurro, acariciando las manos del contrario. El mexicano se quedó en silencio, para escuchar con atención y relajarse.
—Que cuando las mueve el viento, llorona, parece que están llorando. . .
Ambos comenzaron a cantar suavemente las líricas favoritas de México. La llorona le fascina, Bolivia la utiliza para tranquilizar a su hermano.
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