Σάπιο μήλο
I. κληρονομικότητα
— Sus manos tienen un color extraño.
— Están tan negras como el carbón, como si estuviera en trabajos forzados.
— ¡Hmp! Que se ha buscado esto usted. Ni se le ocurra levantarse de la camilla.
— ¡Como si pudiera! — Exclamó, señalando las esposas y los grilletes que lo aprisionaban a la camilla.
Al ver que la enfermera al fin se iba, Naoko se retorcio un poco, buscando la mejor posición para dormir. Aunque claramente no pegaría ojo en esas condiciones y no tardó en darse cuenta. Resoplando, decidió irse a pesar que habrían consecuencias. Canalizo magia en sus manos, las cuales se volvieron más negruzcas de lo que ya estaban, brillando con unas extrañas marcas de un rojo saturado. La magia se extendió hacia el metal, haciéndolo añicos.
— Como si fuera vidrio, o papel.
A Naoko le costaba aceptar sus nuevos poderes.
Vago tranquilamente por los pasillos, en el silencio del "hospital" de Oneira. Se preguntaba cuantas personas no fueron posibles de salvar en esas paredes. De seguro la mayoria blancos, pensó.
Como él.
En realidad ni mucho le preocupaba. Desde que llego a Oneira se había declarado como el ser más despreocupado en la escuela, cosa que odiaba su compañero de cuarto ciertamente. Ah, y ahora que su mente había hilado el tema, ir a darle una visita no sonaba nada mal. Al menos para darle las gracias.
Hace un par de horas, estaba muriendo gracias a él. Por más mal que sonara sin contexto, era lo mejor que pudo haber hecho. Estaba a salvo por ello. Pero explicarlo era difícil, ¿por donde empezar?
Quizás de hace una semana atrás, así aclararía los hechos y sus pensamientos.
Aquella semana atrás, tuvo una fuerte fiebre. Se desvanecía a ratos y se le dificultaba respirar y lo enviaron a aquel hospital. Para su sorpresa, no fue tratado con medicamentos e inyecciones, sino que fue encerrado y aislado a los pocos días después. Aparentemente, había algo que olía demasiado mal en él.
— Son los efectos al ser un huésped. El chico trae un demonio con él y ahora trata de reclamarlo — Dijo una señorita extraña, quizás importante.
— Entonces habrá que tratarlo como uno de los blancos. Que continúe en aislamiento, no podemos permitirnos que llegue a salirse de control.
Y por ordenes directas de la directora, termino encarcelado.
Allí mismo se presencio el φίδι, quien aprovechándose de la situación tomo parte del cuerpo del chico. Invadido, se dio una lucha entre cual de las dos voluntades sería la que controlaría el cuerpo. De no ser por la interrupción del peliazulado, Naoko hubiera sido borrado del mapa.
Acercándolo a la muerte, fue Naoko quien pudo forzar al demonio a un trato. El demonio se convirtió físicamente en su corazón, dejándole los poderes al azabache. Todo lo que debe hacer es mantenerse vivo.
Solo vivir.
Parecía más estúpido e irreal entre más lo pensaba. ¿Por qué?
Sus pasos dejaban detrás de si una estela en la bruma que rodeaba al lúgubre hospital. ¿O lo rodeaba a él? Su camino incluía envolverse en las sombras, o las sombras envueltas en él. Se sentía mareado y asqueado, y la sensación permaneció incluso después de abandonar el hospital. La guardia era muchísimo más escasa en la zona residencial común.
Ahí estaba, la puerta que imitaba un hogar inexistente desde hace casi tres años. Tuvo miedo de golpear. Su cuerpo, su cerebro le decía que ya no pertenecía ahí, nunca más.
Aún no, dijo su corazón.
Al tocar, vio la cara de su casi amigo ir de la sorpresa al enojo, tirando de él adentro y empujándolo contra la pared. El desconcierto de Naoko ante la agresividad no era mayor que el de Masato por su presencia.
— ¿Por qué volviste?
— ¿Por explicaciones..? ¡Me ahorcaste! ¡Y no de la forma que me gustaria! Aunque dudo que me gustaría, no estoy dentro de esas mierdas fetichistas...
— Es... raro de explicar — Menciono el peliazulado, ignorando completamente la broma de su ahora ex compañero de cuarto —. Simplemente sentí que debí y ya. ¿Qué pasó después? Comenzaste a retorcerte en el suelo y tuve que huir.
— Digamos que logré formar un trato que me convenía. Esa cosa me estaba matando...
— Cosa no, demonio, Naoko.
— No lo digas así, suena mal.
— Suena como suena, Naoko. No puedes seguir ignorándolo y pretender que todos harán lo mismo.
— Estas siendo jodidamente cruel — Lo acusó Naoko, con un nudo en su garganta. No era justo, no lo era.
— ¡Estoy siendo realista! Estoy siendo lo más sensato que puedo con la situación.
— Claro, como tu familia de la maldita IAMF te ha dicho como ser, ¿no? "¡Que hacer si tu compañero hace un trato con un demonio, sección cinco!"
— Jodete. No tiene nada que ver en esto. Estas, literalmente, actuando como uno de ellos. Un blanco.
— Venia por un beso en la frente como ultima despedida, pero veo que desperdicie tiempo contigo. Hasta nunca, Masato.
— Hasta nunca.
Y Naoko procedía a irse, no sin antes tomar alguna que otra pertenencia preciada de su mesita de noche. Pero el mal sabor de boca lo obligaba a no irse hasta tener la ultima palabra.
— Si los roles estuvieran intercambiados, yo si me quedaría a tu lado.
A la mañana siguiente, Naoko dormía en posición fetal en su camilla. Para explicar sus esposas rotas, fingió inocencia y rompió la baranda de la camilla sin querer queriendo de la misma manera que fragmentó las esposas. Unos guantes inhibidores fue obligado a usar desde ese punto.
Su nuevo cuarto no le desagradaba. Le tocaba compartirlo con otros tres chicos, que antes por suerte no había sucedido. Igualmente, pensar en su cuarto anterior le hacia recordar la traición de Masato. Era preferible no pensar en ello.
— ¿Así que... Eres hechicero, invocador o trasmutador?
— Según yo, hechicero. Ni idea si se mantiene.
— Depende del caso. No hay reglas escritas para los contratos.
Jamie solía ser el más energético y hablador de los cuatro. Disfrutaba de conversar de cualquier tema con cualquier persona. En cambio, François solía ser extremadamente callado. Sólo hablaba para dejarte los pelos de punta.
— Acerca del otro chico...
— ¿Kai? — Preguntó Jamie, con preocupación — Eh, él es conflictivo... La pasamos mejor cuando no está.
Y con poco Naoko entendió que mejor ni preguntaba de vuelta por él.
— Por cierto, Naoko, he tenido una pregunta dándome vueltas-
— Nunca — Alzó la voz François, interrumpiendo a Jamie —, nunca hables de tu trato con otros. No somos familia. Sobrevivimos. Van a querer usarte antes que ayudarte. Desconfía hasta de tu sombra.
La habitación quedó en silencio. François volvió a lo suyo, recostandose en su cama alta de la litera. Abajo Jamie lo miraba con mala cara.
— Yo... Creo que iré a tomar aire.
— Tus guantes.
— Son bonitos, ¿verdad? Regalo de mi madre.
Naoko se apresuró a irse del cuarto, para el enojo de Jamie. Ya no se sentía seguro ahí. Caminaba por los pasillos maldiciendo a su padre, al demonio, al destino...
— El destino y la muerte son las únicas fuerzas de las que no podemos huir.
Naoko alzó la vista. Al final del pasillo lo esperaban tres chicas. La primera pelirroja, alta y rodeada de mariposas. La segunda era tan solo una niña pequeña, que se aferraba fuertemente a un gato de peluche. Y la última, aquella que habló, de cabellos rubios y porte intimidante.
— Göldin, el placer es mío.
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