034.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ʙɪᴛᴛᴇʀ ᴛʀɪᴜᴍᴘʜ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴛʀɪᴜɴꜰᴏ ᴀᴍᴀʀɢᴏ
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TODA LA CASA DE AFRODITA HABÍA ESTADO PELEANDO CON EL RESTO DE LOS OLÍMPICOS.
Otros pocos dioses menores también se les habían unido, pero la descendencia de Ares y Afrodita habían sido los primeros en presentarse y no habían abandonado la lucha en ningún momento.
Mi padre intentó acercarse a abrazarme, pero Apolo lo empujó de un golpe a medio camino, me tomó en sus fuertes brazos y me besó.
Fue como un rayo de sol iluminando mi día de lluvia. Sus labios, cálidos y suaves, se posaron sobre los míos con una locura que me puso febril; envuelta en una manta confortante, de esas que te dan seguridad y no quieres abandonar nunca. Su beso era como un bálsamo que sanaba mis heridas, físicas y emocionales. Me sentí renovada, rejuvenecida, sana. Completa.
Pero, al mismo tiempo, me llenó de una punzada de culpa. Y contuve las ganas de echarme a llorar. No era el momento. Mucho menos el lugar.
Se apartó de mí, su mirada llena de preocupación.
—Estoy bien —mentí. Él sabía que mentía. Pero no hizo preguntas. Él tampoco quería que nuestro dolor se hiciera presente frente a todos. Era nuestro—. Estoy viva —agregué para al menos tranquilizarlo.
—Dari.
Miré por encima del hombro de Apolo. Mi padre me miraba con dolor en sus ojos. Él sabía lo que había pasado.
A regañadientes, Apolo me soltó.
—Lo siento —susurró contra mi cabello—. Lo siento tanto, mi amor.
—No. —Me aparté. No quería compasión, ni siquiera de él—. Hoy no, por favor.
Papá me miró unos instantes, y acabó cediendo.
—¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? —dijo buscando heridas graves.
—Un poco, pero no importa —respondí haciendo una mueca.
Las manos de Apolo se cerraron en mi cintura, atrayéndome hacia sus brazos de nuevo.
—Déjame a mí. Pronto te sentirás mejor —susurró en mi oído—. El dios de la medicina a tu servicio.
Una luz cálida empezó a rodearme, como un amanecer en miniatura. Sentí cómo el calor recorría mi cuerpo, cerrando cortes y aliviando parte del dolor. Cuando terminó, me sentía un poco más fuerte, aunque todavía agotada.
Vi tres figuras pasar por nuestro lado. Las moiras en persona se llevaron el cuerpo de Luke.
No había visto a las viejas damas desde hacía mucho, desde que se aparecieron en mis sueños para hablarme sobre controlar el destino.
Una de ellas me miró y, aunque no dijo una palabra, vi un vistazo a mi vida. Me ví de veinte años, hermosa, poderosa y muy joven. Eternamente joven.
—Ya está —dijo una de ellas que llevaba en sus manos un hilo azul cortado.
Se reunieron las tres junto al cuerpo de Luke, ahora envuelto en un sudario blanco y verde, y cargaron con él para sacarlo de la sala del trono.
—Esperen —dijo Hermes.
El dios mensajero iba vestido con su conjunto clásico, es decir, túnica griega, sandalias y casco alado, las alitas se agitaban mientras caminaba. Las serpientes, George y Martha, se enroscaban en su caduceo, murmurando:
—Luke, pobre Luke.
Un pensamiento venenoso se abrió paso en mi mente.
¿Pobre Luke?
Pobre Alessandra. Pobres los niños que hoy murieron por su culpa. Pobres los niños que murieron a lo largo de los últimos cuatro años.
Pobre May Castellan, sola en su cocina, preparando galletas y sándwiches para un hijo que jamás volvería a casa.
Miré al dios. No. No sentía compasión. Ni por él ni por su hijo. Hermes tenía la culpa de que Luke sufriera, pero Luke tenía culpa de llenarse de odio y convertirse en lo que se convirtió.
Hermes le destapó la cara a Luke, le besó la frente y murmuró unas palabras en griego antiguo: una bendición final.
«Ya es demasiado tarde, Hermes. Ahora está muerto, ya no puede sentir tu amor».
—Adiós —susurró. Luego asintió, dando su venia a las Moiras para que se llevaran el cuerpo de su hijo.
A unos metros, Annabeth estaba de pie al lado de Percy. De repente vi que se le doblaban las rodillas, él se apresuró a sujetarla, pero ella dio un grito de dolor y comprendí que la había agarrado por el brazo roto.
—¡Oh, dioses! —exclamó Percy—. Perdona.
—No pasa nada —musitó, y se desmayó en sus brazos.
—¡Necesita ayuda! —gritó.
Algunos miraron a mi novio, pero Apolo estaba más interesado en jugar con mi cabello. Le di un codazo.
—¿Qué? Ah...sí, sí, ya voy —dijo sin mucho ánimo.
Puso una mueca que dejaba en claro que le molestaba tener que dejarme para ayudar a alguien más. Aún así, me hizo caso.
Le pasó a Annabeth la mano por la cara y pronunció un conjuro. Las magulladuras de su cuerpo desaparecieron en el acto. Los cortes y cicatrices se borraron. Ella extendió el brazo y emitió un suspiro en sueños.
Apolo la miró sin mucho entusiasmo.
—En unos minutos se habrá recuperado del todo.
Las horas siguientes forman una secuencia más bien confusa en mi memoria.
Antes que nada, Percy le habló a Zeus de una promesa que le había hecho a nuestras madres. Al parecer mi mamá había tenido un presentimiento horrible hace unos días, ella y mi abuelo habían decidido venir a la ciudad por las dudas. Una vez Apolo me había dicho que ella no podía ver a través de la niebla, pero sí que parecía tener un instinto muy preciso.
Cuando Percy fue a pedir la bendición de Sally para sumergirse en el Río Estigio, ellos habían estado allí. Él les había prometido a Sally y a mi madre que les daría una señal de que ambos estaríamos vivos.
Quizá por eso se habían apresurado a venir en nuestra ayuda en medio del caos.
Zeus escuchó sin pestañear, chasqueó los dedos y comunicó que la cima del Empire State acababa de iluminarse de color azul y rosa. La mayoría de los mortales no sabrían qué significaba aquello, pero ellas lo entenderían: habíamos logrado sobrevivir. El Olimpo estaba salvado.
Los dioses pusieron manos a la obra para restaurar la sala del trono, cosa que resultó asombrosamente rápida con doce seres sobrenaturales trabajando al mismo tiempo. Grover y Percy se ocuparon de los heridos y, una vez que estuvo reparado el puente del cielo, dimos la bienvenida a todos los amigos que habían sobrevivido.
Los cíclopes habían sacado a Thalia de debajo de la estatua. Andaba con muletas, pero estaba bien. Connor y Travis Stoll habían salido casi ilesos, aparte de algunas heridas menores. Me aseguraron que ni siquiera habían saqueado demasiado la ciudad. La Señorita O'Leary había logrado rescatar a Quirón de la montaña de escombros y se había apresurado a llevarlo al campamento. Los Stoll parecían preocupados por el viejo centauro, pero por lo menos estaba vivo.
Los hijos de Apolo se acercaron algo incómodos al verme en brazos de su padre. Ya sabían, pero verlo directamente era diferente.
Apolo los miró nervioso. Era la primera vez que los veía desde que se enojaron cuando supieron de nuestra relación. Les sonrió intentando fingir que todo estaba bien.
—Mis hijos —dijo, su voz llena de orgullo—. Estoy tan orgulloso de todos ustedes. Han demostrado ser verdaderos héroes.
Los chicos sonrieron, un poco incómodos, pero también orgullosos de sí mismos. Me sentí un poco como una intrusa y estaba lista para apartarme, pero Apolo me dio un empujoncito hacia ellos, y automáticamente, me abrazaron con fuerza.
Su cálido abrazo casi rompí en llanto. Todo en ellos me recordaba a Michael.
Se apartaron y Will me dio una sonrisa triste, antes de que la cabaña se alejara a revisar heridos.
Nico entró en el Olimpo como un héroe, escoltado por su padre, cosa excepcional porque se suponía que Hades sólo visitaba el Olimpo en el solsticio de invierno. El dios de los muertos se quedó patidifuso cuando los demás dioses se pusieron a darle palmaditas en la espalda. No creo que hubiese hallado nunca un recibimiento tan caluroso.
En cambio, Nico corrió a mis brazos.
—Están a salvo —dijo contra mí hombro—, pero no se les permite subir al monte Olimpo.
Asentí y le besé la frente.
—Estuviste maravilloso, sombritas —dije—, pero tenemos que hablar seriamente sobre tu plan.
Él se encogió de hombros y sonrió a medias. Luego pareció recordar algo.
—Dari...lo siento, yo...
—Ahora no —dije negando con la cabeza.
Clarisse apareció también, todavía tiritando por el rato que había pasado dentro del bloque de hielo, y Ares bramó:
—¡Ésa es mi chica!
El dios de la guerra le alborotó el pelo y le aporreó la espalda, proclamando que era la mejor guerrera que había visto.
—¿Acabar con un drakon de esa manera? ¡Eso sí es luchar!
Ella parecía más bien abrumada. Se limitaba a asentir, parpadeando, como si temiera que fuese a darle otra vez, pero al final se animó a sonreír un poco.
Hera y Hefesto pasaron por mi lado: éste, algo enfurruñado por haberme atrevido a saltar sobre su trono, aunque consideró que, por lo demás, había hecho "un buen trabajo".
Hera resopló con desdén.
—Por ahora, supongo, no os destruiré a esa chica y a ti —dijo mirando a mis amigos.
—Annabeth ha salvado el Olimpo —dijo Percy—. Ella ha ayudado a convencer a Luke para que detuviera a Cronos.
—Hum.
La diosa dio media vuelta, y me miró. Una sonrisa enorme adornó sus labios.
—¡Darlene, cariño! —exclamó feliz—. ¡Lo hiciste maravillosamente!
Le di una mueca que pretendía ser una sonrisa. Pero no tenía ánimos de sonreir. La diosa me dio unos golpecitos suaves en la cabeza antes de alejarse hacia su trono.
—Ciertamente hiciste un buen trabajo.
Me giré ante la voz suave detrás de mí.
—Señora Niké.
Ella sonrió.
—Felicidades para ti, Darlene Backer. Probaste una vez más ser merecedora del título que te dieron.
—Niké, ahora no —dijo Apolo por lo bajo.
—Solo estoy felicitándola.
—¿Y a su hija? —espeté molesta.
La sonrisa se le borró.
—Alessandra no quiere verme ahora mismo —admitió mirando al fondo de la habitación.
Lessa estaba apoyada contra la pared con la mirada perdida. Me sentí mal por ella.
Michael había muerto a mi lado, protegiéndome, siempre del mismo bando, siempre como mi compañero.
Pero Luke no. Él había elegido sacrificar el mundo entero en su afán de venganza y odio y Alessandra había tenido que matarlo para salvar su alma corrompida. No me imaginaba la culpa y el dolor que debía estar sintiendo, ella lo amaba tanto que había perdido la cordura por él, y ahora tendría que vivir su vida entera sin el alma que las Moiras habían unido y luego arrebatado por su propia mano.
—No me sorprende —dije volviendo la mirada a la diosa.
—Estará bien. No pronto, pero...lo hará —respondió Niké.
No dije nada más.
La diosa se alejó cuando Zeus la llamó.
Afrodita y Ares se acercaron a nosotros.
—¡Dari, mi cielo! —exclamó intentando darme un abrazo, pero Apolo no la dejó—. Apolo, no seas egoísta.
—Háblale sin tocarla.
Ella bufó.
—Como sea.
—Gran trabajo, pulguita —dijo Ares sonriendo—. Lo hiciste muy bien.
—Recibí ayuda. Siempre.
Él se encogió de hombros.
—Eso no quita el mérito de valentía.
Me sentí un poco incómoda por la atención.
—Gracias.
Ambos querías seguir hablando, pero Apolo me apartó, tapando mi vista con su cuerpo y me alejó.
—Aguanta un poco más, mi amor —dijo en voz baja—. Solo un poco más y podremos estar solos.
—¡Apolo! —clamó una voz atronadora.
Zeus ya había ocupado su trono y le lanzó una mirada fulminante, mientras los demás dioses ocupaban sus asientos. Incluso Hades estaba entre ellos, acomodado en una simple silla para invitados junto al hogar. Nico se había sentado a sus pies con las piernas cruzadas.
—¿Y bien? —refunfuñó Zeus—. ¿Vas a dejar de perder el tiempo coqueteando y subir a tu trono o qué?
Apolo rodó los ojos, y luego me guiñó.
—Sí, padre.
Me dio un último beso y luego subió a su trono, dando inicio al Consejo de los Dioses.
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Mientras Zeus hablaba, un largo discurso sobre la bravura de los dioses, etcétera, Annabeth entró y se situó a nuestro lado. Tenía muy buen aspecto teniendo en cuenta que se había desmayado hacía poco.
—¿Me he perdido mucho? —susurró.
—Nadie piensa matarnos por ahora —dijo Percy en voz baja.
—Por primera vez en todo el día —agregué.
Poco le faltó para troncharse de risa, pero Grover le dio un codazo. Hera nos observaba con mirada aviesa.
—En cuanto a mis hermanos —dijo Zeus—, estamos agradecidos —se aclaró la garganta, como si no le acabaran de salir las palabras—, hum, agradecidos por la ayuda de Hades.
El señor de los muertos hizo un leve gesto con la cabeza. Mostraba una expresión engreída, pero supongo que tenía derecho. Se lo había ganado. Le dio unas palmaditas en el hombro a su hijo.
—Y naturalmente —prosiguió Zeus, aunque parecía que le estuvieran quemando los pantalones—, debemos... eh... darle las gracias a Poseidón.
—Perdona, hermano —dijo el aludido—. ¿Cómo has dicho?
—Debemos darle las gracias a Poseidón —refunfuñó Zeus—, sin cuya ayuda... habría sido difícil...
—¿Difícil? —repitió Poseidón con aire inocente.
—Imposible —dijo Zeus—. Imposible derrotar a Tifón.
Los demás dioses rompieron en murmullos de asentimiento y golpearon el suelo con sus armas en señal de aprobación.
—También agradecemos a los demás dioses que eligieron nuestro bando —agregó mirando al pequeño grupo de dioses menores al fondo.
La mayoría pertenecían a la casa de Afrodita, pero otros como Niké, Iris y los dioses de los vientos, también se paraban orgullosos.
—Dicho lo cual —continuó Zeus—, ya sólo nos queda dar las gracias a nuestros jóvenes héroes semidioses, que tan bien han defendido el Olimpo... más allá de que mi trono haya sufrido algún que otro desperfecto.
Primero llamó ante su presencia a Thalia, ya que era su hija, y le prometió que la ayudaría a cubrir las bajas que se habían producido en las filas de las cazadoras.
Artemisa sonrió.
—Te has portado muy bien, mi lugarteniente —le dijo a Thalia—. Has logrado que me sintiera orgullosa. Y las cazadoras que han perecido a mi servicio jamás caerán en el olvido. Alcanzarán los Campos Elíseos, de eso estoy segura. —Le lanzó a Hades una mirada acerada y llena de intención.
Él se encogió de hombros.
—Es lo más probable —comentó el dios.
Artemisa siguió mirándolo con ferocidad.
—Está bien —rezongó Hades—. Agilizaré sus expedientes.
Thalia sonrió orgullosa.
—Gracias, mi señora.
Hizo una reverencia a todos los dioses, incluido Hades, y cojeó hasta situarse al lado de Artemisa.
—¡Alessandra Olimpia, hija de Niké! —bramó al último. La semidiosa avanzó sin humor y se postró ante él—. Hiciste un grandioso trabajo, cumpliste fielmente a nuestro lado desde el primer día. Fuiste valerosa, feroz y tu sacrificio no será en vano. Tal como prometimos, Luke Castellan, a pesar de su traición, tendrá una segunda oportunidad en su siguiente vida. Lejos del mundo divino, contigo.
«¿Felicitarla por matar a su alma gemela? Bien hecho, imbécil de mierda».
Alessandra solo asintió.
—Gracias, señor Zeus.
Su madre me recordó a un pavo real, orgullosa de mostrar lo que su hija había logrado.
«¿Pero a qué costo?».
Luego llamó a Tyson y lo nombraron general de los ejércitos del Olimpo, comandaría a los demás cíclopes en la guerra siempre que los dioses lo necesitaran.
Después, Dioniso llamó a Grover, a quien nombró miembro del Consejo de los Sabios Ungulados.
Grover se desmayó allí mismo.
Entonces alzó la voz Atenea:
—Annabeth Chase, mi propia hija.
Annabeth me apretó el brazo; luego se adelantó y fue a arrodillarse a los pies de su madre.
Atenea sonrió.
—Tú, hija mía, has superado todas las expectativas —dijo—. Has empleado tu inteligencia, tu fuerza y tu coraje para defender esta ciudad y la sede de nuestro poder. Nos han llegado noticias de que el Olimpo está... en fin, destrozado. El señor de los titanes ha causado graves daños que habrán de ser reparados. Podríamos reconstruirlo todo mágicamente, desde luego, y dejarlo tal como estaba. Pero los dioses creemos que la ciudad podría mejorarse. Vamos a tomarnos esta situación como una oportunidad. Y tú, hija mía, te encargarás de diseñar las mejoras.
Annabeth levantó la vista, totalmente pasmada.
—¿Mi... mi señora?
Atenea sonrió con ironía.
—Eres arquitecta, ¿no? Has estudiado las técnicas del mismísimo Dédalo. ¿Quién mejor para remodelar el Olimpo y convertirlo en un monumento que perdurará durante otro eón?
—Eso significa...¿que puedo diseñar lo que quiera? —preguntó Annabeth.
—Lo que te salga de dentro —contestó la diosa—. Construyenos una ciudad a la altura de los tiempos.
—Siempre que haya muchas estatuas mías —añadió Apolo.
—Y mías —asintió Afrodita.
—Eh, ¡y mías! —gritó Ares—. Grandes estatuas con enormes espadas mortíferas y...
—¡Muy bien! —cortó Atenea—. Ha captado el mensaje. Levántate, hija mía, arquitecta oficial del Olimpo.
Annabeth se puso de pie y caminó hacia Percy prácticamente en trance.
—Enhorabuena —le dijo, sonriendo.
Por una vez, se había quedado sin palabras.
—Tendré... tendré que empezar a hacer planos... Papel de dibujo, hum, y lápices...
—¡Darlene Backer! —alzó la voz Apolo.
Respiré profundo, sintiendo un enorme alivio de que fuera él quien me llamara.
Me adelanté, lista para arrodillarme ante Apolo, pero él negó con la cabeza.
—No. Nunca más volverás a arrodillarte ante nadie —sentenció antes de mirar a los demás dioses. Zeus estaba listo para replicar, pero Apolo continuó sin importarle—. Mucho menos ante mí. Nunca estarás por debajo de mí, ni de nadie más. Tu lugar es entre nosotros, así lo han decretado las Destino, y así lo deseo yo. —Luego adoptó una sonrisa llena de afecto—. Amor de mi existencia, como siempre demostraste ser una guerrera feroz y leal. Actuaste tal como esperábamos. Digna Espada del Olimpo, y digna Futura Señora del Sol, esta es mi promesa para ti. Cuando te sientas lista para la inmortalidad a mi lado, yo mismo me encargaré del asunto y compartiré contigo la mitad de mis dominios.
El silencio se instaló en la sala. Comprendía lo que la mayoría debían estar pensado. Apolo era sumamente conocido por su egoísmo y deseo de ser el centro de atención. Y ahora estaba declarando compartir su poder con una mortal. Era imposible de pensar.
Pero yo lo conocía mejor. Él aceptaba esto porque me amaba. Se sentía orgulloso de mis logros y me veía como su igual.
Aun así, su promesa me golpeó con la intensidad de sus flechas, llenándome de un calorcito dulce, como una bandita sobre mi corazón herido.
—Apolo... —susurré, mi voz apenas audible.
Sonrió, su sonrisa iluminando todo mi mundo.
—Ahora, dejando eso de lado. Pide lo que quieras, y te lo concederé.
Lo primero que pensé fue en Michael. Lo quería de regreso. Pero no podía.
Apolo me había dicho que Hades no consentiría una segunda vez sacar de su reino otra alma.
Además, mi profecía seguía colgando sobre mi cabeza, y mis visiones dejaban en claro que la muerte me rondaría por haber escapado cuando debí quedarme en los Campos Asfodelos.
No podía hacerle eso a Michael. Pensé en la recompensa que le habían dado a Alessandra. Una nueva oportunidad en el mundo mortal, lejos de la muerte en el campo de batalla o siendo perseguido constantemente por monstruos.
Eso sí sería una recompensa por dos vidas dedicadas a la guerra. Pero eso quería hablarlo con Apolo en privado.
Miré a mi alrededor. Y mis ojos se clavaron en el fondo. Donde Héctor, Bruno, Calia y otros semidioses adultos estaban de pie. A pesar de haber sido abandonados, se habían unido a la batalla.
Lo tuve claro.
—El Santuario —dije con firmeza—. Que el Santuario tenga el mismo apoyo y protección que el Campamento. Que sea un lugar donde los semidioses podamos instalarnos y tener una vida en paz, donde no seamos juzgados ni cazados. Que al acabar el entrenamiento en el campamento, ya sea al final del verano o al cumplir los dieciocho, sea un lugar donde poder tener una vida normal y segura. Donde poder formar nuestras familias y donde nuestra esperanza de vida sea mayor que solo la adolescencia. Para todos.
Los semidioses adultos estaban conmocionados. Algunos de ellos tenían lágrimas en los ojos, y otros parecían estar en shock. Héctor, Bruno y Calia me miraban con una mezcla de gratitud, esperanza y admiración.
Los dioses, por otro lado, estaban estupefactos. Zeus frunció el ceño.
—¿No te parece que estas pidiendo....?
Afrodita se puso de pie, una sonrisa en su rostro.
—Yo estoy de acuerdo con la petición de Darlene —dijo—. Los semidioses merecen tener un lugar donde puedan vivir en paz y seguridad.
Apolo asintió de acuerdo, y los demás dioses también parecían estar de acuerdo. Solo Zeus se negaba a aceptar la idea.
Hermes se puso de pie. Sus ojos seguían brillantes cuando miró a la familia de su hijo mayor. Él tenía mucho por lo que empezar a enmendar con todos sus hijos.
—Creo que es una petición razonable.
Y con eso, los dioses votaron a favor de mi petición.
—¡Percy Jackson! —tronó Poseidón, entonces.
Percy se adelantó hacia el centro de la sala, bajo la atenta mirada de todo el mundo: los dioses, los semidioses, los cíclopes, los espíritus... Me adelanté hasta el centro de la sala.
Primero se inclinó ante Zeus. Luego ante su padre.
—Levántate, hijo mío —dijo Poseidón.
Se incorporó, vacilante.
—Un gran héroe debe ser recompensado —proclamó—. ¿Hay alguien aquí dispuesto a negar los méritos de mi hijo?
Esperé a que alguien metiera baza. Los dioses nunca se ponían de acuerdo en nada, y a muchos de ellos, Percy seguía sin caerles bien, pero ni uno solo de ellos protestó.
—El consejo está de acuerdo —dijo Zeus—. Percy Jackson, recibirás un don de los dioses.
—¿Cualquier don?
Zeus asintió muy serio.
—Sé lo que vas a pedir. El mayor de todos los dones. Sí, si lo quieres, será tuyo. Los dioses no le han otorgado ese don a ningún héroe mortal desde hace muchos siglos. —Me dio una mirada fulminante, antes de regresar a Percy—. Sin embargo, Perseo Jackson, si tú lo deseas, te convertirás en un dios. Inmortal. Indestructible. Serás el lugarteniente de tu padre durante toda la eternidad.
Me quedé mirándolo, alucinado.
—¿Un dios?
Zeus puso los ojos en blanco.
—Un dios algo alelado, por lo visto. Pero sí. Con el consentimiento del consejo en pleno, puedo hacerte inmortal. Y luego habré de soportarte toda la eternidad.
¿Se necesitaba la aprobación de todo el Consejo para convertir a alguien en una deidad? Apolo ni había preguntado, solo dijo que lo haría y ya. Y nadie lo había contradecido.
Lo miré, y él ya sabía que yo me había dado cuenta. Me guiñó un ojo.
—Hum —murmuró Ares, pensativo—. Eso significa que podré hacerlo papilla tantas veces como quiera, y que él seguirá volviendo para recibir la siguiente paliza. Me gusta.
—Yo doy mi aprobación también —dijo Atenea, aunque no apartaba la vista de Annabeth.
—Yo preferiría no tener que aguantarlo —comentó Apolo.
Percy echó un vistazo a su espalda. A mi lado, Annabeth intentaba eludir su mirada. Estaba pálida. Me vino un recuerdo de dos años atrás, cuando, en una noche de películas, Percy me confesó que creyó que ella iba a comprometerse con Artemisa y a convertirse en una cazadora. Había estado a punto de sufrir un ataque de pánico, sólo de pensar que la perdería.
Ahora ella parecía exactamente en la misma posición.
Tomé su mano, y ella se aferró con fuerza. Estaba temblando.
—No —sentenció Percy.
El consejo enmudeció. Los dioses se miraban unos a otros frunciendo el entrecejo, como si no hubieran escuchado bien.
—¿No? —balbució Zeus, incrédulo—. ¿Estás... rechazando nuestro generoso regalo?
Había un matiz peligroso en su voz, como una tempestad a punto de estallar.
—Me siento muy honrado y tal. No vayan a entenderme mal. Es sólo... que me queda aún mucho que vivir. Me parecería horrible haber alcanzado mi mejor momento en segundo de secundaria.
Los dioses lo miraban airados, pero Annabeth se había tapado la boca con las manos. Sus ojos relucían.
¿En serio pensó que Percy aceptaría la inmortalidad solo, teniendo la posibilidad de una vida con ella?
—Quiero un don, sin embargo —prosiguió—. ¿Prometen concederme mi deseo?
Zeus reflexionó un momento, dándome una mirada.
—Si está en nuestras manos... —repuso al final.
—Lo está. Y ni siquiera es difícil, menos considerando lo que han aprobado para el Santuario. Pero quiero que lo prometan por el río Estigio.
—¿Qué? —gritó Dioniso—. ¿Acaso no te fías de nosotros?
—Alguien me explicó una vez —dijo mirando a Hades— que siempre hay que asegurarse un juramento solemne.
Hades se encogió de hombros.
—Culpable.
—¡Muy bien! —gruñó Zeus—. En nombre del consejo, juramos por el río Estigio concederte tu razonable petición, siempre que esté en nuestro poder.
Los dioses asintieron con un murmullo. Estalló un trueno, que sacudió la sala del trono. El trato estaba cerrado.
—De ahora en adelante, quiero que reconozcan como es debido a los hijos de los dioses —dije—. A todos los hijos... de todos los dioses.
Sentí un orgullo inmenso al escuchar el pedido de Percy. Era un gesto valiente y noble. Había entendido perfectamente lo que Ethan y Luke habían deseado en el fondo, aunque no supieran cómo pedirlo.
Miré a Percy con admiración, y vi que Annabeth también lo miraba con una sonrisa orgullosa. Alessandra tenía los ojos llenos de lágrimas, seguro entendía que al menos Luke no moriría en vano.
Los olímpicos se removieron, incómodos.
—Percy —dijo Poseidón—, ¿a qué te refieres exactamente?
—Cronos no podría haberse rebelado sin la ayuda de un montón de semidioses que se sentían abandonados por sus padres —expliqué dando un paso adelante, parándome a su lado—. Estaban furiosos, llenos de rencor, y tenían motivos.
Zeus parecía a punto de echar fuego por la nariz.
—Te atreves a acusar...
—Se acabaron los hijos no reconocidos —declaró Percy—. Quiero que prometan que reconocerán a sus hijos, a todos sus hijos semidioses, cuando cumplan los trece años. Gracias al Santuario, ninguno será abandonado a su suerte en el mundo, ni dejado a merced de los monstruos. Pero quiero que sean reconocidos y llevados al campamento para recibir un entrenamiento adecuado.
—A ver, un momentito —terció Ares.
—Y los dioses menores —prosiguió Percy—: Némesis, Hécate, Morfeo, Jano, Hebe, todos ellos merecen una amnistía general y un lugar en el Campamento Mestizo. Sus hijos no deberían ser menospreciados. Calipso y los demás vástagos pacíficos de la estirpe de los titanes también merecen que se les perdone. Y Hades...
—¿Estás diciendo que soy un "dios menor"? —bramó él.
—No, mi señor —se apresuró a responder—. Pero sus hijos no deberían ser dejados de lado. Deberían tener su propia cabaña en el campamento. La experiencia de Nico lo ha demostrado. Ya nunca más debiera haber semidioses no reconocidos apretujados en la cabaña de Hermes, preguntándose quiénes podrían ser sus padres. A partir de ahora tendrán sus propias cabañas, y las habrá para todos los dioses sin excepción. Y se acabó el pacto de los Tres Grandes. Tampoco funcionó, de todos modos. Deben dejar de intentar librarse de los semidioses poderosos. Al contrario: serán aceptados y entrenados como corresponde. Todos los hijos de los dioses serán bienvenidos y tratados con respeto. Ése es mi deseo.
Zeus resopló.
—¿Nada más?
—Percy —dijo Poseidón—. Pides demasiado. Estás abusando.
—Perdone, señor Poseidón —espeté entre dientes—. Pero no es abuso, es lo mínimo. Todo esto pasó precisamente porque dejaron a sus hijos a su suerte. Ser dioses no los exime de ser malos padres. Al final, se quejan de Cronos y ustedes no son mejores.
Los Olímpicos se quedaron mudos.
—¿Y tú te quieres casar con ella? —cuestionó Zeus a Apolo.
Él se encogió de hombros.
—¿Qué te puedo decir, padre? Me vuelve loco esa actitud.
Percy dio un paso más adelante.
—Deben cumplir su juramento. Todos.
Recibimos un montón de miradas aceradas. Sorprendentemente, fue Atenea la que tomó la palabra:
—Tienen razón. Hemos sido imprudentes al dejar de lado a nuestros hijos. Era una debilidad estratégica, como se ha demostrado en esta guerra, y, de hecho, poco ha faltado para que provocara nuestra destrucción. Percy Jackson, tenía mis dudas sobre ti, pero tal vez —miró a Annabeth y luego prosiguió como si le resultara muy desagradable pronunciar aquellas palabras—, pero tal vez estuviera equivocada. Propongo que aceptemos el plan del chico.
—Hum —masculló Zeus—. Que una simple criatura nos diga lo que debemos hacer... Pero, en fin, supongo...
—Votos a favor —dijo Hermes.
Todos los dioses levantaron la mano.
Ya casi vamos terminando este libro y también el año, ahora unos memes.
Las SunshineLovers después de escuchar lo que Apolo dijo a Darlene delante de todos:
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