026.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ᴍᴏɴꜱᴛᴇʀ ᴜɴᴅᴇʀ ᴛʜᴇ ꜱᴋɪɴ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴍᴏɴꜱᴛʀᴜᴏ ʙᴀᴊᴏ ʟᴀ ᴘɪᴇʟ
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SANGRE SERÍA DERRAMADA.
Una figura resplandeciente quebró el espacio. Morfeo fue arrojado contra la pared, que explotó en pedazos bajo la fuerza de un dios furioso.
Era tan brillante que tuve que cubrirme los ojos con un brazo, el calor que irradiaba era sofocante, como si todo el fuego del sol se hubiera concentrado en su forma. Su cabello dorado ondeaba, transformándose en llamas vivas que se extendían como una corona, y sus ojos eran dos esferas de fuego puro.
Morfeo, jadeando y con una mirada aterrada, intentó quitárselo de encima, pero Apolo lo levantó unos centímetros y lo volvió a estampar contra la piedra. El lugar entero se sacudió.
Por el rabillo del ojo vi a Klaus escapando por las escaleras cual rata en barco que se hunde.
«Nuestra sangre se derramó por culpa de ese imbécil. No lo dejes escapar» dijo esa pequeña chispa encendida desde mi interior, aquella que clamaba venganza y provenía del odio en mi vida pasada. «Hay tantos guerreros esperando a ver si su reina regresa victoriosa. No puedes dejarlo ir, no puedes dejarlo vivir. ¡Mátalo!»
El muy cobarde pensaba que podía escapar sin consecuencias.
No estaba segura de dónde saqué fuerzas, pero me puse de pie y corrí detrás suyo, escuchando los gritos de dolor de Morfeo.
Lo vi salir de la tienda, desplegó sus alas y se disponía a alejarse volando. Así que lo imité. Volé lo más rápido que pude, más alto que él y, sin pensarlo mucho, lo tacleé. Debajo nuestro, fuera de la tienda, aún quedaban algunas camionetas abandonadas en el estacionamiento.
El impacto fue brutal. Caímos sobre el capó de un auto que se hundió bajo nuestro peso. Soltó un grito ahogado, el ruido del metal retumbó en mis oídos. Fue tan fuerte que me dejó sin aliento por un momento, pero como pude me recompuse. Con un gruñido de esfuerzo, me levanté sobre Klaus, sintiendo su cuerpo debajo del mío. Sus alas se agitaron frenéticamente, pero no pudo librarse de mi agarre.
Aprovechando mi posición, clavé mis rodillas en su estómago, haciendo que soltara un gruñido de dolor. Me golpeó en el costado del rostro, dejándome aturdida unos instantes, lo suficiente para zafarse las piernas y me pateó, lanzándome hacia atrás.
Golpeé el suelo con fuerza, pero me recuperé al instante. Klaus se levantó con una sonrisa desafiante.
—Quizá debí asegurarme de matarte en lugar de dejarme distraer por Morfeo.
—Sí, debiste.
Me lancé con una furia ciega, mis puños cerrados y listos para golpear. Klaus intentó defenderse, intentó devolverme los golpeas, pero no le daba el tiempo suficiente para reaccionar. Le lancé un puñetazo después de otro, cada uno con más fuerza que el anterior.
Se tambaleó, pero no le di respiro. Eché el brazo atrás y lo golpeé con todas en la cara. Crujió un hueso bajo mis nudillos. El golpe lo derribó al suelo cuan largo era. La nariz le sangraba; dibujando un trazo escarlata sobre su rostro.
Se puso de pie, listo para lanzar golpes. Los esquivé y aproveché un momento de su descuido para atrapar su muñeca y torcerla hacia abajo, le di una patada en el costado, haciéndolo tropezar hacia mí y tomándolo del abrigo, lo estrellé contra la ventana de un auto.
Los cristales volaron. Trastabilló hacia atrás, apoyando las manos en sus rodillas, respirando con dificultad.
Me acerqué lentamente, me sentía por fuera de mí. Una sonrisa adornó mis labios. Yo era la cazadora, él la presa.
Lo tomé del cabello, forzándolo a mirarme.
Me incliné cerca de su rostro, para asegurarme de que me viera a los ojos.
—No será lento, no lo disfrutarás —susurré—. Te inclinarás pidiendo misericordia a tu reina.
«Ésta sí que es una vista maravillosa» pensé observando sus ojos como los de un animal acorralado, oscuros y llenos de ese brillo desquiciado que solo el miedo extremo puede provocar. Retrocedió, temblando.
Por primera vez, me temía.
Por primera vez se había dado cuenta que era una amenaza, que ya no tenía nada que perder y él, en su imprudencia, había cometido demasiados errores.
Le di un rodillazo en la cara, enviándolo de espaldas al suelo. Se retorció, tratando de ponerse de pie y me reí, una risa profunda y liberadora de por fin verlo así de vulnerable y aterrorizado.
La adrenalina y furia aún corrían por mis venas, pero una sensación de satisfacción y poder comenzó a apoderarse de mí.
—¿Crees que puedes lastimar a los que amo y escapar impune? —pregunté, mi voz baja y amenazante—. No tuviste éxito en el pasado, ¡mucho menos ahora! —grité clavando mi tacón en su pierna.
Soltó un grito que me supo a gloria.
—¿No es esto lo que siempre quisiste? ¿Mi completa atención? ¿No fue por eso que empezaste todo hace dos milenios? ¡Bueno, ahora la tienes! —Le di una patada en el estómago, se retorció gruñendo de dolor.
Me incliné sobre él, mi respiración agitada.
—Te haré pagar por cada lágrima, que me has hecho derramar —susurré, mi voz casi inaudible sobre el sonido de su respiración entrecortada—, en esta vida y en la anterior.
Le di otra patada cuando intentó ponerse de pie. Me reí, la risa resonando en mi pecho.
—Tendrás la misma piedad que me tuviste a mí. —Me acerqué un poco más—. ¡Ninguna!
Un fuerte golpe me estalló en la cara, arrojándome al suelo. Gemí de dolor, me toqué el rostro. Sangre.
¿Por qué sangraba?
Miré a mi alrededor. Veía todo nublado y me dolía la cabeza como si una cuchilla caliente me hubiera cortado la piel. Mi ojo izquierdo se inflamó de inmediato, cerrándose debido al dolor. La sensación de ardor se extendió por mi rostro.
Parpadeé tratando de centrarme. Había un fierro a mi lado, manchado en la punta de algo rojo. Levanté la cabeza. Una figura negra que se alejaba corriendo.
Los oídos me pitaban. Mi visión se distorsionó. El dolor desapareció. Todo desapareció.
Me levanté, mi cuerpo se movió sin que yo lo controlara. Mis alas se desplegaron, sintiendo el viento en mis plumas.
La figura negra se alejaba, corriendo hacia la oscuridad. La seguí, mi corazón latiendo con furia.
Solo había una palabra que retumbaba en mi mente como un casete: Klaus.
El viento me azotaba el rostro, pero no sentía dolor. Solo ira.
La figura se hizo más grande, más cercana. Lo vi correr, lo vi mirar hacia atrás.
Estaba tan cerca.
Todo se volvió negro.
Y de repente rojo.
Rojo.
Rojo.
Rojo.
¿Estaba llorando?
Alguien gritaba.
Alguien reía.
¿Dónde estaba?
¿Qué…?
—Ya basta, Dari.
Esa voz…
Todo se sentía demasiado difuso. Los sonidos, las imágenes. Todo. Pero su dulce voz se abrió paso.
Levanté la mirada.
—¿Qué…?
—Mi amor, suelta el cuchillo.
Sus ojos azules eran todo lo que veía.
¿De qué hablaba?
—Dari. Amor, suelta el cuchillo.
Miré mis manos. Rojas. Sangre. Estaba completamente cubierta de sangre. Y en mis manos, uno de mis cuchillos de tiro.
Bajo de mi. Me quedé mirándolo. Sin comprender del todo lo que veía. Un cuerpo. Tenía el rostro desfigurado a golpes y puñaladas por todas partes y una herida en el cuello, de costado a costado.
Tardé al menos unos quince segundos en darme cuenta que era Klaus.
«Yo lo hice…».
Me temblaron las manos.
Yo había hecho esto.
Solté el cuchillo y me caí hacia atrás, tratando de alejarme de aquello mientras me quedaba sin aire.
Me apretó contra su pecho, su calor me envolvió, pero no podía calmarme. Mi respiración era agitada, mi corazón latía con fuerza.
—Apolo… —Mi voz se escuchaba temblorosa.
—Tranquila, estoy aquí —me susurró al oído, suave y reconfortante.
Era extraño.
Yo me sentía extraña.
Me apoyé en él, me dejé llevar por su tranquilidad.
—Acabó.
—Sí. Acabó.
¿Entonces por qué me sentía tan rota?
No sentía alivio.
No sentía nada más que dolor.
Miré a Apolo. Su rostro y ropa estaba cubierta de icor.
Que extraño.
Debíamos vernos iguales.
—¿Morfeo?
—Huyó —dijo con simpleza—. Pero no te preocupes, no volverá a molestar. No si no quiere acabar como Urano. De por sí ya perdió un brazo.
¿Perdió el…? ¿Qué?
Miré a mi alrededor. No estábamos tan lejos del emporio de gnomos. En el cielo aún brillaba la luna. ¿Qué hora era? ¿Cuánto tiempo teníamos antes de que Cronos y su ejército volviera y se dieran cuenta que Alessandra escapó y que perdió tanto a Klaus como a Morfeo?
Aparté a Apolo y me puse de pie. Él me miró sin decir nada. Empecé a caminar de regreso al emporio. Y él me siguió.
Ninguno de los dos habló. Nuestros pasos resonaban en la carretera oscura. Con suerte había algún sonido de animales, pero aún así. Nada. No estaba segura de cómo sentirme. Sí agradecer el silencio entre ambos o estallar ante tanto silencio ensordecedor.
Al acercarnos a la tienda de Medusa, ahora todo me parecía un cementerio. Antes lo era, con tantas criaturas petrificadas en su momento de máximo miedo, pero ahora se sentía peor. Porque aquí había muerto mi alma.
Entré y me dirigí directamente al sótano. Las escaleras crujían bajo mi peso. El lugar estaba en penumbras, la humedad se filtró en mis huesos. El aire allí abajo se sentía más pesado y me imaginé que Thanatos ya debía haber pasado por allí.
Caminé hacia él.
Lo miré sintiéndome tan vacía. No podía moverme. Apenas podía respirar. Podía oír los latidos de mi propio corazón, el chirrido de mi propia respiración en la garganta reseca.
Por el rabillo del ojo pude ver a Apolo acercarse lentamente a mí. Murmuraba algo, no estaba segura de qué. Y no tenía ningún interés en comprenderlo. Todo había terminado.
Ya nada se sentía igual.
Ya nada tenía sentido.
Solo podía verlo a él.
Michael.
Mi Michael.
Caído. Inmóvil en el frío suelo ensangrentado. Tenía los ojos cerrados, el rostro quieto. Parecía en paz. Igual que si estuviera durmiendo.
Hasta que veías la imágen completa. Tenía la camiseta cubierta de sangre. Toqué mi propia camiseta. Justo dónde me había herido, había una ligera protuberancia, como una cicatriz vieja. Exactamente el mismo lugar en su cuerpo.
Mis rodillas se doblaron, cayendo a su lado. Con manos temblorosas toqué su rostro. Apartando suavemente los mechones de cabello.
Lo tomé como pude, más pesado de lo que alguna vez pensé, arrastrándolo hacia mis piernas, apoyando su cabeza en mi pecho. Sentí su frialdad, pero no me importó. Quería estar cerca de él, sentir su presencia una vez más.
Primero fue un sollozo ahogado.
Un gemido seco. Igual que un animal herido.
Y luego otro torrente de lágrimas.
Me dolía la cara. Donde Klaus me había golpeado apenas podía ver. Y los ojos me ardían de tanto llorar, pero no me importaba.
Mi corazón latía con dolor, cada golpe era un recordatorio de que él ya no estaba. Y que nunca volvería.
—Lo siento…lo siento… —susurré contra sus labios—. Perdóname…
Pensé que lo había salvado, y no me di cuenta que lo estaba orillando a una muerte peor.
Uno cree que controla su vida, pero el destino lentamente se va configurando. Una serie de circunstancias, decisiones y casualidades van construyendo el destino. Cabos sueltos, detalles ínfimos, imprevistos.
Las acciones y decisiones acertadas podrán cambiar el destino, o ir finalmente a su encuentro, pero en definitiva, lo que deba ser, será.
Su muerte debía suceder. Lo único que hice fue retrasarla.
—Te amo…te amo tanto —dije, mi voz apenas audible—. Lamento no habértelo dicho más.
Apoyé mis labios sobre los suyos. Fríos. Tan fríos.
Él no era mi Michael. Ya no.
Se había ido.
Apolo se arrodilló a mi lado. Lo miré. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
Acarició su cabello, igual que si fuera un niño pequeño. Y quizá para él lo era.
—Lo siento —gemí.
—No —dijo negando la cabeza—. Yo lo lamento. Lamento no haberme dado cuenta de lo que estaba pasando hasta que sentí… —Ahogó un sollozo—. Me llamaste y solo pude pensar que…Tifón ya no importaba…nada más importaba.
Me abrazó.
Los dos abrazamos a Michael.
Los dos lloramos su muerte.
Yo había perdido a mi otra mitad, pero él había perdido a su hijo.
Nos quedamos allí, abrazados, durante lo que pareció una eternidad. El tiempo se detuvo en ese momento, en ese lugar.
Finalmente, me aparté.
—Él me salvó.
Apolo asintió.
—Sí, estabas muriendo. Estabas peor que él, pero…usó toda su energía para salvarte.
Cerré los ojos. Era injusto.
Michael no era el mejor usando sus poderes de curación. Era una tarea muy difícil para él por eso siempre le dejó el lugar a Lee y a Will.
Ese poder los dejaba demasiado agotados, Will a veces necesitaba un día entero para recuperarse.
Michael estaba al borde de sus fuerzas, podría haber intentado curarse a sí mismo y quizá habría tenido una oportunidad. En su lugar, eligió usar toda esa energía en salvarme.
Él sabía lo que pasaría y aún así…
—Darlene… —su voz era apenas un susurro—. No tenías que… no deberías haber saltado.
—Habrías hecho lo mismo.
No me respondió, porque ambos sabíamos que era verdad.
Igual que yo, él saltó de cabeza, sin dudar, sin importarle lo que le pasaría.
Aunque no tenía ganas de levantarme, debía hacerlo de todas maneras. La batalla aún seguía y no podía quedarme ahí cuando podía estar ayudando en otro lado.
Cuando podía estar honrando su sacrificio.
—Tenemos que volver —declaré con firmeza. Apolo no dijo nada—. Vamos a ganar esta guerra. Por Michael.
Me ayudó a levantarme, y juntos levantamos el cuerpo de Michael. Lo llevamos en silencio, nuestros pasos resonando en el sótano.
Salimos al jardín, bajo la luz de la luna.
Me quedé afuera, sujetando su cuerpo mientras Apolo iba en busca del de Klaus. Lo tiró al suelo sin delicadeza, y miró el emporio.
—¿Podrás sola?
—Sí.
Me había curado. Me sentía como nueva y el deseo de acabar con todo inundaba cada gota de sangre en mi cuerpo.
—¿Qué harás con este lugar?
—Quémalo.
Sus ojos brillaban como pepitas de oro.
—Como desee mi amor.
Tal como dije en el canal, los siguientes capítulos me tardaré en subirlos porque estoy por entrar en época de exámenes y ya no tengo más capítulos, tengo que ponerme a escribirlos.
Así me imagino a Apolo y Darlene en éste capítulo
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