022.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ᴛɪᴍᴇ ᴛʜᴇ ꜱᴜɴ ᴋɴᴇʟᴛ ᴅᴏᴡɴ ꜰᴏʀ ʟᴏᴠᴇ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴍᴏᴍᴇɴᴛᴏ ᴇɴ Qᴜᴇ ᴇʟ ꜱᴏʟ ꜱᴇ ᴀʀʀᴏᴅɪʟʟÓ ᴘᴏʀ ᴇʟ ᴀᴍᴏʀ

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NICO

DESCRUBRIR QUE HADES ERA MI PADRE NO HABÍA SIDO FÁCIL DE ACEPTAR, muchos menos enfrentarlo.

Durante meses había deambulado por el Inframundo, sin saber cómo seguir o cómo acercarme a él. Hades había dado el primer paso, había sido una conversación incómoda y fría, pero supongo que de alguna manera, lo había intentado.

Hades se erguía delante de mí, con su presencia imponente y un rostro que reflejaba indiferencia. Nuestros ojos se encontraron brevemente, pero las palabras apenas fluían entre nosotros.

—Eres mi hijo —había dicho—, mi único hijo.

—Mi hermana...

—Está muerta —sentenció con dureza—. Ahora eres el único que me representa en el mundo de los vivos, no me decepciones.

Apreté los puños con fuerza, queriendo gritarle que me importaba poco si estaba decepcionado o no, yo solo quería a Bianca.

—L-Lo intentaré...padre —murmuré entre dientes.

—Esta es tuya —dijo entregándome una espada—, al menos así parecerás un poco más intimidante.

Tomé el arma con cautela, sintiendo su frío y oscuro metal en mis manos. No podía evitar sentir un escalofrío recorrer mi espina dorsal, tanto por el contacto con la espada como por la falta de calidez en la interacción.

—Gracias —respondí, luchando por mantener mi voz firme y segura.

Evidentemente, Hades no era precisamente un papá cariñoso. Ya me había hecho a la idea incluso antes de conocerlo, y la verdad, no planeaba tener muchas interacciones con él.

Pero esto...esto me había sobrepasado.

—¡Por favor! —grité de rodillas, llorando y sintiendo como si me estuvieran arrancando la piel a pedazos—. ¡Entrégamela!

Hades rodó los ojos, hastiado e indiferente a mi llanto.

Agradecí que su queridísima esposa no estuviera en aquel momento en el Inframundo, ya había comprobado que yo no era de su agrado y humillarme delante suyo me habría molestado demasiado.

—No puedo hacer nada, Nico —dijo él con desdén—. La chica está muerta, las almas que entran en mi reino no pueden volver a la vida.

—¡Sí se puede! —exclamé dando un fuerte pisotón en el suelo—. ¡Un alma por otra alma, toma la mía y regresa a Darlene!

—No.

—¡Quiero a Darlene de regreso!

—Es suficiente de berrinche, cállate ahora o estás castigado.

—¡¿Y qué me harás?! ¡¿Enviarme a mi cuarto?!

—Nico Di Angelo, estás colmando mi paciencia —dijo entre dientes y apuntando con un dedo—. Detente ahora mismo o...

Pero lo que sea que iba a decir quedó suspendido en el aire cuando todo a nuestro alrededor comenzó a temblar. Un poder divino bastante grande, dos fuerzas poderosas que se acercaban por la entrada con una ira que estaba sacudiendo el Inframundo.

Un estruendo resonó en el aire y las puertas del salón del trono se abrieron de par en par.

Apolo y Eros irrumpieron en la sala, emanando un aura de furia y devastación.

Mi corazón dio un vuelco al ver a Apolo con los ojos llenos de lágrimas y el rostro enrojecido por la rabia. Ni siquiera me atreví a mirar a Eros.

Mi padre soltó un suspiro cansado, quizá harto de lidiar con esto.

—Supongo que ustedes también vienen a quejarse por el temita de la chica esa —dijo moviendo los dedos como si se tratara de una tontería.

Su actuar me sacaba de quicio.

—Devuelveme a mi hija, Hades —gruñó Eros. Su voz sonaba como un siseo tenebroso, cargado de odio e ira contenida.

—Eros, comprendo tu dolor, pero las leyes del Inframundo son claras —responde mi padre con tono desinteresado—. Una vez que un alma cruza el río Estigia, no hay retorno.

—¡A nadie le importan tus leyes! —gritó Apolo apuntándolo con el dedo—. Darlene Backer no estaba destinada a morir, ella cambió el curso de los eventos. Su muerte no estaba escrita todavía.

—Tú lo has dicho, ella cambió el curso de los eventos —replicó Hades—, cambió el orden de las cosas y provocó su propia muerte. Ya no se puede hacer nada.

Eros dio un paso adelante, enfrentándolo.

—No lo diré otra vez, Hades —siseó—. Entregame a mi hija.

Mi padre se recostó en su trono, su rostro evidenciaba que no tenía ganas de seguir con esto, pero también sus palabras sonaban cuidadosas. Como si temiera decir algo incorrecto.

—No olvides, Eros, que todos los seres mortales están destinados a pasar por mi reino. Es parte del ciclo natural de la vida y la muerte. Incluso los dioses deben aceptar la inevitabilidad de la muerte. No puedo cambiar las reglas que gobiernan mi reino.

—¡Ella no debía morir! —gritó Apolo y todo el palacio de Hades volvió a sacudirse con una enorme magnitud.

El aire vibraba con la ira que emanaba de Apolo mientras sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y furia. Su cuerpo temblaba con la intensidad de sus emociones desbordadas. La luz solar que solía rodearlo se había vuelto oscura y opaca, como si incluso su divinidad hubiera sido eclipsada por su dolor.

Avanzó hacia Hades, cada paso resonando en el suelo como un estruendo divino.

—Apolo...

—¡Cómo te atreves a hablar de inevitabilidad y destino! —exclamó. Su voz, normalmente melodiosa y cautivadora, se convirtió en un rugido desgarrador—. Su futuro trascendía cualquier regla o ley divina. Ella estaba destinada a ser el sol de mi existencia. Su muerte es una aberración en el tejido del universo.

—Otra vez estás siendo demasiado dramático —espetó Hades rodando los ojos—. Darlene Backer puede haber tenido un futuro contigo, pero seguía siendo mortal. Mientras ese hecho siguiera de la misma forma, estaba, al igual que todos los mortales, destinada a morir.

Sus puños se cerraron con fuerza, temblando con la impotencia y la rabia que sentía. Las llamas de su ira danzaban a su alrededor, envolviéndolo en un aura ardiente y salvaje.

El fuego que ardía en su interior se intensificó, devorando su figura dorada y convirtiéndola en una figura luminosa y resplandeciente. Los rayos solares brotaron de su cuerpo, iluminando la estancia con su radiante esplendor.

No entendía a qué se refería, ¿qué Darlene estaba destinada...a él?

«¿Cuándo pasó eso?».

Hades, a pesar de su aparente indiferencia, retrocedió ligeramente ante la poderosa manifestación de Apolo. Aunque era un dios temible y poderoso, incluso Hades no podía negar el fulgor y la majestuosidad frente a él.

—Lo lamento, sobrino —murmuró Hades—, pero no puedo hacer nada. Mis manos están atadas.

La mirada desafiante de Apolo se clavó en los ojos oscuros de Hades, y su voz retumbó con un tono inquebrantable.

—No descansaré hasta que ella esté de vuelta en la tierra de los vivos. Haré temblar los cimientos del Inframundo, sacudiré los pilares del destino mismo si es necesario. No importa cuánto poder tengas, Hades, no podrás detenerme.

La ira se intensificó en Apolo y Eros, sus cuerpos temblaban con una furia desbordante mientras enfrentaban a Hades. Los dos avanzaron hacia él, listos para atacar, pero dos presencias divinas los detuvieron en seco.

Reconocí a Artemisa de inmediato, igual que hacía unos meses cuando se había llevado a Bianca de mi lado, con su apariencia parecida a una niña de doce años vestida de cazadora y su arco en la espalda. Su cabello oscuro estaba recogido en una trenza, y sus ojos brillaban con determinación y poder.

Sin embargo, la otra diosa era desconocida para mí. Su belleza era deslumbrante, y algo en sus rasgos me recordaba a Eros y a Darlene. Tenía el cabello era negro como la noche y sus ojos de un verde mar.

Artemisa se acercó a Apolo y Eros, apoyando su mano en el hombro de su hermano. Miró fijamente a Hades con una expresión seria en su rostro.

—Hades, el destino de Darlene no está sellado —dijo Artemisa con voz firme—. Su muerte fue prematura y forzada. Lo sabes bien.

El semblante de Hades se endureció aún más ante las palabras de Artemisa, pero ella no se amedrentó.

—Darlene tenía un futuro prometedor, y su amor trascendía las barreras del tiempo y la muerte —dijo la otra diosa acercándose con pasos gráciles y elegantes—. Hades, por favor, no sería la primera mortal que regresa a la vida. Solo estás retrasando lo inevitable.

—Padre, por favor —supliqué—, déjanos...

—No te metas, Nico —ordenó con dureza.

—Hasta tu propio hijo sabe que esto es un error —dijo Eros—, y ni siquiera así quieres escuchar.

—¿Creen que pueden cambiar el destino con su intervención? —inquirió Hades con un tono sarcástico—. Las reglas del Inframundo son inquebrantables, incluso para los dioses.

La diosa bonita mantuvo su mirada fija en Hades, sin dejarse intimidar.

—Regresa a la chica —murmuró con voz fría.

—No. —sentenció cruzándose de brazos—. Si regreso a una, tengo que regresar a todos. Apolo, ya hemos hablado de esto. Cuando pasó lo de Asclepios creí que lo habías entendido, los muertos no regresan a la vida.

—Hades —gruñó Eros.

—¡¿Es que se han vuelto locos todos?! —gritó enojado—. ¡¿Acaso ahora han decidido hacer las paces entre ustedes en mi contra?! ¡¿Cuando se ha visto, cuatro dioses reclamando el alma de una mera mortal?! ¡Solo me falta que Ares irrumpa en mi reino!

—Pues ganas no le faltaban —dijo la diosa sin nombre—, pero dijo que pensaba que entre Artemisa y yo éramos suficientes refuerzos.

—Afrodita, por favor, váyanse. No van a lograr nada.

La terquedad de mi padre no debió gustarle nada a Apolo, porque avanzó hacia él con toda la aparente intención de atacarlo.

Todos en la sala contuvimos el aliento, esperando el inevitable enfrentamiento entre los dioses. Mis propias emociones se mezclaban en un torbellino dentro de mí, incapaz de procesar todo lo que estaba sucediendo. Observé a Apolo con preocupación, su mirada ardiente y sus puños apretados reflejaban una tormenta de dolor y rabia contenida.

Sin embargo, en el momento en que esperaba un ataque furioso, algo inesperado ocurrió.

Se detuvo en seco, sus hombros se encorvaron y, con un sollozo desgarrador, cayó de rodillas al suelo. El sonido de su llanto llenó la sala, resonando como un eco triste y desolador.

El impacto de su reacción sorprendió a todos los presentes. Artemisa y Eros se miraron boquiabiertos, compartiendo miradas de confusión y preocupación. Hades, aunque mantenía su expresión imperturbable, parecía intrigado por esta respuesta inusual de Apolo.

Afrodita en cambio, sonreía soberbia.

—Te lo suplico, Hades —sollozó Apolo—. Ya te has llevado cientos de ellos, no me quites a la luz de mi vida.

—Yo no te quité a nadie, Apolo —dijo mi padre—, así es la vida mortal.

Miré a Apolo, aún arrodillado y sollozando, y sentí un nudo en mi garganta.

—No puedo aceptarlo —murmuró, como si luchara contra un nudo en su garganta—. No puedo aceptar que Darlene se haya ido para siempre. Hades, por favor, te lo ruego, encuentra una manera de regresarmela. Haré cualquier cosa.

Hades lo miró con ojos sombríos, su semblante impasible pero con un destello de comprensión en su mirada.

—¿Finalmente sucedió, Apolo? —preguntó mirando a Eros a los ojos—. ¿Te has rendido ante el amor de esa chica?

—P-Por...favor —sollozó Apolo.

Mi padre soltó un suspiro cansado.

—Bien —gruñó—, pero ponte de pie, das pena ajena.

Apolo, con esfuerzo, comenzó a levantarse lentamente. Sus ojos estaban enrojecidos por las lágrimas derramadas, su rostro reflejaba una mezcla de dolor y determinación. Su figura, que solía irradiar una luminosidad dorada y un aura de poder, ahora parecía más frágil y quebrantada.

Verlo era como si el sol se hubiera apagado.

—Una vez un hijo tuyo descendió al inframundo a buscar a su esposa muerta —agregó Hades—. Él también se negaba a dejarla ir. Orfeo era igual de pesado que tú, un gran músico, pero pesado y de poca sensatez.

—Pero eran tan lindos juntos —dijo Afrodita suspirando—, son pocas las historias de amor tan bellas como esas, son únicas.

—No pasaron ni siquiera un día de casados, Afrodita —espetó Artemisa con irritación—. No es bonito, es trágico y doloroso.

—Eso lo hace bonito.

Ambas diosas parecían dispuestas a ponerse a discutir, pero Eros las calló.

—Lleven sus desacuerdos a otro lado —dijo con dureza—, este no es el lugar ni el momento.

Ambas guardaron silencio, inconformes pero quizá dándose cuenta que él tenía razón.

—Esto es lo que haremos —dijo Hades una vez que quedó en claro que ya nadie hablaría. Dio un paso hacia Apolo con seriedad—. Puedes llevarte a la joven al mundo vivo, pero lo harás con mis condiciones: atravezarás todo el Inframundo, caminando y a paso humano, sin poderes ni trucos, ella irá detrás de tí. Y no podrás mirarla, ni hablarle, ni siquiera comunicarte con ella en pensamientos o sueños hasta que hayan pasado veinticuatro horas.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar las palabras de Hades. La posibilidad de tener a Darlene de vuelta, aunque fuera por un breve instante, era demasiado tentadora. Pero el precio que mi padre exigía era alto.

—Hades, eso es un poco excesivo —dijo Artemisa interrumpiéndolo.

—De lo contrario, ella morirá de nuevo y la perderás para siempre —agregó mi padre. Apolo, con el rostro desencajado por el dolor, asintió con la cabeza. Su decisión estaba tomada. Hades miró a la diosa.

»A Orfeo le dije que no mirara hacia atrás hasta que estuviera seguro de que Euridice había sido bañada por la luz del sol, comprendo que fue su dolor y ansias humanas, él no podía estar seguro de que ella hubiera salido porque no estaba mirándola. Se confió de que como él había salido del Inframundo, ella también debía haberlo hecho.

»Quizá sea cruel pedirte que te mantengas lejos tanto tiempo después de que ella regrese, Apolo; pero al menos así estarás completamente seguro de que la chica vivirá —explicó—, solo debes mantenerte lejos el tiempo suficiente y todo habrá terminado.

Apolo, con el rostro desencajado por el dolor, asintió con la cabeza. Su decisión estaba tomada.

—Acepto tus condiciones, Hades —dijo con voz entrecortada. Sus palabras resonaron en la sala, cargadas de determinación y desesperación.

La tensión en el ambiente era palpable. Mis manos temblaban ligeramente, la ansiedad, la esperanza y el miedo me inundaban como ondas que me ahogaban.

Hades asintió con solemnidad y extendió su mano hacia Apolo.

—Vete, ella te estará esperando en la puerta de mi palacio —dijo señalando la salida. Luego miró a Eros, Afrodita y Artemisa—. Y en cuanto a ustedes, largo de aquí.

Las dos diosas pusieron expresiones altivas, pero obedecieron. Eros le sostuvo la mirada unos momentos con enojo y luego miró a Apolo, había desprecio, rencor y humillación.

—Gracias, Apolo —dijo con reticencia.

—No lo hice por tí —espetó con sequedad.

Darlene me lo había contado. No importa cuántos siglos pasaran, esos dos siempre se odiarían, aunque ahora habían estado unidos para rescatar su alma del Inframundo.

Eros no respondió, simplemente se marchó.

Mi padre rodó los ojos—. Tanto drama es exasperante —masculló saliendo de la sala.

En ese momento, Apolo se volvió hacia mí, sus ojos llenos de tristeza, pero también de esperanza.

—Recupera su cuerpo, Nico Di Angelo —ordenó—, asegurate que mis hijos la sanen para que su alma vuelva a un recipiente que la pueda contener.

—Lo haré —dije dudando—, pero ¿puedo preguntar de qué se trata todo eso de que ella estaba destinada a tí?

Apolo inclinó la cabeza, su expresión era como si el dolor le impidiera respirar.

—Un tema de profecías —respondió simplemente—, ella será mi esposa algún día...espero —agregó.

—¿De verdad? —pregunté incrédulo.

—Algo así, pero aún ella no lo sabe, así que te agradecería que no cuentes a nadie lo que ha pasado hoy. Si te preguntan cómo es que Darlene volverá, solo di que lograste convencer a Hades.

—Aún no puedo creer que aceptara.

—Hades tiene razón —dijo con pena—, estamos rompiendo las leyes de la naturaleza, pero se ha hecho antes con otros mortales, y de verdad Darlene aún no debía morir. No podía simplemente aceptarlo como he tenido que hacerlo con otras personas que he amado.

—Realmente te has enamorado de ella —dije con certeza.

—No sé si ya la amo como debería ser según la profecía —respondió pensativo—, solo sé que cuando me di cuenta de lo que había pasado, me planteé dos opciones: bajar aquí y reclamarle a Hades por su alma o...

—¿O?

—O renunciar a mi inmortalidad.

Quedé impactado por las palabras de Apolo. Mi mente era un torbellino de pensamientos mientras trataba de procesar todo lo que había escuchado.

Lo miré fijamente, tratando de buscar alguna señal de que todo esto fuera una broma o una ilusión, pero en sus ojos veía la sinceridad y la angustia. Era difícil de creer, pero estaba claro que Apolo había desarrollado un profundo afecto por Darlene, y estaba dispuesto a sacrificar todo por ella.

Tragué saliva, tratando de encontrar las palabras correctas en medio de mi propia confusión.

—Iré al campamento —respondí con la voz ahogada—, tus secretos están a salvo conmigo.

Apolo asintió, con una sonrisa triste apenas adornando la comisura de sus labios. Miró la puerta con temor, pero cuadró los hombros y con paso decidido salió del palacio dispuesto a traer a Darlene de regreso a la vida.

El camino de regreso al campamento se extendía frente a mí, y cada paso que daba parecía resonar con la intensidad de lo que acababa de presenciar. La gravedad de la situación me envolvía, y mi mente luchaba por asimilar todo lo que Apolo había compartido conmigo.

A medida que me acercaba al campamento, sentía la presión aumentar. Todos esperarían respuestas de mí, pero no podía compartir la verdad completa. Apolo me había pedido que mantuviera su secreto, y aunque no entendía del todo por qué, respetaría su petición. Sin embargo, eso significaba que tendría que encontrar una forma de explicar lo inexplicable, de justificar lo injustificable.

Al llegar al centro del campamento, me encontré una escena de verdad desgarradora. Los caídos estaban siendo cubiertos con sudarios mientras se preparaban los ritos funerarios que se harían en la madrugada.

Me rompió ver a aquellos que estaban rodeando el cuerpo de Darlene. Aún no sabía cómo se lo tomarían o si las cosas saldrían bien.

Nada sería seguro hasta que pasaran las primeras veinticuatro horas, pero al menos había una pequeña esperanza.

Apolo literalmente hizo lo que nunca había hecho por otros amores suyos, bajó al Inframundo a buscar a su chikistrikis.

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