001.ᴀʙᴏᴜᴛ ɢᴏᴏᴅʙʏᴇꜱ ʙᴇꜰᴏʀᴇ ᴄʜᴀᴏꜱ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴅᴇꜱᴘᴇᴅɪᴅᴀꜱ ᴀɴᴛᴇꜱ ᴅᴇʟ ᴄᴀᴏꜱ

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FINAL DEL VERANO, 2008

SOÑÉ QUE ESTABA EN UN OSCURO PALACIO EN LO ALTO DE UNA MONTAÑA.

Por desgracia, lo conocía: el palacio de los titanes en la cima del monte Othrys, también conocido como monte Tamalpais, en California.

El pabellón principal se abría a la noche cercado de negras columnas griegas y estatuas de titanes. La luz de las antorchas relucía en el suelo de mármol negro. En el centro, un gigante con armadura forcejeaba bajo el peso de una nube que giraba sobre sí misma como un torbellino. Era Atlas, sosteniendo el cielo.

Cerca de él había otros dos hombres gigantescos junto a un brasero de bronce, estudiando las imágenes de las llamas.

—Vaya explosión —comentaba uno de ellos. Llevaba una armadura negra tachonada de puntos plateados, como una noche estrellada, y un casco de guerra del que sobresalía un cuerno de carnero a cada lado.

—No importa —decía el otro, un titán con una túnica de oro y unos ojos tan dorados como los de Cronos. Todo su cuerpo fulguraba. Me recordaba a Apolo, pero el resplandor del titán era más chillón y su expresión infinitamente más cruel—. Los dioses han respondido al desafío. Pronto serán destruidos.

Sabía quién era. Hiperión. Ya había soñado antes con él.

Las imágenes de las llamas eran muy confusas: tormentas terribles, edificios que se desmoronaban, mortales enloquecidos de terror.

—Yo iré al este a organizar nuestras fuerzas. Tú, Crios, permanecerás aquí, vigilando el monte Othrys.

El tipo de los cuernos de carnero emitía un gruñido.

—Siempre me tocan las tareas más idiotas. Señor del Sur. Señor de las Constelaciones. Y ahora resulta que he de hacerle de niñera a Atlas mientras tú te quedas la parte más divertida.

Bajo el torbellino de nubes, Atlas soltaba un bramido agónico:

—¡Sácame de aquí, maldito seas! Soy tu mejor guerrero. ¡Líbrame de mi carga para que pueda combatir!

—¡Silencio! —bramó Hiperión—. Ya tuviste tu oportunidad, Atlas. Y fracasaste. Cronos quiere que te quedes donde estás. En cuanto a ti, Crios, cumple con tu deber.

—¿Y si necesitas más guerreros? —replicó Crios—. Nuestro traicionero sobrino con su esmoquin no te servirá de gran cosa en una batalla.

Hiperión se echó a reír.

—No te preocupes por él. Además, los dioses apenas dan abasto para hacer frente a este primer desafío tan insignificante. No saben que aún les tenemos reservados muchos otros. Acuérdate de lo que te digo: en unos días tan sólo, el Olimpo estará en ruinas, ¡y nosotros volveremos a reunimos aquí para celebrar el nacimiento de la Sexta Era! —Estalló en llamas y desapareció.

—Sí, claro —rezongaba Crios—. Él puede estallar en llamas y yo tengo que andar con estos absurdos cuernos de carnero.

El sueño cambió.

Me encontré sentada en la góndola de Venecia, esta vez no había ningún sátiro dirigiéndola. A mi lado estaba Apolo.

Había sido un verano de lo más horrible, habíamos hecho un montón de misiones para combatir los pequeños grupos del ejército de Luke, me la había pasado más tiempo peleando que disfrutando de mis vacaciones, y a él apenas lo había visto hacía semanas, cuando todo había estallado en su cabaña y él había intentando hablar con sus hijos, principalmente hablar con Michael, pero no había servido de nada. 

—Hola —susurró acomodando mi cabello.

—Hola —devolví en el mismo tono.

Se inclinó hacia mí, dando un suave beso.

Me aparté, mirándolo a los ojos. Parecía cansado, lo cual era extraño considerando su naturaleza divina. Quizá era lo mal que lo había estado pasando desde que toda su cabaña se había puesto en su contra.

—Lo siento —murmuré, apartando la mirada hacia el canal oscuro que nos rodeaba—. Todo esto es por mi culpa.

Apolo ladeó la cabeza, confundido.

—¿El qué?

—Lo de tus hijos.

Suspiró y me tomó de la mano, sus dedos cálidos como si absorbieran el frío de mis pensamientos.

—No, no lo es —dijo con una voz suave, pero firme. Me giré hacia él, encontrándome con esa mirada que tantas veces había visto brillar con arrogancia, ahora cargada de algo mucho más profundo—. Solo están celosos, y están protegiendo a su hermano. Y en todo caso, es mi culpa, si no me hubiera burlado de tu padre, esto no estaría pasando. —Inmediatamente dicho eso, frunció el ceño y negó con la cabeza—. ¡Pero no me malentiendas! No me arrepiento, tenerte en mi vida es lo mejor que me pudo haber pasado.

Miré el agua, sintiendo su frialdad que parecía recorrerme, y me pregunté si las sombras que se proyectaban eran reflejo de mis propios temores.

Apretó mi mano con suavidad, como si quisiera asegurarse de que no me hundiera en el abismo que a veces podía ser mi mente. Lo miré de nuevo, la fatiga era demasiada para ignorarla.

—No es solo por los chicos, ¿verdad? —pregunté en voz baja—. Algo más te preocupa.

—¿Tan evidente soy?

—Quizá para otros no, pero me doy cuenta.

Sonrió levemente, llevándose mi mano a la boca, donde dejó un beso en la palma. Me miró de tal manera que me hizo preguntarme qué estaba escondiendo detrás de esa sonrisa falsa.

—No puedo esconderte nada —susurró. Asintió—. Sí, hay algo más que me preocupa.

—¿Qué es?

Apartó la mirada, mirando al oscuro canal que serpenteaba bajo nosotros. El reflejo de las luces en el agua parecía distorsionar su rostro, haciéndolo parecer aún más distante.

—Pronto Tifón va a despertar, y tendré que marcharme a luchar con él. Todos los Olímpicos, en realidad.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, pero no era solo por el frío del canal. Sentí un nudo en la garganta y, por un momento, me quedé sin palabras.

Tifón. El nombre resonó en mi cabeza, evocando imágenes de caos, destrucción y un poder tan abrumador que mi pobre mente mortal no era capaz de comprender del todo.

Según las historias, Tifón era un colosal y espeluznante monstruo alado: su estatura era tal que podía alcanzar las estrellas. Poseía cabezas de dragón por dedos y un gran número de serpientes se hallaba repartido entre sus muslos, con incluso más serpientes formando sus piernas a partir de estos. Podía abrasar todo lo que se le opusiera con su ígnea mirada, así como vomitar fuego y lava de su boca, crear huracanes y terremotos con el movimiento de sus alas.

Tifón le había arrancado los tendones a Zeus y solo gracias a Hermes había podido regresar a la batalla.

Y Apolo tendría que ir a enfrentarlo. Los doce Olímpicos, incluyendo a Artemisa, Afrodita, y Ares, pero la verdad era que solo me importaba él.

No quería ser egoísta, lo sabía; los dioses debían protegernos a todos, a la humanidad entera. No era la primera vez que se enfrentaba a un enorme monstruo poderoso y era un dios, sabía que estaría bien, pero ahora era el amor de mi vida y la sola idea de que se expusiera a algo así, me ponía histérica.

El pensamiento me quemaba por dentro, como si ya me estuviera preparando para el vacío que su ausencia dejaría.

Quería pedirle que no lo hiciera, que huyera conmigo, pero eso era pedirle que abandonara a su familia, y quizá lo haría de no ser porque eso era abandonar a Artemisa, y eso jamás podría pedírselo.

—Vi a los titanes —dije ignorando el nudo en mi garganta—. Antes de aparecer aquí, los vi. Hiperión y Crios. "Los dioses apenas dan abasto para hacer frente a este primer desafío tan insignificante. No saben que aún les tenemos reservados muchos otros. Acuérdate de lo que te digo: en unos días tan sólo, el Olimpo estará en ruinas, ¡y nosotros volveremos a reunimos aquí para celebrar el nacimiento de la Sexta Era!" Eso dijo Hiperión. 

Su rostro se ensombreció al oír aquello, su mandíbula tensa, y los dedos que envolvían mi mano se apretaron levemente.

—Mencionaré eso en la próxima reunión del Consejo.

Asentí, pero el miedo seguía anclado en mi pecho. El suave movimiento de la góndola no ayudaba, solo amplificaba la sensación de inestabilidad, como si todo a mi alrededor estuviera a punto de derrumbarse.

—No puedo perderte —murmuré finalmente, mi voz apenas un susurro. Era como si al decirlo en voz alta, de alguna manera, eso lo hiciera más real. Que al pronunciar esas palabras, estaba dando forma a mis temores, permitiéndoles existir.

Me miró fijamente, su rostro iluminado por la tenue luz de los faroles que se reflejaban en el agua. La fatiga en sus ojos era innegable, pero en ese momento, lo único que parecía importarle era mi angustia. Se inclinó hacia mí y me envolvió en sus brazos, acercándome a su pecho. Su calidez me reconfortaba, pero no podía borrar la ansiedad que me carcomía por dentro.

—No me vas a perder —susurró, con una convicción que me hizo desear creerle. Sus dedos trazaron mi espalda, como si el simple contacto pudiera calmar la tormenta que se agitaba dentro de mí—. Me he enfrentado a monstruos, a titanes, a dioses. Esto no será diferente. Volveré a ti.

Me quedé en silencio, dejando que sus palabras se filtraran en mi mente, pero el eco de su promesa se sentía débil frente a la amenaza que se avecinaba.

Me aparté ligeramente para mirarlo a los ojos, intentando encontrar algo más que las palabras reconfortantes que me ofrecía. Sus pupilas me devolvieron la mirada, y por un segundo creí ver la misma duda que me carcomía reflejada en ellas. Quizá también estaba asustado.

—Pero yo no puedo perderte a tí. No puedo pasar de nuevo por eso, si algo te pasa, esta vez no podré traerte de regreso, Hades no me lo permitirá.

—No hables de eso —dije, mi voz quebrándose ligeramente. Apreté sus manos entre las mías, como si ese gesto pudiera anclarlo aquí conmigo, evitar que el destino cruel que temía se hiciera realidad—. No volverá a pasar, estaré bien. Confía en mí, de la misma forma que me pides que lo haga contigo.

Entre nosotros pesaba una espada que ninguno de los dos quería ver. Demasiado en juego. Una profecía que nos hablaba de un largo camino lleno de dolor antes de que pudiéramos ser felices.

¿Acaso lo que ya habíamos pasado no era suficiente?

Al parecer las moiras tenían un retorcido sentido del humor.

Me incliné hacia él, apoyando la frente en su pecho, inhalando profundamente su aroma, como si con eso pudiera sellar este momento en mi memoria. Su mano se deslizó hacia mi cabello, acariciándolo con una ternura que contrastaba con la tensión en sus hombros.

—Todo estará bien —murmuré.

«Tiene que estarlo» agregué en mi mente.

Me negaba a pensar que podía empeorar todo.

Nos quedamos así un largo rato, la góndola avanzando lentamente por el canal, las sombras de los edificios altos cayendo sobre nosotros. Sentí su mano apretar la mía, un gesto simple, pero cargado de todo lo que no podíamos decir en ese momento.

Finalmente, él rompió el silencio.

—Debo irme. —Sus palabras fueron un cuchillo en la oscuridad. Quise detenerlo, decirle que no me dejara, pero sabía que tenía razón. El Olimpo lo necesitaba, y pronto, toda la batalla recaería sobre sus hombros.

—Sé cuidadoso —fue lo único que pude decir.

Él me miró una vez más, una mezcla de tristeza y dolor en su rostro. Entonces, sin decir una palabra, me besó de nuevo, como si ese gesto fuera la única respuesta que podía darme.

El beso era profundo, desesperado. No sabía cuándo lo volvería a ver, así que me aferré a él como si fuera lo único que me quedaba en ese mundo incierto.

Cuando finalmente nos separamos, nuestras respiraciones se mezclaban, cortas y entrecortadas. Apolo apoyó su frente contra la mía, sus ojos cerrados como si estuviera grabando ese momento en su memoria, como si quisiera quedarse conmigo y olvidar todo lo malo.

Sus dedos rozaron mi mejilla, limpiando una lágrima que ni siquiera me había dado cuenta de que había caído.

—Te amo.

—Yo también te amo.

Me desperté en mi cama, hecha un mar de lágrimas. Me abracé a mí misma, intentando encontrar algún consuelo, pero sabía que no lo hallaría hasta que él regresara. Y si no lo hacía... no sabía si podría seguir adelante.

Y cómo si fuera una horrible pesadilla, ese día, Tifón se liberó.

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