005.ᴛʜᴇ Qᴜᴇᴇɴ ɪꜱ ɪᴍᴘʀɪꜱᴏɴᴇᴅ
ʟᴀ ʀᴇɪɴᴀ ᴇꜱᴛᴀ ᴘʀᴇꜱᴀ
(Y me llama desde su cárcel)
JASON
LE CONTÉ A QUIRÓN, EL DIRECTOR DEL CAMPAMENTO, TODA LA HISTORIA DESDE QUE ME HABÍA DESPERTADO EN EL AUTOBÚS HASTA EL ATERRIZAJE FORZOSO EN EL CAMPAMENTO.
No le veía sentido a ocultar detalles, y Quirón sabía escuchar. No reaccionaba a la historia, aparte de asentir con la cabeza de forma alentadora para que continuara.
Cuando terminé, el anciano bebió un sorbo de limonada.
—Entiendo. Y debes de tener preguntas para mí.
—Solo una —reconocí—, ¿A qué se refería cuando dijo que debería estar muerto?
Quirón me observó con preocupación, como si esperara que estallara en llamas.
—Muchacho, ¿sabes lo que significan las marcas de tu brazo? ¿Y el color de tu camiseta? ¿Te acuerdas de algo?
Miré el tatuaje del antebrazo: SPQR, el águila, doce líneas rectas.
—No. Nada.
—¿Sabes dónde estás? ¿Entiendes lo que es este lugar y quién soy yo?
—Usted es Quirón, el centauro. Me imagino que es el mismo de los mitos antiguos, el que educó a héroes griegos como Heracles. Este es un campamento para hijos de los dioses del Olimpo.
—Entonces, ¿crees que esos dioses todavía existen?
—Sí —respondí inmediatamente—. O sea, no creo que debamos adorarlos ni sacrificar gallinas en su honor ni nada por el estilo, pero siguen aquí porque forman parte importante de la civilización. Se trasladan de un país a otro cuando el centro de poder cambia, como se trasladaron de la Antigua Grecia a Roma.
—Yo no lo habría dicho mejor. —Algo había cambiado en la voz de Quirón—. Así que ya sabes que los dioses son reales. Todavía no te han reconocido, ¿verdad?
—Tal vez. La verdad es que no estoy seguro.
Seymour, el leopardo, gruñó.
Quirón aguardó, y me di cuenta de lo que acababa de pasar. El centauro había cambiado de idioma, y yo había entendido y había contestado automáticamente en la misma lengua.
—Quis erat...? —vacilé, y acto seguido hice el esfuerzo consciente por hablar en mi idioma—. ¿Qué ha pasado?
—Sabes latín —comentó Quirón—. Por supuesto, la mayoría de semidioses reconocen unas cuantas frases. Lo llevan en la sangre, pero no tanto como el griego antiguo. Ninguno puede hablar latín con soltura sin práctica.
Intenté entender lo que eso significaba, pero me faltaban demasiadas piezas en la memoria. Todavía tenía la sensación de que no debería estar allí.
Aquello no estaba bien... y era peligroso. Pero, por lo menos, Quirón no era amenazante. De hecho, el centauro parecía preocupado por mí, como si temiera por mi seguridad.
El fuego se reflejaba en los ojos de Quirón y los hacía danzar inquietantemente.
—Yo enseñé a tu tocayo, ya sabes, el Jasón original. Tuvo una vida dura. He visto ir y venir a muchos héroes. De vez en cuando, tienen finales felices. La mayoría, no. Cada vez que uno de mis discípulos muere se me parte el corazón, como si perdiera a un hijo. Pero tú... tú no eres como ninguno de los discípulos a los que he enseñado. Tu presencia aquí podría ser desastrosa.
—Gracias. Debe de ser usted un profesor que inspira mucho a sus discípulos.
—Lo siento, muchacho, pero es verdad. Esperaba que después del éxito de Percy...
—¿Se refiere a Percy Jackson? ¿El novio de Annabeth, el que ha desaparecido?
Quirón asintió.
—Yo esperaba que después del éxito que tuvo en la guerra de los titanes y de salvar el monte Olimpo, tendríamos algo de paz. Que podría disfrutar de un último triunfo, un final feliz, y luego retirarme discretamente. Debería haberlo imaginado. Se avecina el último capítulo, como ya pasó antes. Lo peor todavía está por venir.
En el rincón, la máquina recreativa emitió un triste piu, piu, piu, como si un pacman acabara de morir.
—Bien. "El último capítulo, ya pasó antes, lo peor todavía está por venir..." Suena divertido, pero ¿podemos volver a lo de que ya debería estar muerto? No me gusta esa parte.
—Me temo que no te lo puedo explicar, muchacho. Juré por el río Estigio y por todas las cosas sagradas que nunca... —Quirón frunció el entrecejo—. Pero estás aquí, incumpliendo el mismo juramento. Eso tampoco debería ser posible. No lo entiendo. ¿Quién haría algo así? ¿Quién...?
Seymour el leopardo soltó un aullido. Se le paralizó la boca, medio abierta. La máquina recreativa dejó de pitar. El fuego dejó de crepitar, y sus llamas se endurecieron como cristal rojo. Las máscaras me miraban en silencio con sus grotescos ojos de uvas y sus lenguas llenas de hojas.
—¿Quirón? ¿Qué pa...?
El viejo centauro también se había quedado paralizado. Salté del sofá, pero Quirón seguía mirando al mismo punto, con la boca abierta en mitad de una frase. Sus ojos no parpadeaban. Su pecho no se movía.
«Jason» , dijo una voz.
Por un instante terrible, pensé que el leopardo había hablado. Entonces una niebla oscura salió de la boca de Seymour, y se me ocurrió una idea todavía peor: los espíritus de la tormenta.
Tomé la moneda de oro de mi bolsillo. Lanzándola al aire rápidamente, se convirtió en una espada.
La niebla adoptó la forma de una mujer con una túnica oscura. Tenía la cara cubierta por una capucha, pero sus ojos brillaban en la oscuridad. Sobre los hombros llevaba un manto de piel de cabra. No estaba seguro de cómo sabía que era piel de cabra, pero la reconocí y supe que era un detalle importante.
«¿Serías capaz de atacar a tu patrona? —me reprendió la mujer. Su voz resonaba en mi cabeza—. Baja la espada».
—¿Quién es usted? ¿Cómo ha...?
«Nuestro tiempo es limitado, Jason. Mi cárcel se vuelve más recia cada hora que pasa. He tardado un mes entero en reunir la energía suficiente para librarme de sus cadenas con una pizca de magia. He conseguido traerte aquí, pero me queda poco tiempo, y aún menos poder. Es posible que esta sea la última vez que te vea».
—¿Está en la cárcel? —Decidí que tal vez era buena idea no bajar la espada—. Oiga, no la conozco, y usted no es mi patrona.
«Me conoces —insistió ella—. Yo te conozco desde que naciste».
—No me acuerdo. No me acuerdo de nada.
«No, tienes razón. Eso también fue necesario. Hace mucho tiempo tu padre me entregó tu vida como regalo para aplacar mi ira. Te puso el nombre de mi mortal favorito. Me perteneces».
—Alto. Yo no le pertenezco a nadie.
«Ahora es el momento de que saldes tu deuda. Busca mi cárcel. Libérame o su rey se alzará de la tierra y seré destruida. Nunca recuperarás tu memoria».
—¿Es una amenaza? ¿Me ha robado los recuerdos?
«Tienes hasta la puesta de sol del solsticio, Jason. Cuatro días breves. No me falles».
La mujer oscura se desvaneció, y la niebla se introdujo en la boca del leopardo girando en espiral.
«Agradable la señora encargando misiones».
El tiempo avanzó de nuevo. El aullido de Seymour se convirtió en tos, como si se hubiera tragado una bola de pelo. El fuego cobró vida crepitando, la máquina recreativa pitó, y Quirón dijo:
—¿...se atrevería a traerte aquí?
—Probablemente la mujer de la niebla —propuse.
Quirón alzó la vista sorprendido.
—¿No estabas sentado...? ¿Por qué has desenvainado la espada?
—Lamento decir esto, pero creo que su leopardo se acaba de comer a una diosa —Le hablé a Quirón de la visita congelada en el tiempo y de la figura brumosa que había desaparecido en la boca de Seymour.
—Vaya —murmuró Quirón—. Eso explica muchas cosas.
—Entonces, ¿por qué no me explica usted todas esas cosas? Por favor.
Antes de que Quirón pudiera decir algo, resonaron unas pisadas en el porche. La puerta principal se abrió de golpe, y Annabet, la chica de la playa y una chica pelirroja irrumpieron en la casa arrastrando entre las tres a Piper.
A esta le colgaba la cabeza como si estuviera inconsciente.
—¿Qué ha ocurrido? —me acerqué a ellas a toda prisa—. ¿Qué le pasa?
—La cabaña de Hera —dijo Annabeth con voz entrecortada, como si hubieran ido allí corriendo—. Una visión. Mala.
La chica pelirroja alzó la vista, y vi que había estado llorando.
—Creo... —La pelirroja tragó saliva— creo que pude haberla matado.
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Colocamos a Piper en el sofá mientras Annabeth corrió por el pasillo a por un botiquín. Piper todavía respiraba, pero no se despertaba. Parecía estar en una especie de coma.
—Tenemos que curarla —insistí—. Hay una forma, ¿verdad?
Al verla tan pálida, respirando a duras penas, me invadió una oleada de sentimiento protector. Tal vez no la conociera realmente. Tal vez ella no fuera mi novia. Pero habíamos sobrevivido juntos al Gran Cañón. Habíamos llegado hasta allí. La había dejado un rato, y había pasado esto.
Quirón colocó la mano en la frente de Piper y seguidamente hizo una mueca.
—Su mente se encuentra en un estado muy frágil. ¿Qué ha pasado, Rachel?
—Ojalá lo supiera —dijo la pelirroja—. En cuanto llegué al campamento, tuve una premonición sobre la cabaña de Hera. Entré, y Annabeth, Darlene y Piper llegaron mientras estaba allí. Hablamos y entonces... me quedé con la mente en blanco. Las chicas dicen que hablé con otra voz.
—¿Una profecía? —preguntó Quirón.
—No. El espíritu de Delfos viene de dentro. Sé lo que se siente. Aquello era como una conexión a larga distancia, una fuerza que intentaba hablar a través de mí.
Annabeth entró corriendo con una bolsa de piel. Se arrodilló junto a Piper.
—¿Qué pasó allí? No había visto nada parecido. He oído la voz de las profecías de Rachel, pero aquella era distinta.
—Sonaba como una mujer mayor —comentó la chica llamada Darlene—. Agarró a Piper por los hombros y le dijo...
—¿Que la liberara de una cárcel? —pregunté.
Las tres me miraron con seriedad.
—¿Y tú cómo sabes eso? —espetó Darlene, frunciendo el ceño.
Quirón hizo un gesto con tres dedos sobre su corazón.
—Dilo, Jason. Annabeth, la bolsa de las medicinas, por favor.
Quirón dejó caer unas gotas de un frasco de medicina en la boca de Piper, mientras explicaba lo que había ocurrido con la mujer oscura y brumosa que había afirmado ser mi patrona.
Cuando acabé, nadie dijo nada.
—¿Pasa esto a menudo? ¿Las llamadas telefónicas sobrenaturales de reclusos que te piden que los saques de la cárcel?
—Mhe a veces sí a veces no, algunos piden que saques a sus parientes por ellos —respondió Darlene.
—Tu patrona —dijo Annabeth—. ¿No es tu madre divina?
—No, dijo patrona. También dijo que mi padre le había entregado mi vida.
Annabeth enarcó las cejas.
—Nunca había oído algo así. Dijiste que el espíritu de la tormenta que apareció en la plataforma dijo que trabajaba para una señora que le daba órdenes, ¿verdad? ¿Podría ser la mujer que viste, jugando con tu mente?
—No creo —contesté—. Si fuera mi enemiga, ¿por qué iba a pedirme ayuda? Está encarcelada. Le preocupa que un enemigo suyo se haga más poderoso. Algo sobre un rey que se alzará de la tierra en el solsticio...
Annabeth se volvió hacia Quirón.
—Por favor, dime que no es Cronos.
El centauro tenía una expresión abatida. Sujetaba la muñeca de Piper mientras le tomaba el pulso.
Finalmente dijo:
—No es Cronos. Esa amenaza se acabó. Pero...
—Pero ¿qué? —preguntó Darlene.
Quirón cerró la bolsa de las medicinas.
—Piper necesita reposo. Hablaremos de esto más tarde.
—O ahora —dije dando un paso hacia él—.. Señor Quirón, usted me dijo que se avecinaba la amenaza más grande. El último capítulo. No puede ser algo peor que un ejército de titanes, ¿verdad?
—Oh —exclamó Rachel con una vocecilla—. La mujer era Hera. Claro. La cabaña, la voz... Se le apareció a Jason al mismo tiempo.
—Tenía que ser —espetó Darlene levantando los brazos hacia el techo con hastío.
—¿Hera? —El gruñido de Annabeth sonó todavía más feroz que el de Seymour—. ¿Se apoderó de ti? ¿Le hizo esto a Piper?
—Creo que Rachel tiene razón —dije—. La mujer parecía una diosa. Y llevaba un... manto de piel de cabra. Es un símbolo de Juno, ¿no?
—Ah, ¿sí? —Annabeth puso cara de sorpresa—. Es la primera vez que lo oigo.
—¿Juno? —preguntó Darlene—. ¿No es el nombre romano de Hera?
Quirón asintió a regañadientes.
—Sí, Juno es la versión romana, en su estado más belicoso. El manto de piel de cabra era un símbolo de los soldados romanos.
—Entonces, ¿Hera está encarcelada? —preguntó Rachel—. ¿Quién podría haber hecho eso a la reina de los dioses?
—¿Quién no querría hacerlo? —cuestionó Darlene, con obviedad.
Annabeth se cruzó de brazos.
—Sea quien sea, tal vez debamos darle las gracias. Si puede hacer callar a Hera...
—Chicas —advirtió Quirón—, todavía es una de los olímpicos. Ella es en muchos aspectos el pegamento que mantiene unida a la familia de los dioses.
—Huy sí, muy unida su familia. Tanto que la última vez que visité a Apolo, esa señora le arrojó una silla a Ares por decirle que se relajara con tanto grito.
—Tú le arrojaste un jarrón a tu novio —comentó Rachel.
—Pero yo no era nada de Apolo cuando lo hice y él quería matarme, ella le tiró la silla a su propio hijo.
Las miré entre impactado y confundido. ¿Había escuchado bien?
—Si de verdad ha sido encarcelada y corre peligro de muerte —dijo Quirón con firmeza para que nos concetráramos—, esto podría sacudir los cimientos del mundo. Podría acabar con la estabilidad del Olimpo, que nunca es excesiva, ni siquiera en las mejores circunstancias. Y si Hera ha pedido ayuda a Jason...
—Está bien —gruñó Annabeth—. Bueno, sabemos que los titanes pueden atrapar a un dios, ¿verdad? Atlas capturó a Artemisa hace unos años. Y en los mitos antiguos, los dioses se capturaban continuamente los unos a los otros con trampas. Pero ¿algo peor que un titán...?
Miré la cabeza de leopardo. Seymour estaba relamiéndose, como si la diosa le hubiera sabido mucho mejor que una galleta.
—Hera dijo que ha estado intentando romper las cadenas de su prisión durante un mes.
—Que es el tiempo que ha estado cerrado el Olimpo —dijo Annabeth
—Así que los dioses deben de saber que está pasando algo malo —agregó Darlene con tono pensativo.
—Pero ¿por qué usó su energía para mandarme aquí? Me borró la memoria, me dejó en la excursión de la Escuela del Monte y les mandó una visión para que fueran a buscarme. ¿Por qué soy tan importante? ¿Por qué no mandó un mensaje de emergencia a los otros dioses y les avisó de dónde estaba para que la liberaran?
—Los dioses necesitan héroes para que hagan su voluntad en la Tierra —explicó Rachel—. Es así, ¿verdad?
—Sí, sus destinos siempre están ligados a los semidioses —farfulló Darlene.
—Pero Jason tiene razón —replicó Annabeth—. ¿Por qué él? ¿Por qué robarle la memoria?
—Piper está involucrada de alguna forma —dijo Rachel—. Hera le mandó el mismo mensaje: "Libérame". Y esto tiene algo que ver con la desaparición de Percy, chicas.
La cara de Quirón parecía haber envejecido años en cuestión de minutos. Las arrugas de sus ojos estaban profundamente marcadas.
—Queridos, no puedo ayudarlos en esto. Lo siento mucho.
Annabeth parpadeó.
—Tú nunca... nunca me has ocultado información. Incluso la última gran profecía...
—Estaré en mi despacho —el centauro tenía un tono de voz serio—. Necesito tiempo para pensar antes de la cena. Rachel, ¿puedes vigilar a la chica? Llama a Argos para que la lleve a la enfermería si lo prefieres. Y, chicas —miró a Annabeth y a Darlene—, deberían hablar con Jason. Háblanle de... de los dioses griegos y romanos.
—Pero...
El centauro hizo girar su silla de ruedas y se fue por el pasillo. Los ojos de Annabeth adoptaron una mirada tormentosa. Murmuró algo en griego, y me dio la impresión de que no era un cumplido a los centauros.
—Lo siento. Creo que mi presencia aquí... No sé. Lo he arruinado viniendo. Quirón ha dicho que hizo un juramento y que no puede hablar del asunto.
—¿Qué juramento? —preguntó Annabeth—. Nunca lo he visto comportarse así. ¿Y por qué me ha pedido que te hable de los dioses...?
Su voz se fue apagando. Por lo visto, acababa de ver mi espada sobre la mesita del café. Tocó la hoja con cuidado, como si pudiera estar caliente.
—¿Es de oro? —dijo—. ¿Te acuerdas de dónde la conseguiste?
—No —respondió Jason—. Ya he dicho que no recuerdo nada.
Annabeth asintió, como si se le acabara de ocurrir un plan desesperado.
—Si Quirón no va a ayudarnos, tendremos que resolver esto nosotros, lo que significa... la cabaña quince. —Noté que Darlene se tensó visiblemente, como si la sola mención de esa cabaña la incomodara—. ¿Puedes vigilar a Piper, Rachel?
—Claro —aseguró Rachel—. Que tengan suerte.
—Espera —dije—. ¿Qué hay en la cabaña quince?
Annabeth se levantó.
—Tal vez una forma de que recuperes la memoria. —Se giró hacia la otra chica—. Dari, ¿tú...?
Unos gritos vinieron del exterior y una panda de campistas rubios pasaron corriendo.
—¿Qué es...?
—Son los de la siete —dijo Darlene con tono ansioso. Casi lucía como si estuviera agradecida de que los gritos hubieran interrumpido a Annabeth—. Debe ser otra serpiente. Será mejor que vaya a ver.
Y sin decir nada más, salió corriendo de la Casa.
—¿Qué fue eso? —pregunté confundido.
Miré a las chicas. Ambas tenían una expresión agotada y apenada.
—Discúlpala, Dari tiene...malos recuerdos con ese tema —dijo Rachel.
—Pero...
—No es algo que te incumba —espetó Annabeth frunciendo el ceño—. Vamos.
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Nos dirigimos a un ala de cabañas más nueva situada en el sudoeste del prado.
Algunas eran elegantes, con muros relucientes o antorchas encendidas, pero la cabaña quince no era tan espectacular. Parecía una anticuada casa de pradera con tapias y tejado de juncos. En la puerta colgaba una corona de flores carmesí: amapolas, aunque no estaba seguro de cómo lo sabía.
—¿Crees que es la cabaña de mi padre?
—No —respondió Annabeth—. Es la cabaña de Hipnos, el dios del sueño.
—Entonces ¿por qué...?
—Te has olvidado de todo. Si hay un dios que puede ayudarnos a resolver la pérdida de memoria es Hipnos.
Aunque era casi la hora de cenar, dentro había tres chicos profundamente dormidos tapados con montones de mantas. En el hogar crepitaba una cálida lumbre. Sobre la repisa de la chimenea colgaba la rama de un árbol, de cuyas ramitas goteaba un líquido blanco en una serie de cuencos de hojalata. Sentí la tentación de tomar una gota con el dedo para ver lo que era, pero se contuvo.
Sonaba una suave música de violín en alguna parte. El aire olía a lavanda fresca. La cabaña era tan acogedora y tranquila que empecé a notar que me pesaban los párpados. Me apetecía echar una siesta. Estaba agotado. Había muchas camas vacías, todas con almohadas de plumas, sábanas nuevas, colchas mullidas y... Annabeth me dio un codazo.
—Espabílate. —Parpadeé. Me di cuenta de que se me habían empezado a doblar las rodillas—. La cabaña quince produce ese efecto en todo el mundo. Dari dice que este sitio es todavía más peligroso que la cabaña de Ares. Y estoy de acuerdo, por lo menos con Ares puedes descubrir dónde están las minas terrestres.
—¿Minas terrestres?
Ella se acercó al chico que roncaba más cerca y le sacudió el hombro.
—¡Clovis! ¡Despierta! —El chico parecía un ternero. Tenía un mechón de pelo rubio en una cabeza en forma de cuña, facciones marcadas y un cuello grueso. Su cuerpo era rechoncho, pero tenía unos bracitos largos y finos como si el mayor peso que hubiera levantado en la vida hubiera sido una almohada—. ¡Clovis!
Annabeth lo sacudió más fuerte, y al final le pegó en la frente unas seis veces.
—¿Qu... qu... qué? —protestó Clovis mientras se incorporaba y entornaba los ojos.
Se le escapó un gran bostezo, y Annabeth y yo hicimos otro tanto.
—¡Para! —dijo ella—. Necesitamos tu ayuda.
—Estaba durmiendo.
—Siempre estás durmiendo.
—Buenas noches. —Antes de que conciliara el sueño, Annabeth le quitó la almohada—. No es justo —se quejó Clovis dócilmente—. Devuélvemela.
—Primero ayúdanos —dijo Annabeth—. Ya dormirás luego.
Clovis suspiró. Le olía el aliento a leche caliente.
—Bien. ¿Qué pasa?
Annabeth le explicó mi problema. Cada poco tiempo, pellizcaba al muchacho por debajo de la nariz para mantenerlo despierto.
Clovis debía de estar muy nervioso, porque, cuando Annabeth hubo acabado, no se durmió. De hecho, se levantó y se estiró, y a continuación me miró parpadeando.
—Así que no te acuerdas de nada, ¿eh?
—Solamente de impresiones. Sensaciones, como...
—¿Sí? —dijo Clovis.
—Como la idea de que no debería estar aquí. En este campamento. Estoy en peligro.
—Hummm. Cierra los ojos.
Le lancé una mirada a Annabeth, pero ella asintió de forma tranquilizadora.
Tenía miedo de acabar roncando eternamente en una de las literas, pero cerré los ojos. Mis pensamientos se enturbiaron, como si me estuviera ahogando en un lago oscuro.
Lo siguiente de lo que fui consciente es de que mis ojos se abrieron. Estaba sentado en un sillón junto al fuego. Clovis y Annabeth se hallaban arrodillados junto a mí.
—... muy grave —estaba diciendo Clovis.
—¿Qué ha pasado? ¿Cuánto tiempo...?
—Solo unos minutos —dijo Annabeth—. Pero ha sido tenso. Casi te deshaces.
Esperaba que no lo dijera en sentido literal, pero la chica tenía una expresión seria.
—Normalmente los recuerdos se pierden por un buen motivo —dijo Clovis—. Mi padre es capaz de restaurar recuerdos incluso de tus vidas pasadas, eso hizo con Darlene, en cambio nosotros, bueno, solo puedo trabajar con los de esta vida, los recuerdos se suelen hundir bajo la superficie como los sueños, y si se duerme bien, puedo recuperarlos. Pero esto...
—¿Lete? —preguntó Annabeth.
—No —respondió Clovis—. Ni siquiera Lete.
—¿Lete? —inquirí.
Clovis señaló la rama del árbol del que caían gotas lechosas encima de la repisa de la chimenea.
—El río Lete, en el inframundo. Disuelve los recuerdos y limpia la mente para siempre. Esa es la rama de un chopo del inframundo sumergida en el río Lete. Es el símbolo de mi padre, Hipnos. El Lete no es un sitio al que te convenga ir a nadar.
Annabeth asintió con la cabeza.
—Percy fue una vez. Me dijo que era lo bastante poderoso para borrar la mente a un titán.
De repente me alegré de no haber tocado la rama.
—Pero... ¿no es ese mi problema?
—No —dijo Clovis—. A ti no te han borrado la mente ni te han enterrado los recuerdos. Te los han robado.
La lumbre crepitaba. Gotas de agua del Lete tintineaban en las tazas de hojalata sobre la repisa de la chimenea. Otro de los hijos de Hipnos murmuró en sueños algo relacionado con un pato.
—¿Robado? ¿Cómo?
—Un dios —contestó Clovis—. Solo un dios tendría esa clase de poder.
—Ya lo sabemos. Fue Juno. Pero ¿cómo lo hizo y por qué?
Clovis se rascó el cuello.
—¿Juno?
—Se refiere a Hera —explicó Annabeth—. Por algún motivo, a Jason le gustan los nombres romanos.
—Hummm —musitó Clovis.
—¿Qué? ¿Significa algo?
—Hummm —repitió Clovis, y esta vez me di cuenta de que estaba roncando.
—¡Clovis!
—¿Qué? ¿Qué? —Clovis abrió los ojos parpadeando—. Estábamos hablando de almohadas, ¿verdad? No, de dioses. Me acuerdo. Griegos y romanos. Claro, podría ser importante.
—Pero son los mismos dioses —dijo Annabeth—. Solo que con nombres distintos.
—No exactamente —la corrigió Clovis.
Me incliné hacia delante, completamente despierto.
—¿Cómo que no exactamente?
—Bueno... —Clovis bostezó—. Algunos dioses sólo son romanos, como Jano o Pomona. Pero hasta los dioses griegos importantes... no solo cambiaron de nombre cuando pasaron a Roma. Su aspecto también cambió. Sus atributos cambiaron. Incluso tenían personalidades ligeramente distintas.
—Pero... —Annabeth vaciló—. De acuerdo, la gente tal vez los vio de forma distinta a lo largo de los siglos, pero eso no cambia quiénes son.
—Claro que sí.
Clovis empezó a quedarse dormido, y Jason chasqueó los dedos debajo de su nariz.
—¡Ya voy, madre! —gritó—. Digo... Sí, estoy despierto. Esto...las personalidades. Los dioses cambian para reflejar las culturas que los acogen. Ya lo sabes, Annabeth. Hoy día, a Zeus le gustan los trajes hechos a medida, los reallity shows y ese restaurante chino de la calle Veintiocho Este, ¿verdad?
—Supongo —masculló Annabeth pensativa—. Dari me contó que a Apolo le gustan los musicales de Broadway, el festival de Coachella, el vóley de playa y los videojuegos FPS.
—Bueno, ahí tienes. Lo mismo pasó en la época romana, y los dioses fueron romanos casi tanto tiempo como griegos. Fue un gran imperio que duró siglos. Así que, naturalmente, sus características romanas siguen siendo una parte muy importante de su carácter.
—Es lógico —comenté.
Annabeth sacudió la cabeza, desconcertada.
—Pero ¿cómo sabes todo eso, Clovis?
—Oh, paso mucho tiempo soñando. Veo a los dioses continuamente, siempre cambiando de forma. Los sueños son fluidos, ya sabes. Puedes estar en distintos sitios al mismo tiempo, siempre cambiando de identidad. En realidad, se parece mucho a ser un dios. Hace poco soñé que estaba viendo un concierto de Michael Jackson, y de repente estaba en el escenario con él, cantando un dueto, y no me acordaba de la letra de "The Girl Is Mine". Qué vergüenza, hombre...
—Clovis —lo interrumpió de pronto Annabeth—, ¿puedes volver a Roma?
—Claro, Roma. Llamamos a los dioses por sus nombres griegos porque es su forma original. Pero decir que sus características romanas son exactamente iguales no es verdad. En Roma se volvieron más belicosos. No se mezclaban tanto con los mortales. Eran más duros, más poderosos: los dioses de un imperio.
—¿Como el lado oscuro de los dioses? —preguntó Annabeth.
—No exactamente —respondió Clovis—. Representaban la disciplina, el honor, la fuerza...
—Cosas buenas, entonces —Por alguna razón, sentía la necesidad de defender a los dioses romanos, pero no estaba seguro de por qué me importaban—. O sea, la disciplina es importante, ¿no? Es lo que hizo que el Imperio romano durara tanto.
Clovis le lanzó una mirada de curiosidad.
—Es cierto. Pero los dioses romanos no eran precisamente muy amistosos. Por ejemplo, mi padre, Hipnos..., no hacía gran cosa salvo dormir en la época griega. En la época romana, lo llamaron Somnus. Le gustaba matar a la gente que no estaba despierta en el trabajo. Si se quedaban dormidos en el momento inoportuno, zas: ya no se despertaban. Mató al timonel de Eneas cuando venían de Troya.
—Qué agradable —comentó Annabeth—. Pero sigo sin entender qué tiene que ver eso con Jason.
—Yo tampoco lo entiendo —dijo Clovis—. Pero si Hera te ha robado la memoria, solo ella te la puede devolver. Y si yo tuviera que ver a la reina de los dioses, confiaría en que estuviera más del humor de Hera que del humor de Juno. ¿Puedo volver a dormir ya?
Annabeth se quedó mirando la rama que había encima de la lumbre goteando agua del Lete en las tazas. Parecía tan preocupada que Jason se preguntó si estaría planteándose beber para olvidar sus problemas. Entonces se levantó y lanzó a Clovis su almohada.
—Gracias, Clovis. Nos vemos en la cena.
—¿Puedo llamar al servicio de habitaciones? —Clovis bostezó y se dirigió a su litera dando traspiés—. Me apetece... zzz...
Cayó con el trasero en alto y la cara hundida en la almohada.
—¿No se ahogará?
—A él no le pasará nada —dijo Annabeth—. Pero estoy empezando a pensar que tú estás en un buen lío.
Estuve viendo con amigas qué cosas de los gringos encajarían con Apolo:
Lo de los musicales es lo más canon.
El festival de Coachella, festivales en general, pero ese le encantaría, sobre todo por poder lucir sus mejores outfits.
El vóley de playa, yo pensaba en deportes en general, pero me dijeron que seguro el vóley de playa le encantaría, poder estar bajo el sol, el broncearse, mostrar musculo. Sí, lo re veo.
Los videojuegos FPS (donde es puro disparo) le encantarían, como que le gustaría presumir su puntería, y una amiga me dijo que incluso se pelearía con Artemisa por el mejor puntaje.
Además, pues los obvio, lentes Ray Ban, quizá los productos para bronceado, los autos de lujo, las comedias románticas, tiktok (haría los trends de baile, leería su poesía en los lives, y haría esos de actuar escenas en modo película vs modo teatro)
¿Qué otras cosas creen que adoptó de los estadounidenses?
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