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—Puta madre —susurró Roseanne, pisando el suelo más suave para que Jennie dejara de escucharla.

Aunque ya no importaba, sabía que Kim lo había hecho y la estaba esperando en ese salón que casi siempre estaba vacío pues habían construido una nueva sala de música más amplia en el primer piso. De hecho para donde Roseanne se estaba dirigiendo era algo así como una bodega abandonada con unos pocos teclados viejos y guitarras desafinadas.

Cuando llegó al segundo piso se volteó a ambos lados, asegurándose de que no esté algún profesor por el pasillo, y una vez con el mango de la puerta en la mano, dio un suspiro antes de abrir. No sabía qué esperar de Jennie y no descartaba la idea de que la castaña la esté esperando para hacerle alguna broma o algo por el estilo.

—¿Qué quieres, Kim?

Jennie estaba sentada sobre el antiguo escritorio del profesor, con sus piernas juntas y una mirada que Roseanne no supo descifrar.

—Hola a ti también, Park.

—¿Me dirás qué quieres o me largo de aquí?

—Cierra la puerta primero —dijo, bajándose de la mesa de madera, aunque sin acercarse al notar los ojos desconfiados de la menor—. Tranquila, bebita, no te haré nada malo —se burló, sonriendo.

Roseanne rodó los ojos cerrando la puerta de todos modos. No quería admitirlo pero estaba nerviosa, desde que Jennie le mandó por primera vez una foto comprometedora solo habían intercambiado miradas a lo lejos, mas no habían hablado ni siquiera discutido en clases.

—¿Me dices a mí bebita? ¿Quién es la que mide metro y medio? —le devolvió la sonrisa burlona, ladeando la cabeza.

El rostro de Jennie se pintó de rojo, molesta con ella.

—Maldita imbécil —gruñó, dejando atrás sus aires de superioridad.

Detestaba que la fastidiaran por su altura.

—¿Qué pasa? —se acercó unos pasos con confianza, amando jugar con fuego—. ¿Tienes problemas de autoestima con tu altura, Oompa Loompa?

Mala idea usar ese apodo. Desde pequeña Jennie ha sido bajita, y antes de volverse la reina de la escuela, hubo uno que otro niño que la llamó Oompa Loompa.

Era estúpido, una broma infantil, pero Jennie lo detestaba.

—¡No tengo ningún problema con mi altura, puto pie grande! —y dio pasos hacia Roseanne también, dispuesta a golpearle el maldito pecho y hacerse respetar.

Roseanne no era nadie para humillarla.

Cuando sus dedos estaban por aterrizar en el pecho de la extranjera, esta fue mas rápida, agarrándole la mano y apretándola con fuerza contra el escritorio de atrás de Jennie.

—No debes alterarte, bonita, son solo bromas —susurró con tono engreído, apretándola más, logrando que Kim contuviera la respiración, su frente casi pegada al pecho de Park—. Además... —bajó y posó sus labios cerca del oído contrario—, me parece adorable lo pequeña que eres.

Aunque no quisiera admitirlo, aquello logró hacerla sonrojar, sintiéndose débil bajo el cuerpo de la más alta.

—Eres una i-imbécil, Park —habló con dificultad.

Su plan consistía en seducir a Roseanne durante la semana completa, sin llegar a besarla para que, justo antes de que llegara su clase de consejo de curso, ofrecerle un beso a cambio de que no interviniera en su propuesta para bailar tango. Park no era popular del mismo modo que ella, pareciendo una muñequita perfecta, pero sí era conocida por siempre andar desafiando a quien se le diera la gana y gracias a eso tenía más de un seguidor, hasta dentro del mismo curso. Roseanne, aunque Jennie lo negara, no era un bicho raro en la institución.

—Seré una imbécil, pero te tengo loca, Jenjen —dijo, antes de tomarle del mentón con una mano, obligándola a que le mirara directo a los ojos—. ¿O me lo negarás?

En ese minuto Jennie tuvo que haber hecho eso mismo, negarse, hacerse la difícil porque sabía que si no lo hacía Roseanne se le lanzaría a comerle la boca, y eso era como adelantar su único y preciado comodín, pero ahí estaba, sin ganas de decirle que no porque moría por besar esos rellenos labios de la rubia más tarada del planeta.

Al no recibir una respuesta, Rosé sonrió ladina, ejerciendo más fuerza en su mentón, y cuando la escuchó jadear, agachó unos centímetros la cabeza y unió sus labios en el esperado beso que ambas tanto deseaban.

Cerraron los ojos, Jennie colgándose de su cuello mientras Roseanne la subía al escritorio, rodeando su cintura.

Odiaba admitirlo, pero la hija de puta de Kim Jennie tenía la boca más deliciosa del jodido universo.

Sintiendo la temperatura de su delgado cuerpo aumentar, la mayor gimió en cuanto los besos de Roseanne bajaron hacia su cuello, justo en su punto dulce.

Se hubiesen besado hasta que alguien las hubiera pillado, pero el celular de Jennie comenzó a sonar.

—No contestes —gruñó la rubia, mordisqueando su tersa piel.

Jennie quiso hacerle caso, pero luego de la llamada le siguieron varios mensajes que no pudo ignorar. Jisoo le estaba diciendo que la miss Bae preguntó por ella y que sabía que había ido a clases ese día, así que sino aparecía dentro de cinco minutos la anotaría.

Y bueno, esa maldita profesora de lenguaje era una de las pocas, por no decir la única, que no le chupaba el trasero a Jennie, así que esta sabía que debía ir con cuidado con esa mujer.

—Debo irme... —la empujó suave, sintiéndose vacía sin sus besos en su cuerpo—, o la idiota de Bae me anotará —Roseanne se separó con las pupilas negras, algo molesta—. Y ni se te ocurra contarle a alguien de esto, ¿entendido, Park? —amenazó, bajándose de la mesa y acomodando su uniforme.

La nombrada rodó los ojos, sin embargo asintió, para ella tampoco sería lo mejor que la escuela se enterara que le devoró la boca a la princesita más idiota de Oddatelier.

—Bájate la falda, que te veo el culo —se burló, dándole una intensa mirada a ese lindo trasero bien formado.

Jennie le frunció las cejas y labios, aunque le hizo caso. Tampoco quería andar por ahí luciendo el culo.

Salió del salón de música sin mirar atrás, aunque ambas tenían los latidos acelerados y la adrenalina recorriendo sus venas.

Primera vez que se besaban, y por Dios, ninguna sabe quién lo disfrutó más.

Cuando Roseanne se quedó sola, se apoyó en un pupitre, no pudiendo creer lo que acaba de pasar. Actuó como una engreída frente a Jennie para no humillarse y verse con control sobre sí misma, pero por dentro se estaba volviendo loca.

Siempre sintió algo hacia esa baja chica, quizá odio combinado con atracción, y es que la tensión que se generaba desde que se conocieron con Jennie la dejaba tonta.

Tal vez, y aunque jamás admitiría que Lalisa tenía razón, sí sentía algo por esa idiota.




















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