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La cara que me miraba desde el espejo estaba roja e hinchada.
«Bueno, Minnie –le dije a mi reflejo– Se acabó eso de pasar el rato con Tae Hyung, ¿eh?»
Y si lo hacía, la sesión tendría que acabar antes de las diez de la noche para que pudiera irme a la cama.
Me tambaleé hasta el dormitorio y me tumbé boca abajo.
Esperaba que Yoongi no quisiera hacer ningún experimento ese fin de semana.
Con o sin tapón estaba demasiado irritado como para plantearme eso.
Pero ¿y si lo hacía?
¿Diría mi palabra de seguridad?
Los azotes...
Bueno, eso podía soportarlo.
La había fastidiado.
Esa noche me había dejado bien claro, y de un modo muy expeditivo, que las reglas eran las reglas.
Pero ¿y si quería practicar sexo anal?
No creía que fuera capaz de hacerlo; esa noche no.
Y tampoco durante ese fin de semana.
Tendría que utilizar mi palabra de seguridad.
Decidí en ese momento que aquél era mi límite.
Es importante tener límites.
Debes decirte a ti mismo hasta dónde quieres llegar.
Y ése era el mío.
Nada de sexo anal ese fin de semana.
Pensé en dejar a Yoongi.
Y me puse triste.
No sé si fue por haberlo decepcionado, por los azotes, por pensar en no volver a verlo, o por las tres cosas a la vez, pero me eché a llorar.
Hundí la cara en la almohada, no quería que me oyera.
¿Y si se le ocurría entrar?
Mientras lloraba, sonaron pasos en el pasillo.
Paré y me quedé completamente quieto.
¿Me habría oído?
Los pasos se detuvieron.
Vi sus pies por debajo de la puerta.
Siguió andando.
Yo solté un tembloroso suspiro y me obligué a dormir.
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Aquella noche volví a tener el mismo sueño.
El de la música.
En esa ocasión, la melodía era más rápida.
Enfadada.
Feroz.
Y luego, gradualmente, se fue suavizando hasta convertirse en la melodía dulce que había oído el fin de semana anterior.
Dulzura enlazada con un toque de melancolía.
En mi sueño yo corría de habitación en habitación, desesperada.
Tenía que encontrarla.
Descubriría de dónde procedía aquella música.
Abría puerta tras puerta.
Pero igual que la vez anterior, cada puerta conducía a un nuevo pasillo y cada pasillo desembocaba en otra puerta.
La música cesó.
Llegué a otra puerta y la abrí.
Sólo para descubrir que no llevaba a ninguna parte.
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Otro sábado por la mañana.
Otra vez la alarma del reloj me despertaba temprano.
Mientras me aseaba, pensaba que me tendría que enfrentar a Yoongi.
¿Qué me diría?
¿Cómo actuaría?
¿Qué habría planeado para el fin de semana?
¿Habría llegado el día en que acabaría diciendo mi palabra de seguridad y yéndome de allí?
Caminé con cautela hasta la cocina; me dolía todo el cuerpo.
No oí ningún sonido tras la puerta del gimnasio.
La cocina estaba vacía.
Mis ojos recorrieron la estancia.
Allí, sobre la mesa, vi una nota doblada.
En la parte de fuera, escrito con una pulcra caligrafía, leí mi nombre.
La abrí.
«Volveré al mediodía y comeré en el salón»
Inspiré hondo.
No me decía que tomara mis cosas y me marchara.
Una parte de mí temió que lo hiciera.
Me preparé un rápido desayuno a base de copos de avena, nueces y plátano troceado.
Comí de pie, mientras observaba los armarios alineados en las paredes de la cocina y decidí que cuando acabara de comer curiosearía en su interior.
Así tendría algo que hacer, ya que no tenía ganas de correr y no podía ni plantearme las posturas de yoga.
Me tomé un ibuprofeno y exploré durante una hora.
Yoongi tenía una maravillosa colección de utensilios de cocina, artilugios y platos.
Y su despensa estaba muy bien surtida.
Constaba de cuatro profundos estantes llenos de comestibles:
El sueño de cualquier cocinero.
No alcanzaba el estante superior y pensé que lo investigaría en otro momento.
Entonces decidí hacer pan.
Amasar era la mejor forma de reflexionar sobre mis sentimientos.
Y tenía la ventaja añadida de servirme como entrenamiento sin
necesidad de sentarme.
Mientras golpeaba la masa, reflexioné sobre lo que sentía por Yoongi.
La semana anterior había cometido la estupidez de pensar o tener la esperanza de que se estuviera enamorando de mí.
Yo era su sumiso.
Y por el momento eso era más que suficiente.
No quería plantearme el futuro.
Sólo existía el aquí y ahora.
Además, cuando lo volviera a ver, quizá descubriera que mis sentimientos por él se habían enfriado.
Tomé un paquete de pollo precocinado de la nevera y lo corté.
Una ensalada de pollo combinaría muy bien con el pan recién hecho.
La serviría con uvas y zanahorias.
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La mañana pasó rápido.
En algún momento oí entrar a Yoongi y Apolo corrió a la cocina.
Me vio, soltó un ladrido y se abalanzó sobre mí para darme un torpe lametón.
Al mediodía llevé un plato al comedor, donde Yoongi me esperaba sentado a la mesa.
Se me aceleró el corazón.
Cuando le serví el plato, deseé que no se diera cuenta de cómo me temblaba la mano.
– Come conmigo –se limitó a decir.
Yo no tenía ganas de sentarme, pero tampoco ninguna intención de
desobedecerlo.
Me serví un plato, lo llevé al comedor, lo dejé en la mesa y retiré la silla.
Había un cojín sobre el asiento.
Vacilé sólo unos segundos.
¿Estaba intentando hacerse el gracioso?
Porque la situación no tenía ninguna gracia.
Lo miré.
Permanecía serio, con la vista al frente, mientras masticaba.
No.
No estaba intentando hacerse el gracioso.
Las sillas del comedor eran duras.
Estaba siendo considerado.
Me senté con cuidado.
Vale.
Me dolió un poco.
No demasiado.
Nada que no pudiera soportar.
Comimos en silencio.
De nuevo.
A mí no me molestaba el silencio.
El silencio era bueno.
El silencio le daba a uno tiempo para pensar.
Pero aquella mañana no había oído otra cosa que silencio y estaba cansado de pensar.
Ya estaba preparado para un poco de ruido.
– Mírame, Jimin.
Me sobresalté.
Yoongi me estaba mirando con aquellos ojos verdes en los que siempre adivinaba una insólita intensidad.
De repente, sentí que no podía
respirar.
– No disfruté castigándote, pero tengo reglas, y cuando las rompas te castigaré. Con rapidez y severidad.
De eso no cabía ninguna duda.
– Y no suelo hacer cumplidos gratuitos –prosiguió– Pero lo hiciste muy bien ayer por la noche. Mucho mejor de lo que esperaba.
En mi interior, algo que creía muerto volvió lentamente a la vida.
No mucho.
No fue ni una chispa.
Sólo un parpadeo.
Pero oírle decir que lo había hecho
bien...
Era el mayor elogio que podía esperar de él.
Se levantó de la mesa.
– Acaba de comer y reúnete en el vestíbulo conmigo dentro de media hora con la bata puesta.
Me apresuré a recoger la cocina y fui a mi habitación deseando poder
tumbarme a descansar, aunque sólo fueran algunos minutos.
Estaba cansado y, a pesar del ibuprofeno, me seguía sintiendo muy dolorido.
Pero en lugar de descansar me puse la bata y fui a reunirme con Yoongi, que estaba esperándome en el vestíbulo también en bata.
Eso no me lo esperaba; no tenía ni
idea de lo que estaba tramando.
– Sígueme –dijo, volviéndose y entrando en una estancia que yo no había visto nunca.
Cruzamos un salón muy masculino.
Había un televisor enorme sobre una
impresionante chimenea, sofás de piel y un alto y ancho ventanal con vistas al extenso jardín.
Abrió las puertas francesas que daban al jardín y esperó a que yo saliera.
¿Fuera?
¿Con aquel tiempo?
¿En bata?
Pero por segunda vez ese día pensé que no se me iba a ocurrir desobedecerlo.
Salí y esperé.
Me guio hasta una burbujeante bañera caliente que había en el suelo, rodeada de una nube de vapor y esponjosas toallas blancas.
Parecía el paraíso.
Me desabrochó la bata y me la quitó.
– Date la vuelta.
Me volví.
Estaba un poco avergonzado de dejarle ver mi trasero, aunque no
estaba muy seguro de por qué:
Ya lo había visto durante un buen rato la noche anterior.
– Bien.
Me acarició suavemente con la mano.
– No te saldrán cardenales (También conocidos como hematoma o moretón).
No era una pregunta, así que no dije nada.
Pero estaba contento.
Y sorprendido.
Realmente daba la sensación de que no fuera a salirme ningún cardenal.
Cuando me tomó de la mano, me di cuenta de que él también se había
quitado la bata.
Me condujo hasta la bañera y se metió dentro sin soltarme la mano.
– Te escocerá un poco –dijo– Pero la incomodidad desaparecerá enseguida.
Cuando me metí en el agua caliente, jadeé.
La sensación era fantástica en
contraste con el frío ambiente.
Y sí que me escoció, pero cuando me acostumbré a la temperatura del agua, fui notando cómo desaparecía el dolor.
– Hoy nada de dolor –dijo Yoongi, rodeándome con los brazos y sentándome encima de él– Sólo placer.
El vapor espesó cuando me senté en su regazo.
No podía verlo con claridad.
Estaba borroso y difuminado entre la niebla.
Como si fuera un sueño.
Como si todo aquello fuera un sueño.
Me mordisqueó el cuello y me deslizó las manos por los brazos.
– Tócame –me susurró al oído.
Mis manos se deslizaron por su pecho.
Aún no lo había tocado nunca de esa
forma.
Aquello era nuevo.
Tenía un pecho duro y perfecto, como el resto de su cuerpo.
Mis manos resbalaron hacia abajo y le acaricié el estómago.
Yoongi inspiró hondo cuando seguí bajando.
Entonces le rocé la polla y me di cuenta de que ya la tenía dura.
La tomé con una mano.
– Con las dos manos –murmuró.
Lo hice y, como sabía que le gustaba, apreté con fuerza.
– Aprendes deprisa.
Me tomó de la cintura y me hizo girar para que me sentara a horcajadas
sobre él.
Pero lo hizo con suavidad, con cuidado de no tocarme donde me había azotado la noche anterior.
Toda la experiencia fue una confluencia de opuestos.
La fría temperatura del aire y el calor del agua.
El placer que me estaba dando él y la inflamación que persistía a causa del dolor que me había causado.
Pero básicamente se trataba del propio Yoongi:
El hombre que podía ser tan duro como el acero y sin embargo tocarme con la ligereza de una pluma.
Yo inspiré aquel vapor cálido y envolvente mientras él me tocaba con sus mágicas manos.
Había pensado que quizá mis sentimientos se hubiesen enfriado, en especial después de la noche anterior.
Pero al estar entre sus brazos, al estar
tan cerca de él y sentir lo que era capaz de hacerle a mi cuerpo, aquel parpadeo se convirtió en una chispa y supe que estaba peligrosamente cerca de acabar ardiendo de pies a cabeza.
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Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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