7. The Arch

Llegamos al monumento del que hablaba Annabeth, The Arch. Percy y yo habíamos ido todo el camino cogidos de la mano. De vez en cuando, Grover y Annabeth miraban nuestras manos, luego me miraban a mí y subían y bajaban las cejas sonriendo, burlándose de mí. Percy parecía tan absorto en sus pensamientos que no se percataba de lo que pasaba a su alrededor —o, al menos, eso parecía— y yo no quería incomodarlo o decirle algo. Igualmente, no me importaba caminar de la mano de Percy, era... agradable. 

Annabeth parloteaba sin parar sobre el tamaño del edificio con forme nos adentrábamos en él. Sentí la incomodidad de Grover cuando pasamos por delante de unas figuras de animales y algunas, de los cráneos de estos. 

—Bueno, ¿entonces aquí estamos a salvo? —pregunté soltando mi mano de la de Percy. 

El rubio me miró con confusión pero no le devolví la mirada. No había una explicación de porqué lo había echo, fue casi un reflejo, supongo que... me agobié o algo así. 

—Los monstruos no pueden entrar —explicó Annabeth—, ni siquiera Equidna. 

—Genial —habló Grover—. Ya que nuestro tren ha explotado voy a ver si hay billetes para otro. 

—Voy contigo —dije tratando de seguirlo, pero una mano sosteniendo mi antebrazo lo impidió. 

—No, voy yo —declaró Annabeth, adelantándome y posicionándose al lado de Grover y señalando su mochila—. Además, soy la que lleva el dinero.

Los dos se fueron sin darme tiempo ni siquiera para protestar. Dejándome a solas con Percy. 

Seguí evitando la mirada de Percy, algo incómoda. 

Me sentía mal al ser así, porque no solo era con Percy, se lo hacía a todo el mundo. Podía estar en un momento genial con alguien y de repente sentir la necesidad de alejarme, que la presencia de la otra persona me resulte incómoda. Sé que eso confundía a las personas de mi entorno, lo entiendo, a mí también me confunde. 

—No le gusta que le hagan daño a los animales —habló Percy rompiendo el silencio, captando mi atención. 

—Ya lo sé —respondí, con un tono más seco de lo que pretendía. 

Nos quedamos unos segundos más en silencio, pero sentía la mirada azul de Percy fija en mí. Yo, al contrario, me rehusaba a mirarlo. ¿Por qué era así?

Porque tienes miedo, Maya. 

—¿Te imaginas a la madre de Annabeth viviendo aquí? —preguntó de repente. 

Yo lo miré con el ceño fruncido. 

—Ahora bajo chicos, estoy en el baño —imitó, poniendo una voz extremadamente chillona. 

No pude evitar soltar una pequeña carcajada. 

—Muy bueno —dije sarcásticamente. 

—Tengo un don —respondió encogiéndose de hombros—. Me gusta escucharte reír. 

Su mirada volvió a conectarse con la mía. Hacía tiempo que no lo hacían, al menos, no de esa forma. De alguna manera, ambos nos acercábamos al otro, como si de una conexión magnética se tratase. 

En el momento en el que tuve a Percy lo suficientemente cerca como para volver al mundo real, algo me hizo frenar, un dolor en el estómago se hizo presente y me hizo retroceder un poco. 

¿Mariposas?

—Oye... respecto a lo de anoche... —traté de explicarme de alguna manera, pero no tenía palabras. 

—No importa —dijo Percy de manera despreocupada—, lo entiendo, de verdad. 

—Gracias —murmuré. 

El silencio volvió y yo empecé a sentirme incómoda. No me gustaba la manera en la que Percy me miraba. 

—No me gusta —dije cruzada de brazos, el rubio me miró confundido—. La forma en que me miras, no me gusta. 

—¿Puedo preguntar por qué? 

—Porque me miras diferente —la cara de confusión fue sustituida por una pequeña sonrisa—. No pareces tenerme pena pero a la vez sé que la tienes. 

—No siento pena por ti —parecía incluso hacerle gracia la situación. 

—Admítelo. Me has visto moribunda y sabes lo miedica que soy. Hasta yo me doy pena. 

—Escúchame —Percy habló algo más serio, lo que me hizo mirarlo—. Lo creas o no, te entiendo. En serio. Mi padre tampoco ha echo nada por mi en... 

—No metas a mi madre en esto —casi rogué, era un tema demasiado delicado del que escasas veces hablaba—. Ahora escúchame tú. No tienes nada que ver conmigo, ya te lo dije. 

—Sí, pero, quiero decir... —Percy buscaba unas palabras con las que no incomodarle y eso no le estaba resultando fácil—. Olvídalo. Pero, creo que nos parecemos más de lo que crees y... no sé, tal vez debería de darte las gracias. 

—¿Las gracias? 

—Tal vez tú ya hayas asumido lo de tu madre... y eso está genial, me alegro por ti —dijo el rubio torpemente—. Pero yo no puedo. Tú has echo más por mí desde que nos conocimos qué él en años y ni siquiera me reconoció como si hijo hasta que no tuvo opción. Si tuviera que elegir... 

—Oye —lo corté—, ten más cuidado. Tenía toda la pinta de que ibas a decir que soy tu amiga. 

—Maya... 

—El Oráculo debe de estar partiéndose de risa en su viejo desván deprimente.

De no haber sido por mis buenos reflejos el cuerpo de Percy hubiese caído directamente al suelo. Lo tomé de la barbilla, estaba pálido y parecía enfermo. 

—El veneno —murmuré. 

Aquellos brillantes ojos azules que tanto me gustaban parecían apagados y el cuerpo de Percy empezaba a pesar demasiado para mí. Con mi ayuda, Percy se sentó en el suelo con cuidado y yo me puse en cuclillas frente a él. Acaricié su mejilla y sus ojos me miraron con la intensidad con la que solían hacerlo. 

—¿Qué a pasado? —preguntó Grover acercándose a nosotros, con Annabeth a su lado. 

—Creo... —habló el rubio con dificultad— que ese aguijón sí que era venenoso. 

Miré a Annabeth, angustiada. Ella sabría que hacer. 

—Tengo una idea —sus palabras provocaron mi sonrisa, bendita Annabeth. 

Digna hija de su madre.

—Ayúdale a levantarse —me midió Grover mientras pasaba uno de los brazos de Percy por sus hombros. 

Yo hice lo mismo y pasé mi brazo por su cintura, siendo su otro apoyo. 

—Se han intercambiado los papeles, ¿no crees? —dijo, tratando de reír. 

—No es momento para bromas, Perseus —dije, tratando de ser seria, aún que tenía las comisuras levantadas en una pequeña sonrisa.

···

Nos encontrábamos en una fuente situada en la entrada del monumento, tratando de empapar a Percy lo máximo posible. Si en el río del campamento funcionó, ¿por qué no ahora? 

La gente que pasaba nos miraba y señalaba, juzgándonos. Yo me frustraba cada vez más y le lanzaba el agua a Percy con fuerza, provocando muecas por su parte. 

—Creo... —dijo Percy, tratando de ponerse en pie—, creo que funciona. Ha sido una gran idea. 

Yo tiré de él hacia abajo para que volviera a sentarse, empujando el agua con el doble de fuerza que antes. 

—No me mientas, Perseo, no estás bien —dije, concentrada en empapar al rubio. 

—Maya... —trató de intervenir Annabeth, también preocupada. 

—Esto tiene que funcionar —mascullé. 

—May, por favor —suplicó Percy, agarrando mi brazo para que dejase de echarle agua. 

—Oh, bueno, a ella no le gusta que... —trató de informarle Grover. 

—No importa —le dije a Grover, quién me miraba sorprendido—, está bien. 

Vi la mirada cómplice-sorprendida que intercambiaron Annabeth y Grover.

¿Percy era el único al que le permitía llamarme por ese apodo? Pues sí, ¿y qué?

El rubio trató de levantarse, pero calló de nuevo al agua. 

—Tal vez tenga que ser agua natural para que Poseidón pueda curarte —repuso Annabeth. 

Un estruendo de coches chocando —y de alguno que había salido volando— captó nuestra atención. Miré a Annabeth, nerviosa. 

—Tenemos que volver a dentro —ordenó la morena. 

—Tenemos que seguir intentándolo —pedí. 

—No está funcionando —habló Grover a mi lado—, además, nos está pisando los talones. 

Miré a Percy, que dejaba suaves caricias en mi antebrazo y mi muñeca. Levanté la vista, encontrándome con Equidna, que caminaba hacia nosotros. 

—De acuerdo —dijo rápidamente la morena—, nos llevamos a Percy y subimos al altar del templo. 

—¿Altar? —pregunté confundida— ¿Aquí hay un altar? 

—El punto más alto, con las mejores vistas. 

—Sí, ¿pero eso de qué nos servirá? 

Annabeth suspiró. 

—Vamos a ir al altar... y vamos a pedirle ayuda a mi madre. 

Miré a Annabeth sorprendida. No era muy fan de pedir ayuda, y mucho menos a su madre. 

—Creía que no pedíamos ayuda —dijo Percy desde el suelo. 

Le di un pequeño golpe con el pie para que se callara. 

—Bocazas —susurré, aunque el chico más que ofenderse, sonrió ampliamente en mi dirección. 

—Venga, hay que darse prisa —dijo Annabeth ayudando a Grover a levantar a Percy. 

Me giré hacia Equidna, seguía avanzando hacia nosotros.

Grover ayudaba a Percy a andar mientras que Annabeth y yo caminábamos detrás de ellos. 

—¿Has oído eso? —me preguntó de repente la morena, frenando. 

—¿El qué? —pregunté confundida, parándome a su lado— ¿Todo bien?, Ann. 

Annabeth tragó saliva algo nerviosa. 

—Sí, todo bien. Vamos.

Seguimos avanzando, algo más rápido para alcanzar a Percy y a Grover. 

···

Bajamos al sótano, tratando de esquivar a la gente. Al final, logramos subirnos a uno de los ascensores. 

—¿Qué a pasado antes? —le pregunté a Annabeth— ¿Qué has escuchado? 

La morena suspiró. 

—¿Te ha hablado? —intervino Percy, ella asintió con la cabeza—. Alecto me hizo lo mismo, en el museo de Nueva York. ¿Qué te ha dicho? 

Yo, que estaba mirando hacia fuera— pude divisar a Equidna antes de que se cerrara la peura del ascensor. Annabeth parecía haberla visto también, ya que estaba tensa. Parecía, incluso, asustada. 

—¿Eso era...? —miré a los demás, que estaban tan sorprendidos como yo— ¿No se suponía que no pueden entrar aquí? 

—Estamos en un santuario, Atenea tendría que darles permiso —habló rápidamente Grover—, ¿pero por qué lo haría? 

—¡Ann! —llamé a mi amiga, que tenía la vista fija en el suelo. La morena levantó la vista para mirarme— ¿Qué narices te ha dicho Equidna? 

—Al parecer mi impertinencia ha herido el orgullo de mi madre —la mirada de Annabeth cambió, y me miró llena de rabia—. Pero no ha sido la mía. 

—¿Qué insinúas? —pregunté bruscamente, perdiendo la paciencia. 

—¡Todo esto es culpa tuya! —me espetó. 

—¿Culpa mía? —pregunté ofendida. 

—No tendríamos que haber dejado que ese maldito monstruo nos ayudara. 

—Oh —hablé con un tono sarcástico—, lo siento por ¿salvar mi vida? 

—Había otras opciones, ¡sabías lo que significaba para mí! —la mirada de Annabeth dejó de contener rabia. Ahora me miraba con dolor— ¡Familia, Maya, lo prometiste! ¡Tenía tu palabra!

Miré al suelo, suspirando. 

—La sigues teniendo —murmuré, girando la cabeza hacia el lado contrario en el que estaba  Annabeth. 

—¿Y si no ha sido culpa de Maya? —intervino Percy. 

Malditos sean él y su complejo de héroe. 

—No necesito que me defiendan, Perseus —hablé sin mirarlo. 

—Lo digo en serio, yo fui el que mandó la cabeza de Medusa al Olimpo. Deberían estar enfadados conmigo, ¿no? 

—He avergonzado a mi madre. 

—Pero, ¡yo mandé la nota!

—¡Y yo lo permití!

Me giré a mirarlos. Annabeth ahora me miraba arrepentida. Yo mantuve mi expresión seria. 

—No es justo —murmuró Percy. 

—Así es Atenea, ya deberías haberlo visto. 

Annabeth bajó la mirada y Grover me puso la cara de te has pasado. Me encogí de hombros, ella había empezado. 

—¿Ahora que hacemos? —preguntó Grover. 

—Bueno, parece que no va a ayudarnos a curar a Percy —dijo Annabeth obvia. 

—No, ¿qué vamos ha hacer con Equidna y Quimera? 

Saqué mi navaja del bolsillo de mi chaqueta y la abrí con un pequeño movimiento de muñeca. 

—Nos las cargamos. 

Antes de que alguien —más bien Percy— pudiera protestar, el ascensor se abrió y salimos de allí lo más deprisa posible. 

—No tenemos mucho tiempo, llegarán en cualquier momento —dijo Annabeth, subiendo las escaleras— Y si mi madre no va a protegernos... 

Suspiró. 

—Tendremos que pelear aquí arriba —completé, colocándome a su lado sin mirarla. 

Tragué grueso al llegar arriba, estaba todo lleno de turistas. 

—Ay mi madre. 

—Tenemos que sacarlos a todos de aquí —dijo Gover, que sostenía a un Percy moribundo. 

Me giré y encontré el botón que daba la alarma en caso de incendio. Annabeth, que también parecía haberlo visto, asintió mirándome. Me acerqué al botón y lo pulsé. La gente empezó a evacuar por las escaleras de emergencia en cuanto la alarma empezó a sonar. 

—Vale, vosotros tres bajad con ellos, yo me encargo —dije empujando a Grover y a Annabeth hacia la salida. 

—¿Qué? —protestó Annabeth—. No, yo me quedo. 

—No, no, no, no vamos a separarnos —dijo Grover al unísono que Annabeth. 

—Venga ya —volví a empujarlos para que caminaran, pero volvieron a frenarse. 

—No. Vamos a salir todos de aquí —habló el rubio—. Juntos. 

Apreté los labios. 

—Quimera es la asesina de semidioses —expliqué, ayudando al rubio a caminar—. Alguien tiene que quedarse para ganar tiempo. 

—¡Eso no significa que tengas que ser tú! —volvió a protestar Annabeth. 

Llegamos a la puerta y miré a mis amigos. No estaba muy segura de si sería la última vez que los veía o no. Al fin de al cabo, debía tener mi profecía en mente. 

—Ann... estaré bien —le dije a la morena, que tenía la mirada baja.

—Respecto a lo de antes, yo... —murmuró. 

—Dímelo abajo —miré a Percy y a Grover, que me miraban con preocupación—. Ayudarle a bajar las  escaleras, nos veremos abajo. 

—Maya... —trató de hablar Grover. 

—Estaré bien, ¿vale?. Tenéis mi palabra.

Percy empezó a negar. Traté de cerrar la puerta antes de que pudiera protestar. 

—Venga, iros. 

—Espera —dijo Percy débilmente. Sacó un bolígrafo de su bolsillo y lo destapó, convirtiéndolo en una espada—. Cógela, te hará falta.

Agarré la empuñadura de la espada y sentí como Percy hacía fuerza para atraerme hacia él. 

—No voy a dejar que sacrifiques tu vida por mí —susurró a centímetros de mi cara, empujándome hacia las escaleras y cerrando rápidamente la puerta. 

Golpeé la gran puerta de metal con los puños, llena de rabia. Al igual que GRover y Annabeth, que gritaban el nombre de Percy. 

—¡Percy, abre la maldita puerta! —grité sin cesar mis golpes. 

Escuchaba murmullos detrás de la puerta, pero no lograba alcanzar lo que Percy decía.

Después de un par de minutos, mis amigos cesaron sus gritos y sus golpes, pero yo no. Yo no podía. 

Estaba tan llena de rabia que quería llorar, y mis amigos lo notaron. Odiaba ser tan sensible. Grover me agarró las muñecas para que dejara de golpear la puerta y me giró hacia ellos. 

—¿Por qué siempre hace lo mismo? —pregunté al aire, al punto de llorar y llena de ira— ¿Por qué no puede dejar de sacrificarse por mí? ¡Malditos sean él y su complejo de héroe! 

Noté como Annabeth y Grover intercambiaban miradas cómplices, pero sin quitar su cara de preocupación máxima. Pero no pude centrarme en eso, solo podía pensar en Percy y el lo que esa bestia podría hacerle. Me preguntaba si volvería a verlo. 

···

Grover, Annabeth y yo nos encontrábamos rodeados de gente, coches de policía, camiones de bomberos y ambulancias.

Oh, y de unas viejas que nos miraban fíjamente mientras tejían. 

—No dejan de mirar —murmuró Grover a mi costado. 

A mi otro lado estaba Annabeth,  la cual se giró hacia las tres ancianas. Yo llevaba un rato mirándolas con el mismo descaro con el que ellas nos miraban.

—Cierto —respondió la morena. 

—Entonces, ¿no deberíamos irnos?

Zas, la anciana del medio cortó la lana. Annabeth se tensó y yo apreté la mano de Grover. La morena y yo intercambiamos miradas, nerviosas. 

—No paran de mirarnos —repitió Grover. 

—¿Qué? —preguntamos al unísono. 

Grover señaló con la cabeza a un par de policías que nos señalaban mientras otro apuntaba algo en su libreta. 

—Vamos a por Percy —dijo Annabeth. 

Apreté la mano de Grover de nuevo. 

—Annabeth... 

—Está vivo —insistió la morena— Maya —levanté la vista para mirarla—, ¿confías en mí?

Asentí lentamente con la cabeza. 

—Más que en nadie. 

—Pues vamos. 

Annabeth empezó a andar y yo fuimos tras ella. Mantuve mi agarre en la mano de Grover, aún algo tensa. 

—Relájate —me dijo con una pequeña sonrisa—, lo encontraremos. 

Gritamos el nombre de Percy por todo el paseo de río. Atentos a  todo. Con la esperanza de encontrar al rubio con vida. 

Me tensé y frené. 

Porque justo en frente estaba Percy. 

Mi Percy.

Nos saludó con la mano, pero nosotros le mirábamos inmóviles. 

—Hola. 

Caminé hacia él lentamente, aumentando mi ritmo cada vez que lo veía más cerca. 

—Siento haberte empujado en las escaleras yo... 

Le empujé con fuerza. 

—Auch —se quejó. 

—Agradece que no ha sido un puñetazo —escuché decir a Annabeth detrás mío. 

Volví a empujar al rubio. 

—Eres un imbécil —golpeé su pecho—, un maldito imbécil. 

Miré a Percy a los ojos, me miraba sorprendido —y creo que un poco asustado—, y me perdí en ellos. 

Rodeé su cuello con mis brazos fuertemente, escondiendo mi cara en su cuello. Sentí la mano de Percy acariciar mi espalda. El rubio estaba un poco en shock, sin saber como reaccionar. 

—Creí que estabas muerto —murmuré en su cuello. 

—No te vas a librar de mí tan fácilmente —respondió divertido, repitiendo las palabras que yo le había dicho en la casa de Medusa. 

Rompí el abrazo, poniendo mis manos en las mejillas de Percy. Lo miré firmemente a los ojos y, lo admito, me puse nerviosa. 

—Ni se te ocurra volver a sacrificarte por mí —el rubio vaciló—. Percy, necesito que me lo prometas. 

El rubio negó con la cabeza. 

—No voy a prometerte algo que no estoy dispuesto a cumplir. 




¡Tadam! 

Siento haber tardado tanto en actualizar pero díganme si la espera valió la pena. 

Se vienen capítulos con muuuucho drama. Ahora empieza lo bueno amigas. 

Espero que os haya gustado. Muchos besos a todas. 










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