🌌| ᴘʀÓʟᴏɢᴏ➥ ʟɪʙᴇʀᴛᴀᴅ
➢ Con Syndra
Según muchos, el destino es un lugar al que pertenecer, una meta que alcanzar en el vasto mundo. En cambio, otros dicen que hace referencia a la utilidad o motivo de existir. Sin embargo, yo creía firmemente en lo contrario; que unas cadenas nos atrapaban en un cruel vórtice de terribles tragedias.
Y era curioso; yo, la Soberana Oscura, como aquella que buscaba la forma de curar los sellos que su maestro le impusó hacía ya tiempo, acabé perdiendo el rumbo a seguir cuando intenté recuperar lo que me arrebataron previamente.
Jamás debí acercarme a las dichosas runas. Víctima de ellas, las emociones negativas me consumieron en las llamas del odio.
Blanco o negro, luz u oscuridad, bondad o crueldad. No sabía a dónde pertenecía. Estaba completamente obsesionada con liberar el dichoso sello y volver a sentirme a como era realmente, sin ataduras firmes que me mantuviera cautiva en una celda, como ya lo hicieron tiempo atrás. Deseaba florecer o alzar las alas, y no labrar los campos como un miserable gusano.
Sin embargo, ¿cómo llegué a ese punto? Antes de responder dicha pregunta, necesitaba rememorar algunos acontecimientos previos.
Unas horas atrás, antes de que todo se fuera al traste, me encontraba sentada en un alto trono grisáceo parecido a un pedestal. Lucía un vestido negro, abierto en un escote de tirantes en O, que dejaba a la vista tanto la piel del centro que había entre los pechos, como la de los bordes de las caderas. Por otro lado, a la altura del abdomen, unos cinturones negros eran atados para hilar el conjunto. En la cintura llevaba una falda corta y ajustada de la que caían por cada borde unas colas de tela ligera; por debajo de la misma, forre las piernas en medias negras de muslos para abajo. Los hombros y brazos estaban protegidos por braceras y hombreras púrpuras —sobresaliendo como agudas espinas—, remachadas por oro bordado en los laterales. Y, por último, lo que más amaba de todo el conjunto; una corona con dos picos que se abrían y cerraban como las bocas de los escarabajos azucareros, mientras que una hermosa gema lila se situaba justo en el centro, a la altura de mi frente. Por encima de las orejas, sobresalían otros dos cuernos de la corona, que se extendían como plumas de las aves vastaya.
Durante la cansina espera del mago rúnico, me limité a limar impacientemente las uñas, harta por la demora del mago. No tenía nada que hacer en ese momento, ser inmortal en muchos aspectos tenía sus desventajas, y hablaba por experiencia, que viví muchas de ellas a lo largo del tiempo.
Todavía recordaba el día donde, en un fuerte arranque de ira y miedo, maté a todos mis conocidos; familia, amigos, aquellos que vinieron desde la aldea, y a la gran mayoría de los aprendices que residían en Fae'lor. Sin embargo, fue refrescante saber que Evard, el hermano que tanto odiaba, también murió.
Desde pequeña, Evard había estado destruyendo todos mis sueños y esperanzas a cumplir, riéndose descaradamente junto a sus amigos, con tal de arruinarme la vida y deleitarse con el sufrimiento ajeno. Golpes, insultos, miradas de odio, o robos indiscriminados hechos a fin de verme llorar desconsolada tras ver como destrozaban las pocas cosas que apreciaba.
Devolví todo eso.
Casi nada bueno pasó en mi vida, ni los espíritus subordinados a Jonia me amaban. Después de todo, fue el propio espíritu de Jonia quien me selló en un manantial por cientos de años; repudiada por mi familia, desprovista de poderes, y encerrada en los verdaderos grilletes del mundo. Quieta por las décadas, siglos, o centenas quizá. Sin embargo, no cedí la mente a la locura, sino que me sumí en los pensamientos más crudos de venganza.
¿Cómo no guardarles rencor? Me arruinaron la vida.
Solo hasta que los espíritus se olvidaron de mi existencia.
Pero la humanidad no me dejó atrás. Ellos erigieron un inmenso castillo en la tumba donde dormía con el fin de vigilarme y retenerme como su reclusa. No obstante, cuando las legiones de aquel lejano imperio amenazaron Jonia, fue el momento en que los guardianes decidieron que era el momento idóneo para irrumpir en mi letargo.
No me volverían a controlar. Nunca más.
Quería ser libre como las aves dibujadas en los cielos. Así que, una vez más, viendo que las personas querían aprovecharse de mí, los aniquile en un solo instante, erigiendo la Fortaleza Celestial en el cruento acto.
Aquel día, comprendí que el maestro tenía razón —él y todos los demás—: yo era una amenaza inminente para el mundo. Y aun portando ese colosal poder, decidí esconderme para hallar una cura, la llave para borrar aquellas cadenas de una vez por todas.
Escapando de diversos enemigos, y alejándome de las peores dificultades, busqué en cada esquina la forma de cumplir mi meta, pero parecía una tarea imposible. Nadie tenía respuestas a lo que buscaba.
En los viajes que llevé a cabo, exploré gran parte de Runaterra y mandé a muchos otros jóvenes recaderos con la excusa de otorgarles infinitas riquezas. Pensé en rendirme más de una vez, pero no desistí ante la ambiciosa idea de recuperar lo que me pertenecía.
Existía un ser experto en runas, alguien capaz de controlarlas y dominarlas sin caer en la ambición, alguien que las recolectaba para salvaguardar el mundo. El mago rúnico conocido por el nombre de Ryze. Decidida, escogí invitarlo a la Fortaleza Celestial, esperando por las respuestas que necesitaba abarcar inmediatamente a través de lo que diría la boca de un hombre tan sabio y longevo como él.
Y así, me quedé esperando por su presencia.
Finalmente, tras un largo intervalo de tiempo, un glifo de maná circular se dibujó en medio de la sombría sala del trono. El maná azul se materializó en un diminuto estallido de magia, trayendo al invitado, que estaba siendo acompañado por otras 2 leyendas de Runaterra.
Me levanté del asiento de forma firme y observé atenta a lo que se hervía delante de mí.
El primero de ellos, situado por delante de los otros dos, era la persona con la que me comuniqué en un comienzo. Un hombre de tez azul y glifos púrpuras tatuados en todo el cuerpo. La cara de Ryze era un poema. Tenía una larga y ganchuda nariz situada justo debajo de los profundos ojos azules, que emitían un tenue brillo celeste. No llevaba bigote, pero sí tenía una barba revuelta y larga que, aproximadamente, le rozaba el pecho. El abrigo y armadura ligera de Targón estaban hechos trizas, dejando una muestra visible del torso y la tripa; algo sumamente interesante, ya que los materiales que colgaban del cinturón parecían estables al echar un rápido vistazo por encima; tanto libros, como pergaminos, frascos y runas.
A la derecha de Ryze, otro hombre se erguía estirando el cuello. Tirada sobre el cuerpo, y cubriendo la cabeza, la piel de un gigantesco oso yacía muerta a sus espaldas. Los rasgos del hombre, hasta el conjunto de ropa desgarrada, eran bastante similares a los de Ryze. Al menos, este sí se dejó crecer el bigote de forma salvaje y desenfrenada. Si mis memorias no me engañaban, aquel sujeto se trataba de Udyr, el caminante de espíritus.
Y, en el ala izquierda de Ryze, otra presencia se difuminaba en una especie de espesa niebla dorada, como polvo estelar. Según las leyendas, en Runaterra habitaba un ser celestial que ayudaba a los desafortunados, una entidad conocida como el Bardo. Dirigí los ojos hacia el susodicho para presenciar como la máscara dorada de 3 simples orificios nacía del polvo, junto a los portentosos abrigos polares. La figura del hombre sin rostro se generó de cero.
Ante mí, 3 grandes seres acabaron reuniéndose para ofrecer sus servicios, más de lo que cabía esperar.
Me acerqué a ellos levitando ligeramente al compás de la brisa que se filtraba por la entrada, de mientras, estos me saludaron cordialmente. Balanceé la mano y devolví el gesto en forma de una inocente sonrisa, como si nada pasara. Acto seguido, cambié el gesto por una mueca de exasperación.
—Bienvenidos a la Fortaleza Celestial —dije, aterrizando delante de ellos—. Se que no es muy cortés por mi parte, pero... ¿tenéis la Runa Espiritual?
Los 3 guardianes del mundo se observaron entre sí, frunciendo sus ceños y mostrando ante mí un mayor número de incógnitas. Miré de soslayo, de forma impaciente. Que no emitieran un solo sonido por la boca me ponía de los nervios, casi sentía como dejaba desprender las emociones ante la molesta situación donde andaba metida desde tiempo atrás.
Nada más terminar de hablar en pensamientos, Ryze me lanzó un semblante punzante, y, en un tono de advertencia, dijo: —Eso depende, ¿para qué desea usarla?
—Para liberar el poder que me pertenece. Nada más.
Udyr cruzó los brazos, indispuesto.
—¿Y cómo puedes asegurarnos eso? Sabemos que serias capaz de intentar aniquilarnos, no solo a nosotros, sino a todo Jonia o Valoran.
Me llevé una mano al pecho, cerrando los ojos en el trayecto. Sin inmutarme lo más mínimo, acabé respondiendo a la pregunta del sabio.
—Bien saben ustedes, protectores del mundo físico y espiritual, que yo podría arrasar la Orden Kinkou sin despeinarme. Recuperar mi antigua fuerza no cambiará nada en lo absoluto. Simplemente quiero ser como una vez nací. —Separé los párpados, y apunté al Bardo—. Señor del reino celestial, usted siempre busca el equilibro para proteger a los débiles de las injusticias. Otórgueme la capacidad de separar el sello que se aferra a mi con uñas y dientes. Se lo pido como alguien más en este mundo, libéreme de la maldición, y prometo solemnemente no causar más problemas a nadie.
El Bardo asintió, meneando la cabeza de arriba a abajo. Después de un rato, los 3 volvieron a conectar miradas entrelazadas, como si se comunicaran telepáticamente, hasta que, al fin, tomaron la decisión.
—Está bien, Soberana Oscura —aclaró Ryze, sin disimular una amarga voz anciana—. Restableceremos su poder, pero tenga en cuenta una cosa —señaló, antes de advertir—: Estará tocando con las manos una de las sagradas Runas Geogénicas, su mente irá a tirones mientras que le rogará hacerse con ella. Jurará por los dioses no caer en la tentación de las Runas, si no, abandonará aquí mismo.
—Lo juro —oré en alto, llevando la otra mano al pecho. No me lo pensé dos veces, era la primera y última oportunidad que tenía.
—Entonces podemos iniciar con el ritual —afirmó.
Persistente, Ryze se agachó para tocar rápidamente el suelo. Los glifos celestes se desplegaron por el mismo hasta rodearme en un círculo de maná. Los 3 guardianes tomaron posiciones, haciendo un corro para no dejarme salir, pues sabían de la extrema agonía que sentiría durante el ritual de liberación.
Contemplé atemorizada al círculo del ritual, y perduré alerta, en caso de tratarse de una trampa. El mago rúnico hizo caso omiso, y rebuscó entre los bolsillos un artefacto en particular. No demoró en sacar una especie de gema ovoide de color jade, y en lanzarla hacia donde me encontraba. A medida que el objeto caía al suelo, se expandió hasta formar un orbe de color verde mar, encerrándome adentro a cal y canto.
Enseguida, noté una cadena enredando el corazón, y como lo arrancaba de un doloroso tirón: la codicia surgió. Los 3 sabios comenzaron a rezar cuanto antes.
Enderecé el cuerpo con vacile mientras apretaba los dientes y sentía como cada hueso rechinaba desde adentro. Todo ardía, hasta la piel, como si vertieran un caldero de agua hirviendo sobre mí. Algo se removía por dentro, pero no era tangible, ni siquiera podría apreciarlo en la desesperación de intentar arrancarme la carne con profundos arañazos.
El dolor y la cruda realidad me golpearon como nunca antes, y fueron aproximadamente 20 minutos de llantos y quejas, hasta que capté como el aura purpura de mi cuerpo se desbordaba en gran medida mientras formaba un pequeño ciclón que ascendía a los altos techos de la fortaleza.
—¡Syndra, contrólate! ¡Falta poco! —masculló Ryze, con los nervios aflorando la piel.
No obstante, no pude escucharlo correctamente. Un crujido rechinó en mi cerebro, provocando temblorosamente que llevara las manos hacia los cuernos de la corona, intentando retirarla, como si no me perteneciera. El sonido del metal de la corona resonó al caer al suelo, sobre las losas de piedra. Los glifos celestes del suelo oscilaron en tonos verdes, los colores pertenecientes al orbe. Como resultado, unos radiantes hilos aparecieron en la superficie de la esfera, y se estiraron hacía donde me quedé paralizada previamente, clavando las puntas y encadenándome en ese lugar. Como la aguda puñalada de un cuchillo, me traspasaron el pecho desde distintos ángulos. Grité de dolor, presa del pánico.
—¡¿Qué están haciendo?! ¡Esto no es lo que me prometieron! —Intensifique los alaridos que ensordecían la habitación, pensando que me traicionaron.
Udyr exclamó: —¡Es el espíritu de Jonia! ¡El también pertenece a la Runa, y no debe querer que cortemos el sello!
—¡Haced algo, os lo ruego! —grité, llorando desesperada, hasta el punto en que agaché todo el cuerpo y me incliné a los magos, con las redes fluorescentes siguiendo enganchadas con el objetivo de causarme aún más daño, si es que cabía esa posibilidad—. ¡No puedo mantener la calma! ¡Por favor, que sea ya!
Ryze me atenazó con una mirada preocupada en las fruncidas cejas, como si no quisiera aceptar la realidad. El espíritu de Jonia que dormía vinculado a la Runa me estaba torturando, seguramente rebuscando en mi interior la forma de extraer los poderes antiguos y eliminarlos de un parpadeo.
No lo permitiría.
La visión en mis ojos se aborreció de golpe. Mareada, intenté levantar el cuerpo para situarme de pie y mirar a los sabios, pero no podía diferenciar ni los colores; perdí gradualmente la visión y la cordura. Sí seguía así, acabaría devastando el área en un alto radio.
Atento a ello, Ryze gritó: —¡No caigas antes de luchar! ¡No dejes que esas malas costumbres se peguen en tu cabeza por mucho que duela!
Trastabillando, por fin escuché algo tras todo el jolgorio. Sonreí, adolorida por dentro cuando las brillantes cuerdas se cerraron junto al orbe para comprimirse y terminar conmigo.
Al demonio, dominaría aquello por propia fuerza de voluntad. No me postraría ante el espíritu que me mantuvo cautiva por años, y que, ahora, trataba de hacer algo peor solo para crear una falsa fachada de equilibrio. Riéndome en la cara del dolor, susurré un último aliento:
—¡Maldita sea! ¡El poder...! —tosí, intentando estirar los brazos—. ¡Pertenece sólo a aquellos que pueden esgrimirlo!
Mi cuerpo centelleó de un ligero verde mar, hasta teñirse del característico púrpura que solía emanar del interior al abusar de la fuente de poder. La piedra apareció en mis manos, resplandeciendo como una bella esquirla casi plateada, tan brillante, que dejé de percibir cualquier cosa. Por instinto, la apreté, drenando la energía vital con emociones malignas.
Debía hacerla mía.
Un estallido violáceo me quemó. Tan contundente fue, que no sabía sí seguía en el mismo lugar; pero, aun así, era la primera vez en muchos años que estaba verdaderamente contenta. Algo cambió, desgraciadamente, tardé en entender lo que ocurría.
El resplandor en todo el lugar se acabó de un momento a otro, y mis piernas perdieron cualquier rastro de energía, al igual que los sentidos. Fui derribada en el suelo, presa de las fuerzas de la gravedad y con la vista obstaculizada por diminutas manchas negras.
—Hemos fracasado... Sucumbió —dijo una voz, entonando tristeza. Supuse que era la de Ryze, ya que escuché como unos pasos se acercaban y me tomaban para examinarme detalladamente los ojos. Un suspiró rehuyó—. Está muerta... —Algo movió mi mano, abriendo la palma.
Otra voz de sorpresa exclamó: —¡La runa! ¡Ha desaparecido!
Una pluma de hielo fue la última cosa que vi antes de que todo se tornara oscuro. Comprendí tiempo después que la avaricia fue la causante de mi muerte.
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3700 palabras.
Para el que no lo supiera, sí, la historia de Syndra es bastante trágica. Sin embargo, ella misma causo su propia ruina. En esta historia, para que todos los sucesos encajen, tome la decisión de eliminar el estanque donde Syndra es sumergida, y sustituirlo por redes que la mantengan viva, haciendo en el proceso otra cosa. Por otro lado, La Runa Geogénica de los Espíritus o Runa Espiritual (Como prefieran llamar al artefacto) fue completamente inventado. Es un objeto muy necesario para el avance de la trama, junto con cierto personaje del siguiente capitulo.
¡Disfrutad! Y comentad si queréis lo que os pareció este inicio.
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