Flechas, arena y el yelmo de todos los problemas
Capítulo 8
El aire a mi alrededor se vuelve espeso, pesado, como si el mismo ambiente estuviera tratando de atraparme. Mis ojos recorren las sombras del pasillo, el eco de nuestros pasos se desvanece, como si las paredes mismas quisieran tragarnos. Todo está demasiado callado.
De repente, escucho un crujido, un sonido tan sordo y retorcido que me eriza la piel. Al principio, lo ignoro, pero el crujido se repite, como si algo se estuviera moviendo lentamente, avanzando a través de la oscuridad. Mis compañeros siguen adelante, ajenos a la creciente tensión que se acumula en mi pecho. Mi cuerpo, por alguna razón, se estremece más de lo que debería.
—Oribell—susurra una voz a mi lado, pero no la escucho. Mis ojos están fijos en algo que se mueve en las sombras.
Unos pasos adelante, en la penumbra, algo largo y delgado se desliza, como una sombra que se estira y retuerce, arrastrándose hacia nosotros. La criatura es como una columna vertebral expuesta, cubierta de brea, que brilla débilmente a la luz de nuestras antorchas. No tiene rostro, pero algo en la forma de su cuerpo me hace sentir que está observándonos. Las extremidades de la criatura, delgadas como costillas rotas, se estiran hacia el suelo, crujendo con cada movimiento, generando un sonido tan inquietante que me hace temblar. De su cuerpo emana un cántico bajo, un sonido gutural y retorcido que, aunque no tiene palabras, se cuela en mi mente, susurrando mis miedos más oscuros, mis inseguridades. La brea que recubre su cuerpo gotea lentamente, cayendo al suelo con un sonido pegajoso que me hace sentir que, si no me muevo, esa sustancia comenzará a tragarnos. Mi corazón late más rápido. Cada paso que doy hacia atrás es un susurro de desesperación en mi mente, pero no puedo apartar la mirada de esa criatura. Su movimiento es lento, como si disfrutara de nuestra ansiedad. Cada vez que sus "costillas" crujen, siento un estremecimiento en mi interior, como si algo dentro de mí estuviera desgarrándose, colapsando bajo el peso de lo que esta cosa podría ser.
—¿Qué es eso? —me atrevo a susurrar, mis palabras parecen ahogarse en el cántico, pero sé que todos lo han escuchado.
Nadie responde. La criatura avanza, sus extremidades se retuercen como insectos, moviéndose de una manera antinatural, errática, pero con una precisión que hace que un miedo primal se apodere de mí. El cántico se intensifica, volviéndose más agudo, como si la criatura estuviera celebrando nuestra desesperación. Es imposible respirar. Cada inhalación parece más pesada, cada exhalación más corta, como si el aire fuera absorbido por la misma presencia de la criatura. La brea que gotea de su cuerpo empieza a arder, huele a ácido, como si estuviera quemando todo lo que toca. Y, de repente, me doy cuenta de que no solo está protegiendo el yelmo... está protegiendo todo este lugar, lo que hay dentro de él.
—¡Atrás! —grita alguien, pero ya es tarde. Con un sonido ensordecedor, las extremidades de la criatura se despliegan hacia nosotros, y la oscuridad que nos rodea se siente más fría, más asfixiante.
Logramos apartarnos de la criatura rápidamente, esquivando sus embestidas, pero Lissandro, con esa furia que lo caracteriza, no se detiene ni un segundo. Su risa suena fuerte y desafiante, y sin pensarlo, se lanza directamente contra la criatura, su espada brillando en la oscuridad. Sus golpes son rápidos, certeros, pero la criatura parece ser invulnerable. Los ataques de Lissandro apenas la afectan, y la brea que recubre su cuerpo parece reabsorber incluso los impactos más poderosos.
Percy, sin perder el tiempo, invoca a Anaklusmos, la espada de fuego, y se une a Lissandro en el ataque, apoyándolo con movimientos ágiles y potentes. La criatura responde con un crujido de las costillas que la componen, su cántico sigue sonando en los oídos de todos, un recordatorio de lo que estamos enfrentando. Tomás, Malec y Will no dudan en lanzar flechas, pero nada parece hacerle daño a la criatura. Es como si estuviéramos luchando contra una sombra imposible de vencer.
Mientras ellos se ocupan de la criatura, Nico y yo nos dirigimos rápidamente hacia las armaduras, observando cómo nuestros compañeros luchan con todas sus fuerzas. La tensión en el aire es palpable, pero la urgencia de encontrar el yelmo nos impulsa a seguir adelante. De repente, escuchamos un sonido extraño, como si algo estuviera graznando, y al mirar, vemos a Alex y Desiree volando hacia una zona detrás de una de las armaduras.
—¡Ahí tiene que estar!—digo, levantándome con rapidez. Nico me sigue, y ambos nos acercamos a la armadura, pero justo antes de llegar, la criatura lanza un ataque brutal que hace que Percy y Lissandro tengan que bloquearlo con todas sus fuerzas.
—¡Sigan! ¡Busquen esa cosa para irnos!—grita Percy, sin dejar de atacar, su rostro lleno de determinación. La situación es cada vez más desesperante.
Al llegar a donde estaba la armadura, la empujamos con todas nuestras fuerzas, pero al caer al suelo, descubrimos que no hay nada, la pared está lisa, sin ningún indicio de lo que estábamos buscando.
—¿Sientes algo?—pregunta Nico, mientras sus dedos recorren la pared, buscando alguna señal.
—Creo que está detrás del muro...—digo, mi voz temblando ligeramente. El pánico empieza a subir por mi garganta. Recuerdo lo que leí en los libros antiguos, sobre la cámara secreta oculta en este lugar, pero lo que me preocupa es que no hay ningún mecanismo visible para abrir la puerta. —En los libros decía que había una cámara secreta, pero normalmente, aquí debería haber algo que haga que la maldita puerta se abra, y no hay nada.
Nico se queda quieto por un momento, concentrándose, sus ojos cerrados mientras se conecta con la energía que siente a su alrededor. La conexión entre él y el yelmo es palpable, y por un momento, la criatura deja de moverse, como si estuviera esperando algo.
—Concéntrate—me dice Nico, abriendo los ojos. Sus palabras son serias, cargadas de presión. —Tienes que sentir donde está. Tú y Malec están conectados a esa cosa, porque forma parte de ustedes. Tienes que sentir dónde está...
Lo miro, casi con desesperación. El yelmo es la clave para salir de este lugar, pero el tiempo se acaba, y la criatura está cada vez más cerca de nosotros. Mis manos tiemblan, pero cierro los ojos, tratando de bloquear todo lo que sucede alrededor. Solo puedo enfocarme en una cosa: la energía del yelmo.
Es como si pudiera sentir algo, una vibración sutil, un susurro en el aire. Me concentro más, y entonces, lo siento. La energía está justo detrás de la pared, una fuerza que palpa mi conciencia, haciéndome sentir que estamos más cerca de lo que parece. Mi corazón late con fuerza, y una idea comienza a formarse en mi mente.
—Está aquí—susurro, tocando la pared con más fuerza. —Creo que tenemos que... hacer que la pared se mueva. Pero no sé cómo.
De repente, una explosión de energía sacude el aire, y la criatura lanza un grito desgarrador, como si supiera que estamos a punto de encontrar lo que buscamos. Cada segundo cuenta ahora.
La desesperación me consume, pero no sé qué hacer. Mis manos recorren la pared una y otra vez, tocando todas las partes en busca de algo que abra la cámara, pero no hay nada, absolutamente nada que lo haga. Siento miedo, siento que todo ha terminado. La presión en mi pecho crece, como si la oscuridad de la criatura nos fuera a tragar. Todo va a terminar mal... o al menos eso creo, hasta que escucho un silbido que corta el aire.
Una figura aparece de la nada, tan rápida como la sombra que nos acecha. Es una chica, su cabello cobrizo brilla como el atardecer, y un mechón dorado/amarillo se mueve con gracia. Una tiara en forma de luna adorna su frente, y su sonrisa es tan segura que, por un momento, me olvido del terror que nos rodea.
—¡Hey, feo! —grita con una voz desafiante, su tono burlón cortando la tensión del momento. Sin dudarlo, lanza una flecha. La flecha se divide en tres, y cada una de ellas emite un resplandor intenso, como el color de la misma luna. Las flechas vuelan con una precisión mortal, y se clavan directamente en las costillas de la criatura. Un grito ensordecedor surge de ella, y por un momento parece tambalearse, pero su sombra continúa retorciéndose como una masa informe.
La chica corre hacia nosotros, sus movimientos son ligeros y rápidos. Llega hasta Malec, quien está herido y se incorpora lentamente, su rostro esta contorsionado por el dolor.
—Elizabeth—dice Malec, con voz baja y sorprendente. En ese momento, todo encaja. La chica no es una desconocida, es nuestra hermana... la hija mayor de Morfeo y la acólita de Artemisa.
Me quedo paralizado, observando cómo ella se acerca a Malec. Es imposible no sentir una mezcla de asombro y alivio, como si una parte de la oscuridad que nos rodea finalmente se despejara. La energía que trae consigo es diferente a la de la criatura, es como una luz tenue pero firme, como la luna misma en medio de la noche.
—Malec, ¿estás bien? —le pregunta Elizabeth con una expresión de preocupación, aunque su tono sigue siendo igual de confiado que siempre. Es como si nada pudiera tocarla, como si ella misma fuera una fuerza inquebrantable. Sus ojos ámbar brillan con el mismo resplandor de la luna, como si la calma de Artemisa residiera en ella.
—Estoy... bien, ahora—responde Malec, aunque todavía se ve débil. Elizabeth no espera más y se coloca frente a él, mirando a la criatura con furia en sus ojos.
—Esto termina aquí—dice con determinación. Con un movimiento rápido, toma una de sus flechas restantes, la cual brilla aún más intensamente. El brillo lunar envuelve la punta de la flecha, y ella la dispara hacia el corazón de la criatura. La flecha atraviesa el aire con una velocidad casi sobrenatural, y al impacto, la criatura emite un grito agonizante, como si estuviera siendo consumida por la luz misma.
La brea que cubre su cuerpo comienza a evaporarse, desintegrándose lentamente en el aire. La criatura se tambalea, su cántico ya no tiene la misma fuerza, y en un último esfuerzo, intenta atacar nuevamente. Pero es inútil. La flecha de Elizabeth ha sido suficiente.
La criatura cae al suelo, desmoronándose en una masa viscosa que se disuelve en el aire. El silencio que sigue es absoluto, pero la atmósfera sigue cargada de tensión. La amenaza ha desaparecido, pero no sabemos cuánto tiempo durará la calma.
—Elizabeth, ¿qué haces aquí? —pregunta Malec, su voz llena de sorpresa y gratitud. Elizabeth, con su sonrisa tranquilizadora, lo mira.
—¿Qué creen? ¿Qué me iba a quedar esperando mientras ustedes se meten en problemas? —responde con un tono juguetón, pero sus ojos reflejan una profunda preocupación. —Morfeo y lady artemisa me enviaron para asegurarme de que el yelmo estuviera a salvo. Y, por supuesto, para salvarles el pellejo.
Elizabeth se acerca a mí con esa calma imperturbable que la caracteriza, mientras Will y Tommy se concentran en tratar las heridas de Malec, que sigue tambaleándose pero ya está algo más consciente. La preocupación en su rostro es evidente, pero en sus ojos también hay una chispa de admiración por la llegada de nuestra hermana.
—Entraste en pánico, niño—dice Elizabeth, con un tono suave, pero lleno de esa crítica cariñosa que siempre ha tenido. Su mirada se fija en la pared lisa, como si estuviera viendo más allá de su superficie fría. —Pero al menos sabes dónde está el yelmo.
—¿Tienes la arena con ustedes?—pregunta, sin apartar la vista de la pared, y mi confusión crece.
—Sí—respondo, asintiendo levemente, aún sin entender a qué se refiere. —¿La necesitarás?
Ella me mira entonces, como si estuviera evaluando mi reacción. Su expresión cambia a una más seria, y por un momento, siento que estamos conectados de alguna forma extraña. Como si, de alguna manera, todo lo que está ocurriendo tuviera un propósito, y yo fuera una pieza más en este complicado rompecabezas.
—Sí—responde, y su voz toma un tono más bajo, más urgente. —Los elementos de la revelación están conectados entre ellos, son importantes. La arena es una especie de llave que abrirá la cámara... o algo así.
Sigo sin entender del todo lo que está pasando, pero la seriedad en sus palabras me hace tomar la arena de mi mochila sin cuestionar más. La arena parece pesar más de lo que debería, como si estuviera cargada de una energía que me es ajena, algo ancestral.
—Entonces, ¿qué tengo que hacer?—pregunto, mi voz temblando un poco mientras intento comprender lo que me dice.
Elizabeth no dice nada, solo me mira fijamente, esperando. Al parecer, no hay más que hacer que seguir sus instrucciones. Con un suspiro, dejo caer un pequeño puñado de arena sobre la pared, y, para mi sorpresa, empieza a moverse por sí sola. La arena se desliza lentamente, como si tuviera una vida propia, su resplandor leve brilla con un color cálido, casi dorado, y se adhiere a la pared, formándose en una pequeña grieta que empieza a crecer.
—Está funcionando—murmuro, sin poder evitar sentir una mezcla de asombro y temor.
La grieta se ensancha lentamente, como si la pared misma estuviera cediendo a la voluntad de la arena, y de repente, el sonido de un mecanismo antiguo comienza a resonar en el aire. La cámara secreta comienza a abrirse, y la arena se disuelve, desapareciendo en la oscuridad de la nueva entrada.
Allí, en el fondo, en un pedestal de piedra cubierto por la sombra de la cámara, está el yelmo. El objeto que hemos estado buscando, brillante y oscuro, como si estuviera esperando ser reclamado. Algo en el aire cambia, como si la atmósfera se volviera más densa, más peligrosa.
—Es nuestro—susurro, mi corazón latiendo rápido mientras observo el yelmo. La sensación de estar tan cerca de lo que hemos venido a buscar me llena de una extraña mezcla de alivio y ansiedad.
Elizabeth se acerca a mi lado, su presencia reconociendo la importancia del momento, pero también la gravedad de lo que estamos a punto de hacer. La misión aún no ha terminado, pero por primera vez en mucho tiempo, siento que hemos dado un paso decisivo.
—Tómalo—dice, y su voz es firme, como si no hubiera espacio para la duda. Yo me acerco al pedestal, pero antes de poder tocar el yelmo, un escalofrío recorre mi columna vertebral. Sé que lo que hacemos ahora tendrá consecuencias, pero no hay vuelta atrás.
Con un gesto decidido, extiendo la mano y tomo el yelmo. Al contacto, una oleada de energía recorre mi cuerpo, como si algo en el objeto estuviera despertando. Y en ese momento, me doy cuenta de algo. Este yelmo no solo tiene poder. Es una llave, una puerta hacia algo mucho más grande, algo que aún no entendemos completamente.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top