CAPÍTULO 03
Konoha
El edificio del Hokage estaba atiborrado de ninjas que iban y venían corriendo de todos lados. La situación se estaba volviendo tensa, aunque apenas llevaban un día en la búsqueda de la menor.
– ¿En serio estás seguro de que no nos ha traicionado? – preguntó por enésima vez Shikamaru.
– ¿Cómo te atreves siquiera a pensarlo? – gruñó el contrario – ¡Es mi hija, la niña más buena y con los mejores valores de toda Konoha!
– ¡Pero es una ninja, Naruto! – alzó la voz – ¡Una ninja que al igual que otros, quiere hacerse más fuerte!
Para Naruto era difícil creer que algo así era posible. Podía creer que eso podría pasar con Kawaki e incluso con Boruto, pero jamás pasaría con Himawari. De eso estaba seguro.
– ¡Ya basta, Shikamaru! – Le gritó – ¡Estoy arto de que te la pases cuestionando la forma de crianza que le dimos a Hima y la creas capaz de no ser ella la víctima de lo que esta pasando. Estás tomando la situación como si tu y yo no nos conociéramos desde niños, Dattebayo!
Shikamaru se quedó en silencio. Nunca había escuchado a Naruto hablar de esa forma y reclamarle algo.
– Lo siento – al darse cuenta de la forma en que lo trató, Naruto se sintió culpable – Pero así como tu conoces a tu hijo, yo conozco a los míos – aseguró – Y en lo profundo sé, que a Himawari le ha pasado algo... Algo que tiene que ver con ese pergamino.
Shikamaru suspiró. Entendía a su amigo y comenzaba a compartir la desesperación de este.
– ¿De que era ese pergamino? – cuestionó Naruto.
Shikamaru hojéo algunos documentos.
– Al parecer era un jutsu prohibido que alteraba las líneas atemporales.
Naruto tenía una cata confundido.
– Quiere decir que, además de nosotros, al parecer hay varios mundos con los que no podemos conectar – aseguró él – Aunque...
– ¿Aunque qué, Shikamaru, que hay de más?
– No sé si este jutsu pueda hacer que las personas viajen dentro estas líneas de tiempo.
Naruto se quedó impactado.
– Es un jutsu muy viejo – hizo memoria – Cuando los revisé, muchos pergaminos no tenían jutsus que hoy día, nadie podría conocer.
Hubo un silencio entre ambos, dejando que el ruido de todos los ninjas fuera más fuerte.
Hasta que, en un punto, las pisadas eran dirigidas exactamente a la oficina del Hokage, las cuales no duraron en mostrar de quien eran. Pues en cuestión de segundos, Hiashi, Hanabi y Hinata Hyūga estaban dentro de la habitación.
Naruto se puso de pie tan solo verlos. Se notaba la preocupación de todos acerca de la situación.
– ¿Ya sabes algo? – no dudó en preguntar Hiashi.
Naruto solo negó.
– Naruto – Shikamaru habló – ¿Será que no hay nadie que pueda leer esos jutsus...?
– Ya dilo, Shikamaru, no le des rodeos.
Los demás se quedaron intrigados.
– El clan Hyūga es el más longevo de Konoha y puede que la historia pase de generación en generación – aseguró – Señor Hiashi, ¿usted conoce los signos de manos que se hacían desde antes de los que actualmente conocemos?
– Sí, los conozco como la palma de mi mano – aseguró este – ¿Tiene algo que ver?
– ¿Y de casualidad esos símbolos se los ha enseñado a alguien más?
Hiashi recordó.
– Se los enseñé hace ya tiempo a Himawari – dijo con seguridad.
Naruto y Shikamaru se miraron entre sí y lo entendieron. Ya sabían por dónde comenzar a buscar.
[...]
La noche fue larga. A penas se dirigían simples monólogos, aunque ella tratara de hacerle un poco más de conversación, pero él solo se limitaba a simples respuestas.
– Ya está amaneciendo – recalcó ella, tras ver un poco de luz proveniente de la entrada de la cueva.
Él solo volteó a donde la entrada y suspiró.
– Al menos no tuve otro percance además de este – comentó para sí.
Himawari, quien ha tenido las sentidos perfectamente agudizados, no dijo nada ante el comentario de éste, aunque le haya causado cierta molestia.
– Por cierto... Giyū... – después de tan poca interacción, ella ya no sabía como dirigirse a él – ¿Por qué llevas esa espada contigo? ¿Qué tipo de jutsus usas para que además uses la espada?
Él parecía confundido.
– ¿Jutsus? – nunca había escuchado esa palabra – ¿Te refieres así al tipo de respiración?
– ¿Respiración...?
Giyū resopló, había intercambiado bastantes diálogos con ella y él no era alguien de muchas palabras. Además se estaba cansando de que, tanto él como ella, no supieran de lo que estaban hablando. Como si fueran otro tipo de personas.
– Te llevaré a otro lugar, Himawari – ella se sorprendió de que él se dirigera directamente – Aunque antes de ir a ese lugar, vamos a que te compres otra ropa.
Himawari miró cada aspecto de su ropa: sus zandalias negras, su pantalón holgado y su playera corta. Nada en eso le parecía fuera de lugar.
– Mi ropa no es mala, ¿por qué quieres que la cambie?
Él ya no dijo nada y, tras varios minutos de caminar por el bosque, siendo perseguido por Himawari, comenzaron a adentrarse a una aldea.
Himawari estaba un tanto emocionada por conocer un pueblo nuevo. Y, tras ver a varias personas caminar entre las calles, se sintió incómoda y comprendió el asunto de la ropa a la que Giyū se refería. Pues en aquel lugar, tanto hombres como mujeres vestían de Kimono y al parecer no conocían aquel tipo de ropa que ella llevaba, pues todos se le quedaban viendo de una forma muy extraña.
Caminando mientras se siente incómoda, se centró en si misma que olvidó por completo que iba siguiendo a Giyū... hasta que se tropezó con él.
Él no se inmutó, ni le dijo nada. Tampoco ella, porque, al fin de cuenta, terminó sacándola de sus pensamientos intrusivos.
– Vamos a entrar aquí.
Himawari no entendía muy bien a dónde la llevaba, pues por fuera solo parecía una simple casa. Al ingresar a ésta, había una cantidad inimaginable de distintos diseños de Kimonos tanto para varones y mujeres, incluso para niños.
– Giyū-san... yo no tengo dinero como para pagar por uno de estos – y era cierto, pues cuando iban a una misión debían cargar con lo mínimo, y el dinero solo generaba un peso innecesario.
Él volteó a verla y en su pecho sintió una extraña opresión.
– Elige uno para sustituir tu ropa actual y aparte escoge otros tres para que puedas cambiarte – ella seguía impresionada por tanta variedad – No te preocupes por el dinero.
A Himawari se le iluminó la mirada.
– ¡Gracias, Giyū-san!
Su favorito fue un rosa con flores de cerezo bordadas en las mangas, acompañado de un obi a color amarillo. Si le preguntaban, era la combinación perfecta para sus gustos y le recordaba a su ropa favorita que solía usar cuando era niña.
Salieron del local. Himawari cargando con la bolsa en donde llevaba los demás Kimonos y Giyū con el pergamino cruzado por su espalda.
– Oye, Giyū-san – solo obtuvo silencio. Comenzaba a entenderlo, eso significaba que la estab escuchando – Todos se me quedaban viendo por mi ropa extraña, pero la tuya tampoco es algo que las personas del lugar suelen usar, pero a ti no te miran raro.
– Es mi uniforme de exterminador de demonios – contestó – La gente suele ver a personas como nosotros vigilando las aldeas, y aunque la ellos no crean en la existencia de los demonios, tampoco ignoran el trabajo de un cazador.
Himawari entendía y a la vez no entendía la situación, pues no estaba acostumbrada a esos términos y aún no congeniaba con esta temporalidad, tampoco llegaba a una conclusión de lo que le podría haber pasado.
A su olfato llegó un aroma delicioso, cosa que no pudo ignorar, pues llevaba sin comer desde casi ya un día. Volteó a su alrededor para descubrir de dónde provenía.
Tan ensimismada estaba en sus pensamientos que, al estar en medio de la calle, una chica que venía corriendo, se tropezó con ella, haciendo que ambas cayeran.
No había sido un impacto tan fuerte, así que de inmediato se puso de pie y ayudó a la chica.
"—Que bonita es—". Pensó de inmediato al verla directamente. Una piel tan blanca que hacía resaltar sus ojos grandes e iris de un rosa oscuro, al igual que unas mejillas que reflejaban su exposición al sol por algunos minutos. Su cabello castaño bien recogido en un moño bajo, que hacían notar su largo cuello y facciones suaves pulidas por el tono rosa del kimono que llevaba. Kimono bastante bonito, el cual tenía un bordado de estrellas y era complementado con un Haori negro.
– Lo siento mucho – la chica se disculpó con una ligera reverencia.
Himawari no pudo articular palabra y solo respondió a la reverencia. Su contraria se alejó de a poco, encontrándose con otro chico que llevaba un Haori verde con cuadros negros y una gran canasta cargando en la espalda. Una pareja tan peculiar que Himawari no pudo dejar de observar por un buen tiempo, sientiendo un apretón en el pecho, directo en el corazón.
– ¿Tienes hambre? – la sacaron de su burbuja con esa pregunta.
Al darse la vuelta, Giyū ya estaba entrando a un restaurante de fideos ramen.
Ambos se sentaron y pidieron una orden.
– ¿A dónde iremos ahora? – preguntó ella.
– La noche es impredecible, así que te dejaré con el señor Urokodaki – contestó él – seguro que te cuidará hasta que busques una solución a tu situación.
Himawari se quedó callada por un tiempo. Nunca había tenido problemas en cómo expresarse y justo ahora estaba teniendo esa dificultad con él.
– ¿Y no hay una forma en que pueda seguir contigo? – por fin habló, algo insegura – Eres a la única persona que conozco aquí y, podría decir, que en la única que confío.
– No.
– No te estorbaré, Giyū-san.
– No puedo proteger a la gente, luchar contra un demonio y todavía preocuparme por ti; así que no.
– Puedo serte de ayuda. Sé pelear.
– Lo dudo, me estorbarías.
Himawari quería seguir discutiendo para lograr convencerlo. No obstante, Giyū se levantó y salió a recibir una carta que llevaba un cuervo en la pata. Enseguida volvió a entrar y pagó la cuenta.
- El cuervo te guiará a donde el señor Urokodaki. Yo me voy.
Y, tras entregarle el pergamino, él salió corriendo.
Chyio67
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