III. Gritos

ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?

"ᴛᴏ ꜱᴘᴀʀᴇ ᴍʏ ᴘʀɪᴅᴇ
ᴛᴏ ɢɪᴠᴇ ʏᴏᴜʀ ʟᴀᴄᴋ ᴏꜰ ɪɴᴛᴇʀᴇꜱᴛ, ᴀɴ ᴇxᴘʟᴀɴᴀᴛɪᴏɴ
ᴅᴏɴ'ᴛ ꜱᴀʏ ɪ'ᴍ ɴᴏᴛ ʏᴏᴜʀ ᴛʏᴘᴇ
ᴊᴜꜱᴛ ꜱᴀʏ ᴛʜᴀᴛ ɪ'ᴍ ɴᴏᴛ ʏᴏᴜʀ ᴘʀᴇꜰᴇʀʀᴇᴅ ꜱᴇxᴜᴀʟ ᴏʀɪᴇɴᴛᴀᴛɪᴏɴ"

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8 horas de atraco
Viernes 18:25





















— ¿¡Estás enferma!? ¿¡Qué mierda te pasa por la cabeza!? ¡Decime! — Gritó enojada Sídney hacia Tokio.

Las cosas se habían salido de sus manos, todo por culpa de Tokio. Luego de lo sucedido, subieron a la sala principal donde guardaban todas sus cosas y empezaron a reclamarle a Tokio por lo sucedido. Más que todo Sídney y Denver, pues eran los que más temperamento tenían del equipo. Tokio era igual a ellos, pero en ese momento el error lo había cometido ella, y se encontraba tan callada y quieta como una planta. Su mirada dirigida al suelo.

— ¡Explícame qué puta mierda ha sido eso! ¡Explícame qué cojones ha sido eso! ¡Se te va la cabeza! ¡Que has acribillado a dos policías! — Le escupía Denver cerca de su rostro.

La chica no respondía nada, tampoco mostraba emoción alguna, era como si estuviera en shock. Tal vez, saber que casi mataban a Río por su culpa le había dado una fuerte cachetada de realidad de en donde estaban. El chico, en ese instante, era curado por Nairobi.

— Tranquilízate — Habló Tokio por primera vez. Su tono de voz eran entre dientes, aguantando su enojo — Apareció un puto policía disparándome. ¿Qué hubieras hecho tú, escupirle?

Denver se alejó de ella — Mira, ¡me cago en mi vida!

— Pues qué vas a hacer, tía, qué vas a hacer, seguir el puto plan, joder, que lo hemos repasado 400 millones de veces — Habló Nairobi molesta — Lo hemos dicho, no íbamos a disparar a nadie.

Como para sumarle más leña al fuego, Río interrumpió — Caí bloqueado con los impactos y ella me cubrió.

— ¡Cállate! — Gritó Denver en su cara y golpeó la mesa.

— ¡Caíste al suelo bloquedo por su culpa! ¡Por ir adelanta y no hacer algo tan simple como respetar el plan! ¡Y escuchar las indicaciones de Berlín! — Sacó en cara Sídney y Río pareció no querer abrir más la boca.

— Además, Nairobi y yo también te cubrimos, pero disparando al suelo, no a los cuerpos a quemarropa — Recordó Denver.

El ruido de la puerta se escuchó, y de la misma ingresó Berlín con el rostro completamente serio, con una tensión que parecía querer matar a Río y Tokio. Al verlo, todos se mantuvieron en silencio.

— Ya se están llevando a los policías heridos — Avisó el mayor — ¿Están conectados los teléfonos?

Río de inmediato puso el objeto sobre la mesa y se lo alcanzó — Fuera cualquier señal inalámbrica o de radio. Pasamos a analógico — Todos les dieron sus intercomunicadores y los tiró a la pecera — Llama al Profesor.

El más pequeño hizo lo pedido y se mantuvieron a la espera unos cortos segundos antes de que el hombre contestara a su llamada. Berlín fue quien habló por todos.

— Dos policías heridos......Tokio. Conecta las cámaras al Profesor — Esto último fue una órden para Río — Rozaron a Río y Tokio disparó. Al parecer, tienen una relación.

La mirada de Tokio se levantó al oír las declaraciones del hombre. Al contrario, la de Sídney fue hacia el suelo y pasó su lengua contra su mejilla interna mientras aguantaba las ganas de rodar los ojos.

Berlín extendió el teléfono hacia la española y esta se levantó a atender — ¿Qué? — Preguntó a la defensiva. No hacía falta ser adivino para saber qué le había preguntado el Profesor — ¿Qué coño estás diciendo? No. El amor de mi vida murió por mi culpa, así que lo último que pienso es en tener una relación con crío. Disparé para protegerme; a mí y a mi compañero. Y, señor Profesor, por mucho que lo haya pensado, las cosas no siempre salen como las tiene previstas.

Un corazón salió herido en esa conversación. No fue el del Profesor, no fue el de Tokio, y, sorprendenteme, tampoco fue el de Río. Sídney sintió un nudo en la garganta, pero a diferencia de las mayoría de veces que se trataban de Tokio, esta vez fue de enojo.

Sabía la historia completa respecto a la ex pareja de la chica. Se la había contado cien veces, de principio a final, detalle por detalle, sentimiento a sentimiento, y siempre tuvo en su cabeza el hecho de que fue y será para siempre el amor de su vida, como se lo dijo al Profesor, pero el modo en que lo había dicho, sin quererlo, la dañó. Ese tono de voz que en su cabeza expresó que nunca podría amar a alguien como lo amó a él, hizo que su corazón se hundiera bajo tierra, pues ni siquiera le había dado una oportunidad. Mierda, ni siquiera tenía tal oportunidad.

Tokio cortó la llamada enojada y salió a paso rápido de la habitación dando un portazo, haciendo que la argentina volviera a elevar su mirada para mirar por donde se había marchado. Se alejó del sofá en el que estaba apoyada y se encaminó hasta la salida, cuando salió y estuvo a punto de cerrar la puerta, pudo ver la mirada de confusión que le daba Nairobi, pero la perdió en cuanto se marchó de allí.

Intentó seguir el paso de Tokio, pues la chica iba mucho más adelante de ella. Al doblar la esquina pensó que la había perdido al no verla, sin embargo, un ruido provino de los baños femeninos y se acercó hasta allí. Al ingresar, vio a Tokio con su mono atado a la cintura y remojando su cara con agua del lavabo.

— No se te puede ir la cabeza de esa manera, Tokio — Le habló Sídney. Su tono no era de regaño, solo quería hacer entrar en razón a la otra — Río pudo morir.

La española suspiró ruidosamente y arrebató molesta una toalla para secar su rostro. Después se volteó hacia ella con sus cejas fruncidas.

— ¿Ahora me hablas? — Preguntó sarcastica — Pues parece que para insultarme y escupirme en la cara las cosas que hago mal, no necesitas ignorarme.

Eso le molestó un poco pero lo dejó pasar — No podes hacer lo que se te cante la gana. El plan se hizo para que se cumpliera.

— ¿Puedo saber por qué estabas ignorandome? — Hizo oídos sordos a su reproche y volvió a sacar el tema de su Ley del Hielo. Se mostraba enojada, muy enojada.

Sídney suspiró frustrada por lo cabeza hueca que era la menor, y esta, impaciente de ver que tardaba en responder, incluso cuando solo pasaron segundos, volvió a hablar.

— No me diriges la puta mirada en todo el día, no me hablas, ¿y ahora vienes a decirme qué hacer? — Recalcó estresada — ¡Qué cojones te sucede! — Sídney la miró en completa seriedad.

— ¿Me estás diciendo en serio? — Preguntó sarcásticamente — Tokio...... — Suspiró frustrada y sintió picar sus ojos en lágrimas por la impotencia que cargaba dentro desde la noche anterior — ¿Qué me va a pasar? ¡Me pasa que anoche te besé y ni siquiera fuiste capaz de decirme algo! Y queres saber por qué te besé, ¡por qué me gustas, hija de puta! ¡Me volves loca! ¡Así como me está volviendo loca no saber que pasa por tu cabeza! ¡No puedo descifrar qué pensas, ni sentis, y en serio necesito saberlo! ¡Me confundis! Vivis todo el tiempo confundiendome.

Se calló unos segundos intentando regular su respiración. Se calmó y su tono de voz se redujo a uno normal.

— Estoy hace más de un mes con la duda en la cabeza de qué te pasa a vos respecto a mi. Y es porque decis y haces cosas que me confunden, pero después también decis y haces algo que me recuerda que somos amigas. Te....te encuentro tantas veces observándome y cuando parpadeo te veo de nuevo comiéndole la boca a Río. No te entiendo — En la última oración su voz logró quebrarse casi inaudiblemente, por lo que carraspeó para intentar hacer que el nudo se fuera de su garganta.

Tokio mantenía sus labios separados un poco inconscientemente por la sorpresa, estaba callada y pensativa sin saber muy bien qué responder. O, tal vez al contrario, procesando qué decir de todo lo que pensaba.

— No siento nada por Río — Fue lo único que dijo. Sídney dejó salir una exhalación sarcástica.

— Sí, eso ya me lo dijiste — Permitió que el silencio las envolviese, esperando a que la contraria dijera algo, una explicación, un pensamiento, una situación, un sentimiento. Pero nada. No dijo nada.

Asintió lento un par de veces, más para ella misma que para la otra, logrando que su cerebro finalmente aceptara la situación y posición en la que se encontraba. Sería duro, pero tenía la suerte de que había otras dos cosas que le importaban más que el amor; su hermano y el dinero. Así que apenas saliera sana y salva de allí con su parte del botín, se iría lejos y nunca más la vería. Tarde o temprano, costara lo que costara, la olvidaría.

Se dio la vuelta y se marchó del baño. Tokio ni siquiera se esforzó en detenerla. En el camino a los rehenes se encontró a Nairobi en uno de los pasillos, la cual al ver su marcha rápida, pensativa, y sus ojos llorosos, la detuvo.

— Hey, hey. Síd — La sostuvo por los hombros y levantó su rostro al estar decaído — ¿Pero qué ha pasa'o, cariño?

La misma se encogió de hombros pretendiendo que nada había sucedido, que todo estaba bien para ella. Nairobi la observó por unos segundos más hasta que cayó en cuenta.

— Fue la gran hija de puta, ¿no? — Preguntó entre dientes y Síd asintió.

— No le digas así..... — Quiso defender pero la otra interrumpió.

— No, no, no. No intentes ser buena con ella, que demasiado regalo eres pa' esa chica. No sabe valorarte y lo único que hace es confundirte. Darte señales y demostraciones confusas — Sobó sus hombros con cariño — ¿Qué ha hecho ahora?

— La seguí para hablar de lo que había hecho y me preguntó por qué la estaba ignorando desde anoche. Insistió, me enojé y le terminé diciendo todo. Y ella.....ella simplemente se quedó callada. No dijo nada — Explicó brevemente.

— Es que esa..... — Tomó unos segundos el tabique de su nariz por la bronca — Ve, tú sigue con el plan. Yo ya vuelvo — Comenzó a caminar por donde Sídney había venido.

— ¿Qué vas a hacer, boluda? Tenemos trabajo que hacer — Recordó sin entender.

— Confía en mí — Dio por terminada la conversación al doblar en la esquina, dejándola sola.

La latina, sin querer enredar sus pensamientos en lo que iba a hacer su amiga, retomó su caminata y fue hasta la parte principal donde se encontraban los rehenes. Mientras bajaba las escaleras se dio cuenta de que había llegado en el momento justo, pues veía a Berlín ordenando a todos que se pusieran de pie.

— Quítense los antifaces....¡Quítense los antifaces! — Pidió con impaciencia y, con confusión y duda, obedecieron.

Sídney tomó una bolsa de monos rojos de las manos de Denver para ayudarlos a repartirlos. Este mismo se dio cuenta de su presencia recién en ese instante.

— Verán, hemos tenido algún imprevisto, pero, a pesar de los helicópteros, me consta que nos van a dar algunas horas de tregua y podrán descansar — Berlín caminó entre la gente — En unos minutos os vamos a repartir sacos de dormir, agua y un sándwich. Ah, y les voy a pedir un favor: quiero que se desnuden. Quiero repartirles un mono rojo como el nuestro para que se sientan más cómodos.

Junto a Denver y Helsinki comenzaron a repartir los monos rojos. Los rehenes los aceptaban, no por voluntad propia, y los observaban casi con miedo, como si fuera el traje de cárcel de algún prisionero. Ella y Helsinki siguieron con lo suyo, mientras Denver se había distraído y acercado a Berlín y otro hombre más a quien conocía como Arturo, que al parecer rogaba al primero que dejaran ir a los más vulnerables.

Sin embargo, de un momento a otro cuando Berlín se alejó, Denver sacó el arma y apuntó con la misma al hombre. Este, de inmediato, alzó ambas manos y comenzó a temblar. Entre los rehenes dejaron salir exclamaciones y sollozos de sustos.

— Coge la pistola — Le pidió entregándole el arma pero este no lo hizo — No te estoy preguntando si quieres coger la pistola, te estoy diciendo que cojas la pistola. Coge la pistola.

Cuando Arturo cumplió con la orden, al mismo tiempo que Sídney terminaba con lo suyo, se acercó a ellos y una disimulada sonrisita se formó en su rostro al saber lo que planeaba Denver, pues las pistolas eran falsas.

— Y ahora me apuntas.

— No, por favor — Rogó llorando.

— Te estoy diciendo que me apuntes. Una puta orden. Apúntame, coño — Tomó el objeto y lo dirigió a su pecho al ver que no le haría caso — Aquí, bien. Y ahora me disparas.

— ¿Cómo? — Preguntó asustado y shockeado el hombre.

— Que me dispares. Disparame — Su mirada fue un milisegundo hacia Sídney, que era la que más cerca se encontraba de ellos, y luego volvió a Arturo — O te dispara ella.

La chica al segundo sacó su pistola y apuntó al pobre hombre, que parecía que moriría de un infarto. Los gritos y sollozos incrementaron, y Arturo seguía llorando cada vez más en su lugar.

— O me disparas tú o te dispara mi compañera. Te regalo diez segundos — Habló entre dientes Denver — Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve.....

Fue en esa cifra que el hombre se armó de valor y apretó el gatillo con una expresión que había pasado de miedo a enojo en un centenar de segundo. El grupo de gente se agachó asustada y Sídney y Denver rieron fuerte cuando el disparo no salió.

— Son falsas, Arturito, pero lo has hecho muy bien. Te la regalo, te la puedes quedar — Se burló antes de dejar un beso en su frente. Cuando pasó a su lado chocaron sus manos.

Mientras Berlín retomó la dirección de la situación y explicaba que le entregarían armas falsas, la chica se acercó silenciosamente por detrás de Arturo.

— Agradecele — Le susurró cerca y este se sobresaltó. Solo la miró de reojo, intimidado — Si fuera por mi te diparaba — Y se alejó sin más.

¿Era cierto? Claro que no, pues no le mataría solo porque sí, pero jamás estaba de más provocar miedo para que los respetaran. Además, tenía que seguir el plan si quería salir de allí viva y con dinero, aparte de tener que volver con su hermano. Sin embargo, si hacía falta, no dudaría un segundo en disparar al hombre en la cabeza, a cualquiera de allí en realidad. Apesar de haber estado cinco meses aguantado las conversaciones privadas del Profesor, formándola mentalmente para que entendiera que asesinar no era una solución y por supuesto parte del plan, no pudo cambiar su forma de pensar.








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Era tan irreal la imagen frente a ella, que podría decir que por poco se tragaba la idea de estar imaginándolo. Cada billete corriendo uno detrás de otro, el olor adictivo del mismo, la gente trabajando para ellos, y los gritos liderazcos de Nairobi.

Sus futuros estaban frente a sus ojos, y lo que sus ojos veían no era más que el mundo que quisiesen en sus manos.

— A ver, quiero las máquinas funcionando las veinticuatro horas, como si esto fuera una red de pochoclos. Sabéis, ¿no? "Chiqui pun, chiqui pun, chiqui pun" — Ordenó Nairobi alzando la voz — Cada vez que paramos perdemos medio millón, así que no vamos a parar. Vamos a hacer las correcciones técnicas cada tres horas, tanto de tinta como de 'offset'. Así que ya sabéis: alegría, fiesta e ilusión.

Sidney dejó que se formase una gran sonrisa en su rostro y que la felicidad la inundara por primera vez allí adentro. Una mano fue hacia el lado izquierdo de su pecho, donde se encontraba su corazón, y rió con incredulidad. Lo estaban logrando.

— ¡Pero que maravilla! — Gritaba su amiga aún más emocionada yendo de un lado a otro.

Al llegar a ella, la abrazó con fuerza por su torso mientras Sídney la envolvió por sus hombros y se dejó levantar del suelo. Las carcajadas de ambas se podían oír por todo el lugar. Y era tan grande el disfrute, que el miedo de los rehenes desaparecía a sus perspectivas.

— ¡Que estamos haciendo nuestra propia pasta, Sídney! ¡Nuestra puta propia pasta! — Le dijo contenta y dejó un sonoro beso en su mejilla. Luego la dejó en el piso y sostuvo sus mejillas — ¡Qué el sueño se nos cumple, Sid! ¡Joder!

La nombrada carcajeó y sostuvo de igual manera las mejillas ajenas. Su corazón latía desenfrenado por el poderosisimo sentimiento de adrenalina que corría en su sangre y no paraba.

— ¡Pudimos, Nairobi! ¡Lo logramos! — Se volvieron a abrazar un última vez.

Fue el momento en que, sin que supieran, su amistad fue unida por el destino y la volvió una hermandad. Pero si algo sabían ambas, es que no saldrían de allí sin una con la otra.

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