3


Eleanor

Para llegar al ático teníamos que abrir esa pequeña "puerta" en el techo para desplegar las escaleras. Aunque lo había hecho durante años, la acción todavía me parecía extraña.

—Primero las damas —Evan me hizo una seña con la mano para que subiera.

—Qué caballero —me reí.

—Es mejor que te acostumbres.

Nos miramos de manera cómplice por unos segundos.

Siempre me había gustado mirar a Evan de esa forma, como si compartiéramos un secreto que nadie más podría descubrir. Aunque, tal vez, el único secreto era el mío.

¿Tendría Evan secretos propios?

Siempre pensé que nos contábamos todo, pero quién sabe ahora.

Con decisión, subí las escaleras y mi cabeza emergió en el vasto espacio de mi infancia y parte de mi adolescencia. Todo estaba igual: el olor a madera antigua, robusto pero agradable, telarañas en las esquinas, polvo y objetos cubiertos con sábanas.

Sonreí, sintiendo una mezcla de emoción y nostalgia mientras mi corazón latía un poco más rápido.

Volvía a mi refugio.

Una vez arriba, Evan apareció a mi lado.

—Wow, esto realmente sigue igual.

—Así es —respondí, y juntos comenzamos a retirar las sábanas de los objetos olvidados.

A medida que desempolvábamos, nos inundaban recuerdos, y nos encontrábamos hablando y riendo.

Era bueno estar así con él.

—¡Ay! Mira, Leah, encontré tu libro —dijo Evan, sacándolo de una caja.

—¡No puede ser! Suelta eso —corrí a arrebatarle el libro y lo oculté detrás de mí.

No era realmente un libro, sino un cuaderno con tapas pintadas de negro. Muy creativo de mi parte.

—¿Sabes? Aún no entiendo por qué nunca me dejaste leerlo —se cruzó de brazos, su rostro reflejando genuina curiosidad.

—Y nunca lo harás, Evan Thomas Peters.

—Cállate. Solo quiero saber por qué no puedo.

¿Cómo le explico que ese "libro" que escribí a los 16 años es sobre nosotros y mis sentimientos hacia él, todo descrito de manera poética? No había manera fácil de decirlo.

—Emm... pues ya sabes, son tonterías sin sentido. Cosas ridículas que no quiero que leas y pierdas tu tiempo —le sonreí, intentando parecer convincente.

—Claro, lo que tú digas —entrecerró los ojos, claramente no convencido.

Guardé el cuaderno a escondidas y continué revisando más cajas.

Entonces encontré algo que me emocionó aún más.

—¡Mira lo que encontré! —grité, y Evan se acercó rápidamente.

—¿Qué es?

Desempaqué cuidadosamente una vieja cámara de video y todas las fotos desde que éramos bebés.

—Es nuestra cámara de video y todas las fotos que tenemos —dije emocionada, mostrándoselas.

—¿Quieres ver los videos? —preguntó él, igual de emocionado.

—¡Sí!

Evan tomó la cámara, nos dirigimos al viejo sofá y nos acomodamos.

—¿Lista?

Asentí repetidas veces, y él la encendió buscando los videos para verlos en orden.

—Aquí va el primero.

Presionó "reproducir", y la voz juvenil de Evan llenó la habitación. Su tono de adolescente siempre me pareció curioso.

"¡Hola! Soy Evan y esta fea niña aquí es mi mejor amiga, o bueno, es como mi hermana. Di hola, Leah."

"Hola."

"Di algo más."

"¿Como qué?"

"No sé, tal vez qué te gusta comer o qué te gusta hacer." —Evan movía mucho la cámara, como buscando el ángulo perfecto.

"Bien. Hola, soy Leah, me gusta escribir y estar con mi amigo." —había dicho con cierta timidez.

"A veces eres tierna, pero sigues siendo fea." —Evan bromeó de repente.

¡Oye, eres un grosero! Le voy a decir a ma

Y el video se cortó abruptamente.

Luego de que el video se cortara, decidimos buscar más para ver todos los que fuera posible.

—Mira, creo que encontré uno —dijo Evan.

—A ver.

Pulsó el botón de reproducir, y apareció un joven Evan sentado en una silla mientras yo estaba al lado de una mesa frente a él, sobre la cual reposaba una réplica casi exacta de un Oscar, pero hecha de madera.

—¡No puede ser!, se me había olvidado por completo ese video —exclamé entre risas, sorprendida.

Evan también se mostró impactado; solíamos jugar a ser lo que queríamos cuando fuéramos grandes. Evan quería ser actor y yo escritora, así que recreábamos premios, alfombras rojas, entrevistas y firmas de libros. Éramos bastante creativos, y sin duda, nunca nos aburríamos.

Y bueno... esta noche les vengo a presentar la siguiente categoría que es mejor actor de reparto —dije, luciendo un vestido de mi mamá y unos tacones claramente demasiado grandes para mí—. Los nominados son... Brad Pitt —Evan aplaudió— Robert De Nir

¡Ay, Leah, por favor! Jamás podría ganarles a ellos. Ten compasión —interrumpió el joven Evan.

Sé que eres capaz de vencerlos y de mucho más. Ahora cállate y déjame terminar, Evan —lo miré seria. No me gustaba cuando dudaba de sí mismo y de lo lejos que podía llegar. Yo confiaba en él y sabía que sería muy reconocido por su talento.

El joven Peters me miró tiernamente y dijo:

Gracias por creer en mí, Leah —una pequeña pero cálida sonrisa se asomó en su rostro.

Yo solo me sonrojé y bajé la cabeza.

Como decía, Robert De Niro, Tom Hanks, y Evan Peters —abrí la pequeña hoja que tenía en mis manos y fingí emoción, pues era evidente quién sería el ganador— y el Oscar es para... ¡Evan Peters!

Comencé a aplaudir y mi amigo caminó hacia mí para recibir su premio.

¡Felicidades! Aquí tienes tu Oscar —se lo entregué y ocupé la silla donde antes estaba Evan.

Quiero agradecer a la academia por este maravilloso premio y también a mi familia, pero sobre todo a una persona en especial que me ayudó en todo este proceso —Ev me miró y supe que diría algo muy tierno—. A mi mejor amiga, mi hermana y mi todo. Gracias por haber confiado en mí, incluso cuando yo no lo hacía, así que esta belleza —levantó el Oscar de madera— es de ambos.

Y de nuevo se cortó el video.

Ninguno dijo nada. No era una situación incómoda, era más bien nostálgica y hermosa.

—Tenía razón cuando dije eso en el video.

—¿A qué te refieres, Evan?

—Que gracias a que confiaste en mí, cuando ni yo mismo lo hacía, me ayudaste a llegar hasta donde estoy. Sé que no nos hablamos durante mucho tiempo, pero quiero que sepas que cada día de los últimos diez años, estuviste en mi mente. Siempre te recordaba diciéndome que no me rindiera, que tenía tu apoyo incondicional y que confiabas plenamente en mi talento.

Estábamos sentados en el sofá, mi cabeza apoyada en su hombro y la suya recostada en la mía.

Sus palabras hicieron que mi corazón diera un pequeño vuelco.

En ese momento, me hubiera gustado decirle que lo amaba. Que siempre lo apoyaría, estuviéramos cerca o lejos, fuéramos todo o nada.

—Ten por seguro que siempre estaré para ti, Peters.

Ev levantó la cabeza y me miró con una expresión de felicidad, como un niño pequeño.

—Se siente bien escuchar de nuevo ese "Peters".

—No arruines el momento —dije, intentando parecer "enojada".

—Está bien, pero supongo que ya no estás molesta conmigo, ¿verdad? —alzó una ceja, esperanzado.

Claramente ya no estaba enojada.

La vida es muy corta para perder el tiempo estando enfadada con él, pudiendo simplemente ser feliz y disfrutar de nuestra amistad.

—Creo que es más que obvia la respuesta, Peters —le sonreí y él se lanzó para abrazarme, o más bien, para aplastarme.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

Pasamos la mayor parte de la mañana en el ático, organizando y limpiando todo. Decidimos que cada uno se llevaría algo para decorar nuestras casas. Aunque sabíamos que Evan probablemente tendría que irse de nuevo, queríamos asegurarnos de que nuestros reencuentros siguieran teniendo lugar aquí. Este espacio tenía todo lo necesario; era cómodo y se mantenía fresco, perfecto para retomar viejas costumbres.

—¿Ya sabes qué te vas a llevar? —le pregunté mientras acomodaba mis antiguos cuadernos en una pequeña biblioteca, que en realidad estaba llena de libros que alguna vez intenté escribir.

—Creo que sí. Algunas fotos que no recordaba y, claro, quiero mi Oscar de madera —respondió desde el otro lado de la habitación, levantando la estatuilla.

No pude evitar soltar una risa.

—Quiero ver qué fotos encontraste.

—Claro.

Evan caminó hacia mí y me entregó las fotos. La primera que vi fue una imagen de mí comiendo helado, mientras Evan me apuntaba con un puntero láser rojo y mostraba una sonrisa radiante.

—Debes admitir que me molestabas mucho cuando éramos pequeños —dije, cruzando los brazos y mirándolo de manera cómplice.

Evan suspiró dramáticamente y rodó los ojos.

—Eres una exagerada, Leah.

—Sabes que es cierto, además, nunca entenderé por qué eras así conmigo.

Hubo un silencio breve antes de que Evan bajara la mirada al suelo, luego levantó la cabeza, mirándome con una expresión algo apenada.

—Creo que es demasiado obvio... me gustabas, Leah.

—¿Cómo dijiste? —mis ojos se abrieron de sorpresa.

—Que me gustabas, ya sabes, ese amor de niños. No sabía cómo expresarlo, y a mi diminuta mente solo se le ocurría molestarte.

Quedé en shock, incapaz de procesar completamente sus palabras. ¿Cómo era posible que hubiese sentido algo por mí y yo no me hubiera dado cuenta?

—Pero, ¿cuánto duró ese sentimiento?

—No lo sé, tal vez hasta los 14 o 15 años.

Genial.

¿Qué se supone que debería decir? ¿Que mi corazón adolescente estaba encantado de saberlo?

—Pues déjame decirte que tu manera de expresar tu gusto hacia mí fue lo más dulce. Tus demostraciones de amor me hacían derretir —dije, soltando una carcajada para ocultar el torbellino de emociones en mi interior.

Evan soltó una risa forzada, una señal clara de que para él, el tema era serio.

—¿Qué sucede, Peters? —pregunté, intentando sonar tranquila.

—Es solo que... —hizo una pausa, mirándome fijamente— lo que sentía por ti, creo que no era solo un capricho de niños, era algo más.

—¿Te habías enamorado?

La pregunta salió antes de que pudiera detenerla. Me daba miedo su respuesta.

Ev me miró y sus ojos parecían hablar por él, reflejando la nostalgia de un amor que tal vez nunca se apagó del todo.

—No lo sé, tal vez. Era confuso y yo era un adolescente con emociones como una montaña rusa.

—Mmm... entiendo. Definitivamente tu cabecita en tu adolescencia fue algo... escandaloso, Peters —dije, tratando de aligerar el ambiente con un tono burlón y una sonrisa.

Quería salir de esa situación. No era incómoda, pero para Evan parecía ser algo más profundo. Mientras tanto, yo estaba sorprendida, aliviada al saber que no había sido la única con sentimientos ambiguos.

—No te atrevas, Leah, no sabes con quién te metes —Ev amenazó de manera juguetona.

—¿Y si te sigo molestando qué pasa? —repliqué, fingiendo valentía.

Él adoptó una expresión pícara.

—Esto.

De repente, Evan se abalanzó sobre mí y me tiró al suelo para hacerme cosquillas.

—¡Evan, ya basta! —me reí a carcajadas mientras intentaba escapar de sus manos, que ahora se dirigían a mis pies descalzos.

Él disfrutaba claramente al verme retorcerme de risa.

—Eso te pasa por molestarme, niñita.

—Madura, idiota —logré tomar la ventaja cuando se distrajo con mi comentario y lo tiré al suelo para comenzar a hacerle cosquillas también.

—¡Eleanor! ¡No! ¡Basta! —se reía intentando escapar, pero no lo dejé hasta que finalmente me rendí y me recosté a su lado.

Nos reíamos mientras nos mirábamos, ambos sucios y despeinados, con los rostros rojos por la risa.

—Me hacía falta reírme así —dijo él.

—A mí igual.

Evan tomó mi mano, que descansaba en el piso, y la entrelazó con la suya.

—Me siento feliz de estar aquí, en nuestro ático, con nuestras cosas, siendo de nuevo niños y... —Ev sonrió de manera dulce antes de continuar— contigo, mi hogar.

"Mi hogar..."

Me acerqué más a él, apoyando mi cabeza en su pecho para abrazarlo, y él respondió al abrazo con igual ternura.

Aunque no le respondí con palabras, mi corazón, latiendo a mil por hora, y el torbellino en mi estómago también querían decirle que él era mi hogar.

Sin darnos cuenta, nos quedamos dormidos en el ático.

Mi mamá, al notar que habíamos estado mucho tiempo allá arriba sin hacer ruido, subió a revisar y nos encontró sumidos en los brazos de Morfeo.

—Chicos... —susurró mi madre, intentando despertarnos.

Su voz me llegaba como un eco distante, apenas perceptible a través del velo del sueño profundo.

—¡Eleanor! —de repente, alguien gritó en mi oído, y me incorporé de golpe.

Al abrir los ojos, vi a un Evan bastante despeinado y riéndose.

Maldito.

Lo miré con desaprobación.

—Eleanor, deja de mirar a Evan así —reprochó mi mamá. —Les preparé algo, así que bajen a comer, niños —dijo con una voz llena de entusiasmo.

Ev le sonrió en señal de agradecimiento antes de que ella se alejara.

—¿Dormiste bien?

—Algo. Me duele la espalda —bufé mientras me levantaba para estirarme.

—El piso no es cómodo, claramente. Pero bueno, ¿luego de aquí, a dónde quieres ir? —preguntó mientras intentaba arreglarse el cabello.

—No sé, tal vez ir a casa después de comer y podríamos ver alguna película o simplemente charlar —me sacudí la ropa. —¿Te agrada la idea?

Levanté una ceja.

—Sí, pero con una condición —hizo un gesto con la cabeza para que continuara hablando—. Prepararemos café a mi modo.

Su famoso café con mantequilla.

¿Qué puedo decir?

No es que no me gustara, de hecho, sí me gustaba, solo que por alguna razón siempre me caía mal.

Por una vez no me caerá mal, ¿verdad?

—Está bien, pero tú lo preparas. Tú eres el experto, ¿trato? —extendí mi mano para sellar el "trato".

Él fingió pensarlo un momento y luego tomó mi mano para estrecharla.

—Trato.

Después de recoger lo que nos queríamos llevar, bajamos para comer y mi madre ya nos esperaba en la mesa. Con pizza.

¿Ya había mencionado lo mucho que amo a mi mamá?

—Por fin bajaron —dijo y luego rió por lo bajo mientras me miraba con curiosidad.

No quiero ni pensar qué se imaginó.

—Sí, es que debíamos recoger algunas cosas —Ev señaló las bolsas que habíamos dejado al lado de la puerta. Creo que él no captó la intención en la mirada de mi madre.

—Ohh, qué bien.

—¿Tú comerás también? —le pregunté.

—No, mi cielo. Ya comí, pero ustedes coman —nos sonrió dulcemente.

Evan, sin pensarlo, se sentó y sacó un trozo de pizza, colocándolo en su plato.

Estaba hambriento.

Justo cuando estaba a punto de dar el primer bocado, mi madre lo interrumpió.

—¡Ay, espera! Ev, te preparé algo más —se levantó y se dirigió a la cocina para traer un plato con tres burritos.

¿Es en serio?

No puede ser.

Él, emocionado, se levantó y fue a agradecerle a mi madre, abrazándola dramáticamente.

—Señora Bianca, déjeme decirle que yo la amo. ¡Gracias! ¡Gracias! —le sonreía como cuando le regalas cuatro dulces a un niño. Ella solo reía al verlo actuar de esa manera tan graciosa y tierna.

Yo los observaba con una sonrisa en mi rostro.

Siempre me alegró que Evan fuera tan unido a mi familia.

Nos sentamos a comer, Ev con sus burritos, mi mamá leyendo La Odisea, y yo, saboreando mi pizza.

Como si fuera automático, esta situación me produjo un déjà vu. Esto mismo hacíamos cuando éramos adolescentes y Evan ven ía a pasar la noche; luego mi madre nos ofrecía comida mientras leía.

Me alegra que, en parte, esos tiempos estén regresando, y también me emociona pensar en los momentos que vendrán.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top