Capítulo 16
Al día siguiente los primerizos rayos del sol interrumpieron mis sueños. George ya se encontraba al otro de la cama dándose uno de los pequeños lujos que alguien se puede dar cuando tiene un cuerpo: comer.
—¡Qué milagro que te dignas a despertar antes del medio día!—dijo divertido mientras me ofrecía una de sus especialidades de la cocina.
—Oye, una también se cansa de dormir, ¿sabías?—contesté mientras tomaba uno de los sándwiches de su plato.
—No te creo. Dormir es lo más placentero del mundo—. Dijo.
—¿Ah, sí? Yo pensé que era otra cosa—. Dije con una ceja alzada.
—Oye, oye, eres demasiado pequeña para pensar en eso, niña. Deja de decir ese tipo de cosas—. Advirtió mientras me lanzaba una mirada furtivamente divertida.
—Tengo 14, está ya es una edad madura, ya no estamos en los 60's—. Dije mordiendo mi sándwich.
—Puede que seas una chica de 14 años, pero yo soy uno de más de 70, así que tengo derecho a moderar tus temas de conversación, ¿entendido? Yo gano—. Dijo retador.
—Eso es... Cierto, creo—reí—, George, ¿porqué te ves así? Quiero decir, ¿porqué 21 años y no 58?—Pareció incomodarle la pregunta.
—Veras, Mar, es... Complicado. Mi mentalidad no está directamente relacionada con mi aspecto, como te dije, mi cuerpo es solo una ilusión. Soy un alma experimentada en el reflejo de lo que alguna vez fue su aspecto. Solo, yo me siento así. La edad no lo es todo, yo quiero tener 21—.
—Creo que entiendo...creo—. Reí.
—Bien, creo que deberíamos ir a alguna parte—. Dijo levantándose.
—¿A dónde sugieres?
—Yo quiero ir... Al parque.
—Creí que ya había dado mi opinión acerca de ir al parque.
—Vamos, nadie te verá como una loca, ¿sabes? Hay muchas más cosas a las que prestarle atención en un parque que a una adolescente caminando sola.
—Tal vez tengas razón, pero no. No me gusta que me vean sola. Es más, no me gusta que me vean, me incomoda mucho.
—¿Cómo puedes tener miedo de que te vean?—preguntó.
—No lo sé, solo no me gusta que me vea la gente, ya sabes, nadie—. Dije bajando la vista.
—¿Cómo te podrías sentir avergonzada de que te miren?
—No lo sé, solo no me gusta.
—No pareces estar incomoda cuando yo te miro—. Maldición, solo a él se le ocurre decir eso.
—Es diferente, George, ya, basta.
—No, vamos a ir al parque y no sólo para que superes ese complejo de sentirte observada, sino para relajarnos, ya sabes, pasar el rato—. Dijo y se acercó a retirar mis manos que aprisionaban mi rostro.
—E-está bien—sonrío—pero yo escojo el lugar.
—Bien, con tal de que no te quedes aquí encerrada, está bien.
—Si me quisiera quedar aquí encerrada, lo haría, tú irías solo al parque—. Dije ofendida.
—No, yo me quedaría aquí encerrado, acompañándote—sonrío—, pero no pienso dejar que te quedes aquí, mereces salir, después de todo.
—Esta bien, ya déjame cambiarme—. Dije sonrojada.
Salió del cuarto y yo me apresuré a vestirme con un atuendo diferente, después de todo, salir al parque con mi fantasma favorito era una una ocasión especial; escogí unos jeans azules, una blusa blanca con mangas cortas y unas zapatillas del mismo color. Opté por ponerme una cadena con un dije, algo que nunca usaba, y ponerme algo de brillo en los labios. Cosas como labiales y joyas eran algo que compraba por petición de mi madre, pero que se podían quedar allí por meses antes de que los usara. Era algo muy afeminado, para mi estilo, pero aun así me sentí bien.
—Te ves muy linda, deberías sentirte bien de que la gente te mire, te ves muy, ¡wow!—dijo George en cuanto me vio salir de la recámara, me esperaba en el pasillo, como siempre.
—Vámonos—. Dije tomándolo del brazo para bajar las escaleras.
Una vez que salimos por el umbral de la puerta, escuché la voz de Víctor, que ya se encontraba limpiando los coches en la acera.
—¿No prefiere que la lleve, señorita Margot?
—Es algo que prefiero evitar, gracias—. Dijo George imitando mi voz a la vez que ponía una mano en su cadera. Estaba graciosísimo, pero me tuve que contener para que el chofer no me juzgara de loca.
—Prefiero caminar, gracias, Víctor—. Dije caminando por la acera en dirección al parque.
El trayecto fue relativamente corto, ya que el parque se encontraba a unas dos o tres cuadras de mi casa. Aun así, no podía dejar de pensar en lo fascinante que era mi situación; si alguien hace dos semanas me hubiese dicho que iba a convivir con mi amor platónico, la versión de 20 años de una estrella de rock muerta, me hubiese reído en su cara a más no poder.
—Sígueme—. Le ordené cuando llegamos al parque. No estaba muy lleno, de hecho había solo unas 15 personas que pasaban por ahí sin intención de quedarse, pero yo quise ir a un sitio más privado. Se trataba de un espacio retirado del mismo parque, separado del resto por lo que parecía ser una frontera que nadie notaba, algo así como un arco natural de árboles que se habían formado perfectamente para aparentar que de ahí para allá, no había nada interesante. Pero la realidad era todo lo contrario; al otro lado de ese desastre de árboles enredados se encontraba un árbol caído en el que me gustaba sentarme. Desde ahí se podía apreciar un espectáculo hermoso, no a la vista de todos. Simplemente un riachuelo muy pobre que pasaba por él área, cuya corriente de viento era lo suficientemente fuerte como para hacer ladear las hojas colgantes de los demás árboles que ahí se escondían. Ni siquiera sabía porque había dejado de ir ahí. Era mi lugar favorito cuando tenía 10 años. Mis padres me dejaban en casa de alguna amiga que vivía ahí cerca y como de costumbre, yo me iba en cuanto la chica empezaba a ignorarme, a juzgarme loca. Ahí esperaba hasta el atardecer y luego retornaba a casa con una gran sonrisa acompañada de toda una elaborada historia de cuanto me había divertido en casa de mis amigas. Esa historia era tan buena que mis padres, hasta la fecha, seguían preguntándose porque había dejado de ir a su casa.
—Es muy bonito aquí—. Dijo acomodándose a mi lado en el árbol caído.
—Solía venir aquí, ya sabes, cuando aún tenía amigas.
—No entiendo porqué no las tienes ahora, quiero decir, eres muy...agradable.
—Yo...no soy buena para socializar. No me gusta hacerlo. Nunca he tenido una amiga de confianza—. Dije cruzando mis piernas.
—Escucha, entiendo esto. Entiendo cómo se siente estar solo. Como se siente, eso. Pensar que eres incomprendido y todo eso—. Dijo sin mirarme aún.
—Si, claro.
—No, escucha, a lo que quiero llegar es—se volvió hacia mí—, no quiero que te sientas sola. Me tienes a mí, ¿no es cierto?
Asentí.
—Supongo que eso está bien.
Cambié de tema.
—¿Cómo es allá?
—¿Qué?—pareció sobresaltarse.
—Que cómo es allá, ya sabes, el reino de Dios, o de Krishna, o de quien sea.
—No...yo, no puedo decirte eso.
—Vamos, sólo dime ¿Dios existe? ¿Krishna? ¿Jesús? ¿Budha?
—Esta bien. No puedo decirte eso. Solo...creer en un Dios te hace ser una mejor persona, eso creo.
—Eres muy sabio, George Harrison, muy sabio.
—Oye, no me subestimes—río—, vamos a comer, tengo hambre.
—Muy raro en ti.
Fuimos a comer comida rápida. Había un restaurante cruzando la calle. Tuve que pedir las dos hamburguesas para llevar. Regresamos al parque para comerlas mientras tarareábamos canciones de distintos grupos. Fue una tarde muy agradable. El día se pasó muy rápido, y la tarde también. Esa noche fuimos al lugar de un suceso muy recordado por mi. Fue una vez en el 1997, habían invitado a George a un programa de televisión, y él fue. Tocó varias canciones y cuando alguien del público le pidió "una canción de los Beatles" él respondió que "no conocía ninguna". De eso me reí, pero también le dije que había sonado como un idiota. Él no se negó.
•Moon•
¡Ya regresé! Cielos, cuatro días sin actualizar, eso fue frustrante ;u; pero fue por un problema de fuerza mayor, uno que involucra problemas con la electricidad y por consiguiente el wifi, pero ya estoy aquí, así que disfruten el capítulo :3
También quería decirles que antes de eso me leí el fic de The Beatlegirls de Grace_McLennon en ¡3 días! Son más de 90 capítulos de no menos de 40 páginas cada uno y ahí estaba yo matándome leyendo ;u; pero valió la pena, está muy bueno (? Ahora sí, bye.
Les despide, Diana.
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