Capítulo 7: Un amor para toda la vida
Kleyn se encontraba frente a unas escaleras que llevaban a lo alto del templo. Desde allí abajo, no podía ver qué había en la parte de arriba, aunque creyó ver el rostro de un pequeño asomarse por el borde. Este suspiró, un tanto sobrecogido. Cuando sintió que alguien lo tomaba de su mano izquierda desde atrás.
― ¿Qué? ¿nervioso? ―preguntó Loretta, quien ya se había convertido en una joven adulta con el paso de los años― No te estarás arrepintiendo, ¿verdad? ―insinuó en tono burlón.
Una pregunta que hizo sonreír a Kleyn y mirar a la mujer mostrándole sus puntiagudos y filosos dientes.
― Claro, ya te gustaría que eso ocurriese. ―bromeó él también― Yo fui el de la idea, así que lo siento, pero no te librarás de mí así de fácil.
Esta también sonrió al escuchar esas palabras. Sin soltarle la mano, apoyó la otra en el pecho del tipo y luego apoyó su cabeza en él también.
― Espero nunca librarme de ti. ―susurró de forma enternecedora.
Ella llevaba un vestido blanco de tirantes sutil y largo. Su pelo olía a almizcle y tenía un cierto tono dulce. Eso, combinado con la situación en la que se encontraban y con las palabras de la mujer, provocó que Kleyn se sonrojara.
Tras unos segundos, ella se apartó un poco y lo miró a la cara. De nuevo, volvió a aparecer esa sonrisa burlona en su rostro al ver el rubor en los pómulos de Kleyn.
― Me encanta ver cuando tu rostro se pone un poco rojo. ―rio― Es tan lindo.
Este apartó la mirada un momento.
― No crees que ya es momento de ir subiendo? ―dijo, denotando un tono que más bien indicaba que quería abandonar ese momento y subir los primeros escalones.
Se tomó aquella insinuación como un cumplido.
― Sí, vayamos subiendo. ―concordó ella, dejando que Kleyn diese los primeros pasos. Pero, antes de que continuase, tiró de su mano, provocando que este se acercara hacia ella― Para que lo sepas, tampoco te librarás de mí fácilmente.
Este sonrió, complacido.
― Eso espero. ―pronunció, casi perdiéndose en los ojos de la joven― Ahora, vamos, que al final llegaremos tarde a nuestra propia ceremonia. ―apremió, tirando de ella para que subiesen de una vez.
La subida era larga y dura. A simple vista, uno podría contar más de trescientos escalones, algo que haría dudar a más de uno de si subir o no. Sin dudas, aquello requeriría de un gran esfuerzo, el cual, además de ser enorme, debería realizarse con los rayos de los soles azotándole en la espalda a todo aquel que se atreviese a subir.
Desde abajo, Loretta y Kleyn podían ver como unos cuantos individuos intentaban subir a duras penas. No veían sus rostros, pero, por lo encorvados que iban y la forma en la que arrastraban sus pies para subir cada escalón, la hacían imaginar que estarían con sus lenguas afuera, jadeando e intentando respirar como les fuera posible.
Ellos, en cambio, subían los escalones sin mucho esfuerzo, como si estos no fuesen más que otra escalera común y corriente. Kleyn ya mostraba tener una gran resistencia física, no por nada era capaz de realizar varias de las grandes obras de herrería que hacía, además de realizar estas en abundancia. Sin mencionar que el calor de los soles no le molestaba; por obvias razones.
Por su parte, Loretta se había acostumbrado al calor que había en la guarida de Kleyn, y estaba conforme con este, por lo que los rayos de los soles no eran más que una simple luz. Y, teniendo en cuenta el entrenamiento de espadas que esta mantenía, el esfuerzo físico tampoco le resultó un inconveniente.
En cuestión de minutos, estos dos ya habían adelantado al resto de individuos, los cuales no pudieron evitar echarles una mirada de incredulidad a la vez que de envidia. Y se sintieron algo antipáticos cuando estos dos los saludaron al pasar junto a ellos.
Cuando llegaron al final, se encontraron ante un camino marcado con una alfombra roja, la cual se alargaba hasta llegar a lo que parecía ser un altar en el cual había un hombre mayor de piel morena y rojiza, exceptuando sus manos, las cuales eran totalmente negras como el carbón, al menos, hasta llegar a sus codos. Calvo, pero con una abundante barba gris. Y vestido con nada más que una falda hecha con hojas naranjas, las cuales no dejaban ver si este llevaba algo debajo de estas, pero aquello no fue algo que a ninguno de los dos le interesase averiguar. Y, detrás de él, una enorme vasija de la cual salía una inmensa llama.
A parte de aquel señor, había muchas más personas sentadas encima de muchas sillas a cada lado de la alfombra. A la derecha, un montón de clones de Kleyn, a la izquierda, varios de los familiares de Loretta, y otros invitados que quisieron acudir a la ceremonia. Todos ellos se giraron en el mismo momento en el que la pareja apareció. Estos no pudieron evitar detenerse un momento al notar todas aquellas miradas sobre ellos.
― Creo que somos el centro de atención. ―susurró la mujer a su compañero.
― Bueno, no podría ser de otra forma, ―volteó hacia ella― ¿no?
― Supongo que tienes razón.
De la multitud de clones, uno se puso de pie alzando sus brazos.
― Vivan los novios. ―gritó, animado.
Como si fuese una orden dada por un líder de guerra, el resto de personas comenzó a gritar lo mismo, acompañando esos gritos con aplausos y silbidos. Esto es lo que pasa cuando deciden celebrar este tipo de eventos a lo grande en vez de hacerlo de forma discreta.
Condenados por aquellas ovaciones, ambos comenzaron a caminar hacia el altar mientras sonreían y saludaban a todos los presentes con sus manos.
Todos ellos les dedicaban una sonrisa, o un gesto de "bien hecho" enseñándoles su pulgar hacia arriba. Algún que otro clon simulaba sostener a uno como si fuese una novia y recrear un beso falso, buscando burlarse de ellos. Kleyn solo se rio y chasqueó los dedos, haciendo que estos dos desaparecieran. Tan pronto como estos se evaporaron, el resto se sentó de forma adecuada y limitó sus ovaciones a unos cuantos aplausos. Al ver eso, Loretta le dio un pequeño empujoncito.
― ¿Qué? ―dijo este, entre risas― Solo los eché de forma temporal.
A pesar de que aquello no le pareció bonito a la joven, tampoco pudo evitar reírse al ver la situación. De su lado, veía a familiares aplaudiéndole y otros otorgándole la mejor de las sonrisas. Tía Dorothy, quien ya comenzaba a mostrar varias canas en su cabeza, estaba llorando de alegría junto a su marido, un hombre alto y fuerte, calvo y con bigote negro y frondoso, el cual sostenía entre sus brazos a un pequeño retoño, el cual jugaba con un palo de madera, ignorando todo el escándalo.
No pudieron evitar sentirse un poco incómodos ante tanta atención, pero no era para menos, después de todo, esta era su boda.
Cuando llegaron al altar, el hombre sobre este saludó a ambos con una sutil reverencia, y luego pidió silencio alzando sus dos manos. En cuestión de segundos, los presentes guardaron silencio, a la espera de oír las palabras del padre. Este carraspeó un poco su voz antes de proceder a hablar.
― Queridos invitados, quiero agradecer la suya presencia en esta ceremonia. Hoy seremos espectadores de la unión entre dos llamas que vagaban por el mundo, hasta que se encontraron la una a la otra. Y ahora ambas desean alzar el suyo fuego juntos y arder por siempre. Aquí, ante la presencia de la llama, yo hago de ustedes la pregunta. ¿Están dispuestos a cuidar el uno del otro, ser el suyo compañero que siempre está para calentar la suya llama en los momentos de frialdad y avivar el suyo fuego cuando este sea débil y pequeño? ―el tipo dedicó una mirada sutil a ambos, en la espera de su respuesta.
Loretta, sonrió con calma, a pesar de que su corazón palpitaba muy deprisa, como si este fuera prisionero de su pecho y golpease con fuerza para intentar escapar de su prisión. Respiró profundo y luego suspiró de forma calmada.
― Estoy dispuesta. ―respondió con voz suave, acariciando los oídos del compañero a su derecha al pronunciar esas palabras.
El hombre mayor, dirigió su mirada hacia Kleyn, moviendo sus ojos un simple ápice, a la espera de su respuesta. La llama en su cabeza se revolvía inquieta, creciendo de forma violenta y reverberando con mayor y menor intensidad. Este realizó el mismo gesto que la joven había realizado, el cual, Kleyn había conseguido contagiarle con el tiempo. Respiró hondo y luego suspiró, más tranquilo.
― Estoy dispuesto. ―contestó con satisfacción en su voz, satisfacción que la joven a su lado captó y la complació por dentro.
― Entonces, si suyo es el compromiso y suya también es la intención, yo doy paso a la unión consagrada de la llama.
Tras decir esas palabras, el tipo rojo dio la espalda a los novios y se aproximó a la enorme vasija en donde yacía la llama. Introdujo sus manos en la lumbre sin mostrar signo alguno de dolor o molestia, y de él sacó un listón rojo, el cual brillaba con la misma intensidad que la llama.
― Deben de tornar sus cuerpos y mirar hacia adelante mientras sujetan la mano del suyo compañero.
Ambos se giraron y se tomaron de la mano. Todo el público permanecía emocionado, a la vez que inquieto, pues alguno que otro quería decir algo, pero no podía por respeto a la ceremonia.
― Alcen las manos.
Hicieron caso y, sin soltar la mano del otro, las levantaron hasta la altura de sus hombros. En ese momento, el hombre de manos negras acercó la cinta roja a ambos y envolvió sus manos de forma muy delicada, pero efectiva. A pesar de tener un color similar al del fuego, el listón no quemó la muñeca de Loretta, pero sí que le produjo una sensación de calidez. Una vez envueltas, el tipo de manos negras rodeó la de los novios con las suyas propias, cubriéndolas debido a su tamaño.
― Una vez colocado el listón de la unión a los dos individuos ante la llama y ante los soles, yo doy comienzo al suyo baile ceremonial. ―soltó las manos de ambos novios.
Aun con las manos alzadas, Kleyn y Loretta no dejaron de mirar a todos los presentes, los cuales aplaudían y silbaban. El padre pidió silencio moviendo sus manos de arriba abajo como si fuesen un par de abanicos. Poco a poco, ellos fueron callando hasta crear que un momento de silencio opacado solamente por el sonido de las llamas que crepitaban en la vasija detrás de los novios.
Como si fuese ensayado, los novios cerraron sus ojos y respiraron profundamente, llenando sus pechos con abundante aire, luego suspiraron durante un rato largo, hasta que acabaron de sacar todo el aire que habían inalado. Volvieron a abrir sus ojos de forma calmada, y el brillo destellante del fuego se apagó en la cinta que envolvía las manos de ambos.
A espaldas de ellos, dos hombres en cuclillas a cada esquina de aquel templo, comenzaron a tocar un par de tambores ceremoniales, inundando el ambiente con música.
Loretta dio un giro, pasando por debajo de su mano atada, desenredando su antebrazo, sin soltarse de la mano de Kleyn. Se estiraron a lados opuestos, dejando en el centro su enlace y la cinta, para luego unirse, quedando el uno frente al otro. Él la sujetó con firmeza por la cintura y ella apoyó su mano libre en su hombro. Pronto, comenzaron a girar el uno con el otro, con gracia en sus movimientos, pero, a su vez, con soltura natural, calmada y relajada.
La joven se enrolló entre los brazos del albino, dejándose reposar en su enorme brazo izquierdo, mirándolo a los ojos y sonriendo. Este la recargó y, con un ligero empuje, la hizo girar sobre sí misma, hasta llegar al otro extremo y volver a dejar la cinta en el centro, la cual había vuelto a adquirir cierto brillo.
Loretta apuntó su mano hacia Kleyn, y con ella avanzó por el límite de la piel, como si fuese la estocada de una espada, pasando de su brazo al de él, luego pasó por su pecho y luego por el brazo libre, tirando de él y llevándolo consigo hasta darle la espalda a la gente. Kleyn saltó girando hacia atrás, rozando su espalda con la de Loretta, ella siguió la inercia de aquel tirón y también saltó con él. Este cayó flexionando su pierna izquierda y apoyando su brazo en esta. Ella cayó de espalda sobre el brazo de este, levantando una pierna al recostarse en él, y estirando su brazo libre. Después lo acercó al rostro del tipo, acariciándolo antes de ser impulsada otra vez hacia el otro extremo, dejando la cinta en el centro de ambos. De nuevo, la cinta volvió a adquirir un mayor brillo que antes.
Caminaron el uno hacia el otro, cruzándose y enredando sus brazos amarrados. Se cruzaron otra vez para situarse como estaban antes y, otra vez, volvieron a cruzarse, tomando cierto impulso, estirando sus manos al pasar el uno detrás del otro, estirando sus manos mientras el brillo de la cinta llegaba a su cenit. El ultimo estirón provocó que la cinta se consumiese por el calor de sus propias llamas, permitiendo a los novios liberarse de esas ataduras. Cuando lo hicieron, ambos levantaron la muñeca que tenían atada a la del otro. Estas mostraban una anilla negra e irregular en torno a sus muñecas. Volvieron a cruzarse, situándose en lugares opuestos, y dejando sus manos marcadas juntas, la una al lado de la otra, alzándolas en lo alto.
El padre se acercó a ambos, tomando la mano de cada uno con las suyas.
― La marca ha sido consagrada, demostrando que los novios están vinculados por la suya promesa eterna. Esta marca recordará a cada uno que, no importa donde se encuentre ninguno de los dos, ni que tan grandes sean las barreras que los separen, porque siempre sabrán por esta marca que la persona que más los quiere está ahí, esperando para avivar la llama de su existencia, para hacer arder el fuego de la vida, para iluminar los momentos más oscuros con el resplandeciente rayo del amor y ser su guía en los caminos más difíciles. Una marca que solo puede borrarse con la muerte o con la traición. Una muestra de confianza, una muestra de cariño, una muestra de calor. ―juntó sus manos para que las de los novios también lo hiciesen― Una unión para toda la suya vida. ―soltó las manos de ambos, abriendo sus brazos en alabanza a la consagración de la pareja.
Tanto el novio como la novia sujetaban la mano del otro, en señal de cariño y afecto. Los presentes gritaron emocionados por la ceremonia. Mientras que los novios se dirigieron una mirada serena, una mirada cargada de emoción y alegría, de felicidad. Soltaron sus manos y las llevaron al rostro del otro, acariciándose mutuamente mientras las distancias entre ambos se acortaban, eliminando el sonido a su alrededor, eliminando la presencia del resto y dejando solo la imagen del otro frente a sus ojos. Sus labios se juntaron mientras seguían sosteniéndose el rostro. Aquel fue uno de los besos más suaves que habían tenido hasta la fecha, lleno de calidez y de sentimientos, magnificado por la situación, y guardado en la memoria de ambos como uno de los momentos más importantes de sus vidas.
Tras la ceremonia, los presentes disfrutaron de la abundante comida que se había preparado para todos. Esta estaba acompañada de vino y frutas exóticas traídas por el novio de los lugares más recónditos de su dimensión.
Incluso los clones tuvieron permiso para comer, algo peculiar, pues ellos no necesitaban comer al ser sólo unas copias del original, pero aquel día él les permitió ese capricho.
― Y pensar que Kleyn solo nos permite hacer esto tres veces al año. ―comentó uno de los clones que estaba tomando la pierna de una criatura de muslos abundantes. Le dio un mordisco― Y esta no cuenta.
Tras la comida, comenzó el baile, donde los novios se dedicaron a bailar con aquellos a quienes conocían de forma una tanto más cercana.
Uno de los bailes fue entre Kleyn y Dorothy, quienes se dedicaban a mover los pies hacia atrás y hacia adelante. Era algo cómico, pues la mujer era un tanto bajita. Su cabeza apenas le llegaba a Kleyn hasta el pecho. Aunque eso no le importaba al forjador. Lo que sí le importaba, era el hecho de que esta aún estuviese derramando lágrimas.
― ¿Todavía sigues llorando, Dorothy?
― Es que ustedes hacen una bonita pareja. Me hubiese encantado que Joe y Lina estuviesen aquí para ver a su hija convertida en toda una mujer. ―hablaba bastante bien a pesar de las lágrimas.
Eso provocó que Kleyn mostrase una sonrisa un tanto melancólica.
― Dorothy, eso es...
― Y mira lo bien que te ves. ―comentó, todavía llorando y tomándolo de una de sus mejillas como si se tratase de una abuela― Tu también has crecido.
Creo que ha perdido el juicio. Ahora es el momento de que des un giro disimulado y cambies de pareja de baile, no importa si a quien tomas es un hombre, solo cambia. Con su mejilla estirada, Kleyn intentó responder, conservando su seriedad.
― Pero yo no he cambiado, soy el forjador, ¿recuerdas?
― Entonces la que se está haciendo vieja soy yo... ―Exacto.
Por su parte, Loretta, bailaba con alguno de los clones de Kleyn. En concreto, Bob.
― Esto es extraño, es casi como si bailara con Kleyn.
― Sí, pero no soy él exactamente. Todos los clones somos iguales al forjador, pero cada uno de nosotros se ve influenciado por la labor que cumple.
― Pero sí son iguales a Kleyn, eso quiere decir que todos sienten lo mismo que él siente.
― Sí... ―dijo tras un silencio ligeramente prolongado.
― Entonces todos los clones me quieren al igual que él.
Bob no dijo nada, solo calló un momento, pero la mirada de la joven lo estaba interrogando de forma lenta y minuciosa.
― Puede que sea cierto.
― Awww, eso es tan lindo. ―dijo, poniendo cara de ternura, provocando que Bob se sonrojase y apartase la mirada.
Desde un lado, el resto de clones observaba la situación.
― Miren. ―dijo uno de ellos― Loretta está molestando a Bob.
― Sí. ―corroboró otro.
Mantuvieron silencio un momento mientras seguían escuchando las palabras de Loretta para hacer sonrojar a Bob. Esta parecía divertirse bastante.
― Yo soy el siguiente en bailar. ―proclamó uno de ellos.
― En tus malditos clonados sueños. ―se quejó otro.
De un momento a otro, se desató una pequeña pelea en el rincón en el que se encontraban los clones. Se tomaban del cuello de sus camisas, se daban golpes en la cara y se tiraban de los cuernos. Pero la pelea no duró demasiado tiempo. El original apareció en ese instante para intervenir.
― A ver, o dejan de pelearse o los borro a todos con un chasquido. ―amenazó sosteniendo su dedo índice y medio, listo para chasquear― ¿Entendieron?
Estos asintieron en silencio y comenzaron a separarse y apoyarse los unos a los otros. Así le mostrarían al original que cooperarían los unos con los otros. El albino asintió conforme y se fue de nuevo a continuar bailando.
La boda terminó al cabo de unas horas. Los clones se quedaron para recoger todo lo que había quedado de la ceremonia. Mientras que Loretta y Kleyn habían acompañado a los invitados a sus respectivos hogares.
Los últimos a quienes acompañaron, fueron tía Dorothy y su familia. Esta los invitó a comer un día en el que pudieran, les propuso que ese día fuese el siguiente domingo, que era cuando tenía lugar un festival en la ciudad en la que ella vivía. Ambos aceptaron la oferta, encantados. Por lo que, tras su luna de miel, asistieron al festival del que tía Dorothy les había hablado. El cual tenía lugar en la ciudad de Wilnevar.
Ahora mismo, la pareja se encontraba caminando por las calles de la ciudad, en dirección a casa de tía Dorothy.
― ¿Estás emocionada? ―preguntó el pelirrojo mientras andaban tomados de la mano― En esta ciudad hay un gran número de caballeros, por lo que tengo entendido.
― ¿Y porque lo mencionas? ―dijo, curiosa.
― Antes solían gustarte bastante los caballeros en armadura.
― Bueno, eso fue hace muchos años. Después de haber entrenado contigo y de realizar mazmorras juntos, los caballeros no me parecen tan espectaculares como antes... ―se vio distraída un momento al ver cruzar a un caballero de armadura negra, con toques grises en ciertas partes de esta y un hacha tan afilada y tenue como la noche.
― Lore... Lore. ―dijo, elevando su tono, lo cual provocó que esta diese un pequeño brinco de sorpresa― Se te cae la baba. ―señaló.
Esta reaccionó un poco apenada y se limpió usando su muñeca. Sí, su gusto por los caballeros es cosa del pasado, como tú afición por no escucharme, eso también es cosa del pasado.
Sí Loretta no estuviese delante, Kleyn habría respondido que jamás lo escuchaba, pero, debido a la situación, se tuvo que guardar el comentario.
Se dieron cuenta de que estaban entrando a la zona del festival cuando los puestos de mercaderes se hicieron presentes y el cúmulo de personas era mayor. Por los costados se podía oír a los mercaderes ofertando su mercancía. Estos ofrecían una amplia variedad de productos, tales como: armas, armaduras y herramientas de todo tipo. Vestimentas hechas con los materiales más diversos. Toda clase de artefactos ideales para cualquier individuo que quisiese aventurarse en el mundo de la caballería.
Durante su paso, Loretta no podía evitar fijarse en todas aquellas armaduras y armas que había en los escaparates de los mercaderes, si no era que estos estaban colocados encima de una manta o colgados en unos ganchos en la pared de los puestos, se maravillaba mirándolos.
― Sabes que tengo una armería mucho más grande y mejor que cualquier puesto que puedas encontrar aquí, ¿verdad?
― Sí, lo sé. Pero también es interesante ver otras armaduras, a parte de las que puedes hacer tú. ―comentaba con una sonrisa inocente― Mira, esa de ahí tiene plumas en la parte de la cintura. ―señaló, apuntando a una armadura que había a su izquierda― Que bonita.
― ¿Sí te gustan tanto las armaduras, porqué nunca te pusiste una?
― Me gusta ver las armaduras. Usarlas, eso ya es harina de otro costal.
― No tiene sentido.
― Sí que lo tiene. ―se defendió― A ti te gusta confeccionar una enorme cantidad de armas y armaduras. Pero siempre usas las mismas espadas y nunca te pones una sola pieza de armadura.
― Mis botas cuentan. ―eso provocó una ligera risa en la joven― Uso siempre las mismas espadas porque son mis favoritas. Y no necesito armadura. Mi velocidad sobrehumana, mi pericia con las armas y mis habilidades ígneas son elementos más que suficientes como para prescindir del uso de una armadura. Y si me gusta hacerlas, es porque nací para eso, ―se palpó las venas que tenía marcadas en su brazo― lo llevo en la sangre.
― Bueno, pues a mí me gusta ver las armaduras. No necesito llevar una, tampoco quiero. Con eso ya tengo suficiente.
El tipo se exigió de hombros.
― Supongo que cada uno tiene sus gustos.
Continuaron su caminata por aquella plaza, hasta que llegaron a un centro abierto. Allí había un montón de gente amontonada, y Loretta sintió curiosidad por ver qué había. Kleyn abrió un pequeño portal por el cual sacaron la cabeza y observaron. Loretta dejó caer su mandíbula cuando vio que se trataba de un ring de combate con espadas. Había caballeros practicando sus movimientos, preparándose para demostrar su valía en combate.
Kleyn la vio, levantando una ceja y sonriendo.
― ¿Estás interesada?
― Sí. ―dijo de forma apresurada― Ábreme un portal a casa.
De nuevo, el tipo sonrió y volvió a encogerse hombros, solo para abrirle el portal a la mujer.
Al cabo de un rato, Loretta volvió con sus espadas ropera y su daga envainadas y sujetas a su cintura. También se había puesto un pantalón de tela y unos zapatos más cómodos, así podría moverse con soltura y libertad.
Tuvieron que esperar durante un rato considerable hasta llegar al puesto de inscripción. El tipo que se encargaba de inscribir a los concursantes, dudó un momento al ver a la mujer queriendo inscribirse. Pero una mirada de Kleyn fue único que se necesitó para que el tipo no le pusiera pegas a la inscripción.
― ¿No vas a inscribirte también? ―le preguntó al pelirrojo.
― Ah... ―respondió algo distraído― No, yo estoy bien. Mientras tú te diviertas, yo estoy contento.
Ella le sonrió y le dio un beso en la mejilla, provocando que este sonriera y un rubor imperceptible asomara en su rostro.
Kleyn tuvo que dejar a la mujer cuando esta fue a situarse con el resto de competidores. Se situó en las gradas, donde el público observaba atento a todos. Él, por su parte, se puso cómodo y esperó a ver cómo eran los guerreros de aquellos lares.
Varios de los tipos que esperaban a oír su nombre para pasar a la arena se reían al ver a Loretta esperando igual de atenta que ellos. Les hacía gracia ver a una mujer queriendo luchar en una pelea de caballeros. Esta se percató de ello, pero no le dio importancia alguna, solo estaba allí para disfrutar de un combate amistoso. Después de todo, casi nunca practicaba con nadie que no fuese Kleyn. Quería medir su capacidad con otros contrincantes.
Los primeros hombres fueron llamados, un tal Borjak y Lod'ron. Eran un par de tipos grandes, bien protegidos y bien armados. Cuando se colocaron en la arena y sus aceros comenzaron a chocarse el uno contra el otro, Kleyn se dio cuenta de que aquella era una batalla de fuerza bruta, no de habilidad. Se notaba en la forma en la que ellos arremetían.
Al final, ganó Borjak. Todo porque su oponente había descuidado su costado izquierdo y, por casualidad, Borjak tenía su espada enarbolada en ese costado. Cualquier demostración que pareciera evidenciar alguna clase de habilidad con la espada era mera coincidencia.
Después de un rato de espera, llegó el turno de Loretta. Quien apareció emocionada en la arena. Kleyn se sintió feliz al verla así de animada, pero no pudo evitar llevarse los dedos a su entrecejo y negar con la cabeza ante la actitud alegre de ella en la arena. Déjala, es su primera vez en una arena, seguro que piensa que después de la pelea todos irán a comer juntos en celebración y serán amigos.
Aquel que sería el oponente de la joven apareció. Un hombre alto con una armadura de mallas. Ligera, pero segura. No llevaba casco consigo, lo cual permitió ver la sonrisa burlona que tenía en su rostro al darse cuenta de quien era su oponente.
― ¿Una mujer? ¿Es en serio? ―preguntaba alzando sus manos a ambos lados y mirando a todos esperando su aprobación― Quien fue el que dejó entrar a la chica a una pelea de espadas? ―la gente del público apoyó las palabras del tipo con una risa conjunta. Este también se rio junto con ellos.
Se oyó la campana que daba comienzo al combate. El tipo ni cuenta se había dado casi, pues se había reído demasiado.
― Ey, muchacha, qué tal si te retiras ahora. Si quieres, podemos vernos luego de que acabe el torneo y divertirnos juntos un rato. ―propuso enseñando una sonrisa que mostraba su gastada dentadura amarillenta.
― Si tienes miedo de luchar contra mí, mejor ríndete tú, porque yo no voy a irme.
Este detuvo su burla en el mismo momento en el que sintió que las palabras de la mujer no eran más que pura basura pretenciosa.
― Debo admitirlo, lindura, tienes agallas. ―dijo, meneando su espada mientras la apuntaba hacia ella― Agallas que desearás no tener cuando te corte en dos. ―gritó amenazante mientras corría hacia ella.
Algunos en el público se burlaban de la joven, mientras que otros se quejaban de aquel mastodonte no tuviese piedad alguna por la chica y otros que se cubrían la cara al ver tal barbarie como la de atacar a una mujer. Por su parte, Kleyn permanecía impasible, de brazos cruzados y sin expresión alguna en su rostro, más que la de un espectador cualquiera.
El tipo cargó contra Loretta sin ningún tipo de escrúpulo ni miramiento, a pesar de las quejas de algunos de los espectadores. Mientras avanzaba le pareció extraño ver que la joven no se moviese ni un solo ápice de su sitio. No le importó, solo se aseguró de golpear tan rápido y fuerte como le fuera posible, así mostraría al resto de participantes y a los presentes en el público que nadie debía burlarse de él.
Ya estaba encima de ella. Alzó su espada y se preparó para descargarla sobre su frágil cuerpo. Bajó el acero y en un segundo este levantó una pequeña nube de polvo al encontrar la tierra con su hoja. La chica ya no estaba. Quiso mover la cabeza para ver en donde se encontraba, pero no tuvo tiempo. Alguien había puesto su pierna delante de las suyas para luego darle un empujón en la espalda y hacerlo tropezar, obligándolo a morder el suelo. Su espada había caído delante de él. Estuvo a punto de tomarla estirando su brazo, pero, de una patada, su oponente la alejó de este. Notó la punta de una hoja cerniéndose sobre su cabeza. Respiró profundo, no sabía si por sorpresa o por temor, pero, cuando alzó la mirada, vio frente a él a la joven que, hacia tan solo unos segundos, estaba delante de él.
― Ríndete, estas desarmado y tirado en el suelo. Has perdido. ―dijo de forma seca y cortante.
Este seguía sin creérselo. Tanto fue así, que se negaba a admitir la derrota ante una mujer. Y menos antes una joven que no tenía idea alguna de la vida en la arena.
Quiso levantarse usando su brazo izquierdo como apoyo, y el derecho para agarrar a la chica, o eso es lo que hubiese querido hacer. En el mismo momento que este se alzó un poco del suelo, Loretta lo volvió a tumbar dándole una patada en el brazo. Al otro le hizo un corte superficial sobre el canto de su mano. Nada serio, pero lo suficientemente rápido y letal como para hacer al hombre replantearse la idea que tenía en su mente.
― ¿Vas a rendirte ahora? ―preguntó con porte serio.
Para acelerar la respuesta del tipo y no dejarle opción a que se revelase contra ella, acercó el estoque al hombro de este e introdujo la punta en su carne, sin aplicar demasiada presión.
A duras penas, el guerrero hizo a un lado su orgullo y aceptó la derrota agachando la cabeza.
― Sí, me rindo.
Loretta suspiró al oír esas palabras. Se sintió mucho más tranquila ahora. Parte del público estalló en gritos de euforia. La otra parte se quejaba de que la muchacha no clamase la cabeza de su oponente, cuando había tenido la oportunidad ideal de hacerlo.
― Menos mal. ―pronunció tras guardar sus aceros― No quería tener que hacerte más daño. Espero que no te hayas enojado conmigo.
El tipo se mostró confundido ante la actitud de la joven. En el mismo momento en el que guardó sus aceros, el porte serio que se notaba en su rostro había desaparecido. Ahora su voz era gentil y dulce. Mas aquello no hizo otra cosa que acrecentar su furia por haber perdido. Se levantó apretando los puños con tal fuerza que estos le temblaban. Quiso propinarle un puñetazo a la joven, pero sabía que había perdido ante ella y hacer eso podía condenarlo a un castigo público. Además, la joven había demostrado ser más habilidosa que él y, a pesar de haber guardado sus armas, sospechaba que si intentaba algo esta podría desenvainar su daga en tan solo un segundo y asestarle un golpe mortal. Optó por ser cauto y salió de la arena sin decir ni hacer nada.
Bah, sabía que solo era un charlatán, son fáciles de reconocer.
Sin duda, Loretta había robado la atención del público. Había sorprendido a todos, incluso al rey y la reina, que también estaban mirando.
Así, fueron ocurriendo el resto de combates. En los primeros, Loretta era subestimada, lo cual le daba la ayuda del factor sorpresa. Y aquellos que perdían le daban su aviso al resto, el aviso de que aquella no era una joven normal. Cosa que al principio se tomaron a broma, pero, a medida que aumentaban los caballeros que decían la misma advertencia, fueron tomando más enserio esa imagen de la chica.
Ahora que los caballeros la veían realmente como una oponente y no como a una clase de broma, estos tomaban mayor cautela y realizaban golpes meditados. Pese a todo, ella seguía saliendo victoriosa en sus combates. El continuo entrenamiento con Kleyn había llevado sus habilidades a niveles insospechados por sus oponentes.
Ya solo quedaban ocho cuatro combatientes antes de la batalla final. Y a la joven le había tocado pelear contra un tipo cubierto por completo en armadura. Esta era de cuero con partes metálicas en los sitios en donde no había articulaciones. Un casco subiría todo su rostro. Y la sombra de este evitaba que se viera sus ojos. Llevaba una espada consigo como arma, y nada más.
Para la sorpresa de la mujer, este hizo una ligera reverencia antes de ponerse en guardia. Loretta sonrió al ver que su oponente era alguien con modales. También realizó el mismo gesto antes de colocarse en posición. Solo entonces, ambos estuvieron listos para la batalla.
Cada uno esperaba en su sitio a que el otro atacase, pero ninguno de los dos se movía un solo ápice de su sitio. Tanto el uno como el otro eran luchadores cautos, y preferían esperar que su oponente atacase primero a lanzar ellos su primer ataque. Sin embargo, si ninguno se movía, no habría pelea que valga.
Loretta dio un primer paso, acortando distancias entre los dos. Su oponente analizó aquel movimiento y, tras unos segundos, lo imitó. Repitieron está misma acción, acortando distancias el uno con el otro. Nada los distraía, estaban plenamente centrados en su oponente. Ni siquiera los abucheos de algunos de los presentes que clamaban por batalla los distraía.
Cuando estuvieron a dos metros el uno del otro, la tensión aumentó de golpe. En una situación como aquella, cualquiera de los dos podría hacer un primer movimiento, y, lo más seguro, es que este le resultaría complicado de eludir a su oponente.
Ambos estaban a la espera de notar algún hueco, algún movimiento o gesto que les permitiese atacar. De pronto, Loretta notó cierto gesto con la espada en su oponente, lo cual abría un poquito más su apertura del costado. Solo eso necesitó la joven para lanzar una rápida estocada, pero, al parecer, su oponente esperaba que hiciera eso, aquel movimiento había sido una finta.
La espada del tipo iba directa hacia un costado de la mujer, la cual estaba expuesta tras dar aquella estocada. No tuvo tiempo de esquivar, así que movió su daga de bloqueo y cambió la trayectoria de la hoja enemiga. Aprovechó para recoger su arma y la descargó sobre el tipo, el cual tuvo que cubrirse usando el dorso de uno de sus brazales, evitando que el arma llegase a alguna parte vital y saltando hacia atrás para recuperar su posición.
El caballero quiso recoger su espada y colocarse en posición, pero su contrincante había cargado hacia el con gran énfasis. Una lluvia de estocadas cayó sobre él, obligándolo a mantenerse a la defensiva.
Loretta está un poco agresiva.
― Sabe que el oponente que tiene delante es alguien que conoce la espada, así que no quiere darle oportunidad de recuperarse. ―comentó este para sí y para la voz en su cabeza― Se está tomando este combate en serio.
Mientras tanto, el tipo que estaba sentado al lado de Kleyn no podía creer que tuviese al forjador a su lado, pero el hecho de que este hablara solo le preocupaba un poco.
En tan solo un segundo la batalla había pasado de ser un concurso de estatuas a una lucha frenética en la que los aceros chirriaban al chocar unos con otros. El caballero estaba siendo atosigado por la joven. Entonces, vio una oportunidad y, con un movimiento de espada, hizo vibrar la hoja de su enemigo, haciendo que esta saliera despegada de sus manos. Aquello dio un pequeño resquicio de confianza al caballero, lo suficiente como para que atacara al momento, ahora que su oponente había perdido su hoja larga. No obstante, la daga fue lo único que necesitó Loretta para desviar la hoja y acercarse tanto como para darle un golpe desde abajo usando su palma y quitarle el casco al tipo. Cuando cayó al suelo, la joven pudo ver el rostro de su oponente.
Ojos azules como el cielo durante una tormenta, risos dorados y húmedos por el sudor colgándole de la frente y piel blanca y pálida, sin llegar a serlo tanto como la de Kleyn. Había crecido, pero el parecido era innegable.
― ¿Davison? ―preguntó sonriente, segura de que él era por quien preguntaba.
Este se sacudió un poco el cabello y le devolvió la sonrisa a la chica.
― Hasta que al final os habéis dado cuenta, señorita Loretta. ―mencionó este bajando su arma.
Loretta hizo lo mismo y ambos se acercaron para darse un abrazo.
Kleyn, que miraba atento desde las gradas, levantó una ceja al ver aquello. Vaya, vaya. ¿Conoces a ese tipo?
― No. ―respondió con firmeza― Creo.
Vio que estos dos estaban hablando y, de pronto, Loretta se giró y apuntó hacia donde estaba él. Lo miró a lo lejos y lo saludó. El chico a su lado había puesto cara atónita al ver a Kleyn. Este, si saber qué hacer, le devolvió el saludo.
― ¿Qué estará pasando? ―se preguntó el pelirrojo.
― ¿El chico del que me hablabas cuando éramos adolescentes era el forjador? ―dijo este, aún incrédulo de lo que la mujer le había dicho.
No era de extrañar que alguien dudara al oír tal afirmación. De no ser porque el tipo correspondiera el saludo de Loretta, Davison se habría mostrado totalmente escéptico a ese hecho. Aun así, reservaba sus dudas.
― Sí, así es. Se llama Kleyn, por cierto.
― Increíble... Bueno, a mí también vino a verme mi familia. ―comentó― Son aquellos de allá. ―señaló a un par de personas en las gradas, una mujer y un niño, el cual sería su hijo.
Este saludó a ambos desde la arena, y estos correspondieron al saludo con gusto.
― Oh, tienes un hijo. ―exclamó mientras los ojos le brillaban― Que lindo. ―dijo, estirando la primera sílaba.
Iban a continuar hablando, pero el sonido de abucheo del público los interrumpió.
― ¿Qué están haciendo? peleen. ―gritó uno de los presentes. El resto apoyó su palabra y aumentó el abucheo.
― Es verdad, deberíamos terminar nuestro duelo. ―señaló Davison.
― Ah, claro. ―concordó Loretta. Caminó unos cuantos pasos hacia atrás para recuperar su espada, le limpió la tierra usando su camisa y luego la envainó, igual que su daga― Me rindo.
― Desde luego, seguís estando llena de sorpresas. ―imitó su gesto y guardó su espada― Yo también me rindo. ―dijo este― Sígueme, voy a presentaros a mi familia.
― Claro. ―se giró de nuevo hacia Kleyn indicándole con su mano que viniese.
El albino se encogió de hombros y luego se puso de pie para desenvainar una de sus espadas y transportarse al lado de la chica. Al aparecer allí de golpe, el público calló y Davison se echó un poco hacia atrás, sorprendido.
― Vos sois el forjador. ―decía, aún incrédulo― Es un honor. ―expresó, dando una leve inclinación de cabeza.
― No hace falta ser formal. ―aseguró este― ¿Esos de allá son tu familia? ―apuntó a la mujer y al niño al que antes había apuntado Davison.
― Así es.
― Muy bien.
Realizó un corte rápido en el aire y abrió otro portal, el cual apareció justo al lado de la mujer y el niño. Kleyn también envió un par de clones para invitarlos a pasar por el portal, y para evitar que alguien más a parte de ellos intentase cruzar.
Confundida, la mujer cruzó el portal junto con su hijo. Esta también se mostró sorprendida al ver al forjador al lado del portal que acababa de cruzar.
― Es un honor. ―dijo ella, realizando el mismo gesto que Davison había hecho.
― No es necesario. ―volvió a asegurar.
Déjalos, les gusta sentirse honrados. Será algún tipo de placer prohibido o algo así.
― Loretta, dime a dónde vamos, antes de que la cosa se ponga peliaguda. ―dijo este.
― Llévanos a las calles de la ciudad, justo antes de que empiece la parte del festival.
― Muy bien, vámonos, entonces.
Un rápido portal se abrió, y Kleyn indicó a todos que lo atravesasen. Apenas pasó la última persona, este se metió de una sola vez y cerró el portal a sus espaldas, dejando la arena vacía y a todo el público atónito.
Los cinco aparecieron justo delante de los puestos en donde comenzaba el festival. Tal y como la joven había solicitado.
A pesar de que habían salido de la arena, seguía habiendo bastante gente por el lugar. Podrían haber comenzado a hablar en cualquier momento, pero el bullicio del festival no les habría permitido oír nada, y se habrían visto obligados a alzar la voz hasta el punto de gritar. Era eso o acercarse mucho los unos a los otros, cosa que a Kleyn no le gustaba, pues disfrutaba de su propio espacio personal.
― Seguidme. ―indicó ser Davison― Conozco un lugar en el cual estaremos más tranquilos.
Este los llevó a una pequeña plaza apartada de aquel escándalo, una en la que había algunos bancos de granito. Se sentaron para ponerse cómodos. Y por fin se dispusieron a hablar.
― No sabía que el hombre con el que acabaríais sería el mismísimo forjador. ¿Cómo ocurrió todo esto?
― Ella me sedujo cuando tenía tan sólo cinco años. Y ya ves que funcionó. ―comentó de forma bromista. Más bien te embaucó con cinco años.
Tanto el rubio como su mujer de cabello negro se quedaron mirando al pelirrojo, extrañados. El pequeño no entendió nada, así que miró confuso a ambos.
― Es broma. ―se apresuró a decir la chica― Es verdad que me conoció cuando tenía cinco años. Pero no lo seduje, solo lo puse en una situación comprometida, obligándolo a que se convierta en mi niñero personal.
Aquella reafirmación tampoco había ayudado mucho a los oyentes a cambiar aquella expresión de extrañeza en sus rostros.
― Bueno, sea el caso que sea, me alegro de ver que seáis feliz. ―su mujer le apoyó la mano en su hombro― Por cierto, ―dijo, mirando a la pelinegra― ella es Brenda. ―señaló con su mano a la esta― Nos conocimos poco después de que la batalla de los caballeros de Wilnevar acabase. ―hizo una pausa― Y este, ―tomó al pequeño que había junto a él y lo alzó en brazos― es el pequeño Cody, mi hijo de tres años. ―acercó su cabeza a este― Saluda a la gente, Cody.
Aunque confundido por todo lo que había visto de golpe, el pequeño seguía entendiendo lo que su padre decía. Con su mano izquierda mostró sus cinco dedos y meneó la muñeca de un lado a otro, saludando al par delante de ellos.
― Oh, es precioso. ―se acercó más al rostro del pequeño― Y tiene los ojos de su padre. ―señaló.
Pero el niño no parecía prestarle atención a la mujer, en cambio, centraba su atención en el tipo pelirrojo tras ella. Esta se dio cuenta de ello, y se giró hacia su marido con una sonrisa.
― Creo que le acabas de llamar la atención.
― Pero no hice nada. ―protestó. Creo que debes aceptar que tienes popularidad entre los niños.
― Kleyn, dile algo. ―decía, emocionada.
Davison dejó al pequeño en el suelo para que el resto pudiera interactuar con él. En el mismo momento que Cody tocó tierra, se sujetó de una parte de la armadura de la pierna de su padre.
― Emmm, no sé qué decirle. ―pero la joven le decía con las manos que insistiera― Bueno... ―miró al pequeño y se puso en cuclillas para estar a su altura. Pero este se aferró un poco más a la pierna de su padre al estar cerca de Kleyn― ¿Hola? ―dijo, levantando una de sus enormes manos.
Eso provocó que Cody se ocultase detrás de la pierna del tipo y asomarse un ojo para seguir viendo a Kleyn.
― No se preocupen. ―aseguró Davison― Es un poco tímido.
― Eso solo lo hace más lindo. ―exclamó Loretta.
Así, continuaron hablando un poco de cómo había avanzado la vida de cada uno después de verse por última vez en el árbol a las afueras de Mathel.
Loretta le explicó a Davison que, después de que se fuese, había conseguido confesarse a Kleyn. Tuvo que admitir que recibió un poco de ayuda por parte de su madre, por no decir bastante. Vivieron una vida plena y tranquila en Mathel, hasta que sufrieron el ataque de aquellos caballeros enemigos de Wilnevar que habían despertado del campo de batalla. Al oír eso, Davison recordó que el forjador había aparecido en Wilnevar para solicitar cobijo para las víctimas de aquel ataque. Al igual que el rey, Davison también sintió culpa al oír que sus enemigos habían decidido atacar a inocentes tras huir. Quiso disculparse por no haber podido darse cuenta de la huida del enemigo y detenerlos a tiempo. Pero Loretta no se lo permitió. Le aseguró que aquello no era su culpa, y que no tenía por qué disculparse.
Continuó su historia por el momento en el que ella se fue a vivir con Kleyn. A partir de ahí todo fue vivir aventuras y compartir momentos junto al hombre al que quería. Hasta que un día él que le propuso realizar una ceremonia de unión. Lo que también se considera como matrimonio. Le enseñó la marca en su muñeca con una sonrisa en el rostro, y finalizó su historia comentando que hoy habían venido a visitar a su tía.
― Una vida interesante. ―comentó el rubio.
Ahora era su turno, y comenzó justo por la misma parte que lo hizo Loretta, después de su partida de Mathel. Al llegar a Wilnevar, fueron recibidos con euforia y alegría. Su capitán habló con el rey y con los capitanes de los otros ejércitos que había allí. Luego informó a su pelotón. Y, después de eso, vinieron los entrenamientos. Estuvieron entrenando por un año entero, hasta que el día de la batalla llegó. Sus enemigos no habían esperado que ellos reunieran aliados, lo cual era normal, ya que la idea de pasar por Mathel era para mantener un bajo perfil y llegar hasta Wilnevar sin que lo supieran las fuerzas enemigas. La batalla fue gloriosa, pero también fue sencilla, debido a su número y a su equipamiento. Las proporciones eran de tres caballeros Wilnevianos por cada enemigo; una victoria aplastante.
Tras esa batalla, todo el escuadrón fue reconocido por el rey, y varios de sus caballeros son hoy en día hombres de renombre. Algunos de ellos decidieron volver a sus hogares, pero otros optaron por quedarse en la ciudad y servir los reyes de Wilnevar, cosa que eligió Davison. Después de eso, participó en ciertas incursiones menores, pero fue ganando reconocimiento con el tiempo, hasta convertirse en capitán de un pelotón. Con el tiempo el pelotón crecería, y el rubio sería encargado de impartir lecciones de combate a sus alumnos. Después de eso conoció a su esposa, se casaron a los pocos años y tuvieron un hijo. El resto, era historia.
Kleyn dio un vistazo a la posición del sol, ya casi estaba encima de ellos. Tomó con suavidad el hombro de Loretta y le dio un pequeño meneo.
― Creo que Dorothy nos estará buscando. Tal vez deberíamos irnos.
Loretta se percató de las palabras del muchacho y cayó en cuenta de que este tenía razón. El tiempo había pasado sin darse cuenta de ello.
― Tienes razón. ―se giró hacia Davison y Brenda― Lo siento, pero tengo un compromiso con mi tía. Aunque me gustaría quedarme más tiempo a charlar con ustedes.
― No pasa nada, señorita Loretta. Comprendemos el peso de un compromiso. Os puedo asegurar que a un caballero se le inculca bien el valor de dar su palabra.
― Gracias, Davison. ―dijo la mujer, con una ligera reverencia― Seguro que nos volveremos a ver.
Este sonrió y se acercó para darle un abrazo a la chica, la cual lo correspondió sonriente.
― Estoy seguro de ello. ―respondió el tipo.
Por su parte, Kleyn y Brenda se despidieron con una reverencia. Ninguno de ellos se conocía lo suficiente, ni habían fraternizado lo suficiente como para despedirse de forma afectuosa. Luego se despidieron ambos hombres y mujeres. Ellas con una ligera reverencia, y ellos con un apretón amistoso.
― Estoy seguro que Loretta está en buenas manos. ―afirmó Davison al estrechar la mano de Kleyn.
― Hago lo mejor que puedo. ―respondió con una sonrisa.
Finalmente, ambos se alejaron, despidiéndose con sus manos. Incluso el pequeño Cody lo hizo.
Llegaron a casa de Dorothy en menos de lo esperado. Esta comenzó a recriminar a su sobrina al verla vestida de aquella forma y con sus armas en la cintura. Comenzó a preguntarle en donde había estado para estar vestida así y haberse tardado tanto. Cuando ella le dijo que había entrado en un concurso de combate, casi se le cae el corazón.
― ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? ¿Sabes lo peligroso que es luchar contra cualquiera de los caballeros del lugar?
― No lo sabía, por eso quería concursar. Los primeros no duraron mucho, pero luego la cosa se puso interesante.
Dorothy cerró los ojos y se llevó la mano a la frente al escuchar tales palabras.
― Una señorita como tú no debería hacer eso. ―se giró hacia Kleyn― ¿Y tú no le dijiste nada?
― Yo solo le dije al del registro que la dejase inscribirse.
La mujer ya no podía creerse lo que oía. Sentía que hablar con ellos sobre el peligro era un sin sentido.
― Roger, Roger. ―llamó a su marido― Déjame al pequeño Kevin y habla con ellos, que yo soy incapaz de mantener esta charla.
El tipo alto, calvo, fuerte y con bigote le cedió al pequeño, el cual estaba despierto y miraba con curiosidad a todos lados. Con sumo cuidado y ternura, Dorothy tomó en brazos al pequeño Kevin.
― Venga aquí mi pequeño. ―le decía moviendo su dedo para rozarle la nariz― Tú eres el pequeño de mami. Tú jamás harás que mami se preocupe así porque te convertirás en médico y ayudarás a la gente. ¿Verdad que sí? ―le decía poniendo una voz tonta y exagerada para hacer reír al infante.
Esta se fue al salón mientras seguía hablándole al bebé. Y Roger se giró hacia la pareja.
― Lo que quiere decir es que estamos encantados de recibirlos y de saber que están bien.
― Lo mismo digo. ―dijo Kleyn.
― Bueno, pasen, la comida está preparada, solo hace falta poner la mesa.
― Genial, te echaré una mano. ―ofreció la joven.
Tras un pequeño rato de espera, todos se sentaron en la mesa y comieron a gusto. Dorothy había preparado puré de patatas con pollo hervido y, como no, pan casero. Ella y Robert hablaron un poco de cómo les iba la vida y que pensaban abrir una segunda panadería al otro lado de la ciudad.
Mientras que Loretta le habló de su encuentro con Davison, un viejo amigo de su adolescencia. Como Dorothy no estuvo presente durante ese periodo de su vida, le tuvo que explicar a detalle la primera vez que se habían conocido y quién era él. La historia en conjunto le pareció un escándalo, pues por un momento pensó que, de haber sido otras las circunstancias, Loretta podría estar con ese hombre en vez de Kleyn. Aunque Loretta defendió el hecho de que este la había animado a confesarse a Kleyn y que, sin él, a lo mejor habría tardado mucho más tiempo.
Roger señaló que aquel era el nombre de un importante caballero en Wilnevar. Cuando le confirmaron que ese caballero y Davison eran la misma persona, los dos se mostraron muy sorprendidos. De inmediato, el tono de reproche de Dorothy cambió por uno de alabanza. Diciendo que es hombre había hecho mucho por Wilnevar. Había llegado a verlo en alguna ocasión, y tenía que decir que la había dejado encantada. Se hablaba muy bien de Davison y, con solo verlo, uno entendía el porqué.
Durante el resto de tiempo en el que estuvieron comiendo, Dorothy se dedicó a seguir hablando bien del tipo rubio. Hasta que la comida se acabó.
Después de limpiar los platos y la mesa, Dorothy les propuso a ambos ir a dar un paseo y ver la ciudad. Pero Loretta les dijo que se quedaría, alegando que estaba un poco cansada por haber luchado en el concurso de caballería. Aunque en realidad tenía intenciones ocultas. Para que Dorothy y Roger no tuvieran que ocuparse del pequeño Kevin, Loretta se ofreció a cuidarlo junto con Kleyn. En verdad sentía deseos de estar a solas con el bebé.
Este estaba durmiendo ya, y Loretta lo tenía en brazos. Lo miraba con suma ternura. En un momento dado el pequeño dio un bostezo, lo cual no hizo otra cosa que aumentar la ternura que el pequeño le estaba dando.
― ¿No crees que es precioso, Kleyn?
― Lo que realmente creo es que cuando sea mayor vaya a tener un mostacho, como su padre.
Debía de admitir que aquel comentario le hizo gracia. Pero no podía evitar seguir mirando al pequeño. Le hubiese gustado jugar con él, pero no iría a despertarlo para eso.
― Kleyn, ―comenzó ella― me gustaría que tengamos un hijo. ―confesó mientras seguía mirando al pequeño― O una hija. Me da igual, pero me gustaría ser madre.
El pelirrojo no dijo nada ante las palabras de la chica, solo permaneció oyente.
― ¿Te imaginas? Podría ser un pequeño de piel blanca como la tuya, y pelo castaño como el mío. Me gustaría que tenga tus ojos, porque son bonitos y únicos. ―comentaba a la vez que se lo imaginaba― Si es niña, tal vez podríamos llamarla Kleta o Loraine. ―dijo, pero se detuvo un momento para repasar sus palabras― Bueno, el primer nombre quizás no, ahora que lo pienso, no es tan bonito como lo había pensado. ―se había girado para ver al tipo, y comprobó que este estaba muy callado y cabizbajo― ¿Pasa algo, Kleyn?
Él ya se había imaginado que el instinto materno de Loretta había salido a la luz, y que, por ello, quería tener una cría de la cual cuidar. Verla tan entusiasmada al ver niños pequeños ya le había sugerido lo emocionada que ella estaba. Mas él sabía algo que ella no, y sabía que decírselo era algo que no iba a gustarle, pero no podía ocultarlo. Menos ahora que estaba tan entusiasmada por ser madre.
― Loretta, hay una cosa que debo contarte. ―respondió en tono serio. La expresión de sus ojos denotaba cierto aire de tristeza y melancolía.
Esta comprendió que Kleyn iba a contarle algo importante, así que decidió tomárselo con la misma seriedad que este mostraba.
― Dime.
― Yo... yo no puedo darte el hijo que buscas.
― ¿Por qué lo dices? ―comentó extrañada.
― Soy yo, soy estéril. Nunca antes he sido capaz de engendrar vida, nunca. De lo contrario, tu y yo ya habríamos tenido un hijo después de todas las veces que lo hicimos. ―ella no dijo nada― Siento no poder darte esto, de verdad que lo siento.
En verdad le dolía tener que negarle algo como eso a la joven, cuando se la veía tan ilusionada con aquella idea. A decir verdad, a él también le hubiese gustado ser padre. Tener un hijo y criarlo junto a la mujer a la que ama. ¿Por qué no permitírselo? Cuando también se había permitido el lujo de amar a alguien. Pero, tristemente, aquello solo podía quedar en nada más que un simple anhelo.
La mujer seguía sin decir nada. Estaba procesando en su mente lo que su marido acababa de decirle. Y la verdad es que le resultaba un poco arrollador saber que, sin importar lo que hiciese ni cuánto lo quisiese, ella y él no podrían tener un hijo juntos. Aquello la entristeció un poco, pero ver a Kleyn hizo que comprendiese que a él también le dolía.
Dejó al pequeño Kevin en su cuna un momento y se acercó al tipo. Apoyó su mano en el hombro de este con suavidad, haciendo que se girase hacia ella.
― Kleyn, no tienes porqué disculparte. No es tu culpa. ―le consoló ella.
― Pero tú quieres tener hijos.
― Sí, pero solo porque sé que tú serás el padre. Kleyn, me encantaría ser madre, pero no necesito tener un hijo para ser feliz.
Este la miró aún melancólico y algo sorprendido. No estaba seguro de que ella estuviese diciendo la verdad.
― En serio?
Ella se acercó a él con suma ternura para abrazarlo, apoyando su cabeza en el pecho de este.
― Solo te necesito a ti. ―respondió sonriente, y notó como el tipo se relajaba al oír esas palabras― Además, ―dijo despegándose de él― ya tenemos algo similar a los hijos.
― ¿A sí?
― Sí.
La pareja se encontraba en la entrada de la herrería de Kleyn, justo bajando las escaleras.
― Niños, mamá volvió. ―dijo la joven en voz alta.
De pronto, todos los clones que estaban trabajando, fueron corriendo hacia la mujer para darle un enorme abrazo grupal. Lo que provocó que ella riese.
― Ves, te lo dije. ―le comentó a Kleyn.
― Sí, sí. ¿Pero, y yo qué?
― A ti ya te vimos demasiado. ―respondió uno de los clones del círculo. A eso le llamo sentido de la lealtad.
El resto comenzó a reírse, al igual que Loretta y el propio Kleyn, pues, si había algo que todos allí tenían, era sentido del humor.
Pequeños momentos que adornaban la vida del forjador y la joven humana. Vivieron felices durante muchos años. Años durante los cuales siguieron visitando a tía Dorothy y a Davison. Años en los que vivieron aventuras y momentos únicos para ambos. Cada vez conociéndose más, queriéndose más y disfrutando más de la compañía del otro. Entre ambos se llenaron de momentos que los hicieron sentirse las personas más felices en el mundo, y que todo aquello nunca acabaría. Pero el tiempo no distingue de buenos o malos, ricos o pobres, ni hombres o mujeres.
Casi en lo que fue un parpadeo para el forjador, años y años de vida habían pasado sin que se diera cuenta. Pues un sabio fijo una vez que cuando somos felices el tiempo pasa más rápido de lo que creemos. Y para aquel que vive eternamente, esa sensación se multiplicaba por decenas, e incluso centenares. Un día, Kleyn se dio cuenta de ello de forma inesperada.
Sus ojos pesaban, más estos comenzaban a abrirse poco a poco con cada segundo que pasaba. Despertó por fin, con la mirada fija en el techo. Movió la cabeza a su izquierda, y allí vio a la mujer de su vida. La oscuridad en la habitación no le dejaba verla con claridad, pero sabía que ella dormía.
Encendió la llama de su cabeza y miró de nuevo a la chica, iluminada por la luz naranja del fuego. En su rostro se podía apreciar el transcurso del tiempo. Su piel tersa y suave se había arrugado. Su cabello castaño había perdido su color, dejando un montón de hilos blancos que descendían por su rostro. Ya no parecía tan enérgica como antes, sino que se la veía frágil y, incluso, débil.
Estaba aferrada al brazo izquierdo de Kleyn. Este acercó su mano libre para acariciarle el rostro con delicadeza, esperando que esta se despertara. Con su dedo pulgar, estiró un poco la piel del rostro de ella, lo cual provocó que se interrumpiera su sueño. Apretó los ojos y torció el rostro en un gesto de disgusto, impulsado por su despertar. Dirigió su mirada a aquello que tenía más cerca. En este caso, a Kleyn. Cuando lo vio sentado, mirándola fijamente, y notando su mano cálida en su mejilla, sonrió y apoyó su mano encima de la de él.
― Ya estás despierta, dormilona.
Trabajosamente, se levantó como pudo de su sitio. Kleyn le ayudó dejándole su brazo para que ella se aferrase a este y pudiese levantarse. Hasta que consiguió sentarse sobre el colchón.
― Buenos días, Kleyn. ―saludó con una sonrisa mientras sus parpados estaban casi cerrados.
― ¿Cómo te encuentras?
― Pues, algo cansada. Y eso que acabo de levantarme. ―su propio comentario le hizo la suficiente gracia como para reírse ella sola. Pero, tan solo comenzar, empezó a toser de forma violenta.
Kleyn se aproximó a ella y le dio unas palmaditas muy suaves en la espalda. Intentando ayudarla a calmar la tos.
― Tranquila. No deberías reírte tanto tan rápido. ―sugirió este.
Un poco más recuperada, carraspeó su voz para intentar hablar mejor.
― Lo siento, es que se me pegó tu humor extraño después de tantos años. ―acusó esta.
― Estando juntos día y noche, lo extraño sería que no hubiera sucedido.
― Puedo ser muy obstinada si quiero. ―alegó, sonriente.
Este le devolvió la sonrisa y le acarició la mejilla con el pulgar mientras la tomaba de la mano.
― Lo sé. ―llevó la mano con la que le estaba acariciando a su espalda para ayudarla a levantarse― Ahora vamos, es hora de levantarse, vestirse y tomar el desayuno.
― Gracias, Kleyn. No hace falta que me ayudes a vestirme, ya puedo hacerlo yo sola.
― ¿Segura? ―preguntó con un tono que denotaba cierta duda en él.
― Sí, estoy un poco mayor ya, pero soy perfectamente capaz de vestirme yo sola. Solo espérame en la cocina.
― De acuerdo. ―aceptó― Pero, si necesitas ayuda, solo debes gritar, ¿entendido?
― Sí. Ahora ve, que sino no te moverás de aquí.
Se rio al oír el comentario de la señora.
― Esta bien, ya me voy. ―dijo dejando a solas a su mujer y saliendo por la puerta.
Ella lo observó al irse, seguía siendo el mismo de siempre. Se había vuelto más atento y considerado con ella, debido a su estado físico y mental actual, pero él se veía igual que siempre. Ya sabía que el forjador era alguien que no envejecía, pero en momentos como ese era cuando más se notaba esa característica suya.
Se levantó de la cama con cierto esfuerzo, apoyándose en sobre sus manos para ayudarse a ponerse de pie. Luego, arrastró sus pies hasta el armario que había cerca, y rebuscó en este un sujetador y algún vestido que ponerse. Se quitó el camisón de dormir e intentó colocarse el sujetador, lo cual no fue muy complicado, pero si le resultó difícil doblar los brazos para llegar a su espalda y abrochárselo. Luego se puso un vestido blanco holgado, el cual le resultó muy cómodo, y solo entonces se dispuso a iniciar su travesía por el pasillo para llegar a la cocina.
Kleyn se encontraba preparando unos panqueques. Con el tiempo había aprendido a hacer una masa suave y deliciosa, pero, sobre todo, fácil de masticar. Le echó a un poco de miel encima y puso junto a este un vaso lleno de jugo de naranja recién exprimido.
Oyó un par de pasos aproximándose. Por su forma, juraría que sonaban en la escalera. Tal y como predijo, después de unos pocos minutos, la mujer apareció por la puerta, respirando de forma pesada. Se aproximó a ella amagando con ayudarle, pero esta lo detuvo poniendo su mano enfrente, indicándole que quería hacerlo ella misma. De nuevo, este respetó su elección, y la dejó hacer. Hasta que consiguió sentarse en una silla.
― Eres terca como una mula.
― Es lo único que la edad no me ha quitado. ―volvió a bromear.
Tomaron su desayuno a gusto y con calma. Sobre todo, Loretta. Qué, incluso había dejado algo de comida en su plato. Esto hacía que Kleyn la mirase de forma rígida.
― Estoy llena, ―se defendió― de verdad.
― De acuerdo. Te lo dejaré pasar esta vez. ―tomó el plato de la mujer y lo dejó a un lado, cerca del enorme cubo de madera en donde se lavaban los platos, para comerlo después. El suyo sí que lo lavó― ¿Qué quieres hacer hoy? ―preguntó mientras fregaba su plato.
Esta se palpó la barbilla con su dedo índice y pulgar y comenzó a masajear en círculos, mientras cambiaba la expresión de su rostro a una pensativa.
― Pues, me gustaría ir a visitar el gran árbol que plantamos tiempo atrás. Ya no soy capaz de recordar la última vez que fuimos a visitarlo.
― De acuerdo. ―aceptó mientras se secaba las manos usando un trapo junto al cubo― Solo déjame buscar mis espadas y ahora mismo va...
― No, Kleyn. Nada de portales. Quiero ir caminando.
― ¿Hasta el gran árbol? ―inquirió de golpe, debido a la enorme distancia que había de su guarida a aquel árbol. La mujer solo asintió― ¿Estás segura?
― Sí, Kleyn, estoy segura. Quiero moverme un poco y ver nuestro hermoso árbol.
El rostro de Kleyn demostraba que este no estaba a muy seguro de querer realizar aquella propuesta. No por él, sino por ella. Estuvo tentado a negarse, pero la expresión de súplica en el rostro de su amada fue más fuerte que su voluntad. Ladeó la cabeza, rezongando para que la mujer detuviese su súplica.
― Está bien, vamos.
Loretta celebró su pequeña victoria con una sonrisa dedicada especialmente para Kleyn. Este solo negó con la cabeza de forma leve mientras sonreía también. Fue a buscar sus cosas. Cargó con sus espadas, a sabiendas de que no iría a usarlas en la caminata, pero que deseaba llevar solo por si acaso. También tomó un sombrero hecho de paja que tenía por ahí para dárselo a Loretta, y que esta se cubriese del sol. Cosa que la mujer agradeció, pues la caminata sería larga, y el sol era fuerte.
Salieron de la guarida a la par. Iban tomados de la mano, en parte porque les apetecía, y en parte porque Kleyn quería tenerla sujeta en caso de que ella advirtiese con caerse.
Emprendieron el paso, el cual fue lento, pero continuo. La energía que Loretta desprendía antes ya no era la misma. No podía andar muy rápido, o acabaría por cansarse en un momento. Ella notaba el esfuerzo que estaba haciendo para llegar hasta el árbol. Era obstinada, así que no dejaría que el cansancio se lo impidiese. Pero tuvo que admitir que Kleyn podría haberla apurado en cualquier momento, pero no lo hizo. Sabía que él había pasado a limitarse en muchas cosas ahora que ella se agotaba con mayor facilidad. Aquello era algo que la molestaba, pues le hacía pensar que se había vuelto una carga para él. Pero nunca creyó que eso fuera cierto, porque, al ver su expresión cuando la miraba a los ojos, era incapaz de pensar que se había convertido en una carga para él. Pues en sus ojos solo se veía preocupación y cariño.
Al cabo de unas horas, llegaron hasta el gran árbol. La señora agradeció un montón entrar al territorio que aquel árbol había tomado por suyo. En el transcurso de todos esos años, el bosque había seguido expandiendo su territorio, pero había marcado un límite en cierto momento. Un límite definido por Kleyn, donde el calor de debajo de la tierra, aquel que producía su enorme forja subterránea, era mayor. Desde entonces, el árbol solo se había dedicado a mantener vivo el terreno que ya había abarcado, el cual no era pequeño. Pero, además, durante ese tiempo, el árbol también había crecido bastante, y su corteza era más robusta y fuerte que nunca. Las raíces ahora eran tan grandes como aquellas que le había lanzado el espíritu del bosque de la primera mazmorra que hizo. Le trajo recuerdos.
Kleyn ayudó a la mujer a sentarse en el césped, recostada contra una de las enormes raíces que sobresalían de la tierra. Esta respiraba de forma pesada y también tosía debido a la rapidez con la que inhalaba y exhalaba.
― Creo que te excediste. ―comentó el tipo.
― ¿De qué hablas?... ―hizo pausa para intentar respirar mejor― Si me encuentro estupendamente bien.
― Si, seguro. A juzgar por tu aspecto, pareciera que hubieses estado huyendo de una manada de monstruos agresivos.
Ella sonreía, pues aquel comentario le resultó cómico, pero no era capaz de responder. Estaba consiguiendo recuperar su respiración normal.
― Sabes qué, iré un momento a traerte un poco de agua.
― Eso estaría bien. ―dijo, agradecida.
El tipo no se dio a la espera. Hizo un rápido corte en el aire, creando un portal y yendo a su guarida en busca de un poco de agua. Volvió al cabo de unos minutos con un odre en mano, pero, para su sorpresa, la mujer que yacía recostada en la raíz de aquel árbol estaba dormida. No quiso despertarla, así que depositó el odre a su lado, y él se sentó encima de una raíz, a la espera de que su mujer despertase.
Una cigarra que se posó sobre la cabeza de Loretta hizo que Kleyn la espantase usando su mano. El insecto se fue volando mientras hacía su peculiar sonido. Los párpados de la mujer temblaron, y esta los abrió con pesadez. Al darse cuenta de que se había dormido, los abrió de golpe, sintiéndose un poco mal por no estar despierta para la vuelta de Kleyn. Quiso levantarse, y su mano chocó contra algo que había a un lado suyo. Se trataba de un odre con agua.
― Bebe. ―dijo Kleyn, quien estaba sentado en una de las raíces del árbol, justo por encima de la cabeza de la mujer.
― Kleyn, siento haberme quedado dormida.
― Lore, no te disculpes, estabas cansada, y decidiste descansar un rato. Está bien.
― Pero yo... ― estuvo a punto de decirle algo a Kleyn, pero este advirtió con la mirada que no quería discutir. Ella lo comprendió, y decidió no decir nada― Gracias.
― Bebe con calma. Iremos a comer en un rato.
― ¿Ya es hora de comer? ―preguntó algo incrédula. Miró hacia arriba para ver la posición del sol, y se percató de que este ya estaba justo encima de ellos. Lo cual significaba que, como mínimo, era mediodía― No pensé que hubiese dormido tanto.
― No te preocupes, es normal a tu edad. ―bromeó, pero ella no se rio― En cualquier caso, la comida estará lista en un rato. Así que, hasta entonces, no tenemos por qué movernos de nuestros sitios.
Ella asintió con ligereza y miró al césped, pensativa. Un clon les vino a avisar cuando la comida estuvo lista, así que ambos volvieron y almorzaron con normalidad. Aunque Loretta estuvo más callada que de costumbre.
Después del almuerzo la mujer quiso pasar un tiempo a solas con sus pensamientos. Pensaba que ya todo le costaba trabajo, hasta la más simple de las tareas. Quizá fuera cierto que a Kleyn no le importase limitarse a sí mismo por culpa de ella. Pero no le gustaba ver que ella no pudiese seguirle el ritmo a la persona a la que amaba y que, por eso, esa persona tuviera que adaptarse a ella. Ni siquiera era capaz de mantenerse despierta. Y había sido ella misma quien había pedido ir a ese sitio. Le resultaba triste no poder saber siquiera si podría disfrutar del tiempo con su esposo. Todo se hacía más pesado, dormirse era muy fácil, y la energía recuperada era cada vez menos. Tenía miedo de no levantarse de la cama algún día, y obligar a Kleyn que la cuide en todo. Aquello le hizo pensar en su padre, y en cómo todo el mundo lo estaba cuidando para evitar que muriera, solo para que al final fuese inútil. Pues, luchar contra la edad, para ella, también era inútil.
Enterró su cara entre sus manos, cansado ya de una situación contra la cual no podía hacer nada. Sin querer, giró la cabeza un momento hacia la pared, donde descansaban su espada ropera y su daga de bloqueo. Estas le hicieron recordar días mejores, días en los que sentía que el movimiento era el estado natural de su vida. Hoy se daba cuenta, de que aquello era tan solo un estado pasajero.
Se levantó de su sitio y tomó ambas armas. Las miro con desdén. Con cuidado, deslizó suavemente la hoja del estoque y admiró su brillo una vez más. Aquello la hizo pensar en algo.
Kleyn se encontraba en la armería, revisando todas las creaciones de sus clones, sabía que estas serían perfectas, pero, si lo eran, era porque él siempre se aseguraba de que así lo fuesen. Del pasillo, apareció uno de sus clones, venía corriendo, y lo buscaba justamente a él.
― Kleyn, Loretta dijo que la vayas a ver un momento, se encuentra cerca del gran árbol.
Este levantó una ceja, extrañado. Ya habían ido al gran árbol, por lo que no se imaginaba qué quería Loretta allí, otra vez. No le dijo nada a su clon, solo asintió y se fue por medio de un portal.
El tipo apareció justo delante de la chica, casi parecía premeditado. Se sintió un poco extrañado. Delante suyo, su mujer estaba vestida con una camiseta de tela que iba por debajo de sus pantalones, y llevaba zapatos ligeros y cómodos, ideales para el movimiento. Pero eso no era lo que más le llamaba la atención, sino que en sus manos tenía enfundadas sus dos armas.
― Loretta, ¿qué estás...?
― Quiero luchar. ―interrumpió, adelantándose a su pregunta.
El albino chasqueó su lengua, un poco inseguro de esa idea.
― No sé si deberías... ―quiso decirle, pero tuvo que echarse hacia atrás porque ella se había acercado enfilando su estoque al frente― Oye, eso es peligroso.
― Lucha, Kleyn.
Él sabía que aquello no era bueno para una mujer de su edad, pero se la veía muy determinada a hacer aquello que proponía. Pensó que sería un insulto no corresponder esa devoción.
Enarboló sus espadas y se preparó para recibir a su oponente. Loretta estaba parada en su posición típica de combate. Espada en alto, cuerpo de costado y daga atrás alzada por encima de la cabeza. Él no parecía ser el que fuese a dar el primer ataque, así que la mujer fue acercándose para acortar distancias entre ambos. Hasta llegar a un punto en el que tuvo que atacar.
Lanzó una estocada, la cual Kleyn esquivó sin problemas. Sabía que los reflejos del forjador eran superiores a los de un humano, al igual que su velocidad, también sabía que la edad le había quitado velocidad y reflejos, pero estaba decidida a no rendirse con facilidad.
Volvió a lanzar varias estocadas más, pero ninguna de ellas daba en el blanco. Kleyn parecía bailar entre ellas sin preocupación alguna. Eso le hizo pensar a la señora que, de haber sido otro su oponente, ya estaría muerta.
Por fin, el pelirrojo, realizó su primer ataque. Pasó entre las hojas de Loretta como si nada, y colocó una de sus espadas cerca del cuello de la mujer, obligándola a pararse en seco.
― Muerta. ―sentenció este.
Ella no dijo nada, solo aceptó su palabra y dio un par de pasos hacia atrás.
― Otra vez. ―solicitó.
La respuesta del tipo fue una ligera inclinación de cabeza y una postura de combate. Loretta se repuso y se preparó para atacar. De nuevo, el tipo no parecía querer atacar primero. Así que fue la mujer quien lo hizo. Quiso realizar una estocada, la cual Kleyn evadió, pero solo era una finta, pues el verdadero ataque era con la daga. Kleyn estaba muy cerca como para intentar esquivar, así que se vio obligado a usar sus espadas para bloquear el ataque de la mujer. Así se produjo en primer cruce de aceros.
Chispas comenzaron a salir despedidas cada vez que las armas chocaban. Estas se movían rápido, sobre todo las de Kleyn. Loretta era incapaz de seguirle el ritmo a estas, pero se había percatado de una cosa. Los años de entrenamiento con Kleyn habían hecho que esta conociese todos y cada uno de los movimientos del pelirrojo, así que compensaba su falta de velocidad con su capacidad de lectura sobre su oponente.
El tipo lanzaba tres golpes cuando Loretta solo podía lanzar uno, sin embargo, todos los ataques que Kleyn daba eran bloqueados. Mover la daga de bloqueo no requería de una gran velocidad, por lo que bloquear los ataques de Kleyn era posible, mas no era sencillo. Su agitación era cada vez mayor, y sus músculos cedían. Pronto, se encontró con una hoja cerca de su cuello.
― Muerta. ―volvió a repetir el hombre.
Ella no respondió, solo comenzó a toser ahora que se había detenido.
La intención de Kleyn era clara, hacer que Loretta desistiese de continuar con aquello, pues se notaba que no le sentaba bien. Pese a ello, la mujer no dudó en levantarse otra vez.
― Una vez más. ―pidió.
Para ser sincero, Kleyn no quería seguir con aquello. Quería detenerse por el bien de su mujer, pero sabía a conciencia que discutir con ella era inútil, pues no se detendría hasta conseguir lo que sea que quisiera. Solo se limitó a suspirar y a ponerse en guardia. Pero esta vez, terminaría con ella rápido, así, a lo mejor, conseguía que desistiese. Kleyn, no te pases.
Cargó hacia ella con gran velocidad y con sus espadas hacia adelante. La mujer se sorprendió al ver al tipo tomar la iniciativa, casi no tuvo tiempo a reaccionar, pero fue capaz de pararlo. Mas la cosa no acabó ahí. Continuó atacando de forma agresiva, buscando que cada ataque fuese contundente para desarmar a su esposa.
Loretta se sintió atosigada ante tanto hostigo. Tuvo que estar muy atenta a los movimientos del tipo, o acabaría por perder sus armas. Casi no le dejaba oportunidad para responder, así que no podía hacer otra cosa más que defenderse. Pero sabía que no podría seguir así eternamente. Tarde o temprano se cansaría y sería derrotada otra vez, tenía que realizar un contraataque de alguna forma. Ya notaba las agujetas en los brazos y su respiración agitada, así que decidió arriesgarse.
Dio un paso al frente con su daga delante y consiguió interceptar uno de los ataques de Kleyn, desviándolo lo suficiente como para crear una apertura. Rápido, quiso atacarlo, descargando su espada sobre la espalda descubierta de este. No le haría nada grave, como mucho un corte, pero sería la prueba de que aún podía combatir. Justo cuando estuvo a punto de darle, una violenta tos la obligó a erguirse y soltar su estoque. Preocupado, Kleyn soltó sus armas y se aproximó a su mujer, pues esta estaba a punto de caerse al suelo. La tomó en brazos para ayudarla a arrodillarse en el suelo y toser mejor.
― ¿Lore, estás bien?
Ella continuó tosiendo, pero una ligera sonrisa se dibujó en su rostro. Confundido por aquella expresión, Kleyn se fijó en el brazo de esta, el cual sostenía una daga muy próxima a su cuello.
― Muerto. ―dijo, casi riendo, pero su tos no se lo permitió.
Este no pudo hacer otra cosa más que sonreír ante la obstinación de la mujer.
― Ven, vamos a casa, descansar te sentará bien.
Al cabo de un rato, ambos estaban en casa. Kleyn había ayudado a Loretta a recuperar el aliento. Le dijo que fuera al baño para darse un baño con agua caliente. Eso la ayudaría a relajar los músculos que habría tensionado durante la pelea. Así, de paso, se podría relajar en la bañera. Pero Kleyn no estaría tranquilo después de lo que había ocurrido esa tarde. Sabía que tendría que hablar con ella para saber qué se le había pasado por la cabeza para hacer algo así.
Por su parte, Loretta se sentía satisfecha después de haber conseguido demostrarse a sí misma que aún era capaz de hacer ciertas cosas como antes. O tal vez no tan bien como antes, pero sentía que aún era capaz de mucho. O al menos eso quería pensar. Sentía su cuerpo bastante adolorido por el esfuerzo que había realizado. Recordó que se sintió desfallecer en cierto momento cuando estaba peleando, como si su aliento fuese a escapársele. Sabía que aquello solo significaba una cosa. A pesar de ser capaz de conseguir aquello que quería con pura devoción, acciones como esas no eran nada prudentes. Ahora más que nunca lo sabía. Y le dolía admitirlo, pero ya no era capaz de continuar haciendo lo de siempre. Aquella mujer que fue una vez solo era una imagen del pasado, un remanente que solo permanecería en su mente, pero que ya se había ido tiempo atrás. Con bastante desgana aceptó su condición, pese a todo, tuvo una pequeña victoria, y eso bastaba para no hundirse en sus pensamientos negativos.
Por la noche, cuando ambos habían acabado de cenar, Kleyn decidió llevarse a la chica a un lugar. Esta se mostró un tanto confundida, a la vez que extrañada. Mas aquello no le molestó en lo absoluto. Partieron después de ponerse ropa cómoda y salieron por el portal.
Llegaron a un lugar de verdes prados y un risco que ella conocía muy bien.
― Kleyn, este es... ―quiso decir, pero este solo asintió antes de que ella pudiera seguir con su frase.
― Ven, sígueme. ―indicó este.
Caminó hasta la punta del risco, aquel lugar en el cual se habían sentado ya tantas veces. Tantos recuerdos había en ese sitio, tantos momentos inolvidables y especiales. Supo que él no la llevaría a un lugar como ese solo porque sí, algo tenía entre manos.
― ¿Por qué me traes aquí?
Este no dijo nada, solo palmeó el sitio a su izquierda para que ella se sentase. Sin decir nada, Loretta se sentó junto al tipo.
― ¿No te trae recuerdos este lugar? ―preguntó el tipo mientras sonreía y miraba a las estrellas. Parecía que, a pesar de los años, aquel cielo estrellado no había cambiado en absoluto.
― Me sería imposible no rememorar los momentos que pasamos juntos en este sitio. Fueron pocas las veces, pero también fueron muy importantes. Sí, las recuerdo.
― Pues, no es coincidencia que te traiga aquí hoy. ―volteó para mirarla― Quería hablar contigo. ― su tono era serio, pero suave a la vez― ¿Qué te ocurre últimamente? Hoy me pediste hacer cosas que no deberías hacer a tu edad. Podrías haber muerto, de verdad.
Loretta pudo detectar cierto tono de reproche en sus palabras, pero, sobre todo, de preocupación.
Ella sonrió de forma melancólica.
― Veras, ―comenzó― He ido notando como el paso de los años ha ido deteriorando más y más mi condición, hasta tal punto que no soy capaz de seguir tu ritmo Kleyn. ―confesó― Es estresante ver como siempre estás limitándote a ti mismo para que yo pueda seguirte. Me siento impotente, siento como si no fuera capaz ni de cuidarme por mí misma, y no quiero seguir así para ver como dedicas tu vida a evitar que la mía se apague. ―lagrimas brotaron de sus ojos― No puedo evitar hacerme mayor, Kleyn. Me encantaría, pero no puedo. Y siento que me estoy convirtiendo en una carga para ti. Ya no hacemos cosas que a ti podrían gustarte. Solo te dedicas a cuidarme, levantarme, vestirme, caminar, a todo, prácticamente. Me duele ver que estoy consumiendo tu vida.
Este la miró con tristeza al ver como se sentía, pero no dijo nada. Esperó a que ella se calmara. Puso su mano encima de su hombro, y la atrajo un poco hacia sí. Produjo una pequeña carcajada con la boca cerrada.
― Entonces era eso lo que te preocupaba. ―mencionaba, a la vez que suspiraba, aliviado― Loretta, ya sé que hay cosas que ya no eres capaz de hacer. Soy consciente de ello. Pero no me molesta, nunca lo hizo. ―esto provocó que la mirada de la mujer se centrase en los ojos del muchacho― Yo ya sabía que te harías mayor, no eres la primera humana que conozco. Ustedes son criaturas frágiles, ―acarició su mejilla― pero eso los hace especiales a todos. Y tú eres muy especial para mí. El solo verte por las mañanas hace que me sienta afortunado de tenerte como esposa. Cada segundo junto a ti es un tesoro que no he sido capaz de encontrar ni en mis cinco mil años de vida. Aunque ya no hagamos las mismas cosas que antes, sigo disfrutando de cada momento junto a ti, sea lo que sea que hagamos.
― Pero, casi siempre estás cuidándome.
― ¿Lore, acaso te has olvidado de quien te cuidó cuando solo tenías cinco años? Ahora solo siento que estamos reviviendo experiencias viejas y muy lejanas. Al menos en lo que a vida humana se refiere, porque para mí es como si fuese la semana pasada.
Ella sonrió y se secó las lágrimas melancólicas que tenía. Inspiró profundo. Se sentía afortunada por tener un marido como él. Lo miró a los ojos con infinita ternura.
― Siempre has sabido como animarme. Y nunca supe como agradecerte por todo lo que me has dado. A veces siento que lo nuestro no fue nada más que un sueño, porque hacía que cada experiencia junto a ti fuese inolvidable y especial. ―de nuevo, sintió que las lágrimas le brotaban― Me has hecho la persona más feliz en este mundo, de verdad que lo has hecho.
― ¿He, por qué te pones tan sentimental ahora? ―preguntó contento de ver que ya estaba más alegre.
― Lo siento, ―se pasó la mano por los ojos― es que este lugar es tan especial. Las palabras solo salieron de mí. ―tragó saliva. Aun con los ojos rojos y húmedos no dejaba de mirar al tipo― Te quiero Kleyn. ―se acercó para abrazarlo mientras cerraba los ojos― Te quiero de verdad. ―le temblaba la voz― Gracias por hacerme tan feliz durante tantos años. De verdad que te lo agradezco. No creo haber podido pedir mejor deseo a las estrellas que el estar contigo.
― Oye, ―la apartó un poco de sí para sujetarla del rostro con ambas manos y mirarla a los ojos― no lo digas como si fuese una despedida o algo así. Aun nos quedan muchos años juntos. Quizá no sea como antes, pero hasta ayudarte a subir las escaleras es una aventura para mí. Una aventura que no cambiaría por nada. Pues tú también me has hecho feliz todos estos años. Es por eso que te quiero tanto, Loretta.
No pudo contenerse más, la mujer se acercó al tipo y buscó sus labios como si fuese a desfallecer. Aquella sensación de calidez en su boca, un calor único que le llegaba hasta lo más profundo de su pecho. Una sensación de la que no se cansaba nunca, y que, cada vez que la disfrutaba, era como si fuera un momento nuevo para ella.
Ambos se sonrieron tras aquel beso, y se acurrucaron el uno en el otro, hasta que la mujer se durmió, y Kleyn la llevó consigo hasta la cama, donde la dejó recostada y luego se colocó a su lado, rodeándola con su brazo derecho y cubriéndolos a ambos con la manta. Miró su rostro por última vez antes de dormir. Una sonrisa adornaba su expresión, se contagió de ella y decidió cerrar los ojos, esperando a volver a ver esa misma sonrisa mañana al despertar.
Aquella noche, Kleyn soñó como ambos se iban a pasear a una montaña nevada. Sujetaba la mano de su mujer, pues esta estaba fría. A lo lejos, los esperaba una cabaña entre los árboles nevados. Loretta fue la primera en entrar cuando llegaron. Él iba a hacer lo mismo, pero se detuvo un momento para ver como el cielo comenzaba a tornarse oscuro. Era extraño, pero el sol se estaba apagando. De sus costados comenzaba a expandirse un límite negro que se cerraba poco a poco, hasta llegar al centro y tornar todo oscuro.
De pronto, el forjador se despertó abriendo los ojos de golpe. No se sobre exaltó, pero sí que sintió haberse levantado con cierta brusquedad. Se llevó la mano con la que había rodeado a su mujer a la frente y luego se la pasó por su cabello. Sabía que solo había sido un mal sueño.
Miró a su mujer un momento, todavía conservaba la sonrisa de anoche.
― He, Loretta. ―susurró este, buscando despertarla para contarle su sueño, pero no parecía que aquello fuera suficiente para hacerlo― Loretta. ―volvió a decir, esta vez un poco más fuerte y tomándola del hombro para menearla un poco.
Cuando tocó su piel, retiró la mano con brusquedad. Cierto escalofrió le recorrió la espalda, temeroso de lo que había sentido. Notó como el corazón comenzó a latirle más aprisa, y la respiración se le tornaba pesada. Tragó saliva y volvió a acercar su mano a la mujer. Al apoyarla sobre su hombro lo sintió, frío. Frío, aquel frío que él temía tanto, el único frío que ni su calor ni sus llamas eran capaces de aliviar. Algo en su interior no quiso creer lo que aquello significaba. Escéptico, miró su muñeca derecha, y con temor comprobó que la marca negra en ella, aquella que había sido dada por el listón de la unión, ya no estaba. Apretó sus labios y con un nuevo sentimiento de temor, giró el cuerpo de su mujer. Comprobó que en su muñeca izquierda ya no estaba la marca que ella tenía. Incrédulo, tomó la mano de esta, tembloroso.
Por primera vez, lágrimas salían de los ojos de Kleyn, lágrimas que se deslizaron por su rostro y aterrizaron sobre el cuerpo frío de Loretta.
― ¿Por qué? ―se preguntaba― ¿Acaso lo sabías? ¿Es por eso que anoche dijiste esas palabras? ―inquirió con la voz quebrada.
Kleyn... Acercó más el cuerpo de su amada y lo abrazó entre lágrimas y llantos, pues en su corazón, él sabía que acababa de perder al amor de su vida.
Aquel día los clones de la forja no trabajaron. Todos y cada uno de ellos, hasta los guardias, estuvieron de luto. Kleyn cubrió el cuerpo de Loretta con una manta blanca, y cargó con él, seguido por todos sus clones, hasta el enorme árbol que habían plantado juntos. Varios de los presentes se ofrecieron a ayudarlo, pero este no dijo nada, solo siguió con la mirada al frente, caminando.
En condiciones normales, Kleyn habría quemado aquel cadáver. Pero alguien le había enseñado que hay otras formas de dar descanso a los muertos. Justo a los pies del gran árbol, los clones cavaron una tumba. Allí, depositaron el cuerpo cubierto de Loretta. Entonces, comenzó la marcha de despedida. Uno a uno, los clones formaron una fila. Cada uno de ellos tomaba un puñado de tierra con su mano, y lo lanzaba dentro de la tumba, dando así sus condolencias por la mujer a la que habían perdido. En todo momento, Kleyn estuvo frente a la tumba de ella mientras sus clones iban pasando, hasta que ya no quedó ninguno. Él se encargó de llenar la tumba con los últimos restos de tierra que había, y luego se quedó frente a ella en silencio durante un tiempo que él no sabría medir.
― Decidí enterrar tu cuerpo junto al árbol que plantamos juntos, así podrás seguir alimentándolo con los nutrientes de tu cuerpo ahora que este volvió a la tierra. ―comentó con pesadez― Seguro que eso es lo que habrías querido.
Reclinó sus piernas y se sentó en frente de aquel montículo de tierra. Estiró la mano para apoyarla encima de este.
― Sabes... nunca te lo dije. Pero siempre fuiste un poco egoísta. Quisiste que yo fuera tu amigo desde el principio, y acabaste por enamorarme. Estuve ahí cuando tu padre murió para ofrecerte mi hombro y consolarte. También lo estuve cuando murió tu madre. Pero, ahora que ya no estás... ¿quién va a consolarme a mí? ―inspiró hondo y miró al cielo mientras exhalaba. Solo vio las hojas del gran árbol meciéndose, y unas nubes grises que amenazaban con lluvia― Te voy a extrañar Loretta. De verdad que te voy a extrañar.
Desde ese día, Kleyn vuelve cada año a visitar la tumba de su amada. Tomó como costumbre aquel hábito que ella le había enseñado tiempo atrás, y cada vez que venía, se sentaba delante de ella para contarle como le iba la vida. Hablaba de anécdotas curiosas que ocurrían en ocasiones, y a veces también lo hacía de su pasado, pues nunca había llegado a contárselo del todo. A veces le resultaba difícil hacerlo, pero cada vez le resultaba más ameno, y cada vez se mostraba más feliz de volver para hablar con ella durante un rato.
Durante esos años, se fijó en que el gran árbol siguió expandiendo sus raíces, enriqueciendo su territorio, y creciendo un poco más. Pero este nunca destrozó la tumba de Loretta, pues sus raíces pasaron al lado de ella, como si no quisiesen tocarla. Kleyn vio aquello como una pequeña muestra de respeto por parte de la naturaleza. Sintió que aquella mujer había dejado marca en aquel bosque, al igual que lo había hecho en su corazón.
Guardó sus armas y su historia juntos como único recuerdo de ella. No quería tener mucho más, pues su propio hogar ya era un recordatorio de todos los buenos y malos momentos vividos juntos. Una espina que quedaría clavada en su corazón para siempre, pero era una espina que él no quería quitar, pues sabía que después de haber conocido a Loretta, jamás volvería a enamorarse de otra mujer. Ella fue y será su único amor verdadero. Su amor eterno.
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