𝟏𝟓 𝐋𝐚𝐩
What do you want from me?
What do you want? .
I need to know
If this is mutual
Before I go
And get way too involved
I want you bad
Can you reciprocate?
Tenerife, Gran Canarias.
La habitación en Tenerife estaba envuelta en un silencio tranquilo, roto solo por el suave murmullo de las olas golpeando la orilla y el ocasional canto de los grillos. Madeline y Logan dormían en una enredadera de sábanas blancas, sus respiraciones suaves y rítmicas sincronizándose en la oscuridad. El aire estaba impregnado con el aroma salado del mar y el leve susurro de la brisa nocturna que se filtraba por la ventana abierta.
Logan, en un movimiento involuntario, se despertó. Sus ojos se entreabrieron para encontrar la penumbra de la habitación iluminada por la tenue luz de la luna llena. Intentó volver a dormir, acomodándose en la cama y mirando el techo, pero algo en su mente no le permitía conciliar el sueño. Miró a Madeline, la forma delicada de su rostro bañada en la luz plateada de la luna, su cabello esparcido sobre la almohada como un halo de fuego.
Mientras la observaba, una serie de pensamientos comenzaron a arremolinarse en su mente. ¿Será ella la mujer de mi vida? La pregunta se asentó en su conciencia como una piedra en el fondo de un lago. ¿Voy muy rápido con esta posible relación?. La incertidumbre lo invadió, haciéndolo sentir inquieto.
Finalmente, Logan se levantó de la cama con cuidado de no despertar a Madeline. Descalzo, caminó hacia la planta baja de la casa, sus pasos amortiguados por la alfombra suave. Llegó a la cocina y se sirvió un vaso de agua, tomando pequeños sorbos mientras la fresca brisa nocturna se colaba por las ventanas abiertas. Decidió salir al porche para despejar su mente.
El porche estaba iluminado por la brillante luna llena, el cielo despejado reflejaba su luz en las olas tranquilas que lamían la costa. Logan se apoyó en la barandilla, dejando que el aire nocturno lo envolviera mientras observaba la danza de la luna sobre el agua, escuchando el acompasado murmullo de las olas y el crujido lejano de los grillos.
Pasaron varios minutos, el silencio interrumpido solo por el eco de sus pensamientos, hasta que escuchó el sonido de pasos suaves acercándose. Melissa apareció en el porche, envuelta en una chaqueta ligera.
—¿Qué haces afuera a estas horas de la noche? —preguntó, su voz suave y curiosa. Logan se giró hacia ella, esbozando una sonrisa cansada.
—No puedo dormir. —Hizo una pausa—. ¿Y tú?— inquiere curioso. La canaria se encogió de hombros, colocándose junto a él en la barandilla.
—Yo tampoco. A veces, la mente se queda despierta cuando el cuerpo quiere descansar.— le comenta suavemente.
Ambos quedaron en silencio por un momento, compartiendo la tranquilidad de la noche. La luz de la luna proyectaba sombras suaves sobre el porche, creando un ambiente íntimo y reflexivo.
—Melissa, ¿Cómo sabes que estás enamorado de una persona? — Logan rompió el silencio, su voz baja y cargada de dudas. La castaña le miró, una sonrisa comprensiva curvando sus labios.
—Para mí, fue como si todo encajara de repente —comenzó, su voz tranquila—. Cuando me enamoré de Pedri, sentí que cada momento con él era el lugar donde debía estar. Era esa sensación de que no importaba lo que sucediera en el mundo, mientras estuviéramos juntos, todo estaría bien. Me hacía reír, me entendía de maneras que nadie más lo hacía. Me sentía en casa cuando estaba con él. —Sus ojos brillaban con el reflejo de la luna mientras hablaba—. No era solo amor, era una profunda conexión que hacía que todo lo demás pareciera secundario.— confiesa sin dudarlo.
Logan la escuchó con atención, sintiendo una mezcla de admiración y envidia por la certeza que ella describía. Bajó la mirada, sus pensamientos girando en su mente.
—Creo que solo he sentido algo así con una persona —admitió finalmente, su voz apenas un susurro—. Pero con Madeline... no estoy seguro de que sea lo mismo. Hay algo, pero no sé si es suficiente.— le explica con un mar de dudas en su mente. Melissa asintió, entendiendo sus dudas.
—Es importante ser honesto contigo mismo y con ella. —Su voz era suave pero firme—. No hay nada malo en admitir que algo no se siente bien. No sigan lastimándose si sienten que no es lo mejor. La amistad puede ser un camino más adecuado si el amor no es lo que esperabas.— le aconseja la canaria. Logan asintió, agradecido por sus palabras. La miró, su expresión suave y reflexiva.
—¿Cómo conociste a Pedri? —preguntó, curioso por conocer más de su historia. Melissa sonrió, sus ojos brillando con los recuerdos.
—Nuestros abuelos abrieron un restaurante aquí en Tenerife, así que nuestras familias siempre estaban juntas. Cada fin de semana comíamos en las casas de los González o en la nuestra, los Rodríguez. Pedri y yo jugábamos al fútbol durante los almuerzos, y con el tiempo, nos convertimos en mejores amigos. Pero cuando a Pedri le tocó mudarse a Barcelona, me confesó que me amaba y me preguntó si quería mudarme con él. —Su sonrisa se hizo más amplia—. No lo dudé. Me postulé a la universidad en Barcelona y fui aceptada para estudiar Arquitectura. Entre mis estudios y apoyarlo en su carrera, supe que estaba en el lugar donde debía estar.— termina por resumir tantos largos años de conocer al futbolista. Logan sonrió, sintiendo una oleada de calidez por la historia que compartía Melissa.
—Parece que ambos encontraron su camino juntos —dijo con un toque de admiración.
—Así es. Y creo que tú también encontrarás tu camino, Logan. No te apresures a tomar decisiones. Escucha a tu corazón y sé honesto contigo mismo y con Madeline. — Melissa asintió, su mirada suave.
Logan agradeció sus palabras, sintiendo un poco de claridad en medio de sus dudas. Ambos miraron la luna en silencio por unos momentos más, disfrutando de la calma de la noche.
Finalmente, Logan y Meli decidieron regresar a sus habitaciones. Al subir las escaleras y entrar en la habitación, Logan miró a Maddie, dormida en la cama. Se acercó a ella, sintiendo una mezcla de ternura y confusión. La abrazó con cuidado, sintiendo el calor de su cuerpo junto al suyo.
¿La amaba?. La pregunta persistía en su mente. Sí, pensó, la amaba, pero... ¿era suficiente?. Mientras cerraba los ojos, tratando de encontrar algo de paz en la confusión de sus pensamientos, supo que las respuestas no vendrían fácilmente. Y, por ahora, tendría que aprender a vivir con las dudas mientras exploraba lo que realmente significaba amar a alguien.
(.˙✧˖°🏎️ ༘ ⋆。°.)
La sala de la gran cabaña en los Alpes Franceses estaba envuelta en una cálida penumbra, iluminada solo por el parpadeo de las llamas en la chimenea. Oscar se sentaba en un sillón, su mirada perdida en las danzantes lenguas de fuego. Las sombras jugaban sobre las paredes de madera, creando patrones oscilantes que acentuaban la atmósfera acogedora y al mismo tiempo melancólica del lugar. La nieve caía suavemente afuera, cubriendo el paisaje en una manta blanca y tranquila.
Oscar estaba sumido en sus pensamientos, reflexionando sobre el curso inesperado que había tomado su vida desde que Madeline se había convertido en su fotógrafa. Recordaba el primer día en que la conoció, la forma en que sus ojos brillaban detrás de la cámara, la energía con la que se movía, y cómo todo eso había despertado algo en él que no podía ignorar. Desde entonces, su mundo había girado en torno a esa conexión innegable que compartían, una mezcla de profesionalismo y sentimientos que se entrelazaban de manera confusa.
Las dudas lo consumían. ¿Qué significaba todo esto?. ¿Estaba yendo demasiado lejos con sus sentimientos?. ¿Y qué pasaba con Logan?. La imagen de su amigo, también enamorado de Madeline, persistía en su mente, creando una maraña de complicaciones y remordimientos.
El sonido de unos pasos suaves lo sacó de su ensimismamiento. Oscar giró la cabeza hacia la entrada de la sala y vio a Sebastian acercándose, con dos tazas de chocolate humeante en las manos. El alemán le extendió una, y Oscar la aceptó con una sonrisa agradecida, notando las sombras de cansancio y molestia en el rostro de Vettel. Se sentó junto a él, ambos enfocándose en el calor acogedor de la chimenea durante varios minutos en silencio.
Oscar fue el primero en romper el silencio.
—¿Estás bien, Seb? —preguntó, con un toque de preocupación en su voz—. Desde que apareció Vincent, te he notado más serio y... bueno, molesto.— expresa demostrando interés por el bienestar del mayor. Sebastian soltó un suspiro, sus ojos reflejando el resplandor del fuego.
—He tenido mejores días —admitió, su voz cargada de una leve irritación.
Oscar asintió, comprendiendo el trasfondo de sus palabras. Bebió un sorbo de su chocolate, disfrutando del calor que le proporcionaba. Sebastian lo miró de reojo, con una leve sonrisa en los labios.
—¿Y tú? ¿Estás bien, Oscar? Pareces tener muchas cosas en la cabeza.— comenta mientras lo mira con interés ahora él. El Australiano suspiró, sintiendo la necesidad de sincerarse.
—Es complicado —dijo, tratando de encontrar las palabras adecuadas. El ex-piloto dejó escapar una risa suave.
—¿Más complicado que mi situación con Coral? —preguntó con un tono ligeramente irónico—. No lo creo.— le confirma riendo un poco.
Oscar no pudo evitar sonreír ante el comentario. Se acomodó en el sillón, sintiendo el peso de la confesión que estaba a punto de hacer.
—Estoy enamorado de mi nueva fotógrafa, Madeline —comenzó, su voz baja—. Pero hay una complicación: Logan, mi mejor amigo, también está enamorado de ella. Hemos tenido algunos momentos... tensos, incluso nos hemos besado, pero temo ser su segunda opción. No quiero dañarlo, a él ni a ella.— le cuenta por primera vez a alguien el Australiano.
Sebastian lo escuchó con atención, su expresión reflexiva. Después de un momento, dejó escapar una risa suave y miró a Oscar con una mezcla de comprensión y compasión.
—¿Crees que si fueras su segunda opción, siquiera te dejaría tocar su mejilla? —preguntó, con una chispa de humor en su voz—. Oscar, no eres su segunda opción. Aunque no lo parezca, eres su primera opción.— le hace ver la realidad que Oscar no podía ver, él cual ante tal comentario frunció el ceño.
—No lo entiendo, Seb. No parece ser así.— contesta confundido. Sebastian tomó un sorbo de su chocolate antes de continuar.
—Te contaré algo. Cuando Coral estaba en F2, nos conocimos mucho más. Yo me estaba convirtiendo en su mentor, y en ese tiempo ella estaba con Vincent. Sentíamos tensión, y llegamos a besarnos en algunas ocasiones también, pero ella siempre volvía a Vincent. Pensaba que yo era su segunda opción. Pero, al final, Coral me dijo que yo era el único hombre al que realmente amaba. No siempre es obvio, pero a veces la primera opción no es la más visible.— le cuenta su testimonio que atesoraba en su corazón, como olvidar ese día cuando Coral soltó esas palabras.
Oscar quedó pensativo, impresionado por la historia de Sebastian. Bebió un poco de chocolate, dejando que las palabras del alemán calaran en él.
—No quiero dañar a Logan —dijo finalmente, su voz cargada de conflicto—. No quiero hacer nada que pueda herirlo.— expresa una de sus importantes preocupaciones. El ex-piloto negó con la cabeza, con una sonrisa comprensiva.
—No hagas nada. Dale tiempo. Si realmente eres su primera opción, ella regresará a ti. Y cuando lo haga, lo sabrás por sus propias palabras. A veces, las cosas necesitan tiempo para aclararse.— le aconseja, si necesitaban ayuda especial en ser pacientes ante el amor de una mujer, Sebastian era el primero en saber que decir.
Oscar asintió, sintiendo un poco de alivio en medio de su confusión. Levantó su taza de chocolate, brindando con Sebastian.
—Gracias, Seb. Aprecio tus palabras.— agradece con una tierna sonrisa. El alemán sonrió, chocando suavemente su taza con la de Oscar.
—Buena suerte, Oscar. —Bebió un sorbo de su chocolate, su mirada fija en las llamas de la chimenea, reflejando una mezcla de nostalgia y esperanza.
Ambos se quedaron en silencio, sumidos en sus propios pensamientos, disfrutando del calor de la chimenea y la tranquilidad de la sala, mientras la noche continuaba su curso en la cabaña de los Alpes.
(.˙✧˖°🐝 ༘ ⋆。°.)
La mañana del sábado se filtraba a través de las cortinas de la gran cabaña en los Alpes Franceses. El aire frío era tangible, pero en el interior de la habitación, el ambiente estaba cálido y animado. Oscar y Coral estaban empacando sus maletas, preparándose para el regreso al Reino Unido antes de su viaje a Melbourne al día siguiente. Las maletas abiertas sobre la cama estaban llenas de ropa y recuerdos de la semana, mientras los dos conversaban sobre sus planes en Australia.
—Estoy deseando que vuelvas a ver a mi familia —dijo Oscar, doblando una camiseta y colocándola en su maleta—. Ellos te adoran— le recuerda mientras le extiende una sonrisa. Coral sonrió, cerrando su maleta y mirándolo con entusiasmo.
—Yo también estoy emocionada por verles. Y espero que Melbourne tenga un clima mucho más cálido que aquí —comentó, mientras ajustaba la cremallera.
Justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió, revelando a Sebastian con una expresión tranquila. Tenía las manos en los bolsillos y una sonrisa leve en el rostro.
—Vengo a desearles un feliz viaje —dijo Seb, su mirada alternando entre el Australiano y la Francesa—. El auto vendrá por ustedes en unos minutos.— les informa lo que principalmente le pidieron que hiciera. Oscar asintió, agradecido.
—Gracias, Seb. Por todo. —Luego, con un tono más serio, añadió— ¿Estás seguro de no querer acompañarnos? Podrías venir y pasar las vacaciones con nosotros.— le extiende nuevamente su invitación, no quería que fueran unas malas vacaciones para el ojiazul. Sebastian negó con la cabeza, su sonrisa algo melancólica.
—Tengo unos asuntos que necesito resolver —respondió, su voz cargada de un significado que solo él entendía.
Oscar comprendió y no insistió más. Cerró su maleta, levantándola del suelo.
—Entiendo. Bueno, espero que todo salga bien con lo que sea que tengas que hacer.— le desea éxito mientras se dan un ligero abrazo de despedida.
Seb asintió, agradeciendo las palabras de Oscar. Este tomó las maletas y salió de la habitación, dejándolos a solas. La rubia se acercó a Sebastian, su expresión reflejando preocupación y tristeza.
—¿De verdad no quieres acompañarnos? —preguntó suavemente—. Esteban me dijo que no tenías con quién pasar las vacaciones. No quiero que te quedes solo.— sigue demostrando preocupación por él. Vettel suspiró, sus ojos encontrándose con los de Coral.
—Estoy seguro, Coco. Hay cosas que necesito resolver en Mónaco —Dijo con firmeza, aunque con un toque de resignación.
Coral lo miró con una mezcla de tristeza y comprensión. Se acercó para darle un beso en la mejilla como despedida, pero antes de que pudiera hacerlo, Sebastian la sorprendió. Sin previo aviso, la besó apasionadamente en los labios, derramando en ese beso toda la frustración y el anhelo acumulados. La menor de los Ocon respondió, correspondiendo con la misma intensidad, acariciando suavemente el cabello del alemán.
El momento fue interrumpido por un pequeño chillido detrás de ellos. Se separaron de golpe, encontrándose con Flavy, la novia de Esteban, que los miraba con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¡Oh! Lo siento, no quería interrumpir —dijo Flavy, levantando las manos en señal de disculpa—. Pero no se preocupen, no diré nada. Sé cuánto se aman. De hecho, amaba cuando eran pareja. Hasta seguía una cuenta de Twitter que informaba sobre ustedes. En fin, no diré nada.— expresa la parlanchina novia de Esteban, Flavy cuando se encontraba nerviosa solía hablar demás.
Sebastian y Coral intercambiaron una mirada avergonzada, pero al mismo tiempo, aliviada. Agradecieron a Flavy, quien se retiró con una sonrisa cómplice. La francesa todavía algo sonrojada, abrazó a Seb ligeramente.
—Nos vemos pronto. —Dijo con un tono suave, antes de salir de la habitación.
Sebastian la vio irse, sintiendo una mezcla de emociones mientras el peso de la despedida lo golpeaba. Coral se unió a Oscar en la entrada de la cabaña, despidiéndose de su familia. Osc levantó una ceja al ver el leve sonrojo en las mejillas de Coral, pero no hizo preguntas, entendiendo que había cosas que tal vez ella necesitaba guardar para sí misma.
Subieron al auto que los llevaría de vuelta al aeropuerto. La modelo miraba el paisaje nevado que se deslizaba junto a la ventana, sus pensamientos vagando entre la emoción por Melbourne y la tristeza por dejar a Sebastian atrás.
Oscar, notando su melancolía, le dio un ligero empujón amistoso en el hombro.
—Oye, anímate. Pronto estaremos en un lugar más cálido, y te prometo que te encantará Australia.— intenta alejarle de caer en una depresión o algo por el estilo. Coral le sonrió, agradecida por su apoyo.
—Lo sé, Oscar. Gracias. —Suspiró, intentando dejar atrás la tristeza—.Seguiremos teniendo unas vacaciones increíbles.— concuerda con una tierna sonrisa.
Oscar asintió, mirándola con una sonrisa reconfortante. Mientras el auto avanzaba por las serpenteantes carreteras de los Alpes, Coral intentó centrarse en el futuro que la esperaba en Australia, aunque una parte de su corazón permanecía con Sebastian en la cabaña nevada que dejaban atrás.
(.˙✧˖°📷 ༘ ⋆。°.)
Barcelona, España.
La calidez del sol de Tenerife se había quedado atrás cuando Madeline y Logan abordaron sus respectivos vuelos. La despedida en el aeropuerto había sido breve pero cargada de promesas de reencontrarse en los Países Bajos para la próxima carrera. A medida que el avión despegaba, Maddie miró por la ventana, su corazón dividido entre el disfrute de sus recientes vacaciones y la anticipación de lo que vendría.
Unos días después, la tranquilidad de su hogar en Barcelona la recibió. La música suave fluía por sus auriculares mientras empacaba meticulosamente su maleta. En la pantalla de su teléfono, una lista de canciones relajantes la ayudaba a concentrarse en la tarea. Estaba empacando no solo para el próximo viaje a Francia, sino también para un descanso muy necesario con sus hermanas, especialmente Anya, su sobrina, a quien planeaban llevar a Disneyland París.
Madeline seleccionaba cuidadosamente la ropa para el viaje cuando la puerta de su habitación se abrió con un suave crujido. Eva, su hermana menor, asomó la cabeza.
—¡Maddie! —exclamó Eva, entrando en la habitación con una sonrisa traviesa—. ¿Tienes alguna boina que pueda usar? Quiero verme más francesa.—le pregunta mientras demuestra un poco su intención. La pelirroja mayor rodó los ojos con una mezcla de diversión y exasperación.
—Eva, somos mitad francesas. No necesitas una boina para lucir francesa —respondió, pero luego se dirigió a su clóset y sacó una boina negra elegante—. Pero aquí tienes. Estoy segura de que te verás fantástica con ella.— le extiende mientras le regala una sonrisa tierna. Eva la tomó con entusiasmo, agradecida.
—¡Gracias! —dijo, probándose la boina frente al espejo y sonriendo satisfecha.
Madeline sonrió para sí misma y continuó empacando. Había terminado de doblar una camiseta cuando el teléfono en su cama vibró con la llegada de un mensaje. Lo tomó y vio que era de Coral. Dejó la ropa a un lado y se quitó uno de los auriculares para leer el mensaje.
Coral💙
Ya estoy de camino hacia Australia. No soportaba pasar ni un día más en los Alpes Franceses.
Madds
Me alegra saber que vas a un lugar cálido. Yo estoy empacando para ir a Francia, jajaja. Parece que estamos intercambiando climas en estas vacaciones.
Coral 💙
Totalmente. Aunque no me importaría un poco de sol en París.
Madds📷
¿Y Seb? ¿Qué pasó con él?
Coral💙
Dijo que regresará el domingo a Mónaco. Tiene "asuntos por resolver", según él.
Madds📷
Entiendo. Espero que todo se resuelva pronto. Buen viaje, Coral.
Coral💙
Gracias, Maddie. Que disfrutes en Disneyland.
Madeline sonrió, guardando su teléfono y volviendo a la tarea de empacar. Al día siguiente, el vuelo a París fue relajante. La emoción de Eva por el viaje y la anticipación de Anya por Disneyland contagiaron a Maddie, quien se unió a la charla animada de sus hermanas y sobrina. Mientras el avión surcaba el cielo, Madeline miraba por la ventana, observando las nubes mientras su mente vagaba entre los recuerdos recientes y la próxima aventura.
Eva, sentada a su lado, tocó suavemente su brazo.
—¿Estás bien, Maddie? —preguntó, su voz suave y preocupada.
Madeline giró la cabeza, dejando de mirar por la ventana, y sonrió.
—Sí, estoy bien. Solo estaba pensando en cómo reaccionarán nuestros padres cuando nos vean después de tanto tiempo. —dijo, su voz cargada de nostalgia.
Eva rió, asentando con la cabeza.
—Seguro que estarán felices. —respondió, su tono lleno de confianza—. Han pasado muchas cosas, pero seguimos siendo su familia.
La catalana asintió, sintiéndose reconfortada por las palabras de su hermana. Mientras el avión descendía hacia París, el paisaje cambió, prometiendo nuevas experiencias y la calidez de la familia.
En el aeropuerto, las tres hermanas y la pequeña Anya se unieron a una marea de viajeros, pero su entusiasmo era palpable. La pequeña española/ neerlandesa saltaba de alegría, ya imaginando la magia de Disneyland, mientras Eva ajustaba la boina con un aire de satisfacción.
Madeline, observando a sus hermanas, sintió una profunda satisfacción. Se inclinó para darle un suave beso en la mejilla a Eva y Cass, luego, abrazó a Anya con fuerza, sintiendo la emoción que emanaba de su pequeña hermana.
—Vamos a hacer de este viaje uno inolvidable —dijo Madeline, su voz firme y llena de cariño.
La pequeña Anya asintió vigorosamente, con los ojos brillantes.
—¡Sí, Tía Maddie! Disneyland nos espera.— expresa sin dejar de sonreír
Las hermanas compartieron una sonrisa cómplice, dejando atrás el bullicio del aeropuerto mientras avanzaban hacia el próximo capítulo de sus vidas, sabiendo que, sin importar las distancias o los desafíos, siempre tendrían el uno al otro.
(.˙✧˖°📷 ༘ ⋆。°.)
París, Francia.
El sol brillaba con suavidad sobre Disneyland París, prometiendo un día lleno de magia y diversión. En la entrada principal, Madeline, Evangeline, Cassandra, y la pequeña Anya estaban listas para un día de aventuras. Anya, con sus ojos brillando de emoción, sostenía la mano de Madeline mientras observaba con asombro los grandes arcos de entrada al parque.
La mediana de las Zomer notó que su hermana mayor, Cass, parecía estar buscando algo o a alguien, sus ojos explorando ansiosamente la multitud de visitantes. Con una sonrisa intrigada, Madeline se inclinó hacia ella.
—Cassie, ¿esperas a alguien? —preguntó, levantando una ceja con curiosidad.
Antes de que Cassandra pudiera responder, una voz conocida las interrumpió.
—¡Hola, chicas! —Max Verstappen apareció con una sonrisa relajada, su presencia atlética destacando en la multitud.
Detrás de él, Checo Pérez se acercó con una expresión más tímida, pero sus ojos se endurecieron al posarse sobre Evangeline. Su rostro mostró una mezcla de seriedad y sorpresa.
Madeline, sin perder el tono divertido, miró a Cassandra y luego a Max.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —preguntó, ocultando una risa. La mayor sonrió nerviosa, sus mejillas sonrojadas.
—Max y yo acordamos encontrarnos aquí para poder charlar y conocernos mejor —confesó, mirando a Madeline con una expresión un tanto incómoda. Checo se encogió de hombros, su tono medio quejoso.
—Yo solo me uní porque Max dijo que sería divertido —dijo, evitando la mirada de Evangeline.
—Ah, claro, hasta invitaron a Horner, por lo que veo —dijo con una sonrisa pícara.
Max y Checo giraron rápidamente, buscando a Christian Horner con alarma, solo para encontrar el espacio vacío. Las risas de las jóvenes catalanas resonaron mientras los dos pilotos se daban cuenta de la broma. Anya, ignorando la diversión de los adultos, corrió hacia Max y lo abrazó con fuerza.
—¡Max! —exclamó con entusiasmo. Max se inclinó para abrazarla, su sonrisa se suavizó con ternura.
—Hola, Anya. Me alegra verte de nuevo. ¿Estás lista para pasar un día increíble? —preguntó, acariciando su cabello.
—¡Sí! —gritó Anya, saltando de emoción—. ¡Nos la vamos a pasar de maravilla!— asegura chillando de emoción.
La magia de Disneyland envolvió al grupo en un torbellino de risas y juegos. Anya insistió en comenzar con el Carrusel de Lancelot, subiendo con emoción a uno de los caballos coloridos. Max se aseguró de estar cerca de ella, riendo mientras la pequeña disfrutaba de cada giro.
En la Mansión Encantada, los gritos de la infante se mezclaban con risas nerviosas mientras Cassie se abrazaba a Max en cada susto. El trío salió del juego con las mejillas rojas de la risa y el miedo.
Cuando llegó el momento de subir a Buzz Lightyear Laser Blast, Anya no dudó en desafiar a todos a ver quién obtenía la mayor puntuación. Los disparos de rayos láser llenaron la sala mientras Checo y Evangeline competían ferozmente, sus miradas desafiantes añadiendo un toque extra de tensión.
Mientras Cassie y Max fueron a buscar algo de comer para todos, Madeline se retiró un poco del grupo, su teléfono vibrando con una llamada. Vio que era Oscar y respondió con una sonrisa.
—¡Oscar! ¿Qué tal? —saludó, sintiendo una mezcla de emoción y nostalgia al escuchar su voz.
—Hola, Maddie. ¿Qué tal tus vacaciones? —preguntó Oscar con tono alegre.
Madeline se apoyó contra una pared, mirando las luces del parque mientras hablaba.
—Todo va de maravilla. Estamos en Disneyland con Anya, y se está divirtiendo como nunca. —dijo con una risa.
—Genial. ¿Me traes un recuerdo de Disneyland? —pidió, fingiendo seriedad. La española rió, ya pensando en algo.
—Claro, te traeré una taza con la cara de Mickey. —dijo, imaginando su reacción. El Mclaren rió del otro lado de la línea.
—Perfecto. Lo espero con ansias. —dijo, su tono volviéndose más suave, luego de charlar un poco más con la catalana, dio una respuesta que la pelirroja se esperaba —. Estoy de visita con mi familia en Australia. Todo está bien, y Coral también está aquí.— informa. Madeline asintió, aunque él no podía verla.
—Disfruta de tus vacaciones y saluda a Coral de mi parte. —dijo con calidez.
—Lo haré. Nos vemos pronto, Maddie. —respondió Oscar, su voz llena de sinceridad.
—Hasta pronto, Oscar. —dijo Madeline, despidiéndose antes de cortar la llamada.
Mientras tanto, Checo y Evangeline habían quedado solos con Anya, quien expresaba su emoción por conocer a Rapunzel.
—Quiero ver a Rapunzel. ¡Es mi princesa favorita! —exclamó Anya, saltando de alegría.
El piloto y la fisioterapeuta de Red Bull Racing intercambiaron una mirada incómoda. A pesar de sus esfuerzos por evitarse, la insistencia de Anya los obligó a colaborar. Checo, algo apurado, se encontró de repente sosteniendo la mano de la pequeña.
—¿Podré llamarte tío Checo? —preguntó Anya, mirando a Checo con ojos grandes y expectantes. El mexicano vaciló, mientras Evangeline intentaba intervenir.
—Anya, Checo y yo no somos... —empezó Eva, pero la menor insistió, su expresión resuelta.
—¡Tío Checo! —dijo Anya, sonriendo de oreja a oreja. Checo, sin poder resistirse, suspiró y sonrió a la niña.
—Está bien, puedes llamarme tío Checo. —dijo, rindiéndose con una sonrisa resignada.
Llegaron a la atracción de Rapunzel, y Anya corrió hacia la princesa con una alegría desbordante. Rapunzel, con su largo cabello dorado y su vestido púrpura, sonrió y saludó a la pequeña. Anya no perdió tiempo en expresar su cariño.
—¡Rapunzel! ¡Te quiero mucho!, ¡Eres mi princesa favorita! —dijo Anya, abrazando a la princesa mientras sus ojos brillaban de felicidad. Rapunzel se agachó para abrazarla de vuelta, su sonrisa iluminando el rostro de la pequeña española.
—¡Muchas gracias, pequeña!, eres tan dulce —respondió la princesa con ternura.
Anya insistió en tomarse una foto con Rapunzel y su "tío Checo". Cassandra y Max, que regresaban con las manos llenas de comida, se unieron a las risas y capturaron el momento en fotos.
Después de un día lleno de diversión y magia, el grupo regresó al hotel donde se hospedarían esa noche. Anya, exhausta pero radiante, caminaba de la mano de Max, riendo mientras sostenía un globo de Rapunzel en la otra mano. Max llevaba una gran bolsa con las cosas que había comprado para la pequeña, su sonrisa reflejando el cariño que sentía por ella.
Checo, con una gorra de Star Wars, caminaba junto a Evie quien portaba una diadema del mismo universo cinematográfico, ambos hablando relajadamente. A pesar de la tensión, la conversación era ligera, y las risas ocasionales mostraban que estaban disfrutando del día.
Cassie y Maddie caminaban un poco atrás, observando la escena con orejas rosas de Mickey en sus cabezas y la pelirroja con una bolsa que contenía una diadema plateada de Mickey y una taza del mismo personaje. Ambas hermanas compartían una mirada de satisfacción y alegría, viendo cómo sus vidas se entrelazaban con las de los pilotos de F1.
Madeline, viendo a su familia y a los nuevos amigos que habían hecho, sintió una ola de gratitud y felicidad. El día en Disneyland había sido más que una simple visita a un parque de atracciones; había sido un recordatorio de la magia que las conexiones humanas podían traer a sus vidas. Y mientras caminaban hacia el hotel, bajo las luces titilantes del parque, supo que estos momentos serían tesoros en su corazón, alimentando la esperanza y la alegría en los días por venir.
(.˙✧˖°🏎️ ༘ ⋆。°.)
Melbourne, Australia.
El sol descendía lentamente sobre la costa de Melbourne, pintando el cielo con tonos de naranja, rosa y púrpura. Oscar se encontraba sentado en la arena, observando el océano mientras las olas rompían suavemente contra la orilla. A su lado, su madre Nicole compartía el mismo espectáculo, ambas miradas perdidas en la belleza del atardecer.
La brisa marina acariciaba el rostro de Oscar, despeinando ligeramente su cabello. El paisaje, con su serena belleza, contrastaba con la tormenta de pensamientos que agitaba su mente. Se sentía atrapado en un laberinto de emociones que no sabía cómo resolver.
Nicole, notando la inquietud de su hijo, lo miró con curiosidad. Era una madre que conocía bien las señales de angustia en sus hijos, incluso cuando ellos intentaban ocultarlas.
—Jack, ¿Qué es lo que te tiene tan atormentado? —preguntó suavemente, su voz cargada de amor y preocupación. Oscar giró su rostro hacia ella, sus ojos reflejando confusión.
—No sé a qué te refieres, mamá —dijo, tratando de sonar despreocupado. Nicole soltó una risita y negó con la cabeza, su mirada llena de ternura.
—Te conozco mejor que nadie, hijo. Anda, dime qué sucede. —insistió, apoyando una mano reconfortante sobre la suya.
Oscar suspiró, sintiendo que no podía esconderse más. Su madre siempre había sido su confidente, y sabía que ella tenía una manera única de ver las cosas con claridad. Después de unos momentos de reflexión, comenzó a hablar.
—Bueno... —empezó, tratando de organizar sus pensamientos—. Estoy enamorado de Maddie, mi nueva fotógrafa. Pero la cosa es que Logan también está interesado en ella. Y no quiero dañarlo ni hacer algo que pueda arruinar nuestra amistad.— confiesa por segunda vez a alguien más.
Nicole asintió, escuchando atentamente mientras sus ojos volvían al atardecer.
—¿Qué no Logan estaba saliendo con esa chica que se creía ingeniera? —preguntó, su tono curioso. El Mclaren negó con la cabeza.
—Ya no más. Ella continuó la universidad y no volvió. —explicó, notando el interés en los ojos de su madre.
Nicole se quedó en silencio por un momento, observando cómo el sol se escondía lentamente en el horizonte. Luego, con un tono suave y reflexivo, comenzó a contar una historia.
—Esto me recuerda a una vieja leyenda sobre dos príncipes hermanos de una casa real lejana. Ambos se enamoraron de una hermosa princesa de otra casa real. Día y noche, luchaban por ganar su corazón, olvidándose por completo de vivir sus propias vidas. Se dedicaron tanto a venerarla que olvidaron lo que realmente importaba en sus vidas.— le inicia contando. El australiano escuchaba atentamente, intrigado por la historia. —Entonces, un día, la princesa los reunió y les explicó que no sentía nada por ninguno de los dos. —continuó Nicole—. Les dijo que se casaría con un príncipe al que ambos hermanos odiaban. En su lucha por ganarse el amor de la princesa, los hermanos se habían perdido a sí mismos, olvidando quiénes eran y qué los hacía felices. Aprendieron que en el amor, a veces se gana y a veces se pierde, y que es crucial vivir la vida con autenticidad, sin perderse en la búsqueda de lo inalcanzable.— termina por dar la reflexión al final.
Oscar dejó que la lección se asentara en su mente, el peso de las palabras de su madre resonando profundamente en su corazón. Se quedó en silencio por un momento, antes de mirar a Nicole con una expresión preocupada.
—¿Estás diciendo que no tengo oportunidad con ella? —preguntó, su voz revelando una mezcla de duda y esperanza. Su madre negó suavemente, su sonrisa tranquilizadora.
—No, hijo. Lo que digo es que debes tener paciencia y esperar a ver qué es lo que Maddie realmente siente por ti. No apresures las cosas ni te atormentes con lo que podría pasar. —dijo, su tono lleno de sabiduría—. El amor verdadero se encuentra en la sinceridad y en el tiempo.— le recuerda alguien por segunda ocasión, ¿era una señal no?.
Oscar asintió, entendiendo el consejo de su madre. Volvió a mirar el sol que se desvanecía, sus colores desvaneciéndose en el horizonte. Se quedó en silencio por un momento, dejando que la paz del atardecer lo envolviera.
—¿Sabes qué fue lo que más me enamoró de ella? —dijo de repente, su voz suave en el silencio de la tarde—. Tenemos el mismo sueño. Queremos tener cuatro hijos, vivir una vida familiar y viajar por todo el mundo.— le confiesa ese sueño tan importante. Nicole lo miró con ternura, su corazón llenándose de amor por su hijo.
—Me encantaría ver cuatro pequeños Oscar's corriendo por nuestra casa aquí en Australia. —dijo, abrazándolo con cariño. El mediano de los Piastri rió, sintiendo una calidez en su corazón que solo su madre podía proporcionarle.
—Te prometo que ese sueño se cumplirá en un no muy lejano tiempo. —dijo, mirando el último rayo de sol desaparecer bajo el horizonte.
Nicole sonrió, besando la frente de su hijo. Y mientras la oscuridad envolvía la playa, madre e hijo se quedaron en silencio, compartiendo un momento de comprensión y esperanza bajo el cielo estrellado de Melbourne.
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París, una ciudad donde el pasado y el presente se entrelazan con elegancia, formando una danza de recuerdos y aspiraciones. La pelirroja radiante, se encontraba en la sala de la casa de sus padres, una morada que evocaba tiempos pasados llenos de risas y aventuras. Era un refugio familiar, un lugar que, aunque visitado esporádicamente, conservaba la magia de sus años de adolescencia.
La casa, una estructura encantadora ubicada en un barrio residencial tranquilo, estaba impregnada de una calidez acogedora. Las paredes decoradas con fotografías familiares y recuerdos de viajes le conferían un carácter especial. Madeline, acurrucada en el sofá, navegaba por su teléfono mientras degustaba una bolsa de gomitas, un hábito que había conservado desde niña.
Su padre, un hombre alto y robusto, con el mismo cabello pelirrojo vibrante que ella, entró en la sala, observándola con una mezcla de afecto y diversión.
—Grace, te va a dar diabetes si sigues comiendo gomitas así —dijo, su voz cargada de cariño y humor paternal.
Madeline, conocida por su segundo nombre en el seno familiar, levantó la vista y negó con la cabeza, riendo.
—No te preocupes, papá. Tengo el metabolismo de un colibrí —replicó, haciendo una mueca juguetona.
Alexandre Zomer, un empresario reconocido que dirigía una exitosa compañía de diseño de interiores, rodó los ojos con una sonrisa.
—¿En serio vas a pasar las vacaciones tirada en el sofá? —preguntó, arqueando una ceja—. Sal un poco, ¿no? — le aconseja en un tono bromista. La pelirroja , simulando indignación, respondió con tono sarcástico.
—¿Quieres echarme de la casa, papá?— cuestiona con cierto "fastidio". Alexandre rió, meneando la cabeza.
—Claro que no, Petite Étoile —dijo, usando el apodo cariñoso que siempre le había puesto—. Pero quizás te gustaría ir a tomar un café a la vieja cafetería que solías amar de adolescente.— le extiende la invitación sin ser tan obvio.
Los ojos de Madeline se iluminaron ante la idea. La nostalgia la invadió, recordando las tardes que había pasado en aquella cafetería, soñando con el futuro mientras disfrutaba de su pastel favorito.
—¡Me encantaría! —respondió con entusiasmo.
Pocos minutos después, ambos se encontraban en el auto del Señor Zomer, un elegante coche familiar que reflejaba su buen gusto. Mientras conducía por las calles de París, padre e hija charlaban de manera trivial sobre los negocios de Alexandre, compartiendo risas y anécdotas.
—¿Cómo va la empresa, papá? —preguntó Madeline, jugueteando con su cabello. Alexandre, su mirada fija en la carretera, sonrió con satisfacción.
—Va bien, Grace. Estamos trabajando en un nuevo proyecto de renovación para un hotel en la Riviera Francesa. —dijo, su voz denotando el orgullo por su empresa.
Llegaron a la cafetería, un local encantador con una fachada vintage y una atmósfera acogedora. La campanilla en la puerta sonó cuando entraron, y fueron recibidos por Margot, la mesera más veterana del lugar, cuyo rostro se iluminó al verlos.
—¡Madeline! ¡ Alexandre! ¡Qué alegría verlos! —exclamó Margot, saludándolos con una sonrisa cálida.
Después de intercambiar saludos, padre e hija tomaron asiento cerca de un gran ventanal que ofrecía una vista pintoresca de la calle adoquinada. La brisa fresca de París entraba por la ventana abierta, llevando consigo el aroma de la ciudad.
—Un capuchino y un pastel de canela, por favor —pidió el francés, mirando a su hija con una sonrisa cómplice. La menor asintió, recordando cómo compartían el mismo gusto por ese postre. Mientras esperaban su pedido, su padre la vio con interés.
—Y dime, Petite Étoile, ¿Cómo va tu nuevo trabajo? —preguntó, su voz llena de interés genuino. La catalana se acomodó en su silla, sonriendo.
—Va muy bien, papá. Aunque estoy tratando de entender todo sobre la Fórmula 1, me gusta mucho. Es emocionante y hay tanto por aprender. —dijo, su voz llena de entusiasmo. Alexandre asintió, mirándola con orgullo.
—Vaya que te olvidas de muchas cosas, Madds —dijo con un tono de nostalgia—. ¿Recuerdas la vez que te llevé, junto con tus hermanas, al Gran Premio de Francia?— le pregunta a modo de hacerle recordar. Madeline lo miró con sorpresa, frunciendo el ceño en un intento de recordar.
—No, no lo recuerdo... —admitió, perpleja, su padre por su parte sonrió comprensivamente.
—Es comprensible. Eras muy pequeña. Ese año, Michael Schumacher ganó el Gran Premio. —explicó, viendo cómo el rostro de su hija se iluminaba con la sorpresa.
La conversación fluía fácilmente entre ellos, llena de recuerdos y risas. Finalmente, después de charlar sobre diversos temas, Madeline se sintió lista para abrir su corazón. Su padre siempre había sido su confidente, y sabía que podía confiar en él.
—Papá, hay algo que quiero contarte. —dijo, su voz temblando ligeramente. Alexandre se inclinó hacia adelante, su mirada atenta y cariñosa.
—Claro, Grace. ¿Qué sucede?— le da la palabra con una tierna mirada, era la niña de sus ojos, su favorita aunque el Señor Zomer no lo admitiera. La española tomó un sorbo de su capuchino, organizando sus pensamientos.
—Estoy conociendo a un chico, créeme Papá, me gusta, pero también siento una fuerte conexión con otro chico que de echo es mi jefe. Es complicado, Papá. No quiero lastimarlos, ni lastimarme a mí misma. —confesó, su voz llena de incertidumbre. Alexandre asintió, comprendiendo la confusión de su hija.
—Entiendo, Petite Étoile. El amor a veces puede ser complicado. —dijo suavemente—. Mi consejo es que seas honesta contigo misma y con ellos. No te precipites en tus decisiones. Con el tiempo, tus sentimientos se aclararán.— le aconsejan, sin lugar a dudas los consejos se basaban únicamente con el tiempo.
Madeline asintió, sintiendo el peso de sus palabras. Tiempo después describió a Logan con cariño, lo que sorprendió gratamente a su padre. Pero cuando habló de Oscar, sus palabras estaban impregnadas de un amor especial. Le contó cómo ambos compartían el mismo sueño de tener cuatro hijos, vivir una vida familiar y viajar por el mundo. El francés sonrió pícaramente, algo le decía que Oscar podría convertirse en un futuro miembro en la familia.
—Y le sigues dando la vuelta al asunto, Grace. Todo es claro, pero definitivamente no quieres verlo. —dijo con una risa suave. Madeline rodó los ojos, riendo.
—Papá, es más complicado de lo que parece. —dijo, sacudiendo la cabeza.
Alexandre, con una mirada curiosa, cambió de tema, su tono ligero y juguetón.
— Oye peque. ¿Sabes qué se traen Verstappen y Cassandra? —preguntó—. Porque créeme, ser suegro del actual campeón del mundo no me molestaría. Imagina la cara de Richard, sería increíble.— demuestra de cierta manera emoción. Su hija soltó una carcajada, divertida por la idea.
—¡Ay papá! —exclamó, riendo. Alexandre, siempre con una chispa de humor, continuó.
—Aunque ahora que lo pienso, llevo dos de tres pilotos como futuros yernos. Dile a Eva que se anime en conseguirse uno. —dijo con una sonrisa traviesa.
—Oh, no lo dudes, Papá. ¿Qué opinas de tener de yerno a un mexicano? — Madeline, entre risas, respondió. Su progenitor la miró sorprendido.
—¿Dos Red Bull en mi familia? ¿Qué más falta? ¿Qué tú salgas con el Mclaren?.— continúa con ese toque burlesco que lo caracterizaba, sin lugar a dudas, tanto él como los Red Bull y el Mclaren se tendrían un cariño profundo.
—¡Ya basta Papá!.— Con una expresión de asombro y risa, replicó.
Ambos estallaron en risas, dejando que la conversación fluyera de manera relajada y divertida. El aroma del café y los pasteles llenaba el aire, mientras padre e hija disfrutaban de su tiempo juntos, compartiendo confidencias y risas en el corazón de París, fortaleciendo su vínculo en medio de los capuchinos y los recuerdos.
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La ciudad de París, con su encanto eterno, servía como el escenario perfecto para una elegante gala benéfica. Los asistentes, vestidos con atuendos sofisticados, llenaban el gran salón de un antiguo palacete, convertido ahora en un lujoso espacio de eventos. Madeline Zomer y sus hermanas, Evangeline y Cassandra, se destacaban entre la multitud, irradiando gracia y estilo mientras ingresaban al salón.
Madeline lucía un vestido verde esmeralda con un escote en V pronunciado y una falda fluida que se movía con elegancia. Su cabello pelirrojo caía en suaves ondas sobre sus hombros, complementando el tono vibrante de su vestido. Evangeline, por su parte, llevaba un vestido dorado de corte sirena con detalles de encaje en el corpiño. Su cabello pelirrojo menos intenso que el de su hermana mediana estaba recogido en un moño sofisticado, resaltando sus rasgos delicados. Cassandra, la mayor de las tres, vestía un elegante vestido azul marino con hombros descubiertos y una falda ceñida que se abría en un delicado vuelo al final. Su cabello pelinegro como el de su madre Aurora, estaba peinado en ondas suaves que enmarcaban su rostro con un aire de sofisticación.
Al entrar, las tres hermanas fueron recibidas con sonrisas y saludos de los asistentes, muchos de ellos amigos y colegas de su padre, Alexandre Zomer. La gala, organizada en memoria del difunto Señor Chavanges, se llenaba de conversaciones animadas y risas nostálgicas. Los comentarios sobre cómo las pequeñas Zomer habían crecido eran un tema común entre los invitados.
Después de saludar a varios conocidos, las tres hermanas se dirigieron a la barra en busca de algo para beber. Mientras esperaban sus copas, una cabellera rubio cenizo se acercó a ellas con una sonrisa familiar.
—Me comentaron que aquí estaban mis hermanas favoritas —dijo Vicent Chavanges, el nuevo dueño de la empresa de su difunto padre.
Las tres hermanas rieron y lo saludaron con cariño. Vincent, con su porte elegante y su sonrisa afable, había sido un amigo cercano durante su juventud, y sus encuentros siempre estaban llenos de recuerdos compartidos.
—¡Vin! —exclamó Madeline, dándole un abrazo—. ¡Es genial verte! ¿Cómo estás?— pregunta con sumo interés la chica de fuego. Vincent sonrió, devolviendo el abrazo con calidez.
—Estoy bien, Maddie. Me alegra verlas a todas. Es como si el tiempo no hubiera pasado. —respondió, su tono lleno de nostalgia.
La conversación se tornó animada, recordando las tardes en el jardín de la casa del Señor Chavanges y sus salidas a las mejores discotecas de París. La atmósfera estaba llena de risas y bromas, hasta que Evie siempre curiosa, hizo una pregunta que dejó a todos un poco tensos.
—¿Y qué hay de tu novia, Vincent? Esa piloto francesa de la que siempre hablabas. —preguntó, sin darse cuenta del cambio en la expresión de su amigo.
Sus hermanas mayores hicieron señas desesperadas a Evangeline para que se callara, pero no antes de que Maddie le tapara la boca rápidamente, causando que Vincent riera suavemente.
—Perdona a mi idiota hermana —se disculpó Cass, lanzándole una mirada de advertencia a Eva.
—¿Qué dije de malo? —la pelirroja perpleja, replicó con inocencia.
Vincent negó con la cabeza, su sonrisa socarrona suavizando el momento incómodo.
—La chica de la que hablaba... ya no es mi novia. Lo hemos dejado hace un tiempo. Lamento que nunca pude presentárselas. —respondió con calma. Evangeline, dándose cuenta de su metedura de pata, se disculpó de inmediato.
—Lo siento, Vin. No sabía... —dijo, su voz cargada de arrepentimiento. El empresario, levantando una mano en señal de tranquilidad, la interrumpió.
—No te preocupes, Eva. Estoy bien. De hecho, estoy en paz con ello. —aseguró, su tono sincero.
Para romper la tensión, Vincent propuso algo que sabía que las animaría a todas.
—¿Qué les parece si vamos a bailar y tomamos lo de siempre? —sugirió, guiñándoles un ojo.
Las hermanas aceptaron con entusiasmo, y pronto se dirigieron a la pista de baile. La música, una mezcla de jazz clásico y ritmos modernos, llenaba el aire, invitando a todos a dejarse llevar por la melodía. El ambiente en la gala era una mezcla perfecta de elegancia y diversión, con los invitados moviéndose al ritmo de la música y disfrutando de la compañía.
Mientras la noche avanzaba, las risas y las copas fluían libremente. Madeline, después de unas cuantas copas de champán, decidió capturar el momento con una foto de recuerdo. Justo Vincent y Eva se encontraban en ese ángulo perfecto.
—¡Hey! Miren a la cámara, ¡sonríe, anciano! —exclamó, su voz llena de alegría.
Vincent, en respuesta, levantó el dedo corazón en un gesto de broma, causando que todos rieran mientras Madeline tomaba la foto. El resultado fue una imagen divertida y bonita, capturando la esencia de la noche: amistad, alegría y un toque de travesura.
Mientras la noche avanzaba, las risas y las copas fluían libremente. En medio del ambiente festivo. Cassandra fue la siguiente en ser el centro de atención. La orquesta de la gala había hecho una pausa, y algunos invitados comenzaron a pedir una canción especial.
Vincent, siempre dispuesto a animar la noche, se acercó a Cassandra con una sonrisa traviesa.
—Cassie, vamos, es tu turno. Canta algo para nosotros. —le pidió, sus ojos brillando con entusiasmo. Sus hermanas, captando la idea, se unieron a la petición.
—¡Sí, Cass! Canta esa canción que siempre nos encanta escuchar —animó Evangeline, dándole un pequeño empujón.
Cassandra, aunque inicialmente reacia, no pudo resistir los ruegos de sus hermanas y de Vincent. Con una sonrisa nerviosa, se acercó al micrófono mientras la orquesta se preparaba para acompañarla. El salón se quedó en silencio, expectante, mientras Cassandra tomaba una profunda respiración y comenzaba a cantar.
Su voz, suave y melodiosa, llenó el salón con una hermosa canción en francés. La letra hablaba de amor y nostalgia, resonando con la elegancia de la noche y el encanto parisino. Madeline, con su cámara en mano, capturó el momento, asegurándose de tomar una fotografía de su hermana mientras cantaba, su figura iluminada por la suave luz del escenario.
Los asistentes, encantados por la actuación de Cassandra, la aplaudieron con entusiasmo al final de la canción. Su hermana menor, con una sonrisa de orgullo, guardó la cámara, feliz de haber inmortalizado el momento.
Finalmente, cuando las luces del salón comenzaron a atenuarse y la música se volvió más suave, las hermanas Zomer y Vincent decidieron retirarse. Salieron del palacete, caminando por las calles de París bajo la luz de las farolas, compartiendo risas y recuerdos mientras la ciudad se desplegaba a su alrededor con su majestuosa belleza nocturna.
Vincent llevaba a Cassandra y Evangeline de la mano, mientras Madeline los seguía de cerca, observando con una sonrisa cómo su grupo se había mantenido unido a lo largo de los años. La noche elegante en París, llena de encuentros, recuerdos y nuevos comienzos, llegaba a su fin, pero dejaba una huella indeleble en sus corazones, reforzando los lazos que los unían y alimentando la esperanza de que el futuro estaría lleno de momentos igual de especiales.
Continuará...........................
𝙨𝙤𝙘𝙞𝙖𝙡 𝙢𝙚𝙙𝙞𝙖 𝙢𝙤𝙢𝙚𝙣𝙩 > 𝙨𝙥𝙚𝙘𝙞𝙖𝙡 𝙨𝙚𝙘𝙩𝙞𝙤𝙣.
¿Qué opinan?. ¿Les gustó este capítulo?.
Creo que al pasar los capítulos tenemos más y más drama jajaja.
¿Teorías?.
¿Comentarios respecto al capítulo?.
SIN MÁSSSSSSSSSSSSSS, NOS LEEMOS PRONTOOOOOOO.
BESOSSSSSSSSSSSSSSSSS
<3
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